Disclaimer: Harry Potter y sus personajes son propiedad de J. K. Rowling. Esta historia está escrita sin ánimo de lucro.

Advertencia: Este fic es un slash (relación chico/chico) y contiene lemon (sexo explícito). Si no te gusta el género no sé que haces aquí metido. Dale a "Atrás" y busca otro fic más acorde con tus gustos.

Para EugeBlack con muchísimo cariño. Cari, aquí continúa el regalo! Qué lo disfrutes! Tqm!

Never Say Goodbye

Capítulo 2

Las lágrimas caían con fuerza por sus pálidas mejillas. El corazón le latía con desmesurada fuerza, produciéndole un agudo dolor en el pecho. Los pulmones se hinchaban y deshinchaban con rapidez, aspirando y soltando aire sin control apenas, produciéndole un leve mareo.

Cerró los ojos y se tapó la cara con las manos, empezando a rezar a todos esos dioses que ignoraba si existían en verdad o no para que lo que acababa de escuchar a través de la línea del teléfono fuera mentira.

El sudor de sus manos se mezcló con las lágrimas de las mejillas. Sentía que todo a su alrededor daba vueltas, incrementándole el dolor de cabeza.

.-¿Harry? –de repente sintió una mano posarse en su hombro y la voz de Lucy parecía que venía de muy lejos-. Harry¿qué te pasa¿Te encuentras mal?

Harry no consiguió encontrar su voz para poder contestar a su compañera y amiga. Ni siquiera fue capaz de levantar la cabeza para mirarla.

La mujer, con la preocupación pintada en la cara, se agachó a su lado y le quitó a Harry las manos de la cara para poder mirarle. Se asustó cuando vio el brillo de desesperación y terror en esos brillantes ojos verdes. Le movió un poco, intentando llamar su atención, pero parecía que estaba sufriendo un fuerte shock porque no le contestó. Ni siquiera se movió para mirarla, como si no la hubiera oído.

.-¡Harry! –Lucy le zarandeó con algo más de fuerza, intentando hacer que reaccionase-. ¡Harry, respóndeme!

Lo único que consiguió como respuesta fue un susurro muy bajo escapado de sus labios que sonó algo así como "Draco…".

De pronto, Harry levantó la cabeza, hizo que la niña que aún seguía sentada sobre sus piernas se sentara en el suelo y se levantó de un salto mirando a su alrededor. Entonces reparó en Lucy, que seguía mirándolo preocupada a su lado.

.-Lucy, tengo que irme –Harry la miró durante unos segundos más antes de girarse e ir hacia su mesa en un rincón del aula, de donde cogió apresuradamente su cazadora vaquera y la mochila-. Por favor, quédate con los niños.

.-Harry, espera un momento –Lucy le sujetó por el brazo justo en el momento en el que él se disponía a salir de la clase-. ¿Se puede saber qué ha pasado?

El chico suspiró y miró ansioso la puerta, deseando irse, pero Lucy necesitaba una explicación, aunque fuera pequeña. Se giró hacia su compañera con impaciencia y clavó sus asustados ojos verdes en los confundidos ojos castaños de ella. Respiró profundamente antes de empezar a hablar.

.-Draco ha tenido un accidente –la voz se le quebró-; le acaban de ingresar en el hospital en estado crítico.

Atisbó la mirada sorprendida y horrorizada que le lanzó Lucy antes de salir de la casa. Desató la bici de la valla y se montó, dispuesto a ir al hospital lo más deprisa posible.

.-¡Harry! –Lucy le llamó asomada a una ventana. Harry la miró, cansado de que ella le estuviera deteniendo durante todo el rato-. ¡Espera, Harry, te llevó en el coche, llegarás más rápido!

Pero Harry se negó con el terror reflejándose en sus ojos y en el gesto de su cara. Lucy se extrañó y sorprendió al ver su negación, pero no le dio tiempo a nada más, pues Harry se apresuró a salir de allí lo más rápido posible.

Pedaleó con fuerza y temerariamente. Apenas miraba a ambos lados de la carretera antes de pasar por algún cruce. Lo único que tenía en mente era llegar al hospital.

