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"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
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(POV Serena)
7. Amigos
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Era perfectamente consciente del parpadeo de la pequeña luz azul que tintineaba en la pantalla de mi móvil. Seguramente tendría un mensaje de texto. Otro mensaje de texto. Quizá sería el primero del día, pero no el último. Pues igual a ése, había otros tantos que me habían estado llegando histéricamente y yo no había atendido ninguno de ellos.
Y no... no es que yo fuera paranoica ni que le debiera al banco. No, tampoco tenía ningún acosador ni nada por el estilo. Era simple y llanamente mi madre, tratando de contactarse conmigo por enésima vez. Y yo, como la buena cobarde que soy, siempre le decía que estaba ocupada trabajando o con [inserte aquí excusa estúpida y poco convincente] y ya la llamaría en cuanto pudiese. Cosa que evidentemente no había ocurrido, o no estaría dando y dando la lata...
Suspiré profundamente y enfoqué la vista en la pantalla de la computadora tratando de concentrarme en el trabajo. Era una mujer adulta e independiente, no tenía por qué temerle a mi madre. Los días en los que lloriqueaba por una baja calificación o por limpiar el sótano se habían acabado. Aunque ahora, por lo que me temía, prefería mil veces que me restringieran los videojuegos o me pusieran a sacudir telarañas. Pasé toda mi niñez queriendo ser adulto, y ahora sólo ansiaba desesperadamente volver a ser niña para evadir esto.
¿Y qué es ése eso? Se preguntarán. Pf, pues no sé ni por donde empezar. De entrada, le debo a mamá una buena y tremenda explicación de por qué estoy viviendo con un hombre que ella no conoce en primer lugar, ni dónde. En segundo... en segundo...
Oigo unos tacones caminar hacia mí y me muerdo el labio.
—Serena —me llama Unazuki, con una mezcla en su cara entre la pena y la gracia —. Línea dos, es ella de nuevo...
—¡Diablos! —espeto, y me pongo roja. ¿Qué clase de madre le llama a su hija de veintitrés años al trabajo?
¿Qué clase de hija evade las llamadas de su madre? Me susurra mi subconsciente.
Le asiento con aires culpables.
—Claro, no te preocupes. Puedes trasferirla, ¿por favor?
Ella suspira aliviada y se dirige de nuevo a la recepción. Me pregunto cuántas veces le habrá insistido para que viniera hasta aquí.
Vuelvo a suspirar y trato de recordar lo que me enseñaron en una clase de yoga hace mil años sobre canalizar los chacras, antes de pulsar el botón de espera y poner mi mejor cara de póker para transmitirla en mi voz:
—¡Mamá, qué gustó escucharte! Sí, ya sé, he estado ocupada y... no, no, todo está bien. Sí, claro que me estoy cuidado... Mamá, sabes que odio las verduras. ¿Por qué dices eso? No... ¡mamá, no soy ninguna ingrata! Lo que pasa es que... vale, no llores... ¿oh, es en serio? Es que... lo sé, lo sé, perdóname. Claro que quiero verlos... Me muero por ver a papá y a ti... y a Sammy también, creo. ¡No, sí, estoy segura! Mamá, no hagas drama, es sólo que... bueno, es que... tengo planes con Mina el fin de semana, eso es to-¿eh? Sí mamá, ya sé que está casada. ¿Eso qué tiene que ver? ¡Dioses, madre, no! ¡No intento interferir con ningún matrimonio! Para, para... iré. Iré. Sí, te lo juro. De acuerdo... sábado a las dos. Sí... gracias. Sí... Te quiero también. Adiós...
Un segundo después de colgar y yo ya tenía migraña. Los chacras no habían funcionado. Nada iba a funcionar, después de todo sólo sería una reunión familiar de pesadilla. Y yo tendría que ir si no quería que eventualmente dejaran de reconocerme como hija. Menuda mierda, porque en serio los echaba de menos.
Acabo de comprobar que en cuanto más nefastos son los hechos futuros, más rápido pasa el tiempo.
