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"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
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(POV Serena)
16. Cambios
(Parte II)
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Lo primero que detectan mis ojos es la blancura del lugar que casi me hace entrecerrar los ojos. Es como una aurora boreal residencial. La alfombra es de un pulcro color perla, las paredes recién pintadas del mismo color y los muebles también son en tonos claros, beige, durazno y champán que les contrastan, pero no por estar sucios o desaliñados. Oh, no. Cada cojín (bordado con flores idénticas) de la sala está colocado con gran simetría en una fila diagonal perfecta. Las flores del jarrón de la mesa están acomodadas con exquisitez, los mantelitos de encaje de las mesas con lámparas a juego y estoy segura que si me acerco a cualquier superficie transparente o no transparente, mi cara se puede reflejar perfectamente en ellas. Todo huele como a vainilla o anís. Es como la fotografía del artículo de una de ésas revistas de hogar de señoras de sociedad que tiene mi mamá en el baño de visitas, y dicen memeces tipo: «Cómo recibir espléndidamente a tu marido después de un mal día» o «¿Es el macramé la mejor opción para decorar en el otoño?» Ni siquiera una pelusa está importunando el perfecto escenario doméstico que, con la boca abierta, no dejo de mirar con una caja de libros polvosos en las manos. Hago lo posible por ocultarlos.
—Es… —trato de encontrar una palabra que sea apropiada, o que por lo menos maquille lo perturbada que estoy de su orden casi antinatural —. Muy…
Molly me mira expectante.
—Muy… prolijo —defino con una sonrisa grande. Demasiado grande. Cierro la boca y la mantengo así para que no sospeche nada desagradable, pero siento la risa bailándome en el estómago. ¿Quién dice prolijo? Qué idiota.
—¡Muchas gracias! —exclama orgullosa, como si le hubiera dado el mejor de los cumplidos —. Quería darte la bienvenida como corresponde, claro. Por eso aspiré tres veces esta mañana y lavé el tapetito de la entrada, por lo demás no es gran cosa. En realidad hago limpieza profunda hasta los domingos.
Me sonrojo y me horrorizo a partes iguales. En serio parece que la asociación de control de enfermedades supervisó y desinfectó cada rincón de este apartamento, pero nuevamente, me reservo mis comentarios.
—Uau, pero… es que está muy acicalado, Molly. No debiste molestarte en eso. Es decir… se ensuciará en menos de lo que...
Molly me mira de modo severo.
—Créeme que no —me interrumpe, y yo de momento me desconcierto y parpadeo —. ¡Bueno, déjame mostrarte tu cuarto! Lo viste, pero no con detalle. Vamos, ya subirán las demás cajas.
Ésta vez, pude darme el lujo de contratar un pequeño servicio de mudanzas. Debo decir que es un gran alivio, porque el departamento de Molly no dispone de ascensor y habría sido un suplicio hacerlo sola. Y esta vez no tengo ningún roomie que tenga buenos bíceps y haga bromas pasadas de tono mientras me ve el culo por la escalera, así que es un punto menos del cuál preocuparse.
Bloqueo mis recuerdos de la misma forma necia que en los últimos días y sigo a Molly hasta la que será mi habitación. El cuadro de unos canarios que reposan sobre la hoja de un estanque en el pasillo y un rompe vientos de cristal en la ventana continua me hacen encarar una ceja. Todo es muy tradicional y femenino. Diría que hasta anticuado. Mina se burlaría de todo si lo viera.
Bueno, pero el cuarto no es tan malo. Sí que es mucho más pequeño que el otro y además no tengo un baño propio. Pero tiene una iluminación decente y creo que con algo de maña, me cabrán todas mis cosas si las sé acomodar bien. Además esto es temporal. Estoy decidida a exigir un aumento de sueldo en cuanto esta pesadilla del proyecto editorial salga bien (previamente aconsejada por Diamante, ya sé qué decir y qué no) y confío en que pueda tener mi propio espacio antes de que finalice el año. Así que me mentalizo y vuelvo a sonreírle a Molly. Después de todo, ella se ofreció cuando no había nada más a mi alcance y es una vivienda digna y segura para mí, y estoy segura que nos llevaremos bien. No tendrá amigos con los cuales quiera acostarme, no tiene deudas y definitivamente no me enamoraré de ella. Así que… sí señores, vamos de gane.
Me asomo esperanzada por mi reducida ventana hexagonal, pero sólo encuentro el muro de ladrillo de mis vecinos. Suspiro. No hay rastro de las luces coloridas de la ciudad ni los árboles frondosos del parque. Los ojos se me humedecen. Ay no, no otra vez.
Finjo que me tallo la nariz.
—Está perfecto. Gracias, Molly, de verdad.
Me sonríe muy contenta.
—Me alegra que te guste. Bueno, te dejo para que te instales. Yo tengo algunas cosas que hacer, pero ésta noche yo haré la cena. Seguro que terminarás muerta.
—Oh, no. Déjame invitarte, por favor.
Me niega rápidamente con su dedo índice.
—Ni hablar, ya está todo preparado. ¡Espero que te gusten las alcachofas! Son mi especialidad. Las hago al horno con una salsa blanca de hongos shitake que está para chuparse los dedos.
Madre mía...
Ni siquiera sé como es una alcachofa. No compro verduras, ni siquiera las enlatadas. Incluso le quito la lechuga y los pepinillos a las hamburguesas de McDonald's. Y los hongos… bueno, ni hablar, los hongos deberían quedarse en el bosque con las ardillas, a donde pertenecen. Si no he muerto de anemia es de puro milagro, pero no me parece que sea buena idea mencionarlo.
—Suena delicioso —sonrío ligeramente preocupada. Suena a que voy a ponerme la servilleta en el regazo y esconderé todo allí. Luego, cuando no me vea, lo echaré por el retrete y me haré una ramen instantánea.
Aunque no se lo pedí y rogaba por algo de sana solitud, Molly insiste en ayudarme a desempacar. Ordena mis libros por título y mi ropa por colores e insiste en que debo escombrar y "desapegarme de las cosas". Estoy tan cansada que no me importa tener algo de ayuda, aunque parezca un episodio de Marie Kondo en vez de una mudanza. Es extraño, siempre pensé en Molly como una chica algo pedante y seria, perfeccionista, sí (por lo meticulosa que es para trabajar) aunque también gentil, pero jamás creí que fuera tan… controladora.
