Los personajes pertenecen a la asombrosa Stephenie Meyer. La historia está basada en el libro "El Maravilloso Mago de Oz" de Lyman Frank Baum, en el libro "Wicked: Memorias de una Bruja Mala" de Gregory Maguire y en el libreto de la puesta en escena "Wicked: La Historia jamás contada de las Brujas de Oz" de Winnie Holzman. Yo solo quise hacer una interpretación diferente de las historias.

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Isabella intentaba aferrarse con todas sus fuerzas a la escoba que se había convertido en su principal medio de transporte durante estos pocos años que había pasado por su cuenta. Su viaje hasta la Ciudad Esmeralda no había sido tan fácil, había resultado ser un camino muy transitado, por eso estuvo obligada a hacer muchas paradas y pasar algunas horas escondida entre los árboles o dentro de alguna cueva.

Cuando por fin pudo acercarse a los muros del Palacio, buscó rápidamente la ventana perteneciente al salón de audiencias, en donde el Mago guardaba esa burla de títere para engañar a los pobres habitantes de Oz.

A pesar de su gusto por volar, su espalda pareció agradecerle enormemente el poder tener los pies de regreso a la tierra. Sentarse en una escoba no era tan cómodo como podría parecer. Después de estirarse un poco, Isabella caminó con pasos precavidos al centro de la habitación, apoyando su transporte en la pared cercana a la enorme cabeza de metal.

Se suponía que el Mago guardaba llaves o la pista al escondite en donde tiene atrapado a los monos, Bella había escuchado a un par de guardias hablar de los espías voladores del Mago. Intentó toquetear la superficie de la enorme cabeza de metal, buscando alguna protuberancia, algo fuera de lugar.

— Sabia que regresarías… — se escuchó una retumbante voz provenir de detrás de la enorme cabeza. Isabella saltó hacia atrás, asustada. El Mago salió a su encuentro con una sonrisa nerviosa y, la bruja, al notar su indecisión, intentó correr hacia su escoba para salir de allí lo más rápido posible. El Mago fue más rápido. — Escúchame bien, no quiero hacerte daño…

¿En serio creía que sus palabras valían algo a estas alturas? Isabella no podía hacer mucho, pues el viejo mentiroso sostenía su muy necesaria escoba con ambas manos, sosteniéndola casi como un escudo.

Isabella negó con la cabeza.

— No, ya lo hizo. — acusó enojada. — Ya me dañó. — intentando mantener la compostura, no tenía ninguna intensión de verla derrumbarse.

— Lo sé, y lo siento mucho. — dijo lastimosamente el Mago. Realmente lucía avergonzado. — Isabella, yo… — dio un par de pasos en su dirección. Isabella alzó los brazos a la defensiva.

— Quédese donde esta… — le ordenó insistentemente. — Voy a liberar a los monos, y usted no va a detenerme. Y ni piense en llamar a sus guardias. — terminó de decir cuando vio que el Mago se movía unos pasos, ahora lejos de ella.

Solo tenía un propósito para el día. E Isabella sabía que se ponía en gran peligro al meterse bajo las narices del Mago y la guardia entera, pero alguien debía hacer algo.

El Mago pareció dudar ante la fiera mirada de Bella, con pasos lentos se estiró para que la joven bruja pudiera tomar el mango de la escoba. Isabella se la arrebató.

— No voy a llamar a nadie. — murmuró el Mago mirándola fijamente. — La verdad es que me da gusto verte de nuevo, hay veces en las que aquí se siente mucha soledad… — la expresión de su rostro cambió, lleno de pena. Emoción que a Isabella le sonó más a lastima, y se enfureció por eso. — Seguramente tú también debes de sentirte sola.

— Usted no me conoce en lo más mínimo. — exclamó Bella señalando al Mago con un extremo de la escoba.

El Mago levantó las manos, mostrando sus palmas, en señal de rendición.

— Claro que sí, conozco la verdadera razón de tu visita. — le sonrió ligeramente. — Es la misma por la que todos vienen a ver al Mago. Cuando vienen, les concedo los deseos de su corazón.

— No quiero nada de usted. — intentó interrumpirle Bella.

— Por supuesto que quieres, deseas dejar de luchar, de correr, de esconderte. — la mirada solemne del Mago desconcertó a la joven bruja. — Isabella, has tenido que ser muy fuerte para librar todo esto, no te has cansado de ser la fuerte. — el impacto de las palabras del Mago tomó con la guardia baja a Bella, de pronto, se encontró con los ojos llenos de lágrimas. — ¿No te gustaría que alguien viera por ti? — el silencio reinó en la gran habitación. Ambos se miraron fijamente, el Mago con un ofrecimiento de paz y, por otro lado, Isabella, tan suspicaz como siempre. — ¿Crees que podríamos empezar de cero?

