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"Roomies"

Por:

Kay CherryBlossom

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(POV Serena)

10. Cumpleaños (parte II)

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Me despierto por ahí de las cinco y media de la mañana. Por supuesto tengo jaqueca y los ojos resecos y adoloridos. Tardo un poco en entender por qué, pero apenas soy consciente del día que es hoy y lo que ocurrió anoche, salgo a toda prisa de la cama.

Por primera vez en mi vida salgo a correr voluntariamente. Me pongo mis zapatos mugrientos de deporte, que nunca uso, unos pantalones de chándal y una sudadera con capucha. Tengo ganas de correr hasta China, pero dudo seriamente llegar a dos kilómetros. Con una melodía inofensiva de Gorillaz sonando en mis oídos, me introduzco en el amanecer rosáceo y aguamarina.

Cruzo el parque. ¿Qué voy a hacer? ¿Fingir demencia? ¿Hacerme la digna? ¿Retirarle la palabra? Sigo queriendo estar con él, pero ¿en ésos términos solamente? Ya no sé. No sé si valga la pena los buenos polvos para después estarlos pagando con lágrimas. No sé ni siquiera si puedo reprocharle algo. Sé que no. Que no hay compromiso entre nosotros, ninguna base ni ninguna norma está clara en ésta rara relación. ¿Entonces por qué siento que sí? ¿Por qué hay algo dentro de mí, que me dice que Seiya no quiere estar solo, que quiere estar conmigo? Probablemente mi desesperada necesidad por creerlo. Hay niños que juran haber visto al conejo de pascuas. La fe le hace malas jugadas a la imaginación y a la mente.

Una pregunta me reconcome: ¿por qué lo hizo? ¿se enfadó por lo que dije anoche frente a Mina? ¿Era eso, una revancha? ¿Ganas de demostrar que nadie lo domina? ¿Por qué en casa? ¿No merecía al menos yo un poco de respeto? ¿No podría irse a un motel barato y ahorrarme la pena?

Me paro junto a un gran abeto, apoyo las manos en las rodillas y respiro hondo y fuente mientras el aire llena mis pulmones. Me siento bien de hacer esto. Es catártico. Mi deseo de querer llorar y maldecir disminuye, y mi determinación se fortalece. Sí. Tengo que decirle lo que me parece bien y lo que no. Y si no lo acepta, deberé irme de ésa casa. No hay más, será muy difícil desapegarme conviviendo con él todo el tiempo.

La idea de no volver a verlo me duele, pero ¿qué otra cosa puedo hacer?

Respiro hondo como para limpiarme por dentro, y arranco a seguir corriendo otro rato.

Me evito el mal trago de encontrarme a alguna mujer en bragas en la cocina, bebiendo de mi jugo o a los dos compartiendo un momentito cliché. Todo está igual de desierto y silencioso que como lo dejé. Me ducho, evitando siempre mirarme en el espejo mi cara de amargada y salgo rumbo al trabajo. No desayuno, pero no me importa, de todos modos no me entraría nada ahora.

Paso a comprar un café con leche para llevar y no tomo el autobús. Me voy caminando con toda la calma del mundo y luego me siento en una banca a dejar que el tiempo haga su trabajo. Llego con diez minutos de anticipación y el señor de la correspondencia deja caer un paquete cuando me ve. Está impactado. Le saludo con la mano de lejos y me meto al edificio sin hacerle plática.

Los botones de los pisos del elevador se encienden uno a uno, y cierro los ojos, agotada. Espero que hoy no sea un día tan pesado. Es inconveniente explicar por qué tienes una cara de mierda en tu cumpleaños.

Me quedo de piedra cuando veo lo que hay ahí.