Con tantos cambios (ruidos, temperaturas, olores y ajetreos) duermo mal ése día. Así que me levanto mucho antes de que suene mi despertador y me alisto como a éso de las siete de la mañana, aunque cometo un montón de errores. Las cosas no están donde las necesito, ahora debo cargar una canastilla con mis artículos de baño a todas partes pero lo más importante… no detecto el aroma del café recién hecho que Seiya antes de irse a correr, siempre dejaba para mí. Eso sí es una molestia, porque soy incapaz de carburar sin cafeína en mis venas; así que me dispongo a buscar un poco en la pequeña cocina de Molly procurando no despertarla.
Casi me pico un ojo (me lo iba tallando con sueño) cuando la veo ya arreglada al lado del refrigerador. Es muy silenciosa y me ha pegado un susto de muerte.
—Buenos días, Serenita —me dice en un tonito chillón mientras yo recupero el color. Nadie me decía Serenita desde el jardín de niños —. Espero hayas pasado una buena noche.
—Gracias… sí. ¿A qué hora te levantas?
—A las cinco y media.
Abro los ojos como platos.
—Pero… entramos a las nueve, y en autobús son apenas veinte minutos de camino al trabajo —comento con horror.
Ella pone un montón de hojas verdes en un procesador de jugos y su escándalo nos interrumpe varios segundos. Cuando acaba, lo sirve en un termo de ésos metálicos que tienen marcados los mililitros. Huele a césped recién podado. Seguro que sabe igual.
—Ordeno mi habitación, y practico yoga y meditación antes. Ah, y yo me voy caminado al trabajo, no uso el autobús.
—Er… ¿por qué?
Me sonríe mientras saca dos rebanadas de un pan del tostador. Me ofrece una y la tomo. Cuando la pruebo, siento la necesidad de escupirla. Es tan sustanciosa como el cartón comprimido.
—Porque me revitaliza caminar. Deberíamos hacerlo juntas, si vamos charlando seguro que se hace más ameno —sugiere. Yo me atraganto con el pan raro. ¿Yo? ¿Caminar quince manzanas con zapatos formales? Debe ser una broma. Y aún así, ella es la primera en llegar.
—Molly, ¿de qué es este pan…? Sabe algo... peculiar.
—Ah, es de centeno negro. ¿Verdad que es delicioso? Tiene un montón de fibra. Es muy saludable y te favorece la digestión.
Si yo fuera un triturador de basura o una caja de reciclado sí, sería delicioso. Pero no. Necesito una dona cubierta de chocolate y mi café doble desesperadamente.
—¿No tienes mermelada?
—Uy… no. Pero tengo una miel orgánica de agave que seguro te fascina…
—No, no. Así déjalo.
Parece algo decepcionada, pero perdón, no puedo saltar de gusto. Tengo muchos cambios que procesar.
—¿Quieres que te prepare algo? —se ofrece dándole un largo trago a la cosa verde —. Sé que aún no tienes tu despensa, y hay tiempo...
—No te molestes, compraré algo en la cafetería de la esquina de siempre. Y hoy haré mis propias compras. Algo me dice que tenemos gustos un poco diferentes —le digo lo más amigable que puedo.
No parece muy satisfecha con mi respuesta, pero accede. Luego me limpia unas migajas que se me caen en la barra de la cocina con una servilleta y me sonrojo.
—Vale, como prefieras —concede, y se pone a lavar en ése mismo momento los platos que ha ensuciado. Oh. no. Espero que no haya alguna regla fascista sobre eso, o tendré que comprar puros desechables hasta que me largue de aquí.
Como me da miedo volver a ensuciar algo o que me de otra cosa "organicorrible" de comer, me regreso a mi cuarto a terminar de arreglarme. Mientras lo hago, no puedo evitar comparar mi primer día aquí, con mi primer día en el apartamento de Seiya. Recuerdo que él tocaba la guitarra en la sala, creo que una canción de The Beatles, mientras yo me instalaba. Recuerdo la pizza de mozarella a la que me hice fanática cada sábado, después de que la probé ése día por sugerencia suya. Recuerdo el tequila caliente sobre mi garganta, y mirar algo mareada la fotografía de bodas sin marco de Mina y Yaten en el refrigerador. Y también fue la primera vez que me dijo que yo le gustaba. La primera vez que nos besamos de verdad, sobre la encimera de la cocina, sacándonos a tirones la ropa. Desde ahí, ya todo fue demasiado rápido…
Habían pasado muchas, demasiadas cosas desde entonces.
Suspiro mientras me pongo el rímel.
¿Qué hubiera ocurrido si yo, en vez de besarlo me hubiera contenido y hecho sólo su roomie? Probablemente aún viviría ahí. No sé si estaría con Diamante, al que de todos modos hubiera conocido y ha hecho de todo por conquistarme. Probablemente sí. Probablemente no hubieran existido tantas películas, tanta pizza y confidencias entre nosotros. Tanta intimidad. Siendo así, la verdad no me arrepiento, aunque sí me da algo de nostalgia.
Bueno… pero ya fue, ahora estoy aquí. A otra cosa mariposa.
El trabajo sigue siendo una tortura china, así que por ése lado se conserva mi normalidad. Todos los días llego agotada, sin demasiado tiempo para enterarme de que el tiempo marcha a una velocidad alarmante. Un par de semanas después, en pleno jueves, ya estoy mirando en mi calendario el fin de semana con algo casi parecido a la ilusión, que por cierto, ya se me había olvidado como se sentía. Termino de atender la llamada de un ilustrador que me ha sacado canas verdes todo el mes, y tomando una gran bocanada de aire, me dirijo a la oficina de mi jefe.
Toco con los nudillos y él se gira de su silla con cara de malas pulgas. Hoy es uno de ésos días que anda de malas.
No es que el resto de los días ande de buenas tampoco, eh. Aún así se esfuerza por darme un gesto asemejado a una sonrisa gastada.
—Señor Shiho, ¿puedo hablar con usted?
