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"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
(POV Serena)
28. Control
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Casi me voy para atrás de la silla cuando me llega un correo de mi jefa. Dice que me pase por su oficina de inmediato. Es la primera vez que quiere hablar conmigo en casi tres semanas, y me pongo tensa al instante. ¿Hice algo bien o algo mal? En breve lo sabré. Antes de salir del despacho, me aseguro de no tener migajas de panecillo en la comisura de los labios ni ninguna manchita de café en la blusa. Conmigo nunca se sabe.
Toco con suavidad la puerta y su voz grave y tranquila a la vez me indica que puedo pasar.
Apenas pongo un pie dentro no puedo evitar jadear de la sorpresa. Es un despacho enorme, tan iluminado que me deslumbra (su ventanal es el triple de grande que la mía), todo amueblado con los mismos tonos blancos y beige y de muy buen gusto. Además, tiene algunas plantas acomodadas con discreción y está impoluto. Es impresionante.
—¿Te gusta? —me pregunta Setsuna con una sonrisa pequeña. Me ruborizo y carraspeo. Me ha pillado.
—Es la oficina más bonita que he visto —confieso, pasándome un rizo de pelo detrás de la oreja.
—Gracias —dice sin más, y me indica con un movimiento de cabeza que me siente. Me aproximo a buen paso. Sé que no le gusta perder el tiempo —. Entonces, he estado revisando las reseñas que me has enviado...
Asiento atenta.
—Y estoy sorprendida. Has leído mucho más de lo que esperaba —me reconoce satisfecha. Yo sonrío.
—Los manuscritos eran buenos.
—Quiero que me hables de dos en particular. Empecemos con… Suspiros Robados. Platícame.
Me quedo medio embotada. Pensé que mi reseña lo explicaba bien.
—Recuerda que necesito hablar con alguien como si fuera una lectora —me dice, como adivinando mis pensamientos. Diablos, Setsuna es muy intuitiva. Demasiado. Le doy gusto y me dejo ir como la nerd de las novelas que soy:
—Es fabuloso. La autora ocupa una narrativa que te tiene al borde del asiento. Además sus personajes, en particular su protagonista, es muy interesante y redonda. ¡Y la trama ni qué se diga! A pesar de que hay muchos libros que hablan de temas sobrenaturales, nunca había visto algo parecido. Porque justamente nunca sabemos exactamente qué pasa con ella. Si está viva o muerta, o es otra cosa. Al menos hasta que escriba la segunda parte —me río. He hablado más rápido que un loro, y con demasiada intensidad.
Setsuna pestañea como risueña.
Me vuelvo a poner roja y bajo la vista. Espero que algún día deje de intimidarme.
—Ya veo que te gustó.
—Mucho. Creo que es un prospecto relevante y podría encantarle a quien le guste el género.
—¿Segura? Tenemos mil ejemplares en el mercado llenos de vampiros, hombres lobo y demás criaturas oscuras y aburridas —repone.
—Sí, pero no es nada de éso, te lo aseguro. Me da buena espina.
Ella menea la cabeza como sopesando la posibilidad, pero no del todo convencida. Luego teclea algo en su Ipad.
—De acuerdo, le concederé una entrevista. Ahora quiero saber la contraparte. Veamos… ah, sí. Ahí está. Amor al revés es amor. Es un título tonto, pero lo destrozaste. Dime por qué.
—Es espantoso. Me costó terminarlo —opino con desdén.
—Sí, sí. Dime por qué —me insiste. Yo suspiro. ¿Cómo le digo educadamente que es basura?
—Bueno, no necesitamos otra historia cliché donde la chica tonta se enamora del chico malo. El chico malo la usa con una apuesta por su virginidad, o para enamorarla o la tontería en turno que se les ocurra a sus amigos, pero en el proceso resulta que no es tan malote como parecía, y se enamora de ella aunque no tiene las agallas para decirle la verdad. Lógico, por azares de la vida o por medio de la antagonista guapa que odia a la chica tonta, ella se entera de todo y el chico malo le rompe el corazón. Más pronto que tarde lo perdona, y son felices y comen perdices porque a pesar de todo, el amor prevalece a… ¿no sé? ¿La estupidez? ¿El sentido común?
Setsuna se ríe, y es la primera vez que la oigo reír. Joder, que hasta para reír es elegante. Tiene una risa discreta y melodiosa.
—Santo cielo, Serena —dice cubriéndose la boca con una mano.
Me encojo de hombros.
—Lo siento, pero es lo que pienso.
—Y está muy bien. Pero hasta donde me quedé el cliché vende, ¿o no?
—Pero si tú acabas de decir…
Me interrumpe.
—¿No crees que las chicas de la edad de…? —y me mira, haciendo un gesto urgente con la mano.
—Oh, Annie —respondo con desagrado, recordando lo masoquista y boba que es la protagonista de la novela a pesar de ser sólo una adolescente.
—¿No crees que las chicas de la edad de Annie se pudieran identificar con ella?
Suelto una risa malévola.
—¡Dios, espero que no!
—¿Nunca te has enamorado del chico guapo y malo que comete un error garrafal y luego tengas que perdonarlo?
No sé por qué, pero me da una especie de tos nerviosa y me empiezo a dar golpes en el pecho.
—¿Estás bien? —me pregunta inclinándose sobre el escritorio.
—Sí, sí. Bien, lo siento —digo con voz atragantada cuando me recupero.
—Le diré a Berjerite que te traiga un vaso de agua.
—No. Todo bien. Gracias… pues… no, la verdad. Yo… no me ha pasado. Pero aunque así fuera, no creo que sea el tipo de mensaje que debamos mandar a nuestros lectores. Deberíamos destacarnos por lo original y la trama es horriblemente predecible. Podemos encontrar algo mejor Setsuna, con personajes más fuertes y complejos.
Eso parece convencerla.
—Descartada, entonces —sentencia, y pone otra nota en su dispositivo —. Es todo por ahora. Gracias, Serena. Sigue como vas, estás haciendo un buen trabajo.
El pecho se me infla de satisfacción.
—Gracias a ti. Así lo haré —le digo y me pongo de pie.
Voy a girar el picaporte cuando me llama otra vez.
—Otra cosita… ¿cómo va tu asistente?
—¿Unazuky? Va bien. O al menos… ha hecho todo lo que le he pedido —que no es mucho, a decir verdad, pero no sé muy bien qué decirle —. Llega temprano y nos llevamos bien.
Ella asiente, pero la noto seria cuando me habla:
—Dile que si vuelvo a verla coqueteando con los becarios del primer piso voy a suspenderla —ataja, y antes de que yo pueda pensar en la respuesta o disculparme, su celular suena y me pide que me retire.
Aun en el elevador me siento algo avergonzada. ¿Pues qué hizo? Pfff.
Me encuentro a Una en su lugar a las risas por teléfono con un alguien, y yo le indico con el dedo que corte y me siga.
—¿Pido sushi? Hoy es día de promoción —me ofrece con su usual humor alegre.
—No. Cierra la puerta y siéntate —ella lo hace con el ceño fruncido —. ¡Una! ¿Qué caramba se supone que haces?
—Yooo…
—¡Setsuna me ha dicho que te la pasas ligando con becarios!
Se tapa la boca como en una película de horror.
—Yo… «No me la paso… »sólo fue un par de veces. ¡No sabía que había cámaras ocultas! —se excusa chocando las rodillas. Yo pongo los ojos en blanco. Así que era verdad...
—Pues ya has visto que se entera de todo, así que has el favor de no fraternizar tanto con el sexo opuesto, a no ser que sea por trabajo. Eres muy obvia y da mala imagen.
Se pone muy colorada.
—Perdón. En la otra editorial había puros vejestorios, y algunos son muy guapos y no puedo evitarlo —me hace pucheros.
—Pero tienen ¿qué? ¿Diecinueve o veinte años? ¿Qué puede ofrecerte un crío de ésos aparte de una cerveza en un bar y un polvo rápido?
