El hacer este pequeño one-shot como especial de halloween este año es... como un "sueño" mío que tenía desde hacía unos años, honestamente. Si bien, no cumplí con los años anteriores donde una pesadilla que tuve fue lo que usé como inspiración, técnicamente este aún es un sueño de mi inocente adolescencia.

La historia original pertenece al autor "Roald Dahl"

Multiverso.

Undertale clásico.

One-Shot: "El humano del sur"

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-[Fragmento 1: Dime con quién te juntas, y...]-

"¡YEHAHAHA!, ¡ESTA ES MI GRAN NOCHE!~"

Aulló a la luna, ajustándose su corbata para tener algo más de espacio para respirar. El característico "Auuu~" de su especie y raza salió de sus labios no mucho después de que sus fichas fueran colocadas en el color rojo en la ruleta. La humana de cabello naranja que le atendía hizo girar la misma, sus pupilas persiguieron la pelota blanca mientras giraba.

No rogó a nadie, ni siquiera a su rey todo poderoso que le ayudara con la suerte divina, como hacían otros.

Y, justo como había intuido...

"Rojo 14. Felicidades señor; ha ganado"

La sonrisa que plagó los labios de la crupier al ver a su cliente levantarse de la silla y gritar, llevándose las manos a sus pectorales repetidas veces en un gesto presuntuoso era idéntica a la de él, pero sin mostrar los dientes. Aún pese a su aparente inmortal suerte, ese lobito seguía manteniéndose humilde, no era una soberbia extrema, sino una alegría extrañamente agradable.

Daban ganas de celebrar con él, pero debía apegarse a la etiqueta y su trabajo.

"¡Gracias por tu ayuda linda!~ has sido una maravillosa compañera~"

Exclamó, colocándole una de sus peludas manos en el hombro derecho, la otra se encargó de arrastrar todas sus inumerables fichas a la bolsa que traía consigo, pues ya no cabían en sus bolsillos desde hacía un par de horas. Ella asintió, despidiéndose de él con su mano derecha en un gesto simplón. El monstruo, quien había estado ligeramnet alcoholizado desde hace unos momentos, decidió que lo más sensato ahora mismo era tomarse un pequeño descanso.

Vió múltiples humanos y seres de su raza, cada uno en su propio mundo; algunos ricachones rodeados de mujeres exhuberantes, pobres diablos sufriendo y gritando de forma melodramática al perder, otros como él gozando de su suerte sin piedad, e incluso algunos borrachos arrastrándose por el suelo quejándose de sus infortunias. Suspiró, negando con la cabeza mientras sus piernas le llevaban a la zona restaurante del lugar.

Como tantos otros, tenía muchas cosas que agradecerle al pequeño Frisk Dreemurr, si no hubiese sido por él, jamás habría descubierto aquel hermoso nirvana que los humanos bautizaron como "Las Vegas", la tierra del juego y el azar era algo que ahora entendía a la perfección, solo necesitó un boleto de lotería, uno solo... para poder cumplir su sueño.

Algunos lo llamarían Ludópata, de hecho, su hermano mayor casi le rompió la nariz la semana pasada cuando le vio llegar a casa con bolsas repletas de dinero tras intercambiar sus fichas.

Su madre le dijo que estaba enfermo, y su padre simplemente mantuvo la boca cerrada, negando con desaprobación.

"¿Qué van a saber?, traigo más dinero a casa que cualquiera de ellos..."

Refunfuñó con ligera molestia, llevándose su pedido a la boca. Un exquisito cóctel que, gracias al cielo, le ayudaba a mantener su buen espíritu. El juego y la suerte que le otorgó la vida le permitían darle lujos a su querida familia, aún si desaprobaban sus prácticas, él los amaba por encima de todo. Y sabía controlarse de hecho, bastante bien.

Lo suficiente como para ponerse a considerar de si era tal vez, buena idea, detener su jornada mensual por aquella noche. Tal vez podría darles una deliciosa sorpresa culinaria a sus tontos progenitores, ¿comprarle un saco nuevo a su tonto hermano para que presumiera en su aburrido trabajo?, de una manera u otra, iba a hacer que se enorgullecieran de él y su suerte infinita.

"¡Comes más lento que una tortuga!, ¡¿cuánto tiempo más te vas a tardar?!, ¡me ocupas la mesa!"

Ya fuese el destino, o simplemente la voz en extremo desagradable de aquella camarera, volvió a prestarle atención al mundo a su alrededor: una humana de cabello dorado corto vistiendo un precioso vestido carmesí estaba a unas cuantas mesas adelante de él, siendo tratada pobremente por una empleada con rostro de muy pocos amigos, mujer sumamente maleducada.

Sus reclamos eran completamente ridículos, después de todo, casi ninguna mesa estaba ocupada. Tal vez no fuesen de la misma raza, pero todos tenían que poner de su parte para estrechar las relaciones entre humanos y monstruos, ahora mismo, sentía que esta era su oportunidad para dejar una buena impresión en aquella pobre desafortunada.

Así que, poniéndose de pie, sin dudar ni por un instante, metió su brazo en medio de los rostros de ambas, asegurándose de que su palma sonara al chocar contra la mesa. Sonriendo astutamente, cogió con el otro la silla que estaba a un lado de su nueva acompañante, y, bajo la atenta mirada incrédula de aquella anciana tan desagradable, dejó caer su cola en el respaldo y su trasero en el asiento.

"Ahora yo quiero sentarme aquí con ella. Y quiero cenar."

Su voz salió imponente, casi demandante, pero nunca prepotente. Aún si tenía confianza en su mismo, no pudo ocultar un ligero tono carmesí apoderándose del pelaje negro de sus mejillas; sus dedos partieron al interior al interior de una de sus bolsas, sacando unas cuantas monedas de oro, cayendo en las manos de la mujer, como pago por su futura comida.

"Por favor, tráiganos una bebida. Y yo pago."