Un precioso arreglo floral de lilas, peonías y tulipanes adorna mi gris y destartalado escritorio. Es de un gusto exquisito, obviamente de florería, y huele a gloria. Aspiro su perfume y luego de pensar que es una equivocación, recuerdo que es mi cumpleaños. Enseguida me asalta la segunda duda. ¿Quién me lo envía? Busco como loca la tarjetita hasta que la encuentro. Es color perla, con ribetes dorados y está escrita a mano:

Un pajarito me dijo que hoy es tu cumpleaños,

Quisiera invitarte a cenar, pero imagino que ya tendrás planes

Igual te deseo lo mejor

Diamante

Casi me caigo de la silla, pero consigo agarrarme a tiempo y no echarme encima el café. Me muerdo el labio inferior y la vuelvo a leer. Esto es… bueno, es sorprendente, un detalle muy bonito… no sé ni siquiera cómo definirlo. Antes de conocerlo creería que algo así sería una mala broma, pero ahora que lo he tratado más, no me debería extrañar supongo, pero lo hace. Una cosa es ser alguien galante, y otra ser un encanto. Lógicamente, no estoy acostumbrada.

Sonrío sintiendo algo extraño en mis pómulos, que supongo se les había olvidado un poco como se hacía esbozar una sonrisa. Mientras enciendo CPU, me tomo la libertad de responderle de inmediato. Tengo que decir que la educación siempre se impone:

Hola,

Las flores son un sueño… me encantan. Deberé cuidarlas mucho o se me secarán aquí.

Gracias por la felicitación.

:)

El resto de los compañeros van llegando conforme pasan los minutos. Todos hacen las mismas bromas sobre mi puntualidad y me felicitan. Yo trato de darles gusto y recibir sus buenos deseos. Mientras mordisqueo impaciente la tapa de mi café, la pantalla de mi móvil se enciende. Lo cojo y abro el mensaje de Diamante:

Si te hicieron sonreír ya pueden morirse con dignidad, pues cumplieron su cometido señorita Tsukino.

Que tengas un día estupendo

D

Sonrío otra vez como colegiala. Mis dedos se quedan suspendidos frente al teclado. Supongo que ésto es todo, ¿no? Es un regalo divino, y quiere llevarme a cenar. Invitación que no confirmé, igual que las veces anteriores. Yo sé que no debería sentirme culpable, mucho menos después de lo de ayer. Pero… no sé, no tengo ánimos de salir. Insegura, echo el móvil al bolso y hago lo que se supone por lo que me pagan.

Unasuky me regala unas pastas de mantequilla que devoro con avidez, pues estoy muerta de hambre por no desayunar. Molly me da una linda tarjeta de cumpleaños y unos boletos para el cine. En el transcurso del turno atiendo a Mina, que me arma un berrinche monumental por dejarla en llamada en espera (¿qué diablos?) luego parece que se le olvida y me dice que el clima en Hokaido es excelente, que les está yendo muy bien pero extraña su casa en Tokio…pasar conmigo mi cumpleaños. En un momento hasta creo que va a llorar, porque se le corta la voz y todo. Acto seguido, se compone y se despide muy contenta. ¿Qué le ha picado? Está más loca y rara que un perro verde.

Al primer receso tomo una galleta del tarro y me sabe rara, pero igual me la como. Recibo un mensaje corto y discreto de mi padre que recibo con infinito agradecimiento porque no me obliga a hablar de mi cumpleaños y por allí de la hora del almuerzo, me llega un correo electrónico de mi jefe que dice que si quiero, puedo irme temprano. Por supuesto, Seiya no da ni sus luces. No es que lo esperara, la verdad. Mamá llama, y me ha preguntado al menos cinco veces por él. No me extraña, se ha metido a mi madre en el bolsillo…

Como hizo contigo, me reprocha mi subconsciente.

Ahí está… vaya. No sé si alegrarme o enfadarme.