El Mago extendió la mano en su dirección, animándola a tomarla. Bella tomó una respiración.

— ¿Cree que no quisiera? — masculló entre dientes. No llores. — ¿Cree que no quisiera regresar el reloj y volver a los tiempos donde realmente importaba? ¿Cuándo era maravilloso? — una sonrisa cínica brilló en sus labios. No llores. — El Maravilloso Mago de Oz. — exclamó alto con burla. — Nadie… creía más en usted que yo.

El Mago dejó caer la mano, derrotado. Su mirada se apagó un poco y el silencio reinó en la habitación. Sin importarle mucho, el Mago se recargó con desfachatez contra la gran cabeza metálica.

Suspiró con frustración.

— Isabella… — susurró quedamente. Con sospecha, la joven bruja se inclinó inconscientemente hacia la dirección del pobre hombre. — Necesito que entiendas… — el Mago hizo una pausa y alzó la vista. — Yo nunca planee nada de esto. No fue nada más que una coincidencia el que yo llegara al país de Oz. — Isabella frunció el ceño. ¿Azar? ¿Cómo algo tan importante como el gobernante del país de Oz pudo haber sido mero azar? — Sé que no soy un Copérnico o un Sócrates, comparado con ellos, no soy nada grandioso.

Isabella no tenía idea de quién eran esas personas.

— ¿Qué está diciendo?

— Desde que puse un pie en esta tierra… había tanta necesidad en la gente. Tantas ganas de creer en… en lo que fuera. — concentrado en su historia, el Mago caminó distraídamente hasta la única ventana, por donde había entrado la bruja. — No te imaginas lo impactante que fue para mí… dejar de ser un hombre común. Era un héroe. Ellos lo dijeron. Yo era maravilloso. Todos estaban encantados con mis ideas, y entonces, ordené que se construyera el camino amarillo. De esta forma, cualquiera que se sintiera ordinario podría llegar hasta la ciudad Esmeralda. Hasta mí. — la mirada del Mago permaneció perdida en el paisaje de la ciudad.

— Pero, todo es mentira. Meras ilusiones. — espetó Bella con enfado. — Y esa es la verdad.

El Mago volvió su cabeza para mirar a Bella.

— ¿Lo cierto es verdad o es mentira? — le preguntó. Bella realmente no tuvo nada qué responder (pareciera que era la primera vez en su vida) ante la pregunta. — De donde vengo, hay muchas cosas que no son verdad y que la gente cree… lo llamamos 'historia'… esta siempre está llena de héroes y villanos, libertadores o tiranos. — Isabella escuchaba atentamente. Por más que odiara admitirlo, era cierto todo lo que estaba diciendo. — Siempre he creído que una moral nunca es totalmente mala o totalmente buena, y todos aquí no quisieron preguntarse mis intenciones.

— Pero…

— Todos dijeron que soy maravilloso. — su mirada se volvió solemne. — El pueblo así lo decidió y yo lo acepté. Bella… si pudo pasarme a mi… puede pasarte a ti.

— ¿De qué…?

— Los arrepentidos suelen tener mejor fama. — sonrió amargamente. — Por fin podrías tener todo lo que la vida te negó. — el Mago se acercó a Bella con confianza. — Imagina la celebración que Oz haría en tu nombre. — le arrebató la escoba y tomó sus manos. Bella se tensó ante el contacto. — Todos sabrán lo maravillosa que eres.

Otra oportunidad… esto era todo lo que Isabella había esperado durante… bueno, toda su vida. No llores.

— ¿Maravillosa? — susurró Bella. Tenía tantas ganas de creer.

— ¿Cómo podrías no serlo? — el Mago estiró una de sus manos para acariciar la mejilla de la bruja. Ella se estremeció con duda. — Podríamos ser las dos maravillas de…

— Espere… — exclamó confundida Isabella. Todo era demasiado bueno para ser verdad. Pero quería tan profundamente… — Acepto lo que dice. — el Mago sonrió enormemente, abriendo la boca. — Si a cambio, usted decide….

— ¿Sí? — apresuró el Mago con emoción.

— Lo haremos a su modo, si libera a los monos.

Un silencio los rodeó insistentemente. El hombre dejó caer las manos laxas, sin saber qué hacer a continuación. Su mente empezó sus maquinaciones cotidianas. Caminó unos pasos hasta la enorme cabeza. Los pros eran…

— ¡Hecho! — exclama. Jala rápidamente la palanca detrás de la gran cabeza, y la pared de un extremo de la habitación se levantó para mostrar a todos los monos alados que tantas veces Isabella había buscado. Noches esteras, y al fin lograba encontrarlos.