Continuó, cruzándose de brazos. Un gesto bastante poco caballeroso, pero que servía para representar sus intenciones; no podría tocarle un solo pelo más a esa joven, como un muro entre las dos. Ladeó ligeramente la cabeza para mirar hacia la derecha: la joven, que aparentemente tenía ojos negros, estaba estupefacta. Su antigua bully, tembló ligeramente, enrojecida de la ira.

Obviamente, se dio cuenta de esto, así que volvió a mirarla, entrecerrando los párpados para verse amenazador.

"¿Tiene algún problema?, llame al gerente."

Eso fue suficiente para hacerla recapacitar. Ya fuese porque quería conservar su trabajo, o porque el gerente en cuestión sería un tipo intimidante, la camarera gruñó por lo bajo, llevándose las monedas al bolsillo. Dándoles la espalda, se adentró a la cocina, muy posiblemente para traerles el platillo más caro junto a la bebida más deliciosa que tuviesen disponible.

Estando solos, solo ahí, se dio la libertad de soltar todo el aire que acumularon sus pulmones. Su pecho se desinfló, y el aire de superioridad que muy difícilmente construyó gracias a la situación desapareció en su totalidad... diablos, incluso se le había pasado la borrachera por completo. Ahora, en medio del silencio, esperando sus órdenes -fuese cuales fuesen- solo quedaba una cosa por hacer...

Volvió a sonreír, pero esta vez con humildad, y acercó su mano derecha buscando un apretón.

"Soy Haylen, mucho gusto señorita, lamento... eso. Pero pensé que necesitaba algo de ayuda."

Se mantuvo callada por unos instantes, dubitativa. Incluso llegó a considerar por unos momentos el pedirle perdón e irse, pero sus dudas desaparecieron no solo porque ya era tarde, sino también porque la suave piel de la mujer con ojos negros, cuyos dedos estrecharon amigablemente los suyos, le trajo algo de paz. Sus manos subieron dos veces, y ella se recargó en su respaldo de igual manera.

"Un gusto Haylen, soy Amy. ¿Te puedo llamar Hay?, pareces amigable, eres el primer lobo que he visto desde... bueno, la ruptura de la barrera."

Soltó una pequeña risa mientras asentía. A decir verdad, estaba ligeramente nervioso: no a todos los humanos les agradaba la presencia de su especie, pues ocurrió literalmente de la noche a la mañana gracias a la intervención de aquel pequeñín, pero tenían buen corazón al final del día. Los momentos comenzaron a pasar, y entre charla y charla, cucharada y cucharada, terminó llegando la necesidad.

Amy llevó una de sus manos a su bolso, sacando una cajetilla de cigarros, de la cual sacó uno solo. Discretamente le pegó una mirada, preguntándole silenciosamente si no le molestaba, a lo que él asintió. Justo cuando se lo llevó a los labios, dispuesta a buscar su encendedor, experimentó una nueva sorpresa. Rápidamente, Haylen se metió la mano en el bolsillo de su chaqueta...

Y sacó el encendedor más bello que haya visto; marca Zippo, con solo levantar la tapa, la llama salió y tocó el tabaco, encendiéndolo. Alzando una ceja, la mujer con cabello como el sol pegó una larga calada a su deliciosa droga, dejando el humo salir de sus labios no mucho después.

Amy: Vaya... que encendedor tan opulento -recalcó, observándole fijamente. Era dorado, con una especie de serpiente tallada en el mismo por un lado, por el otro tenía una extraña combinación de una lanza y escudo que, según sus lagunas mentales, le recordaban a los usados por los espartanos. Diablos, incluso tenía algunos detalles rojos, una verdadera obra de arte- ¿de dónde lo has sacado?

Viendo su evidente curiosidad, el monstruo no pudo evitar inflar una vez más su pecho con orgullo, dejando su preciosidad en la mesa para ser admirado más de cerca por su acompañante.

"Un regalo de mi abuelo; lo conocí muy poco tiempo, como sabes, al envejecer los monstruos damos nuestra magia para que nuestros hijos crezcan. Le gustaba mucho la historia humana que veíamos en los libros que caían al subsuelo, podrías decir... que lo mandó a producir él mismo, ¡nunca me falla!"

Como si su arrogancia no tuviera límites, volvió a coger el pequeño cuadrito de metal, lanzándolo en el aire sin preocupación alguna. Los ojos de Amy siguieron de cerca al Zippo, pensando que caería y se haría trizas por obra y gracia de la justicia divina. Pero no; Haylen lo cogió y lo hizo girar entre sus dedos, como si se tratase de una moneda.

Tap~

Volviendo a dejarlo en la mesa, extendió los brazos a los lados para alardear su pequeño truco.

"Disculpen, ¿puedo sentarme con ustedes?"

Tan absorto se quedó en los ojos de su nueva amiga, que ni él ni ella se percataron de la nueva presencia que se les unía, hasta que ya estaba detrás suyo. Haylen pasó sus ojos por el dueño de aquella voz, un acento extraño cuya procedencia desconocía lo delataban como un extranjero. El hombre, ya entrado en años por las canas de su cabello y el bigote que tenía, vestía un hermoso traje blanco que dejaba su smoking como trapos.

A parte de su bello facial, lo más destacable era el sombrero negro que portaba, resaltando entre toda la nieve de ropas que se traía.

Ni siquiera esperó sus respuestas, pues tomó la silla y simplemente se sentó entre los dos. El lobo, ligeramente avergonzado porque quizás pudo haber visto su ridícula maroma, de igual manera volvió a sentarse, sus orejas bajando en preocupación, cargando incomodidad muy evidente para su mala suerte. El adinerado caballero se retiró su sombrero, haciendo una ligera reverencia con su cabeza.

"Perdónenme. Sé que soy un entrometido, y venir de esta manera fue un descaro... pero estaba escuchando la conversación que estabas teniendo con la señorita. ¿Serías tan amable de repetirme lo que acabas de decirle?"

