.
"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
.
(POV Serena)
6. Complicaciones
.
Cuando suena el despertador maldigo para mis adentros. Todo el cuerpo me duele y quisiera quedarme ahí otro ratito (otras cinco horas)... pero no puedo, debo ir a trabajar. Me arrastro hasta la ducha pero no me lavo el pelo, y mientras me enjabono con mi gel favorito de jazmín, me tomo un momento para pensar. No logro discernir cuál es mi estado de ánimo, ahora mismo tengo un popurrí de muchas cosas burbujeando dentro de mí. Satisfacción, miedo, dudas, emoción... no sé. Me enredo en una toalla, limpio el vaho del espejo y me miro en él. ¿Pareceré diferente? Porque sí me siento diferente. Bueno, primeramente, estoy cansada... como si nunca hubiera hecho ejercicio en toda mi vida. Luego recuerdo que, efectivamente, nunca he hecho ejercicio en toda mi vida, así que tampoco eso es nuevo. Mi subconsciente se siente como enfurruñado y lo oigo como diciendo "¿Estás loca? Acabas de entregarte a un hombre que no te ama, que no tiene ni un sólo plan futuro para ti y puedes joder las ventajas de vivir aquí". Por otro lado, una especie de vedette erótica que vive en mí y sé que todas las mujeres tenemos, me guiña un ojo y hace una pirueta como de porrista, me anima como diciendo "pero lo disfrutaste, ¿verdad guarrilla?".
Saco la lengua y le sonrío al espejo. Marco un corazoncito con los dedos inconscientemente, y luego lo borro. ¡¿Qué estoy haciendo?! Se me hace tarde para ir a la oficina.
Devoro en diez segundos un plato de Lucky Charms que compramos ayer en el supermercado. Vaya... hay que ver la de cosas que han pasado desde ayer.
Tras abordar, busco un asiento en el autobús al lado de la ventana y a la par que viajo yo, dejo viajar mi mente también con la música. Los Smashing Pumpkins me cantan en el oído algo sobre gente inadaptada, e inmediatamente pienso en mí. Supongo que lo soy. A veces siento que no encajo en ningún sitio... luego pienso en Seiya. Él también parece uno. Pero más bien es como el rey de los inadaptados. Sin darme cuenta, ya estoy divagando recordando lo de anoche. Sonrío. La calidez y el sabor de su boca, lo toscas y fascinantes que son sus manos y la perfecta línea curva de su espalda... su manera de moverse sobre mí, dentro de mí. Sonrío otra vez. Genial... genial, genial...
Saludo a Unasuki, una nueva chica pelirrojo-castaña de recepción que ha sustituido a una de las arpías cincuentonas por una incapacidad. Ella me devuelve el saludo de modo amistoso y halaga mi vestido (que no había visto la luz del día desde hace años y se me antojó usar hoy) y según yo la saludo normal, pero creo que exagero en alegría y ella lo nota.
No me doy cuenta de que porto una cara extrañamente deslumbrante, que no va para nada con mi habitual taciturnidad hasta que me lo dice. Yo me sonrojo y le digo que el día está muy bonito y eso es lo que me mantiene de buen humor. Mi subconsciente se burla de mí y niega reprobando con la cabeza, pero la vedette erótica me guiña un ojo. No es el sol, es el efecto Seiya.
Qué calamidad.
Todo el tiempo siento que tengo un resorte saltarín en el estómago, y que de mis labios un par de cuerdas jalan contra mi voluntad para sonreír todo el tiempo, aunque acabe de enterarme que por un error de alguien del departamento de diseño tendré que trabajar casi todo el fin de semana. Obviamente el Grinch no hizo nada por evitarlo. Al cabo de cuatro horas la sensación de quinceañera pseudo enamorada ya me fastidia, así que me prometo comportarme y hasta soy algo tosca con el encargado del fotocopiado sólo para compensarlo.
Suena el teléfono de mi extensión y es Unazuki.
—¿Tsukino?
—Hola. Esto... aquí hay un chico divino que viene a verte —me dice como secretamente. Detecto que sonríe a través de su voz y yo siento que el corazón me bombea frenético dentro del pecho —, tenemos que salir un día a tomar una copa, Serena. No sabía que conocías tipos tan buenos.
