.

"Roomies"

Por:

Kay CherryBlossom

.

(POV Serena)

20. Peligro

Agosto no me supo ni a melón. Y los días en el calendario de septiembre parecen avanzar con una velocidad impresionante y podría decirse que hay por fin algo de estabilidad en mi vida. A pesar de mis dudas y reservas previas, me estoy acostumbrando a vivir con Diamante y he empezado a integrarlo en mi propio mundo. Mis aficiones. Mis gustos. He podido convencerlo de quedarnos en casa algún fin de semana y ver una película en vez de pasear por los lugares exclusivos de la ciudad. Lo he animado a probar las delicias de la comida callejera en vez de tener que disfrazarnos de Angelina y Brad para ir a cenar y hasta una vez lo pillé comiéndose uno de mis Twinkees con su café italiano. Insólito. Del mismo modo, he ido modificando algunos de mis hábitos, entre ellos, el peor, el horrible suplicio de hacer ejercicio con un entrenador personal. Según él, necesito estar saludable. Según yo, quiere matarme de un paro cardíaco.

El caso es que me he aguantado éstas cosas por él y viceversa. No hemos vuelto a discutir y nos llevamos bien. Todo está tomando un rumbo esperanzador. Casi ideal.

Y digo casi, porque lo único que no me deja es conducir su coche.

Bueno, no es lo único… lo sé. Y ustedes lo saben. Pero a lo que sigue.

Son más de las seis y el teléfono de mi oficina suena. Cierro los ojos abrumada y murmuro retahíla de maldiciones. Tengo tanto trabajo diario y sólo parece multiplicarse como una plaga.

Me tomo un respiro por primera vez en el día despegando la vista de mi monitor y contesto.

—Tsukino.

—¡Pensé que estabas muerta!

—¿Perdón?

Oigo la risa escandalosa de Minako y pongo los ojos en blanco. Por cansancio, no por molestia en realidad. De hecho oírla es refrescante. Tiene el tipo de risa que te contagia siempre.

—Hola, Mina...

—¿Ocupada? —pregunta.

Tú qué crees.

—Un poco. ¿Por qué me llamas a la oficina?

—Porque no atiendes el móvil —dice en tonillo bobo.

—¿Y no podías esperar a que te devolviera la llamada?

—Claro, paciencia es mi segundo nombre —se burla, parece estar en una tienda de ropa o algo así, ya que se escuchan voces y una música pop muy lejana —. Parece que no me conoces. ¿Qué tal el nuevo puesto?

—Pesado. No sé como Molly lo hacía… —niego con la cabeza en cuanto siento la mirada horrible y penetrante de Shiho desde su despacho, a pesar de estar relativamente lejos —. ¿Podemos hablar luego? ¿O es urgente? —pregunto por consideración, aunque sé que si algo fuera urgente para Mina, la tendría esperándome en la recepción como agente del FBI.

—Creí que querrías saber que el ejecutivo del banco llamó…

Yo me enderezo sobre mi silla y espero expectante.

—Y... Yaten aceptó su oferta. No sé como lo hiciste, debes compartirme tu arma secreta —me dice como entre divertida y recelosa.

¡Eso! Sonrío de oreja a oreja. Shiho me mira fijamente. ¡Por Dios, déjame en paz!

Giro mi silla para darle la espalda deliberadamente.

—No hice nada especial, Mina. Es… creo que fue una buena decisión, felicidades —digo, sintiéndome tan feliz, pero sobre todo por Seiya.

—Los pagos están bastante razonables y les condonaron una buena suma de intereses. Parecía casi como un regalo de Navidad. Muy extraño. Así que… ya puedes dejarlo ir, Sere.

Me quedo en silencio.

—¿Sere?

—Sí, aquí sigo. ¿Dejarlo ir, dices? ¿a quién?

—Me refiero al asunto del apartamento —responde lógica. Yo tuerzo el gesto. Yo no pensaba en eso, como siempre. Y como siempre, de alguna forma, mi maldito corazón de perdedora se aferra a darle un sentido personal (no, no personal, específicamente sobre Seiya) a cualquier comentario. Venga de quien venga. No tengo remedio. Tengo que dejar de obsesionarme con el tema o van a internarme un día.

—Sí, claro…

—Y naturalmente te debemos unos tragos. Una cena por lo menos —ofrece Mina en tono jocoso. Mina siempre busca una excusa para celebrar algo de todos modos. Sonrío. Eso suena bonito.

Pero por el rabillo del ojo, siento aún la mirada penetrante de Shiho. ¿Qué diablos? Nunca había estado tan encimoso, ni siquiera cuando estábamos por entregar los nuevos libros.

—Mina, te tengo que dejar. Me siento como en el Big Brother con el idiota de mi jefe —murmuro casi imperceptiblemente.

—Suena peligroso —bromea Mina.

—Bah, es un pobre diablo. ¿Hablamos después?

—¡Suerte!

Cuelgo y miro el documento que estaba redactando, sin entenderlo realmente. Mina tiene razón, tengo que dejarlo correr. Oficialmente, ya no tengo nada que me ate a Seiya (quizá nunca lo tuve), así que debo olvidarlo. Por el bien de mi salud mental y de mi relación con Diamante. Lo único que me quedó de él es la música que guardó en mi Ipod, y que me rehúso a borrar.

Tal vez algún día…

—¡Serena! —me llama enérgicamente Shiho —. Ven.

Ahora qué...

—Llamadas personales déjalas para tu horario de comida, por favor —me increpa mirándome con desdén.

¿Qué? ¿Desde cuándo? ¡Todo mundo lo hace!

—Yo… lo siento —respondo atarantada. ¡Y si ni siquiera he podido salir a comer! Por un momento hasta siento que pudo leer de mis labios diciéndole "idiota" y "pobre diablo" No, no puede ser. Estoy imaginando cosas.

Me doy vuelta para irme, pero inmediatamente, Shiho le echa un vistazo rápido y crítico a uno de los archivos que acabo de mandarle por correo.

—Esto está lleno de errores. Repítelo. Imprime el comunicado y tráelo para que lo firme.

—¿Ah, sí? —yo me pongo roja como la grana Qué raro. Suelo ser muy meticulosa —. Yo lo revisé…

—Claramente no lo suficiente—espeta —. No sé a qué te dediques allá afuera, pero yo te pago por trabajar.

