Noveno, el Postre
Fueron a cenar a un sitio cercano, no muy lejos de la Universidad de Mohuroka. Ranma no conocía muy bien la zona, así que le dejó a Akane la elección del lugar. El establecimiento era pequeño, no más de seis mesas en total dentro del local con una gran barra. Akane lo conocía gracias a Koi, que la había traído poco después de que lo abrieran el año anterior. La comida era tradicional, siendo los mejores platos los fideos soba con salsa tamari y el cerdo tonkatsu, que fue lo que pidieron. Había unas pocas personas más, un hombre hablando con el camarero que limpiaba la barra, dos más en una mesa viendo el televisor que había en una esquina alta de la pared lateral, y dos chicas charlando en la mesa de la esquina al fondo. El viaje en coche no había sido nada de otro mundo, se rompió el hielo, se hicieron un par de gracias, y se escogió el partido reciente como tema de conversación. Eso los relajó bastante a los dos, saber que podían hablar como personas civilizadas después de no haberse visto en una semana. Para cuando llegaron al lugar, ya estaban centrados en pedir las bebidas y la cena.
Justamente aquello no era lo que Ranma había tenido en mente como una cita, o una cena. Dejaba mucho que desear comparado con un restaurante de calidad, ya no digamos siquiera de lujo. Pero al menos estaba con ella y eso era lo que contaba. Parecía estar a gusto, por lo que, si ella estaba bien, él también. Estaban sentados en banquetas altas frente a la barra de madera cerca de la gran ventana iluminada de la entrada con luces de neón. Ambos se habían quitado las chaquetas y disfrutaban en silencio por unos momentos del té caliente que les habían servido.
—¿Cómo es que seguiste tan en serio con el voleibol? —preguntó Ranma una vez hechos los pedidos y centrando toda su atención en ella. No que hubiera dejado de hacerlo en ningún momento, pero ahora tenía la oportunidad de hacerlo al cien por cien, sin tener que conducir o mirar por donde caminaba.
—En el instituto no se me había dado tan mal y, al mismo tiempo, quería hacer algo que me mantuviera en forma física. Probé con las artes marciales, pero digamos que no me fue muy bien con ellas —terminó algo triste, como si no le gustara hablar de aquella experiencia.
—¿Qué quieres decir con que no te fue bien?
—Vamos, Ranma —comentó Akane resignada a lo que había sido evidente en el pasado—. Todo el mundo sabe que siempre he sido una negada para las artes marciales, que aunque haya sido mi pasión, no tenía las cualidades que se requieren para practicarlo en serio —dijo mirándole a la cara algo reservada, como si la estuviera tomando por tonta. Él ya sabía todo eso.
Ranma se quedó sorprendido y también cortado. El que ella aceptara abiertamente que no había sido muy buena le indicó lo mucho que había cambiado y madurado y, al mismo tiempo, que ella se habría percatado con el tiempo de cómo los demás habían sido conscientes de ello y no habían hecho nada al respecto, empezando por él.
—Me pasé dos semanas entrenando con el equipo de la universidad a modo de prueba, junto con otras chicas más que también intentaban entrar en el equipo. Aquel día pagué caro mi ignorancia. Me torcí ambos tobillos y acabé llena de golpes y moratones por mi inexperiencia. Había gente que sabía mucho más que yo y me lo dejaron saber —dio a entender que no fue fácil pasar por aquello—. Los entrenadores me dijeron que tenía mucha fuerza, que era muy agresiva, blah blah blah, pero que estaba bastante atrasada comparada al grupo en general. También dijeron que si quería mejorar por mi cuenta y luego intentarlo de nuevo al año siguiente, que lo hiciera, que no tenían ningún problema, pero que por el momento no podían aceptarme. Me ofrecieron ir a los entrenamientos para practicar y trabajar con las chicas voluntariamente, para ayudarlas y eso, pero al final pasé. Para ser maniquí de golpes mejor estar en cualquier otro lado. Fue entonces que probé con el voleibol.
—¿Entonces no las sigues practicando? —preguntó Ranma temiéndose la respuesta.
—No, la verdad es que no —respondió con desconsuelo—. Alguna vez me he puesto a hacer algo por mi cuenta, por la añoranza, y a veces voy a ver los entrenamientos de los chicos y las chicas. Cuando me puedo colar, claro, no siempre dejan.
Ranma sintió como una parte de él se marchitaba. Las artes marciales eran lo que les había unido, aparte de ese condenado acuerdo entre sus padres de casarse. Pero la verdadera razón por la que en el fondo habían conectado, a pesar de todas las peleas, era el arte de la lucha, y ahora ella ya no las practicaba. «No importa qué pase, la vida sigue después de todo», pensó siendo congruente con la realidad. Aún así, no soportaba ver a una Akane olvidándose por completo de su sueño: ser una buena, si no experta, artista marcial.
—Deberías volver a practicarlas —dejó caer suavemente.
Akane le miró no muy convencida.
—No sé, ya no tengo tiempo para ellas, ni tampoco motivación. Había un tiempo en el que realmente me quería convertir en la mejor. Pero ahora, sabiendo que no tengo el talento necesario, pues no me como la cabeza —expresó siendo sincera.
—Lo pones desde una perspectiva muy negativa —indicó—. Yo no creo que te falte talento, creo que te falta técnica, y eso se puede aprender. Sin embargo, la vocación, la pasión, que es quizás lo más importante, se tiene o no se tiene. Y a ti de ello te sobra, o te sobraba al menos hace unos años…
—¿Me vas a venir con esas ahora, Ranma? Nunca quisiste ayudarme con la parte técnica —le dijo mirándole directa a los ojos, expresando una verdad como un templo—. Me jodiste mucho todas aquellas veces en las que sólo me usabas para entretenerte y reírte de mí.
—Una vez estuvimos juntos te tomé más en serio —replicó.
—No lo suficiente —comentó con un tono distante, apartando la mirada. «¿Por qué estamos hablando de esto? Si soy un caso perdido…», se dijo a sí misma.
—Pues ahora, si quieres, te ofrezco mi ayuda para volver a recordarlas. —Todo con tal de pasar el mayor tiempo con ella—. Y esta vez en serio —agregó determinado.
