.
"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
.
(POV Serena)
22. Bálsamo
.
Bueno… no fue tan horrible. Considerando lo que he vivido. Pasé los exámenes médicos con mucha dificultad, pero las preguntas no tanto. Con Seiya casi en todo momento a mi lado, sosteniendo mi mano y aportándole sanidad a mi pobre desparpajo de persona. Sin embargo, la declaración tuve que darla sola y allí empezaron otra vez los problemas. El oficial que me interrogó dijo que procederían con el papeleo de la investigación, que me mantendrían al tanto, que no me preocupara, etcétera, etcétera. Lo que le dicen a todos, pues. Jamás se comprometieron a arrestar a Shiho ni que lo condenaran por nada, pues "aún era pronto para asumirlo". Sí, como lo oyen.
No dejo de pensar que todo esto no quedará más que en un archivo muerto y un caso cerrado y muchas sesiones de terapia... como tantos más. Mis expectativas no eran muy positivas. No tenía ningún testigo de lo ocurrido, ni videos o grabaciones. Nadie que pudiese corroborar mi historia. Me había desecho de todas las huellas y pruebas de ADN con la ducha maniática que me di aquélla fatídica noche, y aunque mis heridas físicas aun eran notorias, no necesariamente tendrían que achacárselas a Shiho automáticamente.
Básicamente, era mi palabra contra la suya.
En caso de que tuviera suficiente suerte y si se conseguía una buena coartada, yo no quedaría más que como una mentirosa compulsiva que quería sacarle dinero o quedarme con su puesto o la mierda que inventara el abogado corrupto que sé que se conseguirá.
Destapo una Coca-Cola y me siento en el taburete de la cocina, mientras Seiya guarda algunos víveres que hemos comprado en el camino de regreso de la estación policial. Necesito cafeína y azúcar. Me siento tan agotada que creo que me tambaleo. No pude pegar ojo en toda la noche, y aunque la respiración a mi lado de Seiya me calmó, apenas cerraba los ojos, veía su silueta negra, sin rostro, cerniéndose sobre mí... persiguiéndome hasta el fin del mundo. El pánico me aplastaba y entonces lloraba en silencio, mordiendo la almohada hasta que amaneció.
—Bombón… no has dicho una palabra en todo el camino —me habla Seiya con voz apacible —. Nadie le creerá, no te preocupes.
Levanto los ojos y suspiro. Los suyos me miran y me estudian. ¿Por qué no? Ni siquiera yo fui capaz de creerle a mis presentimientos.
—Quién sabe… —murmuro, sin más qué agregar.
¿Qué puedo decir de todas formas? En mi cabeza sólo habita la negatividad, la depresión y la frustración.
—Nada ganamos pensando lo peor.
Junto las manos y me las llevo a la frente a modo de plegaria.
—Debí hacerte caso. Debí ir inmediatamente a denunciar…lo estropeé todo...
—Bombón —me llama Seiya. Tomo una estabilizadora respiración profunda y le miro —. Escucha, ése día estabas en shock. Nada de lo que hubieses dicho habría tenido sentido. Es cierto que se borró parte de la evidencia física y claro que es importante, pero no es lo único que lo define como culpable. Buscaremos otros puntos y acorralaremos a ése bastardo hasta que lo hundamos en la mierda, ¿okay?
—¿Cómo cuáles?
—Dices que hubo otras chicas. Tu ex compañera de piso, y que renunció de manera extraña.
—Molly —asiento.
—Hablaremos con ella. Tal vez le hizo lo mismo que a ti y no dijo nada. Y antes de Molly…
—Chiharu —resuelvo exprimiendo mis recuerdos —. Es verdad, ella también se fue de un día para otro y jamás supimos de ella.
Seiya da un pequeño golpe victorioso sobre la encimera.
—Ahí tienes. Hay un patrón anormal. Sólo necesitamos buscar las pruebas y sustentarlas.
Claro, sólo eso…
Le doy una pequeña mueca tensa, aunque por dentro no tengo ninguna esperanza. Tan sólo la idea de volver a verlo, sea con un juez o mil policías de por medio, mi estómago se anuda de nuevo y la bilis me sube hasta la garganta.
Necesito urgentemente cambiar de tema.
—¿Hoy trabajas en el bar? —le pregunto tratando de mantener mi voz estable. Vuelvo a darle un sorbo al refresco.
Él niega con la cabeza y destapa uno sabor limón.
—Entonces… ¿puedo dejarte en bancarrota otra vez? —le pregunto con una diminuta burbuja de optimismo, señalando el Monopoly que está en la cima del mueble organizador de la sala. Ahí guarda el dominó, la baraja y ésos juegos diversos.
Seiya se encoge de hombros a modo de disculpa.
—Lo siento. No puedo, Bombón. Tengo una cita.
Oh…
Claro. ¿Por qué no me sorprende?¿En qué momento pensé que las cosas podrían haber cambiado? Que mi vida estuviera destruida no quería decir que la de los demás también. Mina me ha llamado mucho, siempre pendiente, pero cuando cuelga, seguramente cuenta chistes, se ríe y continúa su vida con normalidad. Seiya también. Y eso me hace sentir diferente con el resto del mundo. Como si fuera de otra especie humana. Eso es tan… raro y triste…y...
Por alguna clase de extraño masoquismo, pregunto:
—¿Con quién?
—Contigo.
Tardo como un año en razonar su respuesta. Mi cara debe ser un poema, porque Seiya se ríe.
—No estoy para bromas, Seiya —le digo de mal humor, aunque siento un extraño calorcillo en las mejillas.
—No es broma. Ya tengo todo planeado y a ti te hace falta distraerte un poco, te vendrá bien —anuncia alegre.
