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"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
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(POV Serena)
17. Paraíso
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Esta es la primera vez que nos besamos así, tan… salvajemente. Su lengua y la mía son un torbellino incontrolable, y cuando apenas me deja respirar, sigo jadeando todavía por aire. Fue como una olla de presión que explotó, después de hervir a fuego lento por tanto tiempo. La expectación realmente rindieron sus frutos, porque cada toque, cada beso y cada cosa que él hace conmigo y yo en respuesta, se multiplica en sensaciones mil veces más que como las sentí en mi sueño. Es mil veces mejor.
Caemos sobre el colchón suave como nubes. Y sé que será grandioso para dormir… sí es que consigo hacerlo.
Como no llevamos gran cosa encima, nos quedamos desnudos rápidamente. Sus ojos centellean al contemplarme, y yo respiro entrecortadamente mientras recorro con la vista su cuerpo. El sueño tampoco le hizo justicia.
—¿Y ahora? —me pregunta acercándose, como si me retara a arrepentirme.
—Bésame —musito.
—¿Dónde?
—Dónde tú quieras.
Él sonríe de par en par. Avergonzada, señalo con los ojos la cúspide de mis curvas, y aunque me siento muy nerviosa, también estoy muy excitada.
Me besa en la boca, luego, despliega otra vez su lengua que parece ser experta en dar placer. Recorre mi cuello, mi clavícula y la unión de mis senos, apretando con sus manos mi cintura. Pero no los besa ni los lame, sólo con sus labios entrecerrados, los roza apenas, y pronto se olvida de ellos pese a que están muy erguidos. Yo le miro mortificada, ¿por qué?
Él no para, desciende y desciende. Por mi abdomen y mi ombligo. Me hace cosquillas y es agradable, aunque no es una zona muy erógena y eso sólo aumenta mi frustración, sobre todo allá abajo,. Y entonces, sin previo aviso, coge mi rodilla derecha y luego me da un buen chupetón en la parte interna de los muslos, que hace un sonido gracioso. Sé que me dejará una marca. Yo gimo fuerte. ¿Qué hace? Nunca sé a dónde va, no es predecible en sus movimientos, es implacable y enigmático en el sexo, como él mismo.
Su osadía llega al punto que no me imaginaba que haría tan pronto. Sin más ni más, oculta la cara en mi entrepierna y entonces sé que estoy perdida. Tras sentir su cálido aliento, su lengua acaricia mis zonas externas y luego mi clítoris, de manera muy suave, deliciosa, en movimientos semi circulares y poco profundos. Me agarro con los dedos a su cabello y a un almohadón que hay por ahí, y aprieto los párpados. No tengo muchas fuerzas, sé que va a ocurrir en segundos, pero no era la manera el la que pensaba terminar, o al menos pretendía aguantar un rato, por eso de ser nuestra primera vez, pero no creo que sea posible. Le pido que por favor pare, pero no me hace caso. Me jala de sus fuertes manos la cadera, aprisionándome contra su boca apetitosa. Me retuerzo y sufro, y gozo. Parece que le gusta que le suplique. No deja su exquisita y dulce tortura, a veces dentro o a veces en mis genitales externos. Sin que mi cerebro procese las palabras gimo por favor más y más alto, llamando por fin su atención.
Se levanta y me mira toda, en ésa posición tan abierta y vulnerable. Dios, qué extraño es todo esto. En sus labios brilla la prueba de mi deseo y sonríe. Después de haber visto su tremenda erección, la verdad es que lo quiero dentro de mí lo antes posible. ¿Es que quiere que se lo diga literal?
—Tranquila, Serena —me apacigua entre risas —, las mujeres no tienen problema con los orgasmos. Y tres me parece el número mínimo para ti.
—¿Tres? —digo sin aliento, y mirándole con un ansia febril.
—Además me debes el favor del restaurante.
—Pues sí pero...¡aaah!
Su exhalación en mi entrepierna me pone todos los vellos de punta, y regresa a la misma faena pero ésta vez no lo hace con el mismo ritmo, es impetuosamente devorador y ansioso, como un niño que se está comiendo su fruta jugosa favorita, llenándose toda la cara con ella. Es tan erótico e intenso que apenas pongo la mente en blanco para no pensar demasiado, mi cuerpo sucumbe al éxtasis absoluto. Me pierdo en mi pequeño torbellino orgásmico por largos segundos, sintiendo mi corazón latiéndome fuerte dentro del pecho y mis piernas resintiendo los cosquilleos.
Uau.
Y otra vez… uau.
Diamante me da una tregua, permitiéndome recuperar el aliento tan sólo un poquitín mientras miro la blancura del techo. Luego vuelve a besarme, llenándome de mi propio sabor. Es extraño, pero no diría que malo. A fin de cuentas es mi cuerpo, ¿por qué habría de molestarme?
Toco todo su cuerpo, sus angulados hombros, su torso perlado de sudor por el calor y en un acto de enorme valentía, su trasero. A él no parece importunarle, se dedica a devolverme las caricias como si estuviera a mi completa disposición. Eso me da una idea.
Le pido que se incorpore junto a la cama, y yo me coloco de rodillas frente suyo. Con los dedos algo temblorosos por el asalto anterior y mi nerviosismo, tomo su miembro en mi mano, aprieto y tiro hacia atrás como me han enseñado. Bufa un poco y se tensa, pero no me toca. Parece que esta vez me deja improvisar. Eso me hace dudar un poco. Tampoco es que sea una experta, y tampoco quiero pensar en con quién he experimentado el sexo oral por primera vez en la vida, así que simplemente con mucho tiento, me lo meto en la boca y chupo con ganas. Empujo al fondo de mi boca, junto los labios cubriendo mis dientes y lo hago tan fuerte como puedo.
Alzo la vista a través de las pestañas y el me mira fascinado. ¿Con qué? ¿Inquietud? ¿asombro? Eso es bueno. Sus ojos amatista centellean con lujuria desbordada. Creo que le sonrío con la mirada. Sus jadeos se incrementan considerablemente. Puedo complacer a Diamante Black, y eso me encanta. Quizá pueda lograr que él suplique también.
Mi mano libre la llevo a sus testículos y enseguida, oigo como musita mi nombre. Lo hace de modo sugerente, sexy, y también con devoción. Hundo la boca hasta donde puedo y giro mi lengua alrededor de la punta. Me siento genial. Como si fuera capaz de cualquier cosa.
—Serena…
Eso, quiero oírte. Pero no quiero que te corras, al menos no en mi boca, así que dejo de masturbarlo y sólo chupo con suavidad. Siento que me levanta el mentón, quiere que lo mire mientras lo hago, pero aún no se atreve a exigírmelo. Interesante.