Así, los días se pasaron inadecuadamente rápido desde el miércoles, pero decido enfrentar a mi destino pues entre más rápido estuviera ahí, más rápido podría inventarme alguna excusa para largarme del dichoso almuerzo al que estaba invitada (obligada) a ir y volvería a la vida aburrida y normal que me gustaba. Para minimizar los daños, me prevengo yendo lo más presentable posible: eso incluía un buen baño, lavarme el pelo, recortarme las uñas y maquillarme aunque sea un poco, y claro, usar algo decente. Me miro al espejo y un ser ojeroso y pálido me devuelve la mirada. Qué nefasto. No dormí nada, y el maquillaje no hace milagros si no cuidas la materia prima. En fin.
Me pongo un bonito vestido corto que Mina me prestó en color azul (o plumbago, de acuerdo ella) que lleva detalles de encaje en las mangas y la orilla de la falda. Es monísimo, y del suficiente buen gusto para evadir todas las balas que le esperarían a mi poco femenina y desaliñada persona habitual. Lo único malo es que se lo he visto puesto y a ella le va como un guante, pero a mí me queda algo flojo de las caderas y el pecho; lo cual resulta algo deprimente pero tampoco nadie tiene por qué enterarse, ¿verdad?
Como parte del itinerario de mi mala suerte paro todo, empiezo a forcejear con el cierre. Me coloco en posturas raras y contorsionadas, pero nada funciona. Sencillamente se niega a cooperar. Diablos.
Aunque me enterco otros diez minutos, termino agotada y molesta. No podía arriesgarme a jalonearlo más de la cuenta pues con mi nata habilidad para la estupidez, seguro terminaría rompiéndolo y Mina me rompería a mí la cabeza. Sólo tengo una opción: pedirle a Seiya que me ayude.
Ignoro los altos tacones tipo nude que me atosigan desde el piso y que Mina me obligó a llevarme, supuestamente para lograr el look ideal. Elijo unas sandalias planas. Sólo hay algo peor que ir a ese almuerzo y eso es morir en él por conmoción cerebral al caer de ellos frente a todos.
Seiya está estornudando y maldiciendo en voz baja en la sala de la estancia. En cuanto me ve, abre tanto sus ojos azules que resulta insultante.
—Guau —murmura mirándome con descaro.
Siento que me arden las orejas instantáneamente.
—Vale, que no es para tanto...
—¿Bromeas? Deberías bañarte más seguido, cambias muchísimo...
—¿Qué clase de halago es ése? —le reclamo frunciendo el entrecejo. Él toma un kleenex de la cajita y tras sonarse la nariz de forma muy poco decorosa, me dice con voz mormada:
—Si te dijera lo que realmente pienso, me abofetearías...
—Quiero abofetearte de todos modos —le digo acercándome para ver qué está mirando en la tele —. ¿Cómo va el resfriado?
—Igual que como me veo, asqueroso —se queja, y se deja hundir aún más en el sofá.
Lo miro y automáticamente discrepo, pero me muerdo bien la lengua para cerrar el pico. Incluso en fachas, con la nariz enrojecida y sus ojos llorosos, el maldito no sabe como ser feo de ninguna forma.
Suspiro como colegiala y deshecho ésa idea por mi propio bien.
—¿Tomaste el antigripal?
—Sí —contesta de mala gana.
—¿Y el té?
Pone los ojos en blanco y asiente.
—Y creo que deberías estar más abrigado...
—Joder, ¿qué eres, mi madre? —me espeta ofuscado —. ¿No te ibas ya? —me recuerda.
Se le ve incómodo y eso es nuevo.
No le veo nada de malo a darle consejos mientras está enfermo, como lo haría con cualquier otra persona que aprecie, un amigo tal vez... pero parece que no está acostumbrado o le molesta. Eso me causa cierta satisfacción, porque ahora sé por qué ángulo llegarle para mosquearlo como él hace conmigo.
—Sí, sobre eso... me preguntaba si podrías echarme una mano.
Me mira sin comprender.
—No puedo subir el cierre —admito con vergüenza. Seiya arquea una ceja con elocuencia y sonríe.