Yo sigo pestañeando, confundida. La palabra «cita» y «Seiya» no me parece que puedan coexistir en la misma oración. Ni siquiera en el mismo universo. Es una oferta muy generosa. Más que eso. Tentadora. Extremadamente tentadora. Cuánto hubiera querido que él me dijera algo como eso hace meses, cuando rogaba por una mirada o una palabra suya. Pero ahora, igual que todo lo demás, parece lejano y poco importante. Además no me siento bien. Sólo quiero tratar de dormir un poco en el sofá. Ya me había esforzado mucho con el Monopoly, sólo para no pegarle a Seiya mi depresión y ser una carga un día más.
Exhalo larga y quejumbrosamente.
—Seiya, agradezco el gesto pero…
—¿Vas a dejarme hacer el ridículo solo en el acuario?
Mis ojos se agrandan. Y seguramente brillan como auroras.
—¿Acuario?
—Acuario —repite —.Helados flotantes. Juegos interactivos y… pingüinos.
¡Pingüinos!
—¿¡Pinguinos!?
—En primera fila —dice orgullosamente, como si fuera el mejor logro de su vida —. Así que ponte algo de lo que te haya prestado Mina, y salimos en una hora.
Ir al acuario es una de ésas cosas que siempre quise hacer y nunca tuve con quién, así que cargué recelosamente con ése secreto. Mina pensaba que era cosa de gente ñoña. Darien creía que era para críos. Y a Diamante, francamente, ni siquiera me atrevería a pedírselo. Y pues ir sola, tal como decía Seiya, me daba pena y me parecía hasta patético, más para alguien de mi edad. Así que miraba con envidia como los grupos de colegios y las parejas lo hacían. Lo sé, es algo muy inmaduro. No me juzguen ahora por favor.
Veo otra vez a Seiya y su cara es mi perdición. Tiene ésa sonrisa infantil de "sí, tengo veintisiete años ¿y?"
Y eso es fabuloso.
Por primera vez en días, los músculos de mis mejillas hacen ése gesto que creían olvidado, se estiran y mis dientes se asoman. Estoy sonriendo de verdad.
—¡Iré a bañarme! —anuncio de un salto, y corro para la habitación.
Mina me ha enviado una maleta chica con poca ropa, pero muy variada. Incluso hasta uno de sus pijamas, pero yo sigo prefiriendo dormir con la camiseta de Seiya. Me va tan enorme que parece camisón y huele a él aún. Elijo unos vaqueros oscuros que para variar me quedan algo flojos del trasero, pero los ajusto con uno de los cinturones de Seiya. Una camiseta de algodón y un suéter de lana de cuello alto color hueso. Aunque ha dejado de llover, el cielo sigue estando nublado y el aire frío te pone la piel de gallina. Además agradezco que pueda tapar buena parte de mi mancillada piel. Me vuelvo a peinar como siempre y uso un poco del maquillaje compacto que cargo en mi bolso para cubrirme las marcas (la hinchazón la disminuido considerablemente) y me pongo un poco de brillo de labios para humectar. No hay más que pueda ni quiera ofrecer.
He tirado a la basura el vestido que llevaba puesto el jueves. También los zapatos. Bastó mirarlos en el suelo del cuarto de lavado, sucios y maltratados, para saber que no podría volver a usarlos con normalidad, así que simplemente me deshice de ellos.
El día deja escapar de vez en cuando efímeros rayos de sol dorado por el cielo. Las calles siguen encharcadas, pero el aire ya no es pesado ni húmedo. Seiya y yo tomamos el tren que nos llevará hasta el centro más profundo y turístico de Tokio. Ahora siento cierta ansiedad con las multitudes de la urbe, pero noto que él siempre me aparta de la gente, poniendo su brazo a cierta distancia o buscando espacios abiertos y llevándome de la mano hasta ellos. A cada hora que pasa, sigo sorprendiéndome de lo mucho que me entiende sin siquiera decirle nada. Es un sentimiento complicado, porque quiero echarme a llorar de felicidad por tenerlo conmigo, y a la vez, de pesar por no tenerlo en mi vida. No como yo quisiera, al menos. Supongo que es mejor que nada… con eso me consuelo una y otra vez.
Es un excelente compañero de paseo. Escucho del audífono izquierdo de su Ipod Closing Time de Semisonic mientras él usa el derecho y hojea una revista de automóviles y a veces comentamos cosas. Miro entretenida por la ventana, sintiéndome ligeramente emocionada. Jamás salimos juntos a ninguna parte que no fuera el supermercado, salvo por una vez que fuimos al cine. Pero estábamos tan inmersos en el abatimiento por el bebé de Mina y Yaten que ni siquiera disfrutamos la película. No es que las condiciones de ahora sean mejores, de hecho son bastante similares, pero por extraño que parezca, lo siento como algo diferente. No es una evasión a la realidad. Es una manera de sanar. Así definiría mi convivencia con Seiya en estos momentos. Un bálsamo dulce y sanador.
Como es sábado, el acuario está bastante concurrido. Pero el griterío de los niños y sus risas no me molesta, es más, me gusta. Es refrescante. Seiya elige el recorrido especial, en el que podemos repetir los módulos. Insisto un montón de veces para pagar mi parte, pero él se niega alegando que fue su idea. Acepto sólo porque le obligo a acceder a que yo le invite a comer más tarde. Él acepta a regañadientes y me entrega la pulsera rosa con el código de barras. Parecemos dos estudiantes de secundaria en su primera salida.
