.

"Roomies"

Por:

Kay CherryBlossom

.

(POV Serena)

24. Ruptura

.

Me despierto con un grito ahogado contra la almohada. La pesadilla no es específicamente algo en concreto, sólo recuerdo que me rodea una oscuridad aplastante y yo voy corriendo y corriendo, sin aliento, por un camino que desconozco y no tiene fin. Mi corazón parece que se me va a salir del pecho, y tardo mucho en volver a calmarme, incluso a atreverme a cerrar los ojos. Miro la pantalla de mi celular: las cuatro y seis de la mañana. Llevo muy poco tiempo dormida. No tengo ninguna llamada de Diamante, y como no he puesto el pestillo en la puerta, estoy segura que ni siquiera ha vuelto. Inspiro hondo y profundo para sacar fuera todo lo malo de mi sueño y mantener bajo control mis emociones, y luego de una eternidad consigo dormirme un ratito más.

A las ocho ya estoy sentada en el borde de esta cama, con las sábanas y la vida revueltas sin saber qué hacer. Debería llamar a Minako. O a mis padres. O… no, no puedo llamar a Seiya. No quiero meterlo en ésto. Bueno, lo que sea que haga, necesito un plan. Sé que no es la mejor manera de hacer las cosas —nunca lo fue—pero definitivamente no puedo quedarme una noche más aquí. Después de la bomba que he soltado ayer, lo lógico es que me marche.

Camino hacia la enorme habitación. Todo está exactamente como lo dejé ayer. A pesar de sus palabras hirientes, me siento realmente mal por lo ocurrido. Saco mis viejas maletas del armario, y empiezo a echar la poca ropa que me queda (deprimente, pero práctico en momentos como éste) sin preocuparme mucho por si van bien dobladas o no. No toco ninguno de sus obsequios, los perfumes y bolsos LV, la ropa e incluso la lencería francesa se queda donde está. No quiero llevarme nada de eso. No lo merezco y no lo quiero. Me aseguro de llevar mi poco maquillaje, el cofrecito de los tesoros y los cinco libros que más me gustan. Sonará algo melodramático, pero realmente no sé si pueda recuperar el resto. Diamante me ha mostrado un lado suyo que desconocía, ¿quién de qué será capaz?

Separo de mi ropa un atuendo básico de la vieja yo: Unos skinny jeans desgastados, camiseta de algodón y una cazadora verde militar con capucha. También saco unas deportivas blancas y unos calcetines de gatitos.

El agua de la ducha apaga momentáneamente mi conexión con la realidad. Es calientita y curativa, y cae sobre mi cuerpo limpiando el cansancio de la noche en mi piel. Qué bien me sienta. Durante un momento, un breve momento, puedo fingir que todo estará bien. Me lavo el pelo y para cuando termino me siento mejor, más fuerte, lista para enfrentarme al tren de problemas que me esperan a partir de hoy. Me envuelvo el pelo en una toalla, me seco rápidamente con otra y luego de ponerme crema hidratante me visto a prisa y me peino con el secador.

Es muy tétrica la sensación de recorrer este lugar, totalmente vacío y huyendo como un ladrón. ¿Debería dejarle una nota? ¿Le importará si me marcho así? ¿Intentará encontrarme? Sacudo la cabeza mientras llega el elevador. Al mal paso es mejor darle prisa. Sea lo que sea, hable con él o no, le guste o no, mi decisión debe ser definitiva. No puedo echarme atrás.

—Buenos días, señorita —me saluda el amigable portero que siempre está en el flamante vestíbulo en el turno matutino, una vez que cruzo el ascensor con dificultad—permítame, le llevo el equipaje al auto...

—No es necesario, gracias —le corto inmediatamente—. Sólo quería que le devolviera esto a Di… al señor Black.

Le tiendo la tarjeta de acceso al ascensor y la llave dorada. Ni siquiera pude ponerle un llavero.

Me mira de arriba abajo, con una combinación de asombro e incredulidad.

—¿Se marcha sola? —no es capaz de ocultar su curiosidad.

Miro el reloj de la pared del vestíbulo nerviosamente. Son las nueve y cuarenta. No puedo entretenerme mucho con él. ¿Y si Diamante regresa?

—Por favor —le insisto agitando las cosas con la mano —. Tengo algo de prisa.

Él hace una pausa momentánea y me examina de nuevo.

—¿Podría llamar al señor Black para decirle que me quedaré con su llave? Esto es en verdad irregular, señorita…

—Si no los toma usted los dejaré aquí tirados y ya no será mi problema —cuadro los hombros y le dedico una mirada reprobatoria.

El pobre empleado se sonroja, y a las malas me acepta la llave, pero empieza a hojear el libro de visitas.

—¿Podría firmar aquí que…?

—¡Lo siento, no!

Me giro en dirección opuesta y salgo a pasos firmes hasta la calle. Hay mucho tráfico hoy en un día laboral para cualquiera. Subo al primer taxi que se me atraviesa y le pido que me lleve a la avenida donde está el café de Lita. Ahí esperaré hasta que llegue la hora de encontrarme con Minako y luego… luego no sé. La verdad espero que ella me de un poco de claridad en todo esto. Miro por la ventanilla y suspiro con nostalgia, pero también con alivio ahora que no estoy en el apartamento. Me siento como en una de ésas películas donde la protagonista huye de su marido psicótico. Ya sé que Diamante no me hará daño, pero no creo que le siente grata la idea de que lo deje botado, y después de ver como ha reaccionado ayer, francamente me asusta un poco. Seguramente no aceptará la separación. Querrá convencerme (o comprarme) con algo… o quién sabe. A lo mejor ni siquiera le importa ahora que sabe que quiero a otro. De todos modos no me arriesgaré a tener otra discusión como la de ayer. En serio, estoy reventada.

Dejo las pesadas maletas (una con ruedas y una deportiva grande) en la única mesa vacía, pero mis esperanzas se mueren cuando no veo a Lita en el mostrador. En su lugar hay una chica muy bajita que masca un chicle verde.

—¿Qué te sirvo? —me sonríe, ajetreada de atender tantos clientes. Está sola en plena hora pico.

—Yo… —me sonrojo—. Disculpa, ¿estará Lita ahora?