La ceja derecha del ser de alma blanca se alzó, al igual que sus orejas. No hizo mención alguna de su truco, pero por sus palabras, era obvio que le había visto, pues no había nadie salvo ellos tres en la zona, todos los demás estaban en las maquinarias. Haylen se ajustó su corbata nuevamente, buscando arreglarse para mantener una buena impresión.

Tenía un rostro jovial, y le habló de tal manera que parecía un abuelo... como de esos vaqueros del oeste, o un magnate. No podía identificar ni un rasgo en sus pupilas color gris, pues lo había perdido al parecer, eso era algo a tener en cuenta.

Probablemente, era un humano del sur.

Haylen: Solo le comentaba que este encendedor tiene historia -contestó, alzándolo para mostrárselo más de cerca. Los orbes carentes de color del sureño reflejaron perfectamente aquel artefacto, siendo él el único sonriente. Una sonrisa tranquila, hasta cierto punto dulce, pese a su apariencia tan de clase alta- Y que es un regalo de mi abuelo, nunca me ha fallado.

El humano mostró los dientes en ese momento, muy, pero muy lentamente. Un pequeño escalofrío recorrió la columna del monstruo con negro pelaje, su compañera apagó con un accionar casi mecánico su cigarro en un pequeño cenicero. Esa expresión era realmente... tétrica.

"¿Así que tu encendedor nunca te falla, eh pequeño lobito... ?"

El tono con el que le habló le puso hasta el último de sus pelos de punta. ¿Era esto lo que llamaban "malicia"?, no podía estar seguro. En el subsuelo, los monstruos eran pacíficos y amables, no hacía mucho que habían salido a la superficie, y él que era joven no había tenido muchas interacciones significativas con sus nuevos congéneres. El silencio reinó entre los tres.

Pero no era un silencio incómodo... era uno amenazante.

Todas las ideas que se hizo sobre aquel anciano se cayeron a pedazos, cuando esos ojos grices se le quedaron viendo largamente, estudiándolo.

Conocía esa mirada, acompañada de esa sonrisa... era un depredador que había encontrado una presa, y ahora finalmente estaba disfrutando cada segundo antes de dar el golpe final.

"Dime hijo... por la enorme cantidad de fichas que tienes, supongo que te gustan las apuestas, ¿o me equivoco?"

Pregunta extraña para un humano extraño

Pensó mientras asentía, confirmando sus sospechas. Satisfecho con su respuesta, el don se puso de pie, ahora dirigiendo su mirada a Amy, quien se sobresaltó ligeramente.

"Me llamo Alejandro. ¿Serían tan amables de cumplir una petición?, por favor no se lo nieguen a un anciano. Solo quisiera que me acompañaran."

Ya sea por cortesía o porque realmente la curiosidad le invadía, terminó aceptando su propuesta. Amy, no viendo más opción que seguirle, de igual manera se puso de pie. Justo cuando ya estaba todo listo, los orbes sin color de Alejandro se posaron en un hombre que, durante todo el tiempo, les había visto con curiosidad. Un hombre cuarentón, pero al que la suerte no le sonreía como si lo hacía con el lobo a sus espaldas.

E inmediatamente se le ocurrió una idea.

"Tú ven también. Quiero mostrarles a todos ustedes algo muy, muy impresionante."

Si antes apenas y podía hacerse una idea de lo que quería su anfitrión, ahora estaba perdido. Tanto Haylen como su colega de ojos negros vieron al tercero, uniéndoseles sin siquiera preguntar su opinión al respecto. En menos de dos segundos, ese anciano armó un grupo de cuatro. Riendo jovialmente mientras empezaba a caminar hasta la salida, los ojos del monstruo vieron la mano de Alejandro ir hasta su bolsillo.

Entre todo el sonido de las maquinitas y los griteríos a su alrededor, junto a las luces de Neón, pudo alcanzar a oír el inconfundible sonido de unas llaves.

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-[Fragmento 2: Un premio demasiado grande como para ignorarlo]-

"Yo no solo parezco, sino que soy un hombre rico. MUY rico, si me permiten decirlo"

La facilidad con la que presumía de su fortuna llegaba a ser desconcertante, eso era algo en lo que estaban totalmente de acuerdo, sin lugar a dudas. Alejandro, cuyas manos empujaron las puertas del casino, comenzó a caminar hacia la derecha. Su segundo acompañante, aún ligeramente desconcertado por no comprender como terminó en aquella situación, se presentó como Jacob.

El viejo se colocó su sombrero una vez más, levantó un índice mientras caminaba en dirección hacia el estacionamiento. Aún no había terminado y por como miró hacia atrás, para asegurarse de que estuvieran poniéndole atención, quería seguir parloteando como si fuese un loro.

"Tengo pozos petroleros, he allí el origen de mi fortuna... y quisiera mostrarles mi automóvil descapotable."

Rápidamente sacó la mano que aún tenía metida en el bolsillo, mostrando su llavero; llaves de, aparentemente, oro puro con un caballo rojo como adorno. Las expresiones de estupefacción en sus tres acompañantes mientras sostenía en lo alto su manojo le hizo sonreír, con los parpados entrecerrados... se sentía poderoso, como si sostuviera el maldito santo grial.

Así que, añadiendo más salsa a su acto, presionó el botón de su llavero.

BIP BIP~

Activando la alarma que indicaba la removida del seguro. El origen casi hizo que Amy se cayera de espaldas... aún en un estacionamiento de Las Vegas, donde únicamente asistían ya sea gente rica o idiotas que buscaban agrandar el premio de algún boleto ganador como el mismo Haylen, ese maldito coche relucía por sobre los demás, como un león entre conejos.

Ahí estaba aparcado. Un Porsche negro, con asientos carmesí, aparentemente personalizado con terciopelo y dos dados afelpados preciosos colgando del espejo retrovisor.

