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"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
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(POV Serena)
15. Cambios
(Parte I)
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He sobrevivido al tercer día post-exilio de Seiya, y me ha venido bien distraerme. Mi tiempo ha sido una nebulosa de trabajo, buscar apartamento y dormir. Si no tengo tiempo ni para comer, menos lo tengo para sentirme mal y pensar en él y en lo que he perdido. Me mantengo en un estado de aturdimiento constante; con idas y venidas, pero como soy humana y naturalmente fallo de vez en cuando, es en la noche, cuando quedamos sólo yo y mis pensamientos, cuando me asalta el remordimiento, el anhelo y la tristeza. Tardo mucho en conciliar el sueño, y despierto como entumecida. Tan cansada como si en vez de dormir, hubiera estado corriendo en modo sonámbulo.
La casa ha vuelto a estar en perfecto orden, pero está vacía. No sé donde ha ido Seiya. Imagino que donde Andrew, o con algún otro amigo que por supuesto no es Diamante. Aún así, su ausencia es pesada, como si el aire del lugar hubiera sido reemplazado por otro carente de oxígeno. Echo de menos su música (incluso la infernal), sus pisadas fuertes por andar descalzo y sus silbidos por la mañana. Sé que es lo mejor. No concibo estar apilando cajas y encontrándolo todo el tiempo, sería muy incómodo, muy desagradable. En fin… las cosas son así ahora, y no creo que puedan cambiar, pues como Mina me ha reafirmado, la propiedad se venderá apenas salga un buen comprador, y como el edificio está en una ubicación excelente de Tokio, no pasará mucho para eso. Sé que ella sin decírmelo intentó convencer a Yaten de retrasar el trámite, pero los abogados ya los rondaban como buitres y de todos modos Seiya me ha echado, así que no tiene ningún caso que me quede aquí.
Sé que suena un poco indolente, pero lo que más me mortifica ahora, es encontrar un lugar para vivir. Mi mundo se vuelve patas arriba si no tengo la estabilidad de supervivencia básica, y aunque sé que podría tener un par de opciones (ambas igual de aterradoras), las descarto hasta el último momento. Definitivamente no puedo vivir con Mina y Yaten. Y definitivamente no quiero volver con mis padres. Por mucho que sea temporal, aguantar los sermones y las críticas habituales de mamá me parecen mucho peor que dormir en el parque con un periódico encima.
Entro al edificio arrastrando los pies, con claro signo de que he fracasado en mi cita de hoy. Unazuky se pone de pie y antes de que me pregunte qué tal ha ido, ve mi expresión miserable y frunce el ceño.
—Estoy segura que el siguiente será el bueno —me trata de animar.
Eso dijo la vez pasada. Y la anterior a esa, pero bueno.
—Lo sé, era un apartamento bastante prometedor.
—¿Y?
—Un medicucho ofreció más que yo por el arriendo —explico recargándome en el mostrador —, no sabía que el lugar era una zona de hospitales.
Ella me guiña un ojo.
—Pero mientras no estabas, encontré este hermoso loft… está totalmente equipado y sólo piden poco más apenas lo que puedes ofrecer. ¡Y mira, hasta te dejan tener una mascota!
Tomo el periódico sin poderlo creer y entorno los ojos. Enseguida lo suelto y la miro con cara de pocos amigos.
—¿Quieres que viva en Sapporo? ¿En serio?
—¡Pero si es muy mono!
—¡Sí, y tendría que ser un vampiro inmortal que no duerme jamás para llegar a tiempo! ¡Una, te dije que lo quiero en el centro de Tokio, Tokio!
Ella hace un puchero y sigue haciendo su crucigrama.
—Eres muy exigente. «Qué esté iluminado, Una. Que sea barato, Una. Qué el tren pase cerca, Una. Una esto, Una lo otro». ¿Sabes qué quiere Una? —arqueo las cejas —. Quisiera que al menos uno de mis ligues de Tinder no sean un completo fiasco. ¡Eso quiero! —refunfuña.
Sonrío. Bueno, al menos en ése ámbito no me puedo quejar. Diamante es maravilloso. Me ha traído el almuerzo todos los días y sus mensajes me levantan la moral.
—¿Qué pasó con el bibliotecario? Parecía lindo en la foto.
—Seh, ¿y sabes por qué se dedica sólo a leer libros? ¡Porque nadie quiere hablar con él! Era un insufrible, presumido y tacaño. ¡Hasta me cobró el puñetero helado que me invitó!
Me río. Qué horror. Nuevamente, no puedo quejarme.
—Encontrarás a alguien, ya verás.
—No puedo creer que ése chico Seiya te echara —reclama con tono cotilla. Yo me encojo de hombros. Créeme, no eres la única —, parecía tan…
—¿Decente?
—Seeexy.
Pongo los ojos en blanco.
—Yo no tengo donde vivir y a ti te preocupa si mi roomie era sexy.
—Bueno, sólo decía…
Sí, lo sé, sé que lo es. Y no sólo eso.
—Avísame si encuentras algo, por favor.
—Cuenta con ello.
Mientras me dirijo al baño, fogonazos de recuerdos atraviesan mi mente: Nuestros desayunos juntos en domingo, las compras en el supermercado, su humor, sus juegos pervertidos, el aroma a Paco Rabanne y la textura suave y perfecta de sus labios amoldándose a los míos.