—Ups… no. Hoy surtimos con los mercados y se ha ido a hacer la compra. ¿Puedo yo ayudarte en algo?—se ofrece, aunque no parece tener intención de hacerlo.

—No… gracias. Está bien.

Me doy la vuelta y le pego con los nudillos un poquito al escaparate de los postres con frustración. Diablos. ¿Ahora qué? No puedo andar para todas partes con éstas maletas, son pesadas y estorbosas. Confiaba en que Lita me las guardara en su bodega o algo así. Espero que al gerente no le moleste.

Mi teléfono empieza a sonar. Antes de siquiera mirar la pantalla sé que es Diamante. ¿Quién más llamaría a esta hora? Y lo es.

Con el dedo tembloroso cuelgo y le envío a buzón.

Me voy a sentar presurosa a la mesa. Vale, puedo pedir un café… o dos, o veinte... hasta que Mina salga del trabajo. O podría llamar a Seiya… quien me prometió que incondicionalmente me apoyaría sin importar qué. Sí, podría… pero después de lo que le dije ayer a Diamante, ¿será buena idea? ¿no achisparía más el fuego de sus celos? ¿y si le hace algo? No, no creo…pudo hacerlo ayer, y si hubiese ido a enfrentarse con él, yo ya lo sabría. Me habría buscado para ver si estoy bien. Qué hago...

Aunque llevo el estómago vacío, no como nada. En escasa media hora me llegan todo tipo de mensajes de Diamante, cada uno peor que el anterior:

*¿DÓNDE ESTÁS?*

*Serena, tenemos que hablar*

*Por favor nena, sólo atiende un segundo*

*PERDÓNAME. TE QUIERO. NO PUEDO ESTAR SIN TI*

*Necesito verte*

*Lo siento, por favor, dame tres minutos para hablar, ¿dónde fuiste? ¿estás en el café *

*NO PUEDO CREER QUE TE HAYAS LLEVADO TUS COSAS. ERES UNA CRÍA INTERESADA Y ESTÚPIDA.*

*ES CLARO QUE NO FUI NADA PARA TI *

*QUIEN TE CREES QUE ERES. NO ERES NADA*

¡Dios! Me tapo la boca con la mano y siento un nudo en la garganta. No puedo creer lo que leo ni reconozco al hombre que está escribiendo esto. Pienso en todas sus galanterías, sus modales perfectos y la manera en que me conquistó…las flores, los regalos y los detalles. ¿Cómo puede odiarme tanto en un sólo día? ¿Por qué? Sé que no merezco la medalla honorífica del estado, pero está llevándolo a un plano totalmente extremista y agresivo. Si terminamos, ¿por qué esperaba que me quedara? ¿para qué? Hice bien al irme, pero no me siento segura allí.

Hasta entonces reparo en los mensajes. Los leo todos uno por uno otra vez.

*Lo siento, por favor, dame tres minutos para hablar, ¿dónde fuiste? ¿estás en el café?*

¿Cuál café? ¿En el que me pedía el almuerzo para el trabajo, que está en la esquina de la editorial? ¿O en éste? Quizá me estuvo espiando toda la semana cuando fingía ir a trabajar. ¿Viene para acá? ¿Cuánto tardará en llegar? Tengo que largarme de aquí. No quiero verlo.

Casi le tiro el café a un señor al levantarme bruscamente de la mesa. ¿Dónde voy? Con Seiya. No tengo opción. Estoy a punto de llamarlo cuando una voz me llama por detrás, y casi grito nivel película americana de terror.

—¡Me rindo! —exclama graciosamente con las manos levantadas en signo de paz. Un chico alto, de pelo rubio cenizo y ojos aceitunados. ¡Es Andrew! —. No quise espantarte. ¿Serena? —me pregunta de nuevo, al ver que no le saludo.

Yo me llevo una mano al pecho y sonrío.

—Andrew… no te preocupes. Soy yo la que está paranoica —le digo recuperando el aliento.

—Sólo quería decir hola. ¿Estás bien?

Me veo obligada a realizar los gestos sociales propios de la ocasión, aunque quisiera ya salir pitando de aquí.

—¡Claro, muy bien! —miento de modo forzado—¿Y tú?

—Bien, gracias. Perdona, es que te oí decir que buscabas a Lita. No sabía que eran amigas.

Tardo unos segundos en entender por qué Andrew me está hablando de la empleada del café. ¿La conoce? Mi mirada se explica sola, porque él procede a aclararlo:

—Es mi novia. Los dos somos dueños, pero yo administro el café y ella lo atiende —se explica entre sonriente y orgulloso de comunicarlo. Le devuelvo la sonrisa, aunque con cierto retraso.

—No lo sabía. Es genial. Yo sólo soy cliente suya, pero me parece una chica muy mona.

—Sí. Abrimos hace seis meses pero nos ha ido muy bien. A la gente le gustan mucho sus pasteles, y como tenemos bastante competencia estábamos dudosos, pero ya ves, ha sido un éxito.

Vale… pues un hurra por la pareja emprendedora y adorable. Pero no tengo tiempo ahora para eso.

—Es genial —repito nerviosa, mirando hacia afuera por si pasa un taxi. No le estoy poniendo mucha atención y él lo nota.

—Esto… ¿te vas de viaje? —me pregunta con curiosidad cambiando de tema.

—Algo así… —murmuro reticente a soltar más información —. Sólo quería pedirle a Lita que me guardara el equipaje unas horas. Yo tengo… cosas que hacer.

Andrew parece meditar unos segundos mi incomprensible itinerario, pero no lo cuestiona.

—Yo te las guardo, descuida.

Declino la oferta. Ahora que no sé a qué café se refiere Diamante y que Andrew es el dueño, lo que menos quiero es regresar acá.

—No te preocupes. Yo creo que es mejor que se lo pida a Seiya. Vive cerca de aquí. Tomaré un taxi y...

Andrew me detiene.

—Momento, no lo encontrarás.

—¿Cómo? —balbuceo con la boca seca —¿por qué?

—Salió fuera de la ciudad por el fin de semana. A tocar con la banda a un festival de música, creo —me dice —. Tal vez llegue hasta la noche o mañana.

