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"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
(POV Serena)
27. Acuerdos
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Sé lo que me espera al llegar dos horas tarde al apartamento. Apenas giro el cerrojo veo a Seiya está parado en la entrada, lívido y probablemente asustado. Eso hace que sienta un poco de pena por él, pero no lo demuestro. Me recorre de pies a cabeza, como si quisiera asegurarse de que estoy de una pieza.
—¿Estás bien?
—Ajá.
Su rostro entonces se torna furioso, y empieza a despotricar sus reclamos:
—¿Por qué no atiendes el móvil? ¡Te he llamado un millón de veces! —me grita y manotea —. He llamado a Andrew y me ha dicho que saliste pitando del café. ¡Estaba preocupado!
Dejo caer las llaves sobre la encimera de la cocina. Han quedado justo al lado de las suyas. Mi llavero de luna, y el suyo de estrella, prácticamente se tocan formando el conocido eclipse. Dos astros que son uno solo. Nada más equivocado. Mi pecho duele con eso, no sé por qué. No sé por qué ha hecho lo que hizo. Por qué me ha mentido.
—¿Y bien? ¿Dónde has est…? —empieza a decir con mirada retadora, pero yo coloco una mano al frente. Seiya se corta, descolocado por mi acción. Bienvenido a mi mundo Kou, así se siente.
—Tenemos que hablar —siseo, y le lanzo una mirada glacial. Implacable.
Nunca he visto que Seiya se intimide por nadie. Pero podría jurar que ahora se siente algo intimidado por mí. Ha abierto la boca y se balancea, como sin saber qué hacer. No obstante, una vez que suele asimilar las situaciones su reflejo de defensa es siempre hacer la comedia. No sabe en el embrollo en el que ésta.
—Uau, ¿y eso? ¿Estoy en problemas? —pregunta, y levanta ambas manos como si estuviera bajo arresto. La ironía.
—¿Honestamente? No lo sé.
Él se queda atónito. No sólo lo he cogido por sorpresa de nuevo si no que por mi totalmente opuesta actitud a la de la mañana, realmente parece tener temor. No de mí, si no de lo que diré.
Y por algo es.
—¿Qué pasa? —pregunta.
Me quito la chaqueta, la cuelgo en el perchero y luego lo confronto tomando aire.
—Exactamente, ¿en qué momento pensaste que lo que le hiciste a Shiho no tendría consecuencias? Si es que lo pensaste siquiera.
Da un paso atrás, como si le hubiera dado un buen empujón. Seiya baja la mirada, sin saber qué decir. Se pasa las manos por la frente y luego se apoya con una en uno de los taburetes altos de la encimera. Es como si ya esperara que llegase este momento y lo estuviera reprimiendo, lo cuál me enfada aun más.
—¡Contéstame! —le exijo. No quiero salirme de mis casillas, pero sé que será imposible con un problema de esta magnitud.
Se toma su tiempo.
—No pensé en las consecuencias —dice sin dignarse a mirarme aún. Su mano derecha forma un puño con fuerza —. Y francamente tampoco me importan. No me arrepiento.
—¡¿Qué?! —consigo decir, a pesar de que estoy horrorizada.
—¡Que no me arrepiento! ¡Lo volvería a hacer si pudiera, y ésta vez llevaría un hacha conmigo! —brama, haciendo vibrar todo el lugar con sus gritos.
Me quedo de piedra ante su arrogancia. No puedo creerlo.
—No, n-no lo dices en serio —tartamudeo.
No dice nada, así que continuo echándole la bronca. Una parte de mí cree que estoy siendo demasiado dura con él, pero me ha mentido en algo importantísimo y se lo tiene bien ganado. O eso es lo que me dice el sentido común. Mi corazón, por supuesto, ya empieza a quejarse que me le eche a los brazos como una doncella recién rescatada, pues es obvio que lo que ha hecho, malo o bueno, lo ha hecho por mí.
Pero no, mi terror de que esto le afecte puede más que mis fantasías locas.
Doy un paso hacia él manoteando.
—¿Qué hiciste, idiota? ¿¡Lo mataste!?
—¡Claro que no! ¡Matarlo sería hacerle un favor! —ruge lleno de indignación, y así detiene mis peores pensamientos. Mis peores miedos.
Cierro los ojos y me obligo a inhalar y exhalar. Bueno, al menos puede que esto no sea tan terrible. Puede que podamos librarlo. Tal vez.
—¿Qué le hiciste?
—Nada que no se mereciera —espeta con desdén, y me rehuye la mirada girándose. Se recarga con ambos brazos sobre la encimera y baja la cabeza, a la par que la voz —. Si ése chiquillo idiota de la mensajería no hubiera entrado por accidente, habría acabado con él.
—¡No, no te corresponde hacer eso! —intento ser razonable, aunque me escuche como una desquiciada.
Seiya me mira con los ojos rojos y la mandíbula apretada. Por su parte, a mí me empieza a doler la cabeza. Me palpita dolorosamente. No fue buena idea pasearme por la ciudad en círculos sin haber comido nada desde el desayuno, y ahora estar pegando alaridos con él y descubriendo esqueletos y misterios cada vez más y más horrendos.
Seiya adopta una postura erguida y desafiante, aunque se le entrecorta la voz.
—¿Sabes qué estaba haciendo esa basura miserable cuando le encontré en su oficina? —me pregunta despacio y bajito, lo cuál hace que se me dispare la adrenalina ante lo que se avecina a revelar —. Estaba limpiando. Refregando y echando lejía por todas partes. Borrando evidencias. Huellas. Sangre. La tuya o la de él. No sé. Vaciando cajones para huir como la rata de mierda que es. Cuando traté de coaccionarle para confesar, no se le movió ni un pelo. Se rió. Me dijo que lo único que lamentaba era haber estado tan ebrio aquél día, porque de no haberlo estado, las cosas habrían sido diferentes. Que hasta lo habrías disfrutado y regresado a rogarle por más. Dijo cosas asquerosas de ti. Me provocó. Así que sí, le hice mierda la cara hasta que se le hinchó como a un sapo y tosió en la alfombra su puta sangre. Ah, y un diente. O dos, no me acuerdo. No me jacto de haber hecho lo correcto, pero hice algo. ¿Y a ti te preocupa si le he matado? ¡El mundo estaría mejor sin ésa puta escoria! —me recrimina otra vez a los gritos.
Dios mío...
—¡No es por eso! ¡Es porque las cosas no se deben hacer así, tú no eres así! —le grito con voz rota y sin aire, como si acabara de correr un maratón.
Se lleva las manos a la cabeza y se revuelve el pelo con desesperación. Las venas de la frente se le empiezan a saltar y si no me equivoco, está a punto de romper algo, así que guardo mi distancia.
—¡Hice lo que ésos inútiles de la policía no han hecho! ¡No me vengas con cómo se deben hacer las cosas porque si tú me hubieses hecho caso, y hubiéramos ido a la estación ésa misma noche lo habrían atrapado de a una! ¡Pero no lo hiciste, y…!
Mi miedo se esfuma y aflora la ira.
—¿¡Pero qué carajos me intentas decir con éso?! ¡¿Que fue mi culpa?! —le acuso, señalándome el pecho con agresividad —. ¡¿Vas a ponerte a su altura?!
Sus ojos emanan dolor.
—¡No! ¡Nunca! ¡Mierda, deja de decirme eso! —gritonea fuera de sí, y vuelve a pasarse las manos por la cara, como si quisiera arrancarse la piel a tiras.
Oh, Dios. No pensé que llegaríamos a esto. No creí que charlaríamos como duque y duquesa tomando el té, pero esto es horrible. No lo soporto.
Pero lo peor, es que se me revuelve el estómago al verlo quebrarse ante mis ojos. No le miro el rostro, por lo que no sé si está sollozando o maldiciendo o qué… pero parece totalmente abatido con lo que he dicho. Y no era como yo quería verlo. Quería verlo arrepentido por mentirme, creo, y por meterse en un grave lío, pero ya no estoy segura ni de eso. No sé ni qué esperaba sentir al echarle en cara lo que Setsuna me contó. Sólo quería que nos dijéramos la verdad. Hacerle saber que fue una estupidez y pensar en una solución, en el peor escenario posible. Al menos pensando que ahora estamos juntos… corrección, ya no sé ni siquiera si después de esto lo estemos. No podemos sostener una conversación normal sin comportarnos como dos cabras.