Quizá… quizá si le dijera la verdad, lo que siento por él, él cambiaría de idea… No, no, no. No puedo ya relacionarme con alguien que me ha dicho cosas tan hirientes, que no puede quererme y no me quiere cerca. Además está Diamante. Debo ir haciéndome a la idea, las cosas van a cambiar. Me gusten o no. Es lo mejor para todos.
Me lavo las manos y siento el impulso de echarme agua fría en la cara, pero como me estropearía el poco maquillaje que traigo, me aguanto. Si sólo pudiera dormir un maldito día mis ocho horas, podría pensar con claridad.
Estoy tirando la toalla de papel echa bola cuando uno de los cubículos se abre. De ahí sale Molly, con la cara descompuesta. Lleva los ojos rojos e hinchados, y la piel moteada por el llanto.
Nos paramos en seco las dos.
—Creí que no había nadie, yo… —balbucea.
—Molly, ¿estás bien? —le pregunto acercándome. Tal vez no seamos las grandes amigas, pero ha demostrado ser leal y la aprecio.
—Sólo soy yo siendo estúpida, no es nada, de verdad...
Pero apenas termina la frase vuelve a quebrarse, y llora sin poderlo evitar. Yo la abrazo inmediatamente. Cuando se recompone vuelve a su rictus de siempre, la chica que nunca falla en un encargo del jefe, no llega un minuto tarde y siempre sabe qué decir en las juntas. Definitivamente, el tipo de mujer que no lloraría en una oficina, por lo que eso me hace pensar en algo horrible.
—Mi novio terminó conmigo —me explica sin que se lo pida.
—¿Así nada más?
—No, no así nada más… ya teníamos problemas. No sabía que tan graves eran hasta que se fue del apartamento ayer —dice con la cabeza gacha. Es verdad, recuerdo haberla visto discutiendo constantemente por teléfono y ya nos había hablado algo de eso hace poco. Uau.
—¿Es porque irás a Nueva York?
Me mira un instante, como asustada, y luego desvía sus ojos verde oscuro hacia los lavatorios.
—Algo así —murmura, pero se nota que hay más detrás de eso. Es decir, aquel hombre de largo cabello castaño, varonil y alto que venía por ella en una moto clásica parecía encantador, ¿sería tan machista y celoso como dejar a su novia antes de permitirle viajar por trabajo? Suena absurdo. Aunque ya no hay quién se fíe de la gente en estos días. Si lo sabré yo.
Aunque me come la curiosidad, no insisto en indagar y le doy su espacio.
—Lo siento, de veras.
Ella asiente con timidez.
—Debo volver. Tengo que entregar unos contratos —me disculpo —. Pero si necesitas… bueno, lo que sea, cuentas conmigo, Molly.
Me sonríe con lo que detecto, es una sincera gratitud.
—Vale.
Mi día transcurre con relativa normalidad. Recibo buenos comentarios de los primeros resultados de mi proyecto, la cantidad de correos acumulados baja considerablemente y hasta me da tiempo de buscar más apartamentos en la Internet. Hay miles, sí, pero también hay miles de personas cazándolos como matones profesionales. Encontrar un arriendo en Tokio es toda una misión suicida. No sé cómo Mina y yo tuvimos tanta suerte, siendo dos universitarias atarantadas y neófitas, y definitivamente no muy acomodadas. Aunque ahora que lo pienso, debió ser cosa de Mina… la habilidad que tiene para convencer a la gente y que haga lo que ella quiera es… bueno, algo espeluznante. Y nuestro casero era hombre, así que no se necesita gran intelecto para deducirlo. Ojalá yo supiera ser algo más cínica. Mi vida sería más fácil.
Una a una, paso las páginas de anuncios. Los precios actuales son un insulto para la clase media trabajadora y si sigo así, en menos de lo que canta un gallo estaré escuchando el «Te lo dije» de mi madre que siempre ha soñado decirme en voz alta desde que decidí estudiar periodismo. Ah...pero ¿quién me manda a acostarme con mi roomie, a encandilarme con él y luego a provocar que me dé una patada en el culo?
El señor Shiho golpea mi puerta con sus nudillos.
—¿Todo bien?
—Sí, claro —replico enderezándome. Debería preguntarle lo mismo, porque lleva mal abotonada la camisa y manchitas de café en la corbata. Bueno, todos somos un desastre en realidad —. ¿Por qué?
Aletea con una mano y se acerca hasta mi escritorio.
—Ha sido un mes duro, Tsukino. Has hecho un buen trabajo. Los clientes están muy satisfechos.
—¿De verdad? —digo esbozando una débil y esperanzada sonrisa —. Es decir… claro, esa es la idea —compongo en tono profesional.
—¿Por qué no te tomas el resto del día libre?
Repentinamente siento que tengo dañado un oído, y parpadeo.
—¿Cómo?
Se supondría que él, Molly y yo tendríamos una junta a las seis en un restaurante para impresionar (la oficina es de por sí muy fea), a nuestros socios, y era tan importante que hasta me bañé bien, con acondicionador y toda la cosa.
Y no están ustedes para saberlo, ni yo para contarlo, pero es que hasta eso me ha supuesto un esfuerzo sobrehumano. Bueno, no es que no me hiciera falta de todas formas, je, je…
—No te necesito en la tarde, con Molly me basta.
Frunzo el ceño. Por alguna extraña razón la idea me desagrada. Luego, recuerdo que podría tener varias fabulosas horas para mí solita, y el corazón me brinca momentáneamente de júbilo.