Alejandro: Ese carro es mío. -declaró lo obvio, colocando una mano en el capó perfectamente limpio y brillante, no importándole si quedaba una marca. Su pierna derecha se alzó y cargó en su rodilla izquierda en un gesto ególatra, mientras miraba los ojos aún estupefactos de sus tres compañeros, pero más precisamente a la rubia y al muchacho de smoking negro- ¿les gustaría subirse?

...

Tomó un par de segundos para que reaccionaran ante la pregunta. Mentiría si dijera que no estaba ilusionada, los ojos negros de la humana se llenaron de brillo, y sintió como si un cosquilleo le recorriera la piel; miró directamente al rostro de su nuevo amigo, el cual tenía una sonrisa enorme en su hocico, asintiendo. Casi corrieron, abriendo las puertas para poder probar.

Dios, cuando sus cuerpos tocaron aquella delicia de maquinaria se sintió increíble. Haylen tuvo que contener sus ganas de aullarle a la luna, observándole desde lo alto con sus hijas las estrellas.

Sus manos sujetaron firmemente el volante, y ya sea por reflejo o algo similar, pisó el acelerador, sin que nada pasara obviamente, pues no estaba encendido. Escaneó con la mirada el interior, enamorándose de su belleza. Su acompañante estaba igual de embelesada con el interior del auto, más lujoso de lo que nunca había experimentado, era como un sueño estar sentada en algo así.

Y sin embargo... el viento golpeándole la cara le dejaba en claro que no, no estaba soñando.

Los ojos del lobo se toparon con los del humano, quien tenía un rostro cargado de envidia en su estado más puro, pese a que no tenía nada que hacer, Jacob había sido arrastrado contra su voluntad, pero ni siquiera fue considerado para subirse al condenado cacharro. Más temprano que tarde, el de alma blanca se dio cuenta de la sonrisa para nada tranquilizadora que tenía el dueño del coche. Casi como si leyera sus pensamientos, Alejandro alzó su mano libre, callándole.

"Te tengo una apuesta para ti."

Replicó, señalando al lobo con su índice. La fémina y el humano más joven siguieron la trayectoria del dedo hasta el rostro intrigado pero algo nervioso del monstruo, quien, aún si estaba algo desconcertado, su vena de apostador se activó inmediatamente. Alejandro notó esto, y sonrió ligeramente la comisura izquierda de su boca. Como un pescador, había capturado a su presa.

"Si logras encender ese encendedor diez veces de forma consecutiva... te regalaré mi carro. En la guantera están los papeles."

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Haylen: ¿Qué carajos dijo? -al parecer los oídos comenzaron a fallarle, o eso creía hasta que vio como los colores desaparecieron de los rostros de sus acompañantes. Tanto Jacob como Amy se quedaron pálidos cual par de fantasmas. Alejandro simplemente volvió a señalar la dirección en la que estaba la guantera del coche, incitándole a hacerle caso.

Temblorosa y dubitativamente acercó su mano hasta la guantera, abriéndola; una pequeña lucecilla se encendió, y efectivamente... ahí se hallaba el maldito certificado de propiedad del auto, perfectamente doblado.

Volvió a devolverle la mirada, sin poder creerlo. ¿Un ricachón, por muy adinerado que fuera, realmente estaba ofreciéndole el darle un coche como ese a alguien como él?, ¿a un monstruo de a lo mucho segunda clase?, El anciano solo soltó una ligera risa, asintiendo una vez más a las dudas mentales del trío que estaba a su alrededor.

"Veo que tienes dudas. Hablo en serio muchacho; todo está a mi nombre, y si tienes cualquier problema, mañana a primera hora mi abogado, no importa que sea domingo... se contactará contigo. El auto será tuyo."

Los labios de la rubia tuvieron que estrujar fuertemente el cigarrillo que hacía poco había encendido, evitando que se le cayese. Jacob por su lado sacó un pequeño paño, limpiándose el sudor de la frente para poder tranquilizar sus nervios e incredulidad. Incluso él, que se consideraba un ludópata experimentado y había vivido todo tipo de situaciones en Las Vegas... no podía creerlo.

Todo sonaba maravilloso... demasiado como para ser verdad. Sus ojos se encontraron directamente con los del lobo, que le devolvía la mirada con evidente preocupación; pese a ser de edades y razas diferentes, tenían la misma duda.

Así que, tragando saliva, las orejas del monstruo bajaron en preocupación, al mismo tiempo que una simple pregunta escapaba de su hocico.

"¿Y si pierdo?"

Alejandro lentamente se llevó la mano a su sombrero, ajustándoselo. Si quería parecer aterrador, el hecho de sujetar el ala del mismo, bajándolo para que la sombra le cubriera el rostro... cabía como anillo al dedo. Sus labios se curvaron, mostrando su dentadura en una larga sonrisa que nada tenía que envidiarle a un tiburón blanco. No podía verle los ojos, pero si sentir su aura.

Y era una tan amenazante, que su cuerpo casi estaba preparando para sacar sus garras para defenderse por el pavor que le causaba.

"Si pierdes lo vuelves a intentar de nuevo... pero te cortaré un dedo de tu elección."

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Está loco

Pensó para sus adentros el pelirrojo, observando sin parar a Alejandro y Haylen. Había estado ahí desde el inicio, al principio no queriendo ser parte de nada, es más: era una situación completamente surrealista. Había visto mucha porquería a lo largo de todas las décadas que tenía como apostador, todo tipo de personas, pero nunca a alguien tan... aterrador.

Tan ruin.

Y no era nada más que un maldito anciano sacado del viejo oeste.

Sus ojos siguieron lentamente el cuerpo del monstruo, que se puso de pie, abriendo la puerta del auto tras de si, ¿tal vez se iría?... no. El de orbes amarillos se apartó ligeramente, respirando. Llevó sus manos al pelaje de su cabeza, su cabello más bien, pasándoselo por el mismo en un gesto desesperado para intentar calmarse. Obviamente debía estar en un tremendo predicamento.