Pero no dura mucho el juego, porque a diferencia de nosotras, los chicos sí tienen ciertos inconvenientes para éso de los clímax, así que me retiro cuando me lo indica tocándome del hombro. Me coge de la cintura y me tira en la cama, sacándome un gritito jocoso. Rodamos y nos besamos hasta saciarnos, hasta que como buen chico responsable, me doy cuenta que ya se ha puesto algún condón, aunque no supe ni en qué momento lo ha sacado. Está que no se aguanta, como yo.
—Túmbate encima mío. Quiero mirarte… me gusta mucho mirarte —me pide. Me incorporo y hago lo que me dice, pero no estoy segura que pueda lograr algo muy audaz. Normalmente, soy el tipo de pareja sexual que sigue al otro, nunca he sido yo la que llevara la "batuta" así que ruego por no hacer nada estúpido, como caerme o romperle el…
Se reclina sobre la cama y lentamente me arrastro sobre él hasta quedar suspendida. Me coge por detrás con firmeza y lo siento deslizarse dentro mío hasta que me llena por completo. Yo emito una exclamación de alivio. Se siente increíble.
Diamante mueve su pelvis en un especie de baile. Yo cierro los ojos deleitándome con su invasión, apoyo las manos en su torso y me arqueo cuando me toca para recibirlo, uniéndonos en movimientos, sonidos y sensaciones. No sé por qué diablos esperé tanto, pero ahora sé que valió la pena. Se retira y regresa, sus cadencias son tan sutiles que ni siquiera se sale de mí. Yo empiezo a agitarme otra vez. Me mira y se detiene de golpe.
—Ahora tú —me ordena.
—No, yo no sé…—balbuceo confundida.
—Ahora vas a aprender. Agárrate de la cabecera.
Ufff…
Con las mejillas calientes y sin saber realmente qué hago, me cojo con fuerza del barandal de la cama y realizo una flexión con mis rodillas hacia arriba, luego me dejo caer. Oigo como Diamante jadea. Bajo la vista preocupada y me asiente con una sonrisa, y me besa con fuerza. Le ha gustado. Okay…
Repito la operación unas tres veces pero siento las piernas algo acalambradas. Él me da una nalgada sonora que me hace despabilarme.
—No seas floja, vamos… más rápido, preciosa.
Hago un puchero irritable, y me acomodo otra vez. No sé bien cómo, pero creo que al quinto o sexto intento al fin he entendido, y entonces me empiezo a mover de verdad. Arriba-abajo, una y otra vez, castigadora, implacable. Sé que ésto no durará mucho. Adopto un ritmo palpitante, acelerándome aunque las piernas ya apenas me dan para ello. Estoy en muy mala forma, creo que no sería mala idea salir a correr de vez en cuando. Diamante me toma de las caderas y entonces es él quien prácticamente me hace saltar, mis pechos se bambolean en semicírculos, nuestras pieles resbalan de humedad. Todo se vuelve insoportable. Grito de modo escandaloso, deshaciéndome en pedazos y él me sigue enseguida, apretándome tanto como le es posible y abrazándome por la espalda.
Me derrumbo sobre él como una muñeca de trapo, entro en un pesado sueño y no recuerdo más.
Cuando recobro el sentido, abro los ojos y alzo la cara al hombre que tengo a mi lado. Está sentado, tecleando sobre una Tablet. Aunque sigo desnuda, tengo mucho calor. Me destapo un poco con el edredón y él enseguida me mira.
—¡Por fin! Ya iba yo a llamar a primeros auxilios.
—¿Tanto me he dormido?
—Si no fuera por los extraños ruiditos, pensaría que entraste en coma.
Enseguida se me suben los colores. ¿Extraños ruiditos?
—¿Es que ronco?
Mi horror lo divierte.
—Hablas dormida. Pero tampoco me molestaría si roncaras.
Yo lo miro de modo raro. Lo dudo. Eso es bastante poco femenino. Espera, él dijo…
—Ah, ¿y qué dije?
—Un nombre. Muchas veces.
Paso del rojo al azul en cuestión de segundos. La sangre se me hiela también. ¿Es posible que mi subconsicente me haya traicionado a tal grado? Desgraciadamente, sí. Pero él no se mira como se miraría a un sujeto que encuentra a su novio murmurando el nombre de otro en sueños. Y es que yo lo sé, he soñado tanto con Seiya desde nuestra pelea que sería totalmente posible. Y como nunca tengo buena suerte...
Oh, santo cielo...
—¿Ah, sí? ¿Y…y cuál o qué?
—El mío, por supuesto —sonríe satisfecho, y vuelve a su Tablet.
Suspiro con un profundo alivio. Entonces reparo en algo y le quieto la Tablet de las manos.
—¡Hey, dijimos que nada de trabajo este fin de semana!
—No es lo mismo que pedirle un permiso al jefe, Serena. Yo tengo una empresa que dirigir —me dice categórico, tratando de intimidarme.
Yo alzo una ceja desafiante, y la escondo entre las almohadas.
—¿De veras quieres que te la quite?
—No, quiero que me hagas caso.
—Ya me tienes a tus pies preciosa, deja de ser tan mandona.
—¡Yo no soy mandona! —replico con una risita. No puedo creer que haya dicho eso… es tan… —. Pues tú eres un mentiroso.
—Esa es una acusación grave, ¿tienes pruebas?
No, pero no pareces ser el tipo de hombre que se somete, menos a una chica tan ordinaria como yo. He visto el tipo de mujeres con las que se rodea, las que entran a su compañía, las que frecuentan sus restaurantes. Exuberantes asistentes, finas hijas de empresarios...¿qué verá en mí?
—Es simple intuición, señor Black. Apenas si acabamos de compartir la cama… ¿no es eso algo improbable?
—Todavía no me conoces, soy un sentimental.
Nos reímos del sarcasmo mutuo, me acerca hacia él con afán posesivo y me besa. Cierro los ojos. Todo ésto… ¿es esto un sueño? No… es mejor. Es como un paraíso.
Después de comer, pasamos el resto del día en la playa tumbados, bebiendo combinados fríos y tomando el sol, charlando, todo eso. Hablamos de poco y nada, y claro, nos morreamos cuando queremos también. La playa está maravillosamente vacía en este época del año. El sol es abrasador y el aire fresco. Todo es cosa de otro mundo.
Le doy un último sorbo a mi exquisito daikiri de frambuesa y levanto la mano para que el encargado de la palapa me traiga otro. Diamante me evalúa detrás de sus gafas oscuras e inclina la cabeza.
—¿Otro?
—¿Qué? No debo conducir, ¿o sí? —le digo con sorna.