Así que por el ejemplo se empieza. Trago saliva, inhalo y exhalo (otra vez) y trato de entablar una conversación calmada con él, aunque en el fondo sé que quizá no pueda. Conociéndole, es probable que salga huyendo al bar más cercano y no le vea hasta mañana. O pasado.
—¿Qué pasó después? —le pregunto acercándome de nuevo, pero no tanto.
Tarda mucho en contestar.
—No pasó nada, ése niño entró y se me escapó antes que pudiera atraparle. Ya no lo vi. Debió salir por alguna puerta que no era la del camino que yo hice.
Claro, las escaleras de emergencia. Por eso es que nadie le volvió a ver. Debió escabullirse por el estacionamiento y luego a la calle de atrás. Recuerdo que por ahí escapé yo también…
Trato de ignorar el enorme vacío que me engulle con las imágenes de mis recuerdos, y suspiro.
—Me has malentendido —le digo negando con la cabeza —. No digo que no lo mereciera, yo misma me he imaginado haciéndole un montón de cosas retorcidas si lo tuviera a mi merced, pero Seiya… tú no eres su verdugo. Nadie lo es. No somos como él. Escoria, como bien dices. No sabes qué hiciste. Había cámaras. Setsuna tiene razón, dijo que te involucraste en un problema que ni siquiera es tuyo y…
Parece que le dije la peor aberración posible escrita hasta ahora. El fuego de su rabia se enciende como mechero y su cuerpo se sacude mientras me ladra:
—¡"Setsuna" no sabe ni una mierda de ti ni de mí! ¿No es mi problema? ¿Ah, que no? ¡Tú no te viste como estabas ése día, Bombón! ¡Yo sí! ¡Tú acudiste a mí, a nadie más! ¡Soy yo el que tiró ése vestido manchado de sangre y hecho trizas! ¡Soy yo el que te calma cuando te pones mal! ¡Soy yo el que nota cómo te repliegas a mí para que nadie te toque! ¡Soy yo el que ve las ojeras, el que te ve llorar diario a escondidas! ¡Carajo! ¿Cómo diablos no va a ser mi problema, cuando ése bastardo malnacido le hizo tanto daño a lo que más me importa en el mundo? ¡DÍMELO!
Y acto seguido, tal como predije, Seiya coge un jarrón de cuadros blanco y negro donde usualmente tiene monedas sueltas, chucherías y los juegos extras de llaves —lo primero que tiene a mano—, y lo estampa contra uno de los anaqueles de la cocina. Hace un ruido estruendoso y se hace mil pedazos que vuelan en todas direcciones, pero yo ni siquiera me sobresalto.
Porque mi cerebro se ha quedado prendado de una cosa en concreto. Siento que necesito una eternidad para procesar aquella última una oración. Una única oración que ha hecho que mi órbita normal deje de girar. Estoy deambulando como satélite sin planeta en una nebulosa, incapaz de entenderlo. De creerlo. Entonces nuestras miradas se cruzan, casi del mismo azul, dejando que las implicaciones de ésa frase tan extraordinaria resuenen en el aire.
Ya no tiene los ojos enfurecidos, pero sí vidriosos. Es como si no terminara de asimilar lo que él mismo acaba de decir. No lo culpo, ni yo misma lo hago, pese a que sienta exactamente lo mismo.
Sus palabras son las más preciosas, pero también atemorizantes. Confusas. Todo lo es así siempre entre nosotros. Y por raro que parezca, se me ha pasado el enfado casi del todo en cuestión de segundos. Admito que el control que tiene sobre mí es preocupante.
Pero como puede que esté tan chiflada como él, no puedo evitar acercarme hasta que estamos a centímetros de distancia, y tomar su rostro con ambas manos.
—Tú también eres lo que más me importa en el mundo.
Seiya separa sus labios en una expresión de auténtico asombro, y suaviza aun más su mirada hasta que se torna pacífica. Da la impresión que va a sonreír, pero al final no lo hace, pues se muerde fuerte el labio inferior. Lleva su mano hasta mi muñeca mientras me escudriña con sus ojos. Debatiéndose, pero no sé de qué. Yo no le quito los míos de encima desde mi baja altura. Aquí estamos. Nos balanceamos sobre la fina línea que separa el amor del odio luego de una típica discusión de amantes disfuncionales. La calma después de la tempestad. Me resulta extraño y atrayente.
—Así que debes saber lo que podría hacerme, el ver a la persona que más me importa en el mundo ir a prisión por algo que no lo vale —prosigo lentamente —. Eso me devastaría.
Desgraciadamente, mis palabras hacen que la tensión pueda volver a cortarse con un cuchillo, aunque sí que hemos bajado mucho las revoluciones. No me ha soltado y me mira casi con ternura.
—Para eso tendría que acusarme. Y eso sería prácticamente entregarse a la justicia como carnada fácil —asegura Seiya con desdén, y arquea ambas cejas —. Y si eso me cuesta unos… ¿qué? ¿dos o tres años? Los pagaré gustoso. No me importa.
—¡No! —grito angustiada.
—Sí —discrepa calmado.
—¿Y qué hay de mí? —le pregunto ahora furiosa, tironeando su camiseta desesperada para que me escuche. Ahora sí estoy al borde del llanto —. ¿No te importa lo que yo sienta con éso? Eso no es justicia. ¡Eso es crueldad! ¡Egoísmo! ¿Prefieres hacerme una desgraciada que feliz con una estúpida venganza?
Doy en el clavo. Sus ojos se abren de par en par y me más acerca hacia él.
—No, no quiero eso.
Es todo lo que necesito saber. Y como no sé qué más decir, no puedo evitar cogerle del rostro y besarle. Es agridulce. Es un hecho, estoy tan desenchufada como él, pero no soporto estar lejos suyo, y necesito demostrarlo para que me entienda el dolor que me significaría perderle.
Me pesca la cintura y el sabor familiar de su boca cuando la abre y su lengua enroscándose en la mía me tranquiliza y me pone a mil, como siempre. Ahora más. Quizá no fue la manera más poética de decirlo, todo fue demasiado intenso y diría que hasta agresivo, pero me ha dicho una de las cosas que siempre quise escuchar de él. No hay nadie ni habrá otra más importante que yo. ¿Me ama? No lo sé. Pero si no, este es el inicio. Apostaría mi alma a que sí. Por un momento pensé que no podríamos continuar, pero con lo que ha dicho todo lo ha cambiado. Esto puede incluso hacernos más fuertes. Me siento mejor con mi aparente insensata decisión de seguir aquí, yendo paso a paso hacia mi recompensa soñada, que me deje ser parte de su vida, pese a que me haya mentido. Lo que me ha confesado pesa mucho más.
Nos separamos sólo lo suficiente para hablar.
—Lo siento, Bombón —jadea—. Yo quería decírtelo. Ése día del bar… y antes. Muchas veces. No quise empeorar las cosas. Sólo…
—Ssshhh —le callo poniendo un dedo en sus labios, que están rosados por mi contacto —. Lo hecho, hecho está. Lo solucionaremos. Espero. Tendremos que hablar con un abogado para asegurarnos de eso. ¿Entiendes?
Seiya resopla.
—Dime que entiendes —le ordeno mirándolo con severidad.
Asiente, aunque a regañadientes.
—Pensé que…—empieza, y se detiene.
—¿Qué?
—Es que pensé que volverías a marcharte —susurra tímido, y noto miedo en su voz. Vaya. Le tomo el rostro de nuevo para que me mire.
—No hagas que me arrepienta —sonrío, aunque sé que miento. Lo cierto es que no he tenido elección desde que lo conocí. Soy suya desde la primera vez que nos besamos en esta misma vieja cocina. Nunca creí que pasarían tantas cosas desde entonces.
—No lo haré —me promete, y me besa profundamente. La sensación de la pelea seguida por las endorfinas de la reconciliación es alucinante en mi cuerpo. Ahora no juzgo a a ésas parejas tóxicas que rompen y vuelven mil veces—. Pero aun así… yo… espero que no cambies de opinión —me confiesa inseguro, cuando me deja de besar.
Él cree que tengo la sartén por el mango, pero no es así. Con él nunca lo tengo.
Le sonrío con cariño.
—No te dejaré a no ser que me des un motivo.
—¿Cómo qué?