—Uy, ¿cómo ésas escenas clichés de las películas donde la chica guarilla se aprovecha de las circunstancias? Claro que te ayudo, Bomboncito.
—Cierra la boca y hazlo —le gruño dándole la espalda.
—Sí, señora.
Siento su respiración en la nuca y me tenso, pero es aún peor sentir sus dedos rozando mi espalda. No puedo evitar que se me venga a la mente nuestras escenas pasadas, igual que en cuadros fotográficos, y cierro los ojos sintiendo todas mis terminaciones nerviosas a flor de piel, como si toda yo me hipersensibilizara. Si me girara y lo besara, ¿me rechazaría? Seguramente sí. Sólo somos amigos, lo dejó claro... amigos que tuvieron sexo. Aunque eso fue genial y hace semanas que la Serena erótica no tiene un pequeño momento de diversión, y lo deseo, no puedo negarlo. Y lo deseo con él, no con Diamante ni con cualquier otro. Al menos no ahora. Quizá si me quedó sólo con el sexo, ¿lo aceptaría? No sé, creo que no. ¿O sí? Y sé que si lo intento, tarde o temprano me hará daño. Porque él no puede o no quiere ofrecerme nada más...
Me parece eterna la trayectoria del cierre desde mi coxis y hasta el cuello. Incluso los vellos del brazo se me erizan, y ruego porque no se de cuenta.
—Listo —me dice un par de segundos después, se aleja y vuelve a su lugar a moquear y mirar la tele como si nada. Esto es suficiente para que me desencante. Sé que no genero la misma reacción en él que viceversa.
Da igual, de todas formas no quiero que me pegue sus bichos.
Miro mi reloj de pulsera y me percato de que si no me marcho ahora, llegaré tarde. Y sería otro motivo más para ser la víctima perfecta en el dichoso compromiso, pero aún así reniego. No quiero ir. Carajo, en serio no quiero ir. Sólo necesito encontrar un motivo... ¿dónde está el jefe explotador cuando se le necesita? ¿por qué no puede llamarme ahora para revisar manuscritos todo el fin de semana? Lo haría, y hasta estaría agradecida por ello.
Soy una cobarde.
—¡Oh, mira eso! —exclamo oportunamente mirando la pantalla —. ¡Un maratón de Harry Potter en el cable! ¿A qué es genial?
Seiya me mira como si se me hubiera zafado un tornillo.
—¡Y hace años que no las veo! —sigo fingiendo entusiasmo —. Quizá deba quedarme... son mis favoritas.
—Er... pero ¿qué ése compromiso al que vas no es importante?
—No tanto —miento con voz chillona, y me siento junto a él —. ¿Debería pedir una pizza? Bueno, tú no debes comer pizza. Pero podría intentar hacer aunque sea una sopa de pollo instantánea...
—Bombón...
—Estoy segura que nos queda alguna Campbells por ahí...
—¡BOMBÓN! —me grita. Le miro y paso saliva con fuerza —. Debes ir, no seas ridícula.
—Sólo es un estúpido almuerzo familiar. ¿Quién querría ir en vez de gozar de un fabuloso maratón de Harry Potter, palomitas y pizza? —refuto de modo histérico.
—Yo. Yo preferiría mil veces estar con mi familia que ver solo una película estúpida de Harry Potter.
Cambia el sentido de mis palabras y aunque no le miro, noto el tono herido de su voz. Me siento culpable de inmediato. Bueno, si él supiera que voy con la familia Adams estoy segura que me apoyaría, pero ya es tarde para aclararlo y al mismo tiempo creo que muy pronto para confiárselo.
Pero es tu amigo, me susurra burlón mi subconsciente, y lo maldigo. Ojalá desapareciera. ¿Quién lo necesita de todos modos?
Suspiro con resignación al tiempo que me pongo de pie.
—Tienes razón. Nos vemos más tarde entonces...
—Suerte.
Gracias, la voy a necesitar.
—¡Y trágate la Campbells, no seas necio!