Genial. Puedo irme temprano, pero sólo para no hacer nada salvo picarme los ojos sola o llegar a Incomodilandia y ver a Seiya, posiblemente, con su fulana. Podría ir a casa de mis padres, pero haría horas de trayecto y no quiero pasar mi cumpleaños deambulando en un autobús. Quizá ir a tomar helado… otra vez. O usar uno de los boletos del cine (triste), o usar los dos y repetir la función (más triste). Si tan solo hubiera traído mi libro, me evadiría por horas en algún café.

Guardo mis cosas con más depresión que si me hubieran despedido y al final, le paso a agradecer a mi jefe y llevo mi patético culo cumpleañero hasta la salida.

Me siento en la misma banca de la mañana y miro las nubes, que ya se tornan anaranjadas por el atardecer. Es viernes, y es un día de verano cálido y perfecto para pasear. Es una lástima…

Tampoco es que sea muy diferente a mis cumpleaños anteriores. Quizá con los años, se vuelvan cada vez peor. O quizá yo los veo con un enfoque diferente. Si recibiera una señal, algo que me diga qué debo hacer, podría intentarlo.

Miro hacia abajo y ahí está, por casualidad o por destino. Tengo pegado en ella suela de mi zapato un pétalo, seguramente de mi arreglo. Lo despego y lo acaricio, es suave y liso…tierno y nuevo.

Determinada, saco el móvil y tecleo el número de Diamante. Al segundo tono oigo su voz mesurada y cautivadora.

Al bajarse del Audi, no puedo evitar mirarlo como si fuera comida. Está impecable, como siempre. Trae un traje hecho a medida en azul marino, camisa blanca y una elegantísima corbata gris con diseños bordados en líneas. Parece un político importante, o una estrella de cine. O una estrella de cine que interpreta a un político importante. Oh, no… ¿podría estar menos a la altura? Miro hacia abajo: mi falda negra y ancha a la pantorrilla es aceptable, pero llevo zapatos planos y una chaqueta de jean. Es viernes, y los viernes vestimos informales en la oficina. Diablos. Esto de improvisar no es lo mío.

—Hola —dice acercándose. Su sonrisa radiante le ilumina el rostro —. Muchas felicidades.

Lo abrazo brevemente.

—Gracias —obviamente me sonrojo, a la par que bajo la mirada apenada —. Estás... muy elegante.

—Tuve una junta de negocios en la mañana —explica y se encoge de hombros. De todos modos, siempre luce espectacular.

—Ya veo.

—¿Vamos? —me ofrece, aún con la puerta abierta.

Lo sigo y me introduzco en el flamante coche, aspirando el aroma de los asientos de piel. Me pongo el cinturón de seguridad y suspiro profundamente mientras él da vuelta y se dobla con agilidad para subirse. Estoy nerviosa. La sensación es como estar en una jaula pequeña con una pantera dentro.

Nos incorporamos al tráfico y yo permanezco en silencio, sólo con el sonido de una música bajita en su moderno sistema de audio.

—¿Tienes hambre?

—Mucha —respondo.

Él me mira de modo cálido. Yo le sonrío tímidamente.

—Conozco un buen lugar —anuncia girando hacia la derecha.

Una inquietud terrorífica me invade de inmediato al escucharlo decir eso.

—No estoy vestida para un restaurante lujoso —murmuro casi en una súplica.

Él se ríe.

—No creo que te echen por eso.

—Pero me van a mirar mal —repongo casi en un puchero. Por favor, no, no quiero más motivos para sentirme mal hoy.

Diamante arquea las cejas.

—Nadie en mi presencia se va a atrever a despreciarte, Serena —dice tranquilo pero peligroso.

Frunzo el ceño tratando de procesar sus palabras, que me asustan y me conmueven por igual. No dudo que sea verdad, con eso de que sea un hombre cuyo poder e influencia es impresionante para alguien de su edad, pero la verdad no quiero tentar al destino. Yo nunca tengo buena suerte, menos en mis cumpleaños.

—Si quieres te llevo a un Carl's Jr —bromea en un semáforo, notando que no me animo.

—No estás vestido para un Carl's Jr —le devuelvo la broma.