—Pero si dijiste que quieres nadar sería peligroso… ¿por qué no te pido mejor una soda?
El deje extraño de su voz me hace fruncir el entrecejo, medio divertida, medio desconcertada. Quizá sólo está preocupado de que me ahogue. Pero quizá sólo está empezando a querer decidir por mí, en pequeñas cosas sutiles, casi insignificantes, como las que hacía Darien en un inicio y terminaron por nulificarme, hasta reducirme en nada, en una niña que no tenía voz, voto ni humanidad propia. Nunca movía un dedo sin preguntarle si podía, porque me daba la impresión que toda yo era un error para alguien como él.
No quería volver a ser ésa mujer jamás, pues gracias a ésa fallida relación, yo no me atrevía a dejar un trabajo que odiaba, no era capaz de enfrentarme a las críticas de mi madre, y por supuesto, no había podido confesarle lo que sentía a Seiya. Miedo. Un atroz miedo que desde entonces me seguía como una sombra.
Debía cambiar.
Y sin embargo, otra clase de miedo estúpido también de arruinar lo que hasta ahora había sido estupendo me hicieron cambiar de opinión, y sin saber realmente por qué, ya estaba pidiéndole al encargado una Coca-Cola Light, aunque con un terrible desazón.
—No, es… ¿sabe qué? traiga lo mismo que estamos tomando —dice Diamante y señala los combinados. El chico mesero asiente —. Y también una jarra de agua fría con unas rodajas de limón.
Le miro sin comprender.
—¿Qué pasó con la soda?
—Podemos nadar en la parte baja —me sonríe. Yo sonrío asintiendo también.
—Gracias.
—No debes dármelas. No quise decir algo inadecuado, es que… estoy acostumbrado a que casi todo se hace como quiero. Me cuesta trabajo soltar el control cuando algo realmente me importa.
—Nah, está bien. Sólo estabas cuidándome —le sonrío pícara por su expresión cauta.
—Yo quiero cuidarte, sí. ¿Me dejarás?
El ritmo de mi corazón se acelera.
—Estoy aquí, ¿no?
—Ya lo he notado. Pero creo que sabes a qué me refiero. Serena… —se saca las gafas para poder verme directamente y me toma de la barbilla con dulzura —. Me encanta divertirme, pero no por eso significa que me guste que jueguen conmigo. Creo que sabes cómo se siente.
Abrumada, le digo que sí con la cabeza. ¿Cómo puedo hacerle saber que ya no pienso en Seiya?
—Le he dicho a Mina que eres mi novio.
Mentira piadosa cuenta como medio verdad, ¿qué no?
—Oh. ¿De veras?
—Claro. En eso quedamos.
—¿Y que opina tu mejor amiga que ahora estés conmigo? —inquiere sutilmente volviendo a ponerse las gafas y tumbándose. Yo me muerdo el labio inferior.
Que nadie es perfecto. Eso es razonable. Que tengo mucha suerte. Eso definitivamente es cierto. Que podrías ser un psicópata. Eso mejor no lo menciono.
—Está muy contenta.
Mi tono suena más contundente de lo que pretendía.
—¿Ah, sí?
—¿Te sorprende?
—No, claro que no.
Sin embargo, el tono de su voz me dice que tiene como mínimo, una teoría que explica que sí.
Ahora que lo pienso, y jamás se lo he preguntado porque tampoco se me había cruzado por la mente…¿Por qué Mina le rompería el corazón al pobre de Zafiro? Es un chico guapo, simpático, y bajo la protección de alguien tan influyente como Diamante, seguro que tarde que temprano también estaría forrada en lujos como los que siempre fantaseábamos en nuestra adolescencia. Yaten tiene lo suyo, hasta ojos bonitos y toda la cosa, pero a su lado parece tan callado, gélido e impenetrable… Ummm...
Me abanico inútilmente, buscando un poco de aire. El calor aquí es impresionante, tanto que aturde. Me pongo de pie.
—Me estoy achicharrando… ¿puedo ir a nadar?
—¿Me estás pidiendo permiso?
—Pues como te crees el guardián de la bahía, sí señor Black. Le estoy pidiendo permiso.
—Preferiría continuar lo que dejamos pendiente allá adentro.
Me pongo las manos sobre las caderas. Suena tentador pero...
—No. Quiero estrenar mi genial traje de baño.
Sonríe de modo ladino.
—Ah, ¿así que ése es el problema?
Detrás de la casa de la playa, además, cuenta con una bonita piscina. El agua es azul-cristalina y tan fresca que apenas al zambullirme hasta la cabeza me siento feliz. Por supuesto que mis chapoteos le causan mucha gracia. Él se acerca a brazadas hasta mí. Su cuerpo mojado es mil veces más atractivo.
—Una piscina privada… muy inteligente.
—¿No merezco una gratificación instantánea?
Me alejo lo más que puedo.
—No todavía.
—¿Por qué me torturas así?
—Ojo por ojo, señor Black.
Luego de dejarlo un rato acechándome, me le cuelgo al cuello y al fin lo beso, larga y apasionadamente. Mis piernas se enganchan en su torso y durante un tiempo, todo es sólo manos, bocas, lenguas y labios, encontrándose y enredándose. A pesar de estar en el agua, el deseo es denso y fuerte, me empieza a calentar la sangre cada vez más. Así que nuestros besos se descontrolan, nuestras caderas se frotan, y él me empuja contra el borde de la piscina, presionándome con sus caderas y sujetando con una mano mi pelo. Con la otra, su mano se desliza debajo del agua. Mi cuerpo se endurece con sus caricias y los cambios de temperatura, y se elevan bajo la tela del traje de baño.
—Me gusta tocarte debajo de esta tela… se trasluce todo, incluso ésto —él sigue bajando hacia mi cintura, hasta que me toca el vello íntimo, y me hace gemir en voz alta, demasiado. Menos mal que no hay nadie alrededor —. Me tienes muy loco, Serena. ¿Sabes cuánto?
—¿Eh? —jadeo —. No, pues… yo…
—Pues sí —musita, y luego me muerde el labio. Me duele pero también me me excita —. Sólo espero que no te aproveches de eso.
Y entonces, con el relámpago desafortunado de una de memoria traidora, ahí está… nosotros en la cocina, en el sofá de la televisión, en la alfombra y en un baño público… la maldita huella que dejó en mi piel, el recuerdo de sus ojos traviesos y el olor de su piel, tan distinto a… a ésto… a él. A Seiya. Sé lo que significa. Nunca volveré a estar con él de esa forma, ni de ninguna, o Diamante nunca me lo perdonará, y aunque no lo conozco tanto como quisiera, no quiero perderlo también.