—Oh. Bueno, si así lo quiere…
—Nos vemos mañana —me guiña un ojo, y luego se marcha a toda prisa a su despacho sin volver la vista.
Ew… ése gesto no va para nada con él, y es incluso algo repulsivo. Pero a mí qué, me ha abierto la puerta de la jaula y no pienso ofenderme para nada.
Tarareo una cancioncilla de Dua Lupa mientras apago mi PC, echo mis cosas en el bolso y salgo a la calle, sintiendo el delicioso sol. Comienzo a planear qué hacer mientras camino y miro mi reflejo en los vidrios de los aparadores y edificios. Hoy me lucí. Esta falda de tubo negra y mi blusa de seda sin mangas en color púpura son nuevas, también llevo mis tacones negros más presentables. Lástima que ya no tengo a quién impresionar. Con lo agotada que estoy, mis pantuflas viejas y mirar sola la tele (trato de ignorar la punzada que siento en el pecho por lo que ése detalle implica) con un buen pote de helado parece perfecto. Sin embargo, es una bonita tarde y no quiero desperdiciarla. ¿Quién sabe cuándo vuelva a tener una?
Formo una pequeña sonrisa victoriosa y saco el móvil. Tecleo con cuidado para no chocar con los transeúntes apurados mientras avanzo por el parque y me alejo de los molestos cláxons.
Aunque me han encantado los emparedados, creo que necesito una cena decente.
¿Estás libre?
Me llevo el móvil al pecho y espero, entusiasmada. Apenas tengo tiempo de entrar a la librería y leer completa la reseña de un nuevo ejemplar de JoJo Moyes que me interesa cuando Diamante me contesta.
¿Dónde estás?
Le doy mi ubicación y en quince minutos ya tengo su coche aparcado en la acera. Siento que nunca había tenido tantas ganas de verle, y entro a toda prisa para guarecerme, porque ya empieza a lloviznar.
—Uau —me dice cuando me echa un vistazo —. Estás... espectacular.
Me sonrojo.
—Seguí el consejo que me diste.
—¿Yo te aconsejé que me dejes con retraso mental? Casi arrollo a ése tipo.
Le doy un pequeño manotazo y me río, pero obvio me pongo más roja todavía.
—¿"Vístete para el trabajo que quieres, no para el que tienes"? —cito arqueando una ceja.
—Ah, sí —ya no parece tan entusiasmado —. Eso también.
Pongo los ojos en blanco. Él está guapísimo, desde luego. Me sigue pareciendo el modelo de los trajes Armani, pero ya me estoy acostumbrando a su porte y elegancia habitual.
—¿Dónde vamos? —pregunto cambiando la música del coche. Él suele escuchar sólo clásica o jazz, pero nunca le enoja que maneje el estéreo.
—¿Qué se te antoja? —me pregunta mientras avanzamos sobre el tráfico vespertino.
—Ahora mismo, podría comerme cualquier cosa —suelto.
—Tenga cuidado con lo que dice, señorita… puedo tomarle la palabra.
—¡Hey! —espeto escandalizada por sus dobles sentidos.
Ahí está de nuevo… surgido de la nada, esa sensación de anhelo y choque eléctrico. Siento que si el aura que nos rodeara fuera visible, habría chispas destilando por todos lados, extendiéndose entre los dos. No sé exactamente qué tan fuerte sea, pero sé que cada vez es mayor, y más difícil de controlar. Enciendo el aire acondicionado. Ya tengo calor.
Él me mira y separa los labios.
—¿Quieres ir a mi casa?
—Hoy me apetece cenar fuera —respondo falsamente inocente, aleteando las pestañas. Él lo sabe. Y yo lo sé. Sonríe.
—Tenía que intentarlo —gruñe, y da la vuelta hacia la zona restaurantera. Yo me muerdo el labio inferior. El coche parece muy, muy pequeño…
Me lleva a un lugar algo informal de mariscos, moderno y amplio, con paredes de ladrillo tosco y granito y una luz amarilla muy tenue. La mesas están muy separadas y tienen apartados para tener más privacidad. Me pregunto si lo eligió a propósito. Como estoy muerta de hambre, acepto a la primera.
Nos sentamos en un pequeño sofá en forma de luna que rodea la mesa y el camarero nos sirve dos cervezas claras y espumosas. Casi vacío el vaso, está deliciosa. Diamante me pregunta cómo me va con el trabajo y no le doy muchas novedades. Sé que es lo que viene a continuación, y me preparo con otro largo trago mientras nos traen la comida.
—¿Cómo va la búsqueda del nuevo hogar?
Decido no mentirle. Por alguna razón, cada vez me cuesta más hacerlo. Además ya no tiene caso. No hay mucho más que ocultar.
—Nefasto… cada vez que me acerco a alguno que puedo ocupar me lo ganan, o es un fraude o me quieren enviar a vivir hasta la cima del Fuji —me encojo de hombros —, pero ya saldrá algo… espero.
Exhibe su pose habitual, tranquila y contenida, pero yo sé que no se siente así.
—No creo que sea buena idea que vivas más tiempo… ahí.
Tuerzo sutilmente los labios. No me agrada que sencillamente se haya dispuesto a pretender que Seiya no existe, tanto que ni siquiera lo menciona. Pero ¿qué cara tengo yo de exigir modales y consideraciones? He hecho todo mal. Probablemente, por mi culpa, ellos jamás vuelvan a ser amigos. La idea me hace sentir como mierda, porque no me había detenido mucho al pensar en eso.