—¡Pero si es nuestro elemento estrella! Claro, Tsukino. ¿Qué puedo hacer por ti?
Me limpio las manos en la falda (ya empiezo a sudar) y me siento.
—Necesito ausentarme este fin de semana —le suelto con voz clara, aunque algo titubeante. Shiho arquea una ceja al cielo, como si acabara de decirle que quiero ser presidenta de los Estados Unidos de América.
—¿Es broma?
—No, señor.
—¿Es que tiene algún problema?
Sí. Creo que estoy a punto de tener un colapso nervioso, y creo que a nadie le conviene que lo tenga.
—He trabajado duro, en serio me hace falta —le digo lo más neutral que puedo.
Shiho se ríe, y detecto un toque medio demencial en él.
Y… es por eso que lo digo. No quiero acabar como éste ogro.
—Ni siquiera yo me he tomado un descanso, Tsukino. ¿Por qué debería darte ése privilegio a ti?
Porque muero por salir de aquí. Por favor. Lo necesito. Deliro con estadísticas, correos con historiales interminables y para colmo, mi nueva roomie, La señorita-Eso-Está-Sucio-Y-Eso-Otro-No-Es-Saludable me ha atormentado por días con guantes de latex, cloro, galletas de linaza, espaguetis de calabaza y tés que parecen jugo de composta y que ahora me tienen corriendo al baño cada media hora. Mi nombre podrá significar un conejo, pero yo no soy uno. Necesito aire, y probar comida de verdad con alguien normal.
Y sexo. Mucho.
Por lo mismo pienso en los consejos de Diamante, mi sensual experto de la manipulación, y le digo a mi jefe:
—Con todo respeto señor Shiho. Es mi proyecto, yo soy la única indispensable aquí. Así que si alguien debe tener un privilegio, ésa soy yo.
Shiho se queda congelado, como cuando le pones pausa a una película en un momento en el que el personaje deja una mueca graciosa. Yo le sonrío como si nada. Entre que no sé si le está dando un tic o guiñándome un ojo (prefiero que sea lo primero), tarda en reaccionar, pero al final lo hace. Se recompone y me mira con hostilidad, para después mirar su monitor como si yo no existiera. Sabe que sin mí, sus clientes se van a retirar y a estas alturas no puede hacer nada. Si me colmara el plato y yo renunciara, se le armaría la grande con la junta directiva.
Se lleva la taza de café a los labios, y murmura de mala gana:
—Te quiero aquí el lunes a la primera hora.
—Claro.
Claro… que no.
Cuando me giro hacia mi lugar ya voy sonriendo.
Por primera vez no me da pena esperar a Mina dentro del recibidor de su trabajo, una agencia de publicidad, diseño y marketing. Hoy, al igual que en semanas pasadas, vengo lo suficientemente presentable para que las brujas de la recepción no me desollen con los ojos y me echen fuera. Ahora que lo pienso, me pasa lo mismo con la fulana de pelo verde que está siempre en la recepción de presidencia de Industrias Black. Esmelinda… o como se llame. ¿Qué ocurre siempre con las empleadas de atención de las empresas grandes? Son guapas, sí, pero siempre tienen cara como de estar oliendo mierda, y a no ser que sea un ejecutivo importante o un mensajero musculoso, no tratan bien a nadie. ¿Se sienten superiores a los demás por exprimir sus miserables tarjetas de crédito y pretender ser algo que no son y cuya ropa bien podría pagar la despensa de una familia promedio? Sólo hay algo más patético que una creída, y ésa es una creída sin poder.
Afortunadamente, Mina no tarda mucho en salir. Toda ella bonita con jeans oscuros ajustados, una blusa holgada en verde olivo y zapatos negros altos con pulsera en el tobillo. Aparte del portafolio de su laptop, lleva en las manos una bolsa de asas de papel que me va a salvar la vida.
—Servida, madáme —dice solemne, me la da y también un beso en la mejilla como saludo. Yo la miro con infinito alivio.
Ni siquiera he tenido tiempo de pensar en el fin de semana, menos en qué ponerme. Ayer, después de mirar algunas de mis cajas aún arrumbadas, sé que no valía la pena ni buscar. Trajes de baño no le pido, porque es caso perdido. No hay manera humana posible que yo pueda llenar con dignidad un bikini suyo, así que me conformo con unas sandalias, un vestido, un bonito sombrero… lo que pueda prestarme.
—Muchas gracias, Mina.
—Gracias nada, me invitas un trago.
—Por supuesto… conozco un buen lugar.
Caminamos por la avenida principal, donde están los cafés y restaurantes, y no tarda nada en preguntarme de la mudanza, como esperé. Se sorprendió cuando le dije que iba a irme del apartamento de los Kou aún cuando ni siquiera había en pie una oferta de compra. Aunque sé que tiene sus sospechas de que algo raro ocurrió (fuimos muy obvios el día de la pelea), pese a que no tiene certeza sobre qué.
—Ha estado bien. Molly me ayudó a ordenar a algunas cosas.
Y casi a clasificarlas con una ficha bibliográfica, pero bueno.
—Pude haberte ayudado yo, ya sabes —me dice como en tono febril, y engancha su brazo con el mío.
—No, está bien. Además lo hice entre semana y todo fue demasiado muy apresurado.
—Precisamente, sigo sin entender cuál era la prisa.
—Bueno… sólo fui prevenida, es todo —miento. Mina no refuta nada.
—¿Y cómo es ésa chica… la tal Molly? —quiere disimular su curiosidad, pero obviamente no lo consigue.
—Algo freaky, pero es muy buena.
Mina pestañea, como evaluando mis palabras. El bar Joe's está justo en la esquina de la cuadra, esperando que si vengo con ella, todo parezca una feliz coincidencia menos personal. Sé que en algún momento necesito devolverle a Seiya su juego de llaves.
Mentira, necesitas averiguar si sigue pegado a Michiru, susurra mi conciencia.
Casi ni me había atrevido a pensar en el tema, pero hoy me asaltó ésa duda. ¿Por qué ella? Michiru parece demasiado estirada, elegante y aburrida para ser su… bueno, lo que sea que tenga con ella. No va para nada con él. ¿Qué hacen cuando están juntos?
