Los personajes pertenecen a la asombrosa Stephenie Meyer. La historia está basada en el libro "El Maravilloso Mago de Oz" de Lyman Frank Baum, en el libro "Wicked: Memorias de una Bruja Mala" de Gregory Maguire y en el libreto de la puesta en escena "Wicked: La Historia jamás contada de las Brujas de Oz" de Winnie Holzman. Yo solo quise hacer una interpretación diferente de las historias.
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En una esquina apartada, Isabella se sentía más que nunca como un bicho raro dentro del salón de clases. Vanya no había querido asistir, pues se encontraba 'demasiado cansada para hacer cualquier cosa', según sus palabras. Isabella la había regañado, intentando convencerla de levantarse (cosa que, por supuesto, no funcionó.). Su única petición había sido que se llevara puesto el broche que le había dado la noche anterior. 'Necesitas algo de color, Bells', había murmurado tiernamente Vanya.
Como se arrepentía justo ahora.
Intentando distraerse, se puso a rememorar todo lo que había pasado el día y la noche anterior. Sin poder evitarlo, una sonrisa llenó su rostro.
— Pelo, pelo… — murmuró bajito, tocándose las puntas del cabello que, por primera vez en muchos años, llevaba suelto. — Pelo, pelo… — volvió a murmurar para sí misma, ahora riendo un poco ante lo tonta que se sentía.
Dio un violento salto hacia un lado cuando una mano la tomó del brazo. Volvió la cabeza con la respiración a mil por hora. Edward.
— Oye… — Empezó a decir Edward con una sonrisa. Isabella alzó las cejas, retándolo a decir algo. ¿La habrá escuchado? — Nada, es que… te ves linda. Aunque, siempre es así. — termina el joven príncipe antes de tomar asiento justo al lado de la banca de Isabella.
¿L-Linda? Pensó Isabella con sorpresa. ¿Cree que soy… linda?
Aún en shock, se sentó en su banca cuando se dio cuenta de que el profesor Cullen había entrado al salón de clases.
— Tomen asiento, por favor. Tomen asiento, tengo algo que decirles y muy poco tiempo para hacerlo. — dijo el profesor Carlisle con el rostro extremadamente serio. Edward podría jurar que incluso veía lágrimas en sus ojos. — Mis queridos alumnos… hoy es mi último día en la academia de Shiz. — Isabella y Edward se miraron, alertas. — Lamentablemente… los Animales… ya no tienen permitido enseñar…
En ese momento entró la señorita Esme, casi corriendo.
— Profesor. — se acercó al escritorio. — Estoy terriblemente apenada… — Isabella se puso en pie.
— Señorita Esme, usted no puede permitir esto. — exclamó, intentando encontrar una solución en su mente.
— Señorita Isabella, no se preocupe por mí. — Carlisle Cullen se acercó a la chica y la tomó por los hombros, con una triste sonrisa. — Podrán quitarme mi trabajo, pero continuaré diciendo lo que está pasando. — en ese momento, dos guardias entraron al salón. Sus uniformes daban a entender que eran oficiales de la Ciudad Esmeralda. ¿Por qué estaría ellos aquí? Uno venía empujando un carrito muy extraño. El más alto de ellos tomó Carlisle del brazo, llevándoselo afuera. — ¡No! ¡Aun no les he contado la historia completa!
Isabella estaba desesperada, la única razón por la que se abstenía de llorar, era el recordatorio del dolor que le causaban.
— ¡Profesor Cullen! — perdiendo de vista a Carlisle se volvió hacia sus compañeros, quienes habían permanecido como espectadores de toda la escena. — ¿Qué? ¿Nadie piensa hacer nada? ¿Se van a quedar callados y sentados?
— Señorita Isabella, me temo que no hay nada que podamos hacer. — intentó tranquilizarla la profesora Esme.
— Pero, señorita Esme…
— Por favor, querida, siéntate. — dijo la profesora Esme con la sonrisa congelada en el rostro, tomó su brazo son tanta fuerza que obligó a Isabella a caer sentada en su banca. Presa de la sorpresa, la chica verde se quedó callada, sorprendida.
