.

"Roomies"

Por:

Kay CherryBlossom

.

(POV Serena)

5. Atracción

.

Todo va mucho mejor de lo que pensaba. Por primera vez, disfruto mis trayectos en el autobús y además mis oídos ahora están agradecidos por bloquear la mayoría de cosas que me atormentan en la oficina (el jefe gritando o Molly presumiendo lo que se comprará con su primera paga) y que antes no podía evitar oír. Me sorprendo cuando noto que no solamente hay rock con sujetos (todos ya muertos) que hablan de drogas y sexo promiscuo en mi IPod, si no un repertorio bastante interesante que también abarca cosas cursis como las que me gustan. En este momento estoy escuchando una canción de un grupo llamado Snow Patrol, que hace que me sienta la protagonista de un video musical imaginario. Es tranquila y romántica. Toda mi línea. Hasta pareciera que Seiya la eligió especialmente para mí.

Pareciera, pero obviamente sé que no es así.

De todos modos, conforme empiezo a tratarlo más y más con el paso de las semanas, Seiya empieza a mostrarme nuevas partes de él. Es como una cebolla, y cada que quito una capa, me quedo con una nueva sorpresa frente a mí. He descubierto que trabaja medio tiempo como barman en el Joe's (un bar que está cercano al vecindario) es excelente cocinero (y además canta algo parecido a una ópera cómica mientras lo hace), que cuenta chistes excelentes, come el cereal sin leche, sabe limpiar pero odia fregar los platos y le gusta reparar toda clase de cosas en la casa aunque se tarda años en hacerlo. Tiene claustrofobia (y aparentemente siempre calor), su comida favorita son las hamburguesas y detesta el pescado en todas sus presentaciones. Bebe cerveza como vikingo pero prefiere el tequila, sabe más de música que los babosos de MTV y su sueño es convertirse en cantante famoso. No le importa usar calcetines diferentes pero nunca usa la misma playera dos días seguidos. Se desvela, pero siempre se levanta temprano para ir a correr. Se sabe de memoria las películas de Rápidos y Furiosos y ahora sé que el olor tan rico desprende es gracias al buen amigo Paco Rabanne.

No solamente hemos logrado tener una compatibilidad bastante aceptable en las reglas de convivencia (en lo que llevo ahí, jamás he visto un calzoncillo tirado en la sala ni escucha música a todo volumen después de las diez) si no que, además, parece que le agrado a sus amigos y él se esfuerza por incluirme con ellos. Aunque agradezco el gesto (probablemente le doy algo de pena por mi ausencia de sociabilidad) no paso de tomarme una cerveza mientras juegan al póker y yo después me retiro a mi cuarto porque invariablemente, empiezan a hablar de cosas que me incomodan o no me van, como de mujeres o el marcador que lleva el equipo de fútbol al que son aficionados. Lo que me sorprende también es que me quieran cerca, son un club de testosterona irresistible, ¿cómo es que ninguno tiene novia? En especial Diamante, no parece ser del tipo que anda solo, es muy simpático y está que se tropieza de bueno...

Como vengo pensando en esto y otras cincuenta mil incoherencias, me paso de dos paradas y debo volver. Tardo más tiempo para llegar al supermercado, donde he quedado de ver a Seiya para hacer nuestras compras de la semana. Ahí me espera él, cruzado de brazos y zapateando con su pie de modo impaciente.

—Llegas tarde.

—Lo siento, por error me bajé en...

—Aburre a otro con tus excusas —me desplanta con una mano. Yo le doy un buen puntapié en la espinilla, pero lo esquiva fácilmente, como siempre.

—Andando, Bombón —sonríe, y me pasa un brazo por los hombros.

Siempre es así, un segundo me despacha y al otro es un cielo. Lo bueno es que ya no me causa tanto conflicto.

Él toma un carrito de la entrada y yo le sigo. ¿Ah, que no lo he dicho? Ahora compramos los víveres juntos, porque de ésa manera es más organizado tenerlo en la despensa y el frigorífico, no hacemos divisiones y además ahorramos más dinero. Literal nos vamos a mitades, porque otro de los descubrimientos es que se Seiya dio cuenta de que tengo el estómago de un varón, así que todos ganamos en el asunto.