—Soy consciente de eso, señor —balbuceo en tono de disculpa —. Sucede que hay demasiados pendientes. Quizá si pudiéramos integrar de una vez a las chicas nuevas…

Indiferente, le da un trago a su café.

—Eso lo decido yo. Y te recuerdo que siguen en entrenamiento, así que abstente de decirme cómo hacer mi trabajo y cuando necesite tu opinión, te la pido —replica.

Madre mía. Su brusquedad habitual puedo tolerarla, pero esta actitud suya está empezando a desquiciarme. ¿Qué hice para que esté tan cabreado?

—¡Deprisa! —me grita, haciéndome saltar de un respingo.

¡Uf!

—Ya voy —musito, y salgo de su despacho tan deprisa como puedo.

Vuelvo a sentarme en mi escritorio y reviso rápidamente el comunicado y los documentos. Sólo tenían dos errores, uno en la fecha y uno ortográfico, más bien, un dedazo. Qué pedazo de prepotente. Corrijo y lo repaso a fondo antes de enviárselo. Ahora está perfecto.

Suspiro profundamente antes de entrar nuevamente. Se toma unos minutos para pretender que no estoy ahí y finalmente me concede la gracia de tomar la hoja y leerla.

—Mejor —refunfuña mientras garabatea su fea e irregular firma —. Tienes que archivar el original y mandar el documento escaneado a todos nuestros autores. ¿Está claro?

—Entendido —ya lo sabía, no soy estúpida —¿Necesita algo más?

—No.

Es una respuesta concisa, grosera y despectiva. Yo me quedo ahí plantada como la estúpida que decía no ser, y luego vuelvo a salir disparada hasta mi lugar. Ya no es solo pesado, como siempre… se está poniendo realmente insoportable y no entiendo por qué. A lo mejor está nervioso porque hay mucho trabajo.

Pierdo la noción del tiempo, y para cuando me doy cuenta son casi las nueve ¡Las nueve! Incluso es más tarde lo que habitual que cuando salgo tarde. Me trueno el cuello, agotada. El edificio debe estar casi desierto, probablemente con excepción del personal de mantenimiento y seguridad. Estoy segura que todas estas cosas podríamos haberlas postergado para cuando ingresaran los nuevos recursos, no entiendo por qué me martiriza así. Viéndolo bien, no es muy raro que Molly haya terminado pirada de la cabeza y sin novio. Cada día le guardo menos rencor.

Aunque no he terminado (realmente jamás terminaría aunque me quedara) apago mi computador, tomo mis cosas y me paso rápidamente por su oficina, ya que para el humor de perros que se carga, es capaz de hacerme volver si no le aviso y dejarme aquí hasta el amanecer.

—Me retiro, si le parece bien… —hablo bajito. Oh, por qué tengo que ser tan cobarde. Debería alguien ponerlo en su lugar, pero ciertamente no seré nunca esa persona.

Shiho levanta las cejas, y se le enturbia la mirada de forma sugerente.

Me hace un movimiento con la mano para que entre. Con la peor de las expectativas, lo hago, pero me quedo muy cerca de la puerta. Shiho se quita sus gafas de pasta gruesa y me mira meneando la cabeza. Parece apenado.

—Perdona, linda. No pretendía gritarte hace rato.

¿Linda?

Me sonríe con aire cómplice y siento una contracción desagradable en el estómago. Sólo asiento con la cabeza sin decir nada. Siento que cualquier cosa que diga puede ser usada en mi contra.

Shiho se pone de pie, como desperezándose, y toma el auricular de su teléfono.

—Debes estar muerta de hambre, ya que no saliste a almorzar. Yo tampoco pude. Voy a ordenar algo para los dos. Es lo menos que puedo hacer. ¿Qué te apetece comer? ¿Sushi? ¿Un emparedado de pastrani?

Me balanceo sobre mis pies, nerviosa.

—Se lo agradezco, pero ya pedí un taxi —miento.

Suspira exasperado, se cruza de brazos y se recarga sobre su escritorio. Me pregunto por qué si se supone que tenía mucho trabajo ahora me presta tanta atención, si se supone que soy una molestia la mayor parte del tiempo. O eso es lo que me ha hecho creer.

—¿Por qué la prisa?¿Vas a ver a tu novio esta noche?

Tuerce los labios al pronunciar la palabra «novio», con una mofa espeluznante.

Mierda. ¿Qué le pasa?

—Sí. Vivimos juntos.

Eso debería ser suficiente, ¿no? Para alguien normal...

—Vaya, parece muy serio —dice tocándose la barbilla con los labios. Mierda, quiero irme y no me deja. Debí pedir de verdad el taxi, y así el conductor estaría llamándome… o mejor, debí pedirle a Diamante que viniese por mí. Qué tonta me siento.

—Lo es —trato de hablar con firmeza. Mi incomodidad va subiendo en un crescendo, y de pronto no sé por qué, mi subconsciente saca a flote lo último que escuché de Mina. Suena peligroso, había dicho —. Mi taxi está abajo, si me disculpa…

—Claro, no quiero retrasarte. El novio debe estar... ansioso —sonríe arrastrando las palabras y sin reflejarse absolutamente nada confiable en sus ojos.

Me lo quedo mirando perturbada. ¿Qué se supone que debo contestar a eso?

Salgo a toda prisa y respiro aliviada el aire de la noche. A esta hora, la avenida está bastante desprovista de transeúntes, ya que toda la zona es empresarial. Bancos, corporativos, esas cosas. Frunzo el ceño. Debí pedir el taxi arriba, así no estaría sola aquí… no sé por qué, pero incluso temo que Shiho venga a buscarme y se de cuenta que le mentí.

No, no se atrevería a tanto.

—¿A dónde la llevo, señorita? —oigo una voz masculina y gruesa a mis espaldas.

Yo salto totalmente aterrada.

—Tranquila, mi cielo… soy yo —me giro y miro a Diamante, que me ve sonriendo, pero también con ojos consternados —. No quise asustarte. ¿Estás bien?

Ni siquiera noté el Audi estacionado frente a la puerta. Debí estar realmente en otro mundo. Estúpido Shiho.