— Muy buenas tardes, jóvenes. — dijo alegremente el guardia que aún estaba allí. — Hoy vengo a hablarles de algo asombroso que está pasando entre nosotros. Actualmente es muy común que con cada pasar de los días y con cada tic toc del reloj, se escuche el 'silencio del progreso' en nuestro grandioso Oz. — habló aún sonriente. — Por ejemplo, a esto se le conoce como jaula. — retiró la manta que se extendía sobre el carrito. Debajo, justo como había dicho el guardia, había una jaula de metal y dentro, un cachorro de león. — Probablemente vayan viendo más y más jaulas en el futuro, esta última innovación, es por el bien de los animales.
— Si le hace bien, ¿Por qué esta temblando? — exclamó Isabella sin poder controlarse. Edward le tomó el brazo, mirándola con precaución.
— De la emoción de estar aquí, eso es todo. — rió el guardia. Y todos sus compañeros le siguieron. — Bueno, bueno, uno de los beneficios de enjaular al cachorro de león cuando se es tan joven es que nunca, pero nunca aprenderá a hablar. — después hizo una seña y todos se pusieron en pie, acercándose para ver al cachorro enjaulado.
— Ay, no. Que horrible, ¿te lo imaginas? — dijo Isabella tomando a Edward del brazo. Necesitaba hacer algo. — ¿Puedes imaginarte un mundo en donde los animales no hablen? — ambos se vieron a los ojos. Sabían que estaban pensando en lo mismo.
— Puede que se vea un poco nervioso, pero eso se resuelve fácilmente. —canturreó el guardia, sacando una enorme jeringa, lo cual hizo que el cachorro empezara a chillar.
— ¿Qué está haciendo? — chilló Isabella a punto de perder la cabeza.
— Isabella, necesitas calmarte… — susurró Edward, intentando rodear con los brazos a la chica.
— ¿Es que nadie piensa hacer nada? — sacudió a Edward con los ojos desorbitados. — ¡Mira lo que están a punto de hacer! — atrapada por un impulso, Isabella corrió hasta el guardia y lo empujó. — ¡ALTO! — gritó desesperada.
Fue en un instante en el que todos cayeron al suelo dormidos, la señorita Esme, el guardia, incluso sus compañeros de clase. ¿Qué demonios?
— ¿Qué hiciste? — Chilló Edward en shock. ¿Por qué no lo había afectado a él? ¿Tendrá que ver con su descendencia?
— No sé… me enoje mucho y… — intentó volver a acercarse a Edward, pero este le detuvo.
— No te muevas… — el cobrizo alzó los brazos en su dirección. No teniendo idea de nada, Edward se acercó y cubrió de nuevo la jaula del cachorro, levantándola por el aza. — Vámonos de aquí… — exclamó caminando a la salida.
— Espera… ¿qué pasará con ellos? — dijo Isabella a medio camino hacia la puerta.
— ¿No puedes hacer que despierten? — la miró Edward.
Sintiéndose ridícula, empezó a mover los brazos justo como la señorita Esme le había enseñado en una de sus clases. Cuando se sintió lista desde el interior, supo que sería capaz de proyectar un hechizo.
— ¡Despierten! — exclamó. Uno de sus compañeros se sentó de golpe, asustado, y con él le siguieron los demás. — ¡Vámonos! — chilló empujando a Edward.
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"Lo ve, se ven. Llueven flores, un edén. Y un cuento empezó."
Había pasado mucho tiempo corriendo, intentando llegar lo más lejos posible, de alejarse del castillo. Ambos tenían las respiraciones agitadas y sentían que ya no podían más.
— No lo sacudas mucho. — jadeó Isabella al ver cómo Edward se dejaba caer en el pasto.
— No lo estoy sacudiendo. — susurró Edward bajo su aliento. No se sentía capaz de argumentar con Isabella en ese mismo momento.
La chica se acercó a él, tocando la jaula con inseguridad.