—No, gracias, un poco tarde para eso —dijo Akane algo molesta. «¿Pero quién se cree que es? ¿Piensa que me está rescatando de mis sueños frustrados? Sigue igual de chulo que en el pasado».
—Tú me podrías enseñar algo de voleibol a cambio. Sé muy poco acerca de las reglas —insistió.
—Venga ya. ¿Y a hacer castillos de arena también? Ranma, ¿a qué viene esto? —suspiró con resquemor—. Pienso que lo mejor es que tú te dediques a tus artes marciales y yo a mi voleibol, punto —dijo para zanjar el asunto.
Ambos se hundieron en un incómodo silencio.
—Tampoco quería que te pusieras así, no era mi intención —expresó Ranma dándose cuenta de cuánto le había afectado la simple propuesta.
Akane se destensó soltando el aire contenido en sus pulmones de forma profunda, poniendo la cabeza gacha para tomarse unos segundos y recomponerse. «Pero qué boba soy. Ponerme así sólo porque él quiere ayudarme a recuperar algo que he dejado por el camino, algo que fue vital para mí en su momento», pensó para sí. «Por otra parte, no me sorprende reaccionar de esta manera. Ranma sigue teniendo cero tacto para transmitir las cosas».
—No me he puesto de ninguna manera —murmuró—. Es sólo que encerré a las artes marciales en el armario hace bastante tiempo… Y, además, también intenté encerrarte a ti detrás de ellas —confesó abriéndole parte de sus recuerdos—, pues ibais unidos.
—¿Querías olvidarme? —preguntó Ranma sin ningún tipo de reproche, aunque por dentro sintió como si le pelaran la piel del corazón con una navaja, sangrando en el proceso, tal y como se pela una manzana con un cuchillo.
—¿Olvidarte? —sonrió tristemente—. No sabía cómo hacerlo, aunque créeme, lo intenté de mil formas. Pero nunca funcionó, porque me traicionaba a mí misma. ¡Qué boba era! —exclamó negando con la cabeza—. En el fondo no quería olvidarme de ti; habías sido una parte muy importante de mi vida. ¿Qué puedo decir? —Le sonrió alzando las manos—. Eres único, por muchas razones.
—Entiendo. Lo mismo puedo decir de ti —dijo Ranma sonriendo de vuelta, agradecido por el hecho de que no hubiera podido olvidarle.
—Hablemos de otra cosa —propuso Akane irguiéndose más sobre la silla y manteniendo los codos encima de la barra—. Cuéntame qué has hecho en todo este tiempo.
—De acuerdo, pero sólo si quedamos otro día para practicar juntos —aceptó Ranma exponiendo sus condiciones, viendo como ella ponía una cara de resignación—. Ya sé que no quieres que te presione con el tema, pero de verdad que me gustaría refrescarte la memoria con algunas katas y golpes. Te sentirás como nueva, te lo prometo. —«Nueva en el sentido de recuperar algo que te daba la vida, que saca lo mejor que hay en ti, Akane», se dijo en la mente—. No te arrepentirás. ¿Qué dices?
—¿Asegurándote ya el terreno para verme de nuevo sin habértelo ganado? Estás presionando mucho la cosa —flirteó Akane de pronto.
—Te anticipo mis movimientos porque soy generoso —comentó con picardía—, pero yo ya sé que voy a conseguir lo que quiero.
—Te veo muy convencido de ello.
Akane, que ya estaba medio sonrojada, intentaba evitarlo sin mucho éxito cubriéndose las mejillas con las manos. Ranma se volvía tan atractivo cuando iba a por ella de esa manera tan confiada. Inspiraba sumisión y rebeldía a partes iguales en ella. Por un lado quería rendirse a sus pies. Por otro lado, quería ponérselo muy difícil.
—Y no dudes de que lo estoy —respondió el joven artista marcial—. No hacerlo sería una estupidez. Como decirlo… Cuando quieres algo, no mejor, cuando deseas algo, tienes que pensar que lo vas a conseguir, porque así no te das opciones a pensar lo contrario. Simplemente hay ese fin, no otro, sólo puedes ganar porque es lo único que hay en tu camino. No te puedes caer porque no tienes donde caerte, no puedes perder porque el perder no existe —explicó Ranma, dejándole saber de forma implícita que la deseaba.
Esa exposición en boca de Ranma, diciendo mucho más entre líneas de lo que ella quería oír, dejó a Akane medio alucinada. ¿Era este el modo con el que pensaba cazarla? ¿Su nueva filosofía de vida?
—Eso suena muy bonito, pero… ¿qué pasa si en realidad no lo consigues?
—Que al menos sabrás que lo has dado todo, que has hecho todo lo posible por alcanzar tu meta.
«Vaya, vaya, vaya…». Ranma parecía haber madurado, no sólo a nivel deportivo, sino también a nivel intelectual.
—¿Es así como ganas tus combates ahora? ¿Lo que te ha llevado a dónde estás como luchador actualmente?
—Podría decirse que sí. Eso, y mucho, mucho trabajo; nada viene solo. La mentalidad es una cosa, la parte física otra. Ya sabes, equilibrarlas para alcanzar tu máximo potencial. —La miró mientras pegaba un sorbo a su té—. Bueno, ¿qué me dices? ¿Aceptas practicar conmigo?
Akane rió en alto.
—Pensaba que ya te habrías olvidado de eso —dijo con una sonrisa.
—Ni lo sueñes. Creo que ha quedado claro que quiero pasar más tiempo contigo. Sólo espero que me lo concedas. —Puso los brazos cruzados sobre la superficie de la barra y la miró intensamente, con una medio sonrisa en los labios, esperando una respuesta.
Akane se volvió a ruborizar.
—Vaaaale —accedió—. Con tal de que dejes de sacarme los colores, no lo soporto.
Ranma sonrió alegre, sabiéndose triunfador de su pequeña conquista.
—Ahora sí, háblame de tu vida. Era lo que habíamos acordado.