—Como mentirme de nuevo. O lastimarme.
—Jamás te lastimaría. No a propósito, al menos —se apresura a decir, y me abraza con fuerza. Yo lo envuelvo con mis brazos.
Contra el refugio cálido de su pecho cierro los ojos y murmuro:
—Lo sé…
No, no lo sé. Pero espero lo mejor.
Desde aquél acuerdo extraño han pasado entonces cuatro días de calma absoluta. Luego de pedir opiniones diversas por ser naturalmente indecisa, he decidido que aceptaré la propuesta de Setsuna. Mi padre ha terminado por convencerme. Es una oportunidad única y merezco un poco de reconocimiento fortuito en esta joda llamada vida.
Es el último día de octubre, domingo por la noche. Mañana debo estar en la oficina central de Star Publishment a las nueve en punto y estoy muy nerviosa, pero muy emocionada.
Miro las combinaciones más apropiadas que logré formar con una mueca. Antes de irme de casa de Minako me ha regalado un montón de ropa que ya no usa, y está en excelentes condiciones. El tema es que la mayoría debo mandarla ajustar para que me calce mejor, así que mis opciones siguen siendo algo limitadas.
Me veo por varios ángulos en el espejo de cuerpo completo que Seiya tiene en la puerta del baño. Una falda entubada gris y mi blusa más bonita, la morada de volados. Estaría muy presentable, pero si pongo las expectativas muy altas ya no podré bajar el nivel después. Admito que en el antro ése al menos podía vestirme como quería sin temor a ser juzgada.
Sacudo la cabeza y me lo quito. Empiezo a repasar la ropa que me dio Mina a ver si algo me va mejor cuando el timbre suena.
Me enfundo rápido en la bata y me asomo al pasillo. Seiya me gana a abrir la puerta mientras refunfuña algo inteligible.
—¡Truco o trato! —gritan a coro varias voces agudas apenas les abre.
Él resopla con desaprobación.
—Venga, chavales… ¿Qué clase de disfraces son ésos? —les critica, aunque yo no puedo verles ni a él, entonces no sé si está bromeando o no —. Es Halloween. Se supone que deben dar miedo y esto parece un carnaval. ¿Qué pasó con Eso, Freddy Kruguer o al menos Jason? Tú —señala a uno —. ¿Qué se supone que eres?
No puedo evitar sonreír. Es tan tosco a veces… me recuerda a Yaten. Tal vez es parte del gen Kou.
—¡Cyborg! —grita el niño, y se oye enojado.
Seiya se ríe con maldad.
—Pues pareces una lata de Pepsi gigante, y medio aplastada, por cierto.
—¿Y tú que se supone que eres, abuelo? ¿Jim Morrison en sus tiempos de hambre?
Se me escapa una carcajada. ¡Touché!
—¡Largo de aquí o los acabaré con éste insecticida como la plaga que son! —vocifera.
Se oye el griterío asustado de los niños y yo abro los ojos de par en par. ¿Qué? No sería capaz, ¿o sí?
Pero claro que lo es. Aprieta el botón del aerosol causando una gran nube, y yo corro hasta la estancia. Luego da un portazo y le echa una mirada resentida a su guitarra, que estaba por ahí. En efecto, ha sabido donde darle para que le duela.
—¡Seiya!
Pero se recupera rápido. Se va sonriendo diabólicamente hasta la sala, refunfuñando sabe qué, como si hubiera ganado. Menuda madurez mental...
Hemos estado haraganeando todo el día, comiendo pizza y viendo filmes sangrientos y terroríficos.
—¿Qué? —me dice por como lo miro con una ceja arqueada, y se hunde en el sofá. Abre un chocolate relleno de jalea y se lo come. A su alrededor hay un montón de envolturas.
—¿Cómo qué? ¡No puedo creer que hicieras eso! —lo regaño con los brazos en jarras, aunque la verdad sí me hizo algo de gracia ver como salían pitando —¡Eso es muy tóxico sabías!
—Bah, sólo usé el aromatizante ambiental.
Agudizo el olfato y efectivamente, me llega un aroma a "brisa marina" o como algo así es como se llama la fragancia.
—Aun así, fuiste muy mezquino —insisto.
—¿Yo? ¿Esos mocosos vienen a atracarme mis dulces y encima me insultan? Que se vayan al culo.
—¡Los compré para ellos, tonto! ¡Es Halloween!
Me mira un segundo, pero luego se encoge de hombros.
—Ah. Pues yo que voy a saber… tú siempre compras dulces por toneladas —refuta mostrándome sus hoyuelos malvados que tanto he llegado a adorar —. En serio, los niños son espantosos. ¿Y la gente aun quiere tener uno como ése?
Y mira hacia la puerta con rencor. Está claro que está rabioso porque le llamaron abuelo. Chiquillo tremendo… y muy inteligente.
Frunzo el ceño confusa. Me queda claro que él no es Robin Williams en ésa película familiar que no me acuerdo cómo se llama pero me encanta, pero tampoco pensé que les sacara tanto la vuelta. Me pregunto qué más cosas no sé de él. Qué más podremos tener o no en común y pudiera afectarnos a futuro.
—Pues no exactamente ése, pero supongo que sí. Algunos quieren.
—¿Quién? —escupe mirando la pantalla. Si no me equivoco, es una de las tantas películas de la muñeca ésa poseída que nunca se muere.
No sé. ¿Yo? No estoy segura. Antes ni lo consideraba. Pero tal vez en unos años y con la persona correcta… sería lindo formar una familia. Me imagino un Seiya en miniatura y se me cae la baba. Sí tendría uno de esos, pero tampoco sé si debería darle mi opinión al respecto. Al final es una fantasía. Yo creo que estamos saliendo, pero no nos hemos ocupado por ponerle un nombre a ésto.
Así que opto por hacerme la occisa.
—Tranquilo, Herodes Kou —le digo sólo para chincharlo. Él me echa ojos de pistola —Minako y Yaten, por ejemplo. ¿Así vas a tratar a tu sobrino o sobrina? ¿Eh? ¿Lo rociarás con insecticida apenas llame a tu puerta?
Pone los ojos en blanco, pero se ruboriza.
—¡Que era aromatizante! Y no, eso será totalmente diferente.
—¿Por qué?
—Porque tendrá mi genalísima genética e influencia, y eso lo hará un niño o niña asombrosa por igual. No será como ésos mocosos insolentes —repone petulante, y como si se vengara de los niños, abre otro chocolate y se lo lleva a la boca—. Para empezar, lo vestiría adecuadamente para Halloween y no con ésas chorradas.
Me río.
—Anda, ya hubiera querido ver como eras tú. Pero ahora que eres tal y como el brujo de Hansel y Gretel personificado, es muy chistoso —le digo y me como yo uno también. Es oscuro y relleno de licor de cereza. Mientras se deshace en mi boca, la actriz de la película grita horrorizada y echa a correr por un pasillo oscuro. Así nos distraemos unos minutos.
—¡Yo era un niño encantador! —exclama —¡Y está incomprendida ésa bruja, por cierto! —dice cuando la escena ya no tiene acción, libre de entes demoníacos —. Imagínate, la mujer se esmera en construir una casa preciosa de dulce, perfecta para cuando se le antoje pueda darle una mordida a una columna o una ventana. Qué sé yo. ¿Y qué hacen ésos críos? ¡Se la comen sin su permiso! ¡Allanamiento de morada, y robo! ¡Y encima le echan la culpa a ella cuando se los come!
Niego con la cabeza riendo. Aunque me encantaría seguir oyendo sus ocurrencias y tonteras, debo seguir probándome ropa. Es tarde y mañana no quiero andar de madrugada patas para arriba.
Me pongo de pie.
—Sí sabías que la bruja construyó así la casa específicamente para atraer a los niños, ¿verdad? ¿Pues qué clase de cuento leíste, abuelo Jim? —le grito mientras me vuelvo a la habitación. Oigo que Seiya maldice y sube el volumen. Se me ha pegado ésa maña suya de disfrutar jorobar a los demás, y admito que con él es muy divertido.
Encuentro un vestido azul eléctrico muy lindo. La tela es de lino, pero ajustable y abraza mi cuerpo sin llegar a estar embarrado. Lo cuál quiere decir que a Mina le quedaba como envasado al vacío, quizá por eso me lo dio. Es liso y al ras de la rodilla, pero me preocupa que no tiene mangas, es de tirantes gruesos y de la espalda muestra algo más de piel, justo hasta el borde del sujetador. Me pongo los zapatos de tacón nude y vuelvo a caminar a la sala.