No puedo disimular mi desilusión. ¿Ahora qué? ¿dónde voy? No quiero pagar un hotel sólo para estar unas horas. Tendré que ir al trabajo de Minako, y aguantar las caras de la recepcionista déspota. Suponiendo que con mucha suerte me deje pasar…

—Déjame echarte una mano. De veras. No me cuesta nada guardate las maletas.

No es momento de ponerse selectiva, me aconseja mi subconsciente.

—¿En serio?

—Seguro. Las dejaré en mi oficina. Es pequeña, pero cabrán.

En una fracción de segundo recuerdo algo. Andrew será muy amigo de Seiya, pero también lo es de Diamante. Mierda.

—Oh, Andrew —le interrumpo antes de que las coja —. Yo… ¿podrías no comentar que me viste? ¿en caso de que… alguien te preguntara? Por favor. Yo vendré más tarde por el equipaje.

Sus ojos se encuentran con los míos y creo que me entiende, porque asiente con reserva pero no dice nada.

—Está bien —accede.

—Gracias —le digo apurada—. Salúdame a Lita.

Camino por las calles enrevesadas de la zona comercial sin seguir una línea recta. Si antes no me sentía en una película, definitivamente ahora sí. No me queda más que confiar en que Andrew será discreto.

Me pongo la capucha de la cazadora, escondiendo bien las coletas de mi peinado inimitable. Pienso dónde podré ocultarme las siguientes seis horas. ¿Cuál sería el último lugar al que iría Diamante Black?

Estoy tomando el café más horrendo del mundo con un bagel de huevo y tocino que si estuviera drogada y lo hubiera cocinado a ciegas, aun así me habría quedado mejor a mí. Estoy en un McDonald's. Suficiente garantía. Él no vendrá aquí. He bloqueado las llamadas y los mensajes entrantes de Diamante, pero aun así no deja de vibrar en mi bolso. Es obvio que se ha conseguido otro teléfono o a saber de dónde me esté llamando… Dios. No me atrevo a mirar los mensajes, porque sé que no me auguran nada bueno. Sólo me aseguro de cargar el teléfono lo suficiente para estar comunicada con Minako y trato de distraerme con la gente que entra y sale y lo que pasan en la pantalla que tengo enfrente. Como no es fin de semana y son horas de colegio no hay niños, pero miro anhelante los juegos, deseando convertirme en uno y zambullirme en la piscina de pelotas por horas, hasta que todos mis problemas desaparezcan.

No creí que mi ruptura con Diamante sería tan dramática. No pensé en ositos y corazones flotando por todas partes, pero joder… esto se salió de lo políticamente correcto. La única referencia que tengo es la que tuve con Darien, y como él ya no me quería, no le costó trabajo que me desechara como kleenex usado de su vida. Era yo la que sostenía las esperanzas de volver, hasta que me resigné. Diamante, en cambio, está despechado, herido y… la verdad, ahora algo enloquecido. Su manera de actuar me está inquietando. Mucho. De pronto pienso en las insinuaciones de Seiya y Mina sobre que él me hubiera golpeado y ya no me parece tan descabellado. Ahora lo sé. Ellos saben algo que yo no. ¿Pero qué es? Tendré que preguntárselos.

El teléfono deja de sonar bastante rato y eso me relaja. El tiempo pasa muy despacio. Voy saliendo del baño y vuelve a vibrar, así que decido bloquear también ése número, cuando detecto que es Mina la que llama.

—Hola Mina —contesto atragantada.

Hay una graciosa inundación que parece tsunami en el baño del piso de arriba y nos han sacado a todos temprano ¿puedes creerlo? —me cuenta de buen humor. Está en la calle, porque se oyen automóviles —. Así que decidí llamarte antes. Puedo invitarte a almorzar. Asumo que estás libre, ¿cierto?

—Sí, sí… ¿dónde estás?

Estoy a dos cuadras del café que me dijiste ahora es tu oficina particular —responde socarrona.

—¡No! Vete de allí. Nos veremos en otro sitio.

¿Eh? ¿Por qué? —pregunta de mala gana. Aun por la línea telefónica, detecto que ha fruncido el ceño.

—¡Por que sí! —grito, consciente de la ansiedad que hay en mi voz—. Sólo aléjate de esa calle. Ve a la avenida sexta, en la esquina hay una tienda de manualidades… te veré ahí.

¡Pero si aborrezco las manualidades! ¿Que voy a hacer ahí? ¿Pintar jarroncitos? —chilla.

—POR FAVOR —grito otra vez. Un chico que vacía un bote de basura me mira espantado, así que bajo la voz. En estos momentos no puedo lidiar con ella y sus rabietas—. Ya te contaré, pero he tenido un problema. Sí, otro…creo que Diamante está ahí y no quiero verlo.

Oh… vale —acepta ella, entre confundida y tensa—. Nos vemos en quince minutos entonces.

—Ciao.

Me la encuentro hojeando una revista de bordado. Parece aburridísima y fuera de lugar.

—Hola.

—Dios, Sere. ¿Ya vas a decirme qué ocurre? Me tienes en ascuas.

—Diamante y yo terminamos. Me pilló en lo del trabajo, y… bueno, me pilló en todo. Sabe que estuve en casa de Seiya. Incluso los detalles más escabrosos del por qué. No lo tomó nada bien.

—Oh, Sere —Mina me abraza brevemente y luego se separa para mirar si estoy completa. No me extraña a estas alturas—. Lo siento… ¿qué te dijo?

Arqueo las cejas con sarcasmo y pestañeo.

—¿Básicamente? Hasta de lo que me voy a morir.

—¡Madre!

—Mina, me he dado cuenta de que cada vez que ignoro mi intuición algo horrible ocurre. Me siento mal y la verdad, a pesar de todo lo que le quise, no volveré ahí.

Mina asiente con convicción.

—Es lo mejor. ¿Dónde están tus cosas? ¿Las dejaste donde Diamante?

—No, las dejé en el café en el que íbamos a vernos, pero ahora sé que Diamante ubicaba perfectamente que me gustaba ir. No podíamos estar charlando allí, pero podemos pasar en un taxi y le diré a Andrew que nos las eche en la cajuela rápidamente.

—¿Qué quieres decir con eso de que las dejaste ahí y...?—pregunta noqueada de tanta información.