—¡Quiero una cerveza en un bar y un polvo rápido! —replica, y termina riéndose de sí misma por lo patético que suena. Yo sonrío también.
Suspiro profundamente mientras miro el cielo nublado de la ciudad. No puedo evitar sentirme un poco mal por ella. Sé lo mucho que ansía tener novio y después de todo, fui yo quien le prometió presentarle a Zafiro y nunca lo hice. Me parecía que realmente podían hacer una buena pareja, pero ahora… parecerá una tontería, pero no quiero tener lazos de ningún tipo que me asocien con Diamante.
Aunque eso es algo egoísta… por lo menos para Una. ¿Quién dice que no es el amor de su vida y yo se lo estoy impidiendo?
Ay, y yo que me quejo de la novelita cursi. Soy un cliché andante.
Me enderezo.
—Te diré qué. Si encuentro la manera de que Zafiro te invite a salir… ¿prometes no decirle que trabajamos juntas? —le cuestiono. Una abre mucho los ojos.
—Claro.
—Júralo —La amenazo. Sé lo lengua suelta que puede ser.
—Te lo juro. Pero… ¿estás segura?
—Lo estoy —le sonrío y la señalo con acusación—. ¡Pero debes dejar en paz a los becarios!
Soy muy mala riñendo a la gente, porque Unazuky asiente, pero se ríe de mí.
—Sí, señora.
—Hablo en serio, Setsuna dijo que te suspendería si no te comportas.
Palidece.
—Mantendré mi distancia, jefa. Aunque será muy difícil. ¿Entonces sí quieres el sushi? Ya casi es la hora de comer.
—Sí, pero invitas tú.
—Hoeeee, ¿y eso por qué? —lloriquea.
—Por hacerme quedar mal con Setsuna —Tomo mi manuscrito y le señalo con el lápiz la puerta para que se retire —Coqueta —murmuro recelosa cuando ya se ha ido. ¿Cómo voy a juntarla con Zafiro? Espero que no represente un problema, pero tendré que decírselo a Seiya.
Al final de una semana tan emocionante como agotadora y tras darle varias largas, al fin estoy en mi primera sesión con la doctora Mizuno, la terapeuta que me recomendó Seiya. El consultorio es bonito, tiene luces tenues y en vez de esperar sentada en la salita, estoy embobada contemplando una pecera preciosa que tiene al menos treinta coloridos peces. Todos nadan en direcciones opuestas y me pone la mente en blanco el admirarlos.
—¿Serena Tsukino? —dice una voz femenina y dulce que se oye detrás de mí. Estaba tan absorta que no me di cuenta que alguien me observaba.
Al voltearme veo a una chica de piel blanca, facciones bonitas y de pelo corto azul. Viste casual pero de buen gusto, y tiene puestas unas gafas en forma de diamante también azules claro, que resaltan con su pelo y ojos.
Y dijo mi nombre.
—Eeeh sí, tengo cita a las seis —confirmo, e instintivamente me vuelvo a los peces.
—¿Te gustan? —me pregunta. No sé si me interesa entablar conversación con la asistente. Ya que estoy nerviosa por la consulta, pero creo que sería muy maleducado de mi parte ignorarla.
—Sí, mi ex-nov… es decir, alguien que conocía tenía una enorme en su casa. Pero yo no puedo mantener nada vivo por más de un mes, así que paso —le sonrío.
—Sí, requieren muchos cuidados pero es beneficioso y relajante para la mente mirarlos. Por cierto, ya puedes pasar —me indica.
Me quedo parada un instante, pero niego con la cabeza y contesto:
—No, está bien. Esperaré aquí a que llegue la doctora.
Su sonrisa se amplía.
—Yo soy la doctora.
Estoy a nada de echarme a reír, pero por puro milagro no lo hago.
—Ah… yo… —mascullo de modo ambiguo —. Yo pensé que…
—¿Que rondaría los cincuenta, tendría un moño recogido en la cabeza y una bata blanca? —pregunta con una ceja en alto.
No puedo evitar reírme ésta vez.
—Sí, algo así. Perdona, es que es mi primera vez en… en ésta situación —le explico algo torpe.
—No pasa nada. Estás de hecho prácticamente describiendo a mi madre, pero ella está estudiando otro doctorado en Alemania. De momento estoy yo a cargo del consultorio.
—Ah.
—¿Aun quieres pasar? —inquiere tranquilamente.
Yo lo sopeso la idea apenas unos segundos. No puede ejercer sin una cédula, ¿no? Lo cual quiere decir que a pesar de su juventud tiene lo que se necesita para no dejarme más deschavetada. Pero luce tan joven… quizá es una de ésas súper genios que acaban la universidad a los dieciocho. Y además parece simpática y confiable. Pensé que estaría con una especialista con una personalidad más severa y juiciosa. De ésas que dan miedo que se metan a tu cabeza. Nada qué ver.
—Sí, creo que sí —decido.
—Pues adelante —me invita amablemente —. Soy Ami.
—Serena Tsuk... ¡Ay, eso ya lo sabes! —me disculpo con la misma torpeza, pero ella finge que no importa y me ofrece té.
Aborrezco el té, pero éste está delicioso. Es de mango, y nunca había probado un té de mango. Ni sabía que existía el té de mango. Como sea, dejo la taza en una mesita de mármol y de pronto no sé qué hacer. Ami me hace algunas preguntas y anota mis datos en una libreta de pasta cocida, y luego deja el bolígrafo descansar. Me mira impasible y mi estómago se encoje.
—¿Qué te trae por aquí, Serena?
Me revuelvo en mi lugar.
—Pues…
Veamos, ¿por dónde empiezo? Se supone que estas cosas son analíticas. Pero sobre todo, se supone que para que funcione, debo ser cien por ciento sincera. Y no sé si sea capaz. ¿Me empiezo a quejar por mis frustrados sueños de la infancia? Tengo una lista más larga que la de los condenados al infierno. Eso no. Mis malas notas del colegio, ex novios, mis miedos, mis problemas de imagen corporal, mi dependencia hacia Minako, mi terror a la soledad o a sufrir sentimentalmente algo irreparable… otra vez. También puedo ponerme filosófica y pensar en la incertidumbre del futuro o lo que daría por volver a hacer las cosas distintas desde la universidad, haber seguido otros consejos e ignorado otros. Divertirme más, pensar menos, estudiar más, o ser más exigente conmigo misma pero no tan crítica…
—Parece que tienes muchas cosas en la mente —me dice Ami con una sonrisa casi invisible. Yo sonrío también y bajo los ojos a mis manos.
—Nunca he hecho ésto. No sé qué debo decir, lo siento —me excuso.
—No debes disculparte por nada en éste espacio. Es tuyo. Ni tampoco debes decir nada que no quieras —me dice con voz suave. Respiro hondo tratando de relajarme. Sé que si hablo de mi horrible experiencia saldré hecha polvo y quizá no vuelva.
Carraspeo.
—Bueno… mi novio cree que me haría bien hablar con alguien, puesto que me han pasado cosas difíciles en el último año —le cuento como quien no quiere la cosa.
—¿Estás de acuerdo con él?
—Sí. Totalmente.
Ami anota otra cosa en su libreta. ¿Qué será? Esto de la terapia es la pesadilla para cualquier periodista. Menos mal que no lo soy. Al menos no en lo práctico, pero sigo siendo una cotilla.
—Eso es bueno. Podríamos partir de algo que te preocupe ahora mismo, si te apetece. No tiene que ser algo tan grave. La idea es comenzar desde algún punto.
—Si tú me vas a decir como resolverlo, vale —intento sonreír.
—No, podemos intentar resolverlo juntas —me aclara, cruzando su pierna sobre la otra —. Piensa en algo. Lo primero que se te venga a la cabeza.
Me concede cuatro o cinco minutos de silencio. Pensé que sería fácil, pero ni yo misma sé bien como plantearlo. Lo bueno, es que Ami Mizuno parece ser muy buena en lo que hace, o no sé cómo puedo sentirme tan cómoda en su presencia si no me he acabado ni el té. No sé si son las velas aromáticas, el color azul acuático de sus ojos o su voz. Toda ella me calma. Como cuando miras y escuchas las olas del océano.
