De nuevo, la primera en abrir los ojos fue la capitana. Los rayos de sol inundaban la habitación puesto que habían dormido con las puertas del jardín abiertas. Tashigi intentó incorporarse, pero se encontró encerrada entre los brazos del espadachín. La capitana se volteó y se encontró con su rostro a apenas unos centímetros del suyo.
No podía creer todo lo que había ocurrido hacía apenas unas horas. Todavía sentía sus besos por todo su cuerpo, sus caricias por toda su piel. Su lujuria desmedida y la pasión con la que la había tomado. Aún sentía su cuerpo unido al suyo, como si fueran uno solo. Las piernas todavía le temblaban por los distintos asaltos que habían tenido a lo largo de la noche.
Alzó su mano izquierda y rozó con ella el rostro del chico, que todavía dormía plácidamente. Era la primera vez que le veía bajar la guardia de aquella manera. Aunque debía sentirse agotado después de tantas horas de vigilia y de actividad. Sabía que tenían un duro día por delante, que lo que había ocurrido durante la noche iba a diluirse irremediablemente por la mañana, pero la capitana quería disfrutar un poco más de él y de la intimidad que les brindaba el momento, por eso se acurrucó cómodamente sobre su pecho.
- ¿Qué ocurre, capitana? ¿Estás lista para otro asalto? -
La voz del espadachín la sacó de su ensimismamiento. Avergonzada, levantó la cabeza sobre su pecho y se apartó ligeramente. Pero no recordaba que ambos habían dormido sin ropa, así que en aquella postura su cuerpo desnudo quedaba a la vista de su compañero.
- N-No es lo que piensas - tartamudeó la capitana, avergonzada, recordando todo lo que había ocurrido. Era incapaz de mirarle a los ojos y de dirigirse directamente a él.
- ¿Estás segura? - preguntó Zoro, con lujuria - Si sigues mostrándome así tu cuerpo desnudo hoy tampoco iremos al dojo -
De repente, el espadachín se abalanzó sobre la capitana y la agarró por la cintura, atrayéndola hacia él. Comenzó a besar su cuello ligeramente, pasando por su barbilla hasta acercarse cada vez más a sus labios. Introducía sus dedos en la abundante y despeinada melena de la chica. Pero no podía contenerse más y por eso terminó besándola de nuevo.
Aunque Tashigi moría de vergüenza, su cuerpo le correspondió instintivamente. Agarró el rostro del espadachín entre sus manos y correspondió sus besos con la misma lujuria. Sus cuerpos volvieron a acercarse y sus pieles a rozar de nuevo. Todo apuntaba que esa mañana volverían a consumar un nuevo e íntimo encuentro, pero todo cambió cuando escucharon una serie de golpes contra la puerta de la habitación.
- Buenos días, espadachines - dijo Yushiro desde el otro lado.
Zoro y Tashigi pararon en seco y se miraron con auténtico terror. La capitana fue incapaz de reaccionar y se escondió en el interior de su futon. En cambio, el espadachín dio un salto y empezó a buscar su ropa.
- ¡O-Oi, médico! - gritó Zoro, desesperado - Todavía no han traído el desayuno, sin comer no puedo ir a ninguna parte -
Tashigi miró extrañada a su compañero, pues no entendía cómo podía tener hambre en una situación así, debía ser una maniobra de distracción. Pero volvió a esconderse de nuevo dentro del futon al ver el cuerpo desnudo de Zoro moviéndose por toda la habitación. A plena luz del día era diferente, lo podía ver con mayor detalle y eso la avergonzaba más.
- Roronoa, nuestra ropa está en el armario - susurró la capitana desde el interior del futon.
Zoro la escuchó y se dirigió corriendo hacia el lugar, sacando del interior los yukatas de ambos, los cuales tiró al suelo. La capitana alargó su brazo y tanteó hasta que pudo coger el suyo.
