Los personajes pertenecen a la asombrosa Stephenie Meyer. La historia está basada en el libro "El Maravilloso Mago de Oz" de Lyman Frank Baum, en el libro "Wicked: Memorias de una Bruja Mala" de Gregory Maguire y en el libreto de la puesta en escena "Wicked: La Historia jamás contada de las Brujas de Oz" de Winnie Holzman. Yo solo quise hacer una interpretación diferente de las historias.

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Oí decir que quienes llegan hacia ti… Es por algo que les debes aprender…

Todo un ejército de civiles se congregaba en la plaza central de la Ciudad Esmeralda algunos días después. En algún momento de aquellos días borrosos y confusos, Isabella había tomado como rehén a Renesmee, exigiendo la liberación del Príncipe Edward a cambio de la chiquilla.

Los monos voladores se habían encargado de aterrorizar a toda la población y, desde aquel fatídico día en que la Bruja Malvada había destrozado parte del castillo, nadie había vuelto a saber de ella.

Una voz estridente se escuchó desde lo alto del balcón real.

— ¡Mucha suerte, cazadores de brujas! — la voz de la señorita Esme movió por completo la inquieta masa, sedienta de sangre.

Tanya, quien había estado paseándose entre la gente, intentando calmar los calores de la batalla, voló apresuradamente al lado de su antigua profesora.

— ¡Todo lo que están diciendo no son más que mentiras! — dijo preocupada de las consecuencias de esto. — Señorita Esme, tenemos que hacer algo. Esto se está saliendo totalmente de control.

Esme se tomó su tiempo para ver a la joven rubia. Sonrió con arrogancia.

— No. Yo creo que Isabella puede cuidarse sola. — comentó como si tal cosa. Tanya la miró estupefacta. Intentó sincerarse con Esme de una vez por todas, antes de que todo aquello escalara a más.

Podría ser que no se vuelvan a unir nuestras vidas… Escucha pues mi confesión, hay tanto en mi… De lo que yo aprendí de ti y lo llevo dentro de mi corazón…

— Es que… — dudó por unos instantes. — Hay algo que me ha estado perturbando. Referente a Alice y al tornado. — Para su sorpresa, la expresión de Esme decayó un poco.

— Ah, si. Pobre chiquilla. Supongo que ya le había llegado la hora. — Tanya no podía creer el atrevimiento.

— Eso… — comenzó a decir Tanya. — O usted hizo que ese tornado…

— Escucha, querida. — le interrumpió Esme. — Tal vez todo Oz se tragó la farsa de que eres la buena. Pero, yo no.— dijo de manera amenazante. Tanya nunca le había escuchado un tono como aquel. — Querías esto desde el principio, y ya tienes lo que estabas buscando. — la tomó del brazo con demasiada fuerza y la obligó a encarar a la multitud que seguía removiéndose debajo de ellas. — Así que, sonríe, salúdelos ¡y cierra la boca. — gritó justo frente a su casa.

Y hay que seguir a quien te ayude a ser mejor... Siempre y cuando tú le ayudes a crecer…

Tanya, enormemente asustada, se zafó de un movimiento y corrió a buscar refugio dentro del castillo. Todo estaba mal. Todo estaba saliendo muy mal, y todo era culpa de ella.

— ¡Buena fortuna cazadores de brujas! — escuchó aun a lo lejos la voz de la señorita Esme.

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Por otro lado, Isabella había encontrado el escondite perfecto para llevar a cabo sus planes. ¿Qué mejor lugar que justo debajo de las narices del Mago?

Porque justo ahí estaba, en uno de los tantos sótanos que formaban un laberinto de pasadizos y puertas. Todo justo debajo del Palacio Esmeralda.

En aquella profundidad solo un llanto imparable llenaba el ambiente.