Nos sonreímos. Me gusta que Diamante tenga sentido del humor.

—¿Eso es todo? ¿El problema se limita a la ropa? —dice impasible, como si lo que le dijera fuera cosa de niños.

—Bueno, sí...

Da una vuelta inesperada en una calle continua, y tras avanzar unas manzanas más, se estaciona enfrente de un almacén. Alcanzo a leer marcas de diseñador de las tiendas y lo miro escandalizada. Sólo he venido aquí para babear con Mina, pero nunca compramos nada. Incluso ella, que es una amante de la moda, tiene sus límites.

—¿Qué haces?

—Compremos ropa adecuada.

—¿Qué? ¡No!

—¿Por qué no?

Trago saliva compulsivamente.

—Porque no, no puedo aceptar que me des algo.

—Esa no es una razón, Serena. Es una excusa —argumenta pragmático.

—No somos novios, ni parientes ni nada.

Él se recarga en el asiento y me mira desafiante y divertido, parpadeando.

—Entonces sé mi novia.

—¡No! —gimo. Sacudo la cabeza arrepentida por mi poco tacto, pero él no parece herido —. Es decir… no tienes qué.

—Aceptaste mis flores.

—Es distinto, era un regalo de cumpleaños.

—Esto también.

Vaya… es muy persistente. Y desgraciadamente sabe cómo convencer a una mujer, porque ya estoy imaginándome enfundada en un vestido hermoso, con él del brazo y sonriendo como idiota ante una multitud como la primera dama de un presidente. Absurdo.

Absurdo, denota mi subconsciente.

Estoy segura que no tengo la capacidad de convencerlo. Él es muy intimidante y persuasivo, y tampoco quiero que discutamos todo mi cumpleaños en su coche. Finalmente por eso le llamé.

Asiento a regañadientes.

—Está bien. Pero lo compraré yo.

Aprieta los labios. Parece decepcionado.

—Y fin de la discusión —le digo tratando de parecer autoritaria. La patosa Serena Tsukino tratando de reñir a Diamante. Suerte con eso.

Él aparca el auto, mientras un mozo corre a recibir semejante pez gordo, encantado. Se gira y me sonríe con paciencia.

—No se supone que debas gastar en tu cumpleaños, Serena. Debe ser al revés, debes dejarte consentir y malcriar. ¿Nunca lo hacen contigo?

—Pues… no.

Vaya, no me había percatado, pero es algo triste.

—Quizá por eso te sientes incómoda con la idea. Pero yo soy así. Lo que tengo me gusta compartirlo con los demás. No te juzgues por ideas retrógradas o modernistas, linda. No malgastes energía. A mí me complace hacerlo, y de más está decirte que me lo puedo permitir… bastante.

No lo dudo. Sé que es rico, pero no es el punto…

—Te lo compro, y si quieres, lo usas hoy y luego devuelves la ropa —sugiere.

Le miro con desconfianza.

—¿Y te harán llegar la factura?

—Soy buen cliente —explica simplemente.

Me revuelvo incómoda en el asiento.

—Pero eso no te gustaría ni pizca, ¿cierto?

—Correcto.

Me ha convencido, pero lo mosqueo un poco.

—Entonces acepto —le digo maliciosa, y salgo por mi cuenta sin dejar que el mozo me abra el coche.

No puedo creer que existe ropa que me quede como guante, se me vea bien y además la busquen por ti y todo. Bueno, no puedo creerlo porque no vivo así. Soy de las que corre detrás de las ofertas y se conforma con lo que hay. Nunca he tenido la oportunidad de elegir qué quiero y cómo lo quiero. Por eso, es asombroso que yo pueda caminar con éstos preciosos zapatos de pulsera , y esté vestida con este traje de coctel corto y negro por igual. Es elegante en su simpleza. Todas las mangas y el cuello largo están cubiertos de un fino encaje en diseños sobrios de flores. Como sé que el atuendo se verá ridículo con mi back pack desgastado, decido dejarlo en el coche. Sólo llevo mi móvil… por aquello de las emergencias.