- ¿Todavía no habéis avisado para el desayuno? - preguntó el doctor, desde la puerta - Se hace tarde, avisaré a Suyen-san y mientras visitaré a unos pacientes, ¿De acuerdo? -
- ¡S-sí, por supuesto! - gritó Tashigi - ¡No tardaremos, de verdad! -
Ambos espadachines suspiraron, relajados. Habían estado a punto de ser descubiertos por aquel hombre y por el resto de personas de la posada. Se vistieron con sus ropas, con presteza, listos para el nuevo día.
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La marcha a través de las calles de Fujihana era liderada por Yushiro, el aprendiz de médico, y justo detrás de él caminaban ambos espadachines, con paso prudente. Zoro lucía tranquilo y relajado, incluso despreocupado, lo cual era habitual en él. En cambio, Tashigi intentaba imitarle, pero en su interior era todo un manojo de nervios. Se encontraban en un momento crucial en su estancia en la aldea, y a eso tenía que sumarle su propia situación personal. Todavía no era capaz de asimilar todo lo que había ocurrido entre ellos. Lo miraba desde el rabillo de su ojo y a su mente se venían, de forma instantánea, todos los momentos de la noche anterior.
Definitivamente le correspondía. Zoro se había entregado a ella de forma plena y lujuriosa. Se sentía atraído hacia ella, le gustaba de la misma manera que a ella le gustaba él. Pero todo eso se encontraba empañado por la situación a la que tenían que enfrentarse en breves momentos. Tenían que entrevistarse con el el viejo Yamaguchi y pasar su prueba si querían llevar el dojo en ausencia de su señor.
- Todo va a salir bien, no tienes porqué preocuparte -
Tashigi salió de su ensimismamiento al escuchar las palabras de su compañero. Si él también estaba nervioso debía disimularlo muy bien.
- Para ti es sencillo, pero… solamente siento hostilidad a mi alrededor -
La capitana miró hacia los lados, sintiendo las miradas desaprobatorias clavándose en su nuca. Estaba invadiendo el espacio reservado a los hombres, y a éstos no les estaba gustando esta intromisión. Pero ese espacio les correspondía también a las mujeres de la aldea, y debían darse cuenta aunque eso requiriese forzar la situación.
- No le hagas caso a esos idiotas, ¿De acuerdo? Recuerda cómo lo hiciste ayer -
El sonido de la apaciguada voz del espadachín calmaba los nervios de la capitana. La situación no era la mejor a la que se había enfrentado, pero no estaba sola, Zoro estaba junto a ella. Lo miró y le dedicó una tímida sonrisa. Era un idiota inconsciente, pero casi el único idiota con el que se había topado que la respetaba y confiaba en sus posibilidades. Tashigi no pudo evitar pensar en la historia del espadachín y en su amiga, ¿Sería así si no se hubiera encontrado con una figura como la de ella en su infancia? Esa era una pregunta para la que nunca podría tener respuesta.
Toda la esencia de la aldea no dejaba de llamar la atención de ambos. La mayoría de las casas eran sencillas y de una única planta, pero entre la multitud se alzaban algunas imponentes edificaciones. Entre ellas, a las afueras de la aldea, rodeada de una imponente muralla y un cuidado jardín, el castillo del daimyo. Sabían que era el máximo gobernante de la aldea y de toda la isla, pero la figura de ese hombre seguía siendo un misterio para ellos.
- ¡NO QUEREMOS EXTRANJEROS EN ESTA ISLA! -
De repente, un grupo de tres aldeanos armados con sus espadas desenvainadas invadió la ajetreada calle por la que caminaban los espadachines junto al aprendiz. Yushiro se asustó ante los gritos y trastabilló, cayendo al suelo. Pero ambos espadachines fueron más rápidos y se situaron delante de él, desenvainando sus espadas en pose de defensa.