Aún si era un monstruo, podía entenderlo perfectamente.

¿Qué haría yo en su situación?

Se cuestionó a sí mismo, observando los dedos de sus manos. Un auto como ese... a cambio de que le rebanaran los dedos. Ni siquiera los magos más milagrosos serían capaces de borrar la horrible cicatriz que podría quedar tras una operación.

Volvió a repasar todo lo que había oído seguramente, pisando una y otra vez, deambulando de izquierda a derecha, casi como rogándole al cielo una respuesta.

Justo cuando creía que iba a negarse, Haylen regresó pisando fuertemente, irguiendo la espalda. Tenía un rostro diferente, como si todos los nervios que tenía hacía unos minutos se hubiesen ido por la borda. Finalmente, extendió la mano derecha en busca de un apretón, asintiendo con la cabeza.

"Acepto"

La respuesta del aparente Texano no se hizo esperar; en lugar de aceptar el apretón, rápidamente se colocó a su lado, tomándole del hombro en un medio abrazo amistoso, pero que obviamente carecía de cualquier buena intención. Rió, al mismo tiempo que él y Amy seguían al par de regreso al casino.

"Perfecto. Vamos a mi suite, tú el de pelo rojo serás nuestro árbitro. Y usted preciosa, síganos; está invitada."

El único que se mantuvo feliz durante todo el trayecto mientras subían las escaleras fue él. Desde atrás, Jacob vio claramente el ligero temblor en las piernas del monstruo con grisáceo pelaje. Señal inconfundible del pavor que tenía, pero trataba de ocultar.

Era obvio... pero ya se estaba arrepintiendo de sus decisiones.

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WHAM

Las puertas de la suite se abrieron de golpe cuando el Sureño golpeó las mismas, sin siquiera molestarse. La vista que les dio la bienvenida era... hermosísima. Era, literalmente, el último piso: el más lujoso de todos. Ventanas gigantes que mostraban gran parte de la ciudad como si fuese una torre, candelabros, una escalera que llevaba a un segundo piso aparentemente y cientos de chucherías más.

Una de dos; aquel viejo era o dueño del casino... o uno de los inversionistas más importantes del susodicho, siendo esa la única manera en la cual era capaz de permitirse algo como eso.

Alejandro: Tú, muchacho. -Un empleado uniformado, un "botones" aparentemente novato, pues Alejandro no le reconoció en absoluto, volteó a mirarle con timidez y nerviosismo. Sus ojos azulados contrastaban bastante con el grisáceo del millonario, quien levantó los cinco dedos de su palma derecha en frente de su rostro- Tráenos lo siguiente: un cordón bien fuerte, clavos, un martillo, un hacha de cocina y una cubeta con hielo.

Su receptor, obviamente alguien que no le conocía, le devolvió una mirada de extrañeza. Realmente le habían otorgado a un reemplazo bastante... inocente, para su mala suerte. Pero no había problema; llevando la mano al interior de su chaqueta, retiró un enorme fajo de billetes, sonriendo mientras los depositaba en las temblorosas manos del incrédulo joven.

"Aquí tienes ochocientos dólares; sé que son las 4 de la mañana, pero me imagino que podrías entrar a la cocina y tomar prestado lo que te pido. ¿Cuál es el problema?, ¿no lo harías por ochocientos dólares, hijo?"

Miró sus manos, y luego a él. Una vez, dos veces, tres veces... y luego asintió, viendo que no le quitó la pasta. Salió corriendo, bajo las atentas miradas de los cuatro. El anciano pegó un suspiro mientras se quitaba su sombrero, dejándolo caer en su sillón; la luz de la luna entrando por los ventanales era iluminación suficiente como para tenerlo satisfecho.

Además, ninguno de sus invitados parecía quejarse.

Así que, recuperando su máscara jovial y bonachona, volteó a mirar a sus compañeros.

"Por favor, háganme el favor de sentarse. Tenemos un par de minutos antes de que vuelva nuestro amigo."

Canturreó, caminando hasta un mesón, con solo dos sillas. Jacob, Amy y Haylen le siguieron, colocándose alrededor del mismo, mirándose las caras entre la penumbra... no se oía absolutamente nada de la conmoción de abajo, estaba todo en completo silencio.

Haylen pasó sus ojos por los rostros de sus acompañantes; su amiga humana tenía aún una expresión de asombro, observando todo a su alrededor como una niña en una dulcería. El hombre de melena carmesí por su lado, había metido las manos en sus bolsillos, pegando un suspiro. En cuanto a su anfitrión... tenía la mirada fija en él, como si se tratara de un águila.

DING~

El sonido del elevador llegando, junto a las puertas abriéndose le hizo tragar saliva. El albino caminó hasta el pobre muchacho, felicitándole y entregándole cien dólares más, según sus propias palabras. Y luego, simplemente le apuntó con el dedo, indicándole que se fuera por donde había venido. Tomando dos clavos junto al martillo, golpeó fuertemente, hasta clavarlos, amarrando el cordón no mucho después.

"Listo. Pon tu mano entre estos clavos y retrae todos tus dedos salvo en meñique, supongo que es el que menos te importa... tú serás el árbitro"

Y señaló a Jacob, quien asintió dubitativo, caminando hasta quedar tan cerca del monstruo y su anfitrión humano como fuese posible. Los dedos ligeramente arrugados del mismo rodearon el mango del hacha, acercándola a su rostro en un gesto intimidante, como si ya no fuese suficientemente tétrico.

"Yo seré el ejecutor. La cubeta es para tu mano."

Por millonésima vez aquella noche, Haylen tragó pesadamente. Sus ojos bajaron, observando su peluda mano; cuatro dedos escondidos, ocultos del filo, como si mirasen desde casa al pequeño meñique que había salido a ser el sacrificio.