Tú sabes.
Sacudo la cabeza, ofuscada. Mina me llama la atención por mi distracción.
—Perdón, ¿me decías?
—Si iremos el sábado al cine. ¿Recuerdas? ¿La película que hemos esperado todo el año?
Hago un mohín contrariado.
—Lo siento. Este fin de semana tengo planes (lo sé, pero es verdad), y Molly tiene boletos para el ballet al próximo e iré con ella.
Se detiene y a mí junto con ella.
—¿Qué? —pregunto cuando me mira atónita.
—¿Tú al ballet? —repite con sarcasmo.
—Sí… conozco la cosa ésa de los cisnes. ¿Qué tiene de raro?
—¡La versión de la película de Barbie no cuenta! —exclama, y se ríe a carcajadas.
Me sonrojo y frunzo el ceño.
—¡Vale, pues igual iré!
—Pues que te diviertas mucho —espeta, y se pone a ver unas botas altas de la nueva temporada de otoño en una tienda de Steve Madden —, espero que no te quedes dormida a la mitad.
Me toma menos de un segundo sumar dos más dos. Mina no suele ser así de mezquina, al menos no por nada. Lo cual quiere decir…
Está tambolireando con los dedos sobre el vidrio y evalúa el precio. Yo me asomo por encima de su hombro y elevo una ceja.
—Minako Aino… ¿estás celosa?
Bufa sin mirarme, y yo la abrazo.
—Estás loquita. ¿De veras crees que podría reemplazarte por Molly? Sólo es mi roomie. Además con Seiya nunca te enojaste, y pasaba mucho tiempo con él.
Se encoje de hombros obstinadamente.
—Era diferente.
Encaro más arriba la misma ceja.
—¿Por qué?
—Pues porque creí que…
Pero mi corazón se detiene cuando de reojo y tras el vidrio del escaparate, veo a Diamante salir caminado, creo, acompañado de Zafiro. Por nada del mundo se me hubiera ocurrido que paseara por aquí, éstos lugares no son su estilo. Quizá esté acompañando a Zafiro. Yo salto y me escondo como una niña detrás de su nueva madre, Minako, rogando mentalmente que no nos haya visto, pero claro que ya nos ha visto. Soy Serena Tsukino, probablemente la única veinteañera de Japón que se peina de odangos y la que nunca tiene buena suerte. No es buena combinación para pasar desapercibida.
—Vaya hermano, parece que los ángeles se caen del cielo —bromea Diamante con las manos en los bolsillos —,¿qué tal, chicas?
Yo me enderezo tiesa como marioneta.
—¡Hola!
—¿Tú qué haces agachada ahí? —me susurra Minako extrañada, haciendo un puchero.
—Se me cayó… una moneda —me sacudo la falda —. Ya… ya no está. Qué lástima. Era una... buena moneda.
Todos me miran como si se me hubiera zafado un tornillo. Yo finjo no darle importancia aunque en realidad nada de lo que dije tuviera sentido.
—¿Y a dónde van? —pregunta Diamante en modo plural, pero sólo me mira a mí. Mira un segundo en dirección opuesta a la acera, y sus ojos, impenetrables, me atraviesan de una estocada. ¡Demonios!
Miro a Minako. A ver cómo salgo de esta. Estamos a unos cuantos pasos del Joe's y algo me dice que si sabe que venimos a ver a Seiya, no creo que le guste mucho. Me siento como un ciervo frente a los faros de un coche que está a punto de arrollarme. No sé qué hacer, ni qué decir.
La voz de Mina irrumpe mi pensamiento.
—Serena iba a acompañarme a dejarle a Seiya un papeleo para la venta de su apartamento. Yaten tiene mucho trabajo y no pudo venir, así que me ofrecí yo. Quizá luego vayamos a cenar a un restaurante coreano nuevo… —dice con firme determinación. Yo me quedo boquiabierta y asiento como estúpida—. Hola, Zafiro —agrega agitando los dedos con osadía.
Él se pone todo rojo y blandengue en el acto.
—Esperaré en el auto —le dice a su hermano en voz muy bajita, casi patética —. Nos… nos vemos.
—¡Adiós! —replica Mina con una risilla zumbante, como la de una abejita.
Diamante, ya algo saturado de información, me mira otra vez como para corroborar la versión de mi amiga y yo asiento como si estuviera de acuerdo, pero por dentro suspiro de alivio. Diamante no sabe qué decir (toda una novedad), y Mina me ha salvado el culo (ninguna novedad). Deberían poner una estatua en su honor.
—¿Mañana pasas por mí después del trabajo? —le digo inocentemente para cambiar de tema.
Sus ojos se vuelven divertidos. Seguro que imaginar lo que puede hacer conmigo cuarenta y ocho horas continúas él solito es suficiente para que le cambie el humor.
Se inclina y me besa. Pero mientras está besándome, algo cambia. Sus labios me presionan imperiosamente, sube una mano desde la barbilla hasta un lado de mi cara, y con la otra me sujeta la otra mejilla, como inmovilizándome para que no me aparte, aunque Mina nos esté observando. Su beso es bien recibido, por supuesto, pero siento que me está diciendo algo más con él. ¿Qué es? ¿Una advertencia? No, éso no puede ser. Sólo estoy alucinando.
—Pórtense bien, señoritas —nos dice sonriendo, y se va caminando hasta su coche.
Mina lo sigue sospechosamente con los ojos. Cuando el Audi arranca y dobla en la esquina, pone los brazos sobre sus caderas en forma de jarra. Yo todavía respiro agitada.
—Pues parece que ya me debes dos tragos.
Exhalo ruidosamente.
—Lo sé…perdón por...
—¡Y una explicación con todos los detalles! —me grita irritada —. No puedo creer que no me dijeras que te estabas merendando a Diamante Black. ¡Ya no me cuentas nada!
—Mina, no me lo he merendado... y no te enojes. La gente nos ve raro. ¿Quieres que nos filmen y salgamos en una de ésas secciones de #las psicópatas urbanas?
Claramente no le importa.