La cerveza me consuela otra vez.
—Lo sé —le concedo la razón, momentáneamente, soltando el vaso —, pero tampoco es que tenga una varita mágica para aparecer un apartamento de repente. Unazuky y Mina están ayudándome a buscar, y yo lo hago en mis pocos ratos libres, pero no ha sido fácil. Todo sucedió… bueno, muy rápido.
Él apoya las manos en los muslos y suspira. Yo me tenso.
—Sabes que…
—Sé que tú sí tienes una varita mágica, pero no quiero que la uses —atajo mirándolo intensamente a los ojos. Diamante pasa el brazo por encima del sofá, de mi lado, tratando de relajarse.
—¿Por qué no?
Porque aunque sigo tus consejos, no quiero que me controles la vida. Porque sé que estás acostumbrado a ganar. A jugar en la bolsa y a comprar empresas y venderlas al mejor postor. Porque sé que te gusta proteger lo que quieres, pero no estoy acostumbrada a que nadie se ocupe tanto por mí. Porque es mi hogar, quiero encontrarlo yo, sufrirlo yo y disfrutarlo yo, aunque sea algo impráctico y hasta estúpido en estos momentos.
Pero es un discurso demasiado arrogante y agresivo para una cita de dos personas que supuestamente están encantadas de estar pasando tiempo juntos, así que…
—Es algo que quiero lograr por mí misma. Cuando me independicé, Mina eligió el lugar, todo fue a su gusto. Después, bueno… er… no era precisamente mi espacio —diablos, me doy cuenta que yo también estoy fingiendo que Seiya no existe y eso me hace sentir peor —, es la primera vez para mí. Me hace ilusión hacerlo.
En su boca se dibuja una sonrisa.
—Tiene sentido.
—Gracias —tomo otra vez mi vaso. Enseguida pido otra.
—Pero…
Hago más ruido de lo necesario al deposit5arlo sobre la mesa. ¿Ahora qué?
—No me dejaste terminar —musita arqueando una ceja. —. Andas algo…
—¿Enfurruñada?
—Estresada, preciosa.
Suspiro. Es cierto, y estoy tomándola con él cuando vine precisamente para lo contrario. Le sonrío a modo de disculpa y en eso el joven camarero nos trae una tabla con festín de bocadillos de camarón en salsas, ostras y ceviches variopintos. Se me hace agua la boca y me distraigo con los manjares.
—Espera, prueba éste primero —me dice.
Coge un camarón con salsa holandesa con un palillo con sus dedos esbeltos y me lo acerca a la boca. Es raro que alguien me de de comer. Raro y… bueno, es algo sensual, la verdad. Abro la boca y lo saboreo. Está obscenamente delicioso. Cierro los ojos y lo degusto lentamente.
—¿Más?
—Sí…
Toma otro pedazo pero ésta vez es un pulpo en su tinta. Separo otra vez los labios y me lo deja probar, mientras me mira provocativamente. Su sabor y textura es distinto, pero igual de bueno. Luego él se lleva hábilmente un trozo de ceviche a la boca. Me estremezco y me remuevo inquieta en mi asiento. ¿Es mi imaginación o esto es… demasiado erótico para ser una cena?
—¿Te gustó? —me dice, y apoya su mano izquierda deliberadamente sobre mi rodilla. Siento un cosquilleo en la columna vertebral.
—Mmm, sí…
Él estira la mano sobre mí, sólo para coger una salsita marinada. Su mano pasa justo delante de mi pecho, casi imperceptiblemente rozándolo, pero finjo que no me doy cuenta.
—¿Te gustan los mariscos? —me pregunta casual, probando lo suyo. Mis ojos se desvían hacia su lengua y cuando doy otro mordisco, emito un suave gemido. Joder, quiero creerme el cuento que es la tentación de la comida, que es normal sucumbir a este hechizo embriagador después de las papas y los refrescos… pero dentro de mí, sé que me estoy engañando.
Asiento, aunque admito que ya me siento medio perdida.
—Son afrodisíacos, ¿sabías?
Vuelvo a levantar la vista hacia él, y sus ojos amatista arden. Entreabro ligeramente los labios, y me paso la lengua por el superior. Él sonríe y su mirada se oscurece aún más. Diablos, sabe lo que está haciendo, y se divierte a mi costa además el muy cabrón.
—No, no sabía. ¿Qué tanto? —pregunto, y separo las piernas. No a propósito, si no porque comienzo a sentirme… bueno, algo húmeda e incómoda. La falda es demasiado estrecha.
Él lo nota, pero caballerosamente apenas despliega la vista de su plato.
—Mucho —me contesta Diamante en tono ronco y seductor.
Trago saliva. La cerveza no está lo suficientemente fría, y yo estoy demasiado enredada en la masculinidad de su cercanía, en las emociones de los últimos días y en mi propia abstinencia sexual para hacer algo inteligente. Sólo consigo recordar su última frase:
—Decías de… algo que no te había dejado terminar.
Un sujeto con un sombrero pequeño y gracioso comienza a tocar el sax por allá, a varias mesas de nosotros y desvía momentáneamente mi atención.
—Mejor te lo digo después.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que te asustes.
Su respuesta me toma desprevenida. El camarero nos cambia las cervezas y yo me giro hacia él, inquieta.