Entrar es como estar en otro mundo. Todo es colores mágicos, formas y seres que te emboban y te hipnotizan. Omitimos la parte educativa (no somos tan idiotas tampoco), y nos dedicamos solo a admirar las especies. Medusas, estrellas, caballitos, un sin fin de peces multicolores y los más grandes son sin duda mi delirio. Podría mirarlos todo el día. Me parecen fascinantes. Seiya me engaña para que me asome a una pecera oscura apartada del resto, diciendo que había mantaraya gigante que no me podía perder. En vez de eso, me vi cara a cara con un tiburón gris que me hace gritar como desquiciada. Seiya se burla a mi costa un buen rato, por supuesto, mientras todas las familias me miran como bicho raro y yo me escondo detrás suyo con las mejillas coloradas.
—Eres un cabrón —le digo una vez que pasamos el módulo de las especies peligrosas, y le doy un buen golpe en el hombro.
—Ay, Bombón… parece que no me conoces —resopla, pero sigue riéndose.
Cierto, me había olvidado lo que significaba salir con la guardia baja, y no estar a expensas de sus múltiples tomadas de pelo. Diamante no hace nada de eso. Nunca lo haría.
¡Diamante!
Busco en mi bolso, sin éxito, mi celular. Diablos. No me he reportado con él en todo el día y apenas caigo en la cuenta.
No puedo creer se me haya olvidado. Ni hablar… ya pensaré en qué inventarle. Esto de acumular tantas historias falsas no me gusta, para nada, pero ay, ¿qué otra cosa puedo hacer? Ya he empezado, decir la verdad ahora no tiene ningún sentido. Ya hablaré con él cara a cara. Como corresponde.
Luego vamos a ver a las tortugas. Su consistencia me da algo de repelús, pero son tiernas y bonitas. Me animo a cargar una y Seiya me saca una fotografía. Luego me dice que la va a imprimir y pegarla en el refri, pero según él sólo porque la tortuga sale muy guapa.
Dejamos lo mejor para el final, los divertidos y curiosos pingüinos. Me gustan tanto que se me hace demasiado cortito el trayecto, así que repetimos la sala.
—Aw, ¡mira, mira ése Seiya! —le señalo uno tamaño bebé que se esconde detrás del hielo prefabricado —¡Es igualito al de Happy Feet! ¡Caray, sólo le falta cantar!
Seiya me mira como si necesitara tomar medicación, pero me otorga el favor de darme por mi lado.
Media hora después, estamos eligiendo qué tomar de la fuente de sodas. Hay un helado flotante de dos bolas de limón y maracuyá que nada en una copa llena de soda de cereza y frutillas. Casi me coquetea desde el menú iluminado. Es el más decadente de todos, y sin duda es el que quiero.
—¡Número dos, el especial de la casa! —le pido muy contenta vendedor, un chico adolescente con una visera naranja fosforescente. Luego miro a Seiya como esperando su aprobación, aunque él sabe que ya he decidido.
—Vale, si crees que te lo termines…
Arqueo una ceja.
—Parece que no me conoces —le devuelvo. Él se ríe y asiente. Vamos a sentarnos y empiezo a devorarme mi helado. Está muy rico, es agridulce y burbujeante.
—¿Seguro que no quieres? —le pregunto a Seiya, envidiosamente esperando en el fondo que me diga que no.
—No, gracias. Se me cayeron dos muelas sólo de probarlo —dice mirando hacia los juegos de destreza, que están más apartados de las mesas.
Yo le saco la lengua.
—Te ves terrible y alienígena con esa lengua verde, Bombón. Das más miedo que el tiburón.
Voy a contestarle que se vaya al diablo cuando su teléfono suena de pronto. Seiya atiende, pero no se levanta de la mesita. Saluda y espera pacientemente que la otra persona hable. No sé quién es, hasta que…
—Oh, por favor, Michiru… éso suena aburridísimo. Sería mejor ir a los Go Carts. Claro. Confía en mí. No, a nadie le interesa la vida de Van Gogh. Lo siento. Así son las cosas con ésto del amor —se ríe coqueto, y yo me atraganto con el helado para disimular mi cara, que seguro ahora hace juego con mi lengua. No puedo creer que haya escuchado eso —. Tal vez después, cuando las cosas sean más serias. Te aseguro que la pasarás bien. Seguro. Nos hablamos. Besos. Ciao.
Y cuelga.
Siento que necesito correr al baño y patear algo. Pero sería demasiado obvio. Después de este tiempo, de vivir con alguien más y todo eso, pensé que ya lo había superado… al menos que me haría a la idea. Pero claramente no. El agujero ardiente en la boca de mi estómago lo confirma. Sigo exactamente igual de celosa de ella que el primer día que vi a Michiru tomando de mi taza en la cocina. Fina. Hermosa. Perfecta.
—¿Sigues enojada por lo del tiburón? —me pregunta Seiya, al mirar mi cara de maldita —. Ya supéralo —se mofa guardando el celular en el bolsillo de su pantalón.
Niego con la cabeza y sumerjo la cuchara larga hasta el fondo. Ojalá tuviese alcohol. Lo único que retengo de su voz es el «Ya supéralo», que me castiga internamente.
Eso es lo que debería hacer. Para eso me fui. Y mírenme… aquí estoy de nuevo. Mintiéndole a mi novio. Viviendo en otra casa que no es la suya. Durmiendo con otro hombre. Con el que terminó su amistad de años por mí.
Soy una peste errante. Deberían ponerme en aislamiento.
—Y… ¿cómo está Michiru? —pregunto con el tono más neutral que puedo.
Seiya se encoje de hombros indiferente.
—Bien.
—¿No le… molesta que estés aquí? —siseo.
Seiya se distrae otra vez con los juegos y mucho después me mira intrigado.
—¿Por qué le molestaría?
¿En serio debo explicárselo? Hombres. Con razón nos sacan canas prematuras a todas. Pongo los ojos en blanco.
—¿No le dijiste que estabas conmigo?