Refunfuña algo que no entiendo, mientras cojo mi bolso. Salgo del apartamento y me trepo al taxi que me llevará hasta los confines de mi desgracia.
El almuerzo al que voy a acudir no está organizado por mi madre, si no por una tía que tengo que es igualita a Maléfica. Es divorciada y tiene fama de caza fortunas. Tía Kaolinete y mamá no son precisamente uña y mugre, de hecho se tratan con reservas, porque tía Kaolinete es una serpiente que critica todo lo que se mueve y la hace pasar mal a todo el mundo. Pero hace años, papá quedó desempleado por un buen tiempo y no teníamos ni para el pago de la hipoteca, de modo que ella nos prestó una buena suma y aunque mamá nunca lo admitirá, sé que se obliga (y nos obliga) a venir a estas fiestas sólo por eso.
Tiene dos hijas, Tellu y Mimet, mejor conocidas como Esperpento 1 y Esperpento 2. Ambas heredaron de la madre su carisma y sensibilidad, y ambas me odian. De niñas, cuando asistía a sus cumpleaños (aunque rogaba que no me llevaran), me encerraban en el armario o me excluían de todas las dinámicas (ya saben, payasos, maquillaje de fantasía y juegos hinchables y esas cosas), o me ponían a "jugar" cosas extrañas que al final resultaban ser simples bromas maquiavélicas. Se burlaban de mi peinado y mis pecas, de mis pechos pequeños en la secundaria y ahora... pues ahora tenían cien motivos más para burlarse de mí. Sabían que seguía teniendo los chongos, un trabajo mal pagado y que seguía soltera. Suficiente material para torturarme a pata suelta. Las detestaba con toda el alma, pero jamás había logrado exponerlas, porque mamá nunca me creía. A sus ojos eran una monada de sobrinas. Eran muy astutas para engañarla, y yo muy idiota para desenmascararlas. La historia de mi vida, pues.
Y ése era el motivo de mi resistencia a estar aquí. Por supuesto que echaba de menos a mi familia, ellos eran estupendos y nos queríamos mucho. Papá era medio despistado a muchas cosas, pero me adoraba. Y mamá era un grano en el culo a veces, pero también me adoraba. Sammy era otra historia, pero él estaba en la adolescencia y además un pesadito, lo cual nos hacía chocar de modo natural. Ahora que lo pensaba, Sammy se parecía mucho a Seiya. Quizá se llevarían bien si fuera mi novio.
Pero como no lo es... le aclaro al subconsciente antes de que venga a recordármelo, sé que no vale la pena mencionarlo. A lo que venía, el almuerzo del terror. Vamos, pues.
Recuerdo las palabras de Mina cuando me prestó el vestido, quien inútilmente siempre me infunde ánimos y me da toda clase de ideas para vengarme (unas muy originales de hecho, aunque nunca las ejecutaba) o defenderme, y me siento un poco más fuerte. Abro el portón de la gran casa y me adentro al jardín de la casona, donde celebraban a la "festejada".
El lugar está adornado todo con globos plateados y blancos, hay mesitas y una barra enorme con toda clase de bebidas. Un mesero se me atraviesa y me ofrece champán, y yo me la zumbo de un trago. Como necesito algo más fuerte que esto, voy a buscarlo.
Apenas me tienta un vodka entre los dedos mamá me encuentra y ya la tengo achuchándome y riñéndome a la vez. Que si estoy muy delgada, que si no la llamo nunca, que donde vivo, que si me veo muy guapa... En fin, ya saben, cosas que hacen las madres. Papá se limita a mirarme con afecto y preguntarme como estoy y Sammy a molestar con tonterías para luego ignorarme y centrarse en su videojuego portátil. Justo en ése momento, aparece tía Kaolinete y sus gárgolas, cada una con una sonrisa condescendiente en sus rostros.