—Creo… creo que lo que más me molesta en este momento, es no poder tener el control —le digo levantando los ojos.
Ami vuelve a garabatear.
—¿De qué no tienes el control?
—De mí misma.
Me reservo los detalles sexuales de momento.
—Hay cosas que podemos controlar y cosas que no —me recuerda.
Asiento.
—Pero ésto en particular se supone que debería poder controlarlo. Y no puedo. Es frustrarte —confieso ya con la voz entrecortada.
Como mis emociones amenazan con hacerse un espiral, Ami me pide que haga una serie de respiraciones largas y entonces, cuando me siento preparada, se lo empiezo a contar todo desde el principio.
Desde entonces Ami Mizuno ha sido una bendición.
Viernes en la tarde. Llevo unos quince minutos esperando afuera del trabajo de Minako, parada como una estatua. Tengo las manos entumecidas por sujetar los dos vasos desechables que contienen las malteadas. Una para ella y una para mí. Ya casi me he terminado la mía, pero aun así el hielo que sobra en el fondo me tiene titiritando, sumándole a que hace bastante frío el día de hoy. No creí que tardara tanto y aquí en medio de la calle no hay donde sentarse. El inicio del fin de semana significa para ella significa salir pitando de cualquier responsabilidad. O al menos es lo que hacía desde la secundaria. Espero que no tarde tanto.
Mientras suspiro, al fin la veo atravesar las puertas automáticas de cristal. Va arrastrando sus botas de tacón con pesadez y carga una cara de malas pulgas. Se le ve aburrida y algo malhumorada, cosa rarísima también. Le grito alto para que ubique, aunque sobresalto a varios peatones en el proceso.
Me ve y se le ilumina el rostro, y pronto se apresura a pasitos cortos esquivando a la gente que pasaba frente a mí.
—¿¡Qué haces aquí!? —me pregunta con una sonrisa, una vez que me da un beso y un breve abrazo.
—¿No puedo visitar a mi mejor amiga en su trabajo? Ya estamos muy cerca, ¿no ves? —le señalo con el vaso el edificio de la Star Publishment, allá entre las torres plateadas empresariales.
—Claro, pero como no me avisaste…
—Improvisé.
Ella levanta las cejas sorprendida.
—Cuánto misterio. ¿Eso es para mí? —pregunta alegre. Le entrego su malteada de vainilla y fresa, su combinación favorita —Mmm, qué rica está ¡gracias! —dice cuando le da un buen sorbo.
Caminamos enganchadas del brazo en sentido contrario, y como parece haber recuperado su ánimo con el dulce, me pregunta:
—¿Cómo va el nuevo trabajo?
—Genial. Setsuna es genial, Unazuky… las oficinas. Todo me encanta.
—¡Bien! ¿Y la terapia? —pregunta más seria.
—Bien, para lo que dicen. Llevo unas cuantas sesiones. A veces salgo de allí muy cansada y triste, pero cada vez que voy me siento mucho mejor.
Me aprieta el brazo de modo solidario.
—Me alegra.
—Ajá. Bueno, pues como pensaba ir de compras hoy, necesito la opinión de una experta en el tema —le digo, entre solemne y cómica. Mina gira el rostro hacia mí —. Pero si tienes planes lo entiendo. Podemos ir otro día.
—¿Planes? —se confunde.
—Sí, bueno… con Yaten —le aclaro. Minako pone los ojos en blanco mientras sorbe su bebida.
—Descuida, nunca tenemos planes —replica de mala gana. Luego recompone su frase al percatarse que quizá ha metido la pata —. Yo… no quise que sonara así. Es que últimamente tiene mucho trabajo —sonríe.
Frunzo el gesto. Es obvio que siguen estando mal, pero me limito a cerrar el pico. La conozco, y no dirá nada hasta que esté lista… o borracha. Y hoy no vamos a beber.
—De acuerdo. Entonces. ¿cuál es el mejor centro comercial de esta zona?
Se emociona y apresura el paso, arrastrándome con ella.
—Uy, eso depende de qué quieras comprar —dice, y al instante me mira con reserva y se para en seco —. No son libros, ¿verdad? Porque si son libros, prefiero irme a casa a ver como Yaten se quema las pestañas en su restirador.
—¡Pues gracias!
—Es que es un poco más guapo que tú, es todo —me saca la lengua traviesa, y yo me río.
Tomamos un taxi y en cinco minutos máximo nos deja en el almacén más cercano. Es enorme, variado y a esa hora hay bastante gente en las tiendas. Tiene tres plantas repletas de todo y sigue adornado con los tintes otoñales de naranjas y dorados. Incluso aparecen los primeros artículos navideños en exhibición. Eso me hace sonreír y sentir mariposas. Este año pasaré mi primera Navidad con Seiya.
—No, hoy no habrá nada de libros —le digo a Mina cuando me pregunta otra vez, y siento como ya me sonrojo hasta las orejas —. Es… bueno, algo más… íntimo.
—Detalles, por favor —Minako mordisquea su pajita impaciente.
—Pues… es algo que quiero probar con Seiya, pero no quería comprarlo sola —confieso, y me muerdo los labios con timidez. Eso me termina por delatar.
Minako se pone como una cabra y casi escupe la malteada. Afortunadamente no lo hace, o me habría arruinado mi abrigo recién traído de la tintorería.
—¡Ay, al fin vas a comprar tu primer juguete sexual! ¡No creí que viviera para éste día! ¡Yupiiii! —grita cuando traga —¡Qué emocionante!
La chisto muerta de vergüenza y agito las manos para aplacarla.
—¡Cállate, pervertida! ¡Claro que no es nada de eso! —exclamo antes de empezar a llamar la atención.
—Pero dijiste que era algo muy íntimo, y que Seiya…
—¿Por qué necesitaría un… un vibrador o una cosa de… de ésas si lo tengo a él? —tartamudeo sintiéndome colorada y excitada con la conversación, aunque aun no haya pasado nada en concreto entre nosotros. Al menos no desde hace muchísimo.
Minako echa su vaso vacío al basurero más cercano, y habla tan fresca como si se refiriera al clima.
—Ay, tontuela. ¡Eso no tiene nada que ver! Hay muchas parejas estables que les gust...—me mira como cayendo en la cuenta de algo entonces y carraspea ruborizada, y se sacude innecesariamente las manos —. Nada, olvídalo. Bueno, ¿entonces qué es?
Frunzo el ceño sin entender su actitud, pero pronto recobro mi entusiasmo. Volvemos a andar y subimos por la escalera eléctrica.
—Quiero comprar lencería —le susurro como si fuera la gran cosa. Minako resopla algo decepcionada, pero se recupera rápido al cavilar lo que significa.
—¡Vaya, pues enhorabuena! Por fin algo que no es del supermercado —alega señalando unas tiendas con luces coloridas y bajas al fondo del corredor, para que no me vaya a desviar por otro lado.
—Oye, tienen cosas bonitas a veces —me defiendo, aunque sé que tiene razón. Mi ropa interior es sencilla y tiene bastante tiempo. Las prenditas francesas que Diamante me compró jamás vieron la luz del día.
—Liso blanco, liso negro y liso beige no son mis ideas de algo bonito, pero vale… ¡ah, ahí está! Ésa tienda es estupenda. ¡Vamos! —y así, prácticamente me arranca el brazo para meterme en el interior de la elegante corsetería.
Miedo me da lo que me quiera poner ésta mujer, pero ya no me puedo escaquear.
Después de rechazar de modo muy poco sutil la ayuda de las vendedoras, estoy repasando los rieles y separando algunos conjuntos prometedores, mientras Minako me busca opciones. Casi de inmediato viene hacia mí con un par de cosas horribles. Unas son rojas chillón y con mallas transparentes, y las otras no puedo ni mirarlas.