—Lo haré encantado. Se supone que queremos ponernos al día, ¿no? —Vio a Akane asentir, aún con las mejillas como rubíes—. Creo que recuerdas que había varias universidades detrás de mí cuando aún estaba en el Dojo Tendo, todas con beca. —La chica asintió de nuevo—. La decisión difícil fue elegir a cuál ir, así que me pasé todo ese verano visitando las distintas universidades. Decliné las ofertas del extranjero, porque está claro que de idiomas no tenía mucha idea, y sigo más o menos igual, chapurreo el inglés y sé algo de chino, pero poco más —explicó—. Al final me decidí por la Universidad de Gaukin. Conecté bastante bien con los entrenadores y algunos de los chicos, además de que el campus no está nada mal, y está cerca de la ciudad. Me ayudaron con un montón de cosas: buscar un apartamento, comprar los libros, situar los lugares, en fin, adaptarme. También, el hecho de que Ukyo fuera a esa misma universidad me ayudó un montón, porque al menos tenía a alguien con quien conocer todo. Lo hizo mucho más llevadero.
—Ya me di cuenta en la fiesta. Me dio la impresión de que os lleváis genial —agregó Akane recordando—. A Ukyo la vi cambiada; para bien. Me pareció más moderna, más espabilada, por decirlo de alguna manera.
—Cierto. En estos años es como si se hubiera hecho un reciclaje a sí misma. Tiene las ideas mucho más claras ahora. Su amistad ha sido un tesoro para mí todo este tiempo. Pegó un cambio radical desde que empezáramos a salir juntos tú y yo en el instituto. A partir de ahí, dejó de darme el coñazo y se empezó a comportar como una amiga de verdad y no una prometida cojonera —sonrió levemente.
Akane asimiló toda la información, en especial la que estaba relacionada a Ukyo y su papel en la vida de Ranma. Recordó los celos que sintió tras la fiesta, en casa de Ranma, al ver aquella foto en la que aparecían juntos. Ahora ya no eran celos sino envidia, envidia de la unión estable, del conocimiento mutuo que se tenían, de la suerte de Ukyo por haber estado a su lado esos últimos cuatro años mientras ella había estado dando tumbos por ahí perdida. Nadie tenía la culpa de que las cosas hubieran terminado así, o si alguien en realidad no la tenía, esa era Ukyo. Era muy afortunada. Apostaba a que ella también valoraba la amistad de Ranma en oro.
—Así que a partir de ahí —continuó Ranma—, empezaron las clases, los entrenamientos, las competiciones. No me llevó mucho hacerme con algunos títulos, pero todo era debido al trabajo duro al que estamos sometidos. No paramos, es día tras día, pocas veces tenemos vacaciones largas. Con suerte, este año tendré mi primer verano de vacaciones completas, si no tengo que quedarme estudiando para graduarme en otoño.
—¿Qué estás estudiando? —se interesó la joven.
—Al principio no tenía ni idea de lo que quería hacer. Las primeras clases que di no eran muy específicas, y aún tenía tiempo para elegir, como unos dos años. Teniendo en cuenta que siempre he sido un desastre para lo que es estudiar, no me veía muy confiado en hacer nada realmente difícil, porque además tampoco tenía tiempo. Como aún tenía en mente que quería abrir un gimnasio, aunque fuera sólo mío, pensé en varias carreras deportivas. Pero al final, dándome cuenta de que lo del gimnasio no es tampoco muy rentable estos días, o no tanto como otros trabajos, pues me decidí por la carrera de publicidad. Una de las razones por las que me metí fue porque me dijeron que era fácil, cosa que es mentira, al menos para mí, y otra fue que, si algún día abría mi propio negocio, fuera del tipo que fuera, al menos sabría como hacer la parte de la propaganda por mí mismo.
—Me sorprende verte haciendo algo que no tenga que ver con las artes marciales, o con el deporte, ya que se te dan tan bien. Incluso hubo un tiempo en que pensé que no irías a la universidad.
—¿Aún subestimándome? En el instituto ya sé que no daba palo al agua, pero aquí por huevos he tenido que sacarme las notas para mantener la beca y poder competir.
—No, al contrario —se apresuró a corregir Akane—, pienso que es genial. Me gusta que te hayas decantado por algo diferente. Publicidad ni más ni menos, ¿quién lo diría?—preguntó de forma retórica—. ¿Te gusta al menos?
—No está mal. No sé qué tipo de trabajo conseguiré con esta carrera, pero por lo menos estará ahí en el caso de que la necesite. De momento, quiero seguir luchando y compitiendo. Aún me queda bastante gasolina para seguir dando golpes, hasta el día que me muera si Kami quiere.
—Tu pasión… —susurró Akane buceando en los oscuros océanos que su ex prometido tenía por ojos.
—Y la tuya —añadió él—. Lo que pasa es que tú las has marginado, por mi culpa, parece ser —sus labios formaron una pequeña sonrisa.
—Hey, yo no he dicho que fuera por tu culpa —dijo Akane dándole con la mano en el brazo.
—Pero sí que las artes marciales y yo estábamos unidos.
—No es lo mismo —replicó Akane.
—Como si lo fuera —rió él.
Fueron interrumpidos por el camarero, que les trajo los platos y los boles calientes con la comida. Se sentaron mejor sobre las baquetas y empezaron a comer con los palillos, intentando seguir con la conversación que habían iniciado.
—¿Y qué hay de ti? También me gustaría saber qué has hecho en estos años, aparte de jugar al voleibol —continuó Ranma.
—Tampoco nada emocionante. Estaba claro que quería ir a la universidad, aunque en mi caso, tuve que buscar a cuál ir. Yo no tuve nada de becas, al menos, no al principio, y me tocó pagar todas las clases, los libros, y el apartamento, entre otras cosas —aclaró—. Mi padre me ayudó con parte del dinero, y Nabiki, por increíble que parezca, también me echó una mano, aunque me hizo devolvérselo después, rácana que es —comentó negando con la cabeza, sabiendo lo imposible que era su hermana en cuanto a temas de dinero se refería—. Trabajé en distintos sitios, desde el supermercado de la esquina, hasta la librería o varios restaurantes. El primer año fue demasiado estresante, tanto por las clases, como por el trabajo y el voleibol… No sé cómo lo hice —dijo antes de tomar un bocado de su plato. Después continuó—: Lo bueno fue que mi entrenador me dijo que si mantenía un buen rendimiento ese año, si mejoraba hasta el nivel que los jefes deportivos de la universidad exigían, lo más seguro era que me dieran una beca para el voleibol, y fue lo que conseguí.