—¡Serena cariño, pensamos que no vendrías! —me dice mirándome fijamente con sus ojos de serpiente, y un escalofrío me recorre la espalda. Está enfundada en un vestido escotado y rojo fulana, y su maquillaje es el más cargado que le he visto nunca. Se viste muy provocativa para tener cuarenta y cinco años y aunque tiene buen cuerpo, la mayor parte de él está compuesto de silicón y otros artificios variados —. Como siempre tienes la nariz metida en un libro, qué sorpresa... aunque sola, claro —agrega como si tuviera sarna.
Tuerzo la boca, y ahí vamos...
—Feliz cumpleaños, tía —sonrío sólo por mamá, que me presiona con los ojos. La abrazo y reprimo una mueca de asco al aspirar su perfume penetrante y sentir sus frías manos en mi espalda.
—¿Dónde está tu regalo, Serena? —pregunta Tellu oportuna como siempre, y enseguida me quiero morir.
Es un cumpleaños. ¡Debí haber traído un regalo! ¡Qué estúpida!
—Yo... —empiezo a tartamudear, y miro a mamá con auxilio, pero ella no me entiende. Ambas ríen estruendosamente y tía Kaolinete me mira atravesándome, como si su mirada me taladrara el cerebro. ¡Qué espanto! —. Lo... lo siento mucho, es que he tenido tanto trabajo que se me olvidó...
—No pasa nada —sonríe Kaolinete de modo aterrador. Mamá sonríe normal. ¿Cómo es que no se percata de ésas cosas? Es increíble —. Sabemos tú situación, querida... mejor ahorra. Te hace más falta a ti que a mí.
Mamá sonríe otra vez, pero sólo yo comprendo el significado de ésas palabras. El recordatorio incansable de que somos unos pobretones eternamente en deuda y ellos nos hacen la caridad de invitarnos a sus fiestas, con sus amigos snobs, de dirigirnos la palabra y en resumen, de aceptarnos en sus vidas como familia aunque sólo sea para agredirnos pasivamente. En el caso de éstas perras que ahora ríen escandalosamente, activamente.
Quiero que se abra un agujero en el césped para poder así enterrar la cabeza como una avestruz, pero de momento sigo resistiendo.
—¿Ves? Tu tía es muy considerada. No te preocupes por eso, mi cielo —me dice mamá —. Lo importante es que viniste.
—Claro...
Ambas mujeres se marchan y me dejan a merced del dúo dinámico. Ya estoy buscando con los ojos a papá para correr donde él como cuando tenía seis años, pero no lo encuentro. Uno de los mozos nos conduce a la mesa principal donde se dispondrá la comida, y como las desgracias nunca vienen solas, termino aislada de mis allegados, rodeada de las aves de rapiña que no pueden disimular el deleite de saborear la carroña que soy yo.
Al poco se unen otras dos primas, más inofensivas pero que no resultan de gran ayuda cuando son menores de edad y tienden a imitar todo lo que hacen las mayores, sobre todo si son malas. No las culpo realmente.
Tal como esperaba, apenas nos sirven la entrada, El Circo de los Horrores empieza:
—¿Y sigues en ése periodiquillo, Serena? ¿Cómo se llama? —pregunta Tellu.
—Dicen que está lleno de polillas y el edificio se cae a humedades —completa la otra.
—¡Yo no soportaría trabajar ahí! ¿Qué fue de ése chico, con el que terminaste? ¿No volvió a buscarte, supongo? —la sangre me empieza a borbotar, igual que un guiso en la lumbre baja.
—No la terminó, Tellu. Él la botó a ella... te lo he dicho ya.
Hijas de puta...
—Verdad, ¿qué te engañaba? ¿no?
—No me engañaba —atajo con discreción, porque mamá mira hacia acá de vez en cuando. No quiero escenas, y sé que ella tampoco. Luce preocupada. Lo sabía, no debía venir. Lo sabía...
—La dejó por otra, pero es casi lo mismo ¡Ay, era un sueño! —interviene Tellu sin hacerme caso. Mimet suspira y se lleva la copa de agua a los labios.
—El chico sí, sin duda era un sueño... no creo que encuentres nada mejor, Serena. Al menos si no te arreglas más, nunca conseguirás marido. ¡Hay que entenderlo!