—Los dueños son Lita y Andrew. Yo les pedí el favor.

—¡Vaya! —exclama mientras abrimos la puerta de cristal de la mercería y salimos a la calle—. Oye, ¿y quién es Lita?

—Pues es…

No me da tiempo de contestar. Del lado opuesto de la acera (a espaldas de Minako) viene Diamante caminando hacia mí, despidiendo arrogancia y odio por todos los poros. El corazón empieza a latirme muy rápido, se me eriza el vello corporal de todo el cuerpo y la adrenalina se me dispara hasta las nubes, pero de momento, me distrae muchísimo su apariencia. Lleva la misma ropa de ayer, toda arrugada, su cabello está fuera del perfecto lugar de siempre y es claro que no durmió en toda la noche. Dos zurcos oscuros cubren la parte baja de sus párpados. Jamás le había visto así. Pisándole los talones viene Zafiro, con los ojos muy abiertos y consternados.

—¡Serena! ¿Por qué huyes de mí? ¿Por qué te escondes? —me exige arrastrando las palabras. Mina le mira de arriba abajo y guarda prudente distancia. Yo retrocedo un par de pasos defensiva. No quiero que se me acerque.

—Vamos, hermano… déjalo ya —le dice Zafiro a sus espaldas. Lo coge de los hombros como para hacerlo detenerse, pero él se zafa con brusquedad y facilidad al mismo tiempo.

La gente pasa y nos mira con morbo. El miedo inunda mi sistema límbico, pero el que Zafiro y Mina estén en medio me mantiene relativamente tranquila. Sé que no pasará nada extremo. O eso espero.

—¿Y tú por qué me persigues a mí? —le devuelvo en voz alta, intentando deliberadamente desconcertarle—. ¿Estás intentando asustarme?

Funciona. Se queda quieto y sus ojos se ablandan al mirarme.

—No era ésa mi intención —asegura con voz cavernosa. A esta distancia no podría detectar el olor, pero a juzgar por su aspecto, sé que ha estado bebiendo, y mucho—. Sólo quiero hablar contigo…arreglar las cosas...

—Yo no. Por favor vete.

—¡No me iré hasta que me escuches, Serena! —me brama fuera de sí. Dos personas cambian de dirección para no pasar junto a nosotros—. Tú me debes una explicación. Una verdadera. No puedes usarme así como así y luego huir y esconderte como una miserable rata cobarde. ¡¿O éso es lo que eres?!

Mina respinga escandalizada. Zafiro interviene otra vez.

—Vamos, sólo déjala tranquila… ahora no es el momento.

Diamante le mira furioso por encima del hombro, pero no le agrede.

—Zafiro tiene razón —le dice Mina. Apenas abre la boca, enseguida re-dirige su furia hacia ella y la potencializa. La señala con acusación con su dedo índice, y aunque no la insulta, parece querer estrangularla. Trago pesadamente saliva ante la idea de que le haga algo.

—Tú no te metas en lo que no te importa —masculla entredientes.

—Te equivocas, claro que me importa. Y a ti también debería importarte.

Diamante ladea la cabeza en respuesta. No le entiende, pero eso no disminuye ni un ápice el desprecio con el que la mira.

—Esta avenida es muy concurrida. Está llena de bancos y empresas importantes. Asumo que conoces a bastante gente —le explica Mina sin dejarse intimidar, aunque ha perdido el color rosáceo que siempre caracteriza a sus mejillas y le tiembla un poco el labio inferior—. Si haces una escena, habrá personas que empezarán a grabarnos… y estarás en todas las redes sociales haciendo el ridículo. Imagino que afectaría seriamente a tu imagen y a tu compañía. No te conviene ni a ti ni a nosotras. Deja que nos marchemos, ya hablarán después. Cuando las cosas se enfríen…

Parecería un discurso muy sensato, y que cualquier persona cabal aceptaría. Pero Diamante sólo la mira arriba abajo, como si no soportara ni su presencia ni que se atreva a hablarle siquiera, y avanza hacia ella con una peligrosidad que hace que mi temperatura corporal baje súbitamente y se me disparen todos mis sentidos en alerta.

¡No!

—Tú —le sisea —. Siempre tú.

Un brazo se cierne sobre el pecho de Diamante y lo empuja con fuerza en dirección contraria. Se tambalea mucho, pero no se cae al suelo. Apenas me da tiempo de reaccionar y mirar quién ha salido en defensa de mi amiga, pero no me extraña cuando le veo.

—¿Qué demonios crees que haces, Black? —le espeta Yaten colocándose al frente. Mina ha quedado fuera de su alcance y yo suspiro aliviada.

La presencia de Yaten nos ha descolocado momentáneamente a todos, que mira a Diamante con una hostilidad termonuclear. Nadie dice nada ni tampoco nadie se mueve en contra de nadie. Zafiro se revuelve incómodo, quizá hasta apenado, y sutilmente vuelve a tomar del hombro a Diamante para hacer que retroceda aun más. Diamante tras recobrarse, ahora sólo me mira a mí, que he quedado azorrillada y escondida detrás de mis amigos como un maletín olvidado. Cruzo los brazos sobre mi pecho y evito mirarlo a toda costa.

Increíblemente, es Mina quien toma la palabra, pero se dirige sólo a Yaten tomándolo del brazo, posiblemente para apaciguar su testosterona, aunque lo hace con mucha habilidad y dulzura.

—Sólo estaba diciéndole a Diamante y a Zafiro que Serena se quedará con nosotros un tiempo. Para que así ambos piensen las cosas con calma y… nadie se arrepienta de hacer algo que no quiere hacer.

Es brillante.

Espera, ¿qué?

Diamante aprieta la mandíbula, luego apenas sonríe y niega con la cabeza, como si no creyera lo que está pasando. Como si lo hubieran timado con una estupidez tan simple. Está frustrado porque sabe que al menos por hoy, ha perdido.

—Bueno, parece que nosotros nos encargamos de aquí en adelante —le despacha Yaten con frialdad—. Ya puedes irte, Diamante.

Sus ojos me atraviesan, llenos de rencor. No hay ningún sentimiento genuino de querer recuperarme en ellos. Me alegra haberme marchado. Yo miro otra vez hacia otro lado. Todo esto es demasiado, y ya siento que los ojos me escuecen y la garganta se me cierra. Estoy sobrepasada con tantas cosas que han pasado en tan poco tiempo. Ruego que haga caso y se vaya.