—¿Por qué dices eso? Tú no me asustas —discuto. Su mano se alarga hasta mi rostro y me limpia la comisura del labio, probablemente con restos de la salsa. Me sonrojo más. No me gusta que me traten como a una cría, pero por alguna razón con él me causa… una reacción atrayente, como una de ésos roles de película porno del profesor y la alumna a la que le dan nalgaditas.
¿¡Qué estoy pensando!?
—¿Segura que no saldrás corriendo despavorida?
—No puedo atravesar a la pared —señalo irónica mi postura arrinconada —. Y sería muy difícil pasar por debajo de la mesa, esta falda no me deja moverme mucho, ¿sabes?
Su mano se cuela hacia la tela, suave y adherida a mi piel. Me recorre con ella todo el muslo y sonríe.
—No es tan difícil, créeme —murmura con malicia, y luego la pone sobre la mesa. Su contacto breve es insatisfactorio y resulta de lo más frustrante.
—¿Y entonces? —resoplo impaciente.
—Sólo iba a decir, que mi casa es… evidentemente bastante amplia —suelta cautelosamente.
Oh, no…
No, no y no.
—¿Ves? Ésa es la cara que quería evitar —espeta rodando los ojos.
—¡Si no he hecho nada!
—Parece que viste un muerto, Serena.
—Bueno, ¿y-y qué esperabas? —balbuceo, confundida e irritada —. Dijimos que iríamos despacio. Me lo prometiste. Hemos salido unas cuantas veces y...
—Ya lo sé —replica interrumpiéndome con severidad.
Me cohíbo.
—No te entiendo entonces —murmuro bajando los ojos. Lo que menos quiero es pelearme con él.
Me mira con seriedad.
—Sólo quiero que sepas que tienes opciones. No estoy pidiéndote que te vengas a vivir conmigo, sé cuáles son tus condiciones. Pero tengo habitaciones de sobra y puedes quedarte ahí una noche o varias, las que necesites. Ni siquiera tenemos que toparnos en el elevador si no quieres. Pero no por eso tienes que conformarte con el primer lugar de mierda que encuentres o aguantar nada de nadie. ¿Vale?
Y frunce el ceño, como si una idea desagradable le hubiera pasado por la mente. Yo me quedo de piedra. Seguro que se refiere a Seiya. Me pregunto si ellos han hablado de mí, pero jamás me atrevería a preguntar.
El vira el rostro hacia el tipo del sax, que ahora entona una melodía lenta y sugerente. Sonrío y le tomo la mano que reposa sobre la mesa, que estaba tamborileando con la música.
—¿Ni siquiera toparnos en el elevador? —pregunto dulcemente arqueando las cejas —. Qué exagerado es usted, señor Black.
Se le ilumina la mirada y se relaja notoriamente. Él ahora entiende que lo consideraré. Sólo en caso de emergencia, por supuesto. Aprieta mi mano con afecto.
—Bueno, es que los elevadores son peligrosos.
—¿No es muy cliché?
—Depende de cuántas veces lo hayas hecho.
Y bang… otra vez. Pienso en eso y la llama del deseo se reaviva lentamente, recorriendo mi sangre.
—Ninguna.
—¿Y en otro lugar público?
Me muerdo la boca y meneo la cabeza. Los comensales de la mesa de enfrente ríen y chocan sus vasos, achispados por el alcohol. Miro nuevamente al músico y entonces, respingo. La mano de Diamante se cuela debajo de mi falda, por el muslo interno, y me deja tiesa y sobresaltada.
—¿Qué haces? —jadeo.
—¿Quieres que pare? —me pregunta al oído.
Su tono de voz y su aliento es apasionado y excitante. Mi pecho va y viene, arriba y abajo. Bueno, está claro a estas alturas lo que quiero y necesito, pero por todos los dioses, ¿aquí? Sin embargo, la curiosidad y el deseo me puede más.
Niego torpemente con la cabeza.
—Entonces mantén la vista al frente.
Hago lo que me dice pero estoy concentrada en el movimiento de sus dedos, que hacen una caricia casi superficial, inofensiva sobre mi rodilla. Y luego, avanzando, buscando hacia el interior de mis muslos. Mi corazón empieza a acelerarse y le doy un trago largo a la cerveza, fingiendo admirar el talento del saxofonista, pero cuando los dedos de Diamante alcanzan su objetivo, reprimo un respingo y casi derramo el vaso. Mi mano lo sostiene a tiempo y lo deja sobre la mesa. Me alegra no haberlo estropeado… de nuevo. No entiendo como él se mantiene tan tranquilo, ¿cómo puede con toda esta gente aquí?
—Tienes que controlarte, Serena —me dice burlándose.
—Eso es algo cruel.
—Y por eso es interesante.
Vuelve a la faena y esta vez trato de no ser demasiado obvia. No miro a ningún mesero para que nadie se nos acerque y todos parecen ajenos a lo que ocurre en mi mesa. Me sigo acalorando, anhelante, y nuevamente lo siento recorrer el mismo camino hasta que llega a mis braguitas. Juega con el fino encaje y abro un poco más las piernas, subiendo mi falda a un punto que sea más accesible para él, y ahora caigo en la cuenta de lo que decía hace rato. ¿Lo habría ya estado pensando, planeando? Siento la necesidad de reclamárselo, pero no me deja.