—Dios —jadeo tomando sus manos, y una sonrisa de alivio se me extiende por la cara —. No, yo… estaba distraída. Perdona. ¿Hace cuánto que estás aquí?

—Una hora. Te llamé, pero no atendiste… así que decidí esperar.

Meneo la cabeza.

—Lo siento, fue un día espantoso.

—¿Pero estás bien? —me insiste.

Quiero echármele a los brazos como una niña con su padre después de un castigo en el colegio, pero me contengo. No quiero que se preocupe. Me limito a asentir y adopto la mejor actitud que puedo. Después de todo, no pasó nada grave. Sólo fue… bueno, un encuentro extraño y perturbador. Nuevamente, me sentí invadida y expuesta. No sé si sea normal en él. Tampoco sé si debería hablar con alguien de recursos humanos o soy yo, la ridícula que interpreta todo mal. Si fuera un malentendido y él se enterara, seguro me pone de patitas en la calle.

—Sí, sí...pero estoy famélica.

—¿Dónde te llevo a cenar?

—Oh, no. Sólo quiero ir a casa —sonrío desganada y arrastro los pies siguiéndole al coche —, comeré lo que haya en el refrigerador.

—Vamos, pues.

Por primera vez en el día, ya protegida por el confortable cuero del asiento y con su compañía a mi derecha, empiezo a relajarme. Poco a poco, semáforo a semáforo, mi estrés disminuye y empiezan a dolerme los músculos de los hombros y la espalda. Miro mi celular. Una llamada perdida de mamá, un mensaje de ella con su religioso reclamo que le llame pronto. Dos llamadas de Mina y cuatro de Diamante.

Le tomo la mano.

—Gracias por venir —le digo mientras nos incorporamos al tráfico nocturno.

—No te iba a dejar tomar un taxi a ésta hora —me sonríe, y subimos por un puente de alta velocidad —. Así que… ¿el sujeto no conoce los derechos laborales básicos?

—Se llama Grinch, más respeto por favor. Y… la verdad es que hemos tenido mucho trabajo, nos falta personal —le excuso. No por él lo merezca, si no porque no quiero que Diamante se haga ideas raras, tal como me las estoy haciendo yo.

—Aún así, no debería retenerte hasta tan tarde —masculla reprobatoriamente —. ¿Te has quedado sólo tú o los demás también?

Le miro con una sonrisita, arqueando una ceja.

—¿Exactamente qué quieres preguntarme?

—Sólo quiero saber qué tal anda la moral donde trabajas. No tienes idea de lo atractiva que eres, Serena. Más ahora que cambiaste tu manera de vestir —explica naturalmente.

Me miro el atuendo. Llevo una falda entubada gris claro y una blusa de volados en morado oscuro. Cierto, he cambiado algunas prendas, parte por iniciativa propia y parte por cortesía de mi novio lo suficientemente rico para permitírselo. Después de mucho renegar a que me comprara cosas, terminé cediendo, pues parecía que lo hacía más a propósito y me daba pena que cosas tan bonitas, se quedaran de adorno en el guardarropa.

Supongo que he dejado de verme como una chica recién salida de la universidad. Uso más vestidos, incluso algunos tacones (siguen siendo bajos por mi seguridad) y uso algunos labiales más llamativos, aunque dentro de la paleta sobria de lo que me gusta. Nada de rojos y marrones. Sólo rosados, naranjas pastel y nude. Me veo más femenina, supongo, pero no creí que fuese para tanto. Aunque ahora que lo pienso… Diamante me conoció con mis vaqueros rotos, mi top de algodón sin mangas y mis chaquetas de jean. Siento que ha pasado una eternidad desde entonces.

Le miro ruborizada. Sus palabras son embriagadoras, y olvido el enfado que he pasado durante el día.

—Tampoco se propase, señor Black.

—Eso es justo lo que quisiera, señorita Tsukino. Pero no quiero que nos matemos en la desviación.

Sonrío mirando los edificios.

—¿Entonces? ¿La moral del tipo?

Vaya.. no se le escapa una. Pongo los ojos en blanco.

—No ha intentado nada en los casi dos años que llevo ahí, así que no creo que lo haga ahora. Y por supuesto que jamás le daría motivos. Es repugnante —espeto mirando hacia la ventana.

Parece satisfecho con mi respuesta.

—Muy bien.

—¿De veras estás celoso de un sujeto tan insignificante? ¿Tú?

Sonríe con todos sus dientes.

—Los diamantes no le envidian al vidrio, preciosa. Sólo me preocupo por ti.

Me doblo de risa. Ah, se siente bien reír. Es reconfortante.

—¡Anda, pues! Yo también me preocupo de Esmelinda y sus balones de playa —Diamante se gira para entenderme, y le hago la mímica de unos enormes senos que llegan hasta el tablero del coche —. ¿Sabes si son falsos? Seguro que sí.

—No se lo pregunté en la entrevista, perdón por omitir tan importante detalle.

—Debiste. Mejor, deberías decirle que se tape un poquito, se le va a salir una un día que te lleve el café o le va a dar una pulmonía un día de éstos —gruño.

—¿Quién era la celosa? —dice vagamente. No estoy celosa. ¿O sí lo estoy? Maldita sea, quizá sea eso. Por eso me cayó tan mal desde un principio.

Me devoro un enorme pedazo de New York (e ignoro la ensalada que casi me suplica que la pruebe) con una simple copa de vino tinto. Diamante me mira divertido desde su sitio, luego me cuenta sobre un proyecto de paneles solares y energías renovables de no sé qué cosa. No pregunta ni espera que yo hable, claro, pues sabe que hacerme hablar me pondrá de mal humor. En estos momentos soy la leona y su trozo de carne, no más, pero escucho atenta lo animado e interesado que está en su trabajo. Entonces, de imprevisto me dice:

—Tengo que ir a Hong Kong para el fin de semana.

Yo abro mucho los ojos. Lo dice como si fuera a la farmacia.

—Uau… ¿a qué? Digo, si se puede saber —comento.

Él sonríe divertido.