Vuelve a mirarme como si le hablara en otro idioma.
—¿Para qué?
—Pues… me quedé contigo todo el fin de semana. ¿Tampoco sabe eso? —pregunto escandalizada. Sé que Seiya es algo fresco, pero ¿sería tan cínico con Michiru también? ¿incluso después de hablarle tan cariñosamente por teléfono?
—Bombón, ya tuve una madre una vez. Y ni siquiera a ella le contaba todo lo que hacía. ¿Por qué lo haría con Michiru? —espeta, como siempre que se le lleva al tramo personal. Al menos no soy la única que no supera sus traumas.
Resoplo.
—Bueno, porque ustedes… ya sabes. Salen juntos, ¿no?
Omito la palabra "novia", pero creo que hasta mi hermano Sammy entendería. Ya no puede hacerse el loco.
No lo hace.
Seiya se despeina el fleco (cosa que como siempre, no lo hace ver ni la mitad de atractivo) y me demanda dándose de paciencia:
—Me siento como en la sala psicodélica de las medusas, Bombón. ¿Exactamente qué crees que Michiru y yo somos?
Me sonrojo y bajo los ojos a mi helado. Una música tecno alegre suena de fondo en las máquinas de baile. Es ahora o nunca lo sabré.
—Pues… sé que no tienes novias, pero supongo que… si se acuestan… no le gustaría que otra chica estuviese en tu casa. Y en tu… cama. Aunque no hagamos más que dormir —apunto acaloradamente.
Seiya me observa impasiblemente, y entonces, de un segundo a otro estalla en risas. Yo frunzo el ceño molesta.
—¿Qué?
—¿Tú crees que Michiru y yo tenemos sexo?
Los padres de unos mellizos como de cinco años nos acuchillan con los ojos. Yo les sonrío nerviosamente, pero a Seiya no le importa en lo más mínimo y los ignora.
—Entonces...¿no lo tienen? —pregunto en voz considerablemente más baja. Seiya se recarga en su silla y cruza los brazos. Parece muy divertido.
—No.
—¿Por qué?
—Digamos que no soy su tipo.
Guau… Okay ella podría no ser el tipo de él, pero ¿para alguien no es su tipo de Seiya Kou? No puede ser. Tal vez aún no hayan intimado, pero he visto a Michiru y cómo lo mira. No hay manera de que no planee merendarse a Seiya. No lo acepto, así que decido llevarlo hasta el final. No hay manera de que me quede a medias del chisme en esta ocasión.
—Pero… ¿por qué no? —pregunto mortificada —. Es muy guapa.
Asiente.
—Lo es.
—¿Y entonces? —bufo exasperada.
—Ya te lo he dicho… no soy su tipo. Ella tiene otro tipo de gustos —dice misteriosamente y se pone a mirar la maquina de Pinball. Quiere jugar y se está aguantando para no dejarme sola. Debo acosarlo hasta que me lo diga, o se va a largar. Siempre se larga en los momentos más oportunos.
—¿A qué te refieres con otro tipo de gustos? —eso no me sorprende. Nunca pensé que encajara con alguien como Seiya. Es más bien alguien del tipo primera dama del presidente. Sería perfecta para… Diamante.
No sé qué es peor, así que aguardo. Seiya se vira un segundo y se asegura que los papás de los gemelos no nos escuchen.
—Batea para el otro equipo.
Parpadeo.
—¿Eh?
—Es una tijerita, Bombón.
—¿Qué?
Él pone los ojos en blanco.
—¡Es lesbiana! —exclama Seiya —. ¡Gay! ¡Chica-chica! No le gusta el p…
—¡Sssssh, ya, ya entendí! —le interrumpo roja y escandalizada. Seiya me mira con ojos de "pues tú lo pediste".
Estoy boquiabierta. Supongo que eso lo explica todo. Cuando me recupero del impacto, carraspeo fuerte.
—Vaya, no lo esperaba…
Seiya no dice nada.
—Parece tan… ya sabes, femenina —suelto.
—¿En serio, Bombón? ¿En pleno siglo XXI vas a decirme eso? —me reprocha. Su tono es de ultraje moral.
Vuelvo a sonrojarme.
—No… lo siento. Supongo que sólo no lo imaginé.
Luego adopta una actitud más relajada, incluso su voz a adquirido un borde seductor.
—No me digas que es la primera chica gay que conoces.
—¡Claro que no!
—Claro que sí. De lo contrario te habrías dado cuenta.
—¡Perdón! ¡No le vi un rótulo pegado a la frente que lo dijera!
Seiya parece divertidísimo con mi descubrimiento. Parece disfrutar desencarrilarme.
—Te hace falta mundo, pequeñuela.
—Y entonces… —cierro los ojos para aclararme —. Perdona pero… escuché que… bueno, perdóname —repito como en trance —, pero hablabas del amor y... ¿Pues qué clase de amigos son ustedes?
Tal vez la misma clase que yo. Aunque a mí jamás me dijo eso. Auch, eso duele.
Seiya suspira.
—Sólo quería ideas buenas para salir a su cita de mañana. No es gran cosa, Bombón. Ella quería llevarla a un exposición de pintura, yo sugerí algo más dinámico. Conozco a mi jefa y no volverá a llamarla si van a un sitio tan aburrido. Es fanática de las carreras de auto.
—¿Tu jefa? —pregunto otra vez con la boca abierta —¿El chico guapísimo, rubio y alto?¿el dueño del Joe's?
—Es dueña —corrige burlón enfatizando la «a», disfrutando otra vez mi estupefacción.
Seiya y Michiru no son nada. Salvo amigos. Cercanos. Jamás podría acostarse con ella… porque Michiru es gay. Y a menos que amanezca con genitales diferentes, siempre será así. No es nada romántico ni sexual para ella. Y cuando yo los veía pasar el rato juntos, sólo hacían eso. Pasar el rato. ¡Nada más!