—No lo hago —me quejo riendo.
Pues sí, ni yo me lo creo que esté pasando esto.
—Bueno, pues no lo hagas esperar —me dice en tonillo cómplice y cuelga. Yo suspiro. Creo que Unazuki se llevaría muy bien con Mina.
No puedo creer que Seiya esté aquí. Es decir, sí pasamos la noche juntos (una gran noche) pero... no creí que significara tanto para él. Podría simplemente haberme mandado un mensaje, o algo... ¿me traerá alguna sorpresa?
Mientras me arreglo un poco la falda en el reflejo del ascensor, me inunda el pánico. ¿Y si viene a decirme algo malo? ¿Si se arrepiente de lo que pasó?
Antes de que pueda divagar en mis habituales escenarios catastróficos, las puertas se abren y tanto mi alma como mi cuerpo se tranquilizan. Bueno, mi cuerpo se tranquiliza en un cincuenta por ciento, porque quien está ahí sentado con aire elegante en el sofá de espera no es cualquiera, es Diamante. En cuanto me ve se pone de pie y me sonríe. Yo me atraganto con mi propia saliva.
Él emite un silbido divertido en cuanto me tiene cerca.
—Está por lo menos diez veces más guapa desde la última vez que la vi, señorita Tsukino —sentencia galante. Me arden las mejillas como si tuviera cuarenta de temperatura.
—Hola —titubeo como colegiala —. Tú... ta-también estás estupendo.
Diamante se ríe con soltura. Carajo, que hasta para reírse es sexy el muy canalla.
—No, no. Tú estás muy distinta. Más femenina y sofisticada... ¿qué te ha pasado? No es el peinado... ¿será la ropa? ¡Muy guapa! —reitera, y me saluda con un beso, informal como siempre.
Unazuki nos mira desde el mostrador como si mirara su telenovela favorita.
Me muerdo el labio. El día del bar le platiqué donde trabajaba, pero ¿qué quiere?
—Te preguntas que hago aquí —se adelanta Diamante parpadeando. Yo asiento de modo culpable —. Bueno, sucede que me reuní con un cliente en un hotel cerca de aquí y me apetecía llevarte a almorzar. Sí tienes hora de almuerzo, ¿verdad? —pregunta repentinamente preocupado.
—Claro que tiene —interviene Unazuki, y enseguida se tapa la boca con las manos.
Diamante se vira hacia ella y le sonríe encantado, Unazuki pestañea muerta de vergüenza y se oculta detrás del monitor. Ruedo los ojos. Sí, definitivamente se llevaría la mar de bien con Mina. No es que me moleste que sea así, es que no es para tanto... ¿o sí?
Me detengo a pensar un momento en la propuesta. ¿Realmente debería salir con uno de los amigos de Seiya? Bueno, no es nada serio, pero ¿y si le molesta?
La idea de que le moleste me resulta terriblemente atractiva, pero se deshecha rápido porque él espera mi respuesta, y porque me prometí no seguir fantaseando sobre ése tema, al menos por hoy. Bueno, tengo hambre, no me dio tiempo de preparar nada y él me cae muy bien. Supongo que no pasa nada.
—Vale, iré por mi bolso.
Como si me olfateara, el Grinch se asoma de su cueva en cuanto me aparezco en mi cubículo. Arquea tanto su frente que le salen por lo menos veinte arrugas. Qué desagradable sujeto.
—¿Terminaste las correcciones, Tsukino?
—Yo... no aún —murmuro.
—¿Y vas a comer sin terminarlas?
Parpadeo confusa. Creí que la esclavitud se había terminado en 1863.
—No pensé que hubiera problema —digo, como disculpándome. ¿Por qué carajos me tengo que disculpar?
Mi jefe mira hacia las ventanas, de donde perfectamente se ve el recibidor del edificio. Tuerce los labios, evaluando al magnífico espécimen varonil que está allá abajo esperándome.
—¿Novio? —pregunta deliberadamente.
Yo abro los ojos como platos.
—Es un amigo —respondo escandalizada.