— Es que no podemos dejarlo aquí en cualquier lado, tenemos que encontrarle un lugar seguro. — explicó como si fuera lo más obvio. El punto de haber salvado al cachorro era colocarlo en un buen lugar, no solo dejarlo ahí, a mitad del campo como si fuera una caja vacía.
— ¡Ya lo sé! — chilló Edward cuando pudo recuperar su aliento. — Tú debes de creer que soy un completo idiota, ¿no? — se giró para mirar enfadado a Isabella.
— No… — titubeó la chica. — No completo…
Edward rodó los ojos.
— Es que cada vez que te encuentro, siempre estas causando algún problema. — se quejó Edward, aún no lograba entender del todo a Isabella, pero su nombre empezaba a parecer sinónimo de problema.
— Yo no causo ningún problema, yo soy un problema. — dijo con amargura. —Quizá como tú eres TAN buen estudiante y todos te aman y te siguen a todas partes, no te des cuenta de lo complicado que lo tienen algunos.
"Sentir, callar, y no olvides tu lugar. Guarda fuego en tu interior. Quiere lo mejor, y no soy yo."
— Claro que lo sé. — respondió Edward. A Isabella le sorprendió su tono, había estado esperando que le gritara o que le reclamara más cosas. Pero parecía algo avergonzado. — Tal vez parezca que no entiendo por lo que estás pasando, pero lo hago. — confundiendo a la chica, Edward se desabotonó la camisa.
— ¿Qué rayos estás haciendo? — chilló Isabella.
— Te demuestro que no somos tan diferente.
Y allí, delante de Isabella, se encontraba un semi desnudo Edward. Sin embargo, su desnudez pasó a segundo plano cuando notó las finísimas líneas que marcaban todo el lado derecho del príncipe. Al acercarse, reconoció el color azul cristalino. Parecía como si alguien hubiera dibujado diamantes en su piel con un lápiz azul.
— ¿Qué…? ¿Cómo…? — tartamudeó.
— Son marcas de nacimiento. Todos en la familia real los tienen. Solo que nadie fuera del país Winki sabe de esto. He tenido que cambiar de escuela muchas veces, porque una vez que descubren mis marcas, me hacen a un lado.
Isabella vio con otros ojos al joven príncipe, entonces. Él era… ¿Cómo ella? Se acercó un poco más, deseando sentir la diferencia de contrastes de la piel de Edward. Al tocarse, la ahora conocida descarga los atravesó.
— Perdón… — murmuró desconcertada. Al alzar la mirada, notó que se había acercado más de la cuenta.
"Ni mal, ni cruel. Ella es rubia, él es él. Así fue que la escogió. Busca a alguna que…"
— Bueno… — respondió Edward no muy seguro, perdido en la mirada chocolate.
— Yo… — suspiró con dificultad. — Pudiste no haberme ayudado… pero lo hiciste. — colocó su mano en el hombro del chico, sintiendo un ligero relieve entre las líneas. El cuerpo de Edward dio una ligera sacudida. — Así que no importa lo superficial y egoísta que intentas aparentar ser…
— ¡No, perdón! — Edward parecía algo ofendido. — Yo no estoy aparentando nada… soy genuinamente egoísta y profundamente superficial.
Isabella rió.
— No, no lo eres. De lo contrario, no serias tan infeliz.
Sintiéndose expuesto, Edward se levantó de un salto, casi ocasionando que Isabella se fuera de espaldas contra el césped. Se apresuró a colocarse de nuevo la camisa, esperando poder ganar un poco más de seguridad con esa acción.
"A una que… que no soy yo…"
— Bueno, si no quieres mi ayuda quédate con el león y se acabó. — respondió enfadado. ¿Cuándo había dejado que la chica le afectara tanto? Se dio la vuelta con la intención de regresar a su dormitorio.