—¡Pues me dejas fuera de todo! Resulta que ya tienes roomie nuevo, casa nueva, novio nuevo y yo no sé nada —sigue haciendo su pataleta, terriblemente frustrada. Sólo le falta tirarse al piso y berrear por un algodón de azúcar del vendedor. Yo cierro los ojos. Me desespera que exagere tanto, pero al fin y al cabo creo que tiene toda la razón. Y además me salvó el culo.
—Todo ha pasado demasiado rápido, te lo iba a decir…
Le pega al asalto con su tacón, como si aplastase un bicho.
—¡Demasiado rápido mis ovarios! ¿Crees que no sabía lo que ocurría con Seiya? ¿Qué querías venir a verlo? Dijiste que fue algo casual, de una vez y que sólo eran amigos. Yo sé que no. Y eso de que te hayas mudado mágicamente de la noche a la mañana, tampoco.
Me exaspero, soltándolo todo:
—Bueno, Mina, estabas demasiado ocupada viviendo tu cuento de hadas para ocuparte de mí. Un día bebíamos del mismo cartón de leche y al otro tenía que esperar días o semanas a que pudieras y quisieras verme, todo ha cambiado ahora, así que disculpa si estaba tratando de lidiar primero con mis propios cambios y demonios antes de darte un informe completo, ¿okay?
Mina abre la boca…. y la cierra.
He dejado callada e impresionada a Minako Aino, y en ningún planeta pensé que eso fuera posible.
—Y te lo contaré todo a partir de hoy —repito pacientemente. Tampoco quiero que se lo tome personal —. Con las mejores margaritas de la ciudad. Lo prometo.
Exhala, y menea la cabeza, satisfecha.
—Gracias. Y para tu información, no todo ha sido un cuento de hadas —increpa recelosa mientras volvemos a caminar del brazo.
—Claro. Perdona.
Casi con bipolaridad, parece que entiende algo y su rostro muta, y me regala una sonrisa perversa.
—Por otro lado… Diamante es… uaaau.
Me río como colegiala.
—Sí, ¿eh?
Mina se muerde el labio y fija la mirada en la nada unos segundos. Sabe el diablo imaginando qué.
—¡Mina!
—¿Qué? Soy casada, no ciega —se queja acomodándose el bolso al hombro —. Que esté a dieta no me impide ver el menú ¿o sí?
Y siempre con sus frases coloquiales…
—Si tú lo dices...
—Uf, primero Seiya Kou y luego Diamante Black… tus feromonas deben trabajar horas extras.
No creo, más bien fue como un milagroso incidente, ya que nunca he atraído a los hombres, al menos no como ella.
Como no quiero hablar de Seiya, le pregunto:
—¿Así que… te agrada? ¿Diamante?
—Bueno, es uno de los solteros más codiciados de la ciudad.
—Eso no contesta la pregunta.
Atravesamos el cruce peatonal en el semáforo. Mina tarda demasiado en responder. Más de lo que me gustaría.
—La verdad, no lo conozco lo suficiente para poder tener una opinión —sonríe encogiéndose de hombros.
¡Me está dando esquinazo!
—Mina, tú tienes una opinión sobre todo el mundo, sea quien sea —discuto apretando los labios.
—Es que es… —y truena la lengua en su paladar —, nada… sólo es demasiado perfecto.
—Dah... sí. Obviamente, ¿y? ¿eso es malo?
—Lo malo es que nadie lo es.
Me pongo tensa.
—Mina, no te estoy siguiendo.
—Pues por ejemplo, ¿por qué un espécimen tan jugoso como él estaría solterito?
Me exaspero.
—Bueno, para empezar es una persona, no un filete de Rib Eye —le defiendo antes de darme cuenta —. Y en segunda, tal vez sólo estaba esperando a la mujer adecuada.
Me doy cuenta de lo cursi que suena eso de que yo sea la adecuada, así que me detengo ahí.
—O tal vez sea un psicópata —sus ojos celestes destilan una expresión de broma, yo ruedo los ojos hasta ponerlos en blanco —. Si no regresas del ardiente fin de semana, ¿me heredarías tu chaqueta de cuero café? Siempre me ha gustado.
—Vale ya, pesada… yo llevo soltera una eternidad, ¿eso quiere decir que hay algo mal conmigo?
—Bueeeno, sólo decía…
Nos detenemos enfrente del bar. Mina me mira como esperando mi aprobación para entrar, y entonces, sin saber por qué, mirando ésas puertas de gabinete de madera roja y oyendo el jaleo al interior, siento una contracción de inseguridad en el estómago. No sé si es por lo que sentí antes con Diamante, porque hasta me siento un poco vigilada ahora mismo... aunque sé que es imposible (lo es, ¿cierto?), o, simplemente, porque sé que estoy engañándome a mí misma. De nada sirve que lo vea. Nada va a cambiar. Así que niego con la cabeza, saco de mi bolso las llaves que cargué durante seis meses, le quito mi llavero de conejito y se las entrego a Mina.
—¿Podrías dárselas?
—¿Segura?
Asiento a regañadientes y levanto la mano para que se detenga un taxi.
—Sí. Venga, vamos a tomar ésa margarita a tu apartamento…
Fue liberador ponerme al día con Mina sobre todos mis dramas anteriores. Por supuesto que había partes que ni me creía, como la propuesta de Diamante para mudarme con él o que había tenido sexo inseguro con Seiya en la boda de tía Kaolinete y ahora había enfrentado al pesado de mi jefe. Por primera vez, yo era la amiga interesante, la que sí tenía cosas que contar, y ella la que tenía que escucharme emocionada. Fue algo gracioso, como si se invirtieran los papeles. Después de tres margaritas y ligeramente enfurruñada, me dijo que lo único que tenía que aportar como novedad es que no sabía como convencer a que Yaten para comprar un edredón nuevo para su cama matrimonial, pues el que tenían ya no le gustaba y a él sí. De modos distintos e inesperados, pero nuestras vidas seguían siendo bastante opuestas.
Llego a eso de las nueve a casa, para armar la pequeña maleta.
—¿Te vas de viaje? —oigo a Molly desde la puerta. Lleva un canasto de ropa sucia en las manos. ¿De dónde saca tanta? Prácticamente la veo hacerlo diario, y yo… bueno, la verdad es que tiendo a repetir bastante las prendas con tal de no hacerlo. No es que me sienta orgullosa de eso, que conste.