Así que bloqueo el pensamiento casi a la par que vuelvo a corresponder a las caricias, chupando su cuello, los hombros, lo que me apetece. Él sí es mío, y sólo debo pensar en él, como de la misma manera él lo hace conmigo.
—¿Lista? —me pregunta cogiéndome por detrás, y entonces de un salto salimos a la superficie. El frío hace que se me dilaten todos los poros del cuerpo, intensificando las sensaciones de su cuerpo caliente sobre el mío. Nunca lo he hecho en el agua, pero supongo que es complicado por el tema de la protección.
Elije un bonito camastro doble donde me siento encima suyo. Después de desnudarse él, me retira delicadamente el sujetador del traje de baño, acariciando dulcemente mi espalda, rodea mis pechos con las manos y los cubre, diciéndome cosas bonitas y picantes al oído. Nuestros cuerpos son resbaladizos, mojados, y su implacable boca no me da tregua. No se molesta en quitarme la parte baja bikini, sólo lo hace a un lado y se hunde en mí, con la cara contraída de placer.
Augura ser un buen fin de semana...
Cierro la puerta del apartamento de Molly con cuidado, procurando no hacer mucho ruido. Deben ser cerca de las diez de la noche y ella por lo regular, a ésta hora ya está descansando, con eso de que se levanta cuando cantan los gallos...
No puedo evitar recargarme un momento en la puerta y dejar que se me cuelgue una sonrisa boba en la cara con los recuerdos del fin de semana, que invaden mi mente y hacen que me sonroje. Además, al fin siento que estoy conectándome con él, no es sólo lo físico. Tiene un pasado difícil, y por eso es tan obsesivo con algunas cosas, pero nada de eso debería asustarme. Yo también tengo cosas que debería cambiar. He tomado la mejor decisión.
Cansadísima, me dirijo a mi cuarto a darme una ducha rápida. Sólo ansío meterme en la cama ya que mañana vuelvo a trabajar.
Pero como ando en mi nube, tardo demasiado en entender lo que ocurre en mi habitación cuando enciendo la luz. Abro la boca y la cierro, y repito dos veces el proceso, pero me he quedo muda, totalmente sin palabras. Miro en todas direcciones. Todo está diferente y apesta a limpiador de limón. Maldición, maldición… ¿por qué no lo he visto venir? Esta mujer es una lunática, me ha estado purgando con jugo de pasto y lavándome el cerebro estupideces de minimalismo y mierda y media, ¡pero pensé que tendría un poco de cordura! ¡esto es pasarse de la raya! No, ¡qué raya, es un delito!
No sé a ciencia cierta qué le ha ocurrido a la mitad de mi ropa, porque no está. Tampoco muchos de mis libros. Lo sé porque los tengo bien contados. Las cosas en mi peinador están apilados en secciones: labiales en frasquitos, cremas y cepillos por orden de tamaño… pero sobre todo, sobre todo…
Abro mi "cajón especial" (no me digan que soy la única que tiene uno) y busco mi cofrecito de madera y casi me de un ataque cuando lo abro. No veo por ningún lado el lapicero con aroma a fresas que me regaló Mina el primer día de secundaria, la invitación de su boda y el reloj viejo que mi padre (heredado de mi abuela) me dio en mi graduación, tampoco veo mis tarjetas viejas de San Valentín ni los pétalos de las flores que Diamante me dio en mi cumpleaños. No hay absolutamente nada de mis recuerdos. Todo ha desaparecido, incluso el señor Borlita, mi viejo y tuerto conejo de peluche que ha limpiado todas mis lágrimas, no está por ninguna parte.
¡Ha secuestrado al señor Borlita!
Me digo a mi misma que debo calmarme un par de minutos: Mi misma, debes calmarte un par de minutos. Porque soy absolutamente capaz de abrirle la cabeza con un abrelatas, pero no lo consigo e irrumpo a largas zancadas en su cuarto sin llamar. La encuentro sentada sobre su cama, con su pijama pulcra de algodón amarillo canario y leyendo "El secreto".
—¡¿Se puede saber qué demonios pasa contigo?!
Mi ira coge por sorpresa a Molly.
—Vaya… ya volviste —murmura parpadeando.
—¿Demasiado pronto para la venta de garaje?
—Oh, esto...
Molly cierra su libro no antes de ponerle un separador de estambre en la página que se quedó y se sale lentamente de las frazadas. Su calma me desquicia segundo a segundo, pero todos necesitamos dar al menos una explicación… supongo. Puedo concederle dos minutos antes de ir por el abrelatas. Cruzo los brazos por encima del pecho como si fuera una camisa de fuerza, por si mi instinto asesino puede más que yo.
—Bueno, la verdad es que pensé en ayudarte a…
Fracaso y la interrumpo a la primera.
—¿Ayudarme? —repito en voz alta. Muy alta. Dios, estoy gritando. Pero no me importa.
Ella me habla con la misma propiedad de siempre.
—Sí, bueno… creo haberte dicho que las normas de mi casa incluían el orden y la limpieza. Pensé que lo habrías comprendido, Serena, hemos pasado algún tiempo juntas y…
Yo empiezo a mover el pie frenéticamente. Mi paciencia está en el límite.
—¿Y eso qué? —la presiono.
—Pues el caso es que tu cuarto está infestado de chucherías... ¡bueno, ahora está mucho mejor, claro, aunque podría mejorar aún más! Tienes más espacio, y seguro que tardarás menos en arreglarte en la mañana. ¡Me lo agradecerías si fueras más receptiva!
Cojo mucho aire y empiezo a ladrar como desquiciada.
—¡Pensé que te referías a lavar los estúpidos platos y a no dejar mojado el suelo del baño cuando me duchara! ¡Jamás fue una invitación a que te metieras en mi cuarto, a tocar mis cosas y mucho menos tirarlas! ¡Es una invasión a la privacidad!
Levanta un dedo y me interrumpe.
—Técnicamente tu cuarto es parte de micasa, así que sí puedo.
Ya está, se le ha ido totalmente la olla.
Me paso una mano por el flequillo, donde siento la sangre latirme sobre la sien derecha. ¿Es que no sabe lo que significa el respeto? Ni siquiera con Seiya, que su vida era un auténtico desmadre, fue incapaz de entrar sin mi permiso. Estoy totalmente escandalizada. Esta mujer está como una cabra… ¿cómo es que no me di cuenta antes? Tiemblo de ira, así que cojo mucho aire nuevamente, más por el bien de mi salud cardíaca que por consideración a ella, que no lo merece.
—¿Dónde están las cosas que estaban en el cofre? ¡Son muy importantes para mí!