—¿Entender qué, Mimet? —le refuto rechinando los dientes. Las otras mocosas se ríen aunque ni entiendan el sádico chiste de mis otras primas —. Y tú que eres experta en conseguir maridos, ¿ya tienes uno? Ah, verdad que cambias a cada rato de novio, siempre te veo uno diferente.
Nos miramos con desprecio un buen tiempo, y yo agarro uno de los tenedores y me imagino que se lo estoy clavando en el ojo, se desangra y muere... Es reconfortante, pero sólo le dura unos momentos la vergüenza:
—Y ahora que no estás viviendo con ésa chica... ¿dónde vives?
Ingenuamente, creo que quiere tener una conversación hipócrita-cordial, de ésas que tienen las familias disfuncionales normales. Cierro los ojos y me armo de diez toneladas de paciencia.
—Se llama Mina, y casó.
—¡Pero cómo! —se escandaliza Mimet sardónica —¿pero qué no eras algo así como su mascota? No me malentiendas, pero la seguías para todas partes, ¿no? Era muy gracioso. Tía Ikuko dice que la imitabas, aunque ella es más guapa, claro... la vi en fotos. Como sea, ¿dónde vives ahora? —vuelve a preguntar.
No quiero problemas, pero mi ego me grita que puedo responder, que no soy una estatua. Puedo defenderme...
¡Vamos, Serena, saca las garras por una vez!
—En un apartamento genial en un condominio que está frente la estación de la Torre de Tokio —respondo con una sonrisa impecable.
Todas se quedan mudas.
—Ésa zona es muy cara —replica luego Tellu parpadeando —. ¿Con qué lo pagas?
—¿Tú con qué pagaste tus cinco liposucciones, Tellu?
Sé que doy en una fibra sensible cuando se pone de pie, lista para echárseme a la yugular. Yo me quedo estoica. Algo va a hacer... oh, no. El vestido de Mina no. No le eches vino por favor ni me rompas la botella en la cabeza...
Justo en ese instante, tía Kaolinete se pone de pie y hace tintinear su copa. Todos los invitados giran las cabezas hacia su dirección. Me salva la campana. Tellu se sienta de malas y todos deben centrar su atención en ella. Yo suspiro. La próxima vez debo venir con un gas pimienta o una navaja, como mínimo...
Empieza un discurso aburridísimo y más falso que sus tetas donde nos agradece a todos por venir, por asistir a su cumpleaños (y obvio miente en su edad), pero nos avisa que tiene una noticia aún más "feliz" e importante que darnos. ¡Ay, ojalá se largaran a otro país! Eso sí sería una buena noticia. De la nada aparece un sujeto bajo, gordito y feo como macaco, que no conozco. Sujeta de la cintura a mi tía y toma su mano... oh, no. No de nuevo.
Sí, sí de nuevo. Nos anuncia su compromiso número... ¿cinco? ¿seis? nos enseña un anillo groseramente ostentoso que porta en su huesudo dedo y todo mundo aplaude y la felicita. No hay manera de que alguien como Kaolinete se case con él, salvo si es millonario. Y por el tamaño de ésa joya, seguro lo es.
¿Cuándo podría ir a vomitar?
Decido que no voy a acabarme el almuerzo, me excusaré que me duele el estómago (después de todo es medio verdad) y me largaré a casa. Me levanto y milagrosamente me encuentro a mamá.
—¡Tu tía se va a casar! ¿No es estupendo?
—No sé que le vio —se me sale en automático.
—Ay, hija... no es tan agraciado, pero seguro es simpático —se ríe.
—¡No, no sé que le vio él a ella!
—¡Serena Tsukino! —me reprende —. Ven, siéntate, que no creas que no me doy cuenta que me estás evadiendo. ¡No en balde soy tu madre!
Niego con la cabeza.
—No puedo mamá, ya me voy.
—¡Nada de eso, señorita! Tenemos una plática pendiente, señorita... siéntate acá conmigo. Vamos. Siéntate bien, mi vida... pareces un mecánico. ¿Ya viste cuántos chicos agradables hay acá?