—¿Qué hubo hoy? —me pregunta mientras nos adentramos en el apartamento de frutas y verduras.

Se ha vuelto costumbre que él me cuenta de su día, y yo del mío. Él siempre tiene mucho que contar: gente que le habla de su vida en la barra, de sus amores y desventuras, peleas de tipos y enredos entre clientes o empleados. Yo... pues trato de omitir la parte deprimente, como los tratos esclavizados del Grinch o lo venenosas que son conmigo las viejas de la recepción, y me enfoco en hablarle de los libros que leo o los reportajes que corrijo.

—¿Por qué no renuncias? —me pregunta.

Así, tan simple como si fuera a elegir entre una manzana roja y una verde.

Ruedo los ojos.

—Porque comer es un lujo que a veces nos damos los burgueses.

Él se ríe, pero no se rinde de su sermón.

—Hablo en serio, Bombón. Siempre tienes algo malo que decir de tu trabajo. Creo que serías más feliz trabajando en el mostrador de la heladería —me dice echando al carro un racimo de uvas.

Yo bufo meneando la cabeza.

—Seguramente me despedirían por tragarme todo el helado.

Me desplazo hasta los refrigeradores y tomo un bote grande de chocolate, lo único comestible que Seiya y yo tenemos en común en hábitos diarios. Él es muy de cuidar su cuerpo, y a mí me encanta todo lo dulce y retacado de triglicéridos.

—Pero valdría la pena al menos.

—¿A ti te gusta servirle tragos a los ebrios y romperte los tímpanos con música electro? Digo, no es como si uno de ellos fuera un caza talentos artístico que te vaya a regalar su tarjeta —le ataco sin darme cuenta. Como ya he dicho mil veces, a Seiya le encanta expresar su opinión aunque no se la pida, y no parece perder el hábito.

—Para tu información, sí me gusta. Tampoco soy Mary Poppins corriendo por el prado, pero tú... joder, hasta te vuelves oscura cuando hablas de eso —se burla.

Yo me muerdo el labio. Y eso que me había esforzado por aparentar normalidad. Seiya es muy observador.

—Ya capté, tengo un trabajo que apesta. Pero no es tan fácil dejarlo ¿sabes?

—Las cosas que valen la pena no son fáciles... en ti está dejar de ser tan mediocre y...

Detengo el carro y lo miro fijamente.

—No acepto críticas constructivas de nadie que no ha construido nada, ¿de acuerdo?

Él se queda boquiabierto. Está claramente ofendido.

—Disculpa, ¿algo en particular que me quieras decir?

—¿Se puede saber como es que finges usar un coche de lujo que no es tuyo y vives en una casa que no puedes pagar? Porque estamos en jueves en el supermercado, ¿eh? El día de las ofertas. Y veo que estás atrasado en la luz y el gas... vi los recibos. Sin mencionar la cantidad de sobres que te llegan al buzón del banco. Son cartas de deudas, ¿no?

Si antes se veía ofendido, ahora se ve furioso. Seiya se pone colorado y de sus ojos sale fuego azul cuando me grita:

—¿A ti que te importa, mocosa idiota? ¿Acaso te he dado permiso que indagues en mis cosas?

Ja, pero tú sí puedes hacerlo con las mías, ¿no?

—¡Son cosas obvias, imbécil! ¡Cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta!

—Lo del coche no te lo dije. Y no me llames imbécil —me advierte.

—Andrew me contó —escupí para defenderme —, y tú me llamaste idiota.

Seiya se gira y me deja ahí plantada. Tengo ganas de darle una patada al anaquel del papel higiénico, pero conociendo mi suerte, se derrumbaría sobre mí y yo quedaría colapsada debajo hasta que alguien viniese por mí. Me aguanto y agarro con fuerza el cochecito, dirigiéndome hacia el pasillo de higiene personal. Siento los ojos llorosos, pero me aguanto. Es muy humillante llorar de rabia, y más en un sitio público.