—Enhorabuena por ello —le congratuló Ranma con una sonrisa sincera.
—Gracias —dijo asintiendo Akane antes de proseguir—. No les sobra el dinero, así que no regalan las becas a cualquiera. Me vino genial la verdad, porque así no iba tan agobiada y tenía más tiempo para dedicar a los estudios. En cualquier caso, no me sobra el dinero. Tengo mis gastos, así que de vez en cuando hago trabajos cortos en la universidad o de canguro cerca de donde vivo.
—Más o menos hemos estado pasando por lo mismo.
—Con la diferencia de que a ti te pagan dinero por lo que haces, y que no tienes que trabajar.
—Bueno sí, pero eso no lo decido yo. No tengo la culpa de que no hagan lo mismo con todos los deportes, ni de que le den más importancia a los masculinos que a los femeninos.
—Lo sé. Al menos es algo bueno para ti —comentó ella—. Ya he visto la pedazo de casa que tienes, y tu coche. No sabes las ganas que tengo de comprarme uno. Tengo el carné, me lo saque hace dos años, y durante un tiempo estuve conduciendo uno de los coches de Nabiki, que como está forrada, pues tenía dos. Cuando el nuevo se le estropeó se tuvo que llevar el que me había dejado a mí. Y por unas cosas y otras, sus chanchullos supongo, acabó vendiendo el coche viejo, aun cuando le dije que me venía bien. No me hizo ni caso —dejó caer la cabeza con aires de imposibilidad al recordar la actitud de su hermana.
—¿Cómo le va a tu familia? No he sabido nada de ellos. A Nabiki la he visto alguna vez, está igual de mortífera que siempre —comentó sin cortarse.
—Has dado en el clavo, mortífera —ambos se sonrieron—. Les va bien. Les dio un bajón muy grande cuando te fuiste de casa. Todos te querían y te siguen queriendo mucho, aunque sé que mi padre no lo admitiría —reveló—. Él se puso manos a la obra con el gimnasio. Viendo lo que había ocurrido entre nosotros, que Nabiki no quería verlo ni en pintura, y que Kasumi no se iba a volver maestra de artes marciales de la noche a la mañana, pues se puso a dar las clases él mismo. Estaba claro que necesitaba que entraran algunas ganancias en casa si quería ayudarnos con la universidad y vivir como hasta entonces en casa —relató la joven—. Nabiki se fue a la universidad, se graduó, y ahora trabaja en una empresa financiera. Kasumi hizo un curso corto de dos años como cocinera, para perfeccionar su técnica, y ahora es famosa en buena parte de Nerima por sus platos. En general vamos tirando. Yo vuelvo a casa por vacaciones aunque sea por algunos días. Otras veces me quedo con Yuka, Koi y Nikao, mis amigas, y nos vamos a algún lado de viaje —explicó—. Depende, también me puedo quedar trabajando. ¿Qué hay de la tuya?
Ranma tomó la palabra.
—Mi padre, después del ataque que le dio porque no nos íbamos a casar, se fue a China a buscar la cura de la maldición. Hicimos un trato: si él encontraba la cura en un periodo de un año, yo volvería al Dojo y me casaría contigo.
Akane abrió los ojos como platos, intentando procesar aquella información que habría significado muchas cosas en su momento. Se calmó y medio entristeció con el resto de la explicación, que podía también sugerir más de lo que en realidad Ranma quería expresar.
—Yo sabía que no lo conseguiría —continuó el chico—. Jusenkyo estaba totalmente destruído, y le iba a llevar más de un año dar con ella en ese país, si es que aún existía.
—¿Significa eso que aun te conviertes en chica? —preguntó Akane haciendo realidad una de las muchas preguntas a las que querría haber tenido respuesta a lo largo de esos años.
—Si te duchas conmigo podrás comprobar si sí o si no.
Akane apartó la vista, esperando que sus mejillas no se colorearan.
—Eres demasiado atrevido Ranma. Ya es que ni te llamo pervertido, sabes que lo eres.
—Sólo estaba bromeando —dijo el atleta sonriendo—. Aunque no descarto que acabes haciéndolo… —terminó haciéndose el interesante.
—Ni en tus sueños —declaró con rotundidad ella.
—En mis sueños ya has hecho mucho más que eso… —confesó él.
—Para —dijo Akane apretando los ojos, no queriendo imaginar escenas fuera de tono en aquel momento—. Como ya sabía, eres un salido —agregó volviendo a mirarle—. No hace falta que me respondas, prefiero quedarme con la duda.
—Como quieras —manifestó Ranma con tranquilidad—. Eso lo dices porque sabes que al final acabarás duchándote conmigo, por eso no te corre prisa —dijo queriendo provocarla—. Acabarás descubriéndolo tarde o temprano —finalizó con una sonrisa y una mirada que dejó entrever de una forma bastante clara por dónde iban los tiros.
Akane deseó que aquello se hiciera realidad, aunque no lo aceptara de palabra. Vería por fin cumplida una de sus fantasías eróticas, ducharse con él, una que ya apareció mucho antes de que salieran juntos a los dieciocho. Sólo el pensar en ello hizo que se calentara, y más aún porque era consciente de que, si quisiera, podría llevarlo a cabo aquella misma noche. Ranma le había dejado claro, y aún continuaba dejándoselo saber, que estaba interesado en ella. Se lo dijo tanto aquella noche como en aquel mismo instante, así que los límites parecían estar allí donde ella los pusiera. Decidió centrarse en algo diferente. Si empezaba a ceder ante lo que Ranma pedía o inevitablemente quería, perdería el interés ganado en ella en menos que cantaba un gallo.
Acabaron con los platos principales hablando aún de sus vidas. Akane le contó que se había decidido también por una carrera de finanzas. No había desperdiciado la suerte de poder aprovechar algunos libros de su hermana, además de apuntes y alguna que otra ayuda directa por parte de ella. A eso se sumaba que soñaba con llegar a ser algún tipo de ejecutiva algún día, si los planes no cambiaban a lo largo del tiempo. Ninguno pidió postre, tan llenos como estaban. Una vez que terminaron con las tazas de té, pagaron y se marcharon del lugar. Caminaron juntos en la fría noche hasta llegar al coche de Ranma. Una vez dentro y con el motor en marcha:
—Supongo que querrás que te lleve a casa, ya que mañana es lunes y hay clase —comentó él.