- ¿Estáis seguros de lo que váis a hacer? - preguntó el espadachín, con tono desafiante - Si comenzáis un ataque no pienso contenerme -
- ¡No os necesitamos! Y menos a una mujer con una espada, ¿Cómo se supone que alguien como ella va a defendernos? ¡No nos hagas reír! -
Tashigi recordó las palabras del espadachín y suspiró, serenándose. Acto seguido envainó su espada y ayudó al joven aprendiz a incorporarse.
- No voy a pelear contra vosotros. Le hicimos una promesa a la doctora. No estamos aquí para enfrentarnos a nadie de la aldea, sino para defenderla -
- ¡Eres una cobarde! ¡No tienes espíritu para pelear! -
- ¡Eso es, si eres tan fuerte demuéstralo! -
Tashigi apretó sus puños con fuerza pero no cayó en la burda provocación. Alzó su rostro y siguió caminando hacia delante, junto al médico. En cambio, Zoro sentía que su sangre borboteaba por sus venas. Había visto muchas situaciones injustas a lo largo de su vida, pero aquella le estaba afectando de manera personal. Estaba unido a la capitana, y ver que eran así de injustos con ella le enloquecía.
- ¿No la habéis escuchado? - dijo el espadachín, de forma extremadamente seria.
Casi sin darse cuenta, Zoro materializó toda su voluntad en forma de una intensa oleada de haki del conquistador que paralizó a los tres contrincantes, dejándolos inconscientes casi al instante. Los aldeanos observaron la escena, sorprendidos, y comenzaron a retirarse con auténtico pavor. Tashigi se había volteado y lo había observado todo. Casi le afectó a ella también toda esa oleada de poder. Miraba al espadachín y se percataba de que no tenía frente a ella a alguien normal. Zoro se iba a convertir en alguien demasiado importante en el mundo, aquel era un poder reservado solamente a unos pocos.
- Oi, ¿Te encuentras bien? -
- S-sí… -
Tras el desagradable incidente reanudaron la marcha y continuaron caminando por las calles de la aldea hasta que atravesaron un gran puente de color bermellón que los condujo a las imediaciones del imponente dojo, el cual se encontraba en lo alto de una pequeña colina. La entrada al lugar estaba precedida por un gran tori de color rojo e incontables escaleras de piedra. Cuando las subieron quedaron maravillados por las dimensiones del recinto.
Frente a ellos se encontraba el vasto lugar con varios edificios anexos, rodeado de un cuidado jardín con un amplio abanico de colores salpicados en todas las especies florales que crecían en el lugar. La blanca madera de las paredes contrastaba con la madera oscura de los tejados.
- ¡Es Tashigi onee-san! -
Una voz familiar llamó la atención de los espadachines, que observaron en la entrada del lugar a la pequeña Suzume rodeada de numerosas niñas de varias edades.
- Y ese de ahí es el vil pirata, Roronoa -
- ¡TE HE DICHO QUE NO ME LLAMES ASÍ, MOCOSA! -
La niña ignoró por completo el comentario del espadachín y se abalanzó sobre una sorprendida capitana. Llevaba la misma ropa harapienta, pero estaba limpia y ella lucía mejor aspecto, la habían cuidado bien en la hacienda de la doctora.
- Suzume-chan, ¿Qué estás haciendo aquí? - preguntó la capitana, extrañada.
- ¡Me he enterado de todo mientras escuchaba a la doctora y al resto! - dijo la niña con una amplia sonrisa - ¡A partir de ahora serás nuestra sensei! - exclamó mientras señalaba a las niñas que había frente a ellos.
Tanto Zoro como Tashigi las miraron, sorprendidos. Allí se encontraban un total seis niñas de distintas edades entre los 7 y los 14 años, todas ellas portando espadas de bambú. Todas parecían niñas normales, aunque el instinto del espadachín hacía que la piel de su espalda se erizara como el lomo de un gato asustado. Había algo que no terminaba de cuadrar cuando miraba hacia ellas. Los intensos ojos de una de las niñas se clavaban en él como puñales. Había visto antes esos terribles ojos, pero no recordaba dónde.