Haylen: U-Usted... ¿es rico, no es cierto? -preguntó lo obvio, tartamudeando. Alejandro asintió, llegando incluso a pasar su mano, alardeando en silencio sobre todo lo que les rodeaba. Había sido una pregunta realmente estúpida, pero era necesaria- ¿No podría... tener un grupo de magos o paramédicos para que vuelvan a coserme mi dedo si es que usted-

Lo calló de inmediato cuando alzó el índice, negando con la cabeza. Si bien ya no tenía su sonrisa característica, ahora su seriedad era una intimidante, negativa. Como si estuviese enojado.

Y vaya, si que lo estaba.

"No; ese dedo es mío. Tú lo apostaste: una vez que lo pierdas es mío. ¿Estás listo para jugar?"

Su otro amigo humano le devolvió la mirada tras la pregunta, en el sepulcral silencio. Luego miró a la rubia con orbes negros, y ella también había arqueado las cejas en preocupación, miedo y nerviosismo.

Tal vez no se necesitaran palabras, pero Haylen entendió al pelirrojo perfectamente.

¿Seguro de que quieres seguir con esto?

Y, aún cuando la idea de ponerse de pie e irse por donde vino le parecía enormemente atractiva, no podía hacerlo. Ya no... imaginarse a si mismo montado en aquel coche, conduciendo en dirección a su hogar en lugar de llegar en un autobús por su tacañería, los rostros sorprendidos de sus familiares al ver lo equivocados que estaban al respecto de su obsesión por apostar...

La popularidad que le traería...

Las miradas de la gente...

Todo eso, lo impulso a alzar la mano libre, colocando el codo sobre la mesa.

Haylen: Si, si... lo quiero hacer -respondió volviendo a meter la mano entre las dos cuerdas, cerrando los dedos en la superior y estirando el meñique. La mirada avariciosa de Alejandro junto a él mientras meneó el hacha le hicieron temblar, el dedo le cosquilleó todo el tiempo que levantó la tapa de su reliquia familiar, descubriendo efectivamente la boquilla.

Colocó el pulgar sobre la rueda, y tragó saliva.

SCHAZFFFFF~

Y jaló hacia abajo, encendiéndolo. Una pequeña llama se hizo presente en la oscuridad, iluminando los rostros del cuarteto como si de una fogata se tratase. El calor trajo seguridad y tranquilidad al alma del lobo, pues había dado el primer paso hacia la victoria. Absorto en el color naranja con azul característico del fuego, bastó la voz del hombre cuarentón para sacarlo de sus pensamientos.

"Uno. Faltan nueve."

La tapa volvió a bajar, extinguiendo la oscuridad y la realidad de su situación la vaga luz de esperanza que traía. Amy, desde atrás, pasó una de sus manos desnudas por su rostro para retirarse las gotas de sudor. Aún entre tanta penumbra, alcanzaba a verse la enorme sonrisa que tenía el hombre con traje blanco, no perdiendo de vista en ningún momento el pequeño cuadrito de metal.

Tenía que seguir.

SCHAZFFF~

"Dos."

Tuvo ganas de sonreír por unos instantes, pero no era correcto. Una vez más la llama salió; sus ojos se posaron en los contrincantes: Alejandro emitió una pequeña risita, tan corta pero tan... perturbadora, que llegó a erizarle los pelos del brazo. Pudo sentirlo: una pequeña corriente eléctrica subiéndole por la columna y llegar hasta los mismos.

Haylen no parecía estar de mejor manera, para su mala suerte... ahora entendía por qué necesitaban un árbitro.

La tapa volvió a bajar, acabando con la luz por segunda vez. Subió, y su uña volvió a encajarse en la ruedilla, bajando una vez más. El olor a gas inundando sus fosas nasales, junto al brillo naranja que apareció nuevamente por tercera ocasión, le trajo tranquilidad.

"Tres."

Haylen no esperó ni dos segundos; en un rápido movimiento separó el pulgar, extinguiendo la llama tan rápido como salió. El contrapeso hizo lo que tenía que hacer, "click" hizo la tapa al abrirse con tanta brusquedad... para su suerte, no se rompió en absoluto. Amy miró detenidamente a su amigo: sus piernas ahora si que temblaban. Lentamente inhaló, sintiendo incomodidad en su silla.

El aire estaba pesado.

Y le estaba empezando a atormentar la ansiedad.

¿Será esta la vez en la que se apague?

"Cuatro"

No. Las ansias y el nerviosismo comenzó a tomar control del cuerpo del monstruo, quien bajó la tapa de nueva cuenta. Como si de un niño asustado buscando a su madre se tratara, observó los ojos de sus dos únicos amigos: Jacob le devolvía la mirada con seriedad, pero preocupación. Su vida no corría peligro, pero... sus dedos...

Oh dios.

No había pensado demasiado bien todo esto. El porsche, la idea de andar conduciendo aquel coche tan lujoso y bello no le parecía tan atractiva ahora.

Miró hacia su lado; Amy seguía allí, abanicándose con los dedos de la mano izquierda. Aún así, alcanzó a encontrarle con la vista: entre todos los nervios, entre todo el temor que compartían, su querida humana seguía allí, aún si no tenía que hacerlo.

SCHAZZFF~

"Cinco"

El Sureño observó a sus tres inquilinos, deleitándose con las expresiones que poseían. La dicha y el placer se sentían casi infinitos, recorriendo su cuerpo constantemente como si fueran su propia sangre. La sonrisa que tenía se hizo ligeramente más pequeña, pero no porque su felicidad estuviera decayendo, sino porque aumenta. Tanto así, que llevó su mano libre a su estómago para soltar una sonora carcajada.

Oh, ¡como amaba esta sensación!~

Alejandro: ¡¿La magia y el internet son entretenidos?!, ¡no! -exclamó con tanta fuerza que su voz llegó a resonar por todo el maldito penthouse, alzó los brazos, cual abrazo gigante para imponerse; se veían como hormiguitas. Él tenía el arma, él tenía el control e iba a ganar, tarde o temprano como siempre sucedía. Esos rostros tan temerosos, tan nerviosos... solo reforzaban sus creencias y le enaltecían- Esto es entretenido.