—¡No! —le advierto, apenas abre la boca.
—El rojo es el color de la pasión —argumenta sacudiendo el gancho — ¡A él le va a encantar!
Me pongo del mismo color de la ropa.
—No lo hago por él, es un… ejercicio para sentirme confiada —rebato, aunque en parte miento.
Minako arquea una ceja con ironía.
—Aunque lo hagas para ti, no puedes negar que ya te estás imaginando su reacción cuando te lo vea puesto. ¿O me equivoco? Yo sé que sí, la, la, laaa —canta sonriendo como pilla, mientras hace un bailecillo gracioso y sobreponiéndose el horrible conjunto sobre su ropa normal. Yo me río fuerte. Es tan loca y divertida. La adoro.
—Él sabe como me visto, Mina. No es como que éso le quite el interés en…
Minako niega con la cabeza.
—Querida, los hombres son como los cachorros. Pueden vivir de alimento procesado toda su vida, pero si un día que otro les lanzas un filete jugoso, te adorarán —me guiña un ojo. Abro los ojos como platos.
—Tus analogías son de ensayo clínico, Minako.
—Sólo pruébatelo, ¿qué pierdes?
Trago saliva mientras intento imaginarme con éso puesto, e inmediatamente sacudo la cabeza.
—No, no es mi estilo —desvío la vista. Le muestro unas bragas de algodón muy lindas con estampados de florecillas —¿Qué tal éste? ¿A que es mono?
Minako me mira con lástima.
—Si tuvieras catorce y fueras a la pijamada del cole, pues sí. Mucho.
Hago un mohín. Hablar de mis preferencias en ropa interior está resultando más humillante y complicado de lo que pensé. Minako va y vuelve como un tornado. Ni siquiera he tenido tiempo de mirar los precios o las tallas.
—¿Qué tal éste?
Es blanco y las pantis no están tan mal, tienen dos tiritas de tela a los lados en vez de que esté todo cubierto. Y salvo los tirantes, el sujetador es apenas de media copa y de puro encaje. Hace que me dé frío sólo de mirarlos.
—¡Ni de coña! Ése parece de...
—A mí me gusta, yo tengo uno igual en negro —me interrumpe por fortuna.
—Y vaya que es muy sensual —le compongo toqueteándolo —, pero demasiado descubierto para mí.
Minako hace una pataleta.
—Ése es el puntooo…
—No. Sigue buscando.
Aprovecho mi limitada soledad para buscar algo que esté en el medio del de las flores y el exótico de tiras. Aunque hay de todo, se me escapan quejidos cada que leo las etiquetas, incluso los marcados con rebaja. La ropa interior bonita es más cara de lo que pensaba. Sólo podré comprarme un par, pero creo que lo vale. Espero que a Seiya le gusten también. Me río para mis adentros porque en el fondo sé que Mina tiene razón.
Me sorprendo captando la atención de uno en tono lavanda. Es todo liso pero su corte es mucho más insinuante y promete levantar mi busto, o algo así. En la unión de ambas copas del suave sujetador hay un adorno que es una pequeña mariposa plateada. También tiene encaje en el borde de las pantis de un morado más oscuro. Definitivamente no me desagrada...
—¿Qué opinas? —le pregunto a mi amiga, cuando aparece con una pila variopinta de telas y diseños y los pone sobre un sofá.
Para mi sorpresa, le gusta.
—Es un paso adelante, sin duda —dice examinándolo —. El color es muy bonito.
—¿Verdad?
—Sí, y te combinará con casi todo lo que te pongas.
—Aunque no me convence ésta especie de híbrido de bikini y ¿tanga? —digo, y le muestro la estrecha parte de atrás. No sé si me encanta que el setenta por ciento de mi trasero esté al aire o si sea incómodo traerlo puesto en el trabajo...
Minako suelta una carcajada divertida.
—Es un culotte, Sere. Y es muy sexy.
—¿Sí?
—Oooh, sí.
Me animo y asiento.
—Ya está, pues entonces me pruebo el culote.
Minako vuelve a reír, y escarba entre los coordinados que me trajo.
—Mira éste. No es precisamente lo que yo hubiera elegido, pero creo que te va bien a ti —me dice y me lo entrega.
—¡Es precioso! —exclamo cuando lo tengo en mis manos. Es rosa chicle, con encaje discreto empalmado en la tela del mismo color. Aunque sea liso, el hecho de tener ésos detalles tan femeninos y que sea de marca ya los hace mil veces más interesantes que los que tengo.
Sonrío de oreja a oreja y voy al probador, rogando internamente que Mina no me pise los talones. Afortunadamente no. Para ella es más atractivo recorrer la tienda de donde seguramente no saldrá con las manos vacías, aunque no necesite nada. Así lo hace, se lleva un camisón corto de tela gris y sedosa con encaje negro en el pecho. No sé cómo no se congela durmiendo con éso, pero yo que voy a saber.
Después vamos a otra tienda con secciones más variadas y allí encuentro también un par de botas largas formales y un bolso simple, pero nuevo. El que usaba a diario ya tenía dos agujeros por el dentro y estaba muy pasado de moda. La cajera tiene que repetirme tres veces el importe total antes de pagarle. Con las manos temblosas le entrego mi tarjeta. Quién diría que comprar cosas buenas sería tan costoso, pero afortunadamente ahora puedo permitírmelo. Al menos de vez en cuando.
Mina y yo nos sentamos en una banca, justo frente a un salón de belleza.
—Tenía mucho que no íbamos de compras, ¿verdad? —me dice sonriendo, mirando como a una chica le hacen un corte muy arriesgado con las puntas decoloradas. Hemos estado hablando de todo y recorriendo todos los locales que nos gustan como antes.
Asiento contenta.
—Creo que desde que elegí mi vestido para la boda de tía Kaolinete —rememoro.
Uy, ésa boda me trae muy buenos recuerdos. La imagen de Seiya desnudo por detrás en el espejo y mordiéndome el cuello me hace tragar saliva con dificultad y apretar las piernas.
—¡Tanto! —exclama Mina y de inmediato cambia el tema—. Bueno, bueno… me has dado demasiadas señales confusas, señorita. Lo de la lencería fue la cereza del pastel. Y aunque te he preguntado por mensaje mil veces si estás segura de vivir con Seiya y que supuestamente no es por las chorradas que dije en mi cumpleaños, quisiera oírlo de tu propia boca.
—¿Y eso por qué? —pregunto tímida, mientras me froto las rodillas con las manos.
—Porque me juraste a los cuatro vientos que sólo eran amigos, que no estabas para estar con nadie ahora, que querías estar sola, y el trabajo… etcétera, etcétera —rezonga —. Es algo confuso, ¿sabes?
Suspiro. No sé cómo explicarle lo que tengo con Seiya. Por alguna extraña razón, siento que sólo lo entendemos nosotros dos. Seguro que a ella le pasa lo mismo en su matrimonio. Por eso es tan reservada a veces, pese a que actúe como una cotorra con todo lo demás que suceda en su vida.
—Yo… no estoy segura, sólo sé que quiero estar con él —le sonrío rendida, y me encojo de hombros a la vez —. Siempre quise, desde la primera vez que viví allí. Lo sabes, me conoces mejor que nadie. Nunca he sentido esto por nadie. Ni por Darien, ni mucho menos por Diamante.
Minako parpadea agitando sus abundantes pestañas negras con rímel.
—Pero ¿y él? —indaga. No la culpo. Su reputación de rompecorazones lo preside.
Siento como me sonrojo y finjo ver el secado eficiente de una empleada a una chica de cabello negro y largo.
—Él también quiere estar conmigo. Estamos saliendo… oficialmente —agrego, cautelosa de su reacción.
A Mina se le desencaja la mandíbula y tarda varios segundos en que se le pase el shock.
—¿Te lo pidió él? —pregunta, cuando recupera el habla. Yo pongo los ojos en blanco. ¿Que es tan imposible de creer que de verdad seamos una pareja?