—Voy a una junta importante, algo que podría definir un paso crucial para mi compañía —me dice. Y de pronto parece como agobiado por la emoción, algo muy impropio de él —. Me voy el jueves temprano y regreso el domingo o el lunes por la mañana. Depende del caos por los vuelos, el clima no parece augurar algo muy bueno para los aeropuertos.

Hago una mueca de resignación.

—Si no hay más remedio…

—Si no aguantas estar sin mí un día, puedes venir conmigo —propone con un tinte juguetón y claramente arrogante.

¿Conocer Hong Kong? Nunca he salido del país. Lo único que conozco del extranjero es por los libros, que claro, jamás le harán justifica. De pronto mi corazón se dispara de emoción. Casi tan de pronto como mi subconsciente me recuerda que pertenezco a la clase obrera esclavizada en la modernidad.

Le saco la lengua, mostrando mis malas pulgas por su buena suerte.

—No importa. Además el energúmeno ése no me dejaría ausentarme ni una hora —discuto. Me pongo de pie hasta colocarme entre sus piernas. Él sigue sentado en el taburete de la barra. Cojo sus manos para que me rodee con ellas y luego apoyo las mías en sus brazos fuertes —. Tal vez puedas llevarme algún día.

Y le beso, y el beso se intensifica.

—Cuando tú quieras —mira mi cara, y como siempre intuye lo que estoy pensando —.¿Quieres pedirme algo?

Me muerdo el labio inferior, sin dejar de colgarme a él.

—¿Puedo invitar a Unazuky a tomar algo aquí? Así no estaría tan aburrida el fin de semana.

—¿Unazuky es tu compañera del trabajo? —pregunta interesado.

—Sí. Nunca antes la había tratado tanto, pero ahora que la conozco me cae muy bien.

—Es tu casa, puedes hacer lo que tú quieras —me dice calmado. Yo abro la boca inmediatamente —. Excepto conducir mi coche.

Hago un puchero.

—Qué malo eres.

—No presto mis juguetes favoritos —sonríe sardónico —. Como decía, no hay problema con lo de tu pequeña reunión. Toma lo que quieras de la cava. Además me gusta que tengas otras amigas, además de Minako.

Le miro con los ojos entornados. Algo me dice que no es precisamente un fan de Minako. Y que el sentimiento es mutuo, pero no termino de entender por qué. ¿Es por Zafiro?

—¿Por qué lo dices?

—Sólo creo que todos debemos ampliar nuestros horizontes de vez en cuando, Serena —matiza restándole importancia. Sé que hoy no lo averiguaré, es tarde y además tampoco es que sea sea chisme de primera plana si mi mejor amiga y mi novio se llevan bien o no.

Bostezo larga y poco decorosamente. Ahora soy el león debajo del árbol. Me estoy cayendo de sueño.

—Venga, vamos a dormir.

—Ay, no creo que tenga ni fuerzas para llegar al dormitorio.

—Ah, pues no hay problema.

Me coge en volandas igual que una princesa, haciéndome pegar un pequeño grito. Es genial. Creo que podría acostumbrarme a esto.

Las noticias del clima y el tráfico me despiertan de golpe. No fue un agradable despertar. Una luz muy tenue y blanca entra por la cortina del ventanal y me invita a echarme un sueñito más, pero sé que hoy es imposible. Aunque Diamante está totalmente dormido, siento su brazo revolverse sobre mi cadera.

Aturdida, alargo la mano y no apago el aparato del demonio, pero bajo considerablemente su volumen. Realmente no tengo ganas de ir a la oficina hoy. Me froto los ojos y miro el reloj. Son las seis y media. Demasiado temprano.

Me estiro un poco y me giro hacia el guapísimo hombre que está compartiendo lecho junto a mí. Él abre los ojos y parpadea, aunque medio dormido.

—Días.

Le acaricio un poquito la cara y me inclino para besarle.

—Hoy no te despertaste antes que el despertador —le digo. Por lo regular es él quien me despierta ahora.

—Nunca nadie me había quitado tanto el sueño. Además no tengo tu aguante.

Me río.

—Le voy más a lo segundo...

Me besa y sale ágil de la cama. Yo vuelvo a dejarme caer sobre las almohadas. Cierro los ojos y permanezco adormilada, necia a levantarme. Otro día laborable de despertarme al lado de Diamante Black, en mi nueva casa, oficialmente. ¿Cómo ha ocurrido esto? Ayer vendí el último mueble que tenía, una cómoda de tres cajones que tenía desde adolescente. Lo único que conservé fue algo de mi ropa antaña y mis objetos personales (con los tesoros, por supuesto). Ni siquiera me quedé con la cama. Alguien más puede necesitarla y a mí me sobran demasiados lujos aquí. Después de darle muchas vueltas, entendí que no tenía caso aferrarme a ellas, de alguna manera siento como si me ataran al pasado. Y yo quería un futuro. Un futuro con él.

—Venga, dormilona… ya es hora.

Diamante se inclina sobre mí. Está afeitado, limpio, fresco y huele muy bien. Lleva una camisa blanca de raya diplomática y un traje azul marino, pero sin corbata. Muy de presidente. Quiere tratar de impresionar y vaya que lo logra, o al menos a mí sí.

—¿Qué pasa? —me pregunta sonriendo. Extiendo la mano hacia él y la coge.

—Ojalá sólo nos quedáramos en la cama…

Separa los labios, contento de mi insinuación, y me sonríe otra vez.

—Sólo tres días. Haremos lo que tú quieras a mi regreso.

—Bah.

—Hablo en serio. Nada de cenas fuera y eso. Sólo ver televisión.

—Suena tentador para hacerlo, pero hoy.

—Mi coche llega en diez minutos—me corta al ver mi renuencia—. ¿No vas a querer que te lleve antes de ir al aeropuerto?

Miro el reloj con los números verdes. En mi mente yo dormitaba pero me quedé dormida de verdad. ¡Maldita sea! Salto de la cama ante la expresión divertida de Diamante. Ya se está acostumbrado a mis maratones extremos matutinos.

Me ducho a toda prisa, tanto que me trago una buena cantidad de jabón. Me pongo lo primero que encuentro: un vestido negro de corte A con estampado de lunares blancos y mangas muy monas bombachadas. Es como de muñequita, me encanta. Sé que a Mina le gustará que haya cambiado mis atuendos. Como me duelen un poco los pies desde ayer, opto por unas balerinas blancas. Me cepillo el pelo y luego corriendo salgo de la enorme habitación. Ya me maquillaré un poco en el camino.