—Mamá, no soporto a Tellu y Mimet. Sabes como me siento respecto a ellas. Por favor... quiero irme, ya charlaremos después —escupo.
Me ignora absolutamente.
—¿Con quién estás viviendo? —me pregunta con tono acusador —. Ya me dijo Mimet que vives en el centro de Tokio. ¡No me mientas, Serena Tsukino!
Maldita sabandija chismosa. Tomo aire y me animo a decirle la verdad, ya no tiene caso ocultarlo. No es algo que pudiera sostener por mucho tiempo después de todo.
—Con un... amigo. Es una persona de confianza... no te pongas pálida, mamá. No somos nada. Es muy buena gente...
Amigos mis polainas, murmura el subconsciente. La Serena erótica me guiña un ojo con complicidad.
—¿Amigo de dónde? ¿A qué se dedica?
—Es cuñado de Mina, y es músico...
Mamá sacude la cabeza, y se abanica con una servilleta de tela. Reacciona igual que si le hubiera dicho que vende órganos en el mercado negro.
—Tengo que conocerlo. Dar mi aprobación. ¡Tengo que saber con quién vive mi hija! Ay, Serena... ¿por qué haces todo al revés? Yo no te eduqué así...
Frunzo las cejas, perdida.
—¿De qué hablas?
—Mira a tus primas... tienen buenas carreras, buenos trabajos y con novios formales. Y tú... ni siquiera sé si te alcanza para comer y vives con un músico, que seguro tendrá el apartamento lleno de drogas... tú eres una niña de casa, Serena. ¿Por qué no me hiciste caso y estudiaste contabilidad? Tu papá ya te habría acomodado en algún despacho, y con suerte, ya hasta estarías comprometida...
—Mamá, no hay drogas en la casa, por Dios... —me ofendo —. Y me gusta mi trabajo... no está tan mal —miento —. Seiya... bueno, él es algo complicado, pero es buen amigo. Sólo eso.
Por alguna razón, me irrita decirle así las cosas, pero qué más da. Debo seguir con la charada si quiero que ésta mujer me deje tranquila.
—¿Qué haré si sales embarazada? —gime de repente.
—¡Mamá! Sé como funcionan los anticonceptivos, no te preocupes —ella se pone blanca como fantasma. Oh, ¿se irá a desmayar? —. De acuerdo, lo siento... mal comentario. Pero por favor... no me compares con ésas arpías, por favor —le ruego al borde las lágrimas —. No me gusta la contabilidad, ni necesito tanto dinero...
Entonces, su rostro muta a la severidad.
—¿Y un hombre? ¿No necesitas un hombre? Serena, ya tienes casi veinticuatro... me voy a morir sin ser abuela. Tus óvulos se mueren, y yo también...
—¡MAMÁ! —grito ofuscada. ¿Cómo puede ser tan dramática? —. ¿Acabas de reclamarme un embarazo y ahora quieres nietos?
No me responde. Se sigue abanicando y fingiendo un ataque de nervios. O ya no sé si sea fingido, porque la veo muy alterada. Ay, sabía que no quería venir. ¡Maldito sea Seiya y sus chantajes emocionales!
—Hasta tu tía se volverá a casar. En dos semanas, ¿sabes? Ya tiene todo preparado...
Me cabreo.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
Entonces ella me mira con gesto lastimero.
—¿Por qué dejaste ir a Darien, mi amor? No vas a encontrar otro como él...
Es la segunda vez que escucho eso el día de hoy, y mi ser frágil y adolorido no es capaz de soportarlo. Abro los ojos como platos y le suelto. Tengo un nudo en el estómago y unas urgentes ganas de llorar, pero no quiero hacerlo aquí. No puedo digerir todo esto, que sea ella quien me diga algo tan denigrante, por muy buenas que sean sus intenciones de madre. De pronto soy como un depósito que chorrea gasolina... no puedo soportar más, si derramo una lágrima explotaré y será muy desagradable y humillante.