—Esto no se ha terminado —me señala desafiante, antes de la darse vuelta e irse. Dios, es como si me hubiera declarado la guerra. Veo que discute un poco más con Zafiro, pero al final se meten en el Audi que está estacionado en la esquina. Debieron seguir a Minako desde cerca del café y de ahí nos siguieron la pista. El coche arranca chirriando y queda fuera de nuestro campo de visión.

Yaten nos mira fijamente, visiblemente más relajado.

—Vale… ¿alguien quiere ya explicarme lo que está pasando?

Mina suspira profundamente como para bajarse la tensión y luego le toma la mano.

—Sí. Pero primero hay que ir por el equipaje de Serena. Está en un café a unas calles de aquí. Luego la llevamos a casa.

Niego rotundamente la cabeza con vehemencia.

—Mina, lo que le dijiste fue muy útil, pero no voy a quedarme con ustedes. Ni hablar. Iré a un hotel o algo así.

—¿Un hotel? —repite arqueando una ceja con incredulidad—. ¿Tienes la mínima idea de lo que cuesta vivir en un hotel en Tokio?

—Tengo algo de ahorros —discuto.

—Ajá, y te durarán lo mismo que a mí una margarita en viernes.

—Me iré con mis padres. No tengo trabajo, así que no importa si no me quedo en la ciudad —rezongo. Sólo pensar en llegar con mis maletas, como una auténtica perdedora y soportando las preguntas de mamá de por qué dejé escapar a la gallina de los huevos de oro que me haría millonaria me sube la bilis a la garganta, pero no tengo alternativa.

Mina y Yaten se miran con reprobación, como si lidiaran con su hija adolescente problemática.

—¿No dijiste que habías llevado a Diamante a conocer a tus padres? Sería el primer lugar al que iría a buscarte. Y ya lo oíste. «¡Esto no se ha terminado!» —le imita con voz ronca y sarcástica. Buen punto. Y casi como si me leyera el pensamiento, agrega—. Lo mismo sería si vas a casa de Seiya.

Mi mente empieza a funcionar a gran velocidad mientras proceso la información. Es verdad. Y además, Diamante deduciría que le dejé específicamente por Seiya y se la tomaría con él. No quiero que lo moleste. Suficiente ha sido ya con involucrarlos a ellos.

—Sabes que es la mejor opción —me dice Mina con seriedad. Instintivamente miro a Yaten, quien asiente con firmeza.

Me rindo.

—Sí… yo… gracias, chicos. De verdad.

Mina y yo estamos solas en su apartamento. Yaten nos dejó allí y se ha vuelto a trabajar. Mi celular vibra sin sonido un par de veces y yo lo silencio con fastidio.

—No te preocupes, Sere. Diamante no sabe donde vivimos y no podrá localizarte.

Me llevo las manos a la cabeza mientras la miro hurgar en el refrigerador por algo de beber. Coge una botella de cerveza y me la ofrece a la distancia. Yo tuerzo el gesto con disgusto. Luego me enseña la botella de un whisky. Yo asiento. Sin duda en estas circunstancias me tienta mucho más.

—Tal vez debería comer algo antes o con el ánimo que me cargo me pondré borracha al primer trago.

—¡Cierto! Con todo el lío no pudimos ir al almorzar. Me parece que queda algo de comida de ayer… a ver…

Mina recalienta una lasaña casera vegetariana y la pone delante de mí mientras su plato gira en el microondas. Se ve inofensiva, pero…

—¿Tú la hiciste? —pregunto cautelosa jugando con el tenedor.

Ella eleva una ceja con ofensa.

—No me gusta tu tono. Y no, no la hice yo —confiesa renuente.

Entonces sí se puede comer. Perfecto. La pruebo y está buenísima. Enseguida empiezo a devorarla con ahínco. Mina se sienta conmigo también.

—Qué rica está —le digo asombrada, con toda la boca llena—. Con razón te casaste con él.

—Sí, eso ayudó —sonríe con timidez.

—Hay algo que no entiendo. ¿Cómo supo Yaten dónde estábamos? Literal fue como si se apareciera de la nada.

Mina se muerde el labio inferior, pero lo disimula masticando su bocado. Luego habla en voz baja.

—Apenas colgué contigo por teléfono le avisé. Le dije que tenías un problema con Diamante e iría a verte, y le pedí que me acompañara. Las oficinas de la constructora están cerca de ahí. No le tomó mucho llegar.

Me le quedo viendo impávida.

—¿Qué pasa? —pregunta desconcertada por mi reacción.

—¿Le contaste a Yaten de mis problemas con Diamante?

—¡No! Bueno, no todo. Lo de tu jefe no —aclara ruborizada. Luego hace un puchero de niña mimada. El puchero patentado de Minako Aino—. Perdón, Sere. Pero es que sencillamente me es imposible ocultarle las cosas y quería que estuviese ahí respaldándonos, por si algo malo ocurría…

—Pareciera una profecía auto-cumplida —bufo—. Esto no es Durmiendo con el enemigo de Julia Roberts.

—Tampoco Mujer Bonita, créeme.

Su respuesta me noquea.

—¿Qué es lo que me has estado ocultando? —le pregunto con sequedad.

Mina se queda callada e insiste en que comamos antes. Luego sirve dos whiskys y nos vamos a sentar a la sala. Estoy nerviosa por qué es lo que al fin va a contarme.

Ella cruza las piernas en posición de flor de loto, para mirarme de frente.

—Supongo que recuerdas que hace mucho, Zafiro y yo salimos juntos.

Arrugo la frente porque su inicio de la historia no va por donde esperaba.

—Sí, aunque dijiste que no fue nada serio. Que él no te gustaba...

Sus labios forman una sonrisa culpable.

—Eso en parte no es cierto.

—¿Cómo?

—Es cierto que no me gustaba lo suficiente, pero no es cierto que lo rechacé por eso. De hecho me parecía guapo y simpático. No fue por él. Fue por Diamante.

Abro los ojos desmesuradamente. Mina prosigue.