Ella suspira como maestra de kindergarden que habla con su alumno más problemático, como si me fuera a explicar algo muuuy complicado para mí y muuuy simple para ella:
—Mira, los trastos viejos no dejan que la energía positiva fluya y entre nueva, Serena. Por eso tienes tanta negatividad en tu vida. Y bueno… los pétalos secos seguro son de mala suerte y además atraen un montón de bichos. ¿Por qué habrías de guardar algo tan desagradable? Ya eres grande, sería mejor que superaras tu pasado y dejaras entrar lo nuevo para...
¡Cómo se atreve!
—¡DIME DONDE ESTÁN MIS COSAS O JURO QUE TE VOY A DEMANDAR MOLLY OSAKA!
Molly pestañea asustada con sus ojos verde botella, el enrojecimiento de su rostro hace que sus pecas resalten como manchas de pintura. Seguro que no pensaba que Serena, la torpe y nerviosa Serena que se sentaba en el escritorio oscuro del rincón, que no había logrado un ni un solo reconocimiento como ella y nunca conseguía llevarle café al jefe sin derramarlo, iba a ser una auténtica perra.
—Están en el depósito del edificio —responde elevando el mentón.
Mi enervo baja un porcentaje pequeño. Al menos no se lo ha llevado el servicio. Debió haberlo sacado hoy. Menos mal, aún puedo rescatarlo de la basura. Aún así, eso no me hará que me quede en esta casa de locos. Prefiero dormir bajo un puente que tolerarla un minuto más.
—Me iré mañana a un hotel. No voy a aguantar esta mierda…—le anuncio con desprecio, girándome para salir.
—Deberías irte ahora.
Vuelvo sobre mis pasos, incrédula.
—¿Disculpa?
—Ya me has oído —espeta cruzándose de brazos, con su típica postura arrogante —. Si no eres capaz de ser una persona cooperativa y agradecida en esta casa y hacerme estas groserías, prefiero que te marches.
—¿Groserías? ¿Por no comerme tu pan asqueroso y hacer el estúpido yoga contigo a las cinco de la mañana? ¿¡Es una maldita broma?!
—Te ofrecí hogar cuando no tenías. Y además te ayudé cuando creías que estabas embarazada, ¿o ya lo olvidaste? —me reta muy ofendida.
Aquello hace que me calle unos segundos, pero enseguida me compongo. Tengo que defender mi postura.
—No voy a dejar que me manipules sólo porque me echaste una mano en un momento de vulnerabilidad, eso sólo habla de lo enferma que estás, ¡y por lo que seguramente te dejó el pobre diablo que tenías por novio y la verdad, no lo culpo!
Creo que nunca hablamos de ésa parte oscura de su vida. Aquello fue un golpe bajo y muy certero. Noto como se desdobla y pierde el color. Airada, me devuelvo a mi habitación y me encierro con seguro por dentro.
Paso la siguiente hora asimilando lo que acaba de pasar. Noto que la sangre deja de borbotear por mis venas y mi respiración ya está normal. No sé si he exagerado en mi reacción, que quizá ha sido demasiado dramática, como la de un adolescente que se pira porque le quitaron la puerta de su cuarto. De todas formas, a éstas alturas, he tenido suficientes roomies para saber lo que es correcto y lo que no, y definitivamente sé que esto no fue correcto. Es verdad que Molly me abrió las puertas de su hogar, pensé que aquella incompatibilidad se reduciría a simplemente costumbres distintas, y cada quien estaría en sus asuntos sin meternos con una con la otra. Supongo que me equivoqué, y ahora no puedo revertirlo, porque me han echado (por segunda vez) y debo migrar a otro sitio, igual que el patito feo del cuento con su costal por la espalda y la cabeza gacha y el texto de «snif, snif».
Me siento en la cama y cierro los ojos, abrumada y mortificada. ¿Es que no puedo tener un poco de paz? Apenas había logrado asentarme, entender lo que significaba empezar de nuevo, desacostumbrarme de lo que me hacía daño, lejos de mi antiguo roomie, y recién pude tener un fin de semana que he podido realmente disfrutar con normalidad. Levanto la cara y abro mis ojos húmedos. Bueno, la solución la tengo a un clic de distancia… ¿pero debería?
A gran velocidad, comienzo a sopesar las mismas posibilidades que la vez pasada:
No puedo volverme la mascota de Mina. Aunque pasara allí la noche en el sofá de su sala, ni mañana, ni pasado conseguiría un sitio estable y sería incomodísimo pulular alrededor de su dinámica marital. Lo mismo sucedería si fuera a un hotel, no podría costearlo más de una semana ¿y luego qué? No quiero ir donde mis padres y dar explicaciones cuando acababa de decirle a mamá que todo marchaba sobre ruedas (previo que me regañara por cambiar de casa como de calzones) y se iría otra vez con el mismo sermón. Lógicamente, no puedo volver con Seiya (aunque el estómago me diera un apretujón sólo de pensarlo), pues a Diamante no le caería en la menor gracia. Eso me deja a él y a Unazuky, pero no quiero ponerla en el medio de Molly y yo. Sé que se llevan bien. Quizá no la conoce lo suficiente.
Lo que me gusta de Diamante, es que siento que nunca puedo dudar de sus intenciones. Cuando algo es negro, es negro, o blanco, blanco no hay matices en el medio, confusión ni segundas interpretaciones. Cuando me pidió salir, era en serio. Cuando me pidió ser su novia, también. Y cuando me ofreció su casa "por si se ofrecía cualquier cosa", no dudo que fuera de la misma forma. Él me ha demostrado que es alguien confiable, seguro, que es congruente con sus palabras y sus acciones, y ahora es mi novio y me gusta muchísimo. Soy una mujer adulta, no necesito permiso de nadie para vivir con un hombre, no es que lo conozca de ayer y creo que hemos compartido la suficiente intimidad. Y además sería temporal… puesto que mi idea de ser independiente sigue siendo lo primordial.
Inhalo y exhalo largamente, y tras rumiar un buen rato, me decido a marcar su número. Me contesta al segundo tono como siempre, a pesar de lo tarde que es.
Y una hora más tarde, aquí estoy yo… mirando a través del cristal de la enorme ventana del rascacielos las luces tecnicolor de la ciudad. Eso me calma. Mi maleta pequeña rosa chicle en medio de la sala de cuero desentona completamente con el resto del mobiliario, incluyéndome a mí.
Diamante me extiende una taza de té.
—¿No hay algo más fuerte?
Él me dedica una sonrisa indulgente.
—Claro, pero son las dos de la mañana. Esto te ayudará a dormir.