Me llevo las manos a la cabeza, mientras me tranquilizo. Se me fue la lengua más de la cuenta, lo sé, pero es frustrante que alguien te señale cuando no se mira a sí mismo. Pensé que nos iba yendo bien... ¿por qué pasó ésto? Mi subconsciente sabe por qué, por mi infalible intuición, mi deseo de querer saber más de él que sólo cosas básicas. Quiero saber de su vida, de su familia, de todo... ¿por qué? Y sé que está mal, pues nuestro acuerdo era que cada quien se rascara con sus uñas. Pero sin darme cuenta, con el paso de este breve tiempo, ya estaba pensando en la mañana dejarle café preparado antes de al irme al trabajo, él echaba a la lavadora mi ropa sin que se lo pida o nos quedábamos en la noche mirando televisión basura, riéndonos y charlando...

Lo eché a perder.

—El primer año es el más difícil —me dice una voz tierna a mis espaldas. Me giro y veo a una señora de mediana edad sonriéndome. Yo pestañeo, sin entender de qué me habla.

—¿Perdone?

—El primer año de matrimonio, es el peor —me explica entre con gracia entre compasiva, acercándose a mí —. Mi esposo y yo peleábamos todo el tiempo... ¡uf, los platos hasta volaban! Pero todo resultó bien. Debes ser paciente.

Yo me pongo más roja que un pimiento, y sacudo la cabeza.

—No, yo... nosotros no...

Me interrumpe levantando una mano.

—Los hombres son criaturas simples, querida. Sólo dile lo que sientes y estarás bien, no quieras que te adivinen el pensamiento. Eso no pasará, son muy pasotas. Y como consejo milenario: sólo puedes tener una cosa en la vida al mismo tiempo: o tienes marido, o tienes la razón.

Me da una palmadita en el hombro y se marcha. Genial... así que yo tengo la parte jodida del matrimonio con Seiya. Porque al menos, si fuese uno verdadero, podríamos tener nuestra parte de la reconciliación, vendría el sexo ardiente o él me compraría flores...

Pero no lo habrá. En vez de eso, tengo que aguantar la tripolaridad de mi roomie porque no tengo donde vivir, y porque al parecer, soy una entrometida mediocre que no se anima a buscar un trabajo mejor. Okay, lo acepto.

Hago el resto de las compras que solo yo necesito, pero de momento no deshecho lo de Seiya. Mientras leo la caja de los tampones que quiero, Seiya vuelve y echa al coche algunos abarrotes, incluidas dos cajas de cereal. Me ruborizo y los escondo detrás de la espalda.

Lo miro asombrada.

—Es el de malvaviscos, ¿verdad? —me confirma como reacio, refiriéndose al Lucky Charms, mi favorito.

Asiento.

—¿Qué más nos hace falta?

—Creí que te habías marchado... —murmuro pestañeando, y aprovecho su distracción para echar la cajita de tampones con lo demás.

Él suspira.

—¿Podríamos hablar de esto en casa?

—Claro —casi jadeo anonadada, mientras me dirijo a las cajas y él me sigue.

Bueno, además de los cambios de humor volátiles que siempre hace, me agobia su actitud y elección de palabras. Habla del apartamento como si fuera nuestro hogar, y es rarísimo. Pienso en la señora consejera y sin querer sonrío internamente. ¿Habría visto algo en nosotros para pensar que éramos una pareja? ¿Qué?

Seiya prepara una pasta rápida de espaguetis y tomate enlatado, y cenamos en silencio hasta que sé que me toca hablar. Recuerdo otra vez a la señora casada. Él dio el primer paso en el supermercado, así que me envalentono con el vino barato que compramos y le digo:

—Tienes razón, debería renunciar... y lo sé. Sólo... no sé, me da miedo, mucho miedo tomar decisiones. No me había dado cuenta de lo terrible que era, hasta que lo supe de ti.

Seiya me mira con cautela y niega con la cabeza.