- ¡Maldita mocosa, ya hemos hablado de esto! - dijo Yushiro, molesto por el atrevimiento de la niña, que podía afectar a sus planes - Es imposible que podáis entrenar en el dojo -
- ¡Ahora ya no! Tashigi se convertirá en nuestra maestra - gritó la niña, con decisión y euforia contenida.
Pero justo en ese momento las puertas principales del dojo se abrieron y dejaron a la vista la figura de un hombre joven y complexión corpulenta, casi tanto como la de Zoro. Llevaba un yukata reglamentario de color blanco y verde oscuro, con el símbolo del clan Yamaguchi, la figura de una montaña y sobre ésta un racimo de flores de glicinas, además de una elegante katana al cinto.
- Otra vez esa zanahoria idiota - exclamó Suzume, poniéndose a la defensiva.
- ¿Quién es… ese hombre? - preguntó Tashigi, con curiosidad - Es demasiado joven para ser el señor Yamaguchi -
- Él es Chiba Naoki, el mejor discípulo del dojo - contestó Yushiro, observando al hombre que tenía al frente, que era poco menor que él.
- ¿Y cómo es que el mejor discípulo del dojo no ha salido al mar? - preguntó Zoro, sorprendido, pues no esperaba encontrar a alguien como ese tipo.
- ¡Porque es una zanahoria! Y las zanahorias viven en la tierra - se burló Suzume, sacándole la lengua desde la distancia.
Suzume hacía referencia a la apariencia del aprendiz. Lucía una media melena pelirroja ondulada. Su piel era del color de la leche, salpicada en centenas de pecas, y sus penetrantes ojos eran de un color verde oscuro.
Tras la figura de Chiba Naoki aparecieron más alumnos del dojo, los cuales colapsaron la entrada al edificio principal. Eran todos varones de distintas edades, algunos tan pequeños que solamente tenían 6 años, aunque la mayoría rondaban la pubertad.
- Bueno, tampoco podíamos dejar el dojo completamente desprotegido, ¿No? - contestó Yushiro, que miraba con desaprobación a Suzume por sus comentarios.
- Entonces a ese tipo no le debe hacer mucha gracia que estemos aquí para quitarle el puesto - intervino Zoro, que continuaba analizando la situación.
- P-pero… la doctora dijo que éramos necesarios, ¿No era así? - preguntó Tashigi, confundida.
- Bueno, mira todas esas niñas, ¿No lo crees? -
La tensión se hacía cada vez más evidente, aunque parecía que no era la primera vez que una situación así ocurría en las inmediaciones del lugar. Tanto los varones como las niñas portaban espadas de bambú y se miraban, desafiantes, mientras ponían una pose de defensa.
- ¡A partir de hoy nosotras también entrenaremos aquí! - gritó Suzume, triunfal, apuntando con sus dos espadas, las cuales eran de madera, al grupo de niños.
- ¡No va a cambiar nada, idiota! -
- ¡Todo seguirá igual aunque el señor Yuudai esté en el mar! -
- ¡No pisaréis nunca este lugar, tontas! -
- ¡Que os lo habéis creído! ¡Ahora tenemos una maestra, Tashigi será nuestra sensei y así os demostraremos lo fuertes que podemos ser las mujeres! -
- ¡Claro que sí, Suzume-chan! ¡Nosotras entrenaremos mucho y nos volveremos fuertes! -
Zoro observaba la escena con cierta nostalgia. Comenzó a recordar su primer día en el dojo, su enfrentamiento contra Kuina. Sabía perfectamente el potencial que tenía Suzume con solamente mirarla, el mismo que tenía su mejor amiga. Pero también se vió a sí mismo reflejado en aquellos niños, al ignorante e inocente Zoro que de verdad pensaba que podía ganar a Kuina con facilidad por el simple hecho de ser un hombre. Miró a Tashigi, que mantenía la compostura, aunque la conocía lo suficiente para saber que era un manojo de nervios, y volvió a confirmar que su presencia allí estaba más que justificada. Ella debía cambiarlo todo, y él debía prestarle su ayuda en esa dura tarea. De repente, uno de los niños dio un paso al frente. Era apenas un par de años mayor que Suzume, pero lo más llamativo de todo él era su frente, con un prominente chichón, el cual llevaba perfectamente vendado.