—No precisamente, pero lo hablamos y lo acordamos así.
—Ah, ya...
—¿Importa el que no me lo haya pedido? —pregunto, momentáneamente insegura por su vaga respuesta, aunque sé que no debería significar nada.
Espero no piense que lo presioné o algo como éso, o que soy sólo yo la que está alucinando con un romance de mentira, porque no fue de ésa manera. Seiya no es un galán salido de una novela clásica y me queda clarísimo, pero no por eso es menos cariñoso. Tal vez no me llevó a cenar a la luz de las velas con flores y un discurso ultra romántico, pero su manera de expresar lo que siente por mí es distinta. Ha hecho más de lo que ningún hombre con la etiqueta de «novio» ha hecho, aun sin ser nada. Ha sido mi amigo de verdad, mi soporte incondicional, mi protector y mi compañero en muchos sentidos distintos además del sexual. Sólo necesitábamos que llegara el momento de que cada uno bajara sus defensas y aceptara al fin sus sentimientos, y que todo se acomodara para bien. Aunque consciente estoy que aun nos falta un largo camino por recorrer. Hay muchas cosas que quiero hacer con él —como pasar las fiestas juntos o viajar —, pero ahora nos va bien así, supongo.
Minako sacude la cabeza como si aclarara sus pensamientos, y me pone una sonrisa radiante.
—En absoluto. Sé lo especial que eres para él. Se nota a leguas. Es sólo que me agarraste desprevenida. ¡Ay, estoy tan feliz que se acabara ése cuento ridículo e interminable de los roomies! —declara con una sonrisa de triunfo y me abraza —. Me da mucho gusto.
Le devuelvo el abrazo.
—También yo. Gracias, Mina.
—Esto lo tenemos que celebrar… —su celular empieza a sonar y pone los ojos en blanco —. Pero será otro día. La princesa Minako debe volver al castillo del dragón.
—No seas mala —le defiendo, mientras vamos ya saliendo del centro comercial —. Yaten te quiere mucho, y me consta.
—¡Estoy bromeando, Sere! Eso hacemos las esposas, nos quejamos de nuestros maridos todo el tiempo. Ya te pasará y me entenderás.
El corazón me da un vuelco. ¿Eh? ¿A mí? No lo creo… ¿O sí? No, es demasiado pronto para pensar en ésos rollos. Apenas hemos logrado concretar una relación medio definida sin matarnos en el proceso. No quiero tentar al destino. Es más, ni siquiera hemos tenido citas como los novios normales ni se lo he dicho a mis papás...
Así que se me ocurre una idea.
—Deberíamos salir otro día los cuatro, como ése día del bar —le sugiero alegre a Minako, cuando llegamos a la esquina a conseguir un taxi —. Fue muy divertido.
Tarda un poco en contestarme.
—Sí, claro. Ya veremos. Bueno, ahí viene uno libre. Enhorabuena, chica. Hiciste lo que tantas féminas intentaron por años y no pudieron: ¡Atrapaste a Seiya Kou! —exclama poniéndome una mano en el hombro, como si hubiese cerrado un gran trato. Luego abre la puerta y se mete en el coche. No sé si me gusta éso del lema del cazador cazado, porque me hace pensar cosas raras, como que todo es cosa mía. No importa. Hoy estoy muy emocionada por los modelitos que compré (el rosa y el morado) y haber podido ver a Mina y pasarla tan bien como antes.
—Qué va, si él vio la trampa y solito puso el pie —le guiño un ojo y agito la mano para despedirme.
—¡Ja, ésa es buena!
Y me lanza un beso con la mano, y se va.
Pasa otra semana y llega otra vez el viernes, el día que tanto había esperado. Hoy Seiya sale temprano del bar, así que espero que todo salga perfecto.
Pongo música y después de quitarme la ropa del trabajo me meto a la ducha. Me tomo mi tiempo y me afeito dos veces las piernas. También uso mi gel de jazmín para enjabonarme el cuerpo y la crema a juego para oler bien. Mi corazón late con la anticipación de su llegada, pero aunque tengo algo de temor, la mayoría de todo lo que siento es bueno. Buena señal de que la terapia me ha ayudado. Sólo espero que todo lo demás salga igual de bien, o gastaré una fortuna los honorarios de Ami Mizuno por el resto de mi vida.
Me desenredo el pelo y me hago una cola alta, un peinado práctico que últimamente me gusta usar en casa. Después de discernir un buen rato, decido ponerme el coordinado lavanda. Me quedo mirando en el espejo por todos los ángulos. Mi cuerpo se ve diferente, más formado y definitivamente mucho más sexy. Mina tenía razón, son geniales. Sonrío satisfecha y me pongo encima una camiseta limpia de Seiya de una gira de U2. Además de que se me ha hecho costumbre usarlas, no sospechará lo que traigo debajo. Sólo con eso puesto y mis pantuflas me voy a ver la tele. Son las ocho y cuarenta y cinco, lo cuál quiere decir que no debe tardar más de quince o veinte minutos en llegar.
Me siento confiada y… controlada, algo, aunque no tanto como quisiera. Trato de concentrarme en un programa tonto donde le hacen un cambio de look radical a una chica que se viste sólo con ropa deportiva en tamaño gigante, y pasan los minutos.
Y siguen pasando…
A la chica la han dejado más guapa que una modelo, y no hay noticias de Seiya. Miro la pantalla de mi celular y no tengo ningún mensaje suyo. Ummm, qué raro. No recuerdo que me haya dicho que pasaría a la tienda o se alargaría su turno. Quizá le pidieron quedarse más tiempo, aunque hubiera sido amable de su parte decírmelo, o tal vez olvidó decírmelo. O no le importa avisarme...
Sacudo la cabeza y trato de despejarme con la televisión. Sólo estoy nerviosa, es eso. Ya vendrá. El siguiente episodio consiste en transformar a una adicta a la ropa ochentera en alguien que viva en ésta década, y cuando acaban con ella ya me estoy enfadando de verdad. No quiero llamarlo y parecer un fastidio, pero tampoco sé si deba mejor irme a la cama… Me levanté a las siete hoy y leí mucho ésta semana. Estoy cansada. Como siempre, nada sale nunca como lo planeo.
Me acabo mi plato de Lucky Charms y me lavo los dientes. ¿Por qué narices tarda tanto? No puedo considerarlo una "grosería", porque no me juró que llegaría temprano, pero si se supone que vivimos juntos, ¿No debería tener la delicadeza de avisar si no viene a la hora adecuada? Al menos podría irme a dormir. Ya estaría abrazada a mi almohada muy tranqui y no pensando donde andará. Además, me preocupa que todo este embrollo sólo esté en mi cabeza y que si se lo digo, se lo tome a regaño… como de costumbre.
Pero lo peor de todo no es eso, si no que lo más probable es que cuando venga, si es que viene, ya estaré demasiado enfurruñada para querer encamarme con él, y todos mis esfuerzos quedarán truncados.
Odio que las cosas no salgan como quiero.
Justo cuando decido apagar la televisión, el cerrojo de la puerta se abre. Yo finjo acomodarme en el sofá y hacer de cuenta que no soy una novia obsesiva o su madre.
—Hola, Bombón —me saluda en un tono demasiado alegre. Cuando levanto la vista veo que tiene los ojos brillantes y algo rojos. Está borracho. ¡Genial!
—Hola —le devuelvo en un tono bastante borde. Seiya va directo a buscar un vaso con agua. Yo pongo los ojos en blanco. Está claro que no ocurrirá nada hoy.
—¿Qué tal el trabajo? —me pregunta cuando lo vacía de un trago y se deshace de la chaqueta.
—Estupendo, ¿y el tuyo? —le pregunto sarcástica. Él no se vuelve para mirarme.
—Bien —contesta hurgando en el refrigerador.
Y ahí voy...
—¿Te pidieron quedarte horas extras? —le pregunto acercándome.
Seiya se queda con unas sobras de comida en la mano.