¡Qué inapropiado! ¿Me estaría espiando?
—Sólo tómate cuarenta minutos —me escupe, antes de darme la espalda y salir. Luego da un portazo e incluso los vidrios se estremecen un poco. Cierro los ojos muy enojada. Hijo de las mil gran...
Al bajar nuevamente no puedo evitar sentirme algo más animada. No tanto como en la mañana, pero lo suficiente para aguantar y no vomitar la bilis que se formó en mi estómago hace un momento. Mientras camino al lado de Diamante por la calle, lo miro con descaro. Lleva puesta una chaqueta americana azul marino de raya diplomática, con unos pantalones de lino negros y una camisa blanca medio desabrochada. Todo él parece costoso, elegante, brillante e impenetrable, tal como le hace honor a su nombre.
Tampoco puedo evitar compararlo con Seiya sin querer. Camina de modo distinto, más lento (a mi ritmo) y tiene todo tipo de atenciones. Me lleva siempre del lado de la pared de la acera, me abre la puerta del restaurante italiano y me arrastra la silla, incluso me deja ordenar primero y por su puesto, ni me habla con peladeces, ni me gasta bromas, ni mira a otras mujeres. Es un príncipe.
Me miro las manos y me siento muy cohibida. Como ya he dicho otras quinientas veces, no suelo salir con hombres, menos con semidioses de este tipo. ¿De qué se supone que debemos hablar? Me alegra haberme puesto el vestido, de otra forma seríamos como el damo y la vagabunda en plena escena del espaguetti...
Pero a pesar de ser un empresario exitoso y de mundo, Diamante no habla de ello como la mayoría. Me pregunta por cosas de mi familia y de mis allegados, siempre de tanto en tanto, sacando a relucir oportunamente sus elogios. Yo me río y me hago la consentida. No me siento incómoda con él, la comida es un manjar que pocas veces puedo permitirme y el tiempo se me pasa volando. Para cuando nos traen la cuenta hasta lamento tener que irme.
Bueno, considerando a qué clase de antro debo volver, no es para menos.
—Gracias por la comida, todo estuvo riquísimo —le digo ya en la entrada del edificio.
Diamante da un paso hacia mí, entre decidido y cuidadoso. Le miro sin comprender.
—Seré franco, Serena —anuncia ceremoniosamente echándose las manos a los bolsillos. Yo frunzo el ceño intrigada —. Ya tengo veintisiete años y me he divertido lo suficiente. Los ligoteos casuales ya son irrelevantes para mí y sé cuando algo me interesa de verdad. Me interesas tú. Quiero invitarte a salir. No improvisando, si no en una cita real. ¿Qué piensas de eso?
En un combo simultáneo, yo me sonrojo, abro la boca y hasta se me cae el bolso al suelo... ¡uau, eso no lo esperaba! Él lo recoge con tranquilidad, sin comentar nada y me lo cuelga de la muñeca. Sigue sonriendo y vuelve a la misma postura. Parece muy cómodo con su cuerpo. Lo envidio, porque yo soy una desgarbada total, torpe y no puedo caminar más rápido de la cuenta sin irme de jeta al piso.
Yo sigo en shock. Mi subconsciente me abofetea y se lo agradezco. No estoy comportándome como una adulta, que puede votar y beber alcohol. Es decir, Diamante es... bueno, necesito al menos una tesis para describirlo, es fascinante, pero el que esté interesado en mí es poco probable... ¿por qué? Debe tener cola de mujeres a su disposición.
Además... no sé. Todo está sucediendo demasiado rápido y no estoy acostumbrada a que mi vida sea así. Acabo de acostarme con Seiya, ni si quiera sé en donde estoy parada. Y Diamante es su amigo... además, me dan miedo los cambios y sobre todo, los hombres. Ahora, si mezclamos todo junto estoy segura que el resultado no será alentador. Ay... ¿qué le digo?
—Es... un momento complicado ahora mismo —le suelto, tratando de ser sincera. Diamante no parece acongojado ni molesto, aunque no sonríe. Sólo me mira con curiosidad.
—¿Cómo se llama?
—¿El qué?
—El sujeto por el que no quieres salir conmigo.