Los ojos se le aguaron al pensar en Draco. No podía pensar siquiera en la posibilidad de que le hubiera pasado algo malo. No, era Draco Malfoy, era imposible que le hubiera pasado algo grave. Sólo sería una falsa alarma. Llegaría al hospital y Draco le estaría esperando en la salida, sin un solo rasguño y con una de sus sonrisas maliciosas dibujada en sus labios. Se reiría de él en cuanto viera lo preocupado que estaba, luego le abrazaría y le besaría para tranquilizarle.

Sí, seguro que pasaría eso. Se intentó convencer a sí mismo, sin siquiera considerar que era muy posible que eso no fuera verdad.

No oía los pitidos que le mandaban los coches cada vez que pasaba por delante de ellos. No veía ningún peligro para él, lo único importante que existía en ese momento era Draco; Draco y volver a casa con él y no dejarle volver a subir en un maldito coche en su vida.

El costado empezó a dolerle. Los músculos de las piernas le gritaban por el sobreesfuerzo, pero él no hizo caso y aumentó la velocidad.

La gente que había por la calle le miraban extrañada, pero él, al igual que con los claxon de los coches, les ignoró y siguió su camino. Todas esas figuras se dibujaban borrosas en sus ojos aguados, como si pertenecieran a un sueño.

No, aquello no era un sueño; era una pesadilla.

No sabía cuanto tiempo había pasado desde que le habían llamado al móvil hasta que vislumbró el blanco edificio que era el hospital. Tal vez habían pasado dos minutos, o quizá en realidad habían sido dos horas. No lo sabía; tampoco le importaba.

Dejó tirada la bicicleta en la entrada. No se preocupó por si se rompía con la caída; como para preocuparse por esa estupidez. Salió corriendo hacia la recepción, en donde dos mujeres de las tres que se encontraban allí hablaban por teléfono mientras que la tercera hablaba con un hombre rellenando una ficha que había sobre el mostrador.

No supo lo que pasó entonces. De repente empezó a preguntar a gritos por Draco; dónde y cómo estaba Draco. Una garra helada apretaba su corazón con violencia.

Su histeria crecía ante las respuestas de las recepcionistas, que no tenían idea de por quién les estaba preguntando. No pudo seguir conteniendo las lágrimas y las dejó caer. Se tapaba la cara con las manos y respiraba con agitación.

Unas manos gentiles y firmes se posaron sobre sus hombros y le hicieron sentarse en una silla en la sala de espera. Las personas que estaban allí le miraron con simpatía y comprensión antes de volverse cada uno a sus propios asuntos.

Su respiración seguía completamente entrecortada y agitada. Le pusieron en sus manos una tila, pero éstas le temblaban de tal forma que tuvieron que quitarle el vaso para que no tirara todo su contenido.

Alzó la cara y miró a esas personas que estaban a su lado, las que le habían llevado hasta allí y habían intentado darle la tila. Eran una enfermera y un celador. Parecía que estaban preocupados por él ¿Por qué estaban preocupados por él¿Por qué estaban con él¡Deberían estar con Draco, curándole y diciéndole que él ya estaba allí esperándole para volver a casa!

Intentó decírselo, pero apenas salían palabras coherentes de su boca. Volvió a taparse la cara, secándose las húmedas lágrimas y pasándose las manos por el pelo con desesperación, sin oír las palabras que aquellas dos personas le dirigían.

La enfermera le dijo algo al celador y se marchó con rapidez. El celador se quedó allí, a su lado, intentando tranquilizarle sin darse cuenta de que Harry no le escuchaba ni le hacia caso.

Varios minutos después la enfermera volvió y se agachó frente a él, quitándole las manos de la cara y mirando aquellos aterrados ojos verdes.

.-Señor –comenzó a hablar, con una voz tranquilizadora y cálida-, Draco Malfoy está siendo operado en estos momentos –Harry prestó toda su atención al oír el nombre de su pareja-. Dentro de poco vendrá la doctora que lo atiende y le explicará lo que le pasa, pero ahora tiene que tranquilizarse. No ayudará en nada al señor Malfoy si le ve tan histérico como está en este momento.