—Sí. Además estoy bastante cansada. —Akane apoyó la cabeza y parte de su costado sobre la ventana—. El partido me ha dejado destrozada. ¿Has competido esta semana?
—Sí, ayer —respondió el joven haciendo una maniobra con el coche para salir del aparcamiento e incorporarse a la calle.
—Y habrás ganado, imagino…
—¡Bingo! Me he quitado de encima a uno de Osaka que ha sido de siempre un tipo duro de eliminar. El resto del grupo me lo ha agradecido. No me extraña, no se tendrán que ver las caras con él; tienen un morro los capullos.
—No te quejes, seguro que no ha sido para tanto —dijo la chica de Nerima—. Para ti la mayoría son pan comido, ¿o no?
—Cuanto más te acercas al final del campeonato más difícil se pone la cosa. Hay luchadores bastantes buenos ahí fuera, lo creas o no, y a más de uno me cuesta vencerle.
Siguieron hablando un rato más de artes marciales, casi el trayecto entero hasta el barrio de Akane, que no estaba muy lejos del pequeño restaurante. A un par de calles antes de dar con el apartamento, según las indicaciones de Akane, Ranma sacó a la luz un tema que la pilló por sorpresa.
—¿Por qué no querías quedar conmigo el otro día? ¿Hice algo malo el día de la fiesta? —Le echó un vistazo mientras seguía conduciendo—. No tienes que contestar si no quieres, es solo que no entiendo por qué te negaste habiéndome dejado el sujetador como recuerdo de tu visita. A eso, súmale lo que pasó con tus compañeras de apartamento por el teléfono. —Era obvio que la confusión se entremezclaba en sus palabras y en su tono de voz.
Akane quiso morirse de la vergüenza, pasando del púrpura al azul. Cómo explicarle sus miedos, sus dudas, sus ganas. Su corazón esa semana había sido un torbellino que se había llevado de pleno lo racional de su mente.
—No estaba segura, tenía muchas cosas en la cabeza. Todavía las sigo teniendo… —contestó sin querer dar una respuesta directa.
—¿Qué cosas? Si se puede saber —preguntó él empezando a aparcar.
Akane se sintió indefensa e indecisa acerca de si sería beneficioso compartir con él aquellos pensamientos propios. ¿Le gustaría saber que se comía el tarro más de lo debido? ¿Qué aún seguía sacando conclusiones precipitadas? ¿Que huía cuándo sentía que podían hacerle daño sin saber en realidad si eso iba a ocurrir? ¿Qué estaba lo suficientemente colada por él como para no soportar que aquello fuera a ser simplemente una aventura de meses?
—Cosas por las que una chica se come la cabeza.
—¿Cómo por ejemplo…? —Ranma apagó el motor, lo que hizo que los ruidos lejanos de la ciudad y el tráfico se hicieran más presentes.
—¿Tanto interés hay? —respondió ella sintiéndose presionada, como si la estuviera acorralando contra una esquina.
—Quiero saberlo. Si puedo arreglar o evitar lo que sea que haya hecho, quiero estar al tanto de ello —pronunció de forma honesta el chico de la trenza, yendo en serio—. No puedo jugar la partida solo, Akane, necesito que colabores si quieres que esto funcione.
—¿Quién ha hablado de 'esto'? —se sobresaltó Akane—. No asumas tan a la ligera que hay algo entre nosotros. De momento no hay nada —dijo severa.
—¿Qué no hay nada? ¿Una noche juntos te parece nada? ¿Cenar hoy conmigo no cuenta? —la incredulidad espinosa de su respuesta se le clavó a Ranma en la garganta, reflejándolo brutalmente en su voz—. Mira, que no me lo quieras poner fácil después de lo del sábado, vale, me parece bien. Lo puedo entender. Pero de ahí a que te autoengañes o que quieras colármela a mí… —Agarró el volante con sus manos fuertemente, para descargar la tensión—. Akane, sí que hay algo, algo grande entre nosotros. Joder, ¿quieres que te diga todo lo que hay aparte de lo que ya he mencionado? Un pasado juntos, peleas, reconciliaciones, artes marciales, una relación de amistad, de amor… Todo está metido en el mismo saco. Si eso te parece poco… Dices que no hay nada. Pues estoy intentado que lo haya, si me dejas, claro.
El silencio se volvió cuatro veces más pesado sobre ellos, pareciendo una carga, una niebla asfixiante dentro del coche. Ranma se dio un capón mental por utilizar aquel tono exigente. «Quiero mejorar las cosas con ella, no empeorarlas». ¿Por qué había reaccionado así? ¿Por qué era Akane y no soportaba que quisiera negarle algún tipo de relación, fuera del tipo que fuera? Lo que estaba claro era que no podía forzarla a ver las cosas a su manera. Pero si al menos pudiera hacerle comprender que seguía guardando por ella ese amor virgen que echó raíces dentro de su corazón, intocable, inocente, apasionado. Él no era un hombre de palabras, era un hombre de hechos, y si no le dejaba demostrarle su enamoramiento, poco iba a poder hacer.
Akane se quedó callada, enfundada en su abrigo, mirando al frente con las manos unidas encima de su regazo. ¿Qué decir si él tenía razón? Así que se mantuvo callada. «No abras la boca a menos que vayas a decir algo inteligente», pensó para sí.
Saotome la observó por unos segundos de soslayo, oyendo por los altavoces de su conciencia «GILIPOLLAS» a todo volumen. «Comunicación y confianza fue lo que nos falló en el pasado, así que tendré que trabajar en eso, no en lo contrario».
—Perdóname, Akane, no debería haberte hablado así —se disculpó—. Es sólo que estoy un poco frustrado porque no ves las cosas del mismo modo que yo. —Respiró hondo—. Este no era el final de velada que yo esperaba. La verdad es que me siento como si te empeñaras en cerrarme las puertas una vez detrás de otra desde el principio, y no entiendo muy bien el por qué. —«Si no quieres que esté aquí, ¡dímelo!», gritó su mente—. Vamos —dijo abriendo la puerta para salir del coche—, te acompaño hasta el portal.