O por si ése perro ingrato te llama, ¿verdad?

Gruño.

Diamante se quita el saco y la corbata, me coge la mano y tira de mí hacia el interior del restaurante. No puedo evitar mirar en todas direcciones. La madera, los candelabros, las luces tenues, la alfombra… todo parece un palacio. Es muy romántico, íntimo y antiguo. Me recuerdo que debo cerrar la boca y me comporto, procurando pisar con cuidado. Hoy no me puedo caer.

Una guapa hostess de melena negra y lustrosa no puede disimular su rubor y emoción al mirar a Diamante. ¡Le gusta! Luego le echa una desdeñosa mirada a nuestras manos y su tono se vuelve frío.

—Buenas noches, señor Black. Bienvenidos. ¿Ya los esperan?

—Buenas noches —saluda educadamente —. ¿Está libre el reservado?

Ella entra como en un lío mental. Se disculpa con una sonrisa nerviosa y habla desesperada por un teléfono de pared. Luego, como aliviada, nos conduce hasta el sitio. Me da la sensación de que el lugar no estaba para nada disponible, y han movido cielo, mar y tierra para que así sea. ¿Es esta la influencia de Diamante? Me muerdo la lengua con aprensión. ¿Por qué le gusto? No lo entiendo.

Antes de instalarnos nos topamos a un señor gordo de apariencia extranjera y con cara de buena gente que se está retirando. Lo saluda como si fuera su sobrino, lo abraza sin propiedad ni nada. Yo me cohíbo y doy un paso hacia atrás, para que no note mi presencia.

La nota.

—¿Quién es esta encantadora señorita? —dice mirándome fijamente con sus ojillos diminutos y azules. Tiene un bigote muy chistoso y la piel rosácea. Parece una caricatura, pero lleva dos guardaespaldas de dos metros de alto siguiéndole el paso. Será mejor no reírse de él.

—Ésta, Frank, es Serena Tsukino… Serena, este es Frank Loywood. Un antiguo inversionista de mi compañía.

Extiendo la mano temblorosa.

—Mu…

—También es mi futura esposa, pero todavía no lo sabe.

Mi cara se enciende como un foco navideño y lo miro aterrada. Él me guiña un ojo y el tal Frank estalla en carcajadas.

—Mucho gusto señorita Tsukino, futura esposa de Diamante que aún no lo sabe. Bueno, ahora ya lo sabe, ¿no?

Y se sigue riendo.

—Mucho gusto —murmuro muerta de vergüenza. ¿Qué puedo decir de todos modos?

—Venimos a celebrar su cumpleaños —informa Diamante innecesariamente. ¡No, por favor! No hables de mí.

El magnate sonríe y menea la cabeza, entusiasmado.

—¡Espléndido!

—Gracias, señor —contesto con voz endeble.

—¿Van a cenar?

—Sí.

—¿Y luego?

—Haremos lo que ella quiera —dice él natural —. Baile, caminata, casamiento en las Vegas, yo de Elvis y ella Marylin. No sé. La noche es joven.

Creo que la cara me va a explotar en cualquier momento. Debo verme ridícula. ¡Si tan sólo no fuera tan tímida!

Frank le pone una de sus manazas en el hombro de Diamante, quien lo mira con afecto y se dirige a mí:

—Que no te engañe la frivolidad de éste muchacho, cielo. Gracias a él tenemos tres fundaciones que ya operan en varios puntos de Japón y miles de personas ya no viven de la calle. ¿No es asombroso?

Por primera vez en mi vida, veo a Diamante ruborizarse. Baja los ojos, niega con la cabeza y me mira como disculpándose:

—No le hagas caso a éste viejo, me tiene cariño y exagera todo el tiempo.