—No, ¿por qué? —dice ya en tono desconfiado, y mete el plato al microondas.
—Porque es tarde.
—Ya, ¿y? —salta.
—Yyyy nada, ¿no puedo preguntar?
—Ah… pues no necesitas saber cada detalle de mi itinerario, pero sí puedes. Sólo que me estás mirando como si quisieras tragarme vivo. Es incómodo, ¿sabes? ¿Qué mosca te ha picado ahora?
Aprovecho que me da la espalda para proferir un improperio en silencio. Tengo ganas de meterle la cabeza en el horno y golpeársela con la puerta, pero en vez de eso respiro profundo, recuerdo la terapia, el afecto que se supone que le tengo y ésas cosas antes de hacerlo.
Me cruzo de brazos cuando pita el horno.
—Son cosas normales que se suelen saber cuando vives con alguien, perdona si te he ofendido al interesarme en tu vida cotidiana, Seiya —le reprocho.
Se queda parpadeando algo atrofiado, probablemente por el alcohol.
—Sólo me tomé unos tragos con Michiru —dice, y yo le lanzo una mirada letal —, y con Haruka —agrega en tono más alto —. Perdí un poco la noción del tiempo y no tenía prisa por llegar a casa, es todo. ¿Qué importa? No teníamos nada qué hacer de todos modos, ¿o sí?
Bufo.
—No, no teníamos. Me voy a acostar.
—Bombón —se queja al ver mi actitud.
—De verdad, no pasa nada. Buenas noches —me giro.
—¿No quieres estar un rato conmigo? —pregunta más agradable.
—No —repongo dándome vuelta y diciéndoselo a la cara —. Estás borracho y ya dejaste claro que no necesito saber lo que hiciste o no después del trabajo con Michiru o con quien sea, así que prefiero dormir.
—No estoy borracho, sólo me tomé tres copas y podemos hablar de otra cosa. ¿O es obligatorio que te dé razón de qué hice o que no? Yo no hago eso cuando vas por ahí con Unazuky o Minako. Ah, verdad, que es porque odias a Michiru.
—¡No odio a Michiru! —discrepo, mintiendo a medias —. Y cuando lo hago te mantengo al tanto...
—Ya, bueno. Yo no "te mantuve al tanto". ¡Pecado mortal! ¿Podemos dejarlo estar o vas a seguir siendo un grano en el culo hasta que amanezca? —me abronca tomando su burrito, pero el idiota se quema y sacude la mano.
Justicia divina, le llaman.
—¡Ves lo que te digo! ¡Eres un maleducado, Seiya! ¿Tanto te costaba avisarme que ibas a demorar? ¡Yo estuve esperándote porque quería verte! —le reclamo.
Eso parece hacerle corto circuito en su cabeza.
—Yo… no sé, no se me ocurrió —divaga frunciendo el ceño, y enseguida me lo echa en cara mirándome—. ¡Hey, podrías haberme dicho eso en vez de ser tan pesada!
Nuestros cambios de humor como siempre son un elevador descompuesto, así que decido dejarlo por la paz, si es que a dejarlo con la palabra en la boca se le puede llamar paz.
—Ése burrito tenía dos semanas ahí. Si lo comes te enfermarás —le digo en tono neutro, y me doy la vuelta para irme a la habitación.
Me pesca de la orilla de la camiseta con gran habilidad, y me hace ahogar un pequeño grito de sorpresa cuando me jala hacia él.
—¿No me vas a dar un beso de buenas noches? —me pregunta con voz grave, buscándome con los ojos.
Lucho por hacer caso omiso de lo irresistible que me resulta ésta acción. Mi enfado casi se ha diluido por completo, y termina por desaparecer cuando me estrecha en sus brazos.
—No —le digo, pero estoy riéndome.
—Sí que lo harás —decreta, y me besa abriéndome la boca.
Sabe a ron y a caramelo de cereza, una combinación divina.
—Sé que eres neófito en esto de las relaciones, pero normalmente uno no insulta a su novia y luego le pide que la bese casi en el mismo minuto —le riño enroscando mis dedos con su pelo.
—Bueno, a veces ciertas novias deberían relajarse un poco y dejar de dar tanto la lata —sonríe. Incluso diciendo tonterías es guapo a rabiar con ésa sonrisa.
—Ah sí. Bueno, pues a veces ciertos novios deberían dejar de comportarse como auténticos cretinos —contraataco.
Para mi sorpresa echa la cabeza atrás y se ríe.
—Lo estoy intentando, pero se me escapa a veces. Lo siento.
—También yo. ¿Vamos a la cama?
Así lo hacemos. Mientras él se empieza a desnudar yo aguardo, con el corazón agitado. He cambiado de opinión. No vamos a dormir. Veo como se quita la camiseta y la lanza al cesto de la ropa sucia hecha una bola, pero él no esperaba que yo hiciera lo mismo con la mía. Es decir, con la suya.
Atraigo de inmediato su atención, y se queda como si le hubiera puesto pausa a un vídeo.
—Joder —musita, y me recorre de arriba abajo con la vista —. ¿Qué llevas puesto?
Sus ojos brillan con un deseo innegable.
—Nada, sólo es ropa interior. Es nueva —le digo con la mayor tranquilidad e inocencia que puedo, aunque siento como me sube el calor hasta las orejas.
—Ya… pues… joder —repite incoherentemente, cruzándose de brazos. Su pecho varonil se hace más voluminoso y cuadrado, y yo babeo.
Pero no soy el único.
—Sí, ya lo dijiste —sonrío.
La vista nublada y azul de Seiya me ciega, me hace que tenga cosquilleos por toda la piel, como si tuviera encima un montón de hormiguitas caminando en todas direcciones.
—Es…
—¿Te gusta? —me hinco sugerente sobre el colchón y llevo mis dedos a la diminuta mariposa que me cuelga del canalillo del sostén. Seiya emite un quejido agudo y se endereza, como si le hubiera picado un insecto en alguna parte de la espalda.
—Eh… claro, sí —traga saliva y hace un movimiento vago con la mano—. Ésas… ésas pantis son… increíbles.
—Son...
Son...
Ah… y no me acuerdo como se llaman las porquerías. Maldición. Pero supongo que no importa. Con la boca seca miro el gran bulto que se le ha formado en el bóxer de Calvin Klein. Y lo noto: la energía cambia totalmente entre nosotros. Hay chispas y llamaradas de deseo por todas partes. Sé que no necesitaría lencería provocativa para que él me tuviera ganas, pero ahora es mucho más excitante. Me hace sentir atractiva y mucho más deseada que de costumbre. Mis hormonas son miles de burbujas rozagantes en el agua, todas al punto de ebullición.
—Quise mostrártela antes, pero estabas muy ocupado siendo un pésimo novio…
—Ajá —responde en automático sin dejar de mirar cada centímetro de mi cuerpo. Está claro que no ha escuchado una palabra de lo que he dicho, así que extiendo una mano hacia él.
—Ven.
Apoya la rodilla en la cama y me mira hambriento antes de unirse a mí.
Nuestros besos son pausados e incitantes. Nuestros labios juegan, se acercan y se separan, y luego su lengua y la mía bailan en un compás que me enciende por dentro. Me coge el pelo con una mano y pega su erección contra mi vientre, haciéndome gemir contra su garganta. Con su otra mano empieza a acariciarme la cintura y la espalda, y sus largos y calientes dedos recorrer las costuras de mis bragas por detrás, hasta que se meten dentro apretando la carne expuesta de mis nalgas. Yo tengo las manos en su rostro, pero pronto las deslizo por su abdomen cuesta abajo, siempre sin dejar de besarnos.
Se separa lo mínimo relamiéndose los labios, pero eso era algo que ya esperaba. Así que yo lo vuelvo a besar.
—Bombón, no —me suplica apartándose. A lo más que hemos llegado es a besarnos y manosearnos con la ropa puesta. Ésto es un récord, así que entiendo completamente su desconcierto. A lo mejor debí haberle puesto sobre aviso, pero quería que fuera una sorpresa. Sorpresa que él mismo casi echa a perder.