Vuelvo a sonrojarme. ¿Será obvio?
—¡No! No es... es... —recompongo mis palabras porque no quiero rechazarle con acritud, joder, que en serio él me parece agradable —. Tiene casi dos años que no salgo con nadie. Y estoy... algo...pues...
—¿Oxidada?
—Yo diría que casi momificada —escupo sin querer.
Diamante suelta una carcajada sonora y relajada, y me doy cuenta de la cosa tan humillante que acabo de decir.
Voy ha rectificarlo con algo más decente, pero él me interrumpe:
—No pasa nada... la verdad no esperaba que aceptaras a la primera —dice calmado, luego agrega con humor —, aunque me han rechazado en la tercera cita por lo menos, nunca a la cero.
—¡No te estoy rechazando! —respondo por instinto. ¿No? ¡Ay, Serena estúpida! Tú no quieres estar con él. Tú quieres... tú...¿qué quiero?—, sólo... necesito procesarlo. Creo. Esto fue inesperado.
Iba a decir que no estoy acostumbrada a que se me junten los pretendientes, pero ésta vez me detengo a tiempo para no volverla a cagar.
—Procéselo señorita Tsukino —me dice haciendo un ademán de caballero medieval. Yo me río. Me encanta Diamante. A pesar de lo guapo y rico que es, no es arrogante ni afectado. Sería el sueño de cualquiera.
¿Pero sería el mío?
Me da un beso en la mejilla y cuando vuelvo a mirarlo, está lleno de determinación. Ha tomado una férrea decisión:
—No me voy a dar por vencido, sólo tenlo en cuenta, ¿sí? Hacerme esperar sólo lo hará más divertido para mí, y más complicado para ti.
Mis pulmones absorben una rápida bocanada de aire.
—¿Eso soy? ¿un juego?
—Tú no. El amor es lo que es un juego, preciosa —me dice alejándose de espaldas hasta su coche, que está estacionado a unos cuantos pasos —¡Si no, no sería tan divertido!
Yo niego con la cabeza sonriendo. Debo admitir que tiene una labia impresionante, consigue que algo descarado suene como una promesa tentadora.
Tres horas y media después, ya estoy en el bar aguardando por Mina. La puntualidad no es precisamente un don con el que nací (ni aprendí tampoco), pero por obra y gracia divina hoy llegué diez minutos antes a mi cita. Estoy ansiosa, pero al menos aquí puedo seguir sintiéndome ansiosa con bebidas. Estoy echando vistazos de tanto en tanto a la ventana, como si eso vaya a hacer que Mina llegue más rápido. Miro mi aspecto en el vidrio del restaurante y me ruborizo. No sé qué fue lo que me impulsó a ponerme este vestido hoy. Es de algodón, la tela tiene estampados floreados y se ajusta de atrás. Es de los pocos que tengo. Bueno, en parte sí sé por qué me lo puse, pero me da vergüenza y miedo admitirlo.
Todo el mundo me han señalado lo radiante que me veo (Diamante, Unasuki, la señora de la intendencia, etecé) y me preocupa que Mina también lo note, pero me preocupa todavía más que sea yo la que se esté haciendo flotar cual globito sin ningún motivo real.
Mientras pienso en ello sigo impaciente mirando mi reloj de pulsera. Mina va retrasada, pero antes de que me pida otra dosis de azúcar (que no ayuda para nada a tranquilizarme) ella aparece. Está guapísima, con un bronceado fantástico que contrasta con su rubia cabellera, que ahora tiene reflejos más claros por el sol. Como siempre, porta su inigualable sonrisa y la muestra en cuanto me divisa a lo lejos. Viste una camisa de tela ligera, blanca y holgada con unos simples vaqueros pegados debajo. También lleva unos brillantes stilettos rojos. Noto como todo el mundo la mira y me levanto de un salto para darle la bienvenida con un abrazo. Dios, como la he echado de menos.
Ella me aparta un poco y me examina entrecerrando sus ojos celestes, mirándome de arriba abajo y yo me pongo colorada simplemente con esa acción. Siento que llevo un letrero colgado al cuello que dice "Me acosté con Seiya Kou".