Y esa, sin duda, es la mejor noticia que he recibido en mucho tiempo.
De mi pecho se infla un globo de repentina y maravillosa felicidad. Es efímera, claro, pero la disfruto en silencio, revolviendo los restos del final de mi helado y saboréandolo igual que la sensación de imaginarme a Michiru en su cita con la sofisticada rubia, mientras Seiya sigue mirando hacia las máquinas. Ausente a todo.
Yo alzo una ceja.
—Sería más fácil decirme que quieres jugar, ¿sabes? Eres muy obvio —le digo.
—¿En serio podemos? —sonríe entusiasmado —. Esa versión no la había visto.
—Eres un crío —le riño.
—Y lo dice la que tiene la lengua verde.
Es un juego de destreza versión mini de basquetball. Yo no le veo nada impresionante, pero Seiya parece que acaba de descubrir la lámpara de Aladino. Una vez que está libre, empieza a tirar los balones encestando cada uno de los tiros. Incluso se le acumula un poco de público, que gritan "waaa!" cada que acierta deliberadamente una y otra vez. Unas chicas como de preparatoria empiezan a cotillear entre ellas, ruborizadas.
La máquina arroja una cantidad generosa de tickets.
—¿Quieres intentarlo? —me ofrece.
—No, yo… gracias. Mi coordinación de manos y ojos es nula —declino agitando una mano.
—No son las olimpiadas, Bombón. Sólo trata… —insiste. Qué mandón es. Siento presión de la gente que nos mira, así que suspirando, agarro la pelotita.
Mi primer lanzamiento no llega ni a la mitad del camino. Suena una voz mecánica y virtual que dice dramáticamente "YOU LOSE".
—Seiya, mejor no...
—Hazlo con más fuerza ¿ves? —tira y vuelve a acertar con perfecta puntería. Los foquitos se prenden victoriosos y las chicas aplauden. Yo le veo con cara de malas pulgas. ¿Es que hay algo que no le salga bien?
—Tú lo haces perecer fácil —rezongo tomando otro balón, que ya ha recorrido su camino hasta el punto de partida.
Seiya se acerca y se coloca detrás de mí. Me obliga a enderezarme y acomodar diferente mis brazos. Mi respiración se agita y empiezo a sentir mucho calor debajo del suéter de lana. Él coge mi mano, con la suya sobrepuesta. Siento todo su cuerpo detrás de mí.
—Es que tienes la postura mal, fíjate…—me susurra bajito al oído, y se me enchina toda la piel de pies a cabeza. Ay, huele muy bien. ¿Cómo me voy a resistir a su contacto? Yo retengo el aire y trago saliva —. Ahora sólo debes lanzarla… así.
Lo hace, y acierta. Sé que no ha sido por mi habilidad. De todos modos lo único que ha conseguido es derretirme como un chocolate en el sol. No he aprendido ni una madre.
Sacudo la cabeza.
—Vale, ya entendí —espeto, y me alejo de él.
Cojo otro balón y lo miro y luego al objetivo. Quiero concentrarme pero, rayos, me dejó muy descolocada. Lanzo la pelota con mucha fuerza hacia el círculo de la canasta. Rebota con inercia desmesurada en el aro y luego en el piso… (la gente se agacha) y luego va a dar a la cabeza calva de un sujeto. El hombre empieza a atragantarse con sus nachos y cuando se recupera, busca con ojos de odio quién le ha hecho pasar la verguenza y de paso casi morir.
Nuestros espectadores se echan a reír con ganas y se dispersan. Saben que el espectáculo ha terminado. Yo me pongo roja y me escondo rogando detrás de un juego de policías y ladrones para que no se de cuenta que he sido yo.
—¿Ves? ¡Soy un asco! —le recrimino a Seiya. Él se me acerca y me pone las manos en los hombros.
—No eres un asco, Bombón —me dice con la más encantadora de las sonrisas.
Yo le miro cautivada.
—¿De veras?
—Claro, lo que pasa es que…—su tono se va volviendo más y más sarcástico conforme habla—. Bueno, es que yo soy extremadamente bueno, y eso hace que tú o cualquier otro mortal parezca muy malo. No es tu culpa. Yo ya nací así.
Y me sonríe descarado.
—¡Vaya, gracias por los ánimos! —le grito apartándolo.
—Cuando quieras.
Seiya va a cambiar sus tickets a la tienda de premios y suvenires y yo me quedo mirando el lugar. En otro sector, donde hay estancias para niños más pequeños, padres se lanzan de un tobogán espiral con sus hijos. Luego caen en una alberca de pelotas felices de la vida, sin importarles si se miran ridículos o no. Sonrío un poco ante la escena. Me pregunto si Mina y Yaten querrán tener otro bebé en algún momento. Sería muy bonito. No sé. Nunca se lo he preguntado.
—¿Dónde quieres ir ahora? —me pregunta Seiya, luego mira por inercia hacia donde yo estoy observando —. Oh, no… oye, sé que soy algo estúpido, pero tengo mis límites.
Niego con la cabeza.
—No, estaba pensando en lo liberador que fue gritar cuando vi al tiburón. Quisiera haberlo hecho más tiempo.
Ha desaparecido el humor de su expresión y ahora me mira precavido.
—Mmm…
—Es una tontería —le corto mientras comienzo a caminar hacia la salida —. ¿Tienes hambre?
Él me sigue con cierto retraso.
—Oye… ¿hablas en serio con eso de gritar? —me pregunta con los ojos brillantes. No de diversión, si no como cuando se le ocurre alguna locura. Oh, no...
—Ssssí… —respondo dubitativa.