— No, no, si quiero. — Corrió Isabella a tomarle de la mano y atraerlo, ocasionando que sus cuerpos chocaran. Ambos, desorientados, sin tener la menor idea de qué hacer, se separaron. ¿Qué era este sentimiento? Isabella se acercó al cachorro. — Su corazón late muy rápido… — comentó preocupada al tocar al cachorro. — No fue mi intensión espantarlo… — se lamentó, acariciándolo.
Edward por fin salió de su letargo y caminó hacia Isabella.
— Si esa no fue tu intención allá, ¿por qué fui el único que no se afectó? — la cuestionó arrodillándose a su lado.
Isabella alzó la mirada, lista para soltar una réplica, pero una vez más, parecían haber terminado demasiado juntos. Ella podía sentir la respiración de Edward sobre su mejilla, cosquilleando. Edward se inclinó unos centímetros más abajo, sin dejar de mirar a Bella.
Esta entró en pánico.
— Estas sangrando… — exclamó separándose y tomando la mano de Edward.
Este no le prestó atención, en su lugar, rozó sus dedos con la suave barbilla de Bella, levantándole el rostro. En su mente todo era un caos, no parecía capaz de hilar un pensamiento con otro. Y entonces, la imagen de Isabella lo llenó todo.
— Tengo que… Tengo que dejar al cachorro en un lugar seguro. — murmuró el cobrizo alejándose de golpe.
Tomó la jaula y se echó a correr como su vida dependiera de ello. Y en su mente, así era.
Dentro de la cabeza de la joven bruja no estaba todo más claro. Con el toque de Edward aún fresco en su memoria se dedicó a dar vueltas por el pequeño claro en donde habían estado. Devanándose los sesos, intentando encontrarle la lógica a todo el asunto.
"Ama a alguien, sí. La ama y… Y no soy yo."
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La joven bruja había olvidado completamente el sentido del tiempo, esto hasta que la señorita Esme la encontró por casualidad. Había pasado toda la tarde buscándola.
— ¡Isabella, Isabella! — la llamó, algunos truenos lejanos se escucharon retumbar en el cielo. Con prisa, Esme abrió su paraguas, consciente de que Isabella no podría mojarse. — Aquí estas, niña, te he buscado por todas partes. Tengo grandes noticias provenientes del Mago. — le dio una enorme sonrisa. — Él desea conocerte.
¿El Mago? ¿El Mago de Oz? ¿El Maravilloso Mago de Oz?
— ¿Pidió verme? ¿De su puño y letra? — ¿Era todo esto un sueño?
— Recuerdo lo devastada que quedaste por lo que le pasó al pobre Profesor Cullen. — la señorita Esme le frotó le brazo con empatía. — Pero ya ves, una puerta se cierra y otra se abre. — exclamó, tendiéndole un sobre de color verde que, grabado en uno de sus lados, se extendía una 'O' en dorado.
— Señorita Esme… — murmuró con un nudo en la garganta. No llores, recuérdalo. — No tengo palabras, ¿cómo le puedo agradecer? — sollozó secamente al tiempo que se tiraba para abrazar a la profesora. Esta rió encantada.
— Con cuidado, cariño… no te vayas a mojar. — dijo risueña Esme al notar que empezaba a caer una ligera lluvia. — Espera… ya se… — mirando al cielo, realizó algunos movimientos con sus manos. Y, como por arte de magia (que estaba segura, era exactamente lo que era) la lluvia se había detenido y el cielo se había despejado. Isabella la miró atónita. — ¿No te dije? El clima es mi especialidad. — tomó a Isabella de los hombros. — Querida, que Oz te acompañe… ve a conocer al mago… y no me falles.
Con una sonrisa, Esme dejó a Isabella con sus pensamientos.
— Al fin pasó. — murmuró Isabella para sí misma.
"Seremos un gran par… el Mago y yo…"
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¡YA TENEMOS ACERCAMIENTO DE EDWARD Y BELLA! ¿Qué les pareció? Quiero saberlo todo jajajaja Espero les haya gustado este capítulo!
No olviden dejar un lindo comentario, tampoco olviden pasarse por mi hermoso grupo de Facebook 'Twilight Over The Moon'.
¡Nos leemos pronto!