Harry intentó hacerla caso, pero su corazón seguía latiendo con rapidez en su pecho. Las palabras de la enfermera resonaron con fuerza en su cabeza. "Está siendo operado en esos momentos"… "…operado…"

¿Por qué estaban operando a Draco¿¡Qué le pasaba¿¡Era grave?

Volvió de nuevo a esconder su cara entre las manos. Intentó controlar la respiración agitada y los temblores que le invadían. Las manos le sudaban por los nervios y su mente no paraba de imaginarse el escenario del accidente y el cuerpo cubierto de sangre de Draco, entre los restos destrozados y torcidos de su coche. Le veía en el quirófano, con los médicos y las enfermeras a su alrededor intentando salvarle la vida.

Se sintió desesperarse aún más antes esas imágenes mentales. Las lágrimas volvieron a caer de sus ojos, surcando sus bronceadas mejillas como dos riachuelos salados.

El celador le obligó a levantarse y le llevó afuera, ignorando los balbuceos de Harry, que intentaba resistirse. No quería marcharse de la sala de espera. ¿Y si mientras estaba fuera le llamaban y él no se enteraba¡No podía permitir que le hicieran creer a Draco que estaba allí solo y que él no había acudido al hospital!

El aire fresco del exterior le golpeó en la cara, refrescándole la mente y las ideas. Se secó las lágrimas con los puños de la sudadera y el sudor de la frente y de las manos.

El celador, que seguía a su lado, le entregó de nuevo la tila cuando vio que estaba más tranquilo. Se la tomó de un trago, sin mirar mucho lo que le habían dado. Miró a su alrededor, fijándose por primera vez en la entrada de urgencias del hospital, por donde había entrado. Vio su bicicleta tirada en el suelo al lado de la puerta y se aproximó a ella para ponerla en pie, intentando entretenerse en algo para no pensar en lo que podía estar pasando en el quirófano.

La bici tenía un arañazo en el manillar y otro en el cuadro. Pasó una mano por el manillar, recordando con cariño el día que Draco había llegado a casa con ella como un regalo de cumpleaños con un lazo verde alrededor del sillín. Había sido el primer regalo de cumpleaños de parte de Draco, cuando los dos habían cumplido los dieciocho años y ya vivían juntos. Nunca había sabido como Draco había descubierto su deseo de tener una bicicleta, pero lo había hecho.

El celador se acercó a él y le preguntó si estaba bien. Harry le respondió ausentemente, aún metido en ese recuerdo. Habían estado pasando una mala época, sobretodo Harry, y aquel regalo le había sacado una verdadera sonrisa por primera vez en bastante tiempo.

Las horas fueron pasando con lentitud. Harry caminaba de la sala de espera a la entrada incansablemente. Observaba a la gente que entraba y salía de allí con curiosidad, poniéndose de los nervios cada vez que miraba al reloj y veía las manecillas moviéndose tan sumamente despacio, como si el tiempo quisiera jugarle una broma de muy mal gusto.

Al final terminó sentado en una silla de la sala de espera, pasándose repetidamente la mano por el pelo, alborotándoselo aún más, y mordiéndose el labio inferior.

De pronto, alguien vestido con una bata blanca se plantó delante de él. Levantó la vista y miró a la doctora que se había detenido frente a él.

.-¿Familiares de Draco Malfoy?

Se puso en pie, sintiendo como el corazón volvía a acelerársele. Se secó las húmedas palmas de las manos contra la tela del pantalón. La mujer, que no era muy mayor, le miró con curiosidad. Ese hombre no se parecía en nada a su paciente, en realidad eran claramente antitéticos el uno del otro.

.-¿Es familiar del señor Malfoy? –volvió a preguntar, dirigiéndose, obviamente, a Harry.

.-Soy su novio –contestó sin dudar. Tuvo que contenerse para no rodar los ojos ante la sorpresa nada disimulada de la doctora. No le importaba en absoluto lo que ella pensara sobre ellos, lo único importante era que Draco estuviera bien.

La doctora tardó sólo unos momentos en recuperarse de la sorpresa. Carraspeó un poco incómoda al darse cuenta de que Harry había visto su asombro, pero volvió a su actitud fría y profesional.