—Bueno, conozco un lugar que te haría sacar toda la adrenalina que llevas adentro, pero… no sé si te atrevas. Y si te atreves, quizá deberíamos comer después.
Me ha picado la curiosidad. Le miro parpadeando con incredulidad.
—¿Pues en qué estás pensando?
—Ya verás cuando lleguemos.
Treinta minutos más después estamos parados sobre uno de los muelles más famosos de las orillas de Tokio. Hay una escalinata colina arriba donde aparece una plataforma que se impone y a lo alto, muy arriba del mar, una torre alta de metal que sostiene la base del pilar. La fila no es muy larga, pues las tormentas previas han espantado a los turistas. Yo estoy parada con la mandíbula hasta el piso, pálida y por supuesto, aterrorizada.
Estoy frente a ésa cosa del demonio que los intrépidos llaman jumping bungee.
—¡ESTÁS LOCO! —le grito a Seiya, y empiezo a caminar en dirección opuesta hacia la estación del tren.
—Bombón, no es para tanto, vamos. Éste es de los chicos, medirá unos cuarenta metros apenas. Hay unos que miden el doble.
—¿Y se supone que eso deba tranquilizarme?
Decide sabiamente no desafiar mi tono, pero se pone delante mío para detenerme. Jamás se da por vencido a la primera. Ya lo sé.
—Bombón, tú dijiste…
—Dije que quería adrenalina, no suicidarme.
—Estás exagerando. Si lo piensas bien, éste tipo de peligros no se compara a los de la vida real —me dice, atestando un golpe certero que me hace detenerme. Yo sigo tozudamente callada, pero ahora le permito hablar sin perseguirme. No detenemos frente a un vendedor de palomitas de maíz —. Creo que sería efectivo que te desahogues con esto. Sería como desafiar la adversidad. Y yo estaría contigo, claro. No irás sola.
Me cruzo de brazos con el ceño fruncido.
—¿En serio? ¿Te vas a tirar conmigo?
Ahora irradia buen humor.
—Claro. Seremos Jack y Rose como en Titanic. Tú saltas, yo salto —se mofa, encantado con la idea.
—¡Ajá, y ya viste como terminaron!
—De acuerdo, mal ejemplo. Pero tú me entiendes lo que quiero decir.
—En realidad, no.
—Será divertido, lo prometo.
Le doy la espalda y me balanceo sobre mis pies. Pateo un palito de madera de paleta que alguien tiró por ahí. No tengo mucho tiempo para pensarlo. Pero sí sé, que tengo muchas ganas de desquitar mis emociones. Tal vez la idea de Seiya no es estúpida. Es brillante. O tal vez ambas. Pero sé que a estas alturas (irónicamente) ya es tarde para negarme a algo que me pida este hombre. ¿Cómo le hace para convencerme siempre? Es una habilidad extraordinaria.
—De acuerdo —rezongo, tras pensármelo unos minutos y mirando como la gente sale eufórica de sus turnos —. Pero si me muero, te mato.
—Muy lógico, Bombón.
El cielo ha adquirido un sutil tono opalescente. Reluce y resplandece suavemente tras las esporádicas nubes redondas. El atardecer se nos echa encima. Seguro que la vista es espectacular... si no me castañearan los dientes y no quisiera hacerme pipí mientras espero en la cola. Me pasan a la plataforma, ajustándome todas las medidas de seguridad.
Me alegro de no haber comido nada. Estoy súper nerviosa y dudo que a mi estómago le apeteciera que yo me aviente por los aires. Tomo una gran bocanada de aire y aprieto más fuerte la mano de Seiya, pero él no se queja. Uno de los encargados me mira y sonríe con cierta simpatía.
—¿Primera vez?
—Sí —contesta Seiya, porque a mi me ha tragado la lengua el ratón.
El chico se me acerca en confidencia.
—Si de algo sirve, tengo tres años trabajando aquí y siempre los hombres son los que más se echan para atrás. Las chicas no.
Le miro con hostilidad.
—No sirve de nada.
Es nuestro turno. Camino unos pasos hacia el borde. El estómago se me sube a la garganta. Dios… realmente estoy haciendo esto. Veo allá abajo, todo un mundo de agua azul y las personas pequeñas como muñequitos en una maqueta. Madre mía… no puedo. No puedo.
Le aprieto tan fuerte la mano a Seiya que se me ponen blancos los nudillos.
—¿Lista, Bombón? —me grita a través del viento que nos azota.
Apenas asiento, algo tira de mí y el estómago se me va de la boca y se me baja en picado a los pies. De pronto me veo cabeza abajo, con el viento aplastándome la piel de la cara y chillando como una posesa. Vuelo, y vuelo, como una hoja perdida en medio de un tornado. Los ojos me escuecen, pero me esfuerzo por mantenerlos abiertos y mirar todo lo que puedo: el sol naranja, el paisaje de agua, los colores, la sensación de vértigo que me ahoga por la caída libre y al mismo tiempo me hace sentir tan viva, tan insignificante. Nos balanceamos y por un momento parece que nos vamos a estrellar. Chillo otra vez hasta que no me da la garganta, con los brazos arriba y abajo, según vamos cayendo. Otro tirón mayúsculo y ahí vamos arriba de nuevo, impulsados por las cuerdas elásticas hasta que finalmente sólo nos columpiamos a escasos metros del suelo.
Guau.
Guau, guau, guau….
Cuando nos bajan, siento que volví a nacer. Me tambaleo hasta unas bancas donde supongo que la gente se toma fotos o vomita. Yo no hago ni una cosa ni otra. Sólo me siento con la cabeza gacha a intentar revivir lo que acabo de sentir. Ha sido catártico. El aire lo siento diferente, fresco y puro. Los colores más nítidos. Mi corazón bombeando sangre nueva. Es sin duda, la mejor experiencia de mi vida.