Le miro con toda la desilusión que soy capaz de transmitir y ella me la devuelve atónita, porque no está acostumbrada a que le de la contraria. Me pongo de pie y me marcho sin despedirme de nadie. Sólo quiero llegar a mi refugio y lamer mis cicatrices re-abiertas ahí.
El apartamento está exactamente igual que como lo dejé. Creo que Seiya se ha quedado dormido, pero se despierta cuando cierro la puerta sin demasiada delicadeza. Pregunta como me fue y le digo que estoy cansada y e iré a leer a mi cuarto. Sin embargo, me topo otra vez con el problema del puñetero cierre. Doy una patada al suelo y ahí voy otra vez, a pedirle a Seiya que me ayude. Esta vez no hay rastro de la tensión sexual.
—¿Todo en orden, Bombón? —me pregunta cauteloso. Me impresiona que sepa leer mis movimientos con tanta agilidad. Ni siquiera le he mirado ni dicho nada, y ya sabe que algo no anda bien. Apenas me giro me mira consternado —¿qué pasó? ¿qué tienes?
No aguanto y mi respuesta es rodearlo con los brazos, y llorar amargamente contra su pecho. Seiya me envuelve rápido en los suyos, me acaricia el pelo y me pega contra sí, tratando de calmar mi respiración errática y mis sentimientos agrios. No sé por qué lo hice. Sólo sé que necesito alguien que esté conmigo, que me cuide, que me entienda. Y tampoco sé por qué estoy segura que Seiya lo hace. Él no es sólo mi roomie, es más... probablemente, a pesar de que reniegue de lo contrario, sí es mi amigo.
Me dirige al sofá donde sigo descargándome, esta vez en su regazo. Después de un buen rato, los hipidos se normalizan y las lágrimas me dejan drenada y en paz. Él me sigue acariciando el pelo.
—Nadie tiene derecho a pisotearte, Bombón —me susurra casi imperceptiblemente por el ruido aún bajo de la tele —, sin importar quien sea —agrega con suavidad. Entonces comprendo el significado de sus palabras. Él sabe de donde vengo... que es mi propia familia quien me hizo llegar así, como un trapo. Eso añade una cuota extra de dolor a mi cuerpo, y sigo llorando como cría, aunque ya en menor intensidad.
—Mamá nunca está conforme con nada. Y mis primas... ellas...
—¿Ellas qué?
—Siempre encuentran la manera de hacerme sentir como basura...
—No las dejes —me llega su voz grave. Grave y algo rota, seguramente por la gripe.
—No puedo sola... nadie me apoya y...
—No lo estás —ataja con brusquedad. Yo me incorporo y lo miro pestañeando, dejando caer gotitas que me escurren por la barbilla —. ¿Y yo qué? ¿estoy de adorno? No estás sola, estás conmigo y nadie te va a lastimar porque no los voy a dejar. ¿De acuerdo?
Un calor súbito y mágico burbujea en mi pecho, y se extiende agradablemente por todo mi ser. Gratitud, alivio... tantas cosas indescifrables que no sabría explicar ahora mismo. Seiya coge un pañuelo y me limpia el rostro, evaluando mi expresión con una pequeña y críptica sonrisa. Yo me vuelvo a acurrucar en él y me envuelve en sus brazos. Dios, se siente tan bien aquí, que no quiero que me suelte. No tan pronto.
Tras un rato mirando la película y dejarme arrullar por su respiración bajo mi oído, rompo el silencio diciendo:
—Aún tengo que ir a una boda de mierda en dos semanas... será insoportable.
—No lo será, porque iré contigo.
Contra todo pronóstico sonrío, y sé que todo es gracias a él.
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Notas:
Hello everybody! Gracias por seguir leyendo :) Espero lo disfrutaran y me hagan saber qué les pareció, ¿quién no tiene parientes nefastos? ¿odian mucho a la mamá? No es tan mala, sólo algo ¿prejuiciosa? I don't know. Y afortunadamente, Serena ya tiene un buen "amigo". XD
Saben, los reviews son como las sonrisas. Son gratis, y siempre hacen sentir bien a la gente. Así que no sean mala onda :P Hasta la otra!
Besos de cereza,
Kay