— ¡Maldita sea! ¡Deja de llorar, Renesmee! — exclamaba Isabella con fastidio. Estaba inclinada sobre un escritorio improvisado, intentando concentrarse en su siguiente movida. — Ya no soporto escucharte.

Caminó con furia hasta el agujero en donde había retenido a la pequeña niña.

— ¿Quieres volver a casa con tu maldito perro? — entre llantos y sollozos, Renesmee asintió. — Entonces, ¡quítate esos zapatos que traes puestos! — cuando Bella se acercó, intentando jalar las zapatillas de rubí de su querida Alice, Renesmee le pateó la cara sin contenerse. — ¡Maldita mocosa! Quitarle los zapatos a una muerta… ¿qué clase de educación te dieron en el pueblo aquel? ¡Cierra la boca de una maldita vez!

Sabía que los zapatos aquellos estaban encantados, de alguna forma, era imposible quitárselos a menos de que la mocosa se los entregara por su propia voluntad. Y, mientras eso no pasara, Isabella se encargaría de tenerla cerca para poder vigilarla todo el tiempo.

Un aleteo a su costado llamó su atención y, con alivio, miró a uno de los monos voladores que iba entrando por una de las pocas ventanas que daban al exterior.

— Ahí estas. — habló tiernamente. Aquellos animales le habían ayudado a encontrar refugio, y le habían advertido del peligro y salvado subida tantas veces ya… — ¿Dónde has estado? — le cuestionó la bruja, tal vez hubieran conseguido alguna evidencia de los planes malvados del Mago, como lo venían buscando desde hacía tiempo. — ¡Si tan solo hicieran el esfuerzo de hablar!

Entonces, el animal alzó la cabeza. Alerta. Isabella sintió su presencia antes de realmente verla.

Como voz que se dispersa en un eco sin fin… Como cuando te preguntas ¿por qué dije sí?

En la descuidada entrada de aquel triste agujero… Tanya.

Como iluminando toda la habitación la chica rubia entró con su enorme vestido azul. Tanya observaba todo a su alrededor con el shock. ¿A esto había llegado su amiga?

De reojo alcanzó a ver a la pequeña Renesmee dentro de un agujero en el suelo, la chiquilla estaba llorando.

— Vete. — gruñó Isabella, llamando la atención de la rubia. — ¡Vete! — le gritó con furia. Lo último que necesitaba era que Tanya también se viera envuelta en todo aquello.

Ella estaría mejor son todos ellos, la gente la quería, creía en ella. Isabella sentía la necesidad de darle a Tanya la oportunidad que ella misma nunca tuvo.

— No me voy a ir. — jadeó Tanya, horrorizada de las condiciones en las que se mantenía Isabella. — Bella, deja ir a la niña. — suplicó. Se plantó frente a su antigua amiga, tomando valor. — Te voy a decir algo que no te va a gustar… pero, eso ya es demasiado. — la bruja la miró sin entender. Tanya estaba empezando su verborrea típica de cuando estaba nerviosa. — Digo… solo son un par de zapatos. Si necesitas algunos, pues, te puedo dar unos míos. No puedes seguir haciendo esto.

— ¡Puedo hace lo que yo quiera! — gritó Isabella. A Tanya le pareció que, por fin, había enloquecido. — ¡Soy la Bruja Malvada del Oeste! — A su lado, el mono alado de alcanzó una nota bastante maltratada. Isabella frunció el ceño. — ¿Qué es esto? — preguntó, necesitando saber. Desenvolvió la nota.

Como luna atraída al pasar frente a un sol… Como cuando te preguntas que me trajo aquí…

Tanya aprovechó el momento para observar las facciones de su amiga. Las marcas que había ahora por todo su rostro le daban un aspecto atemorizante. ¿Isabella habría estado llorando? Ella lograba recordar la renuencia de la chica a llorar, cómo le había contado lo que pasaba cuando su piel tenía contacto con el agua.

Sintió una profunda tristeza por ella. Por su destino. Por todo lo que había pasado.