Porque entonces, desliza de alguna manera su dedo corazón hasta que toca mi piel. Luego sigue con otro y palpa toda la zona a su antojo. Mi respiración se vuelve más irregular. Ay, no. Esto es vergonzoso, ¿y si nos pillan? Pero también es ambivalente. Quiero decirle que pare, pero que siga… por lo menos en otro lado, pero que siga. No, no creo aguantar llegar a otro lado. Ni siquiera al baño. Estúpidos mariscos. Ahora sé lo mucho que he malgastado mis noches de insomnio.
Mi espalda se arquea a sus toqueteos y me es más y más difícil mantener la compostura. Noto como mi humedad se extiende más, y los cosquilleos se hacen más insoportables. Justo cuando creo que no es posible prolongar a más esta tortura, su dedo se adentra hasta el fondo de mí y se me escapa un chillido. Nadie se da cuenta, pero Diamante se ríe por lo bajo y me chista suavemente. Me aferro a su dedo persistente como puedo, apretando para sentirlo mejor, pero cuando inserta un segundo ya es demasiado para mí. Me recargo en su hombro y cierro los ojos y disfruto sin pensar demasiado. Cualquiera que se girara a vernos, podría deducir que somos sólo una joven pareja melosa dándose arrumacos. Aumenta la velocidad, entrando y saliendo de mí y yo aprieto las piernas, desesperada por sentirle mejor. La melodía acaba y todos los comensales aplauden, al mismo tiempo que gimo escandalosamente y me convulsiono en un largo y liberador orgasmo, ocultando mi cara en su cuello.
Con su mano libre, Diamante me toma el mentón y me besa profundamente. Su beso sabe al reflejo de lo que siento. Incluso me muerde un poquito, pero estoy tan arrebolada que no atino ni a quejarme.
—¿Desean los señores algo más?
La voz del camarero me saca de mi ensoñación post-clímax y me giro. Diamante ya se ha enderezado con una postura habitual, que sugiere que sólo me ha dado un apasionado beso. Yo me bajo la falda discretamente.
—¿Quieres algo más? —me pregunta Diamante fingiéndose interesado.
Digo que no con la cabeza, mientras mi mano temblorosa trata de llevarse la cerveza a los labios.
—¿Ha sido de su agrado el marisco? —pregunta el muchacho.
—Exquisito —concede Diamante, y luego sonríe perversamente —. Cómo se dice… para chuparse los dedos.
Siento que me atraganto. El chico sonríe complacido y nos empieza a retirar los platos y Diamante, sin previo aviso, se mete el dedo índice a la boca, y después el medio… y los chupa. A mí se me desencaja la mandíbula de la impresión. Mi cara debe ser un verdadero poema, porque le causa mucha gracia.
—¡Estás loco!
—No tienes idea.
Se pone de pie para dirigirse a los lavatorios y me doy cuenta que lleva una tremenda erección. Me llevo una mano a la boca para disimular la risa. Bueno, lo que sí es un hecho es que hoy voy a dormir como un bebé, y eso hay que agradecérselo. Tal vez deba devolverle el favor, pero no hoy.
Al día siguiente, la maldita fotocopiadora no coopera conmigo. Paso un buen rato batallando con ella hasta que Molly entra dándome los buenos días, cuando el cacharro del demonio me escupe las hojas en los pies.
—¿Necesitas ayuda?
—Sí. Hola. Esto… ¿qué tal estuvo la cena? —me pongo a recogerlas con pereza.
—Creo que nos fue bien, aunque los clientes cancelaron.
Levanto la cara hacia ella.
—¿De veras? Oh… no ocurrió algo malo, ¿o sí?
Molly sacude la cabeza mientras reúne las hojas en una pila. Parece momentáneamente consternada.
—No. Todo sigue igual, aunque fue extraño que no llegaran. Insistieron mucho para ésa reunión. ¿Tú cómo sigues del resfriado?
Parpadeo.
—¿Yo?
Nos ponemos de pie.
—Shino dijo que te sentías resfriada, y por eso te dio la tarde libre.
Me toma unos segundos entender lo que me dice. Bueno, quizá Shino le mintió para que yo pudiera tener una envidiable tarde libre (y vaya que lo fue), después de todo me lo dijo, lo merecía… y como no quería que Molly pensase que estaba dejándole toda la carga a ella o ejerciendo algún tipo de favoritismo, inventó ésa excusa. Frunzo los labios. De todos modos, la idea de que el jefe esté mintiéndole a sus empleados por alguna razón me parece desagradable y… algo rara.
—Sí… er… ya estoy mejor.
Se elude el tema de conversación porque Molly me vuelve a hablar.
—Unazuky dice que necesitas un sitio donde vivir. ¿Es cierto?
—Desesperadamente. Si conoces algo, te lo agradecería.
—Sí conozco… —susurra como nerviosa. Yo la miro expectante.
—¿Dónde?
—En mi casa...
Levanto las cejas con sorpresa. Vaya, eso no lo esperaba. Yo esperaba que me recomendara con alguien, o que me mostrara un anuncio en el periódico, y su rápida oferta me coge a contrapié.
—Estooo…
Molly suspira y sonríe al mismo tiempo, como para aliviar el momento tenso.