Akane se sintió dolida al percibir como él quería aligerar la despedida. Salió del vehículo, un escalofrío recorriéndole el cuerpo nada más pisar la calle. Cruzaron hasta llegar a la otra fachada de edificios, ella guiando el camino hasta la entrada. Ninguno de los dos dijo nada, tensos ante el hecho de tener que decirse adiós de aquella manera, sin saber cómo iba a quedar el asunto entre ellos. Sacó las llaves del bolsillo de la chaqueta y abrió la puerta principal, entrando ambos en el portal oscuro. Akane, que había ido caminando todo el rato inmersa en sus pensamientos, andando en dirección al ascensor, se detuvo a mitad de camino. «No puedo dejar las cosas así, no si de verdad espero sacar algo de todo esto».
—Sabes —dijo dándose la vuelta y encarándole—, tengo mucho miedo de que me vayas a usar y a tirar, de sólo ser una chica más para ti. —Se acercó más a él, apuntándole con el dedo índice en el pecho, dándole varias veces incluso, a la vez que le miraba directo a los ojos—. De que pienses que ahora soy fácil porque me acosté contigo el otro día a la primera, y de que ahora sólo vengas detrás de mí buscando únicamente sexo. Me molesta mucho la idea de que esto sólo vaya a ser una aventura para ti, que a lo mejor tengas otros ligues por ahí y me pongas los cuernos, que pienses que porque estés mostrando interés de esta manera me voy a lanzar de lleno a tus brazos. O que porque ahora seas famoso me voy a tirar a tus pies sin pensármelo dos veces. No soy como las otras chicas, Ranma, si quiero estar contigo es porque quiero que haya algo sólido entre nosotros, algo verdadero, que haya… —fue incapaz de vocalizarlo.
—Amor, que haya amor —finalizó él, sabiendo por dónde iba, porque la conocía, y mejor de lo que ella creía a pesar del tiempo que había transcurrido desde que se separaran—. Sí, lo sé. Y lo habrá. —«Aunque ya lo hay, aunque ella no sea consciente», se dijo el artista marcial interiormente.
—No, pero ahora no quiero que pienses que te lo estoy exigiendo, que es una condición para estar juntos. —Akane suspiró pesadamente—. Por los dioses, ¿por qué no lo puedo expresar como yo quiero? —Se apoyó en una de las paredes de la entrada, impotencia y furia corriendo por sus venas. «Encima que tengamos que estar aquí hablando de ello… El que no surja de forma natural no es un buen presagio», pensó descorazonada. Inhaló profundamente antes de continuar—. No quiero que nos hagamos daño, que…
—Akane… —le interrumpió Ranma.
—¿Qué? —exclamó directa, mirándole fijamente con las arenas movedizas que eran sus ojos.
—Contéstame a una cosa antes de seguir, ¿quieres? —dijo él acercándose a la joven de forma que las farolas del exterior los acabó iluminando mejor a los dos dentro del portal.
—¿El qué? —preguntó Akane todavía rígida e inestable; las conversaciones de aquel tipo nunca habían sido su fuerte.
—¿Quieres que definamos nuestra relación? ¿Te va a dejar eso más tranquila? —preguntó Saotome sin filtros.
—¿Qué relac-...? —intentó rebelarse.
Ranma se aproximó a ella y la rodeó con sus brazos, susurrando:
—Cállate. Deja de darme por saco con que si esto o lo otro. Quiero que seas mi novia, quiero estar contigo, y quiero que dejes de comerte la cabeza por tonterías. —Se inclinó hacia delante con la intención de besarla.
—Ranma, escúchame —pidió Akane con un tono totalmente distinto, haciéndole una cobra, viendo el panorama.
El chico de la trenza comenzó a excitarse. Akane lo pudo ver en sus ojos, estaba comiéndosela con la mirada. No importaba lo que hubiese dicho, él ya sabía lo que quería y no iba a parar hasta obtenerlo. Apoyó la parte trasera de su cabeza sobre la pared, buscando un refugio inexistente.
—Déjame besarte —murmuró él antes de inclinarse hacia ella un poco más.
Akane puso sus finas manos sobre su amplio pecho para frenarlo en el pequeño hueco que aún quedaba entre ellos. Aparte de ese gesto, no hizo o dijo nada más, simplemente le miró a los ojos en la oscuridad. Su corazón latía tan rápido, a la par del de él, podía sentirlo incluso a través de la sudadera.
Ranma, al ver la negativa de ella, respiró de forma contenida y después habló:
—¿Sabes lo mal que lo he pasado esta semana? —dijo a apenas un palmo de distancia de su cara acorazonada. Fue entonces que se pegó a su oído cerrando todo el espacio entre sus cuerpos—. ¿Calentándome a cada momento por recordar lo que hicimos el otro día? No tienes ni idea de cuánto te deseo… —Ranma se apretó contra sus curvas, movimiento con el que Akane sintió la prominencia inferior a la altura de su vientre.
Akane no necesitó más pruebas, Ranma estaba excitado, y de qué manera. ¿Qué hacer para bajarle los humos? No podían montárselo en el portal.
—Siéndote sincera, creo que fue un error el que nos acostáramos —dijo esperando que fuera un cubo de hielo. Tal vez hiciera efecto.
—Joder —maldijo—, ¿cómo puedes decir eso cuando disfrutamos tanto? —La miró a la cara, tentado de olvidar las palabras y aprender de sus labios sonrosados.
—Pero Ranma, eso no ha hecho más que transformar nuestro interés en lujuria. Mírate, por Kami-sama. —Apartó la cara sonrojada como un rubí—. Escucha lo que dices…
—Sí, estoy empalmado, ¿y qué? Así es como me pones, es por tu culpa. —Se movió sobre ella como si quisiera penetrarla.
Akane lo sintió y a punto estuvo de jadear en voz alta y de levantar una pierna para rodearle la cadera y dejarle el camino abierto a puerto de oro. Pero no era ni la hora ni el lugar.