—¡Patrañas! —se queja. Yo lo miro interesada —. Cualquier chico de su edad y con sus recursos estaría perdiendo el tiempo en vicios y excesos. ¡Pero no Diamante Black! Este joven es un genio de los negocios, y estoy seguro de que cambiará nuestro país. ¡O a lo mejor hasta el mundo!

Diamante suspira y se revuelve en su sitio. Se ve incómodo, y eso me resulta de lo más atractivo. A pesar de sus logros y adquisiciones, no es pedante.

—Ya te digo yo, exagerado como él solo…—refunfuña.

—No es así, con su proyecto de conservación de especies marinas ha logrado que la caza furtiva desaparezca casi del todo en el sureste de la nación, y…

—Creo que ya es suficiente —interrumpe Diamante para mi desgracia, pues quería seguir oyendo más de eso —. La dama tiene hambre, Frank. Ten piedad.

—¡Muy cierto! —reconoce mirando un reloj dorado y que se ve muy opulento —. Me retiro. Muchas felicidades señorita Tsukino. ¡Disfrute, no olvide que vida sólo hay una!

Le sonrío agradecida.

—Gracias, señor.

Diamante me ofrece su mano y me lleva hasta la mesa. Qué momento más curioso y cautivador. Así que no sólo le gusta hacer dinero, le gusta invertirlo en los menos afortunados. Mientras me siento en el cómodo asiento de terciopelo, recuerdo sus palabras. Vida sólo hay una.

Luego pide la carta de vinos y me la tiende caballerosamente. Yo niego con la cabeza.

—Por favor, tú. Yo no sé nada de vinos y no creo que tengan los del supermercado —le sonrío al mesero, pero parece que a él no le hace gracia. Bajo los ojos a mis manos y juego con mis dedos.

—Queremos dos copas de Chiraz del valle de Barbossa —pide con eficiencia Diamante.

—Er… ése vino sólo lo vendemos por botella, señor —informa el camarero con cierta torpeza.

Diamante arquea las cejas y lo mira con frialdad.

—Pues tráigala —sisea.

De inmediato el chaval asiente y se retira dócilmente. Ay… pobre.

Él se percata de mi confusión con el menú, así que resuelve el problema con otro tronido de dedos, igual que las veces anteriores. Ordena casi todas las especialidades del chef en cantidades pequeñas. Pruebo el cordero, el venado, el pato y el solomillo. Cada carne en deliciosas salsas que no sé ni qué lleven pero me hacen flotar de la delicia. Las guarniciones no se quedan atrás. Cada una es mejor que la anterior. Hasta los espárragos y la ensalada me encantan, y eso que lo verde sólo lo conozco enterrado en la tierra. El vino resulta también cosa de otro planeta y la conversación es fluída y agradable. Diamante es tan versátil que me sorprende. Puede hablar del clima, de la crisis económica mundial o de tango. Yo casi no hablo, pero lo escucho embelesada. No es para nada una persona aburrida.

Mientras dejamos que nos haga un poco la digestión antes de que nos ofrezcan el postre (cosa que no rechazaré, obviamente) me sirve más vino y pregunta:

—¿Y cómo te va en el trabajo?

Como al fin tengo algo que contar que valga la pena, me esmero en darle los detalles. Para no variar, me ofrece el contacto de unos proveedores a los que yo he perseguido por días y él conoce. Rechazo su oferta, pero le prometo que si las cosas se me complican, lo llamaré. Miro que se enciende un mensaje en la pantalla de mi celular. Lo cojo y lo abro. Es un mensaje de cumpleaños mega atrasado de Sammy. No puedo evitar fruncir el ceño.

—Me gustaría saber lo que estás pensando —me dice de pronto. Lo miro. La intensidad de sus ojos violetas me desconcentra.

—¿Por qué me invitaste hoy?

Él parece confundido.

—Creí haber sido bastante claro en mis intenciones, Serena.

Me ruborizo.

—Sí, pero… ¿por qué yo?