—Lo sé —le digo. Para mí también es una tortura aguantar estar lejos suyo —. Quiero hacerlo. Ahora.
—Pero…
—Seiya, por favor —jadeo, y veo la duda impresa en sus ojos cristalinos —. No le des vueltas. Estoy lista.
Es increíble como se han vuelto las tornas. Hace meses, sería yo la que tuviera incertidumbre por acostarme con él. Pero ya no es así.
—Sabes que no me importa esperar —murmura con voz temblorosa.
Bajo mi mano a su entrepierna y lo acaricio con la palma. Dios, cuánto tenía sin tocarlo. Él gruñe. Aprieto, subo y bajo la mano con suavidad. Es una delicia sentirlo así, me lo imagino en mi interior y eso hace que me humedezca cada vez más.
—Lo sé, y es por eso que te deseo aun más —le digo al oído. Vuelve a gruñir.
—¿Segura? —pregunta, pero sé que su sentido común ya es cosa perdida. Está empezando a lamerme el cuello.
—Sí, tonto. ¡Segura!
—¡Vale! —dice finalmente desabrochándome el sujetador y lanzándolo por ahí. Luego mira hacia abajo con lasciva y retuerce el elástico con sus dedos —. Me gustan. Mucho. A lo mejor quiero que te las dejes puestas…
—Como quieras —le digo, y junto mis labios contra los suyos. Me da igual. De todos modos sé que me hará ver las estrellas —. Bésame, Seiya —le pido sin separarme de su boca.
Y lo hace. El beso más voraz y excitante que me haya dado nunca.
Nos tumbamos y su boca baja hasta mi pecho, haciendo algo curioso. Mordiendo y luego pasando la lengua en mi zona más sensible en círculos. Enseguida me causa diminutas descargas eléctricas en las piernas y empiezo a gemir en respuesta, moviéndome a su ritmo y acariciándolo como puedo. Quiero decirle que no puede echárseme encima así nada más, pero cuando separa mis piernas y uno de sus dedos juega con mi carne y entra muy despacio en mi interior se me adormece la lengua y no consigo decir nada que tenga sentido. Estoy tan mojada que sus dedos resbalan y generan ruidos de lo más vergonzosos, pero mis gemidos los callan pronto.
Hago consciencia para no cerrar los ojos aun y dejarme llevar, tal como había planeado para no sufrir ninguna visión aterradora, pero él no me la hace fácil. Imita el mismo movimiento pero a la inversa. Ahora atiende mi otro pezón, lo chupa con fuerza y a la vez con cariño. Lame y muerde, como si quisiera curar una herida en él. Lo repite una y otra vez, mientras ahora se aventura a introducir su dedo corazón en mi interior. Ahora son dos y se siente increíble. Siento que todo mi cuerpo está en llamas.
—Seiya… voy a… —comienzo a decir, pero no me hace mucho caso.
Entonces le cojo las manos con las muñecas y alza la cara. Meneo la cabeza y él frunce el ceño. Me impulso sobre la rodilla y en un abrazo giramos de nuevo sobre el colchón, ésta vez quedando yo encima, con mis manos sobre su abdomen duro. Mi pecho sube y baja agitado. Le sonrío.
—¿Que haces? —me pregunta.
—Necesito que lo hagamos a mi manera —le explico.
—¿O sea?
—O sea… que no puedes moverte —grazno con las mejillas coloradas.
Él arquea ambas cejas con perplejidad.
—¿Por qué?
—Por favor… pues para… puedes hacerlo ¿o no? —me mosqueo. No voy a explicarle lo que traté en la terapia. Tener el control es importante para superar mi trauma. Pero no ahora, estoy semi-desnuda y muy excitada.
—¿Vas a usarme como un muñeco hinchable? No es justo —me dice con mofa, y trata de incorporarse. Con mis manos lo obligo a que se vuelva a tumbar, mientras me entra la risa tonta de nervios.
Pues básicamente...
—No digas tonterías. Puedes tocarme, sólo… —Maldición. ¿Cómo se lo explico? Me muerdo los labios —. No puedes estar encima de mí, ni hacer movimientos muy bruscos. Sólo eso. Es mi condición.
Parpadea atribulado.
—Yo… no sé…
—Inténtalo —le incito, descendiendo mis manos por su cuerpo, hasta que mis dedos se aferran al elástico de la tienda de campaña que es su bóxer —. Es mejor que sólo besuquearnos frente a la tele como dos críos. ¿Quieres que volvamos a ése punto ahora?
—No, ni loco —responde en el acto. Se está muriendo de ganas.
—Entonces tener déjame a mí el control. Sólo por hoy, bueno, tal vez unas cuantas veces —le propongo. Debajo de mi vuelvo a sentir como crece aun más su erección. Diga lo que diga, seguro que le ha gustado la idea.
Asiente y con su aprobación mis manos atolondradas le sacan la ropa interior, y liberan su miembro duro como roca. Empiezo a acariciarlo y luego, con mucho valor, me lo meto en la boca como si fuese un helado. Intento recordar cómo era esta faena del sexo oral y repetir las mismas cosas que creo que le van a gustar. Me recoloco entre sus rodillas sin dejar de atenderlo y levanto los ojos para ver qué hace cuando lo oigo quejarse con cosas como «Joder, Bombón. Así. Más.» Para mi asombro tiene los ojos cerrados y la boca entreabierta. Sus manos sujetan mi cola de caballo, pero no hace más. Lo sabía, le gusta. Siento como mi temperatura aumenta drásticamente entre mis piernas. Quiero sentarme sobre él, pero primero quiero oírlo gemir mi nombre un poco más, porque me fascina ser la responsable de su placer.
Trazo círculos con mi lengua en la punta y se pone como loco. No puede evitar levantar las caderas para metérmelo hasta el fondo de mi garganta. Empiezan a llorarme los ojos, pero verlo disfrutar hace que no sea tan terrible. Durante algunos segundos le dejo manipularme la cabeza del pelo, y luego me aparto. Algo me dice que no va a aguantar mucho.
Me incorporo.
La sensación de estar sentada en su regazo con él desnudo y mis bragas mojadas es maravillosa. Seiya me sujeta por la cintura y tiene la mirada salvaje de la anticipación. No debe estar acostumbrado a que la chica haga el trabajo, pero me encanta que lo esté aceptando.
—¿Aun quieres que me las deje puestas? —le pregunto en un ronroneo. Asiente con una sonrisa libidinosa. Me inclino y lo beso —. De acuerdo…
Me las hago a un lado cuando lo oigo:
—Espera.
¿Ahora qué?
—Um… el… —y señala el buró del lado donde él duerme. Que no me salga con que quiere ir al baño porque lo mato. Estoy a punto...
—¿Qué? —espeto.
Pone los ojos en blanco.
—El condón, Bombón.
Se me enciende el rostro de mil colores. Claro, se me tenía que olvidar.
—Ah, sí. Esto… yo…
Suspira.
—A ver, ya lo hago yo…
—No, yo puedo —insisto de mala gana. Seiya vuelve a suspirar, ésta vez sin tanta paciencia. Con el mejor cuidado que tengo abro el envoltorio, pero pronto empiezo a tener problemas. Nada raro en mí.
—¿Tiene que estar tan… baboso y resbaladizo?
—No sé de qué hablas, muchas cosas aquí lo están.
—¡Seiya! —La cara que debo tener no tiene precio, porque se echa a reír diabólicamente.
—Bueno, tú preguntaste…
—Creo que no… ay, no quiero romperlo —confieso rindiéndome. Soy una inútil —. Hazlo tú, por favor.
—Querías hacer todo tú, pues aprende —me pincha.
Será cabrón...
—Pero…
—Ven, dame tu mano.
Curiosa y fascinada, contemplo como su mano se cierra en torno a su longitud y luego lo hace aparecer como una tela mágica. Sonrío. Algo me dice que voy a querer hacerlo yo la siguiente vez. Es como tener un juguete nuevo, y seguro mejor de los que habla Mina.