- O-oye… espera, acaso… ¿Acaso ese no es…? - preguntó la capitana, que parecía recordar el rostro de aquel niño.
- Por todos los dioses, no sé quién es más inconsciente, si Suzume o Kenzo, el nieto del daimyo -
Tal y como Tashigi había imaginado, aquel niño era el mismo al que la pequeña Suzume había atacado el día anterior, Okumura Kenzo, el nieto del mismísimo daimyo. Viendo su historial de juego sucio se esperaba lo peor en aquel enfrentamiento entre ambos niños.
- Tú, demonio sin cuernos, ¡Vete de aquí! - gritó el niño, apuntando a Suzume con su espada de bambú.
- ¡No vuelvas a llamarme nunca más así! -
- Si no, ¿Qué? ¡No puedes hacer nada, nunca podrás ser una espadachina! -
Las burlas del niño terminaron de sacar de sus casillas a Suzume, que se abalanzó sobre él con sus dos espadas. Kenzo paró el duro ataque de la niña, pero con dificultad. A pesar de que ella era más pequeña poseía más fuerza y llevaba aquellas espadas como si fueran extensiones de sus propios brazos. Suzume arrojó una lluvia de ataques contra su oponente, que desesperado por su incapacidad para detenerlos todos, se agachó, cogió un puñado de arena de entre la grava y lo arrojó a los ojos de la niña.
- ¡N-no puedo ver nada! ¡Qué has hecho, idiota! -
Parecía que aquello estaba perfectamente orquestado, puesto que el resto de niños actuó exactamente igual que su cabecilla a pesar de que ninguno se encontraba en medio de ningún duelo. Las niñas comenzaron a caer, una por una, mientras frotaban sus ojos lagrimeantes por la arena. A la misma vez, aprovecharon para golpearlas con sus espadas de bambú.
- ¡A ellas no! ¡Ellas no os han hecho nada! - sollozó la pequeña Suzume, que era incapaz de contener la rabia.
Pero ninguno de ellos pareció escucharla, en especial Kenzo, que alzó su espada dispuesto a devolverle el mismo ataque que justo un día antes ella le había dedicado a él.
Mas la espada nunca llegó a golpear a Suzume, puesto que una más que molesta Tashigi agarró con su mano izquierda el bambú, con fuerza.
- Tú, ¡mujer! No te metas en esto, no tiene nada que ver contigo - le gritó el niño, haciendo acopio de todas sus fuerzas para librar su espada del agarre de la capitana.
- Lo que estáis haciendo es imperdonable - dijo Tashigi, con un tono sereno pero increíblemente cargado de rabia y fuerza - Alguien con honor no actuaría nunca de una manera tan despreciable -
Ante las palabras de la capitana todos los niños pararon y la miraron fijamente, molestos por su intromisión. Chiba Naoki permanecía en silencio, a la espera, sin participar de ninguna manera en esos sucesos.
- ¡C-cómo te atreves! - gritó Kenzo, encolerizado - ¡Te vas a arrepentir de esto, mi abuelo te encerrará en una celda para siempre! -
Pero Tashigi no flaqueó ante las amenazas del niño. Siguió agarrando la espada con fuerza, evitando que pudiera golpear a Suzume. Ante tal tensión, el médico tomó cartas en el asunto y se situó frente a la chica.
- Capitana Tashigi, sé que tienes razón, pero debes mantenerte más al margen, meterse en problemas no es la mejor opción ahora mismo -
- Lo siento, Yushiro-san, pero no pienso mirar hacia otro lado - contestó la chica, impertérrita- Esta situación es injusta, y si puedo solucionarlo haré todo lo posible por defender la justicia. Estas niñas no merecen ese trato, no estaban haciendo absolutamente nada malo, ni siquiera contra las debatibles leyes de este pueblo -
Zoro observaba la escena desde una postura discreta. Aunque no era tan visceral como ella estaba completamente de acuerdo con sus acciones, y no dudaría en intervenir si la situación lo requiriese.