—¿Qué opinas? —le pregunto a Seiya. Capto su atención al instante cuando doy un giro de 360° para que me vea bien —. No quiero verme taaan desesperada por el trabajo, pero sí que se note que me esmeré porque estoy agradecida por la oportunidad.
Se aclara la garganta y sus ojos recorren mi cuerpo.
—Yo te contrataría, definitivamente —comenta con una sonrisa cínica.
—¡Es en serio! ¡Necesito impresionar a Setsuna Meioh! No quiero ser demasiado atrevida, quiero verme profesional. Sofisticada y de buen gusto. Como ella.
Seiya gruñe y me rueda los ojos. Da la impresión que ya empieza a alucinar a Setsuna y no llevo ni un día ahí.
—¿Por qué las mujeres nos preguntan cuando de antemano ya saben la respuesta o lo que sea que les digas no les gusta? Tan fácil que es decidirlo ustedes mismas y ya. ¡Lleva un costal de papas con un sombrero y listo!
Inflo los cachetes ofendida y me le quedo mirando, esperando a que recapacite. Seiya no es capaz de ignorarme mucho tiempo y menos con este vestido. Despega los ojos de la pantalla y suspira.
—A ver… pues empieza a hacer frío de día. ¿Y si en vez de abrigo te pones una chaqueta encima? Así no tendrías que quitártela.
Le dedico una sonrisa deslumbrante.
—¡Excelente idea! —aunque reniega, le doy un beso robado a mi hombre renegón y rebelde, y luego corro a buscar una chaqueta adecuada. Tiene razón, queda perfecto y me siento mucho mejor.
A la mañana siguiente me despierto antes de que suene el despertador. Me alegra que no me haya quedado dormida o me hubiera descuadrado todo el horario. Me las apaño para quitarme a Seiya de encima y desenredar mi pierna de la de él sin despertarlo. Me ducho y me lavo el pelo y después me visto, pero dejo los zapatos para el último. Cuando pongo en marcha el secador veo por el espejo del baño que Seiya se tapa la cabeza con la almohada.
—Joder, ¿qué hora es? —grita.
Lo apago un segundo y asomo la cabeza por la puerta del baño.
—Las siete y cuarto.
—No tienes que estar allí hasta las nueve… vuelve a la cama, o apaga eso. ¿Desde cuando eres tan madrugadora? —gruñe con su voz amortiguada por la almohada.
—Desde hoy. Tengo que peinarme bien e ir por un café y algo dulce para poder funcionar con normalidad antes de pararme en la editorial. Ya lo sabes. Ah, y tengo que salir a las ocho pasadas porque no sé exactamente cuánto tiempo haga de camino.
—Y ya te dije anoche que no harás más de media hora. Y aun así llegarías con mucha antelación —se quita la almohada de la cara pero sigue con los ojos cerrados y boca abajo.
Lo ignoro y sigo secándome el pelo. Me hago las coletas y me maquillo lo mejor que puedo. Luego me pongo mis pendientes de imitación perla, y me rocío un poco del mejor perfume que tengo. Sólo me hacen falta los zapatos y la chaqueta para estar perfecta. Sonrío con mucha alegría al verme terminada. No puedo creer que tenga trabajo. Y uno bueno.
El bostezo de Seiya me hace voltear y mirarlo. Ya está sentado y se está tallando los ojos con sueño.
—Deberías desayunar. Sigo pensando que no te hace falta salir tan temprano —insiste.
—No puedo. ¿Y si se retrasan los trenes por una falla? ¿Y si hay mucha gente? Podría perderme o no encontrar el piso adecuado y terminar de llegar andando, entonces sudaría y debería ir al sanitario más cercano a…
—Lo que necesitas es tranquilizarte, Bombón —me dice todo somnoliento.
—Este trabajo es muy importante. No quiero arriesgarme a fastidiar todo el primer día —le digo, y paso enfrente suyo para coger mi móvil de la mesa del velador. Ahora mismo, sí, la mente me traiciona pero una vez que sepa a qué atenerme me relajaré. No creo que ahora sea el momento. No para alguien que nunca tiene suerte…
Intento darme la vuelta y salir por donde vine él pero no me deja. De imprevisto salta, me toma de la cintura y me arrastra con él a la cama, haciéndome caer sobre de él. Quiero ahorcarlo por hacerme perder el tiempo y despeinarme, pero su sonrisa y luego el reguero de besos que esparce por mi cuello me doblega y me pone la carne de gallina.
—Me gusta tu perfume.
—Pues a mí me gusta el tuyo —sonrío embobada, y no, ésta vez no me refiero al Paco Rabanne. Él siempre huele bien para mí, aunque ni se haya duchado. Nos damos un beso así tumbados que se alarga demasiado. Llegar tarde ya no me parece tan mala idea...
Me coge el trasero con las dos manos y lo pellizca. Yo chillo y le doy un manotazo en el pecho mientras me río. No puedo creer que sea tan pervertido a primera hora de la mañana.
—Desvergonzado —le regaño incorporándome—. Uf, en cinco salgo. Voy a lavarme los dientes.
—Se me ocurren muchas cosas para aminorar tu tensión y que me llevan menos de cinco minutos, pero ya se que no se puede —se queja en tono triste y falso.
—Exactamente —respondo para no caer en su provocación. No estoy lista para ser el ama del mundo editorial corporativo, pero sí que ahora estoy un poco menos nerviosa, gracias a él.
—Oye, ¿quieres que te lleve? —pregunta.
Eso sí no lo esperaba. La pasta se me escurre un poco y la limpio con el dorso de la mano.
—¿Tú? —¿Cómo? ¿Con qué coche? Afortunadamente cierro el pico a tiempo —. Es decir…
—Hay un parque bonito a unas cuadras que nunca he visitado, sólo he pasado por ahí. Podría ponerme la ropa de deporte e ir a correr ahí. Luego vuelvo a casa en tren. No tengo nada que hacer hasta el mediodía de todos modos.
—¿Seguro?
Se encoge de hombros.
—Sólo es una sugerencia, si no quieres…
—¡Claro que quiero! —repongo feliz. Así mi trayecto sería entretenido y sin incidentes. Me sonríe satisfecho y se pone de pie.
—Vale, me cambio rápido.
Dios, podría acostumbrarme a esto. A estos momentos banales pero maravillosos. Al menos para mí lo son. Él lo es.
El edificio de Star Publishment es espectacular. Es el tipo de lugares que yo veía con la boca abierta desde lejos cuando iba a la universidad o paseaba por Takanawa, que es de lo más exclusivo de Tokio. Es todo hecho de vidrio celeste sólido, y no tengo idea de cuánto mida, pero es altísimo. La zona además es preciosa, llena de empresas modernas, cafés y restaurantes de cinco estrellas, y puentes y almacenes enormes.
Paso los primeros filtros y luego subo en el ascensor hasta la planta veintidós, donde se encuentra el despacho de Setsuna Meioh. Camino en mis tacones tratando de estar derecha para que nadie me coma viva y le sonrío a la mujer del mostrador. Tiene el pelo extrañamente rubio-albino y ojos azules. Su tarjeta dice que se llama Berjerite. Qué curioso nombre. Seguramente lo olvidaré.
Hace una llamada y poco después me impresiona con una sonrisa amable.
—La señorita Meioh desea darte la bienvenida personalmente, pero ahora está en una llamada. Estará aquí en cinco minutos.
—Muchas gracias.
—No hay de qué. ¿Quiere café? ¿Agua?
—Estoy bien, de verdad. Gracias —repito con voz temblorosa. Ya me he tomado un café con Seiya y no quiero morirme por ir al baño mientras mi nueva jefa (¡Me encanta como se oye!) me esté entrevistando.
No tengo mucho tiempo de mirar a mi alrededor, cuando la puerta se abre y aparece Setsuna Meioh.
—Serena —me saluda.
Lleva un traje sastre color hueso y blusa magenta. Está tan elegante que me intimida un poco, pero doy gracias por haber elegido algo bueno para ponerme.
—Buenos días, señorita Meioh —extiendo la mano y se la estrecho.
—Setsuna, ya te he dicho —me corrige—. Vamos, te enseñaré tu despacho. Ahí haremos el papeleo y los acuerdos.