—¿Y bien? —me pregunta Seiya con las pupilas dilatadas.
—Ha sido fantástico —jadeo con una sonrisa.
—¿Era lo que te imaginaste?
—Mejor, mucho mejor —le digo.
Sonríe satisfecho, pero no le doy tiempo de decirme más porque...
Porque me pongo de pie, y en dos zancadas lo agarro y lo estrecho contra mi cuerpo. Él permanece quieto, aun con su respiración acelerada, y me devuelve el abrazo. Vaya que estamos en un lugar raro, pero qué me importa. Cierro los ojos y lo amarro a mí. Cada poro y célula de mi cuerpo estimulados por la adrenalina me gritan que lo bese… que deje de perder el tiempo y le diga que quiero que estemos juntos. Quiero hacerlo, aquí, y unir mi boca a la de a él larga y apasionadamente como en una película de Meg Ryan y Nicholas Cage, mientras el sol se oculta detrás de nosotros en una escena de lo más romántica.
Pero sé que no puedo.
La cosa ya no va por ahí. Tengo novio. Uno que no se merece que le sea infiel. Y Seiya sólo me estima… no me ama.
Mis neuronas ganan tristemente la batalla, así que me distancio solo un poco para mirarlo. Seiya me mira expectante, desconcertado, intenso. Me pongo de puntillas y hago algo que jamás había hecho antes: le doy un beso en la mejilla. No por el jumping ni el acuario… si no por estar conmigo. Por siempre hacerme sentir mejor. Ser mi confidente. Mi cómplice. Mi amigo.
El camino de regreso en tren es agotador, pero estoy feliz. Cierro los ojos y me recargo en el hombro de Seiya mientras nos adentramos en los túneles de la red del transporte. Me recuerda a uno de ésos días en familia de cuando tenía diez años. Eran días perfectos. La vida lo era.
El salto de jumping nos ha dejado reventados, así que omitimos ir a otro sitio público y cenamos hasta llegar casa. Pedimos pedimos una pizza de la esquina con extra de casi todo y nos ponemos a ver Los Piratas del Caribe III en la tele. Luego me doy un baño sin lavarme el pelo y me aplico un poco de pomada en los golpes, que ya empiezan a verse amarillentos y no tan morados. Encerrada en el baño aún, le llamo a Diamante, pero no me contesta. No me extraña, le he estado ignorando todo el día. Sé que intuye que hay gato encerrado en todo esto. No es imbécil. Francamente, no sé que voy a hacer. Y francamente… ahora no me interesa resolverlo. No sé si esté mal. Sólo trato de admitir lo que siento, y lo que siento es que no me siento capaz en estos momentos de hablar con él ni con nadie. Claro que a mamá y papá se los tengo que decir… pero ¿una comida de cumpleaños es el momento? Seguro que no.
Seiya no deja de bostezar y finalmente decide acostarse. Yo, en cambio, creo que me aventaré la siguiente película de los piratas. Y la siguiente de esa. Seguramente no podré dormir, pese a estar echa papilla. Y prefiero estar en vela con Jack Sparrow que con el infeliz ése rondando mis sueños.
Dejo cargando mi teléfono en el enchufe que está de "mi lado", y le digo a Seiya antes de que se duerma.
—Gracias por el día de hoy.
Él vuelve a bostezar y se gira para mirarme sobre su brazo.
—Mis padres nos llevaban a ése sitio cuando éramos niños. Claro que no había tantas cosas sofisticadas, era más bien una feria tradicional. Tenía años de no ir por ahí.
Me siento sobre mis rodillas y le escucho atenta e interesada. Él nunca habla de su familia.
—Debieron ser muy buenos con ustedes.
Seiya se pone las manos sobre la nuca y mira al techo con una sonrisa gastada.
—Ellos sí. Yo, en cambio, creo que no fui muy buen hijo.
—Eso no puede ser cierto —le discuto tratando de quitarle importancia. Él se encoje de hombros.
—Quién sabe. Nunca hice nada de lo que ellos querían… no estudié una carrera respetable, me la pasaba en fiestas en vez de pasar tiempo en casa con ellos. Me metía en muchos líos. Creo que era un dolor de cabeza. Por eso no pude llorar en el funeral —yo le miro espantada —. Sentí que no merecía extrañarlos.
Quiero decir algo útil, pero no quiero cagarla. Así que me acuesto también, cubriéndome con la frazada y lo dejo hablar… en caso de que quiera hacerlo.
Lo hace.
—La cosa es que cuando pasó lo que pasó… todo fue muy raro. Sabía que ya nada volvería a ser igual, claro. Pero me sentía culpable por casi todo lo que hacía. Incluso por reírme de cualquier chorrada como ver tropezar a alguien en la calle o disfrutar una película. También estaba muy enojado…con ellos por morirse, por el tipo que los embistió y no morirse. Con Yaten por no entenderme. Con mis amigos por no pasarla mal, como yo. En fin...
Suspira sonoramente y gira sobre su hombro, mirándome.
—A lo que quiero llegar con este monólogo aburrido y cursi —dice y sonríe un poco —. Es que vas a estar bien, Bombón. Un día te vas a despertar y te darás cuenta que no piensas en eso en absoluto y tu vida ha vuelto a la normalidad, aunque ya no sea igual exactamente. Será mejor, porque a pesar de lo malo, serás más fuerte.
Le sonrío con calidez.
—¿Tú te volviste más fuerte?
—Claro… ¿qué no ves? —flexiona su bícep —. Ni Superman.
Me río.