Me giro y le sonrío.
—Sí, pero sólo por el fin de semana. Ya sabes que tenemos mucho trabajo —murmuro algo temerosa. Espero que no piense que tengo la preferencia de Shiho. Nadie se ha tomado un fin de semana en más de un mes.
—No me habías dicho —masculla, y no sé porque no parece que le haga mucha gracia.
—No te afectará en el trabajo, no te preocupes. Me aseguré que todos mis pendientes estuvieran adelantados para…
—No. Es decir… ahora vivimos juntas, pensé que me tendrías al tanto si te ausentas de manera inusual —me reprende.
¿Qué?
—Er… te lo estoy diciendo ahora.
—Después de que pregunté.
Esto… otra vez,¿qué?
Dejo mi par de sandalias de baño en la cama. Estoy empezando a enfadarme, aunque es más grande mi confusión que otra cosa.
—Molly, ¿pasa algo en concreto? Realmente no sabía que debiéramos decirnos éstas cosas. Somos adultas. Y que sea tu roomie… es decir, no quiere decir que me haya puesto bajo tu tutela o algo así.
¡Lo dije! Ya es toda una hazaña para mí.
—No, claro que no… es que —re ordena sus palabras —, por si llegase a ofrecerse algo, no sé… sería bueno saberlo de antemano.
—¿"Ofrecerse algo"?
—Como una emergencia o algo así —responde, aunque algo me dice que no hablaba de emergencias.
Lo que dice me parece absolutamente una tontería, y si en el remoto caso surgiera alguna "emergencia", pues ya tengo una mejor amiga, una familia y ahora un novio. Ni siquiera a mi madre le cuento éstas cosas, pero no quiero discutir con ella. Apenas vamos comenzando a acoplarnos y realmente no quiero echarlo a perder. Necesito ceder ésta vez, supongo… aunque la idea no me encante.
—Bueno… no lo pensé así. Disculpa. No creí que fuera importante para ti.
—No pasa nada. La gente a veces tiene ¿cómo se dice?… valores diferentes —se acomoda el cesto y sonríe educadamente—, qué la pases bien.
—Gracias…
Qué demonios…
Cierro la puerta.
—Tinimis viliris difirintis —la imito haciendo mala cara.
Conecto mi Ipod a unas bocinas pequeñas y sigo empacando. Me tranquiliza que ya puedo escuchar la lista de reproducción que me hizo Seiya sin martirizarme, así que que lo veo como buena señal. Audioslave ameniza todo el proceso previo de belleza que Mina insistió que siguiera, según ella, porque es lo que los hombres esperan en una situación así. Es algo tedioso sacarme las cejas, depilarme todo el vello corporal y hacerme la exfoliación de una, porque ahora tengo toda la piel irritada. Después de varias capas de crema y cenarme una sopa de fideos de vasito y un Sprite (que Molly mira como si fuese un objeto demoníaco), me voy a acostar.
Paso toda la mañana del viernes inquieta, nerviosa, como si todo el tiempo alguien me picara con un alfiler por detrás, pues brinco como resorte a cada rato. Todo irá bien, me digo una y otra vez. Quiero hacerlo. Voy a hacerlo.
Estoy cerrando los programas de mi PC cuando me llega un mensaje al móvil y claro, vuelvo a brincar. Es Mina, que me desea suerte y dice que no me olvide de usar protección. Me sonrojo y le respondo con el emoji ése que está enseñando todos los dientes.
Cojo mis cosas y huyo prácticamente a escondidas antes de que Shiho cambie de opinión (sí lo creo capaz), y justo cuando me estoy trasladando abajo en el elevador, vuelve a sonar mi móvil. Lo abro sin fijarme de quién es, seguramente Mina con alguna otra ocurrencia.
Recibí las llaves. Gracias.
Sólo quería desearte suerte en tu nuevo hogar.
Ya sé que quizá no venga al caso… pero quería que supieras que pase lo que pase, siempre contarás conmigo, Bombón.
Seiya
Las puertas se abren y yo me quedo parada como estatua sin mover un músculo. Un nudo se forma en mi garganta y desciende de modo pesado hasta el estómago y se queda ahí, como si ahora fuera parte de mí. Leo y releo el mensaje. Los ojos se me humedecen.
Sólo reacciono porque dos empleados esperan que me salga para ellos entrar, y aún con la cabeza a mil, camino arrastrando los pies hasta la recepción. Oh, Seiya…
A pesar de que nunca me quiso como yo a él, soy incapaz de guardarle rencor. Sin embargo, una parte de mí se encoleriza porque me haya enviado éste mensaje, aquí, ahora, recordándome cuan dulce es cuando se lo propone y cuando estoy a punto de escaparme a disfrutar de la vida con alguien más para ya no pensar en él. No importa cuánta tierra ponga de por medio, un mensaje suyo basta para desbaratarme, y ya me cansé. Así que decido que no le voy a contestar.
Salgo a la avenida, con el ceño fruncido y todavía inestable de humor. Hace un cielo azul de ésos que rara vez se ven en la ciudad, no hay ni una sola nube en el cielo. Todo indicaría que debería cambiar mi semblante, así que tomo una gran cantidad de aire fresco.
Unazuky sale aprisa, pisándome los talones.
—¡Serena!
—¿Qué hay, Una? ¿Ya te vas a almorzar?
—No me diste tu tarjeta, saliste echa un zombie de aquí. Ni siquiera me escuchaste.
—Claro, lo siento —vaya, qué vergüenza que por algo así la gente me note diferente.
Me la desprendo de la ropa, se la entrego y en eso, un coche flamante deportivo plateado (corrección del dueño: un A3 Cabriolet convertible) se estaciona a nuestra altura. El tipo de coche que sólo yo vería en el fondo de pantalla de algún computador. Toca una vez el claxon y ambas volteamos. Ahí está Diamante, con sus lentes oscuros de aviador y su sonrisa provocadora.
La sonrisa se me pega instantáneamente en la cara. Unazuky gime como si le doliera un músculo.
—Corre, o seré yo la suba a ése coche, lo juro —me dice acongojada.