—¿Mi despacho dijo?
—Claro, vas a necesitar tu propio espacio. No es mucho, pero será todo tuyo.
Me quedo de a cuadros. Yo pensé que estaría en un cubículo, o al menos en una sala compartida con más gente. No puedo creerlo…
—Claro —consigo responder atónita, y la sigo.
Luego echa andar tan deprisa que me cuesta seguirla. Ella parece volar en sus stilettos, que son más altos que los míos. Entramos en el ascensor de nuevo y pulsa el botón diez. Me esfuerzo por recordarlo.
—Hemos llegado —anuncia, y la dejo salir antes, por cortesía. Y por si acaso me caigo.
Pasamos por varios escritorios y noto algunas miradas, pero yo tengo la mía fija en el pelo lustroso y largo de Setsuna. Entonces sin previo aviso se detiene, y por obra y gracia del señor no me estampo con ella. La puerta es de madera clara y tiene pegado un letrero negro con letras blancas que dice «Serena Tsukino».
Debo seguir soñando. Es tan grande como la habitación de Seiya. Creo que Setsuna y yo tenemos conceptos muy distintos de lo que es poca cosa. Un escritorio de tamaño mediano en forma de L, blanco y con diseño moderno minimalista está pegado a la pared. Sobre él hay una computadora portátil. Hay dos archivadores chicos, dos sillas bajas y una ejecutiva de piel con ruedas, un librero enorme del mismo color blanco… pero lo que me deja sin aliento es la ventana. Afuera la gran metrópoli me da la bienvenida, tal como ella dijo. Mi ánimo parece surgir como la espuma del champán. Puedo ver el cielo de otoño de la mañana, el parque verde donde fue a correr Seiya, la gente pasar muy pequeña debajo y el paisaje urbano y colorido con su publicidad llamativa. Setsuna toma asiento frente a la mesa, en una de las sillas bajas, mientras que me indica que me siente en la grande, la que se supone que será la mía. Me va a costar hacerme a la idea de que ésto es mío.
Respiro hondo y hago lo que me dice.
—Antes que nada… gracias por aceptar —me dice sonriéndome sólo con los ojos.
—No, gracias a us… a ti, Setsuna. Es… es mucho más de lo que esperaba —le digo conmovida, pero espero no echarme a las lágrimas. Setsuna no parece ser de las que le gusten las lloronas.
Sonríe apenas un segundo.
—Es un placer. Bueno, tengo una reunión en diez minutos así que hablemos a grandes rasgos de tus obligaciones. De momento nos estamos acoplando a muchos procesos y formas, se está entrenando personal, acomodando los departamentos, todo eso. Lo que necesito de ti ahora mismo es lo siguiente: Tienes que leer al menos dos manuscritos a la semana y enviarme un informe detallado, si lo apruebo lo conversamos. Quiero ver tu buen ojo primero. Si te gustan los trabajos me los mandas, si no, se van a la trituradora. Así que léelos meticulosa y concienzudamente. Analízalos. Tienes que ser ambas caras. La lectora asidua que se deja encantar y la que busca su potencial en el mercado. ¿Entiendes?
Asiento como robot.
—O sea que si no me convencen…
—Basura —confirma sin piedad. Oh. Okay...
—¿Así tal cual? —pregunto por no dejar, aunque sé que en este mundo rara vez dan segundas oportunidades. No en balde el mundo está lleno de escritores deprimidos o frustrados.
—Así tal cual. No perdemos el tiempo con autores malos, clichés o rebuscados. Quiero algo original, atrayente pero no obvio. Arriesgado, pero que tenga sentido. ¿Está claro? Vamos empezando y queremos impresionar.
Original y atrayente pero no obvio. Arriesgado pero que tenga sentido… Dios.
—Sí, claro —afirmo, aunque no tengo idea de lo que significa.
Después de que me haga firmar una hoja para que me den mi credencial de acceso y traspasen mis documentos a Star, Setsuna me deja para que me familiarice con el lugar y la computadora, que parece ser la última tecnología. Dice que en un rato me enviará un correo electrónico con más información. En cuanto sale, no puedo evitar girar y girar en la silla larga de felicidad. Luego voy a la ventana a admirar el paisaje. Me van a pagar, de entrada, por hacer lo que más me gusta en una compañía de primera. ¿Qué más podría pedir? Puedo decorar este espacio con algunas plantas o fotografías. Debería decirle a Seiya que nos hagamos una… ¿Querría?
En mi piso hay una cocineta llena de bizcochos y dos máquinas automáticas de café. Café de verdad, no el barato que había en… no. Sacudo la cabeza y me prometo que no le dedicaré más pensamientos a ése lugar. No es bueno para mí. Debería poder disfrutar de esto sin comparaciones. Espero.
Me preparo un latte ahora que ha pasado el shock de la primera impresión, y en un plato pequeño me sirvo una medialuna. Varias caras me miran con curiosidad cuando paso e incluso algunas me sonríen. Aquí la gente es más joven y extrovertida. Nada que ver con el nido de cacatúas aquél. Les devuelvo la sonrisa a quien corresponde y luego vuelvo a mi despacho. ¡Mi despacho! Es una gozada decirlo...
Para cuando llego alguien (imagino que un ayudante) ya ha dejado en mi escritorio varias y gruesas pilas de papel engargolados. En el primero hay una nota adherida de Setsuna, que dice que son mis primeros manuscritos y me desea suerte. No puedo evitar sonreír. Me encanta la libertad con la que cuento en este trabajo, al menos ahora. Cierro la puerta, le doy un mordisco a la medialuna y me pongo a trabajar.
El intento de libro está bastante interesante y no puedo parar de leer. Es una novela de misterio policíaca. Llevo sesenta y dos páginas cuando suena el teléfono que hay sobre mi mesa, que claro, es igual de moderno que todo aquí. Ni siquiera sé qué botón pulsar para atender. Por suerte sólo pierdo dos intentos fallidos.
—¿Sí? —Me doy cuenta de cómo suena, por lo que para oírme más formal añado —. Tsukino, Serena.
—Señorita Tsukino —me dice una voz de mujer que suena más jovial que Setsuna, debe ser la chica que me recibió. Betsy. No. ¿Beth?—. Su asistente ya está aquí. ¿La hago pasar?
Abro los ojos como platos.
—¿Qué? —escupo —. Quiero decir… no sabía que tenía una asistente. Perdone.
Casi oigo su sonrisa franca. No sé cómo se llamaba, pero decido que ya me agrada.
—No se preocupe. La señorita Meioh le envió los detalles por e-mail hace unos minutos —se explica. Yo me muerdo el labio inferior. Me he perdido en el manuscrito totalmente —. ¿Entonces la hago pasar? —me vuelve a preguntar.
Algo noqueada, le digo que sí. Lo último que escucho es una risita de fondo antes de que me cuelgue. Se me ha olvidado preguntarle su nombre.
Esto es imposible. ¿Yo tener una asistente? ¿Para qué? Antes de hacerme preguntas sin lógica, abro el correo de Setsuna. Es de únicamente una línea y dice que espera que hagamos un buen equipo. Frunzo el ceño. Esta jefa es muy misteriosa, pero me cae muy bien. Creo que podría llegar a aprender mucho de ella.
Tocan dos veces a la puerta y me parece mejor recibirla personalmente. La primera impresión cuenta muchí…
—¡Serenaaa! —apenas abro veo una ráfaga de fuego atraviesa mi vista y luego alguien me envuelve en un abrazo inesperado que me asusta y me emociona a la vez —¡Ay, lo siento! Te he tomado desprevenida ¿verdad? Ja, Ja, ja…
Me aparto un poco y la miro de arriba abajo para asegurarme que es ella, aunque ya he reconocido su risa. Está vestida con un pantalón de lino azul a raya diplomática y una camisa blanca abotonada. Su sonrisa, su coleta cobriza y sus pecas resaltan aun más con ése color. Y está rozagante como de costumbre.
—Unazuky —es todo lo que se me ocurre decir. Me da muchísimo gusto verla, pero estoy atónita.
Me percato que varios asoman los ojos arriba de sus monitores. Hemos llamado demasiado la atención. Me sonrojo y cierro la puerta.
—¡Madre, este lugar es impresionante! —exclama, atraída por todo a su alrededor —¡Muchas felicidades!