- No le harás más daño a nadie de forma gratuita - sentenció la capitana, quitándole la espada de bambú al niño de entre sus manos.
Aquel firme gesto sorprendió a todos. Nadie había osado enfrentarse así antes al caprichoso nieto del daimyo, que apretó su rostro por la rabia contenida. Pero aquella escena desencadenó la intervención del aprendiz más fuerte del dojo, que se había mantenido al margen hasta ese momento. Con una rapidez pasmosa desenvainó su katana y se lanzó sobre la capitana, que se percató de la acción de aquel hombre demasiado tarde.
- ¿Ah? Te creía más inteligente que a un puñado de niños -
La espada de aquel tipo nunca llegó a tocar a la chica, puesto que entre ellos se interpuso Zoro. Tomó a Sandai Kitetsu, y en un alardeo de absurda fuerza apenas dejó al descubierto escasos centímetros de la hoja de su katana para frenar la acción del aprendiz. Éste frunció el ceño ante el desprecio del espadachín, que no se había molestado ni en desenvainar su espada al completo, haciéndole entender que no era rival para él.
- Como era de esperar de alguien como el famoso cazador de piratas - dijo el joven espadachín escuetamente.
La tensión podía cortarse con un cuchillo, no podían haber empezado de peor manera. Si existía una oportunidad de que el suceso transcurriese con una mínima cordialidad a aquellas alturas se había esfumado. Solamente una figura podía mediar entre ambas partes, y esa era la de Yamaguchi Hiroshi.
- ¡Parad este espectáculo tan lamentable! - gritó el anciano, con una profunda y atronadora voz.
La figura de aquel hombre era imponente a pesar de su avanzada edad. Rondaba los 80 años y caminaba lentamente con un bastón puesto que le faltaba su pierna derecha, que se encontraba cortada por encima de la rodilla, dejando ver bajo su yukata una prótesis de madera. Su rostro estaba surcado en arrugas, y sus ojos se encontraban entrecerrados. Lucía una espesa barba tan blanca como la nieve, perfectamente cuidada, y una larga cabellera del mismo color, lisa y hasta su cintura. En su juventud debió ser un hombre muy atractivo.
- Esta actitud tan bochornosa no es digna de ningún samurái, ¿Qué es lo que ha ocurrido? -
Tashigi observaba a aquel hombre que no parecía ser como el resto de hombres con los que se habían topado en la aldea. Él había sido un samurái y parecía una persona honorable de verdad.
- Yamaguchi-sama, mi nombre es Tashigi, y son capitana del grupo G5 de la Marina - dijo Tashigi, separándose del niño, mientras se acercaba al anciano y hacía una profunda reverencia - Es todo un honor conocer a una figura como la suya -
Zoro observó a la chica, en silencio, y decidió guardar también la compostura. Dedicó una mirada desafiante al aprendiz espadachín y con un grácil movimiento volvió a guardar su espada. Se acercó a Tashigi y se situó tras ella, como muestra de apoyo.
- ¿Así que vosotros sois los espadachines que envía mi querida Chie? - preguntó el hombre, con rostro sereno - ¿A qué se debe este bochornoso espectáculo? -
- Disculpe lo que acaba de ver, por favor - continuó la capitana, de forma respetuosa y cortés con alguien del calibre de aquel hombre - Pero no puedo permanecer impasible ante las injusticias. Sus discípulos han actuado de forma deshonrosa contra estas niñas que solamente quieren aprender el arte de la espada, igual que ellos -
La capitana relató detalladamente la situación vivida ajustándose a la realidad. El señor del dojo miró a las niñas, cuyos ojos enrojecidos aún lagrimeaban, pero guardaban silencio a pesar de las molestias. Rodó la vista y observó a sus discípulos, nerviosos, puesto que habían incumplido las enseñanzas de su maestro.