.-Soy la doctora Walters –extendió la mano para que Harry se la chocara-. Soy la doctora que trata al señor Malfoy.

.-Harry Potter –contestó él, dándole la mano con rapidez y ansiosamente. La mujer estaba tranquila e inexpresiva, como si no notara el nerviosismo de Harry, y eso le estaba poniendo histérico-. ¿Cómo está Draco¿Está bien?

La doctora le siguió mirando inexpresiva durante unos breves segundos antes de indicarle que la siguiera.

Harry se aferró casi con desesperación al asa de de su mochila, buscando un punto de apoyo. Siguió a la mujer por varios pasillos del hospital, esperando que ella le contase algo sobre su pareja.

Veía a las personas que caminaban por los pasillos, la mayoría tristes y alicaídos, o con una sonda en su cuerpo, ayudándoles a vivir. Una mujer lloraba desesperada al lado de la puerta de una habitación, apoyándose en la pared y con todo el cuerpo temblándole y convulsionándole.

Apartó la mirada y cerró los ojos, empezando a respirar con dificultad. Rogó a los cielos para que Draco estuviera bien, para que no le pasara nada.

La doctora Walters le guió hasta un estrecho pasillo y se detuvo delante de un ventanal. Harry se acercó con pasos tambaleantes y miró la habitación que se encontraba al otro lado del cristal.

Se quedó completamente paralizado, el corazón en su pecho se detuvo, la respiración se le congeló en los pulmones y los ojos se quedaron mirando fijamente a la figura que permanecía en aquella cama, sin ser capaz de apartar la mirada de allí.

Un hombre joven, de unos veinticinco años se encontraba tumbado en la cama, entubado. Multitud de cables conectaban el cuerpo a máquinas que producían leves pitidos, señalando que el paciente seguía vivo. Tenía varios arañazos y cortes sin importancia en la cara, el torso vendado en su mayoría y una pierna escayolada y alzada con ayuda de un soporte. Su pecho, que subía y bajaba con lentitud pero también con regularidad, era lo que le demostraba a Harry que aquel hombre rubio e inconsciente seguía viviendo.

.-Draco… -su nombre escapó de entre sus labios inconscientemente. Se acercó todo lo posible al cristal y observó a su pareja, asegurándose de que seguía respirando-. ¿Qué le ha pasado?

.-Tuvo un grave accidente automovilístico –le dijo ella-. Sufrió graves heridas internas. Le estuvimos operando, pero su estado es muy inestable. Tuvimos que extirparle el bazo; una costilla…

Harry dejó de atender a las explicaciones de la doctora. Tuvo que cerrar los ojos y apretar los puños con fuerza para no meterle un puñetazo a la pared más próxima. La inquietud y la impotencia le corroían por dentro.

Volvió a abrir los ojos y los fijó en Draco. Estaba inconsciente, ajeno a su alrededor, con aquel tubo metido en la boca para ayudarle a respirar y todos aquellos cables que le tomaban las constantes vitales.

.-¿Se pondrá bien? –preguntó sin volverse, apoyando su frente en el frío cristal.

.-No lo sé –en la voz de la doctora pudo notarse un tinte de pena, pero Harry lo pasó por alto-. Ya dije que su estado es muy inestable. Me temo… -calló durante unos momentos, suspirando e intentando darse ánimos. Aquello era una parte horrible de su trabajo-… me temo que si en las próximas veinticuatro horas no despierta… deberá mentalizarse de que es muy posible que tenga que despedirse de él.

Harry se volvió de golpe y fijó sus furiosos y determinados ojos verdes sobre la doctora, que se encogió en sí misma al notar subconscientemente el inmenso poder que tenía ese hombre.

.-Nunca le diré adiós –pronunció él, con voz lenta y desafiante. La mujer fue incapaz de sostener su poderosa mirada y tuvo que bajar la cabeza acobardada. Harry la miró durante unos momentos más, enfurecido, antes de volverse y seguir mirando la inconsciente figura de su pareja.


Sostenía entre sus fuertes manos la fláccida y relajada del rubio, acariciándola con inmenso cariño. Su verde mirada pasaba del pálido rostro al pecho vendado fuertemente cada poco tiempo para asegurarse de que no dejaba de respirar. Acarició con devoción los largos y delgados dedos de pianista, recordando las preciosas melodías que el rubio había tocado para él en numerosas ocasiones.