Me río. Apenas ayer me contó que su cita a ciegas no llegó. Pobre Una, pero estoy tan feliz que no puedo empatizar mucho con ella.
—¡Nos vemos!
Me echo casi un clavado al auto y él baja la música del estéreo. Echo la maleta al reducido asiento trasero, que además de su equipaje, lleva un par de bolsas de compras.
—¿Compras?
—Son para ti.
—No debiste… —empiezo a rezongar. ¿Y ahora qué trae bajo la manga?
—¿Lista? —me ignora.
—Sí, sí —respondo abrochándome el cinturón.
—¿No necesitas nada?
—Hum… ¿salir rápido de aquí?
Arranca y nos adentramos en las calles de Tokio. La gente nos mira al pasar. A veces pienso que lo ven a él, luego ilusamente creo que me miran a mí. Al final me doy cuenta que lo que miran es el coche. Hay poco tránsito, así que no tardamos en llegar a la carretera interestatal en dirección sur, con el viento fresco soplando por encima de nuestras cabezas. Me pongo unas gafas redondas para que no me lloren los ojos y lo miro. Aunque no puedo ver su expresión, sé que está contento, como yo, porque apoya una mano en mi rodilla y me la aprieta suavemente.
Sodoko es una playa en la prefectura de Tokio (de sus islas alrededores) que jamás he visitado. No es coincidencia, es una de las más caras y exclusivas, sólo reciben cierto número de personas y hay muy pocos hoteles. La recuerdo porque Mina quería venir aquí para su luna de miel, pero jamás logró que le diesen una reservación.
—Tenías razón —le digo a Diamante mientras atravesamos un bonito campo de árboles enanos —. El Grinch sólo necesitaba un poco de mano dura.
—¿El Grinch? —se ríe.
—Así le puse. Además odia la Navidad, así que le queda de perlas.
—¿A ti te gusta la Navidad?
—Me encanta. Es mi época favorita del año.
Él sonríe, pero no dice nada. La música y el soplo del aire en mis oídos llena el vacío. Él acelera repentinamente y me veo impulsada contra el respaldo del asiento. Uf, cómo corre este coche. De pronto caigo en la cuenta de algo. Casi no sé nada de sus gustos.
—¿Y a ti?
Él parece meditar su respuesta.
—La verdad, nunca he tenido una Navidad como tal… así que no sé si me gusta o me disgusta, pero sí recibo muchos regalos, aunque la mayoría de socios, y clientes —. Yo me quedo de piedra. ¿Cómo es eso posible? —. Es la desventaja de no tener familia, supongo. En el orfanato no ponían árbol de Navidad, ni nos daban regalos. Está bien, hay cosas que por origen jamás conoces —añade con simpleza.
—Pero, ¿y Zafiro? —pregunto ansiosamente. Me parece abominable la idea de que dos niños, solos en el mundo, jamás hayan tenido una Navidad como Dios manda. Es sencillamente horrible —. ¿No lo celebras con él?
—Creo que también es el tipo de asuntos que aprendes en la niñez. Nadie me enseñó, así que simplemente cada uno hace sus… cosas. ¿Tienes hambre? Podemos parar en algún lado. Hay un sitio que sirven una sopa de marisco que está bárbara...
Es evidente que quiere cambiar el tema.
—Estoy bien.
—Y entonces… el Grinch —define recuperando su humor jocoso —. Además de ser feo y verde, ¿cómo te trata?
Me toma un minuto recordar mi historial de pormenores en la editorial.
—Es un explotador, pero supongo que nadie se salva, así que no me lo tomo personal. Tiene un millón de años ahí, así que por eso se siente intocable o algo parecido. Y… no está tan mal, creo. Quizá sólo…
—¿Qué? —me inquiere Diamante con precisión. Yo me rasco la sien, dudosa. No sé si las cosas que le he oído, son ideas mías o tienen importancia.
—A veces hace comentarios raros. Metidos. Y es muy voluble. Temí por un momento que no me dejase salir contigo hoy.
—Que lo intente —sonríe deliberadamente amenazante, sin despegar la vista del camino —. Habría entrado personalmente por ti.
Yo cruzo los brazos sobre el pecho. Algo me dice que no bromea.
—La verdad, la mayor parte del tiempo finge que no existo. Así que no me preocupa —rectifico. Y no debería preocuparte a ti, pienso nerviosa. Me reservo el hecho de admitir que un par de veces, lo pillé mirándole el culo a Molly y que posiblemente conmigo y otras haga lo mismo.
El viaje es ameno, a veces callado, a veces conversador. En poco menos de hora y media ya estamos trasladándonos en un pequeño ferri hasta la isla. La arena es negra y el agua muy cristalina. A los alrededores, en cercados, hay algunos conjuntos de casitas de playa, de techos en forma de triángulo y escaleras altas. Aquí se hace buceo, paseo en moto acuática, todo eso que no sé hacer y seguramente él sí.
Estoy expectante y muerta de nervios por ver a qué hotel me va a llevar. Mi sorpresa da un giro repentino cuando veo que en realidad, nos dirigimos a pie a una de las verjas que llevan a las casas privadas. ¡Una casa!
—¿Es tuya? —pregunto casi con horror, cuando me toma la mano para que no de traspiés en la arena con mis zapatos planos. No sé por qué me mortifica llegar a pensar cuáles son sus alcances, porque las diferencias entre nosotros se incrementan.
Diamante me mira con cara de que no diga chorradas, pero me contesta como siempre, con paciencia:
—No, Serena. Es rentada.
—Ah, vale…
Me siento algo tonta y mejor lo espero con varios pasos de distancia, aspirando el aire salado de mar. Yo miro en todas direcciones, fascinada con el paisaje. Uau… podría quedarme a vivir aquí, leer un libro en una hamaca con una piña colada y envejecer sin importarme nada más. Subo las escaleritas y sobo la madera lisa, y miro algunas de las conchitas que han ido a dar allá.
El interior de la casa es sobrecogedor, como ésos lugarcitos de los Hamptons que sólo veo en las series americanas de TV. Toda en maderas de claras, cortinas de manta y muebles con diseños estilo marinero, en rayas azul oscuro y blanco. Sólo hay una recámara, y empiezo a sentir la verdadera euforia de lo que significa estar aquí sola con él, mientras en la lejanía, le oigo decir que ordenará algo de comer y que yo "me ponga cómoda".