—Ranma, relájate, por favor. No vamos a hacerlo aquí, así que contrólate o saldrás perdiendo —le avisó.
—¡Qué mala eres! —Le rozó los labios con los suyos en un gesto sutil.
—No hagas eso —le pidió Akane.
—No me dejas hacer nada, ése es el problema —musitó Ranma para después comenzar a merodear sus labios por sus mejillas, por su mentón, a dar fugaces besos por su mandíbula.
—Estás invadiendo mi espacio personal —suspiró ella, no haciendo nada para oponerse.
—Mentira, te estoy seduciendo. Déjate llevar Akane… —dijo el artista marcial con voz ronca esta vez cerca de su lóbulo, el cual luego humedeció con su lengua.
«Déjate llevar… déjate llevar… déjate llevar…», había dicho él. «¿Por qué no?». Había estado toda la semana pensando en él, queriendo estar justamente con él, y anhelando sentir lo que le estaba practicando en ese preciso instante. «Quiero que seas mi novia, quiero estar contigo, y quiero que dejes de comerte la cabeza por tonterías», fue su confesión de unos segundos antes. Si aquello era cierto, si de verdad lo decía en serio, y parecía hacerlo, si quería entrar en una relación estable, serle fiel y el resto de cosas que seguían a esas afirmaciones, entonces podría darse definitivamente por satisfecha. Ahora sí que esperaba que su cuento de hadas no terminara antes de que se diera cuenta.
—Ranmaaa… —suspiró por fin Akane haciéndole caso y dejándose guiar. Puso sus brazos sobre sus hombros, sintiendo el tejido de la chaqueta en sus manos, para entonces agarrarlo y apretarlo más a ella.
Ranma estaba tan enloquecido que, cuando por fin la besó en la boca, casi la ahogó de la profundidad a la que quiso llegar. No se detuvo a coger aire, ni tampoco para cambiar el ritmo. Fue como una excavadora que ahondó, ahondó, y ahondó para llegar a un objetivo que estaba tomando a la fuerza. Sus brazos ya la tenían rodeada por la cintura, manteniéndola bien pegada a su cuerpo, no queriendo perder la esencia del momento que le había sido concedido. Una semana no había sido tanto tiempo y, sin embargo, estaba reaccionando como si no se hubieran visto en años.
Akane intentó miserablemente recuperar un poco el control, no porque quisiera que él se detuviera, sino para que le dejara más libertad de movimiento. Descansó sus manos sobre las mejillas masculinas, saboreando el contacto duro de su rostro. Al tenerle cogido así, aunque siguieran besándose, podía dirigir mejor los movimientos de lado a lado, obligándole a seguir un ritmo mucho más suave. Ranma se separó de golpe, dejándola perpleja.
—Gracias —siseó entre los dientes con gusto, mirándola de forma penetrante.
Se dispuso a seguir conquistando otros lares, como el cuello. Akane apartó la cabeza sin resistencia, llevándola hacia atrás y cerrando los ojos. Su entrepierna no había sido inmune al ataque directo que Ranma le había dado a su arma, y se fue humedeciendo por momentos. Aún con algo de cordura, Akane habló:
—Ranma, nos pueden ver.
Automáticamente, él la deslizó sobre la pared hasta una de las esquinas del fondo, dejándolos en una posición mucho más resguardada tanto del que venía del ascensor como del que venía de la calle, pero aún así, no cubiertos del todo. El estar a oscuras les ayudaba a continuar con su entrega, a dejar que sus desinhibiciones se hicieran presentes. Respirando con corrientes de aire que abrasaban las mejillas de Ranma, haciendo florecer el color rojo sobre su piel en cada soplo, Akane sintió como se iba derritiendo ante las caricias del que la acorralaba contra la pared. Éxtasis se empezó a materializar en sus venas, poseyéndola instintivamente como si fuera una droga que se hubiera inyectado minutos antes. Ella también buscaba eso, el roce indiscutible con el cuerpo de Ranma, el despertar de los deseos consumidos por la mente.
—¿No te pone montártelo de esta manera? —preguntó él con la respiración entrecortada a la vez que bajaba una mano buscando ese punto que sabía podía hacer exaltar a su posesión humana.
Se separó un poco y dejó espacio a su mano para introducirse en el pliegue de las piernas femeninas. Akane fue incapaz de contestar.
—Tengo tantas ganas de incitarte, Akane, de estimularte, de que seas fuego conmigo —murmuró Ranma concentrado en posicionar sus dedos de forma adecuada y hacer la presión correspondiente.
Akane jadeó, sintiéndose asaltada, y le besó para acallar el resto de sus propios sonidos. Cuando se adaptó al roce repetitivo en el que Ranma se recreaba, le dejó saber que no quería ser la causa de que los descubrieran.
—Hazme estar callada —le ordenó respirando fuertemente—, si no quieres que esto termine.
A Ranma no le hizo falta responder. La besó mucho más prolongadamente, variando las formas en que la masturbaba, para que ella también pudiera predecir cuando hacía más fuerza, o cuando iba más lento. Akane acabó levantando una pierna, rodeándolo con ella, haciéndolo adrede para que dejara de usar su mano y usara su otra herramienta, encarcelada sin opciones dentro de su pantalón vaquero.
«Esto es tan morboso», pensó fugazmente Akane. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había permitido hacer aquel tipo de locuras, olvidándose por completo de cuanto la rodeaba para sucumbir a los pecados de su libido. Su deseo se hizo realidad bastante rápido. Dicho miembro arremetió contra ella violentamente, cegado por el calor del momento. Ranma la levantó contra la pared con una mano en la cadera y la otra en la nalga, para tenerla más a su altura, haciendo el contacto entre ellos extremadamente sensible y placentero.
—Dios… —tuvo que farfullar Ranma, soltando en una sola palabra la tempestad que se estaba desarrollando dentro de su cuerpo.
—Ve despacio —le indicó Akane sujetándose mejor a él. Le pasó los brazos por encima del cuello, abrazándole la cabeza con uno de ellos. Escondió su cara en su cuello, besándole, mordiéndole, suspirando gemidos que quería contener, convertir en simples susurros, a la vez que subía y bajaba con cada empuje de Ranma contra ella.