Y se sienta muy ufana en una de las sillas, cruzando una pierna sobre otra como si nada.
—Esto… gracias, Una. No quiero ser grosera pero… ¿Qué haces aquí?
Ella pestañea con sus ojos verde botella.
—Creí que sabías. Soy tu nueva asistente—Y se endereza con orgullo, sacando el pecho.
—¡Qué!
Se echa a reír. Posteriormente habla a toda velocidad:
—Lo sé, es una locura. Pero así es. Hace una semana, Setsuna Meioh me pidió que me incorporara a este lugar. Claro que acepté. Pensé que haría exactamente el mismo trabajo, en recepción, ya sabes, lo cual ya era una ganancia considerando que iban a ponerme de patitas en la calle. ¡Pero fue mucho mejor! No puedo creer que vaya a dejar de entregar tarjetas y registrar visitantes —me dice muerta de alegría. Yo sonrío en réplica. Pues claro que es buena noticia. No sólo la conozco bien, si no que me da gusto que tenga una mejor vida laboral gracias a Setsuna. Como yo.
Me siento torpe frente a ella. No sé bien como actuar. No es que tenga dotes de liderazgo o mando en particular. Por eso estaba tan bien leyendo… pero claro, tenía que durar poco el gusto. Ni modo.
—Es estupendo, Una… pero para serte sincera, ni yo sé exactamente que hago aun aquí. Por lo tanto tampoco sé que harás tú.
Ella se encoge de hombros.
—¿Qué importa? La paga es buena, y seguro será mejor que ésa cueva de murciélagos donde estábamos —bromea. Entonces repentinamente borra su sonrisa y su humor cambia radicalmente. Se lleva una mano al pecho como si hubiera dicho algo inapropiado —. Oh, yo… lo siento. Técnicamente ahora eres mi jefa. Debería traerte el café y… ¿llamarte señorita Tsukino? —pregunta mortificada.
Tras pensarlo apenas un segundo, no puedo evitar echarme a reír y negar con la cabeza.
—No lo creo. Soy Serena aquí y en China. Y puedes traerme café si tú vas por el tuyo. Nada más. El resto supongo que lo iremos descubriendo —le digo encogiéndome de hombros.
Me sonríe de oreja a oreja.
—Genial.
—¿Sabes algo de Molly? —No he tenido noticias suyas desde que me informó que había denunciado a Shiho.
—Sí. Está trabajando en una empresa de marketing. Le va bien.
—¿En serio? Yo pensé que ella era de la rama editorial…
—Para nada, ya viste lo bien que se le daban los números y ésas cosas. No sé por qué habrá sido contratada allá.
Yo sí lo sé. Todas teníamos un perfil, ¿no?
—Bueno, pues me alegra por ella —sonrío.
No es necesario cambiar de tema, porque Unazuky se pone de pie.
—He de irme, no quiero que piensen que por nuestra relación estaré quitándote el tiempo y haciendo la cháchara. Además debo asistir a mi curso de inducción para asistentes. Imagino que me aprenderé los valores de la editorial y cantaré canciones ridículas. Ah, mi escritorio es el que está aquí a la derecha de la puerta tu oficina. Mi extensión es la 104. Lo que necesites, jefa…
Me guiña un ojo y se va. Yo meneo la cabeza mientras suelto una risita. Vaya que es una sorpresa. Todo esto lo es, pero no me desagrada. Es lo opuesto. Me agrada Unazuky, confío en ella y es divertida. Como ya he dicho, siento que tiene el tipo de personalidad de Mina. Seguro que me levantará el ánimo cuando lo necesite. Me pregunto si Setsuna la eligió por eso…
Como tanto Una como yo disponemos en éstos momentos de presupuestos limitados, compramos sándwiches y bebidas de una pequeña tienda de la calle y almorzamos en mi despacho. A las cinco recibo un correo de Setsuna donde me dice que puedo ir a casa, ya que deben pintar parte del piso, aunque no me hubiera importado quedarme hasta las seis leyendo. Para mí es como tener tiempo libre.
Vuelvo caminando a la parada del tren después del mejor día posible, pero justo cuando voy a meter la mano al bolso para sacar mi tarjeta electrónica, Seiya aparece de la nada, como si se hubiera teletransportado. Casi se me sale un grito de euforia o me caigo a las vías.
—Sorpresa —sonríe contento de haberme tomado con la guardia baja.
—Vaya que sí. Aunque ya he tenido muchas hoy… pero ¿y...y ésto? —pregunto, aunque no puedo disimular lo feliz que me siento de verle después de diez largas horas—. Creí que estarías en el bar.
—Con mis clases puedo hacer menos turnos, te lo he dicho. Yo pensé que podríamos celebrar tu nuevo trabajo yendo a cenar. Aquí cerca hay un sitio de donde las hamburguesas son fantásticas.
Esto es muuuy impropio de él, pero definitivamente muuuy halagador.
—A menos que no tengas hambre —sugiere, porque no le contesto.
—¡Claro que tengo! —reacciono y lo tomo del brazo para echar a andar. Él me regresa en dirección contraria y pone los ojos en blanco.
—Ya sé, como si tuviera que preguntar.
El local está algo vacío a ésa hora y por ser lunes, asumo. Es muy informal pero todo tiene una pinta estupenda. Nos sentamos en un reservado de asientos para dos, pero me extraña que él se siente del mismo lado que yo, a mi lado. Lógicamente no me molesta tenerlo ahí, sólo que no es su estilo ser tan pegón en público. Seiya rechaza los menús porque ya sabemos que vamos a pedir y yo confío en su criterio. Hamburguesas con tocino y patatas fritas y Coca-Colas. Simple. La mía sin prácticamente toda la verdura posible.
Mientras esperamos, le hablo de las novedades en la editorial, lo buena que es Setsuna, lo de mi fabuloso despacho y Unazuky. Durante una pausa de la plática, el camarero aparece con nuestra comida.
—¿Son muy amigas Unazuky y tú? —pregunta con cierta reserva. No sé si se siente mal por la pequeña e insignificante intromisión que hizo en mi antiguo empleo. Después de todo, en cierta forma la implicó en ello.
—Yo no diría tanto. Pero sí nos conocemos bien —respondo animosa antes de dar el primer bocado. La carne es jugosa y exquisita. Mi apetito ha vuelto a la normalidad. Le doy otra mordida.
Se le dibuja una pequeña y traviesa sonrisa en los labios.
—Me gusta verte así.
—¿Cómo? ¿Comiendo como cavernícola? —le digo con toda la boca llena, a propósito.
Me da un suave apretón en el muslo por encima de la tela del vestido, disparando todas mis terminaciones nerviosas.
—Pues así. Feliz.
Como puedo trago y me limpio con la servilleta. Debo estar más colorada que el kétchup, sin duda.
—¿Ah, sí?
Asiente.
Tengo miedo de sonreírle con algo entre los dientes y matar el momento, así que pongo mi mano sobre la suya y la estrecho con fuerza mientras le dedico una mirada cariñosa.
—Tú me haces feliz —le murmuro.
Parpadea, pues seguro que no esperaba que yo dijera algo así. Sé que es algo malicioso, pero me gusta saber que yo también puedo agarrarlo con las defensas bajas. En su cavilación se rinde y me sonríe, tomando una patata frita. En menos de una hora dejamos los platos vacíos.
Estamos afuera de la hamburguesería tratando de conseguir un taxi cuando alguien llama el nombre de Seiya.
Me vuelvo y veo a un chico alto, de pelo tan rojo y encendido como una bombilla de Navidad que nos ha alcanzado. ¿Teñido? Seguro, se ve de un tono casi irreal y sus raíces son negras. Sus ojos son aun más rojos y brillantes, como los de un vampiro, y ya pasó Halloween. Lleva el pelo en picos y peinado hacia arriba, lo que asemejan llamas de fuego. Va todo de negro, con una chaqueta llena de parches por delante y por detrás. También me llaman la atención sus múltiples perforaciones, tatuajes y sus arcillos largos en cada oreja. Es… bueno, todo un personaje por lo menos. No quiero ser juiciosa sin conocerle, pero es que es tan estrafalario...
Entonces me sonríe a mí, y se me erizan los vellos de los brazos y el cuello. Mi juicio me dice ahora a ciencia cierta que no parece ser buena persona. Bajo la vista hacia mis zapatos y en mi rango de visión ellos se estrechan de las manos.