Eso fue todo lo que necesitó para confirmar la teoría de Jacob.

Efectivamente, ese anciano estaba completamente fuera de si.

SCHAZFFF~

"Seis."

Una vez más, la flama se apagó y resurgió.

SNIF~

Haylen: Oh... d-dios... -murmuró sollozando, tartamudeando al padre todo poderoso. Los hombros comenzaban a dolerle, y la abrumadora sed que le atormentaba era algo nuevo para él. Las lágrimas que amenazaban escaparse por sus ojos desaparecieron al instante, secándose gracias al pelaje de su rostro. ¿Cómo podía mantenerse tranquilo en una situación así?

Esa mano balanceando aquel cuchillo no paraba de intimidarlo, y menos ahora; solo podía pensar ya no en el auto, sino en el rostro del magnate en frente de él, desesperado por arrancarle una de sus falanges sin piedad.

Casi que pedía ayuda... alzó la cabeza, encontrándose con el rostro del humano pelirrojo, quien negó. No iba a intervenir, por mucho que se lo estuviese pidiendo.

A su lado, la mujer con vestido carmesí cerró los ojos, apretando los dientes por la impotencia. Ni rastro quedaba de la confianza y determinación mostradas ahí abajo cuando se conocieron por primera vez; en su lugar había un lobo joven, que irónicamente, había mordido más de lo que podía tragar.

Solo podía seguir adelante.

SCHAZZFFFF~

"s-siete."

No pudo resistirlo, y tosió.

CAUGH CAUGHT CAUGHT CAUGHT

Ya sea por amabilidad o porque realmente se habían vuelto cercanos tras tanta porquería, Amy colocó una de sus manos en la espalda de Haylen, acariciándole. Movió la palma circularmente, tratando de darle consuelo y apoyo. Jacob, quien también había comenzado a sudar, se pasó la manga derecha del saco por la frente, tratando de relajarse.

Tenía una memoria excelente, no había fallado ni una sola vez, además de que contaba en voz alta... pero aún así la presión era horrible, aunque no tenía derecho de quejarse: él no peligraba en lo absoluto.

"¿Quieres algo de beber, chico?"

Tras cerrar la tapa, sujetó fuertemente el pequeño cuadro y movió la mano en señal de negación. Asintió, comprendiendo su elección. Tal vez tenía un nudo en la garganta, ¿o ganas de vomitar?, ninguna respuesta podía ser buena. Imitando a la rubia, colocó su mano libre en la espalda del muchacho, ligeramente desanimado pues sus orejas estaban bajas.

Le devolvió la vista una vez su pecho dejó de hacer movimientos erráticos, así que solo le sonrió, alzándole el pulgar.

"Dale campeón, solo faltan tres más"

Sirvió... o eso parecía. El monstruo asintió rápida y repetidamente, más para si que para él o su amiga humana, no sin antes devolverle la mirada. La fémina, incómoda, imitó mecánicamente el gesto de su colega, alzando su propio pulgar.

Estaban con él. No estaba solo, y tenía que saberlo.

Inhaló y exhaló lentamente para relajarse; acto seguido volvió a colocar el codo sobre la mesa, el pulgar abrió la tapa y metió la uña en la ruedilla, listo para jalarla.

SCHAZFFFF~

"Ocho"

Encendió una vez más. Alejandro, quien estaba a solo dos pasos de perder su bellísimo coche, no perdía aquella enorme sonrisa de su rostro. Pero ya no había miedo: las orejas puntiagudas y erguidas de su competidor, él también enseñaba la dentadura. Solo necesitó la confianza y algunas cuantas palabras de sus amigos para recuperarse.

Pero sus piernas seguían temblando.

Y el hombre con cabello blanco rió para sus adentros, escuchando los zapatos chocar repetidamente contra el suelo.

Perro que ladra no muerde como decían por ahí.

La tapa volvió a cerrarse, extinguiendo el calor. Los párpados del lobo se entrecerraron mientras apretaba aún más las cuerdas, desesperados sus cuatro dedos buscando refugio.

Abrió, y giró una vez más.

SCHAZFFFF~

"Nueve"

Cerró tan rápido que ni siquiera se dio cuenta.

Y todo se quedó en silencio total. Alejandro dejó de mover el hacha de cocina, cerrando los labios. Su arrugado rostro, con sus cejas arcadas en una expresión casi amigable gracias a su sonrisa imborrable contrastaba muy bien con la cara seria del monstruo con pelaje oscuro. Jacob tenía los ojos abiertos, incapaz de caber en si; había logrado llegar hasta casi el final.

Por otro lado, quien ahora si estaba muerta del susto, era la propia Amy. Su dedo índice metido adentro de su boca, su hermosa uña perfectamente pintada siendo asesinada en un intento vano para calmar los nervios.

En cámara lenta el dedo fue hasta la rueda, presionándolo con todas sus fuerzas para asegurarse de que encendería.

Cerró los ojos, y bajó.

SCHAZZZZZZZ~

"Diez."

WHAM

Un enorme grito salió de la boca de la rubia por el susto; y es que las puertas se abrieron de golpe sin que nadie se lo esperase. Los rayos lunares mostraron a la culpable perfectamente, bañándola en blanco: una mujer con arrugas en su furioso rostro. Guantes blancos que le llegaban hasta los codos, y un vestido de color azul oscuro, acompañado de un enorme sombrero.

"¡ALEJANDRO!, ¡¿QUÉ CARAJO ESTÁS HACIENDO?!"

Viéndose en una situación así, lo último que el anciano se atinó a hacer fue bajar su hacha, bajo la atenta mirada de su víctima, quien gritó, cerrando los ojos.

.


.