.-No me puedes abandonar –le susurró, como si pudiera oírle-. Me lo debes. Yo no te abandoné, tú no puedes hacerlo ahora.

Besó la palma de la mano que mantenía entre las suyas y sintió la frialdad de la piel contra sus labios. Las lágrimas inundaron sus ojos, pero Harry no se permitió llorar. Ver y sentir aquella palidez y frialdad, tan parecidas a la muerte le acongojó el corazón.

Volvió a refugiar esa mano entre las suyas y la frotó con delicadeza, intentando brindarle calor.

Unos mechones de pelo rubio caían sobre el rostro pálido de Draco. Se los apartó con una lenta caricia sobre su frente y dejó allí la mano, notando un sutil calor que desprendía aquella zona. Draco tenía fiebre. No sabía si eso era bueno o malo.

Llamó a una enfermera a través de un botoncito en la pared. La misma chica que le había llevado la tila cuando había llegado al hospital acudió y revisó a Draco. Trasteó unos momentos con el cable del suero, aumentando el goteo, y con las máquinas que estaban conectadas con Draco. Luego escribió algo en una carpeta que había a los pies de la cama y salió después de dirigirle una sonrisa.

.-Tranquilo, ya verás como se pone bien –le dijo-. Tiene cara de ser un hombre muy tozudo y cabezota.

Harry quiso creerla e intentó devolverle la sonrisa, aunque sólo consiguió levantar levemente las comisuras de su boca en una burda imitación del gesto. Mentalmente coincidió con la enfermera: sí, Draco podía ser muy cabezota cuando quería. Si algo se le metía en la cabeza no había quien fuera capaz de sacársela.

Como esa mañana, cuando le había dicho que no cogiera el coche y él no había querido hacerle caso.

Suspiró y pasó la yema de su dedo índice por uno de los arañazos del corte, dejando fluir la magia que tenía en su interior con mucha lentitud y cuidado, para que el Ministerio de Magia no se diera cuenta, y curó la herida. Hizo lo mismo con la que tenía debajo de la oreja derecha y con el de la ceja. Deseó ser capaz de curar del mismo modo las heridas internas que su pareja tenía, pero su poder no llegaba a tanto.

En ese momento odió como nunca a Dumbledore y a Fudge, y también a ésos que había creído que podía llamar amigos y que le habían apuñalado por la espalda. Por su culpa ni él ni Draco podían volver al mundo mágico. Y no era que por esos ochos años que llevaban apartados de ese mundo los hubieran necesitado en alguna ocasión, pero en ese momento desearía poder llevar a San Mungo a Draco para que le curaran en un santiamén, como estaba seguro que podrían hacer.

Los recuerdos de su pasado comenzaron a pasar por su mente. Recordó el día que conoció a Draco en la tienda de túnicas, un niño estúpido y mimado que le había caído mal y le había atraído desde el mismo momento en que clavó sus ojos grises en él y abrió la boca. También recordó sus peleas, tanto verbales como físicas, que se habían repetido con tanta asiduidad durante la mayor parte de su estadía en Hogwarts. Y por supuesto rememoró con cariño, al mismo tiempo que una sonrisa se dibujaba en sus labios, el día en que había bajado a las mazmorras por un castigo de Snape, al que nunca había llegado, por cierto, y se había encontrado de pronto con Draco, el cual, de improviso, le estampó contra la pared y le dio el besó más apasionado y maravilloso que nadie le había dado, por muy cursi que sonara aquello.

A partir de entonces habían comenzado una relación secreta.

Una de las primeras cosas que Draco le había dicho a Harry sobre él era que ya tenía la marca tenebrosa en su brazo. Había sido obligado por su padre y él no había sido capaz de negarse. A Harry no le había impresionado que Draco fuera mortífago, eso ya lo había asumido desde que supo lo que era un mortífago, pero lo que sí lo hizo fue que Draco se lo hubiera dicho tan rápidamente, confiando en él. Harry le había ayudado sin pensárselo demasiado y le había apoyado cuando Draco había tenido que reunirse con su padre, en varias ocasiones.