Suspiro. Mis baterías están totalmente agotadas, no creo necesitarlo. Meneo la cabeza y me bebo la manzanilla que está deliciosa y me reconforta, y además me llena el estómago. De todos modos no querría cenar nada.
—Qué rico.
Él se sienta a mi lado, lo rodeo con los brazos y le abrazo fuerte. Me alegra no estar sola en esto.
—Gracias por...
Él me chista suavemente.
—Vamos a tu cuarto —susurra, y lo agradezco en silencio. Ha sido un fin de semana con muchos altibajos: emoción, nervios, placer, ira, preocupación… todo eso me ha dejado drenada.
"Mi cuarto" es una habitación pintada en color crema muy hermosa. Unisex, sin adornos, supongo, por ser el cuarto de visitas. Todos los muebles son de madera clara. Hay un peinador, dos burós y un librero vacío. Una cama matrimonial y la ropa de cama huele a suavizante de ropa. Tengo mi propio baño y hasta un vestidor pequeño, pero estoy muy cansada para admirarlo. No se oye ni el ruido de un alfiler cayendo, estamos muy, muy lejos del suelo. Perfecto para quien quiera olvidarse de todo… o suicidarse.
Diamante interrumpe mis temibles alucinaciones.
—¿Necesitas algo en particular?
—No, todo es… es grandioso, gracias. Sólo que no sé como voy a recuperar el resto de mis cosas —me encojo de hombros —. Molly puede ser bastante caradura, aunque algo me dice que ella no lo ve así. Estoy segura que a primera hora habrá cambiado la cerradura, o si no es que las ha sacado ya a la calle —resoplo amargamente.
Diamante me mira impasible, pero capto la frialdad que asoma en sus ojos.
—No lo hará.
Me río.
—Quién sabe.
—Ya he enviado a por ellas. Las tendrás mañana en una bodega a tu disposición para cuando las necesites.
Abro mucho los ojos, tanto que casi se me va el sueño.
—¿Es en serio?
Asiente solo una vez, muy serio. Madre mía. Le miro fijamente, conmovida.
—Uau…pues... gracias.
Francamente, no sé que más decir. Supongo que eso de que el dinero mueve montañas puede ser bastante literal. Debería decirle que no era necesario, que yo iba a ocuparme, que le pagaré lo que sea que haya costado, ya saben, las cosas que una mujer digna debe decir; pero ahora sé, con lo que lo conozco, que sería una batalla perdida. Además, esa es su forma de… ¿cómo dijo? Cuidarme. Y la verdad, después de tanto drama que he pasado, no me viene tan mal.
Se inclina, me besa el cabello y me desea buenas noches. Creo que entiende que quiero estar sola. Hay mucho que procesar, pero hoy no más.
Dejo la taza en el buró de mi derecha, donde suelo dormir y busco en mi maleta mis pijamas. El baño está repleto de cosas de higiene personal de marcas caras, es casi como estar en un hotel. Ni siquiera necesito buscar mi pasta de dientes ni mi limpiador de rostro. Hay de todo ahí. Cojo al rescatado señor Borlita, apago las luces y me meto en la cama inmensamente cómoda. El aroma a suavizante y casa ajena me arrulla, y me quedo dormida casi de inmediato.
A la alarma de mi celular no le importa donde esté o lo que haya pasado, así que suena puntual como siempre. Con las cortinas gruesísimas no entra ni una hendidura de luz, y con el trasnocho, siento que es aún de madrugada. Hago todo en cámara lenta. Ir al baño, quitarme la pereza y buscar algo de la poca ropa que traigo. El agua de la ducha es tan abundante que siento que estoy debajo de una cascada. Está caliente y me masajea a golpecitos los hombros, pero no me lavo el pelo. Me pongo unos pantalones negros entubados, una camisa simple azul celeste con chaleco azul de raya diplomática y mis zapatos negros formales. Camino con precaución hasta la cocina, pero al lado de un vaso de jugo de naranja recién exprimido, sobre la barra de mármol, encuentro una nota de Diamante. Ha salido muy temprano para una junta y no lo veré, pero insiste en que desayune en casa… en su casa, quiero decir.
Sonrío e inspecciono el impresionante contenido del frigorífico. Hay casi de todo, pero me decanto por mis religiosas tostadas con mantequilla y mermelada. El café que saca esa extraordinaria maquina italiana podría hacerme vender mi alma al diablo. Es maravillosa, y su profundo aroma me ayuda a despejarme los pensamientos.
Como no tengo tiempo de investigar dónde está la próxima parada de autobús (yo siempre había venido en coche aquí), me doy el lujo de tomar un taxi rumbo a la oficina.
Mi furia hacia Molly ha desaparecido por completo, pero no está olvidada. Se disipa ante un día repleto de quehaceres y procuro evitarla a toda costa, como cruzármela por los pasillos y en el baño, y cuando Unazuky me ofrece que tomemos un café las tres para que les cuente de mi fin de semana, finjo que alguien me llama al móvil. Ella detecta nuestra hostilidad mutua, pero no pregunta nada. Lo único que me dice es que su última cita usaba las fotos de un tenista famoso y en persona era algo así como un híbrido de chimpancé y musaraña. Otro fiasco total. Una idea interesante se me atraviesa por la cabeza, pero ya veré como la ejecuto.
Para el almuerzo, le envío un mensaje de chat a Mina, preguntando si podemos cenar algo rápido en su casa. He prometido mantenerla al tanto de mis chismes y este definitivamente cuenta como uno de gama alta, además después no quiero que me lo eche en cara. No sé como lo tomará. Algo me dice que Diamante no es exactamente el santo de su devoción.
Como Yaten llega tarde del trabajo los lunes y yo tengo relativamente resuelta mi situación, podemos relajarnos un buen rato. Mina pone el canal de música en la tele, ordena fideos chinos y cuando le suelto la bomba me mira fijamente un momento, desconcertada, como si yo fuera una especie de raro experimento científico. La puerta del refrigerador se le queda abierta un buen rato mientras saca las cervezas, hasta que le recuerdo cerrarla.
—Vale, no es para tanto —replico en modo arisco abriendo la rosquita.
—Sabes que eres bienvenida aquí —dice en voz baja.
—Lo sé. Pero estaré bien, Mina. Gracias.
—Ni siquiera notaríamos tu presencia…
Inspiro con fuerza.
—Eso lo dudo, la verdad…
Ella truena los dedos.
—Ya sé. Puedo enviar a Yaten donde Seiya, estaríamos solas como antes, ¿te acuerdas? ¿El Diablo Viste a La Moda con pastelitos de fresa y mascarillas? ¡Uy, sería genial! Anímate.
—¡Mina, no puedes hacer eso! —le riño.