Diamante hojea en un periódico la sección de negocios mientras bebe café en la barra del desayuno. Su ama de llaves (o como sea que se les llame en éstos tiempos, ni siquiera sé su nombre) y que va tres veces a la semana está picando fruta y tostando pan.

—Qué linda estás —murmura en cuanto me ve.

—Tú también. Muy lindo —le bromeo sentándome. Por el rabillo del ojo, veo que la señora me mira. Oh… tal vez no le guste que le hable así a su patrón, pero no me quejo ni pío, porque hace unos omelettes de rechupete. Dado que nunca puedo salir a comer, ¿debería pedirle que me haga el almuerzo? Sería una gozada… No, ¿en qué estoy pensando?

Tal vez si fuese su esposa, ella no se ofendería. Tendría que obedecerme más bien.

Sacudo otra vez la cabeza.

¡¿En qué estoy pensando?!

Tomamos del desayuno en silencio mientras pienso qué hacer sola todo el fin de semana. Podría ir a comprar algún libro, o ver una película en la tele. Hace mucho que no disfruto de algo con el privilegio de mi propia compañía, y no suena tan mal el relax de la libertad… hasta siento que me hace falta. Y si me aburro, siempre puedo llamar a Una, tomamos vino y pedimos pizza en la bonita terraza. Nunca he estado ahí.

El tiempo de recorrido se me hace muy corto. Para cuando me bajo del coche y miro como se aleja, me siento ansiosa y ligeramente deprimida.

Aquél jueves el cielo amaneció encapotado de nubarrones grises y casi negros, como si no augurara nada bueno para mí. El aire es frío y se siente pesado, difícil de respirar y la humedad inunda el ambiente. Tuerzo los labios al mirar lo que me he puesto. Ciertamente debí traer pantalón y botas, o de menos algo más abrigador. Vamos que ni un paraguas me he cargado. Al menos sí traigo mi gabardina. No pasa nada, a las seis en punto (literal: llueve, truene o relampaguee) pediré mi taxi y me iré a casa con cualquier pretexto que se me ocurra. Me daré un buen baño de burbujas hasta que me harte y después de ver Friends, me iré a dormir. No necesito más. No quiero más.

No sé bien como explicarlo, pero sin Diamante cerca me siento un poco a la deriva, y mi sexto sentido me dice que es mejor que esté resguardada. Fuera del alcance de todo… y de todos. Como sea.

Pero ya saben lo que dicen, el hombre propone, Dios dispone, llega el diablo y lo descompone. O algo así.

Eso fue exactamente lo que ocurrió.

Las cosas nunca salen como uno las planea. Para las cuatro de la tarde ya tenía más solicitudes de las que iba a tener en mi agenda. A pesar de tratar de posponer algunas cosas, fue imposible hacerlo con otras, y Shiho seguía empecinado en no hacer partícipes a los nuevos elementos hasta que ¿se le cante el huevo? A saber. La cosa iba para largo, así que aunque no quería verle la cara ni por accidente, camino hacia su oficina arrastrando los pies.

—Señor Shiho.

—¿Sí, Serena? —pregunta inusualmente atento, analizando mi vestido.

—Me preguntaba si podría salir a comer algo ahora, ya que es posible que tenga que quedarme un rato más.

—Claro que sí —concede tranquilamente.

Le sonrío con toda la cortesía que soy capaz de transmitir a un hombre que aborrezco, pero fijo mis ojos en las chucherías que tiene en el escritorio y no en su rostro. Un pisapapeles de pirámide de cuarzo, manuscritos, el botecito lleno de plumas con punta de acero... no sé para qué las tiene, sólo las usan los diseñadores. En fin.

—De acuerdo, vuelvo en una hora.

—¿Los folletos de la presentación de la nueva librería en Kioto llegaron?

Doy una vuelta lentamente sobre mi propio eje. ¿Qué?

—No, señor. Llegan el martes.

—¿Martes? —él aprieta los labios, que se convierten en una línea fina, inflexible.

Oh, oh.

—Sí, lo programamos para…

—Querrás decir que lo programaste tú. Yo te indiqué claramente que los necesitaba para hoy —me riñe endureciendo sus facciones.

No es verdad. Podría jurarlo por mi alma que no. Aún así, inhalo y exhalo profundamente. No puedo discutirle ahora. Sólo lo empeoraría más.

Lo miro como si no fuera capaz de hacer una multiplicación básica. ¡Claro que dijo martes!

—Señor Shiho, quedamos que los enviaran el martes, ya que en fin de semana la imprenta tarde el doble de tiempo y…

Se recarga en su escritorio.

—Es muy poco profesional culpar a otros de tus fallos, Serena. Y más a tu jefe, que se arriesga demasiado por ti. No pensé que serías tan irresponsable, tan malagradecida…

¿Perdón?

—¡Pero yo...!

—Hablaremos de tu retro alimentación al final del día, espera mi correo. Sal de aquí, veré que puedo hacer yo.

—Pero…

—¡Fuera! —me grita, y le pega con un puño a la mesa que me hace saltar.

Me doy la vuelta y salgo sigilosamente de su despacho como un zorro asustadizo. Me siento en mi silla y me oculto tras mi monitor. Por un momento creo que voy a llorar. ¿Por qué de repente siente tanta aversión hacia mí? Me viene a la mente una idea muy desagradable, pero la ignoro… otra vez. Ahora mismo no necesito pensar en sus tonterías, tengo bastante con todo mi trabajo. Además sé que siempre ha sido un amargado. No tendría por qué ser diferente ahora. Tal vez algo ocurrió en su vida… un divorcio, una enfermedad terminal (no, no tendría tanta suerte) o lo que sea y por eso se desquita con lo que tiene más a mano, que ahora soy yo.

Quién sabe. Ya está claro que no saldré a comer otra vez, así que voy a sacar de la máquina expendedora una bolsa de plátanos fritos y una Coca-Cola, y sigo laborando cual china en maquiladora de emsamble… ardua y sin descanso.