—Estás distinta... como si parecieras mayor. ¿Qué te hiciste? —pregunta con el ceño fruncido —. Uy, te sienta genial el vestido, por cierto. ¡Hace años que no lo usabas!
—Sí, bueno... han cambiado muchas cosas desde que te fuiste —casi gimo, pero suelto una risita para despistarlo, como si no fuera cosa seria.
Mina me mira con suspicacia.
—¿Pero estás bien?
Detecto cariño y preocupación en su voz, y sonrío.
—Claro —respondo, aunque estaría mejor si supiera qué demonios me está pasando con Seiya. Una mujer en sus cabales no habría pospuesto una cita con Diamante. Por eso sé que algo va mal, muy mal... y no quiero aún reconocerlo.
Paso los siguientes cuarenta minutos entre el café y oyendo lo maravillosa que fue su luna de miel. No parece sospechar nada, de modo que intuyo que su urgencia por verme es nuestra amistad y necesidad de saber de mí, más que por alguna otra cosa relacionada a... en fin. No voy a poder guardar el secreto más tiempo, lo sé. Además, Mina disfruta más de dos cosas en el universo: hablar de su vida, y enterarse de la de los demás. Y como ya ha cubierto su cuota personal, sé que el siguiente objetivo soy yo.
—Estoy viviendo con Seiya Kou —le suelto mientras ella se lleva la taza de capuchino a los labios. Se atraganta y termina tosiendo estrepitosamente.
En cuanto se recupera, Mina pasa por varias fases emocionales ante la información. Primero cree que le hago bromas, y no me cree. Se ríe despreocupada. Luego sí se preocupa, porque mi cara es un revelador notorio. Se emociona (como esperaba) se indigna (como también esperaba) por no habérselo contado antes y luego me exige que le cuente. El mesero nos interrumpe preguntando si necesitamos algo más y Mina prácticamente le gruñe en la cara para que se largue. Luego le grita que regrese y ya no quiere café, quiere un vodka con gintonic. Oh, no... esto irá para largo y yo estoy que me quiero esconder debajo de la mesa. Su teléfono móvil suena, pero aunque alcanzo a leer que Yaten es quien la llama, ignora su llamada y tira el aparato las profundidades recónditas de su bolso. ¡Mina! Debe estar realmente impaciente.
Le cuento todo detenidamente, como le gusta y en orden de los hechos. El apartamento tipo Silent Hill que me llevó a aceptar la propuesta, nuestro aclarado de malentendidos (los varios que ya se han acumulado) y nuestra inocente convivencia doméstica. Omito las canciones del IPod, los desayunos para dos en domingo, la televisión de noche, los favores, las compras juntos y... obviamente el sexo. Me esfuerzo particularmente por parecer tranquila y fría, pero Mina no deja de entrecerrar los ojos como un gato que espera a que el ratón se distraiga para atacar. No me está creyendo ni una mierda, y me lo hace saber sin ningún miramiento. Me siento culpable por mentirle, pero no quiero decírselo porque... porque...
Pero también ocurre algo que no esperaba:
—Oh, no... no, no —farfulla Mina llevándose las manos a la cara como cuando mira películas sangrientas —. Por favor dime que no estás enamorada de él.
—Yo... ¡no! —escupo. Que le parezca una idea horrible me causa un inexplicable dolor.
Mina me coge de las manos como si eso pudiera hacerme recapacitar. Oh Mina, si tú supieras...
—Dime que no... que ustedes no se involucraron más de la cuenta —me exige. ¿Por qué Mina está tan asustada y... ahora enfadada?
Me muerdo el labio. Soy incapaz de mentirle. Además, siento que todo esto empieza a rebasarme. Necesito alguien a quien contárselo, con quien descargarme... no tengo a nadie y ella es mi única amiga.
Cierro los ojos y bajo la cabeza. Debo estar del color de una granada. Eso es suficiente para que Mina ate cabos y hace una cara exagerada, como de máscara de tragedia teatral. Sería gracioso si no fuera yo la involucrada en la tragedia.
Dios, ¿tan malo sería? ¿No era ella misma la que quería emparejarme con él? No la entiendo.