—¿Por qué nunca te tomas nada en serio?—Vuelve a encogerse de hombros —. Gracias por contarme esto. Y… creo que tus padres te amaban y estarían muy orgullosos de ustedes. De ti también. Y no es porque sean exitosos ni reconocidos. Si no porque son buenas personas. Tú siempre has sido bueno conmigo, y conozco a Mina. No se habría casado con alguien que no fuera igual. ¡No sé por qué siempre crees lo peor de ti mismo!
Me sonríe un poco a la mala.
—Vale… no me regañes. ¡Por cierto! —Seiya se levanta colmado de energía. ¿Cómo lo hace? Yo me arrastro casi por el piso —. Ahí tienes.
Algo rebusca en su chaqueta y luego me arroja un pequeño artefacto brillante y plateado. Lo cojo de milagro (mis reflejos son igualitos que mi puntería) y miro la chuchería: es un llaverito en forma de luna.
—¿Y esto?
—Es lo que gané en las máquinas hoy.
—Qué bonito está. ¿Seguro que puedo quedármelo? Es tu premio.
—Yo tengo otro —y me muestra su pareja, una estrella del mismo color y estilo. Si los juntas es casi como si se complementaran —. Se la puedes poner a las llaves de tu casa.
—Ésa no es mi casa —escupo, casi sin darme cuenta de lo que acabo de decir y el tono enfurruñado que lo acompaña —. Yo… quiero decir que…
Seiya agita una mano al aire como diciendo "ése no es mi asunto".
Pero sí que lo es.
—No, Seiya… quiero decirte algo —él deja el llavero en su mesita y vuelve a sentarse —. Nunca me disculpé contigo como debía. Por… —tomo aire y lo digo lentamente —lo de Diamante. Debí decirte.
Los dos nos quedamos en silencio un momento.
—Ustedes eran amigos y…
—Tal vez nunca lo fuimos —dice, y suena cansado. Bueno, eso yo no puedo cuestionarlo. Creo que quiere decir algo más, pero al final se contiene.
—De todas formas quería decirte que lo lamento.
—Okay… gracias, Bombón.
Afuera, comienza a lloviznar otra vez. Me da un escalofrío y me tapo con la frazada. He cambiado de opinión, no quiero ir a la sala. Me quedo aquí, aunque sea un búho, al menos estoy con Seiya, quien apenas deja la cabeza sobre la almohada, se le apaga el interruptor y empieza a roncar suavemente. Le tengo tanta envidia.
Me acomodo otra vez y me esfuerzo en lo que me ha dicho. Pienso en el día perfecto que tuvimos y sonrío. Es uno de los más lindos que he tendido. Me quedo así, tranquila… y contra todo pronóstico cierro los ojos y la dulce inconsciencia me llama. Lo siguiente que recuerdo es que ya es de mañana.
El domingo trajo el fin de unas cosas y el inicio de otras. Siento que han pasado tres años en vez de tres días. Los ánimos han menguado notablemente a comparación de ayer. Aunque quiera, no puedo ocultarme aquí para siempre. Las cosas son como son. Todo irá bien, pienso mientras vuelvo a acomodar la ropa que Mina me ha prestado. No puedo llevarla al penthouse de Diamante, así que sólo me pongo una de sus mudas y el resto lo dejo allí, esperando que ella las recoja cuando pueda. No puedo arriesgarme a llegar antes que él. Ya tuve bastante suerte de que la mujer que asea sólo vaya lunes y miércoles. Nadie habrá notado mi ausencia. A no ser que hubiera alguna cámara oculta en el apartamento. No la hay, ¿o sí? Mierda, nunca se lo he preguntado.
Camino en el taxi, repaso lo que tengo que hacer. Tengo que quitarme esta ropa, mentalizarme para lo que se viene y enfrentarme a él y mañana… no sé. Ni pasado. Técnicamente ahora no tengo trabajo, pero tampoco dispongo de la energía emocional ni física para buscar uno. Tal vez en alguna de las editoriales que están cerca estén contratando. El sólo imaginarme caminar por esa calle me estremezco. No, ahora no.
Entrar es desconcertante. Todo está impoluto y lujoso, como siempre, pero el silencio es insoportable. Me cambio la ropa de Mina y la escondo bien detrás de la deportiva que nunca uso, bien al fondo del armario. Me doy un baño completo, hidratantes y todo eso, y me pongo mi bata rosa pálido de Victoria's Secret. Aunque es suavecita y cómoda, yo seguiría prefiriendo la camiseta de Pink Floyd.
Voy a la nevera y como no tengo hambre, me sirvo una copa de vino blanco. Luego me siento en la sala, preparándome para lo que voy a decir. Diamante debería llegar en cualquier momento, pero no me ha avisado ni siquiera que llegó bien. Es obvio que está enfadado conmigo, aunque no sé qué tanto.
Me quedo mirando por la ventana y luego el enorme lugar, extraviada.
Mi bálsamo se escurre… se va. No queda casi nada de él.
La princesa ha vuelto al castillo, pero se siente más indefensa que nunca. Una parte de mí se sentía más fuerte, más resistente y más tranquila cuando estaba con Seiya. La diferencia que hace su presencia en mi paz mental es impresionante.
Lleno otra vez la copa, subo las piernas al sofá y espero otro rato...
Las puertas se abren en un pitido demasiado alto que anuncia que el ascensor está aquí.
.
.
.
Notas:
¡Qué hay! Supongo que este capítulo será agradable para muchas, sobre todo para aquéllas que extrañaban a Seiya. No se pueden quejar que no salió. Prácticamente invadió todo jaja. Quise darle una inspiración a ésa cita divertida que alguna vez tuvieron, creo que ambos se merecían su compañía mutua. Ahora queda resolver lo que viene por delante, que no será fácil.
No me extiendo más, ¡nos leemos al otro!
xoxo