—¿Qué haces en ésta zona de gente bien, Kou? No son para nada tus rumbos —le dice sarcástico.
—Lo mismo digo —le devuelve Seiya, aunque noto su voz mucho menos entusiasmada que la del desconocido —. Nada, la comida de aquí es famosa.
—Exactamente —coincide —. He venido a lo mismo. Bueno, yo y mis camaradas.
Entonces siento sus ojos sobre mí de nuevo.
—¿No vas a presentarme a tu amiga? —pregunta mostrando el aro de su lengua.
Seiya carraspea. Está más tenso que una tabla.
—Ah, sí —responde y nos señala de modo forzado a uno y otro —. Serena, te presento a Rubeus. Tiene una banda también, él es bajista. Ella es Serena, mi… mi roomie —agrega entredientes.
¿Roomie? Vaya, me siento como si me hubiera dado una patada en la cara.
—¿También tienes una banda de rock como Seiya? —le pregunto, y mi voz suena más calmada de lo que me siento.
Se ríe como si yo fuera algo muy cómico.
—Sí, pero nada que ver con el estilo de Seiya. No soy tan meloso.
—Que no invoque con alaridos a todos los demonios del infierno en cada canción no me hace meloso —se defiende él.
Rubeus no le hace mucho caso. Se vuelve a dirigir a mí.
—¿Con que roomie, eh? Siempre me ha parecido nefasto compartir piso con alguien. Más si es una chica. Pero si fuera una tan guapa como tú… voy a tener que replanteármelo —repone haciéndose el chulo.
Trago saliva y espero a que Seiya le diga algo, pero claro, no lo hace. Soy sólo su roomie, ¿correcto? ¿Por qué habría de decir algo? Ay, ¿Por qué no me habré quedado en la esquina a esperar el taxi? Suspiro y finjo mirar la avenida y los coches pasar lentamente por el tránsito pesado.
—Voy a tocar en el Shibaya's el jueves. Deberían pasarse por ahí —nos invita, a pesar de lo incómodo que ha sido el encuentro, al menos para mí —. La entrada corre por mi cuenta, por supuesto. Quizá hasta haya tragos gratis.
—No, no podemos. Otro día será —le rechaza Seiya de un tajo.
Estoy a punto de corregirlo y decirle que yo si puedo sólo por tocarle las pelotas, pero Rubeus me gana la palabra:
—¿Por qué no?
—Porque ella trabaja el viernes temprano —explica —. Tal vez yo me pase por ahí. Pero solo —añade.
Rubeus chasquea los labios contra su paladar.
—Ni hablar —me sonríe peinándose el pelo rojo hacia atrás. Varios mechones le caen sobre la frente como si hiciera un comercial de champú. Supongo que es un ademán que le funciona con las mujeres. No conmigo, obviamente, que le lanzo una mirada glacial.
Seiya aprieta la mandíbula y lo mira fijamente, pero Rubeus no deja de sonreír y pasarse el arcillo entre los dientes. Mmm, creo que me he perdido de algo...
—Bueno, luego te envío un mensaje por si acaso quiero que me pongan en la lista —empieza Seiya a decirle, pero yo ya me he puesto a caminar.
Le oigo llamarme, pero no me detengo. Acelero el paso y cuando llego a la esquina levanto la mano y la agito para que aparezca un taxi de milagro.
Seiya me alcanza pronto, y me coge un codo para que lo mire, pero yo me suelto de un tirón.
—¿Qué ocurre? —Es obvio que está enfadado de que lo haya dejado ahí plantado.
—¡No tengo idea! —le grito, sin bajar la mano y mirando de frente. No hay taxis. Maldita sea.
—¡Pues tampoco yo! ¡Es lo que estoy preguntando!
Gente que espera el autobús nos mira. No quiero tener público, pero en este punto de me da igual. Sólo quiero irme a casa, o darle un pisotón a Seiya con mi tacón. Lo que se facilite primero.
Le encaro.
—A ver, Seiya. Ya sé que no soy la chica más divina y cool, pero no sabía que te avergonzaras así de mí.
—¿Qué? ¡Yo no me avergüenzo de ti! —resopla desconcertado.
Sí, cómo no. Ahora estoy loca.
—¿Y por qué le has dicho a ése macarra que no podía ir al concierto? Ni siquiera me preguntaste.
—¡Porque toda la vida has sido una maniática aburrida que nunca sale entre semana! —increpa levantando las manos con impaciencia.
Paso por alto su ofensa. Eso no es lo que me importa.
—No, era obvio que no querías que tus fabulosos amigos músicos me conocieran.
—Ése tipo no es mi amigo —corrige mordaz.
—Vale. Olvida a Rubeus. ¿Zafiro sabe? ¿Andrew? ¿Yaten, tan siquiera? Te apuesto que tampoco —le desafío en voz alta debido a los cláxones y el ruido de la calle. Seiya se queda boquiabierto —. No te cansas de pedirme que vivamos juntos, de decir que me echas de menos y que me necesitas y ésas cosas que son… —sacudo la cabeza y me freno ahí. No puedo, no estoy lista para confesarle nada más —, pero quieres ir de fiesta solo, y desde mi lugar, más bien parece que soy una especie de secreto. Se supone que ésta vez sería diferente. Si no soy lo bastante buena para que la gente sepa que no soy sólo tu roomie, puede que no me apetezca seguir viviendo contigo.
Un taxi se detiene. Le doy la espalda y me meto en el auto para poner punto final a mi pequeño y dramático discurso. Seiya me fulmina con la mirada, pero no deja que me vaya por mi cuenta. Coge la puerta antes de que la cierre y se mete conmigo echando humo.
Ambos estamos sentados lo más alejados del otro. Miro por la ventanilla y pienso en todas las cosas que podría reprocharle o decirle ahora mismo, pero permanezco en silencio. No me haría sentir mal que dijera que soy su amiga. Pero carajo, que al menos podría haber dudado un poco al responder. ¿Su roomie? ¿En serio? ¿Después de todo lo que ha pasado entre nosotros? ¿De que se comporte como un modelo de novio perfecto en la mañana, y ahora en esta cena hayamos estado tan bien? Jugando, charlando, más acaramelados que la miel… No, no me lo creo. No lo acepto. Sé que quizá no soy de la clase de gente los del rollo donde a él le gusta estar. No tengo perforaciones ni el pelo con mechas rosas, ni uso mallas de red o minifaldas de cuero. Probablemente el tal Rubeus se reía de mí y piensa que soy una perdedora o una estirada, pero éso a él no debería importarle. A mí me gusta él como es, y no me imagino escondiéndolo de mis conocidos.
A la porra con mi día perfecto. Gracias.
—¿Ya se te ha pasado el berrinche? —me pregunta en cuanto entramos al apartamento y me dirijo directo a la habitación.
—¿¡Me estás tomando el pelo!? —le grito a todo pulmón. Seiya me ve con miedo. Yo respiro hondo… prometí intentarlo. No lo estoy intentando al gritarle. Me siento en la cama respirando profundo y me quito los zapatos tranquilamente.
—No sé por qué te importa tanto que haya dicho que eres mi roomie, ése tipo no es nada mío. No te quería ocultar, es… es sólo que me ha cogido por sorpresa —dice, pero desvía la mirada. Sé que miente. Le conozco bien.
—¿Me juras que no es porque te avergüenzas de mí? —le pregunto clavando las uñas en el edredón.
—Te lo juro —responde, aunque de mala gana. Luego se sienta a mi lado —. Bombón, Rubeus no es el tipo de gentuza que quiero cerca de ti. Eso es todo. Él y su parvada de idiotas… son demasiado para ti.
Frunzo el ceño.
—No entiendo.
Me sorprende echándose a reír bajito.
—Nunca notas cuando los tipos te miran, Bombona tonta. Rubeus trataba de ligar contigo. Y no en el buen sentido. Si te llevaba al dichoso concierto, seguramente habría intentado emborracharte para llevarte a la cama. Es ése tipo de sujeto. Lo hace con todas sus groupies.
Me muerdo el labio inferior. Ya decía yo que no me parecía de fiar.
—Tú no le hubieras permitido eso —contesto por contestar, porque sé que lleva razón y voy perdiendo.
—Es amañado. Preferí mantenerle a raya, es todo —se explica.