—Una vez, pero no significó nada —me apuro a aclararle —. Fue... algo casual. No se repetirá.
—¡¿Se aprovechó de ti?! —ruge. Yo la callo de un chistido.
—No, Mina... no me hizo nada que no quisiera que hiciera —confieso con un hilo de voz.
Mina se queda boquiabierta y muda. Mina Aino se ha quedado sin palabras y eso sólo puede significar que nada bueno está por pasar.
—¡Te gusta de verdad! —afirma categóricamente —, estás roja como un pimiento y nunca te había visto tan alterada por nadie.
—Mina, yo me pongo roja hasta porque vuela la mosca... lo hago por deporte, ¡no seas ridícula!
—Eso es cierto —concede encogiéndose de hombros —, pero también es cierto que no te habías animado a hacerlo con nadie en siglos. ¡Algo debió tener Seiya que te hizo cambiar de opinión! —sentencia señalándome con su dedillo acusador.
—Bueno... ¿le has visto? No soy de piedra. ¡Y no fueron siglos!
Mina se ríe maliciosa, pero se hace la ofendida.
—Claro que no me he fijado, es mi cuñado.
Se me baja un poco el mosqueo, pero sé que lo peor está por venir, y no me equivoco:
—Escucha, Sere... —Mina toma aire y empieza su monólogo —. Seiya es un excelente chico, muy gracioso y divertido, y guapo, claro, muy atractivo —siempre lanza las flores antes de las granadas, lo sé, y las aguardo —. Pero... pero no es hombre de relaciones, y te conozco, sé lo que tú quieres, lo que esperas de una pareja... No quiero que te lastimen así que ve con cautela ¿me entiendes?
Internamente exhalo con tranquilidad, pese a que no representan buenas noticias para mí. No sé, siempre puede ser peor. Podría tener hijos regados por todo Japón o un historial criminal.
¿No?
Tampoco es nada que no supiera, aunque no representa ningún consuelo. Yo he visto a Seiya infinidad de veces mirar y hablar de otras mujeres. Lo sé. Además él también me lo dijo. No pasa nada...
—Estaré bien, no te preocupes —le prometo a Mina fervientemente, y ella asiente con la cabeza, como cautelosa. Se da cuenta de que está tocando fibras sensibles y se calla —. Sólo quiero un lugar lindo donde vivir y... ¡qué te digo! Sólo me divertía un rato, como me has enseñado, ¿no crees?
Consigo sonar como si no me importara, y Mina deja de verme un poco menos mortificada. Aún así, añade:
—Sí, claro pero... es que eres tan sensible. Y Seiya parece un chico... complicado.
La palabra que aprendimos hoy niños: todo en esta vida es complicado.
—¿Complicado?
—Un cabrón, pues.
Ahora se le va la poesía.
—Es tu cuñado.
—Con mayor razón —ataja arqueando las cejas.
Me río, pero como no quiero seguir hablando de Seiya, le pregunto por Yaten. Con sólo mencionar su nombre la actitud de Mina cambia radicalmente, se le ilumina la cara como un sol y me sonríe mientras juguetea con los anillos de bodas sobre su dedo. Vaya... le ha pillado fuerte. Siento una vaga y familiar punzada de envidia. Mina ha encontrado a un hombre normal y es feliz, y otra cosa... me doy cuenta que, por mucho que hoy haya estado alegre, sé que yo no lo soy. No realmente. Toda esa felicidad disfrazada era efecto de las hormonas apaciguadas, y nada más.
Charlamos otro rato hasta que le es imposible marcharse. Antes de despedirme de Mina en la avenida, la abrazo con fuerza. Algo me dice que voy a necesitar a mi amiga más que antes, pero no sé por qué.
Entro al apartamento de modo paranoico, mirando a todas partes. Con toda la información que he recibido hoy, de Mina y de Diamante, me temo lo peor. No hay nada fuera de lo común en la estancia, salvo la música a volumen bajo que se oye desde el cuarto de Seiya. Suspiro. Debo asumir mis cargos, no puedo huir de él. Debo tratarlo como se supone que lo trataría otro día cualquiera...
—¿Eres tú, Bombón?