De pronto, se dio cuenta que nuevas marcas se comenzaban a formar en el rostro de Isabella. Nuevas lágrimas comenzaban a salir.

— ¿E-Es algo m-malo? — preguntó quedamente, no queriendo alterar a su amiga. Temió lo peor. — Es Edward, ¿verdad? — el silencio acompañó su pregunta. — ¿Está…?

Isabella se demoró algunos segundos en hablar.

— Recordémoslo como el hombre que era… — susurró Isabella temblorosa. — Fuerte… sólido… hermoso…

— Ay, no… — se lamentó Tanya con un sollozo.

Edward…

Isabella alzó la vista, mirándola largamente. Pensando.

— Tienes razón… — admitió la bruja quedamente. Tanya casi no era capaz de observar el dolor que llenaba los ojos de su amiga. — Llegó el momento… me rindo…

Quizá es cierto, nunca lo sabré… Pero, lo que soy ahora es porque te encontré…

Tanya observó cómo su antigua amiga caminaba por la estancia, revolviendo pociones, dando órdenes a los animales que volaban a su alrededor (los cuales, esperaba con toda el alma que no se acercaran a ella). Finalmente, Isabella se adelantó y, cerca de la entrada colocó un balde hondo y grueso lleno de… algo. Un escalofrío recorrió su espalda.

— Bellis… — susurró intentando que la chica le mirara, ella sería capaz de cualquier locura, pensó recordando el momento en que juró recuperar y vengar la captura de Edward… y, si lo que insinuaba la nota que había llegado entonces… — Bellis, ¿qué haces? — preguntó lo más suave que pudo, no queriendo alterar el estado de su amiga.

Se puso en guardia cuando Isabella caminó en su dirección con el ceño fruncido.

— Rápido — escupió Isabella cuando alcanzó su lugar. —, te tienes que ir, nadie te puede ver conmigo. — la bruja verde la empujó hacia la salida, tan concentrada que ni siquiera intentó mirar a Tanya a los ojos. — Te tienes que ir, por favor. — rogó desesperada.

Después de todos esos años, Tanya volvió a ver un atisbo de su mejor amiga. La sujetó por los brazos.

— Entonces, me voy. — recalcó con seguridad. — Pero, me voy para decirles a todos la verdad.

Isabella se tomó de los cabellos.

— Nada más los vas a poner en tu contra. — se quejó, ahora más que preocupada por la seguridad de la rubia.

— ¡No me importa!

Que sigue ahora no lo sé, en verdad… Pues ya no soy igual que ayer, por tu amistad…

— ¡Pero, a mi sí! — rugió de regreso. Intentó apaciguar su respiración para lo siguiente que debía decir. — Prométeme… que no vas a tratar de limpiar mi nombre. — Tanya separó los labios. — ¡Prométemelo!

Los ojos de Tanya escocieron y la rubia luchó contra el impulso de llorar… fallando olímpicamente, ¿cómo lo había logrado Isabella durante tantos años?

— De acuerdo... — dijo resignada. Dentro de su mente, intentaba encontrar las posibles salidas que ayudarían a su amiga a salir ilesa de todo el asunto. — Te lo prometo… pero, no entiendo…

Hacía mucho tiempo que no podía comprender por completo lo que pasaba a su alrededor. Todo había pasado tan rápido para ellas. En un instante estaban felices, paseando por las calles de la Ciudad Esmeralda a punto de conocer al Maravilloso Mago de Oz, y al siguiente… al siguiente todo se había ido al carajo, el Mago de alguna manera había convencido a todos que Isabella era malvada (cuando en realidad todo había sido culpa de él), y su mejor amiga juraba ante todo Oz vengarse de aquellos que le hicieron el mal. Aquellos que no daban paso a la justicia.

Aquellos como… ella.