- Esta no es la actitud propia de un guerrero. Habéis deshonrado a este dojo, sus enseñanzas y a vosotros mismos. Recibiréis un castigo después. Ahora llevad a las niñas a que se limpien bien los ojos -
Los niños refunfuñaron por la tarea que les acababan de encomendar, pero eran órdenes absolutas que no podían obviar. Tashigi miró a Suzume, implorante, deseando que se portara adecuadamente en esa ocasión. La pequeña pareció entenderle, o, al menos, se contagió de la actitud respetuosa de la capitana, así que simplemente se mostró altiva y siguió al resto de niños, acompañada de sus compañeras.
- Vosotros seguidme, por favor - dijo el anciano, invitándoles a entrar - Tú también, Naoki-kun -
El joven aprendiz miró a ambos espadachines, de forma aséptica, y siguió a su superior. Todos caminaron en silencio hasta que llegaron a la estancia principal, en la cual realizaban los entrenamientos y enfrentamientos diarios. El anciano se sentó en la zona de mayor importancia, junto al altar y las ofrendas. Más alejado, en la zona derecha de la estancia se sentó su aprendiz, manteniéndose en un segundo plano. Y frente al anciano, relativamente alejados, se sentaron ambos espadachines y Yushiro, a la espera de la entrevista con el dueño del lugar.
- Me presento formalmente. Mi nombre es Yamaguchi Hiroshi, y solía llevar este dojo. Pero como podéis ver ya soy tan viejo que no puedo realizar esa tarea, así que recae en mi hijo Yuudai, pero creo todo eso ya es algo que sabéis -
- Buenos días, Yamaguchi-sama, gracias por su invitación - dijo Tashigi, con absoluta formalidad.
- ¿Capitana Tashigi, no es así? -
- ¡Sí, señor! -
- Es la primera vez que veo a una mujer con un rango tan elevado en la Marina. Aunque tampoco suelen venir muchos a esta isla. Y tú, joven. ¿Quién eres? No pareces precisamente un marine -
- Mi nombre es Roronoa Zoro, y soy un espadachín pirata - contestó Zoro escuetamente.
- Así que tú eres el famoso espadachín de tres espadas… nunca pensé que llegaría a conocer a alguien con tu fama. Muy interesante… bebamos un té mientras charlamos - dijo el anciano, alzando el brazo a una de sus empleadas, que entendió la petición.
- Buenos días, Yamaguchi-sama - intervino Yushiro, haciendo una reverencia, ya que observaba que la conversación se iba por otros derroteros - Disculpe todo lo ocurrido, la doctora no pretendía que fuera así -
- Conozco muy bien a mi querida Chie como para saber que ella no tendría nada que ver con un espectáculo tan bochornoso - Contestó el anciano, algo hastiado por la intromisión del joven en la conversación - Y bien, por qué estáis aquí, espadachines -
Zoro y Tashigi se miraron de manera cómplice. El espadachín asintió levemente, dejando que la capitana tomara la iniciativa.
- Yamaguchi-sama, le debemos la vida a la doctora Chie, si no fuera por ella no estaríamos vivos, así que queremos devolverle el favor, ¡Ayudaremos a la aldea en lo que sea necesario! ¡Ya sea protegiendo a los ciudadanos o en el dojo entrenando a los aprendices! -
En aquel momento una de las trabajadoras del dojo entró con una bandeja donde llevaba cinco vasos de té, dejando un vaso en frente de cada persona.
- Por favor, os ruego que bebáis- dijo el anciano, tomando un vaso, del cual dio un pequeño sorbo - Este té tan maravilloso solamente puede encontrarse en esta isla -
Ambos espadachines se miraron. Sus estómagos estaban cerrados, pero no querían ser descorteses con su anfitrión, así que cogieron sus respectivos vasos y tomaron el contenido hasta apurar hasta el final. Tashigi continuó con la explicación, pero el anciano ya conocía realmente toda la información de manos de la propia doctora.