—No, es Freddy Krueger, bobo.
—¡Y tan candorosa como siempre! —se mofa. Yo sonrío y me adentro hasta la habitación.
Todo el cuarto huele a gel de baño. Seiya está abotonándose una camisa color vino en el pequeño espejo que tiene para afeitarse. Me quedo boquiabierta. Jamás lo he visto tan elegante, salvo en la boda de Mina, así que pregunto en automático:
—¿Dónde es la boda?
Seiya me devuelve la mirada por el espejo, y hay algo en ella que no sé qué descifrar. Baja los ojos como si su atención la demandaran los botones de las mangas. O más bien, como si me esquivara a mí.
—No es boda. Sólo... un compromiso que tengo.
—Oh —digo yo bromeando —, ¿una cita?
¿Me dejan que les dé un consejo? Aprendan a quedarse callados, o como a mí, cualquier cosa que digas puede ser usado en tu contra después.
—Sí, algo así.
Joder.
Me mira como evaluando mi reacción. Yo sonrío, pero no de gusto, si no en defensa.
—Eso es estupendo —le digo, y sueno más falsa que las vendedoras que te dicen que no te ves gorda y te lleves el vestido, aunque parezcas un chorizo mal envuelto.
Seiya se vira y se acerca a mí.
—¿En serio? —pregunta dubitativo.
—Claro —contesto, aunque la verdad es que no estoy tan segura.
Él se muerde el labio. No sabe qué decir. Eso sí es novedad.
—Bombón, yo... —apoya las manos en mis hombros, a cierta distancia y observa atentamente mi reacción. Yo no me muevo, apenas lo tengo próximo se me dispara la adrenalina —. No sé si lo que pasó ayer esté bien... yo lo disfruté muchísimo. ¿Y tú?
—Yo... creo que te diste cuenta que lo disfruté —le digo contrariada y ruborizada. ¿Por qué me pregunta eso? Él sonríe, y me acaricia la barbilla con el pulgar. Yo me siento débil sólo con ésa acción suya. Ojalá me besara...
—Sí, claro pero... sólo somos amigos. ¿Verdad?
No suena a una pregunta. Suena a que quiere que le diga que sí. Porque es algo que él ya ha decidido. No lo impone, pero tampoco hay alternativa.
—Sí, sólo amigos —le digo, tras recuperar la voz.
Él asiente una sola vez.
—Bien. Porque ante todo, quiero ser honesto contigo.
—Lo sé... también yo.
¡Mentirosa! Me grita mi subconsciente. De la vedette erótica ya no hay ni rastro de ella. Desapareció.
Seiya se aparta y va a buscar su chaqueta de cuero. Se le ve fenomenal... me pregunto quien será la chica con suerte. Allí, viéndolo acomodarse el cuello, lo único que puedo pensar es que quería que me besara, pero no lo ha hecho. Quizá ya no me desea...
Durante el breve recorrido que hago entre su habitación y la cocina mis pensamientos y mis sentimientos fluyen a otra cosa. No quiero que se marche.
Pero lo hace, y no lo detengo.
Me siento en el taburete de la encimera y abro una cerveza de las que quedaban en la heladera. Seiya ha dejado la música encendida por salir de prisa. Matchbox 20 ya no se oye como un fondo romántico, ahora es una triste y solitaria melodía que me oprime el corazón.
.
.
.
Notas:
¿Me odian? ¡Bah, ni aguantan nada! :P
Lamento la espera, pero como les decía estaba participando con este fic para un concurso, y se supone debía estar terminado, si actualicé pero para ellos jajaj! Esta será una versión más larga y por eso me tardé. Así que para quien me haya leído en el grupo, no se vayan de aquí que todo será distinto, incluido el final.
Por cierto, no gané, pero me lleve un bien merecido segundo lugar y me fascinó mi premio. Por si estaban con el pendiente (que no creo).
Espero sus reviews para ver qué les pareció. Y sí... todo se complicó. Literal. A ver qué sigue. La canción que escucha Serena al final se llama "When You're Gone" de Matchbox20.
Y...únanse a mi grupo de Facebook "VENUS LOVE"! (link al perfil). :D
Besos,
Kay