Ella niega con la cabeza, pues sabe que se ha pasado. Tuerce la boca con expresión infantil ante su lapsus y la quita enseguida. Es casi bipolar cuando se trata de cotillear sobre otros y sobre hombres guapos, solteros y misteriosos, como tal es el caso.
—Bueno y… ¿cómo es?
—¿El apartamento? Bueno, es un palacio… un paraíso, supongo. ¡Ni siquiera tengo que lavar mi ropa!
—Eso no, babosa… el vivir con él.
Ruedo los ojos exageradamente.
—Sólo llevo un día ahí… además no estamos viviendo juntos, cada quien tiene su cuarto.
Sonríe perversamente.
—Claro…
—Y será temporal…
—Claaaaro —repite con sorna, y le da un largo trago a su cerveza —. ¿Dónde he oído eso antes?
—Pero es diferente. Seiya no buscaba una relación conmigo, nunca lo hizo —alego, y aunque consigo que no me escuezan los ojos, el pecho me duele como siempre —. Diamante me quiere. Es realmente un hombre estupendo, me consiente y me ha ayudado muchísimo…
—Sí, también mi papá es un hombre estupendo, me consiente y me ha ayudado muchísimo —revierte mis palabras, sarcástica —. ¿Pero lo amas?
Resoplo.
—Oh, Minako… lo que pasa es que tú tienes una idea demasiado idealista del amor. Nunca te fue difícil porque tenías cola de gente atrás de ti y tú tonteabas con todos, y después, simplemente en un encuentro de película te casaste con el hombre de tus sueños. Quizá no todas tenemos ésas experiencias, quizá el interés, el compromiso y la seguridad también es una forma variante del amor. ¿Quién dice que no?
Mina suspira, se cruza de brazos y me sonríe afectuosamente. Tengo la sensación de haber pasado una especie de prueba encubierta.
—Vaya, parece que la pequeña Serena ya no necesita que me preocupe.
Le saco la lengua.
—Aún tienes que preocuparte por mí. ¡Siempre!
El timbre suena y ella se levanta a abrir. Debe ser la comida china. Yo empiezo a despejar la mesa, ya que está ahí mi bolso, su portátil y un montón de papeles. Los cojo y los apilo en la pequeña encimera de la cocina, sobre el microondas, y por inercia entorno los ojos y leo el impreso del sobre que está más próximo a mi rango de visión. Loywood Enterprises,
—Qué hambreee…
—Mina, ¿esto qué es?
—Oh… —echa un vistazo por encima de mi hombro —. Es otra carta amistosa de los abogados del banco. Esas malditas aves de rapiña que quieren embargar el apartamento lo antes posible. No dejan de enviar avisos, a pesar de que ya se les notificó mil veces que la propiedad está en venta oficialmente y aún no hay comprador, cómo si eso fuera a hacer que se vendiera más rápido. ¡Son un auténtico grano!
Un aluvión de imágenes acude a mi mente. La triste historia de Seiya, y de como luchó incansablemente para preservar ése inmueble como el único recuerdo que tenía de sus padres. Además, le encantaba vivir ahí. ¿Dónde irá ahora? No es agradable imaginarlo infeliz, no, de hecho ésa idea me descompone demasiado.
Dejo el sobre donde estaba y me siento en la mesa.
—¿Seiya y Yaten siguen enfadados?
—Son hermanos, siempre están enfadados uno con el otro —sonríe Mina abriendo las cajitas y sacando los palillos —. Pero no. Sólo están algo melancólicos, supongo. ¿Por qué?
—No… es que el nombre del banco me resulta familiar.
—Pues sí, ¿qué no llegaban las mismas cartas cuando vivías allá?
Cabeceo. No, es otra cosa. Loywood. Loywood… ¿Loywood qué?
Mina se levanta por la salsa de soya y yo, a sus espaldas, le tomo una fotografía con mi celular al sobre. Tengo una corazonada muy fuerte sobre esto, la típica periodística que pocas veces siento y nunca me ha fallado. Estoy tan impaciente por irme y empezar a investigar, que me atraganto con el arroz.
—Ahora que eres la señora de Black, ¿me invitarás a tomar cócteles a tu paraíso o te olvidarás de los pobretones? —pregunta Mina socarrona cuando ya me he puesto el bolso para salir.
—Muy graciosa —le digo caminando hacia la salida con ella detrás —. De eso nada, no es mi estilo de vida… nunca lo será. Pero ya que lo mencionas, pues tú también habrías podido ser una Black… si le hubieras dado un chance a Zafiro, ¿sabes? Quizá hasta habríamos llegado a ser familia de verdad.
Mina se recarga en el marco de la puerta, levanta su rubia ceja derecha, y una sonrisa sagaz brota de sus labios:
—O si tú te hubieses quedado con Seiya…
Se me escapa una risita ridícula. De todas las cosas que podía decirme, ésta era la que menos esperaba, y más absurda e imposible para mí…
Mina y yo concuñadas. Vaya… bueno, tal vez en otra vida se pueda.
Pero Google sí que todo lo puede. Incluso lo que crees que no sabes, lo que piensas y no preguntas y lo que definitivamente no querías saber, te lo muestra, siempre certero. Ahí en la Wikipedia está lo que yo buscaba: el señor Frank Loywood es el director general de una institución financiera enorme, y del banco que tiene a los Kou con casi en la calle y un pie en el cuello. Lo miro, y lo recuerdo. Su cara redonda, sonrosada, su acento extranjero y sus ojos azules diminutos y graciosos… su impresionante presencia, haciéndome bromas en el restaurante el día de mi cumpleaños. Es nada más y nada menos que el apadrinado de Diamante. Y sé que él, aunque yo no la tenga, sí tiene la solución a todo esto. ¿Cuál? Pero ésa no es la única pregunta. La pregunta es si podré ayudar sin cagarla, o sin acarrear más problemas de los que ya los hay.
Le doy un largo trago a mi copa de vino, analizando, pensando...uff, ¿cómo empiezo?
—Parece que vas a conquistar el mundo...
Cierro el portátil de un manotazo y descruzo las piernas del sofá.
—¡Llegaste!
Mi grito parece disfrazado de emoción, porque a Diamante le da gusto y se acerca para darme un beso. Luego me tiende la mano y me da una llave larga y plateada de alta seguridad.
—¿Y esto?
—Supuse que sería más cómodo para ti poder entrar y salir a tu antojo —explica quitándose el saco y dándome la espalda. Yo miro la llave como si fuera una navaja filosa, y la pongo con cuidado en el sofá.
Lo sigo hasta la isla de la cocina.
—No es necesario… el agente 007 siempre me deja pasar.