Me ayuda a levantarme un poco y siento su roce ardiente. Luego, de a poco, percibo como me va llenando a medida que bajo. La intrusión me expande por dentro y me produce un placer infame.
—Ay, Dios...
—¿Estás b…?
—Ssssh, sí, sólo… —lo callo. Obviamente tenía mucho que no tener sexo, pero no lo pienso decir —. Necesito... un momento.
—Okay…
Muevo las caderas al frente y atrás varias veces para tratar de aliviar la presión, y ahí está. El atrevieso empieza a ser soportable hasta que que me resulta agradable. Seiya retiene algunos sonidos de gusto también, así que en pocos minutos me animo a acelerar el ritmo. Cuanto más me muevo, más me gusta. Seiya me sujeta del trasero, abriéndome bien de la ropa interior y me estrecha contra sí, mientras también empieza a mover la pelvis y así hacer que nuestros cuerpos choquen juntos, y más fuerte.
Ahora es mucho, mucho mejor. Tengo una de sus manos apoyada en su pecho para sostenerme e intento ignorar las punzadas de dolor que me empiezan a mandar los músculos de los muslos, y sigo montándolo sintiéndome una amazona muy sexy, según yo. Sonrío feliz de la vida y abro bien los ojos. No puedo creer que al fin estemos haciendo ésto. No puedo dejar de mirarlo y tocarlo, de admirar los pequeños detalles que sólo yo veo y no quiero que nadie más tenga ése derecho. Veo el lunar grande de su hombro izquierdo, los tonos más claros en la piel donde no le da el sol y el par de gotas de sudor que descienden por su frente. Sus ojos embravecidos y azules atravesándome mientras somos uno.
—Bombón —dice mientras me inclino para besarle otra vez, en el mentón, el rostro y los labios. Tiene la piel sudorosa, salada y deliciosa —. Me encanta. Tú, tú me encantas… joder, lo estás haciendo tan bien —balbucea alucinado, y se lleva la mano que tenía en su pecho a los labios, entrelaza nuestros dedos y me besa los nudillos y me los muerde. Ese gesto tan íntimo y erótico hace que me sienta la persona más especial del planeta. De su planeta. Nadie más importa en éste momento, sólo él y yo.
Aquello me alienta e intento coger velocidad. Por las oleadas que siento no creo que aguante mucho más, aunque a mí me gustaría que durara horas. Seiya entiende a la perfección mi lenguaje corporal sin que yo diga una palabra. Me estrecha de la espalda y me agarra la nuca con una mano. Nuestros gemidos y nuestros cuerpos se entrelazan cuando los dos alcanzamos el punto máximo, y terminamos uno detrás del otro. Mi vientre se contrae, me consumo y estallo liberada. Él se deja caer hacia atrás en la almohada llevándome consigo, y nos besamos así, sin que salga aun de mí.
Cuando recupero el aliento y vuelvo en mí, apenas lo noto moverse un poco para deshacerse del preservativo en la papelera. Me recargo en su hombro y disfruto del maravilloso estado de silencio. Sólo oyendo el latido de mi corazón, y más lejos allá, el suyo tratando de calmarse.
Lo logré. Lo hicimos.
—Uau, éso fue —habla él por mí —. Fue…
—Lo sé —respondo sin necesidad de entrar en descripciones. Estoy a nada de entrar en una duermevela.
—No sé si sería la abstinencia pero… creo que ha sido el mejor orgasmo que he tenido —suelta así nada más, como si fuera del dominio público. Eso me despierta.
Levanto la cabeza y lo miro. Antes me incomodaba que fuera tan "natural" al hablar de éstas cosas, pero ya no me causa ése efecto tampoco. De hecho me gusta que hablemos cada vez de más y más cosas referentes al sexo y a todo. Entonces caigo en la cuenta de algo…
—Lo mismo digo —sonrío. Luego parpadeo sin entender —. ¿Tú tampoco habías…?
Carraspea y desvía la mirada al techo.
—Pues no.
—¿Desde cuándo?
—Y con un demonio —maldice — ¿Eso importa?
—No. ¿Es malo como para que lo sepa? —le devuelvo arqueando una ceja.
Seiya se lleva una mano detrás de la nuca.
—No sé, mucho tiempo —no sé hasta qué punto es sincero, pero algo me dice que es mejor dejarlo estar. No quiero cargarme este momento perfecto.
—Ah… ¿y puedo saber por qué? —Probablemente no debería preguntar eso tampoco, pero ya se me ha escapado. Espero no arruinar nuestro buen humor post-sexo.
—No lo sé, no se había dado la ocasión —contesta tajante, pero no me lo trago.
Trato de bromear, pero me sale mal.
—Ja, ¿En ése bar lleno de chicas guapas y —omito a tiempo los calificativos para no romper el récord en "cómo ponerse celosa sólo con algo que sólo ocurre en mi imaginación" —. ¿Y… y disponibles? ¡Por favor!
Se acomoda de costado y quedamos frente a frente. Su rostro debe estar a menos de diez centímetros del mío. Con los dedos me levanta la barbilla y me deja contemplándole como tonta, hasta que me dice en voz baja:
—¿De veras quieres saber?
Ay… ya no sé.
—Sí —respondo.
—Porque no podía. Sólo pensaba en ti.
Me deja… no sé, no sé ni cómo me deja. Siento que quiero llorar, saltar, y gritar y correr por todo Japón y cuando regrese pedirle matrimonio. Todo al mismo tiempo. Todo igual de absurdo y al mismo tiempo verdadero. Aguanto un jadeo de emoción, y sólo soy capaz de decir:
—Seiya…
—¿Me crees?
Su voz es dulce y sincera. Cuando recupero la cordura, le beso el puente de la nariz.
—Claro que te creo.
Y le abrazo otra vez. Cuando me despego y lo vuelvo a mirar, veo que ya tiene los ojos cerrados. Cayó rendido, y yo estoy casi a eso. Aguanto una risita y alcanzo mi celular para mirar la hora. Es la una y quince de la mañana. Menuda la espera, pero valió la pena. Busco mi camiseta en el piso, me la paso por el cuello para no tener frío y luego apago la pequeña lámpara que nos iluminaba. Me meto en la cama y aunque sé que no me oye, le deseo las buenas noches.
Pero ésta vez no hay escapadas con la excusa de irse a duchar, a trabajar o porque habrá alguna fiesta que no puede perderse. Ni siquiera me da la espalda como yo lo esperaba. Apenas me acurruco y trato de dormirme, siento su brazo rodearme y su cuerpo pegarse cariñosamente contra mí. Alcanzo su mano y enlazo mis dedos con los suyos para sentirle aun más cerca. Lo único que se me viene a la mente antes de abandonarme al sueño profundo, es que los dos, posiblemente, acabamos de hacer el amor por primera vez.
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Notas:
Jujuju (*risa pervertida y meme del tipo de la momia*) Bueno, ya era hora, ¿no? UwU Sabemos que Serena pasó por una situación MUY complicada y la verdad esto no es cosa que se supere de la noche a la mañana. No quería quitarle importancia a lo que le pasó, a su proceso y que se lanzara a los brazos de Seiya como si nada, quería hacerlo realista. Gracias a Paulina por orientarme acerca de cuál era la mejor manera en la que una mujer podría sentirse segura en la cama después de una experiencia como aquélla. Por lo demás, no hay mucho que agregar, sólo que estos dos ya no creo que vuelvan a ver tanto la tele XD.
*"Suspiros robados" es una historia real y la encuentran en Wattpad, aunque no doy fe de que sea tan buena como dice Serena, sólo usé la referencia :P
*La otra historia no existe, así que no se molesten en buscarla.
*Ami no tendrá un papel relevante, pero a quien le guste el personaje ya le dimos aparición.
Gracias a todos por leer, incluso a los que no pueden hacerlo con cuenta. A todos los leo y los valoro muchísimo.
XOXO,
Kay