Los animales corrieron y saltaron por la habitación, algunos intentaban volar (incluso algunos ya lo habían logrado). Isabella les hizo señas para que supieran que la ventana era su salida segura. Afortunadamente, los animales obedecieron a sus movimientos.

— ¡Vayan, sean libres! — gritó Isabella sobre todo le ruido que hacían los monos. Emocionada, se aproximó al Mago para tomarle las manos, sonriente. — Gracias, muchas gracias. — después de mirar fijamente al Mago, por el rabillo del ojo notó un movimiento extraño. Era… — Ese es… ¿Doctor Cullen?

El Profesor Cullen… uno de los mejores profesores que Isabella había conocido en toda su vida…

Se sostenía que cuatro patas, su ropa estaba rota, desgarrada y sucia. Como si hubieran cortado las telas que le estorbaban. Como un animal cualquiera, el profesor caminaba desconfiado por la habitación, balando persistentemente.

Isabella no podía creer lo que estaba viendo.

— Bella… no podíamos dejarlo vagar por su cuenta... — se excusó le Mago, intentando colocar una mano en el hombro de Isabella. La joven bruja se acerca a la vieja cabra y el profesor se alejó asustado, balando incontrolablemente.

— Doctor Cullen… — le habló suavemente. — Soy yo, Isabella… ¿No me recuerda? — el profesor empezó a emitir esos característicos sonidos animales. — ¿No puede hablar? — escuchando los sonidos que seguía emitiendo su antiguo profesor, miró al Mago, apretando las manos fuertemente. — ¿Sabe cuál es el deseo más grande de mi corazón? — masculló entre dientes furiosa. — Luchar contra usted ¡hasta el último día de mi vida!

Tomó la escoba con desesperación, lista para salir detrás de los monos. Tendría que regresar por el profesor Cullen en algún momento.

Viendo que la bruja se encontraba distraída con el profesor Cullen, el Mago se apresuró hasta un pequeño panel de comunicación detrás de la enorme cabeza metálica. Oprimió le botó, y todo el castillo pareció llenarse con su estruendosa voz.

— ¡Guardias, guardias! — Isabella se congeló ante la expectativa de lo que podría pasar si los guardias le alcanzaban. Algunos de los monos seguían saliendo por la ventana, lo que entorpecía su escape.

Como en estampida, un grupo de cuatro hombres con uniformes esmeralda entraron corriendo por la puerta hacia el interior de la habitación del Mago. El primero en entrar se tropezó al casi chocar con la figura desconcertada del Doctor Cullen.

— ¿Ese no es…? — la conocida y masculina voz hizo que Isabella levantara la mirada. — ¿El doctor Cullen?

Y de un momento a otro, después de los años más largos de su vida, finalmente tenía la oportunidad de ver el rostro de Edward. El destino era extremadamente gracioso algunas veces.

— ¡Es la bruja! — gritó otro de los guardias, el par que se habían quedado rezagados alzaron sus armas y apuntaron a la bruja.

El cuerpo de Edward se tensó y, al elevar la mirada, su vista chocó con la de Isabella, Bella… flashes de sus breves momentos en Shiz llenaron su mente, clavándolo en su lugar. Todos estos años buscándola, y ahora estaba justo frente a él.

— Edward… — susurró Bella con la alegría empezando a salir a flote. — Santo Oz, estoy tan feliz que estás bien. — intentó acercarse a él, necesitaba tocarle, asegurarse de que nada le había sucedido.

Sin embargo, Edward levantó su arma hacia ella.

— ¡Quédate donde estas! — le gritó con voz tronadora que resonó por toda la habitación. — Guardia, traigan agua, toda la que puedan. — Ordenó a los guardias que habían llegado con él. Bella trastabilló hacia atrás como si en realidad le hubiera disparado directo en el pecho.

A pesar de que algo no cuadraba en el rostro de Edward, el Mago se acercó a él con confianza. A la espera de que capturaran a la Bruja.

Edward. Su Edward.

— Edward… tu no, por favor.

En los años que pasó por su cuenta en el bosque, no se había permitido pensar demasiado en el destino de Edward. Pero, en su mente, él había regresado a casa para convertirse en rey. Pero, ¿esto? ¿En qué momento Edward…? ¿Habían logrado corromperlo para…?