—Ya sabes lo que ocurrió con mi novio… y bueno, la verdad no creo que vuelva —yo la miro con reserva y compasiva —. Y si puedo ayudar a… bueno, a una buena compañera de trabajo…
Me muerdo la parte interior de la mejilla. No sé qué tan viable sea eso. ¿Somos amigas? Supongo que no. Pero supongo que tampoco somos enemigas. Es cierto que al principio le tenía ciertos celos, con eso de su inesperado asenso, pero ahora nos llevamos bien. Nos hemos comprado café y al menos, hemos tenido más de una charla compartiendo cierta intimidad. Ella jamás dijo nada de mi embarazo falso y yo le consolé en el baño. Por otro lado, Molly vive a tan solo tres estaciones de autobús del apartamento de los Kou; así que en ése sentido, el cambio no sería tan drástico. Sí que habría otros, claro, pero… ay, no sé si estoy en posición de rechazar su oferta. ¿Y si no encuentro nada mejor? No es como que ahora gane una fortuna, mi situación es exactamente la misma que cuando me mudé con Seiya. Además, la idea de compartir con quien no estoy emocionalmente involucrada tal vez sea la respuesta del éxito.
—Pero Molly, es tan reciente… ¿estás segura? —inquiero acercándome. A ella se le humedecen los ojos, pero no llora ni nada por el estilo.
—Sí, lo estoy —y de un golpe a puño que me hace saltar, la pobre fotocopiadora arranca su mecanismo con un sonido chillante y empieza a escupir lentamente las hojas —. Además, los corazones rotos no pagan el alquiler.
—Eso es cierto —coincido con pesimismo. ¿Qué estará haciendo Seiya ahora? —Gracias, Molly. ¿Podría antes... ver la habitación?
—Seguro. ¿Por qué te vas conmigo después del trabajo?
Me sonríe y se va, diciendo, creo, que tiene mil cosas que hacer. Yo se la devuelvo con algo de retraso.
—Vale...
Las hojas se me vuelven a resbalar de las manos, pero esta vez no me preocupo por levantarlas de inmediato. Bueno, esto ya es casi un hecho… voy a mudarme. Y eso sólo significa una cosa: debo hablar con Seiya.
Me hubiera gustado decir que el apartamento de Molly era feo. Que la humedad invadía las paredes o que el cuarto extra que tenía era totalmente inapropiado. Pero no. Quisiera quejarme de que abusó con el precio del alquiler, pero tampoco. De hecho fue más que razonable. Quisiera encontrarle un defecto a ésta decisión, por minúsculo que sea, cualquier cosa que me evite tener que irme… pero no lo hay, y eso sólo significa una cosa. Voy a tener que decírselo a Seiya.
Tomo aire antes de atravesar la puerta del bar. El Joe's es un lugar impersonal y cavernoso, con pisos y taburetes de madera rojiza y las paredes están cubiertas de banderines y pósters de deportes, todo está lleno de pantallas de TV. A ésa hora de la tarde, no hay mucha asistencia. Sólo encuentro algunos oficinistas que van a tomar una copa rápida entre semana después del trabajo. Mis ojos ansiosos lo buscan, temiendo que quizá también haya cambiado de trabajo y ni de éso me he enterado. Quizá ahora que no necesita cubrir los pagos de la hipoteca, no le importe demasiado trabajar. No, eso no es posible. De algo debe vivir y sólo han pasado unos días, aunque para mí parezcan años…
Me siento en la barra y aguardo. Varias veces la puerta de la cocina se abre y mi corazón y mi estómago se encojen, para sólo desencantarse con cualquier otro empleado, cuyos ofrecimientos de servirme rechazo con la mayor amabilidad que puedo. Estoy segura que en este turno debería estar aquí, pero como tantas cosas, podrían ya haber cambiado eso.
Estoy a punto de preguntarle a un chico pecoso y fornido cuando aparece ante mí. Me está dando la espalda acomodando unos vasos, y cuando nota que alguien lo está mirando, se gira y pone una mano sobre la barra.
—Hola, ¿que te…?
Su pregunta mecánica queda en el aire en cuanto me ve. Yo trago saliva con fuerza.
—Hola —él hace un amague de retirarse, pero yo le cojo la mano rápidamente, como si fuera una red de pescar —. ¡No, espera! No te… es decir, soy un cliente. No puedes ignorarme aquí.
De acuerdo, es un truco sucio, pero la gente desesperada hace cosas desesperadas. Así es como funciona.
Él arquea una ceja con escepticismo y hace fuerza para liberarse, pero yo le retengo a toda costa. Miro un segundo a mi alrededor y noto como un hombre joven, vestido de camisa y que está revisando unos papeles en la caja registradora nos mira apenas un segundo.
—¿Ese es tu jefe? Si te marchas voy a decirle que me trataste mal.
Seiya me fulmina con la mirada.
—No te atreverías —sisea.
—Pruébame —le reto.
Nos observamos unos segundos, desafiantes, mi mirada azul claro contra la suya de zafiro. Su rostro está rígido, muy diferente a los gestos típicos de niño pillo como suelo verlo casi siempre. Sólo hay que sumar dos más dos para entender que sigue enfadado. Es una lástima. Creí que la distancia, quizá, habría servido para enfriar los ánimos. Ya veo que no.
Accede de mala gana y apenas dejo de hacer presión, él se suelta de mí como si yo fuera una peste. Las palmas de las manos me hormiguean por haberlo tocado.
—De acuerdo —concede con cortesía fingida —. ¿Qué te sirvo?
Pongo los ojos en blanco. Vaya que se toma en serio el show.
—Un Cosmo.
Ahora él pone los ojos blanco.
—Eres tan ridícula.
—¡Un tequila entonces, pues!
El tipo de la caja nos mira de nuevo. Yo me hago la loca y miro la pantalla que tengo enfrente como si supiera algo de béisbol.