Un momento. Entonces la manera en como le miraba era…
—Si no te conociera, Seiya Kou, diría que estabas celoso —me aventuro a decir con una renovada pizca de buen humor.
—No le tengo celos, sólo no quise caer en su juego estúpido —difiere ácido.
—Ah, que suerte entonces que sólo seamos roomies, ¿verdad? —replico otra vez mosqueada, y me pongo de pie para entrar al baño —¡Que te diviertas el jueves! ¡Quizá conozcas una groupie!
Antes de cerrar la puerta, veo que Seiya echa la cabeza hacia atrás y se desploma de espaldas sobre la cama.
Me lavo la cara, los dientes y me pongo el pijama. Sigo enfadada, aunque ya no tanto. Entiendo por qué ha hecho lo que ha hecho, pero no por eso duele menos. No quiero que el tema con Rubeus me preste más atención de la que debería, menos después de un día tan lindo, pero conocerlo ha servido para que mi mente plantee más preguntas que sé que Seiya no quiere ni siquiera oír. ¿A dónde va ésto?
Me estoy cepillando el pelo cuando Seiya entra en la habitación. Ya está cambiado también.
—Lo siento. No era mi intención herir tus sentimientos —masculla cruzándose de brazos y recargándose en la pared —. No pensaba ir, sólo le dije eso para quitármelo de encima. Y jamás me avergonzaría de ti. En todo caso, serías tú la que podría avergonzarse de mí con tus amistades. Y lo sabes.
Niego rotundamente con la cabeza.
—Eso es absurdo.
—¿Por qué? Eres lista, con una carrera y un trabajo importante. Yo no soy nadie.
Suspiro. Detesto cuando se menosprecia así.
—Creo que ya quedó claro lo qué somos el uno para el otro… eso es lo que importa —le digo, sintiendo como me ruborizo —. Eso es lo que a mí me importa.
Él resopla.
Mis ojos están clavados en mi pelo largo y rubio. No lo quiero ver porque me ablandaré como una maldita chocolatina al sol. No quiero otra discusión, pero quiero saber algo, y necesito no estar tan atontada cuando se lo diga.
—¿Todavía quieres... vivir aquí? —me pregunta, y si no me equivoco, le tiembla un poco la voz.
Eso hace que pierda la batalla y levante el rostro. Oh, está preocupado. Más que eso. Tiene miedo. Otra vez. ¿Por qué siempre piensa que me quiero ir?
—Sí, claro que sí.
Le indico que se siente con la mano a mi lado. Él me hace caso y creo que es buen momento de plantear "la charla". La inevitable. Cerciorarme de un factor que será determinante. No quiero presionarle, pero tiene que saber que lo de hoy no puede volver a repetirse. Y no porque sea su culpa. Es cosa de los dos definir nuestra relación.
Cojo una buena cantidad de aire.
—No quise reaccionar así. Sólo quiero saber qué soy para ti, Seiya —le digo tranquilamente, girando la cabeza —. No me encanta que no quieras que nadie, cercano o no, sepa lo que ocurre en estas paredes. Es como si fuera algo malo.
—Nunca lo he visto como…
No le dejo terminar.
—Al grano, Seiya. Lo que quiero decir es si en algún punto... ¿Vas a considerarme tu novia o no? —le pregunto sin tapujos, ignorando como mi corazón se ha acelerado frenéticamente ante un rechazo inminente. Con él nunca se sabe. Siento que es como tener agua en las manos. La sostienes, ¿pero cuánto tiempo?
Parpadea nervioso. Definitivamente he jalado una alfombra bajo sus pies.
—Tú significas más para mí que un tonto título que usan los adolescentes —responde claramente evasivo. Yo lo miro, y aunque su respuesta me deja cautivada y mis músculos faciales ya amenazan con que se me escape una sonrisa, me contengo. No es suficiente para que me maree, y se da cuenta. Seiya suspira, baja la mirada y asiente —. Pero sí. Supongo que no podría ser de otra forma a éstas alturas... Sólo que nunca he tenido una novia, y es raro para mí tener que cumplir una serie de requisitos o algo así para saber que estamos bien.
—No quiero requisitos, sé conmigo como siempre. Pero quiero saber lo que piensas. Con honestidad.
—Bueno, pues ya te dije que sí. Lo eres, ¿ya? No lo publiques en el periódico mañana —se enfurruña, cuando le echo los brazos al cuello y le lleno la cara de besos. Hasta entonces me permito sonreír y se me expande el corazón de felicidad por todo el pecho.
—No hasta el domingo. Es el que más se vende.
—Muy graciosa.
—Otra cosita.
—¿Ahora qué? —espeta.
—Admite que te pusiste celoso de Rubeus.
—Que no, mierda. ¿Por qué clase de pelele me tomas?
—Claro que sí. Ya no puedes engañarme —le picoteo la nariz con mi dedo, repegándome más a él. Seiya se ríe pero a la vez sacude la cabeza, negándose a hablar. Es divertido ésto de jugar al gato y al ratón. Tiene una expresión jovial y juguetona, del tipo que no puedes evitar que se te salga sólo con gente especial. Me fascina oírlo reír, así como él ha dicho que le gusta verme feliz. Y ha dicho que soy su novia...
¿Ves como no es tan difícil, tonto y necio Kou? Ya deja de resistirte. No voy a hacerte daño. Tú no vas a hacerme daño.
—Sólo si admites que fuiste una completa cría berrinchuda y que exageraste en la escenita de "Anda, persígueme hasta el taxi".
Abro la boca, impactada por el golpe, pero me recupero rápido. En el costo-beneficio definitivamente en esta ocasión salgo ganando. Y por mucho.
—Vale. Lo admito. Soy una cría berrinchuda que exageró.
—¡Qué! —No se la esperaba.
—Ya lo dije, Kou. Tu turno. ¿O es que no tienes palabra?
Se lleva las manos a la cabeza y se despeina el pelo. Ha caído en su propia trampa.
—Diablos, Bombón… ¿Qué me has hecho? De acuerdo, lo admito —jadea atribulado.
—De acuerdo, ¿qué?
—Me puse celoso de Rubeus. Pero un poco nomás.
Eso me basta. Toda buena acción debe tener su recompensa. Lo tomo del cuello y lo beso. Noto el sabor entremezclado de su pasta dental con la mía, hierbabuena y menta fresca. Es una sensación deliciosa con su lengua y piel. Caemos de lado sobre el colchón dándonos más besos, hasta que terminan en ésos simples de pico y nos quedamos haciendo el tonto.
En algún punto, me dice que va a apagar la luz del baño porque la he dejado encendida. Ambos sabemos a qué grado nuestra temperatura ya debe empezar a bajar para que no me sienta incómoda, aunque de hecho todo mi cuerpo se siente ligero, no como siempre, como si le perteneciera a otra persona. Miro el techo con la pintura vieja y amarillenta y me parece hasta una obra de arte. No puedo creer el avance que hemos logrado en tan poco tiempo. Ahora que lo tengo claro, quiero más que besos. Lo que quiero es unirme a él en toda forma posible, pues ésta vez no es por mera atracción. Deseo curarme y dejar atrás los malos momentos y así no perderme de nada. Entregarme a él con todo lo que tengo. Mi corazón ya no lo resiste.
Me cubro con las frazadas y me acurruco.
—¿Vas a llevarme también mañana al trabajo? —le pregunto en cuanto se mete a la cama.
—¿Eeeh? ¡Ni loco! —replica, y la habitación queda totalmente a oscuras. Me da la espalda y se queja —. Mujeres… les das la mano y te toman de los dos pies.
Ahogo una risilla de colegiala y me acomodo, aunque no creo que pueda dormir tan pronto. Ojalá que sí. Hoy quiero soñar con él.
Mi novio...
.
.
.
Notas:
Ándeleeee! Para que no digan que Kay se las anda de largas, aquí les tengo el nuevo capítulo con muchísimas novedades, zuculencias, chismes, intrigas y demás jajajaja. Espero que les haya gustado, modifiqué tantas veces la última escena porque no estaba segura de "el paso" pero al final decidí que por complaciente (o por sádica, ya me conocen) era hora de que estos dos chicos se aclararan de una vez. Espero que lo hayan disfrutado tanto como yo, y no olviden dejarle a Miss Kay un review, porque está loca, los necesita para vivir y habla de sí misma en tercera persona.
XOXO