—Sólo salí con Zafiro un par de veces. Nuestra primera cita fue un absoluto fiasco. Mi mente estaba totalmente en otra parte —narra mirando hacia arriba de vez en cuando, como para recordar—. La segunda vez que nos vimos él propuso hacer una cita doble, imagino que para que pudiéramos relajarnos más y ver si esa táctica funcionaba para conocernos mejor. Así que fuimos a cenar con Diamante, y con el que en ése momento era su novia: Reika Nishimura.

Me muerdo una uña. Diamante me dijo claramente que tenía muchísimo tiempo de no estar con una mujer. Fue una de sus excusas para decirme que no sabía tratarme y lo perdonara por cometer sus errores. Lo recuerdo bien. Bueno. Gran descubrimiento. Era mentira.

—Fuimos a uno de ésos restaurantes exclusivos que conoce a Diamante. Ya sabes cómo es él. Reika era muy linda, pero más callada que un muerto y todo el tiempo parecía aprensiva, como si cualquier cosa que fuera a hacer o decir estuviera mal. Y ya me conoces… no soporto nada menos que una conversación aburrida. Logré sacarle un poquito, era maestra de una primaria y un par de nimiedades más que no recuerdo. Como ya te dije, Zafiro no me atraía tanto, así que durante toda la noche me fijé más en ellos que en mi cita.

Le doy un trago a mi whisky. El líquido es caliente y me adormece la garganta de modo agradable. Mina hace lo mismo, aunque se me hace eterna su pausa.

—Diamante no le dijo nada en particular… pero era el modo en que la miraba —Mina entrecierra sus ojos, como tratando de rememorar cada detalle de ésa noche—, al principio pensé que era algo súper romántico. Quién no quiere que tu novio no te quite la vista de encima, ¿verdad? Pero luego empezó a parecerme inquietante. No la veía con admiración o afecto… era más como un vigilante. Un acechador.

Retengo la respiración. Mina continúa.

—El caso es que cuando el camarero nos trajo los platos olvidó que Reika había pedido su ensalada sin nueces. Era alérgica. El chico se puso como un tomate… tendría dieciocho años, máximo. ¡Un crío! Ella le sonrió y le dijo que no pasaba nada… creo que para que no se sintiera mal de haberla embarrado.

Parece una plática normal, pero sé que tarde o temprano algo no irá bien, así que aguardo impacientemente.

—¿Qué pasó? —pregunto.

—Aparentemente nada. Pero en una distracción mía, mientras Zafiro y yo intentábamos filtrear ellos se levantaron sin previo aviso. El vino se me subió, no estoy acostumbrada a ésos vinos caros. Fui al baño a refrescarme y cuando venía de regreso los vi afuera del restaurante. Estaban discutiendo muy fuerte —dice con un punto de ansiedad en su voz—.Yo me quedé ahí, como tonta, mirando como él le gritaba como si hubiera cometido el peor pecado del mundo. Ella lloraba desconsolada y se tapaba la cara con las manos. Creo que pensó que estaba coqueteando con el camarero.

—¡Es absurdo! —salto.

Ella se encoje de hombros.

—Lo peor es que nadie se metió. Las hostess, el valet, todos miraban pero hacían como que no pasaba nada. Nadie la ayudó. Imagino que nadie querría perder un cliente tan importante como Diamante Black.

Abro la boca anonadada. Recuerdo cuando fuimos a Les Fleurs, ese lugar donde me llevó en mi cumpleaños. ¿Sería el mismo sitio?

Mina interrumpe mis pensamientos oscuros.

—Otro problema de que se te suban las copas es que haces cosas estúpidas, yo lo hice —admite Mina en un susurro —. Me acerqué a ellos y le pregunté a Reika si estaba bien. Me miró aterrada. Como si en vez de ayudarla la estuviera condenando. Diamante me echó una mirada que me dejó helada y me dijo que no me metiera (¿te suena?), no pude hacer ni decir más. Estoy segura que me detesta desde entonces, porque me di cuenta de quién era él realmente. Se expuso ante mí.

—¿Qué pasó con Reika? —pregunto anhelante.

—La metió en el coche a jaloneos y se marcharon. Estaba mareada por la impresión y el vino, y a pesar de los vidrios polarizados creo haber distinguido que antes de arrancar le dio una cachetada.

—¡No! —casi grito.

Mina asiente trágicamente, y se termina su whisky de un trago. Yo me muerdo la mejilla interna. No puedo creerlo. No quiero creerlo.

De pronto me veo en el vestidor, siendo empujada por él y obligándome a llevar el puto vestido de abuela. Y… ya no me parece coincidencia.

Dios… ¿cuánto tiempo hubiera pasado para que se convirtiera en el que fue con Reika? ¿habría sido conmigo diferente?

—Entenderás que lo que menos quería, era emparejarme con un Black —dice con un dejo de ironía—. No creo que Zafiro sea malo, pero Diamante ejerce mucha influencia sobre él. Y… él lo mira y lo sigue como si fuera lo máximo del mundo. Y ya sabes lo que dicen, te casas también con familia… así que aunque siguió buscándome, no volví a verlo. Le di algún pretexto cliché que ya no me acuerdo y así acabó todo. A las pocas semanas yo y Yaten comenzamos a salir y el resto de la historia ya la conoces.

Pero sé que hay más. Debe haberlo. Mina sabe que no he quedado conforme.

—Cuando conocí a Diamante ya no estaba con Reika… ¿sabes qué pasó?

—Sí. La terca de tu amiga se quedó demasiado preocupada por ella, así que un día que salí temprano del trabajo fui a la primaria donde me dijo que enseñaba. Claro que temblaba como una hoja la pobre, tenía miedo que yo divulgara algo. Le prometí que su secreto estaría a salvo conmigo y la convencí de invitarle un café. Charlamos muy poco, quizá poco menos de una hora. Dijo que Diamante y ella tenían poco menos de un año juntos. Que había sido un sueño con ella al principio, le regalaba flores, le hacía de cenar y la llevaba a bailar. En palabras suyas: «Era el novio perfecto».

Trago saliva dificultosamente. Las similitudes me empiezan a caer en la cabeza como rocas, y presiento que quedaré lapidada en ellas.