El viaje me ha dejado sudorosa, así que me refresco en el baño, me pongo más desodorante y busco en la maleta algo ligero de lo que Mina me prestó. La bolsita de regalo de Diamante me tienta. ¿Qué será?
Es un bikini compuesto de un top de triángulo de un tal Emilio Pucci. La tela es satinada, todo negro, la única excepción de color son dos lacitos rosa pálido que unen de los extremos la parte inferior del traje. Me sonrojo súbitamente. Diablos, al lado de mi traje que parece del equipo de natación de niñas de mi colegio, éste es casi una pieza de arte. Es de muy buen gusto, pero seguramente no es algo que yo hubiera comprado para mí. Es demasiado elegante y sexy. Que me haya comprado esto es bochornoso, pero también algo excitante. Creo. Nunca nadie lo había hecho. Trato de no mirar la etiqueta al quitársela, pero la curiosidad me pica y me resulta obscenamente insultante que dos trocitos de tela cuesten algo así. Por ahora, ni me atrevo a ver el otro, también negro, que se asoma de la misma bolsa. Supongo que el dolor de la depilación valió la pena.
Me miro al menos veinte veces en el espejo. ¡No puedo! Muestro una cantidad excesiva de piel, en mis pechos, el abdomen, en el trasero... Vale, no tanta… quizá sólo no estoy acostumbrada, porque es exactamente mi talla. Algo muy sospechoso, a decir verdad.
Tomo aire y me cubro con un blusón ligero abierto tipo kimono, me dirijo hasta la terraza y luego bajo las escaleras hacia el pedazo de playa que nos corresponde. Ahí lo encuentro, recostado en una tumbona, sólo con un bañador negro puesto y sus mismos lentes de sol. Sólo está ahí, siendo y existiendo y me gustaría tener la décima parte de su estilo. Se me hace agua la boca. Ya había tenido oportunidad de imaginarme de qué iban las cosas bajo ésos trajes ejecutivos, pero… bueno, es como ver una película y luego ver la obra de teatro. No es lo mismo.
Y ya estamos con las incoherencias…
Me mira y se echa las gafas atrás para verme, sobre el pelo plateado. Sonríe como si yo fuera la mejor noticia que le han dado en su vida. Parece diez años más joven.
—Te pusiste lo que te compré.
—Sí, y debo decir que usted me perturba un poco, señor Black. Me pregunto si usted estuvo hurgando en mis cajones.
Me acerco y me siento en su tumbona junto a él. Me ofrece un trago rojo, preparado con hielo que creo que es un daikiri. Sabe a arándanos y vodka. Está delicioso.
—Lo que pasa es que me he imaginado muchas veces tu cuerpo. Entonces fue bastante fácil.
Casi se me desvía el daikiri por la nariz.
—Ah…¿ayer que estabas de compras? —recuerdo, saliéndome por la tangente.
—No, lo hice por Internet. La verdad, no me gusta mucho ir de compras.
—Qué lástima, si yo tuviera tu presupuesto no saldría del centro comercial.
—Lo siento, sólo me gusta comprar empresas. Pero a ti te daría una tarjeta de crédito para simplificarlo.
Ahora sí… se me va el daikiri por la nariz.
—¡En absoluto! ¡No me vas a dar nada!
En un movimiento rapidísimo me coge por la cintura y me apaña contra él. Parece que se ha estado aguantando todo el camino, porque ni un beso me ha dado.
—Ya estás aquí… y ya no te puedes escapar —me dice sobre los labios, buscándolos. Abro la boca y me besa, nuestras lenguas se regodean una a la otra y todo de la cintura para abajo me da cosquilleos y empiezo a calentarme. Una de sus manos recorre mis piernas, la otra, mi espalda hasta el coxis —. Mmm, me encanta tu piel, quiero besarla y lamerla toda… empezando por aquí —y me da un beso justo en la unión de mis senos. Yo reprimo un gemido. Puedo sentir su erección contra mi muslo derecho. Miro hacia el mar. No hay absolutamente nadie. Sólo dos nadadores que son un par de motitas en la distancia.
—¿Ya…esto... ahora? —balbuceo —¿No vamos a comer primero…?
—¿Para qué? Tu cuerpo te delata. Estás apretando las piernas, estás roja y apenas puedes respirar, Serena… ¿Te acuerdas de lo que te dije?
¿Eh?
Entre tanto toqueteo, mi bulbo raquídeo apenas recupera sus funciones. Cojo aire. Me mira con los ojos púrpura nublados de lasciva.
—No, ¿qué? —murmuro urgida, acariciando su torso desnudo.
Me acerca aún más, y me habla al oído:
—Te dije, que sólo ibas a ser mía cuando tú lo desearas… y lo desearas tanto, que casi me lo suplicaras.
Jadeo.
—Sí…
—¿Y entonces? ¿Me lo dices?
Puta madre…. qué tortura.
—Sí quiero —admito, muerta de deseo, llevando mis labios a su cuello. Y ya no me importa que estemos fuera, en el mar o donde sea. Sólo quiero hacerlo con él —. Quiero estar contigo.
—¿Segura?
—Ya no seas tan malo… —ronroneo en su oreja.
Parece que mi chiqueo es suficiente y efectivo, porque Diamante se pone de pie de un salto, cargándome como si fuera ligera cual pluma y entre besos intermitentes, nos adentramos en la alcoba.
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Notas:
Je, je je… *risa pervertida* ¿qué tal? ¿les agradó? Muchos cambios para la protagonista. Lamento si me tardé, espero el capítulo lo haya compensado. Sé que me odian porque el lemon quedó en suspenso, pero ya saben cómo soy… una desgraciada XD.
Aviso que ya no habría capítulo de "Roomies" hasta el próximo año, ya que debo terminar mi fanfic navideño ("Amor de intercambio")y está bastante inconcluso. Pero ¿quién sabe? Quizá ocurra un milagro de Navidad.
Manden reviews… :P
Besos de playa,
Kay