— ¡Silencio! — sin dejar de apuntar en su dirección, Edward también caminó hacia el Mago. — Fíjese, su oznipotencia... — empezó a decir con la vista clavada en Bella. — Cómo sus invitados se enteran de quien es en verdad el mago de Oz. — finalizó moviendo su arma de Bella al Mago, quien se tensó, abriendo los ojos y alzando las manos. — Isabella, yo después busco al profesor Cullen. Ahora tienes que salir de aquí.

La mirada de advertencia que le dirigió fue como un flujo de alivio a través de su cuerpo. Edward seguía siendo Edward. Aunque eso no le decía por qué estaba junto al Mago.

— Edward… — Bella le sonrió quedamente. — Creí que habías cambiado… — le mirada del príncipe (ahora guardia real) parecía torturada cuando escuchó la esperanzada voz de la bruja.

— He cambiado… — susurró con voz ahogada.

Fuera de la salida, todos escucharon cómo unos rápidos pasos se acercaban a la habitación. Edward y Bella se tensaron, pensando que eran los guardias listos para apresar a la Bruja Mala. Bella debía salir de allí de inmediato.

— ¿Qué está pasando? — una ligera y cantarina voz sonó a través del pasillo, justo fuera de la puerta. Y, allí, después de estos años. Su mejor amiga. — ¡Ay, Bells, Bells, Bells! — la emoción de Tanya sorprende a todos, sobre todo cuando esta corre hacia la bruja y la envuelve entre sus brazos. — Gracias a Oz que estás viva. — exclamó repasando el rostro de su amiga con las manos, intentando conversarse de que no se trataba de un sueño. — Nada más que no debiste venir, si alguien te descubre aquí…

Daba la impresión de que la habitación acababa de iluminarse mágicamente. Ese era el efecto Tanya. Todo parecía mejor cuando ella estaba cerca, con el semblante tranquilo y siempre con una sonrisa fácil. Al tenerla cerca, Bella pudo aspirar su característica fragancia floral y elegante que siempre la acompañaba. De verdad la había echado de menos.

— Tanya, será mejor que te vayas. — masculló Edward con tensión, al parecer no tan aliviado de la llegada de la rubia.

Ambas brujas se separaron y miraron al príncipe.

— Edward… ¿Qué haces? — por primera vez, la recién llegada registró la posición de Edward y la presencia del Mago. Se acercó la gobernante. — Su Oznipotencia, él no quiso faltarle al respeto. — empezó con excusas, llegando al lado del Mago. — Lo que pasa es que todos fuimos juntos a la escuela y pues…

Edward se movió rápidamente, la sensación de que su tiempo para huir se estaba terminando crecía con cada segundo.

— ¡Isabella! — llamó cerca de ella para tener su atención completa. No debían tardar los guardias.

— ¡Edward! — exclamó Tanya. — ¿Perdiste la cabeza o qué? ¿Qué haces?

— Me voy con ella…

Silencio.

Abismal y profundo silencio.

— ¿Qué? — dijo finalmente Tanya.

— ¿Qué? — la pregunta de Bella tomó por sorpresa al príncipe, ¿creía ella que le dejaría irse de nuevo? ¿Qué le abandonase por tiempo indefinido como la última vez?

— Entonces… — Tanya se acercó a su mejor amiga y a su… ¿novio? Ciertamente prometido. — ¿Todo este tiempo? Los dos… ¿a mis espaldas?

Esto de verdad no podía estar pasando. En un mundo en donde ninguno de los tres sabía en quién confiar… en una situación en la que nadie sabía la verdad de todo.

— No, Tanya. Así no fue… — empezó a explicar Isabella, no podía arriesgarse a que su mejor amiga pensara que le habían traicionado de aquella manera… aunque…

— Así fue. — susurró Edward para sorpresa de todos. Se tomó unos momentos para poder ver los ojos de Bella. Su Bella. — Pero, no fue… — unas pisadas le sacaron de su ensoñación. Los guardias. Debían salid de ahí rápido o ambos serían aprisionados. — Vámonos… — le urgió a la bruja. Bella volvió la vista hacia Tanya, necesitando explicarle todo desde el principio. Ella no tenía idea de que Edward tenía más en común Bella de lo que parecía.

Tomándola suavemente de la mano, Edward jaló insistentemente a Bella, apresurándola a moverse antes de que los guardias del Mago estuvieran encima de ellos.

Bella se resistió, aun mirando en dirección a Tanya. Ella necesitaba saber

Lanzando un gruñido, Edward tomó el rostro de la bruja con ambas manos, presionando sus mejillas.