—No debí decírtelo así pero...

—Pero eres un parco —completo, para hacérselo más fácil.

—Algo así —se ríe. Yo le sonrío y la tensión entre nosotros baja súbitamente —. No sabía que te importaba averiguar ésas cosas de mí, ¿por qué no preguntaste?

—Porque es tu vida —me encojo de hombros.

Tras unos minutos mudo, Seiya deja la comida (señal fatídica) y se bebe el vino de un jalón. Se sirve más (señal fatídica número dos) y vuelve a bebérselo todo, y yo me preparo para algo horrible. Lo que sea que quiera decirme parece que necesita el alcohol para darse valor, y también porque lo que dirá probablemente no va a caerle bien con la comida. Oh, Dios... ¿qué he hecho?

—Este apartamento es de mis padres. Murieron hace dos años, y no dejaron testamento. Por eso dejé la universidad, por eso soy barman y por eso usé el coche de Diamante. Lo que gano, lo uso para pagar la hipoteca o la propiedad se perderá. Debemos... debouna gran suma, pero si no la cubro pronto los mínimos se perderá lo único que nos recuerda a nuestra familia. Es todo, fin de la telenovela.

Su discurso, a pesar de que lo dice indiferente, se nota que lo pone muy triste. Noto como se corta su voz y esquiva mi mirada. Yo me muerdo el labio. Me siento una basura, pero no me da mucho tiempo de quedarme sumida en mi remordimiento, porque mil dudas me asaltan enseguida, y no puedo controlar mi instinto periodístico que me avisa que algo no encaja del todo.

—Lo siento mucho... —le digo para confortarlo.

—Ya pasó —ataja. No le gusta hablar del tema, obviamente.

—Seiya... ¿por qué dices que tienes tú la deuda? —le pregunto, arriesgándome a que me mande al cuerno —, ¿y Yaten?

Él frunce el ceño, pero no parece molesto. Más bien... como afligido.

—A él le afectó mucho la muerte de mis padres. Apenas lo vi revivir un poco cuando conoció a Minako. Estaba enamorado y quería casarse, ¿crees que lo iba a encadenar a una hipoteca? Yo soy el mayor, me corresponde hacerlo. Quiero hacerlo.

Siento un cambio de paradigma, a la par que se me encoge el corazón. No imagino el peso que lleva sobre sus hombros, no solamente económicamente, si no emocionalmente. Porque sé que le ha ocultado lo del banco a su hermano sólo para dejarlo que viva su vida, feliz. No me imagino a Yaten de luna de miel mientras Seiya dobla turnos, no parece ese tipo de persona. Pero ¿y él? ¿Quién se preocupa de lo que le angustia o le preocupa?

—Y... no estás de acuerdo —sonríe de modo más auténtico, aunque aún melancólico. No sé que cara tengo para que atine a lo que pienso.

Yo niego con la cabeza.

—No, es... está bien. Sólo creo que eres... un gran chico —le suelto.

Él se ruboriza. ¡Seiya Kou rojo por mi culpa!

—Tú también harías lo mismo en mi lugar, ¿a qué no? —bromea, como para quitarle lo sentimental al asunto. Es raro, porque pensaría que él es el tipo de sujeto que le gusta que lo pavoneen, y parece cohibido. Eso me causa ternura.

Pienso en Sammy y le doy la razón.

—Sí, lo haría —murmuro, enredando mis espaguetis. También se me ha ido un poco el hambre.

No me atrevo a preguntarle por su duelo, pero me ofrezco a servirle una porción grotesca del helado que acabamos de comprar y lo devoramos en el sofá, mientras hacemos zapping en la televisión. Seiya parece más animado, y comenta cosas sobre los participantes del American Idol y otros programas que pasan a esa hora.

Estábamos mirando el infomercial de una trituradora de vegetales cuando me dice:

—Me gusta tenerte aquí, Bombón.

Siento como si hubiera lanzado una bomba en medio de la estancia, y ahí estoy yo, recuperándome y tosiendo, malherida y en shock, perdida, asustada...