Él suspira profundamente, y se recarga en su silla. Me sonríe sólo con los ojos.

—Eres una chica bella, inteligente y graciosa. ¿Por qué me preguntas eso? Los tipos deben echársete encima.

No puedo evitar sacar una carcajada sarcástica. Él no se ríe. Oh, no era broma. Oh…ups.

—No lo hacen —digo como a modo de disculpa.

Se rasca la barbilla, pensativo.

—Qué raros. O qué imbéciles —espeta —. Mejor para mí. Así no tengo que controlar tanto mis celos… ¿no crees?

Soy incapaz de sostenerle la mirada y me desquito bebiendo más vino. ¿Qué haría si se enterara de lo de Seiya? ¿O es una indirecta para decirme que ya lo sabe? Ay… ya me siento algo mareada, pero me siento muy bien, con adrenalina. Siento un raro aleteo de felicidad interior y no me lo creo, al menos no como estaba en la mañana.

—¿Te cuento un secreto?

Él parece encantado.

—Claro.

—Este ha sido mi mejor cumpleaños.

—¿En serio? —pregunta recargándose sobre la mesa. Lo tengo a treinta centímetros de distancia, y no me molesta.

Le sonrío con sinceridad. Al fin y al cabo, no le estoy mintiendo. Comí lo que quería, fui el centro de atención y me divertí, no necesité más.

—En serio.

Extiende la mano y me la coloca en la barbilla, para levantarme la cara. Nos miramos fijamente a los ojos. Siento un calorcillo especial que no es por el vino. Lo veo y… no puedo hacerme la idiota. Me gusta. Es un hombre guapo, sofisticado y muy interesante. Me trata como una joya. Es noble y trabajador. ¿Qué más necesito para dejar de flagelarme por Seiya? ¿No dicen que el amor es una decisión?

Yo siento mariposas, Seiya sólo siente orgasmos.

—Serena…

—¿Sí?

—Realmente quiero besarte.

El corazón me martillea en el pecho y un nudo del estómago se me sube a la garganta. ¿Por qué me excita tanto esto?

—Yo…—balbuceo mirándolo hipnotizada —. ¿Y p-por qué no lo haces?

Cierro los ojos un segundo. ¡¿Por qué demonios dije eso?!

Él forma una línea recta con sus labios, algo parecido a una sonrisa.

—Porque tú no quieres que lo haga.

¿Eh?

Pestañeo frenéticamente. Pues yo… no sé. Ni siquiera sé que siento por Seiya, menos por Diamante. Y que ellos sean amigos me sigue frenando… si eligiera a Diamante, tendría que despedirme para siempre de Seiya. Lo pienso y eso me molesta. No soy una posesión. No quiero sentirme sucia y avergonzada por esto, yo no lo busqué. Haber tenido sexo con Seiya no me hace deberle nada. Y aunque así fuera, a él no le importa la lealtad. Folló con otra tipa a cinco metros de distancia mía.

—¿Cómo sabes que no quiero? —le pregunto.

Sus dedo pulgar juguetea con mis labios y me hace cosquillas.

—Porque tu lenguaje corporal te delata. Cuando te toco, aún te siento reacia y distante. Y no quiero que sea así. Quiero que lo desees Serena, tanto, que casi me lo pidas… —me dice suave y lentamente, mientras lleva la mano hasta mi pelo. Yo me estremezco. Diablos, además de todo lo anterior, sabe seducir a una mujer.

—Ah.

Impresionante respuesta la mía. Me siento medio tonta.

Eres tonta, susurra mi subconsciente. Hoy anda de lo más sarcástico.

Aunque no me quiero ir, el desvelo de anoche es más que evidente para Diamante por mis nada decorosos bostezos, y me dice que es mejor retirarnos. Le deja una propina escandalosa al mesero y salimos caminando hacia el valet. Todo el tiempo me lleva de la mano y lo agradezco. El suelo suele llamarme como imán.