— ¿Quieres ayudar a los Animales? — masculló furiosamente. — Necesitamos evitar que los guardias capturen tu lindo trasero, ¿de acuerdo? — la sacudió un poco hasta que los hermosos ojos chocolate se aclararon finalmente. Bella jadeó. De verdad harían esto. — ¡Vámonos!

Los ojos de Isabella se llenaron de lágrimas. No llores, se recordó a sí misma.

Tomó a Edward por el cuello de la camisa y lo jaló hasta la única ventana de la habitación. Tuvo que esforzarse en pasar su pierna por la orilla, dejando que colgara a cientos de metros, ni siquiera parpadeó. Edward dudó por un segundo, y antes de que tuviera oportunidad de abrir la boca para protestar, se vio arrastrado hacia el vacío. Desapareciendo de la vista.

Lo último que Tanya vio fue a su mejor amiga aferrarse a su prometido, y entonces, él siendo jalado por la ventana, desapareciendo en el vacío. Lanzó un grito.

Odiando su gigante y voluminoso vestido, Tanya corrió hasta la salida de escape de, hasta un momento antes, las dos personas más importantes de su vida. Cuando finalmente llegó, logró ver en el horizonte una figura oscura atravesando la luz del sol.

Algunos gritos lejanos se oyeron por la ciudad. La Bruja Mala del Oeste había regresado.

— ¡Perfecto, váyanse! — gritó furiosa a la silueta lejana, como si ellos aun pudieran escucharla. — ¡Están hechos el uno para el otro…! — sollozó destrozada.

No pudieron haber pasado más de dos segundos cuando seis guardias, cargados con baldes de agua, entraron en estampida. La señorita Esme venía a la cabeza, parecía bastante agitada.

— ¿Es cierto que tu prometido por fin capturó a la Bruja? — todos los esfuerzos de Tanya por no llorar frente a las personas se fue por el desagüe. Su cuerpo pareció desplomarse contra la pared, deshaciéndose en sollozos y gemidos. — ¿Qué sucedió?

— Parece que nuestro capitán tenía otros planes. — gruñó derrotado el Mago.

La señorita Esme lo miró desconcertada.

— ¿Qué? ¿No la han capturado? — colocó sus brazos en jarra, pareciera que estaba a punto de darle una gran reprimenda al Mago, según lo que se podía ver en su rostro.

— Más bien todo lo contrario. — el Mago negó con la cabeza. Su mente ya se concentraba en todas las posibilidades, pero no era suficiente. — Y tomando en cuenta lo bien que se escondió la última vez….

Los guardias fueron despedidos con un movimiento de mano de Esme. Dentro del castillo, ¿quién ponía las reglas, en realidad?

— Tenemos que obligarla a salir de su escondite. — espetó con furia. — Oblíguela a que salga.

— Pero, ¿cómo? — habían tardado años en encontrarla. En realidad, nunca la habían encontrado, ella había decidido aparecer (por alguna extraña razón) frente a sus narices. Esa había sido la única oportunidad para capturarla.

Un silencio reflexivo se cernió sobre ambos adultos.

— La hermana… — dijo de pronto Tanya. — Usen a la hermana. — ¿qué estaba haciendo? — No importa donde esté… ella saldrá volando para verla… — su mejor amiga podría estar… ¡ella ya no es tu mejor amiga!

Asintiendo para sí misma, agachó la cabeza. Ella solo había pensado en voz alta, no creía que el Mago o la señorita Esme fueran a hacerle caso en realidad. Las únicas ocasiones en las que escuchaban lo que decía, era cuando se encontraban frente a cualquier multitud.

Todo aquí, todo es apariencias.

Con la cabeza gacha, Tanya se dirigió a sus habitaciones. Murmuró algo sobre dolor de cabeza y se apresuró al resguardo de sus gruesas mantas. Ellos le habían hecho esto.

— ¡Eso es bueno! — dijo por fin el Mago, minutos después de que la Bruja Buena saliera dramáticamente.

Esme reflexionó.

— Pero un rumor no servirá, Isabella es muy lista… — caminó pensativamente a la ventana. El movimiento pareció favorecer sus pensamientos. — Tal vez… — susurró sonriente, mirando el firmamento, que empezaba a cambiar de color gracias al atardecer. — Un cambio en el clima.

Extendió una de sus manos, como si esperara alcanzar el sol y arrancarlo de sus ataduras en el cielo.

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No puedo creer que por fin terminé este capítulo jajaja lo sentí como una eternidad al escribirlo jaja no podía aterrizar las ideas. Pero, aquí está. No olviden dejar un lindo comentario y pasarse por nuestro hermoso grupo de Facebook 'Twilight Over The Moon'.

¡Nos leemos pronto!