—¿Así le pusiste? —Se ríe mientras se afloja la corbata. Yo le sirvo una copa de vino, igual que la esposita complaciente de mentira que busca sacar algo.
—Gracias.
Inspiro profundamente, y me remuevo inquieta cuando me siento en el borde de uno de los taburetes giratorios. Él revisa su teléfono, muy concentrado, casi como si no notara mi presencia. Me miro las manos con nerviosismo y empiezo a darle vueltas al anillo de plata que llevo en el dedo corazón.
Carraspeo, pero no me hace caso. Diablos, estoy muy nerviosa, pero tengo qué intentarlo.
—Esto…
Hasta entonces me mira.
—¿Qué, preciosa?
—Es que…
—Quieres pedirme algo —resuelve sonriendo, y se sienta conmigo. Yo me ruborizo.
—Sí. ¿Tan obvia soy?
Me coge la mano.
—Lo que quieras. Sólo dilo.
—Ni siquiera te he dicho qué es…
—Francamente, no creo que haya algo que no pueda darte —me replica con afecto.
¿De verdad? Uf… lanzo un gran suspiro. Por lo menos debí haberlo ensayado.
—Se trata de… bueno, es que… ¿tú sabías que los Kou… mmm, que ellos están vendiendo su apartamento? —empiezo tan sutil como puedo, pero todo atropellado, torpe y francamente, en un tono muy patético. Diamante se yergue lentamente y yo paso saliva con cautela.
—Sí, lo sabía.
—Bueno, es que… me di cuenta que el… —demonios, es más difícil de lo que creí, tal vez debía decírselo después de tener sexo o algo —. ¿Recuerdas cuando me presentaste al señor Loywood en el restaurante? Er… ¿en mi cumpleaños?
Eso le toma por sorpresa, ya que abre mucho sus ojos.
—¿Frank? No sabía que te acordarías tanto de él.
—Bueno, no me acordaba, pero estaba cenando con Mina, y la publicidad de embargo es muy llamativa —me río, como si fuera un chiste. Él no se ríe, y sé que estoy fracasando miserablemente, así que me rindo y decido ir al grano, ¡ya qué! —. Perdona que te moleste con esto. El señor Loywood es tu amigo, y pensé…
Mi voz se apaga, pendiente de su reacción. Tal vez además del sexo, debí haberlo emborrachado antes. Vaya manera la mía de pedir favores.
Pero él me levanta el mentón para mirarlo.
—Y pensaste: ¿cómo es que alguien con los suficientes recursos, no ha ayudado a un amigo en desgracia? ¿es eso?
Me pongo mil veces más colorada y vuelvo a mirarme las manos.
—Bueno, no exactamente así…
—Primero necesito saber. Este… "favor", ¿es por tu amiga, o por compasión, o… es específicamente por Seiya?
Le miro consternada.
—¿Eso te molestaría?
—Le molestaría a él.
—No entiendo —digo con voz como entre amarga y quebradiza. Diamante se cruza de brazos. Supongo que lo disimula, pero se le nota enfadado. Bueno… es comprensible. ¿Qué me va a decir?
—Contesto a tu pregunta: ¿cómo es que alguien con mis recursos no ha ayudado a un amigo que lo necesita desesperadamente? Y la respuesta es simple, no puedes salvar a alguien que no quiere ser salvado —enseguida añade al interpretar correctamente mi expresión de incredulidad —. Seiya es muy orgulloso, y muy testarudo. No le gusta que le digan qué hacer, aunque sea con la mejor de las intenciones. ¿De veras crees que eres la primera en pensar en ayudarle?
Pestañeo, totalmente perdida. Él prosigue del mismo modo pragmático:
—Yo le ofrecí de todo. Dinero prestado. Dinero prestado con intereses. Un buen puesto en mi compañía. Un mal puesto en mi compañía. Contactos. De todo… simplemente no lo quiere. No quiere nada de nadie.
—Pero eso es… ¡es absurdo! —me quejo ceñuda —. Tiene la posibilidad de resolver el problema tan gordo en el que se metió, ¡y además arrastra a Yaten con él! Es…
Él sólo se encoge de hombros, como si no tuviera la respuesta a ésa pregunta.
Es egoísta, es muy inmaduro. Es… un desastre. Es...
—Digamos que a Seiya nunca le ha gustado asumir compromisos —dice, y sé que con eso ha dado el tiro de gracia. La garganta se me cierra, a pesar de que aquello no es nuevo para mí.
Él es un desastre, incapaz de comprometerse con nada… con nadie… ¿por qué?
—Pero es muy noble de tu parte al considerar echarle una mano —me vuelve a coger de la mano. Yo le pongo la mejor cara que puedo, acercándome a su rostro. Sé que la conversación se ha terminado tajantemente —. ¿Te gusta tu cuarto?
—Mucho. Tiene un baño estupendo.
—Y aún no conoces el mío… —susurra, y sus ojos refulgen cuando me jala hacia él, yo acepto su jugueteo. Tira de mí y caigo en su abrazo. Me rodea con sus brazos y me acaricia la nuca con la nariz, por detrás de la oreja. Su olor y su contacto hace que y un escalofrío me recorre la columna. Cada vez me gusta más —. Tiene un gran jacuzzi.
—¿Ah, sí?
—Caben dos personas. O hasta tres.
¡Tres!
—Señor Black… está usted yendo demasiado rápido.
—Pero si ya hasta tienes una llave.
—Pues eso fue una trampa y salió con la suya después de todo, ¿no?
—No todavía, preciosa. No todavía…
No sé exactamente qué quiere decir. Pero lo que sí sé, mientras vivo aún en el paraíso, es que yo tampoco me he salido con la mía… Sé que sin Diamante de mi lado quizá me cueste una barbaridad llegar a Frank Loywood, pero tampoco es imposible. No voy a tirar la toalla, porque si Seiya es un gran tozudo, se va a tener que aguantar, porque yo lo soy más.
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Notas:
¡Por fin! ¡aleluya! Bueno, espero que no mis escenas XXX no hayan tomado por sorpresa a nadie jajaja. Fue raro escribir sobre ellos juntos, pero creo que salió bien, espero les haya gustado. Ya era justo y necesario, ¿no creen? Mucho cachondeo para no quedar en nada, como que no... Pobre Serena, nomás no se establece, parece fugitiva XD. ¿Esperaban lo que ocurrió con Molly? ¿Les gusta Diamante o extrañan mucho a Seiya? Se vienen muchas vueltas de tuerca ahora sí, así que no se me vayan, aunque me tarde algo en actualizar, que se viene lo mejor. UwU.
Gracias a todos por leer, incluyendo los que envían mensajes a modo "guest" ¡son geniales!
Besos paradisiacos,
Kay