—Pero que poco a poco fue cambiando con ella. Le molestaba como se vestía, él no le agradaba a sus padres y entonces la convenció de irse de su casa. Tampoco le agradaban los pocos amigos que ella tenía, así que dejó de verlos. La celaba muchísimo. Quería que dejara su trabajo porque no le convenía. Estaba convencido que ella no había olvidado a su ex novio, o bueno, un chico con el que ella solía salir. Era algo extraño, porque a pesar de que al contármelo, Reika reconocía que todo lo que Diamante hacía estaba mal, también lo justificaba. «Es que yo soy muy olvidadiza, no es que él me mida el tiempo.» «Yo me vestía con pura ropa del supermercado, él quería que fuera más refinada, no está mal, ¿o sí?» Y comentarios así.

Santo cielo…

—¿Pudiste darle algo de claridad?

—Eso creo. No la forcé a nada, sé que las cosas no funcionan así. Sólo le di el contacto de una conocida que participaba en una fundación de apoyo a mujeres en situaciones así. Imagino que fue allí y le dieron más luz, porque felizmente sí terminó con Diamante, pero mi contacto me dijo que tuvo que mudarse de Tokio.

Me llevo las manos a la cabeza y me recargo así un buen rato. Mina ha vuelto a servir dos whiskys y me espera hasta que los pensamientos de me ordenan. Entonces ahí está, un eslabón perdido que no había considerado. Mi instinto de investigadora me llama diciéndome que me estoy perdiendo de algo relevante.

—Reika era maestra de primaria. Vestía ropa del supermercado. Vivía con sus padres aún. No era precisamente el tipo de mujer que estaría en el círculo selecto de Diamante —le digo a Mina sospechosamente.

La voz de Mina sube unas cuantas octavas.

—¿No imaginas quién pudo habérsela presentado?

Ay, no…

—Seiya —resuelvo acongojada.

Mina hace un gesto desagradable que le afea su bonita cara.

—Bingo. Ellos eran amigos en la universidad, mientras Seiya aun estudiaba.

Enseguida me asaltan millones de preguntas. ¿Cuánto tiempo salieron? ¿Por qué terminaron? ¿Habrán seguido viéndose? Pero la más cruel de todas es sin duda: ¿Él la quería?

¿La quiere aún? No, no, no puede ser. Y yo que me preocupaba por Michiru, a quien ni siquiera le gustan los chicos, y detrás había una sombra mucho más grande que esa.

Mina tiene piedad y se compadece en aclararme aquello antes de que ignore mi orgullo y se lo pregunte directamente.

—Pero ya conoces a Seiya, tiene problemas con... digamos, establecerse —confiesa sonriendo incómoda —. Así que nunca formalizaron. Desconozco como se reencontraron ellos luego que Seiya dejó la universidad, pero imagino que en una de sus típicas salidas en grupo Seiya llevó a Reika con él, y ahí conoció a Diamante.

Creo que le desconcierta ver la cara que se me ha quedado, porque pregunta:

—Te suena familiar la historia, ¿no?

—Demasiado…

—¿Alguna teoría, señorita periodista?

Me he quedado alucinada, pero carraspeo para darle una respuesta.

—Pues a simple vista parece que el caballero… no, el príncipe en armadura brillante la salvó del chico malo que probablemente la lastimó, porque no quiso nada con ella —Joder, no puedo creer que esté hablando de mí—. Y también podría ser simplemente un hijo de puta que se metió con la chica de su amigo a posta.

Ella chasquea sonoramente la lengua como única opinión, y le da otro trago al whisky.

—La pregunta sería… ¿por qué? —digo yo.

—Yo no sé. Pero en las palabras textuales de Yaten cuando se lo conté, él sólo dijo: «Ese psicópata siempre ha estado obsesionado con mi hermano».

Uuuufff.

Independientemente de las revelaciones que acabo de recibir, me pone demasiado triste descubrir la realidad. Ya sé (y repito, ya sé) que yo no consideraba a Diamante el amor de mi vida, ni mucho menos. Pero traté que lo fuera. Y el saber que todas ésas galanterías, ésas muestras de conquista y apertura de sentimientos (incluyendo su solitaria infancia) no eran más que parte del mismo plan macabro que seguía para tener a una chica como yo, —ingenua, sola y rechazada por el mismo hombre— comiendo de la palma de su mano me parte el alma. Derramo unas cuantas lágrimas, mientras sigo tomándome el whisky, simulando que ahogo mis penas en él.

Mina me acaricia el pelo.

—Grandísima idiota que soy.

—No lo eres. Pensar así sólo hace que tipos como Black abunden en demasía. Estarás bien, Sere… y encontrás a alguien que sí te ame y te respete. Lo importante es que te fuiste antes de que te pasara algo peor. No llegó a pegarte, ¿o sí?

—No. Pero tampoco le importó una mierda que Shiho lo hiciera. Supongo que entre los de su calaña se cubren las espaldas.

—Qué siniestro. Lo siento mucho…

La miro con recriminación.

—¿En serio? ¿Y se puede saber por qué no me lo dijiste?

Mina me suelta y me mira con sus ojos celestes y vidriosos de muñeca llenos de indulgencia.

—El que no te lo dijera no quiere decir que no estuviera cuidando de ti —me calma suavemente—. Diamante sabía que yo sabía de su pasado turbio, y seguro también supo que hablé con su ex novia. Sabía que yo siempre estaría protegiéndote. Y no sólo yo. También Seiya.

—¿Seiya? —me enderezo casi volcando el vaso.

—Claro. ¿Crees que simplemente le dejó que te llevara con él a vivir? No, cariño. Le advirtió que si te hacía daño, se las vería con él. Desde entonces no son amigos.

«Quizá nunca lo fuimos» había dicho Seiya. ¡Era por eso!

Mi corazón salta como una estúpida rana entre los charcos, feliz en un día de lluvia. Oh, Seiya… como quisiera que estuvieras aquí.

Trato de disimular mi emoción, y vuelvo a ver a Mina con una profundo reproche. Realmente me enfada y me ofende mucho que me lo haya ocultado. Seiya y yo no éramos nada, ¿pero ella? Se supone que es mi mejor amiga.

—Aun así Minako, debiste decirme la verdad y advertirme sobre él. ¡Tú misma viste que era algo serio!