Para las ocho y cuarto estoy pensando seriamente en mandar todo a la mierda, aunque tenga que pedirle a Diamante o a mis padres que me mantengan. Shiho no se ha dignado a darme pase de salida, y seguro la oficina está desierta, incluso los chicos de sistemas se han ido ya. Los jueves se atiborran los bares de la ciudad de promociones, es lógico que quieran irse temprano por una cerveza. ¿Que he hecho yo para merecer esto? pienso amargamente una y otra vez.

Un rayo parte en dos el cielo. El vidrio de mi ventana comienza a salpicarse y en poco ya llueve vigorosamente. Genial. Le envío un mensaje a Diamante, pero aún no le llega. Debería haber aterrizado ya. Quizá no tiene recepción por eso del asunto internacional.

Miro a Shiho con odio y fantaseo. Podría estar con Diamante, tomando champagne en algún restaurante cosmopolita con un montón de bolsas de compras. Le compraría a Mina una linda blusa bordada tradicional, roja o naranja, y a mamá una caja de té negro.

Él está hablando con alguien por teléfono, pero por la manera en que sonríe y se recarga en su silla giratoria, intuyo que no es de trabajo. Está haciéndose tiempo a propósito el muy cabrón.

A las ocho cuarenta y dos recibo un burdo mail suyo que dice: «VEN AHORA» así en mayúsculas. Qué vulgar viniendo de un editor, francamente. Me levanto, mentalizada para lo que sea que tenga qué decirme. ¿Qué puede ser peor? ¿Que me pongan a prueba? Puedo hacerlo. ¿Que me regresen a mi oscuro rincón? Ya no me importa, la verdad… lo único que quiero es no volver a lidiar con él. Pase lo que pase, me hago la ferviente promesa que mañana en la mañana comenzaré a buscar otro empleo. Experiencia tengo suficiente ahora, así que a la mierda con esta editorial. Ya no tengo miedo.

—De acuerdo, Serena… hablemos de tus fallos —dice levantándose. Uau, ¿en plural? ¿en serio?

Yo ya me he sentado en una de las sillas que están frente a su escritorio, con las manos sobre mi regazo. Siento que me sudan. De momento pienso que irá por café, pero no, solamente cierra la puerta y luego se sienta en la otra silla a mi lado, sonriendo de un modo raro, anguloso.

Se me seca la boca y en mi mente, la alarma que había estado pitando suavemente se vuelve fuerte e insistente.

—Creo que es obvio que no has estado cumpliendo lo que acordamos. Hay un sin número de errores que se han repetido y no puedo darme el lujo. Yo luché mucho con Akira, el director de recursos humanos para que te permitiera ascender. ¿Entiendes lo que eso significa, Serena? Significa que yo quedo mal, si tú metes la pata —me dice, y se lame el labio superior muy despacio.

Mi corazón empieza a latir irregularmente.

—Pues… —Dios, no sé ni qué decir —. ¿Podrá ser más específico en cuanto a qué son fallos? Realmente he puesto todo de mi parte para…

¿De dónde sale ésta vocecilla?

Los ojos de Shiho tienen un destello oscuro, y sonríe con aire condescendiente mientras vuelve a mirarme de arriba a abajo. Siento la tela de mi vestido muy delgada, expuesta...

—Por decir un ejemplo, la tabla de ayer tenía equivocados los totales por un decimal.

Me aclaro la garganta esperando escucharme más valiente.

—Estoy familiarizándome con el programa, nunca antes lo había…

Pone una mano al frente para callarme. Mi respiración se torna impaciente, sólo quisiera que hubiera alguien más con nosotros, o al menos, que la puerta estuviese abierta. ¿Hay cámaras? ¿Dónde?

—Ése es tu problema, primor. Siempre hay una excusa para cada cosa de la cual, sólo tú tienes la responsabilidad —me reprende sonriendo, pero cuando finalmente esa sonrisa le alcanza a los ojos, tiene un aire tenebroso de "me importa una mierda lo que tengas para decir".

Su mirada parece estar dilatada bajo la cruda luz fluorescente sobre nuestras cabezas. Arrastra su silla y se inclina un poco hacia mí, sin apartar sus ojos reflugentes de los míos. Sin llegar a la comprensión de lo que ocurre, mi miedo escala y se intensifica.

Razona con él, me dice la voz de mi subconsciente.

—Creo que deberíamos hablar con el señor Akira entonces —mi voz tranquila pero ronca me delata —y… y con él ahí aclarar lo que sea que…

—Si lo hacemos así, seguro que mañana estarías limpiando tus cajones, Serena —espeta desdeñoso —. Ya que él buscaba a alguien más cualificado y tu puesto ya está cubierto. Como dije, tuve que abogar por ti. O podemos hablarlo como los adultos que somos. ¿Eres una mujer adulta, Serena? ¿O sólo eres una nena quejica, como te llaman muchos?

Tengo la mandíbula desencajada y le miro atónita. ¿De qué demonios está hablando éste tipo? Por segundos estoy muda, amedrentada, justo donde me necesita. Él se regodea divertido con mi expresión atormentada y dice:

—¿No sabías? Ustedes las mujeres cotillean mucho, se dicen un montón de cosas por ahí… que no estabas conforme con nada, ni con el horario, ni la paga, ni tus actividades tampoco. Pareciera que nos haces el favor de venir a trabajar. Por eso nadie te tomó en serio para un ascenso… hasta que yo intervine, claro. Me debes mucho.

A pesar de estar indignada, trato de parecer afligida, y resulto bastante convincente. Esta conversación no va por donde esperaba y no me fío en lo más mínimo de él. Alguna feromona subliminal que exuda el cuerpo de Shiho, en cada movimiento y gesto que hace, me mantiene en máxima alerta. Lo veo enfadado, voluble e impredecible… ahora lo sé. Es peligroso, muy peligroso.

Necesito darle por su lado, hacerle creer que tiene razón y largarme de aquí, posiblemente para no volver.

—Es verdad —asiento aparentando docilidad y arrepentimiento —. Me esforzaré a partir de mañana, lo prometo.

—No, mañana no. Te esforzarás a partir de hoy —me corrige. Sonríe despacio, con una mueca diabólica que se extiende por toda su cara, y es tan escalofriante que se me humedecen los ojos. Se acerca más a pesar de ser innecesario. Estoy a punto de echarme a llorar, y mi cuerpo no sabe para dónde moverse —. Repítelo. «Me esforzaré a partir de hoy».