Pero otra parte de mí no deja de dar saltitos y palmas como niña de cinco años, aunque me contengo. Viro la cara hacia él y ahí está, sonriéndome. No del modo fanfarrón habitual, si no con emoción. Sonrío esperando que no parezca una mueca psicótica.

—También me gusta estar aquí —admito, aunque quisiera enlistarle el montón de cosas que me gustan de él, me abstengo. Mi subconsciente me susurra que se siente solo, y que le pago para sobrevivir a sus problemas existenciales, y es lógico que me lo agradezca y se sienta bien con ello. Le ignoro con desdén, porque quiero creer que es algo más.

—Tienes... algo de helado en...

Su mano se extiende hacia mí, y con su dedo pulgar me recorre la comisura de los labios. No sé si estoy alucinando, pero ya no me parece un acto de querer limpiar el helado, porque luego, sus dedos juegan con los mechones de pelo corto y rizado que siempre se me salen de las coletas. Coge uno y lo pasa detrás de mi oreja. A mí se me corta la respiración y no puedo moverme. Siento ésa tensión, ésa exquisita electricidad estática que invade este minúsculo espacio entre nosotros. Está sentado muy cerca de mí, con sus ojos azules mirando con desafío, y los labios entreabiertos. Como esperando... esperando para atacar.

Miro un instante a mi alrededor pensando por dónde escapar. No, pues sólo está mi cuarto, o la puerta grande. O la ventana, pero quedaría echa mierda, igual que mis pensamientos... Me rodea la oreja con sus dedos y muy suave y rítmicamente, tira del lóbulo, jugando también con mi arete. Es muy excitante. Si éso logra con una insignificante oreja, no me imagino lo que pueden hacer ésos hábiles dedos en otras partes...

¡Contrólate, Tsukino! me ordeno, pero es algo tarde para ello, porque Seiya se le adelanta a mi muda petición y de repente se mueve, y no tengo idea de cómo, pero en un abrir y cerrar de ojos ya estoy tumbada sobre el sofá y su boca busca la mía. La encuentro, y nos besamos con ardor.

Su lengua me reclama y me posee, y yo me deleito en su fuerza y sus movimientos, atraiéndolo hacia mí. Siento el poder de su beso en todo el cuerpo, en todas mis terminaciones nerviosas, siento su deseo. No a la pelirroja despampanante, no a las camareras que trabajan con él con sus diminutas faldas o a las fanáticas precoces que siguen su banda, a mí. Me desea a mí y eso provoca que me vuelva loca, que se me ilumine tanto el ego que puedo alumbrar todo Japón.

Deja de besarme y me pregunta con determinación:

—¿Estás segura de esto?

Asiento en automático, con el corazón latiéndome a mil. Él sabe que quiero, pero también sabe seguramente que podría arrepentirme. Supongo que necesitaba mi aprobación.

Cosa graciosa, porque ni yo sé lo que estoy haciendo. Ni si está bien o mal. Pero no me importa. Tengo la sangre bullendo por mi cuerpo y quiero estar con él... y al diablo lo demás.

Volvemos a besarnos con hambre, nos tocamos sobre la ropa por todas partes y es genial, pero no tanto como hacerlo sin ella. Ninguno de los dos se contiene, las prendas salen volando y también volamos los dos rumbo a la atracción, entre mordiscos, besos y caricias.

Igual que la vez pasada, una vez que me saca el sostén me lame y succiona los senos haciendo que me arquee y jadee. Cierro los ojos, los pongo en blanco... En lo único que puedo concentrarme es en su tacto. Cómo anhelaba ésto... no puedo negarlo.

—¿Quieres algo de helado, Bombón? —pregunta como a la lejanía. ¿Qué, de qué está hablando? ¿quién diría eso en un...?

El contenido del platito se derrama sobre mi pecho y gimo. Está helado, obviamente, pero el frío hace que se mezcle en mí una contradicción de incomodidad y placer. Él esboza una sonrisa maliciosa y vuelve a hacer lo mismo, esta vez usando su lengua con más ganas. Relamiéndose, haciendo que emita toda clase de sonidos gustosos e improperios hasta dejarme limpia.