- ¿Y eso es todo, capitana Tashigi? Entiendo que estéis en deuda, pero lo de antes parecía algo más-
Yushiro miró de forma intensa a la capitana esperando que no dijera nada más o el exceso de información podría arruinar todos los planes. Ella no sabía cómo era realmente ese hombre que, con el poder que poseía, podía truncar sus planes en un abrir y cerrar de ojos. Pero Yushiro no conocía a Tashigi, que se caracterizaba por su sentido de la justicia y su clara y absoluta sinceridad.
- Ya-Yamaguchi-sama… yo… - comentó a tartamudear Tashigi, sabiendo que lo arriesgaba todo, pero no podía hacer otra cosa - ¡Es muy injusto lo que veo! ¿Por qué las niñas no pueden convertirse en espadachinas? Sé que apenas conozco la historia de este lugar, ¡Pero las nuevas generaciones de mujeres no pueden cargar con el pecado de las generaciones pasadas! Quiero ayudar a estas niñas a cumplir sus deseos -
- ¡Cómo te atreves a desafiar así las leyes de nuestro pueblo! - gritó repentinamente Chiba Naoki, levantándose de su sitio.
Tashigi sintió la necesidad de levantarse y desenvainar su espada, pero frenó sus impulsos. Una corazonada le decía que aquella conversación iba por un buen camino y debía seguir demostrando entereza. Sabía que sus palabras iban a levantar ampollas, y estaba lista para soportar la presión y defender su postura argumentando, con firmeza y coraje.
- Lo siento, Naoki-san, pero no vamos a caer en una provocación así- dijo Tashigi, con firmeza - Hemos venido a hablar, no a tratar este asunto con violencia -
- ¿Hemos? ¿Acaso tú no hablas, espadachín? ¿Cómo osas dejar que sea una mujer la que hable por ti? - dijo enérgicamente el aprendiz de espadachín, dirigiéndose a Zoro.
- Lo de hablar se le da mejor a ella - contestó Zoro escuetamente - Y lo de luchar a mí - sentenció, de manera desafiante, mientras volvía a agarrar la empuñadura de su espada- Pero este no es el momento para eso -
- Debería darte vergüenza, una mujer no hace nada mejor que un hombre -
Zoro dejó escapar una sonrisa torcida y cruzó sus brazos. Él era muy bueno en algunas cosas, el mejor, pero no pudo evitar pensar en la propia Tashigi y en sus compañeras destacando en otros campos en los que él era un auténtico inútil. No sabía si ese tipo era demasiado joven e inexperto, un idiota o que simplemente había interaccionado con pocas mujeres. Seguramente lo último era lo más probable.
- ¡Eso es muy injusto! - dijo Tashigi, con firmeza - ¿Cómo sabes cuál es el potencial de esas niñas si nunca las has visto luchar? -
- No me hace falta verlo, las mujeres son más débiles por naturaleza-
- Nosotras somos conscientes de nuestras diferencias físicas, ¿Acaso crees que no? Pero destacamos en otros aspectos que no son la fuerza como la rapidez o la agilidad, indispensables también para ser un buen espadachín - argumentó la capitana - Además, si las dejas entrenar pueden ser más fuertes que cualquier hombre medio -
- Pero seguirá existiendo siempre un hombre más fuerte que ellas -
- ¡Qué argumento tan simple! - continuó la chica, sin achantarse, defendiendo su postura con coraje - Lo mismo ocurrirá con el resto de hombres, ¿O acaso no crees que serás más débil que muchos de ellos? -
- Eso es algo que diría alguien débil, mujer - contestó el joven espadachín - Te reto a un duelo, capitana. Si resultas ser más fuerte que yo me retiraré y podréis trabajar en el dojo si Yamaguchi-sensei lo permite -