—Pides… lo imposible, Akane… —consiguió decir el chico de la trenza aguantando el peso de la chica. Llevó la mano que había estado en la cintura a uno de los pechos.
Akane se encogió sobre él y levantó la otra pierna, rodeándolo con ambas, queriendo más y más placer. Ranma, al ver la colaboración añadida, la volvió a coger, esta vez más fácilmente, amarrándola, pudiendo ahora chocar contra su pelvis como a él realmente le apetecía. Buscó la boca de la que había sido su prometida en el pasado para besarla profundamente una vez más y después succionarle los labios irregularmente con el movimiento que él fue marcando. Akane era tan suave, tan tersa… Aunque ahora estuviera tensa por el acto en sí, seguía siendo una mujer, y a Ranma le encantaba sentirse la parte fuerte, grande, poderosa, el que sometía y era capaz de dominar. La mitad que tiene el conocimiento de tener el control si así se lo propone, de superioridad física, de ser hombre.
Gotas de sudor empezaron a poblar sus frentes y a empapar las prendas que llevaban puestas. Las chaquetas cobijaban el calor que ardía en combustión sin escape. Cualquiera que los espiara desde fuera, a través de las puertas de cristal, distinguiría con dificultad la imagen de dos figuras pegadas contra la pared, envueltos en la oscuridad, subiendo y bajando una y otra vez contra el pavimento de mármol, deslizándose un momento tras otro como si el acosador en realidad pretendiese hacer un agujero en la pared.
Akane gimió para descargar su placer de alguna manera. Le fue imposible quedarse callada con esa corriente eléctrica que era su sangre. Ranma era directo, no cortándose ni un pelo. Se entregó de igual manera que si hubieran estado en una habitación a oscuras haciendo lo mismo. No dejó de empujarse contra ella, de excitarse, penetrándola invisiblemente, besándola en el cuello, respirando aire caliente de su piel.
La joven estaba a punto de tocar aquel momento glorioso que era superior a ella, superior a cualquier otra sensación humana que se pudiera sentir de forma física. Notó las robustas manos de Ranma en sus nalgas obligándola a encajar sus caderas en las suyas, haciendo una unión casi perfecta. Le escuchaba y sentía respirar sonoramente en una de sus orejas, quebrantando el silencio. Se abrazó de forma posesiva a él, con mucha más fuerza, sabiendo que su clímax estaba al caer.
El calor era tan asfixiante, tanto… que era como estar pisando el infierno en llamas, como estar rodeados de paredes de fuego, ardiente, picante, abrasador. Aspiró profundamente, llenándose del aroma de Ranma, masculino, penetrante, alucinógeno. Llevó la cabeza hacia atrás sintiendo los espasmos de su gozo expandirse por cada molécula de su cuerpo, abriendo la boca para tomar aire, tensando cada músculo para hacer resistencia al placer que la embargó como un tornado.
Ranma fue espectador de toda aquella escena, teniendo un gratuito asiento en primera fila. Si bien estaba a poco tiempo de correrse él también, no estuvo dispuesto a ponerse hecho un cristo, manchándoselo todo. Fue tan frustrante tener que llegar hasta aquel punto para después dar marcha atrás… Normalmente, en aquel estado, ya no había camino de retorno, uno simplemente aceleraba el movimiento y se fundía en el orgasmo. Pero aquello último no iba a pasar, a menos que Akane quisiera subir al apartamento, cosa que dudaba en aquellos momentos.
Como hombre que era, hizo uso de aquello que sabía 'colocaba' a cualquier hombre del planeta, mirar. Podía ser el mechón de pelo con el que una mujer jugueteaba, un trasero prieto tras unas mallas, una minifalda, unas bonitas piernas, un jugoso escote, una maravillosa sonrisa, una mirada lasciva, o mucho más. Una mujer en lencería, una mujer desnuda, una mujer masturbándose, una mujer maniobrándole, dos mujeres montándoselo juntas, una mujer llegando al orgasmo… Y ahí era donde Akane justamente se encontraba.
Su ninfa se había pegado a su poderoso cuerpo como nunca antes lo hiciera, con ganas, vehemente por instinto, buscando lo que ansiaba. Se dejaba tocar y besar, y a la vez manejar como si no fuera dueña de su propia libertad. La había estado besando fieramente para acallar sus indisciplinados gemidos, que era incapaz de controlar, pero ahora ya no podía siquiera hacer eso. Escuchaba satisfecho su sinfonía femenina, una que empezaba en su cuerpo, lo recorría, y acababa en su boca, sus labios, derramándose en pura explosión. Era toda una experiencia verlo y sentirlo. Ranma se empujaba contra ella una vez y, como si ese movimiento, esa vibración, fuera un muelle que hiciera palanca en su sexo, éste retumbaba en el cuerpo de Akane trasformándolo en un eco, un sonido, un suspiro, un pequeño grito, una exhalación sonora, un jadeo… una vez detrás de otra. Era arrollador.
Volverle a hacer el amor a Akane sería una de las memorias que nunca olvidaría. Observó como ella levantaba la cabeza, inclinándola hacia atrás, empezando a temblar en pequeñas y rápidas sacudidas. Sus ojos siguieron aquel trayecto deleitándose con lo que más le excitaba, ver a Akane gozando de él mismo. Fue un poema ver su cara, sus pequeños labios rosados abrillantados por la saliva, sus mejillas incandescentes a punto de prender fuego, sus grandes ojos cerrados fuertemente con las pestañas como únicas testigos del último embiste, su frente perlada portadora del desenfadado flequillo atrapado en él.
Akane explotó no pudiendo aguantar más, rindiéndose ante sus sentidos, sintiéndose como una esponja que era exprimida hasta sacar el mayor jugo de ella. Ranma quiso estar dentro de ella, sentirla completamente, con cada palmo de su piel. La abrazó previendo la bajada de adrenalina que ella experimentaría, quedándose sin fuerzas ante una tracción conseguida en tan poco tiempo y llevada a lo más alto. Tuvo que dejar de hacer la ejecución de la penetración para mantenerse limpio. Los requisitos habían sido conseguidos y estos incluían nada más que a la mujer que tenía delante. Si Akane había disfrutado, aquello era lo verdaderamente importante.