Mina me mira con expresión impasible.

—Para cuando me contaste de lo tuyo con Diamante me di cuenta que ya se te había metido hasta por los ojos, por como lo veías y hablabas de él. Supe que no tenía sentido decírtelo. Él te convencería que yo estaba celosa de ti, o la porquería que se le ocurriera para manipularte. ¿Acaso no intentó alejarme de ti? Seguro que sí.

Entonces retrocedo unas páginas. Su manera de hablar de ella, insinuando que necesitaba otras amigas o enojándose cuando yo la veía. En cierta forma, sí, pero…

—¿Cómo podrías pensar que yo sería tan ingenua? —le reclamo —. ¡Yo te habría creído a ti!

—No me creíste lo de Darien.

Me quedo sin palabras. Siento como si me hubiera echado una cubeta con hielos encima. Tenía tanto de no escuchar ese nombre de otra parte que no fueran mis pensamientos y he quedado paralizada. ¿Qué?

—Eso… eso no…

—Sí, eso es exactamente lo mismo —ataja Mina con dureza para callarme. Luego me mira y se ruboriza, quizá arrepentida de que se le haya ido la lengua. Me coge las manos rápidamente—. Amiga, no eres ingenua, pero… eres muy idealista y soñadora cuando te enamoras. Idealizaste a Darien. Lo tenías en un pedestal e ignorabas el elefante en la habitación simplemente mirando a otro lado.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando los únicos problemas que teníamos era el acné y entender el trinomio cuadrado perfecto, Mina y yo nos hicimos una promesa. Además de ser amigas para siempre, nos hicimos jurar que una siempre sería honesta con la otra en las cagadas que cometiéramos con los chicos. En aquello que nos hiciera mal y no tuviéramos las agallas de enfrentar. Como no podíamos beber alcohol, sellamos nuestro pacto con dos malteadas de chocolate con crema en una cafetería que ya no existe. Parecerá una niñería, pero para nosotras era cosa muy seria.

En la etapa en la que mi relación con Darien ya era un barco que se hundía por los agujeros que tenía en todas partes, Mina habló conmigo. Había acudido a un club nocturno con alguno de sus ligues universitarios, y a tres mesas de distancia estaba nada más y nada menos que mi novio, el que decía no le gustaban esos lugares y amarme mucho, intercambiándose saliva de lengua a lengua con una pelinegra espectacular.

Ya había yo hablado de mis inseguridades con Darien. La manera en la que él había cambiado conmigo, pasó de escuchar mis problemas a criticar cada cosa que yo hacía, como si ser sólo yo estuviera mal. Rompía mis besos o rara vez me tomaba de la mano. Se "olvidó" de nuestro aniversario. Ya nunca hablábamos por teléfono a no ser que yo lo llamara y lo veía cada vez menos. Suponía que tenía mucho trabajo. Que tenía algún problema que yo, la patosa Serena de veintiún años, no podía entender o resolver a un hombre como él. Que yo era muy aburrida. Pero jamás pensé que fuera otra mujer. No quería creerlo. Porque podía competir contra cualquier cosa, menos con otra chica que aun sin conocerla, sabía de ante mano que sería mejor que yo. Me cerré a esa posibilidad e hice oídos sordos, le dije que estaba loca, que había visto mal y no opinara sobre una relación monógama cuando ella era una coqueta incorregible.

Darien terminó conmigo poco después de eso.

Y claro, ahora estaba muy, muy arrepentida y avergonzada de pensar así. Cuando los hechos hablaron por sí solos yo le pedí perdón a Mina y volvimos a ser las de siempre.

—Mina, eso fue…bueno, fue un malentendido —me excuso torpemente.

Mina abre la boca indignada.

—¡Me dejaste de hablar un mes! —espeta dolida —. Callé porque si Diamante te alejaba de mí, él ganaba. ¡No quería perder a mi mejor amiga y dejarte en su mano!

Cierro los ojos con pesadez.

—Lo sé. Lo siento.

Ella sacude la cabeza.

—No, está bien, yo...

La puerta se abre. Yaten vuelve y pasamos en un segundo a hablar de cosas menos comprometidas.

—¿Todo bien? —pregunta poniendo una mano en el hombro de Mina. Ella lo coge con la suya, se acurruca ahí y le da un beso en los nudillos.

—Sólo nos poníamos al día.

—Con whisky —señala en tono de broma.

—Sin alcohol la plática no sabe igual.

Mi teléfono empieza a vibrar otra vez.

—Seguro que es él —murmuro agriamente. ¿Cuántos teléfonos puede conseguir para atosigarme? Deberé cambiar yo el mío lo antes posible.

Mina, decidida, toma mi celular, pero entonces inesperadamente se lo extiende a Yaten.

—Contesta tú.

—¿Yo? ¿Por qué? —salta, como arisco.

—¡Rápido, antes de que cuelgue! —lo agita enfrente suyo.

Yaten gruñe y se lo quita.

—¿Diga? —dice en un tono súper formal. Luego de segundos, sus ojos se posan en mí —. Sí… así es. ¿Quién es? Mmm...aguarda.

Mi ritmo cardíaco se acelera. No es Diamante. ¿Pero quién es?

Yaten me extiende el teléfono.

—Es una chica que quiere hablar contigo. Dice que se llama Molly.

.

.

.


Notas:

Lo sé, soy maravillosamente eficiente jajaja UwU. Pero a partir de aquí ya ando medio perdida así que no esperen una actualización igual de rápida.

Dato cultural: La Reika mencionada es la que era la novia de Andrew/Motoki en el anime. (le pusieron Wanda pero, ew, qué feo nombre, así que usé el japonés) Por si les interesaba imaginársela. :D

¿qué les pareció la revelación de Diamante? ¿hay muchos corazones rotos por aquí? Creo que fue claro en todos los capítulos que algo no cuadraba al 100% con él, que algo escondía. Sé que aun hay misterios, como su amistad con Seiya, pero no os desespereís y disfruteís de la intriga.
En otros asuntos, ¡Serena tiene nuevos roomies! Whooo jajajaja… ¿qué le aguardará ahora? Este fic es buen incentivo para que se apliquen a comprarse su propia casa, ¿a que sí? XD

XOXO,

Kay