Seiya sirve el tequila con parsimonia y lo deposita a mi lado. Me lo acabo en un tiempo récord. El líquido ardiente me acaricia la garganta pero me contengo para no toser como novata.
—No tengo mucho tiempo. ¿Qué? —me inquiere con acritud. Sus formas me enojan, pero no puedo ponerme al mismo nivel o acabaremos igual que la vez pasada. Y no he venido a discutir.
Carraspeo.
—Hm… sólo quería… decirte que encontré un lugar. Puedo desocupar esta misma semana.
—¿Tan... pronto?
Y por primera vez detecto algo distinto, en su voz, en su rostro y sus ojos. ¿Qué es? Yo asiento tranquilamente.
—Era lo que querías, ¿no?
No dice nada. Inspiro y me recargo para acercarme un poco y no tener qué hablarle en voz tan alta en el lugar.
—Es lo mejor. Tú… es decir, ustedes tienen mucho qué resolver y no tienes por qué vivir con Andrew, después de todo es tu casa —me encojo de hombros.
Seiya frunce sus cejas con desconcierto.
—¿Andrew?
—Te traje esto —le sonrío y le entrego un sobre tamaño pequeño —. Es lo que me corresponde de todo el mes y…
Parece despertar de verdad y niega con la cabeza.
—No, ni hablar. No lo quiero.
—Seiya…
—No es necesario.
—No seas terco, es lo que… —ordeno mis ideas, vuelvo a inspirar para darme paciencia y no bajo la mano. Dios, este hombre me saca de mis casillas, es tan exasperante —. Déjame pagar lo que me toca. Nunca quise causar problemas. Ya no me importa quién hizo qué. Lo siento. Por todo, por la casa, por haber dicho cosas que no debí, porque se estropeara nuestra convivencia. Por lo menos que quedemos bien en esto, ¿no crees?
Creo que suaviza el gesto… incluso parece vagamente aliviado. Pero es muy difícil saberlo a estas alturas.
Y espero.
Y…espero.
Miro a mi alrededor con embarazo.
—¿Podrías aceptarlo para que no parezca una idiota? ¿O peor, que te estoy comprando drogas?
Y entonces mágicamente, sonríe.
—Vale.
Aliviada, doy un profundo y sonoro suspiro. Sé que esto quizá no cambie nada, pero era un comienzo. Eso creo.
Me pongo de pie.
—Yo… creo que me iré a… —corrijo el "a casa" —, bueno, ya me voy.
Asiente una sola vez. Yo dejo sobre la barra un billete de denominación chica que debería cubrir el trago que pedí y cojo mi bolso.
—Nos vemos.
—Hey, Bombón —una chispa de esperanza se prende dentro de mi pecho al oírlo justo cuando me estoy yendo. Me giro y lo miro anhelante —. Esto… salgo en diez minutos. Podríamos…
—¿Listo para el súper maratón de CSI? —interrumpe una vocecilla extraña —. Perdón, creo que llegue un poco antes y...
Ambos miramos a la hermosa intrusa que acaba de romper nuestra burbuja de reconciliación. De mi estatura, figura impecable y cara de modelo europea. Cuando me advierte, parece sorprenderse, como si no diera crédito a mi presencia.
—Hola, Serena —me saluda Michiru.
—Hola —devuelvo con toda la animadversión que soy capaz de transmitir. Seiya cierra los ojos como si acabara de recordar algo terriblemente importante. E impertinente. Y cómo no.
Entonces encajo las piezas del rompecabezas. Y sé, sin duda alguna, que no es Andrew quien ha estado brindándole techo a Seiya. Y una parte de mí, también empieza a pensar que no es hospitalidad lo único que esta… señorita le ha brindado.
—¿Viniste con tu novio? —me pregunta interesada.
—Claro que no —increpo con voz estridente, y luego sacudo la cabeza, abochornada —. Es decir, no tengo novio.
Michiru me mira impasible con sus ojos raros aguamarina, y yo rechino los dientes.
Maldita sea, ¿qué es lo que Seiya le ha contado a ésta mujer? Ahora estoy algo furiosa, la verdad. Pero no quiero volver a subirme al ring. Ignoro a la pesada de Michiru y me dirijo a Seiya con una sonrisa condescendiente:
—Empacaré lo más pronto que pueda.
—No es necesario, no hay prisa —murmura Seiya con expresión escrutadora.
Mi salida es digna y dramática, pero por dentro estoy deshaciéndome en granitos como un cubo de arena. ¿Están juntos? Al pensar en eso, me estremezco y contengo la bilis que siento subir por mi garganta. Es inconcebible que yo haga algo al respecto, que sienta algún tipo de posesión sobre él… no es mío, nunca lo fue. No se pierde lo que no se tiene.
A medida que camino hacia el apartamento por las calles de la ruidosa ciudad, se me van aclarando las ideas. Veo cuál es el único camino: olvidarme para siempre de él.
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Notas:
Bueno, bueeeno...¿qué tal el rumbo inesperado de los hechos? Espero hayan disfrutado el capítulo. Personalmente, la escena del restaurante era algo que siempre había querido escribir, jejeje *risa pervertida*
Por cierto, no se claven en la idea de en qué momento Serena y Seiya van a estar juntos, amikos, no me lo reclamen porque ni yo lo sé… suelo escribir conforme a la improvisación y lo que se me va antojando. Así que disfruten el hoy y el ahora ;)
Si no dejan review les caerá la maldición del hiatus. :P
Besos de cereza,
Kay