Cierro los ojos. Está humillándome en toda la extensión de la palabra, pero me digo que tengo que aguantar. Sólo un poco más.

—Me esforzaré a partir de hoy.

Mi voz se oye quebrada, muerta. Él parece disfrutarlo.

—Tienes que tenerme satisfecho, para que nuestro pacto sea válido —me susurra aún más cerca.

Yo me aparto lo más que puedo, casi arrinconada en mi propia silla. Su colonia empalagosa y barata invade mis fosas nasales. Es asqueroso, y también, si no estoy equivocada, su aliento apesta a algún licor fuerte. Ha estado bebiendo. Dios, ¿cuándo?

Shiho se pone lentamente de pie, y me rodea por detrás de la silla. Mi ritmo cardíaco está a mil por hora. No le veo. ¿Qué es esto? ¿Qué quiere? De algún lugar del interior de mi mente y a pesar de la sequedad de mi boca, surge la decisión y el valor de darle una bofetada, pero ¿cómo? Ni siquiera me ha tocado… podría salirme todo por la culata.

Su mano callosa se posa en mi hombro haciéndome brincar. Él me chista suavemente con los labios, un sonido que en vez de calmarme, hace que se me eleve la adrenalina por todo el cuerpo. Por un momento, si no sintiera estas náuseas y este terror, sólo sería un buen jefe tratando de animarme.

—Ya verás… si te portas bien, todo será mejor para ti —sisea, y su mano repta cuesta abajo, hasta posarse en uno de mis pechos. Yo le miro todo desde una óptica surreal. No esta pasando esto. Lo estruja con fuerza. No puedo creerlo. No me está pasando a mí. Me pellizca el pezón.

Me pellizca el pezón con fuerza, y todo se dispara ahí. Mi cerebro y mi cuerpo reaccionan en sintonía, como un par de centinelas entrando al fin en acción.

—¡No me toques, cerdo! —le grito con todo lo que me da la garganta y me pongo de pie como un resorte.

Él me bloquea la salida. Sigue sonriendo. No le inspiro el mínimo miedo. El mínimo respeto. Ahora lo sé, todo este sexto sentido, ésta intuición tenía su motivo. Es un depredador… siempre lo fue.

Shiho pone las manos al frente, como si yo fuera un animal de zoológico que tiene que ser domado.

—Uau, tranquila… pensé que nos divertíamos.

—¡Déjame pasar! —le exijo.

Mi voz se oye aguda, desesperada. Y él lo nota.

—Oh, vamos… no me vengas con pretextos de mosquita muerta y reprimida —me insulta apretando los dientes, y empieza a acercarse a mí como una serpiente silenciosa y letal. Yo choco con el escritorio. La oficina es pequeña, muy pequeña... no tengo dónde ir —. ¿Crees que no detecto las señales?

—¿Las qué...? —escupo con desprecio, sin comprender.

Me truena los dedos como si yo fuera retardada.

—Las señales, ricura, las señales. Un día no eras más que una ratita muda de biblioteca, y al otro ya te contoneas enfrente de mi oficina con ésos vestidos de putita adolescente, ésas faldas embarradas… sonriéndome, jugando con tus coletas de lolita calienta-bragetas… ¿Crees que soy estúpido? Sé lo que buscas.

Madre mía, éste hombre delira. Mi miedo alcanza el nivel de defensa inminente, y amenaza con aplastarme. La poca sangre que me quedaba en las venas desaparece, y cuando se lanza a por mí en un parpadeo, creo que voy a desmayarme.

Me coge con fuerza de la cara y me obliga a chocar mis labios con los de él. Mi espalda se impacta fuertemente con la pared continua, y mis brazos manotean a lo loco, grito, pero mi voz sale ahogada contra su garganta y su asqueroso aliento. Intento sacármelo de encima, pero no logro moverlo ni un centímetro. Me retuerzo, pero debajo de él soy como una muñeca inservible. Por más que me muevo, no consigo nada... estoy arrinconada entre la pared y él, y aún mi repugancia no superan mi pavor.

Se separa de mí para mirarme con lascivia, sosteniendo mis brazos con sus manos y relamiéndose la saliva que se le escurre por la comisura de los labios. Mis ojos están llenos de lágrimas.

—Todas son iguales, ¿a qué sí? Primero todo es «no, no, no» —imita una voz femenina desagradable — y luego no pueden dejar de gemir debajo mío como las putas que son. ¿Verdad que vas a gemir como la puta que eres, Serena?

Estoy hiperventilando. Me falta el aire. Pero la voz en mi cabeza me dice que no debo desmayarme. No debo. No debo desmayarme. No sé cómo, pero consigo zafarme en una distracción suya en medio de su enfermo monólogo, y mi mano se cuela hasta su mejilla enterrando las uñas y le jalo la piel de un tirón hacia abajo.

—¡Ahhh! —grita por el dolor y la sorpresa, y cuando trastabilla, me escabullo de su alcance y corro en dirección hasta la puerta. Cojo la manija y casi tengo un pie afuera.

No lo consigo.

Un dolor en la cabeza me noquea como si me hubiera caído un relámpago. Ha logrado cogerme del cabello por detrás, y entonces veo todo el techo girando sobre mí. Me arroja sobre el escritorio y el pisapapeles se me encaja en la espalda. Grito. Estoy aturdida. Tardo en reaccionar y entender que me tiene a su merced, que he perdido mi única oportunidad. Shiho se me avalanza encima como un perro rabioso y me inmoviliza. Mi ataque lo ha enfurecido, y apenas giro la cara para morderlo en el antebrazo o algo, me suelta un golpe a puño cerrado en la mejilla que me deja ciega y desorientada. Veo luces parpadeantes por todos lados. Mi atacante aprovecha su ventaja, mi ropa es escasa y ni siquiera necesita sacármela. Levanta mi falda hasta la cintura y mientras me somete con un brazo contra mi pecho, se desabrocha impacientemente la bragueta.