Nadie, exceptuando a Lupin, había sabido nada de lo que sentían el uno por el otro y su relación en secreto hasta que llegó la última batalla, poco antes de terminar su séptimo curso. Draco había aparecido en la batalla vestido con su túnica negra y su máscara blanca de mortífago junto con todos los demás mortífagos; pero ante el asombro de todos se había puesto al lado derecho de Harry y se había quitado la túnica y la máscara con un movimiento elegante y desafiante al mismo tiempo.

No se había separado de su pareja en toda la batalla, cubriéndole la espalda de sus ex compañeros mortífagos hasta que Harry tuvo que enfrentarse a Voldemort.

La misma jaula que les había rodeado en el cementerio cuando Voldemort había adquirido un nuevo cuerpo les volvió a rodear en esa ocasión en cuanto las varitas de ambos se conectaron. Sólo ellos quedaron en su interior; Draco, la Orden del Fénix y los aurores junto con los mortífagos quedaron fuera.

La lucha había sido muy larga. Los dos magos eran muy poderosos, y ninguno había estado dispuesto a ceder ante su rival. Los guijarros de luz que había en la jaula habían estado detenidos por un buen rato a causa del poder igualitario de los dos contrincantes chocando como si estuvieran haciendo un pulso. Después de mucho rato y de mucho poder gastado, lord Voldemort había bajado por un segundo su guardia, firmando así su condena. Harry había aprovechado ese segundo de flaqueza y había atacado con todo su poder, expulsando toda su magia hacia el asesino de sus padres. Nadie supo, ni siquiera Harry, lo que había pasado. En el mismo momento en que proyectaba su magia hacia el Señor Tenebroso una brillante luz dorada los había rodeado, deslumbrando a todos los que había alrededor de la jaula y a los propios protagonistas.

Para cuando la luz menguó y desapareció, todo ya había pasado. Harry se encontraba de pie, en donde había estado antes, respirando agitadamente y con las piernas temblándole sin apenas sostenerle. De Voldemort no quedaba rastro. Ningún cuerpo, ninguna varita, ninguna túnica, nada. Simplemente había desaparecido por completo.

En cuanto Harry lo había descubierto, no pudo evitar sonreír con alivio. Sudaba, jadeaba y temblaba. El cansancio que sentía, se le notaba a distancia, al igual que se le notaba que estaba a punto de caer al suelo al no ser capaz de seguir sosteniéndose sobre sus piernas.

Pero Draco llegó a su lado justo a tiempo para cogerlo antes de que cayera. Le sostuvo en sus brazos y le bajó al suelo hasta que estuvo sentado para después sin importarle nada las miradas curiosas y sorprendidas de las que eran objeto, le abrazó y le besó. Harry también se abrazó a él y le correspondió al beso antes de dejarse llevar por el cansancio.

Harry, a partir de ahí ya no recordaba nada más hasta que despertó en la enfermería el día que había terminado su vida en el mundo mágico. Sabía que Draco le había cogido en brazos y le había llevado a la enfermería de Hogwarts, de donde el rubio no había salido bajo ningún concepto hasta que él había despertado.

Harry volvió al presente cuando la entrada de una nueva enfermera en la habitación le sacó de sus pensamientos. Volvió a acariciar la mano y el pelo de Draco, sintiendo la suave textura de este último bajo sus manos. Suspiró y apoyó la cabeza en el colchón, al lado de la mano de Draco y sin soltarla.

Se estremeció al pensar en el futuro, así, de pronto. Draco no había despertado, y aunque no quería pensar en lo que le había dicho la doctora, cabía la posibilidad de que no lo hiciese nunca.

Jadeó al pensarlo y giró el rostro hasta ocultarlo en la sábana blanca que cubría el colchón.

No, él no le permitiría a Draco que se marchase. Le iba a mantener a su lado, aunque tuviera que ir al reino de los muertos a por él y traerle de vuelta.

Miró el reloj digital que llevaba en la muñeca izquierda. Habían pasado apenas dos horas desde que Draco había salido del quirófano. Sólo dos míseras y exasperantes horas. Y aún nada, ni un solo movimiento que le indicase que Draco fuera a despertar.