Vuelve a besarme y todo él sabe a chocolate, pero sabe mejor porque viene de su boca. Su erección, aún aprisionada debajo del bóxer se pega a mi cadera, Madre mía...quiero tenerlo dentro de mí.

Mientras me muerde el lóbulo de la oreja y besa mi cuello, Seiya desliza los dedos dentro de mis bragas y suspira profundamente, como si se alegrara de lo que encontró. Estoy muy húmeda.

Me introduce un dedo de golpe y sofoco un grito.

—Estás lista —me dice provocativo —. Qué rápido.

—Así me pones tú —le devuelvo. Él gruñe y me sonríe, complacido.

Me mete un segundo dedo y vuelvo a gritar. Lucho contra mi instinto más primitivo, y muevo las caderas para sentirlo mejor.

—Todavía no —me advierte, como si me regañara, y los saca. Yo maldigo mentalmente. Oh, por favor... Ruego, pero no digo nada. Estoy muy caliente, pero tengo dignidad.

Creo.

Me recorre de besos el abdomen y el bajo vientre un buen rato. Yo dirijo mis manos hacia su pelo y lo acaricio. Después de todo, no es que pueda hacer mucho más. Él se percata de mi inexperiencia y además parece que le gusta llevar la batuta, así que no tomo otro tipo de iniciativa. Me gusta como él hace todo y como lo lleva, ¿para qué cambiarlo? Aunque quisiera tocarlo, eso sí.

Después, me abre las piernas y usa sus expertos dedos, los mueve dentro de mí, muy despacio. Dentro y fuera, o en círculos muy sutiles alrededor de mi clítoris con el pulgar y luego presiona o los lleva hasta el fondo. Es una insoportable tortura, mi cuerpo da sacudidas de placer y alzo las caderas involuntariamente, pero él no me detiene, esta vez quiere que llegue al final.

Mis piernas empiezan a sentirse rígidas, pero empujo más hacia su mano. Él me masajea un pezón y con la otra sigue, más rápido, más profundamente. Estoy al borde de la tensión erótica. No sé como más definirlo.

Mi cuerpo empieza a temblar y luego estallo en mil pedazos. Él no se detiene, me pellizca el pezón con fuerza y luego besa profundamente, ahogando mis gritos de dolor y alivio por el orgasmo que acaba de arrasarme. Después de ésos gloriosos segundos, me siento agotada y satisfecha, pero para él esto apenas comienza, y me lo hace saber. Me incorpora jalándome de ambos brazos y me engancho a su cuello, él me levanta del trasero enganchándome con sus piernas a él como un koala a un árbol. Mientras seguimos besándonos, me percato de que vamos a su habitación.

Dioses, no puedo evitar compararlo con mi ex. Aunque no debería, porque comparar a Darien con Seiya sería algo así como comparar un pedazo de pan rancio con un tiramisú. Jamás se preocupó de lo que yo sentía, sólo hacía lo suyo, me dejaba con una sensación fría y vacía. Como fuera estuviera usada, por mucho que fuera su novia y me tratara con cuidado.

Seiya y yo no somos nada, más que amigos, hipotéticamente. Amigos muy recientes. Y en quince minutos ha logrado sentirme más satisfecha y valorada de lo que él logró en dos años.

Nos tumbamos sobre el edredón de parches. Todo huele a Paco Rabanne, y mi piel extra sensible se eriza al momento cuando lo veo arrodillarse en la cama, llevarse una mano al miembro y deslizarla de arriba abajo. Lo miro fascinada acariciarse.

Él se da cuenta.

—¿Quieres hacerlo tú? —pregunta con una pequeña sonrisa.

—Sí —respondo con seguridad, aunque muy ruborizada y nerviosa todavía, siento que mi determinación se fortalece.

Aún así estoy algo desconcertada, nunca he masturbado a un hombre.

—Puedes hacerlo —me incita en voz baja, como suave.