Mis ojos se abren y se salen de las órbitas. Grito otra vez. Suplico. Su brazo en mi cuello me aprisiona. Me vuelvo a retorcer. Sé que todo habrá terminado cuando consiga tenerme quieta. No puedo detenerme. No puedo...

Intento patearlo, pero como está en medio de mis piernas casi ni lo rozan. Vuelve a golpearme, pero esta vez por un afortunado reflejo, alcanzo a girar un poco la cara y sólo me da en la oreja derecha. Mi oído duele. Zumba y pita. Mi labio sabe a sangre. Giro el rostro, desesperada por encontrar algo con lo que pueda defenderme porque ahora sé que por mucho que grite, nadie vendrá. Él lo ha planeado así. Ahí están… al lado de la engrapadora y que no se cayeron. Lo único que puede salvarme. Las plumas de punta de acero. Mi brazo se estira sobrehumanamente mientras Shiho intenta bajarme la ropa interior.

Sólo un poco más. Su depravación lo enajena y lo distrae de su objetivo principal mientras toca mi cuerpo y esa es toda la minúscula oportunidad que tengo. Mis dedos rozan la pluma, la cogen y la arremeto contra su hombro con toda la fuerza que tengo. La hoja se hunde profundamente en la carne y la camisa se me empapa enseguida de sangre.

Shiho suelta un alarido que resulta perturbador, pero no durará mucho. No le he hecho mayor daño y no puedo esperar a que se recupere. Es ahora o nunca.

Me dejo rodar sobre el escritorio y caigo de bruces sobre la alfombra. Lo oigo maldiciéndome obscenidades, pero yo ya he salido corriendo por la puerta, haciendo sólo caso de la única instrucción de queda de mi subconsciente y que puede mantenerme con vida: No te detengas.

Y no lo hago.

Atravieso mi lugar de trabajo y los cubículos continuos. No hay ni un alma en el piso, probablemente ni siquiera en el edificio. No uso el ascensor, si no que tomo las escaleras de emergencia. Un piso. Otro. Yo giro a la par que me gira la cabeza. Me siento mareada, quiero vomitar y las piernas empiezan a flaquearme pero no paro. Mi trayecto parece una pesadilla interminable. Ni siquiera me detengo para tomar aire. Tropiezo en uno de los escalones y rápidamente me pongo de pie y vuelvo a correr. No examino ninguna de mis heridas, mi adrenalina es lo único que me mantiene en marcha. Agradezco haber tenido la fortuna de ponerme unos zapatos bajos, o hubieran sido mi desgracia.

Al fin veo la salida de emergencia que lleva detrás de la avenida principal. Empujo con mucho esfuerzo la pesada puerta y salgo al exterior. Afuera llueve como si se derramara un cubo sobre mi cabeza. En cierta forma lo agradezco, ya que el agua que me cala los huesos y me nubla la vista me permite no bajar la guardia. Va a venir por mí, pienso aterrada. No va a dejar que nadie sepa lo que ocurrió.

Así que vuelvo a correr. Una manzana… dos, cinco, diez. No sé.

La lluvia ha hecho que las calles se hayan vaciado y sólo los automóviles pasan a mi costado a gran velocidad, ajenos a todo y salpicándome. La verdad, no sé a donde me dirijo. Mi instinto de supervivencia decía que me alejara lo más posible, y era lo único que podía hacerme actuar, así mis pies se hundan en el barro, me resbale en los charcos o… o como ahora, que las piernas han empezado a dejar de responderme. Todo lo que acaba de ocurrir resuena en mi cabeza y las imágenes me matan lentamente. El agua se me mete en los ojos y tiemblo de frío. Ya no puedo más.

Voy a dejarme caer.

Me recargo débilmente en una iluminada parada de autobús. El anuncio colorido de una goma de mascar me distrae. Poco a poco, empiezo a entender. A comprender. No llevo nada encima. Ni un yen para tomar un taxi, ni un teléfono para llamar a nadie. Estoy perdida. Siento que el mundo se abre bajo mis pies y me traga…

No te detengas, vuelvo a oír.

Pero si, ¿a dónde puedo ir? Mis ojos empapados buscan por doquier. La parada de autobús. Estoy en la parada de autobús central, la ruta que me llevaba todos los días al trabajo. En la que subía a las 8:40. Entonces por inercia, a pesar de la oscuridad y el diluvio en el que estoy envuelta, reconozco la heladería, cerrada. La tienda de vinos, la pizzería con sus ventanitas hexagonales… ya sé dónde estoy.

Señorita, ¿está bien?

Vuelvo a moverme.

¡Eh, señorita!

Atravieso el crucero y como de puro milagro está en rojo, nadie me arrolla. Ya no camino, estoy arrastrándome prácticamente. No he comido nada en todo el día, y la adrenalina empieza a remitir. Las piernas ya me fallan en contra de mi voluntad. No me siento, porque sé que si lo hago no seré capaz de volver a levantarme. Con cierto distanciamiento de consciencia, contemplo en cámara lenta el camino que voy recorriendo. La puerta de vidrio no tiene llave, como siempre. Mis manos entumidas logran pulsar el botón del ascensor mientras chorreo la alfombra gris y desgastada del edificio. Busco el número que me sé de memoria, y con un último esfuerzo, toco incansablemente el timbre, sosteniéndome del marco de la puerta, aferrándome a la esperanza.

La puerta se abre.

—Y le dije que era imposible que McGill marcara una yarda más en menos de dos segundos, pero ya ves como es de… —su cara se pone lívida y despega la oreja del al teléfono. No sé que ve en mi rostro para que el suyo se descomponga así, pero seguro debe ser algo feo —. Dios mío, Bombón… ¿Bombón, estás b…?

Llego a mi límite y me desplomo frente a sus ojos. Él me pesca con un brazo cuando apenas mis rodillas van a chocar, pero ambos terminamos arrodillados en la alfombra. No entiendo lo que me dice, pero lo siento con mis manos, lo huelo con mi olfato… y me permito cerrar los ojos. Yo sólo soy capaz de pensar: Es él. Seiya está aquí. Mi amor está aquí.

Y a pesar de todo… aún a pesar de todo, sé que estaré bien.

.

.

.


Notas:

No hay notas, porque estamos de acuerdo que sobran en esta ocasión.

Gracias por leer. Espero sus comentarios.

Kay