Pero lo iba a hacer, estaba seguro de eso. Draco le había prometido hacía ya mucho tiempo que no le iba a abandonar nunca, que siempre iba a estar con él, y hasta ese momento había cumplido su palabra. No iba a romperla nunca, y menos en ese momento. No iba a dejarle solo.

Solo. Cómo odiaba esa palabra. Siempre había estado con él, haciéndole compañía durante los largos y horribles años vividos junto a los Dursley, incluso había estado con él también después, cuando había entrado a Hogwarts, aún incluso después de haber conocido a sus supuestos mejores amigos Ron Weasley y Hermione Granger.

Sólo en tres ocasiones había sentido cómo esa palabra y esa sensación de soledad le habían abandonado: cuando había conocido a Sirius y a Remus y cuando Draco le había declarado sus sentimientos y habían comenzado esa maravillosa relación.

Pero Sirius había muerto aquel día a finales de su quinto curso, haciéndole caer de nuevo en aquel pozo de oscuridad y soledad en donde había permanecido durante la mayor parte de su vida.

Y entonces llegó Remus Lupin, dispuesto a sacarle de allí y demostrarle que no todo en su vida era muerte, dolor y sufrimiento. Aquel hombre lobo tranquilo y apacible al que por causas ajenas a él no había tenido la oportunidad de conocer mucho y a fondo, se convirtió en uno de sus pilares más fuerte, en donde pudo apoyarse cuando sintió que todo se le venía encima, un pilar que le sostuvo cuando cayó y le enseñó a levantarse sin que su orgullo ni su amor propio se vieran afectados por aceptar y darse cuenta de que necesitaba la ayuda de alguien.

Remus fue el único que supo sobre su relación secreta con Draco. Le guardó el secreto, le apoyó y le aconsejó, siempre con una sonrisa en los labios y un ojo puesto en el joven Malfoy para asegurarse de que no le haría daño a su joven cachorro, sólo para asegurarse.

Pero llegó el día en el que Harry volvió a perder su punto de apoyo.

Un par de meses antes de la batalla final, Remus y Snape se habían tenido que ver en el Callejón Knockturn a causa de una información que tenía que darle el mortífago al licántropo de urgencia. Snape había tenido que dejar su puesto en Hogwarts para cumplir apropiadamente con su trabajo de espía y mortífago, y su enlace con Dumbledore era a través de Remus Lupin. Total, el merodeador no era el primer licántropo que iba al Callejón Knockturn para conseguir poción matalobos, así que nadie vería nada de raro en que Lupin estuviera allí.

Pero con lo que ninguno de los dos había contado había sido que les hubieran preparado una emboscada. Nadie nunca supo como lord Voldemort había descubierto quién era el traidor y cómo se mantenía en contacto con Dumbledore. Pero así había sido.

Ni Remus ni Snape consiguieron salvar su vida de aquella brutal emboscada.

La noticia para Harry fue terrible. Entró en un horrible estado de depresión del que salió sólo con la ayuda de Draco, con sus abrazos tiernos y consoladores, su actitud firme y segura y su presencia tranquilizadora y pacífica. Había sido él quien le había animado a seguir adelante, no Ron, ni Hermione, ni el propio Dumbledore, como el viejo director había creído.

Si bien era verdad que ni Ron ni Hermione le habían ayudado a superar la pérdida de Remus, Harry siempre había creído que los dos eran sus mejores amigos y que estarían allí para él siempre que les necesitase. Pero no había sido así.

Mientras volvía a besar la fría palma de Draco y acomodaba de nuevo su cabeza en el colchón, Harry empezó a recordar el día en que su mundo se hundió bajo sus pies y su vida en el superficial mundo mágico llegaba a su fin.


Bueno, aquí está la continuación. Sí, un capítulo muy pesado, pero tenía que explicar porqué ni Draco ni Harry están en el mundo mágico; y las explicaciones todavía no han terminado…!

Euge, espero que te siga gustando!

Mil besotes a todos, y muchísisisimas gracias a los que dejaron rr!

Aykasha-peke
Miembro de muchas Órdenes