Veinte minutos después, aparcamos fuera del edificio. Salgo y me detengo justo en la entrada, porque me siento incómoda con la idea de que me acompañe hasta la puerta del apartamento.

—Gracias por todo —le sonrío. Diamante sólo me mira tranquilo, con las manos en los bolsillos —. La pasé muy bien.

—Era la idea.

Me muero el labio. Carajo, no sé como decirle que quiero volver a verlo sin… generar expectativas.

—Tal vez… la próxima vez sí podríamos ir a Carl's Jr —suelto.

Él entrecierra sus ojos oscuros y profundos, como saboreando mis palabras.

—Me encantaría.

Me despido con un beso en la mejilla, pero me quedo ahí, muy cerca de él. Con o sin querer, y sin saber muy bien por qué, le lanzo una súplica silenciosa y apasionada con mis ojos. Él me contempla con expresión fascinada, salvaje incluso. Me pone las manos a ambos lados de la cara… y yo, tentada, le asiento con la cabeza. Quiero que me bese. Quiero saber cómo se siente.

Mis labios se unen a su boca, y el roce es cálido, dulce e insistente, hasta que se vuelve intenso y abrasador con su lengua. Lo dejo llevar el ritmo, pues no me molesta. El vino, la adrenalina y la curiosidad se apoderan de mí, y lo pego más a mí para profundizar aún más su beso y probarlo bien. Es un gran besador. Siento su respiración y su aroma, a gel caro y ropa limpia. Todo es distinto, pero no es malo, me hace apretar las piernas con gusto y morbo.

Luego, él se aparta con suavidad y suspira, justo frente a mi rostro. Parece que llevara mucho tiempo esperando ésto, y eso me conmueve. Luego me besa la mano en un gesto muy pasado de moda, pero creo que lo hace a propósito. Me hace reír y tras desearle buenas noches, me marcho.

Sé que hoy le toca atender turno a Seiya en el bar, así que me adentro en el apartamento sin nervios. Sin encender la luz de la estancia me meto en mi cuarto y me recargo en la puerta, tanteándome los labios. Me estremezco. Diamante me gusta mucho, pero por ahora, sólo por ahora, no quiero pensar en qué haré mañana. Aunque sé que debo sincerarme con él, lo merece. Y aunque no lo merece, también debo hacerlo con Seiya.

Me saco el vestido soñado y vuelvo a ser la Cenicienta de siempre, ahora que pasa de la medianoche. Tras ponerme el pijama y lavarme los dientes, decido ir por un vaso con agua antes de acostarme. Mañana no quiero tener dolor de cabeza.

Al girarme de regreso, casi se me cae el vaso en un pie. Sobre la encimera de la cocina hay un refractario bien tapado, que despide un olor delicioso.

Lo destapo y me encuentro con un pequeño pastel. Es de tres chocolates (mi favorito), totalmente casero. Tiene inscrita la frase «Feliz cumpleaños Bombón» con betún rosa y letra desigual.

Estoy tan confundida que no sé si enfadarme, alegrarme o echarme a llorar.

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Notas:

Alohaaa¿Los dejé igual o peor que el capítulo pasado?XD Ups...y bien, ¿fue un buen cumpleaños?¿no? ¿Les gusta Diamante? ¿Seiya quiere pedir disculpas? ¿para él todo está normal?¡tantas interrogantes!

Quiero aprovechar este espacio para agradecer especialmente a TODAS las personas que me escriben sin cuenta de Fanfiction, quisiera poder responderles por privado, pero les mando todo mi cariño a KouForever21 y demás "Guest". :)

Alguien por ahí me dijo que "me cotizaba y los hacía esperar mucho" cuando sólo tenía tres semanas sin actualizar. Me causó gracia, la verdad. Se ve que no me conocen. En otros fics he llegado actualizar hasta seis meses después, así que no tienten al destino. XD

Besos de diamante (?!)

Kay