-[Epílogo: Suficiente diversión por una noche]-

SWSHH~

No cortó carne alguna, ni nada remotamente parecido. En su lugar, bajó hasta chocar con la madera, clavándose muy lejos de la mano de cualquiera. Sujetándose el pecho, Haylen observó el rostro tranquilo y serio de quien por una eternidad -en su mente- fue su rival: no trató de cortarle el dedo ni de cerca. Quizás fuese un completo maníaco, pero...

Era un caballero, y sabía cuando perdía una apuesta.

Los zapatos resonaban en el piso conforme la mujer caminaba acercándose al cuarteto, moviendo los brazos al avanzar. Gruñía, evidentemente molesta, negando con la cabeza: estaba hecha una furia.

"¡¿No te da vergüenza?!, ¡¿NO TE DA PENA?!"

Finalmente llegó, e ignoró olímpicamente a los tres que en esos momentos invadían su hogar sin su consentimiento. En su lugar, miró fijamente el rostro de su esposo: la expresión y el aura de maldad que había estado rodeándole toda la noche habían desaparecido completamente. Se veía tímido... intimidado, como un niño al que su madre estaba regañando tras haberse comido las galletas.

De hecho, evito mirarla.

"Adelaida... tu sabes cuanto me gusta apostar. E-Era solo un juego..."

Replicó, llegando incluso a llevarse las manos atrás de la espalda. El ceño de la ahora conocida como Adelaida se frunció aún más; tan sumiso y cobarde, siempre poniendo excusas. Siempre poniendo en peligro todo lo que habían logrado.

SLAP

Demostrando la superioridad que tenía sobre él, dejando además incrédulos a los dos humanos y al monstruo; le abofeteó con todas sus fuerzas, tan así que su rostro se giró hacia la derecha. Alejandro cerró la boca, volviendo a mirar adelante de si: la mano de su media naranja se había quedado impresa en su piel con un rojo brillante, ardiendo. Los ojos amarillos de esta brillaban en son con la ira de su ser.

Estaba llena de justicia, y ganas de sacarle todos los dientes a patadas.

"¡NO!, no es solo un juego, tu sabes perfectamente que no, ya hablamos de esto y prometiste que más NUNCA lo ibas a volver a hacer. ¡DAME ESO!"

Exclamó, extendiendo su mano izquierda. Derrotado, avergonzado y humillado, el viejo no hizo más que obedecer: agarró fuertemente el hacha clavada en la mesa, retirándola y entregándola a su pareja. Adelaida gruñó y la tiró a quien sepa donde, perdiéndose en la oscuridad, cayendo el piso al parecer, y luego apuntó hacia las escaleras que llevaban al segundo piso.

"¡LÁRGATE DE AQUÍ! No quiero verte hasta mañana."

Rugió, llegando incluso a provocar que diera unos cuantos pasos hacia atrás por temor. Tieso como una estatua, asintió. Pesadamente arrastró las piernas por el piso, subiendo hasta perderse. Dejando ir su mal humor, observó al nuevo grupo de desgraciados que su conyugue había traído; posándose más específicamente en el chico de la raza alguna vez sellada bajo el Monte Ebott.

Y luego miró sus manos, todas perfectas... gracias al cielo no había perdido.

Los tres pares de ojos expectantes la miraban, absortos por todo el show que había causado. Reacciones habituales tras perder la impresión de poder e imponencia que daba su marido, pero ahora no era momento de sentirse halagada, sino de hablar y darles explicaciones.

"Mi esposo, Alejandro... tuvo que salir de Texas porque estuvieron a punto de encerrarlo. Tiene suerte de ser rico, porque sino lo habrían encarcelado hace mucho tiempo. Ha coleccionado cuarenta y siete dedos, y perdió cinco carros muy valiosos."

El trío se miró entre si. ¿Cuarenta y siete dedos?... ¿cuánto tiempo había estado apostando ese monstruo?, ¿desde su juventud?, imposible saber. Según las estadísticas, casi siempre ganaba él si es que solamente había perdido cinco carros y ganado a múltiples personas, pues era muy improbable que tras haber perdido un dedo alguien que estuviera en sus cinco sentidos, siguiera jugando.

Adelaida pareció leerles los pensamientos, porque negó con la cabeza, cruzada de brazos.

"¿Saben qué es lo peor?... Ese carro que está abajo; el Prosche que les mostró, no es suyo. El ya no tiene nada, nada que apostar... les pido perdón."

Amy, quien todo este tiempo había tenido las llaves al ser el árbitro, pegó un suspiro tras levantar los hombros. No había nada que hacer al respecto; así que simplemente se las entregó a la señora. Adelaida negó con la cabeza, apretando la llave fuertemente. Era tan increíble todo lo que hacía aquel idiota, no era de extrañar que hubiese perdido su Integridad hacía décadas.

"El Porsche en realidad es mío, así como también es mío todo lo que es de él. ¿Les mencionó pozos petroleros?; también son míos, junto a la mansión y esta suite. Todo esta a nombre mío, no al de él. Yo le gané todo... todo a este hombre."

Dijo, alzando la mano derecha y comenzando a quitarse el guante de seda enfrente de ellos. Amy se percató del extraño temblor en los dedos de la mano de Adelaida, y una teoría se formuló rápidamente en su cabeza, al mismo tiempo que se llevaba la mano a la boca. Haylen abrió los ojos, viendo como cuatro dedos de madera caían al suelo, haciendo eco.

Jacob no cabía en si.

Adelaida por otra parte, cerró los ojos.

"Pero me costó tiempo... y el precio fue muy alto."

Pues, efectivamente, había perdido el índice, el anular, el meñique y el dedo en medio de su mano. Sin lugar a dudas... había pagado bastante, pero al menos descansaba tranquila por las noches, porque nadie más tenía que ser víctima de la avaricia de su esposo.

Apostar, a esa pobre mujer... le había traído más penurias que desgracias, y Haylen se aseguró de tomar nota de ello.

Fin.