Me coge una mano y la clava en su erección. Apenas lo toco su miembro me palpita en la mano, y él suspira. Nos miramos y sus ojos brillan de excitación. Me dirige unas cuantas veces, y cuando entiendo de qué van las cosas, me deja mandar. Me gusta ser yo la que provoca que gima y cierre los ojos, es muy emocionante. La mujer erótica que vive en mi interior ruge y se aventura un poco, y lo acaricia también con la otra mano por debajo, y después ya no lo hago tan torpe. Combino ambas manos hasta lograr una cadencia que sé que le gusta, pues me lo hace saber con sus respiración entrecortada y porque mueve de tanto en tanto las caderas.

Voy a agacharme para probar otra cosa que se me ocurre, pero Seiya me detiene y se lanza a besarme y cae encima de mí, haciéndome proferir un grito de sorpresa. Está muy agitado.

Entiendo que los hombres tienen dificultades con eso de que no tienen orgasmos múltiples, y no le discuto. Habrá oportunidad de hacer más, ¿no?

¿Quiero hacerlo más veces? Oh, Dios...¿a dónde he llegado?

Seiya alarga la mano hasta la mesa de noche, rasga el paquetito plateado con los dientes y solo mirarlo ponerse el condón me pone tensos todos los músculos. Se coloca sobre mí, y sonríe como si hubiera logrado escalar el Everest y me jala un poco del pelo, pero no me lastima.

—Me excitan éstas coletas... se me ocurren un montón de cosas que hacer con ellas —me dice lascivo.

Ni siquiera tengo tiempo de asimilar lo que me dice, porque en un segundo ya lo tengo dentro de mí, llenándome por completo. La boca se me desencaja con la sensación abrumadora, doliente y placentera a partes iguales. Tras acostumbrarme, la sensación de placer se propaga por mi vientre, por todo mi cuerpo... ¡Joder, qué bueno!

Y juntos, empezamos un ritmo incansable con la penetración, encajándonos mutuamente una y otra vez, y me gusta... me encanta, me hace delirar. Nuestras pieles se rozan, sudan, se recorren con las manos. Nuestras miradas se encuentran y nuestros labios también.

Todo se propaga indefinidamente, y en algún punto de la fantasía y la realidad, un remolino de clímax me atrapa y alcanzo un orgasmo más intenso que el anterior. Chillo y lo aprieto contra mí. Él me coge fuerte de las caderas y tras una última embestida, se viene también.

Tras minutos incalculables, el mundo exterior vuelve a mí. Toda yo me siento lánguida y exhausta. Estoy tumbada sobre él, apoyando la cabeza sobre su hombro y no quiero moverme, pero debo hacerlo, no debería dormir aquí. Mañana tengo trabajo. Hago el amague de incorporarme, pero Seiya levanta la mano y agarra la mía, se la lleva a la boca y me besa con ternura en los nudillos para suavizar la acción, pero no me pide que me quede. Le sonrío para que entienda que no me importa, pues es una sonrisa post-orgásmica y claro que es auténtica.

Quiero irme directo a la ducha y dormir hasta el fin del mundo, pero mi teléfono no deja de sonar como maníaco. El corazón se me sube a la garganta cuando veo que es Mina. Lo atiendo con voz temblorosa, y lo primero que me dice es que está ya en la ciudad, y que quiere verme y hablar conmigo.

Diablos.

.

.


Notas:

*se asoma de su escondite* ¿Hola? Bueno, oficialmente esta historia es clasificación M, ja, ja! No se pueden quejar, eh? Hubo lemon y de los zuculentos. Me gusta haberme arriesgado tanto con la escena, suelo ser más... ¿melosa? ¿sutil? No sé, pero quería algo así, más carnal y explícito. ¿Les gustó? Algo me dice que la convivencia se va a complicar...

Muchas gracias a todos por su gran aceptación a esta historia, por leer y comentar. Sigan así y háganme feliz y yo los hago felices a ustedes. XD ¡Hasta el próximo!

Besos cashondos,

Kay