Y, hoy para siempre… Soy otro ser por ti…

— Es el límite… — comenzó diciendo en voz baja. — Ya… ya alcancé mi límite. — por primera vez en quien sabe cuánto tiempo, Isabella se permitió mirar los ojos de su amiga, apreciar la profundidad y el amor que brillaba en ellos. — Es tu oportunidad de llegar a donde yo no pude, Tanya. — con una orden discreta, uno de los monos voladores llegó hasta ellas y dejó un enorme y viejo libro entre las manos de Isabella. — Tómalo… Tómalo ya es tuyo.

Tanya intentó rechazar aquel objeto, aquello era… el Grimorio de Isabella. No podría aceptar algo como eso.

— Bellis, pero… — intentó excusarse Tanya. — ¿para qué lo quiero? Si no puedo entender ni una palabra.

Isabella le sonrió con cariño y paciencia. A Tanya le trajo recuerdos de sus días de escuela.

— Entonces tendrás que aprender… — tomó de las manos a la rubia. — Porque ahora es tu turno… por ti y por mi… ahora es tu turno.

Tanya tuvo que sorber por la nariz, ni siquiera se había dado cuenta del momento en el que había comenzado a llorar enserio,

— Eres la única amiga que he tenido… — susurró Isabella entrecortadamente.

Esto no podía estar pasando. Todo esto sonaba descaradamente a una despedida, y Tanya se negaba a aceptarlo.

— En cambio, a mí me sobran… — dijo con aquel tono que tanto le había caracterizado durante su estancia en el colegio. Isabella intentó tragarse su risa y, empujándola suavemente, la miró de nuevo. — Pero, solo una me importa. — le dio un apretón entre sus manos, sonriéndole.

Ambas habían cometido tantos errores, habían tomado malas decisiones, decisiones que les habían afectado tremendamente. Y, en ese momento, desearon poder confesarse todo aquello que habían hecho mal. Pero, ya no les quedaba más tiempo.

Compartieron un abrazo, susurrándose con voz queda y veloz todo aquello que les había quedado por decir, aunque no podían decirlo todo, podían sincerarse.

Isabella por fin pudo decirle a Tanya que no la culpaba por nada, que sabía perfectamente que, en aquel palacio, todos eran sino victimas del Mago. Pero, dentro de sí, sabía que Taya lo lograría. Lograría guiar al pueblo de Oz por el camino de la justicia, conseguiría dejar en evidencia las artimañas del Mago. Ella solo debía tener fe en sí misma. Solo eso.

Y, para que eso suceda…

Nunca pude haber pedido una mejor amiga como tú. Le dijo en silencio.

Hoy y para siempre. Susurró Tanya aun llorando a mares.

Hoy y para siempre. Devolvió finalmente Isabella, soltándola, dejándola ir.

Sonidos extraños y fuertes resonaron por todo el castillo, ellos sabían justamente dónde estaba.

Los autoproclamados cazadores de brujas no tardarían mucho tiempo en dar con su escondite, totalmente ciegos y empecinados en una venganza que no tenía fundamento alguno.

Un estruendo sonó, mucho más cerca de lo que alguna de las dos hubiera imaginado.

— ¿Qué está pasando? — Inquirió Tanya al aire, más para asegurarse de que aún contaba con su voz que para saber realmente lo que ocurría.

Ya estaban allí. La tenían justo donde la querían.

— Rápido. Debes desaparecer. — le apremió la bruja verde sin despegar la vista de la única entrada disponible. En cualquier momento aparecerían. Jaló a Tanya de la mano y las condujo hasta el escondite más oscuro y alejado de la entrada, nadie la notaría en aquel lugar. — Quédate aquí. No salgas, no importa lo que escuches.

Todas las luces se apagaron repentinamente y Tanya solo logró distinguir las pisadas de su mejor amiga, se abrazó al enorme grimorio y esperó.

El susurró de pisadas les dijo a ambas que los cazadores de brujas estaban entrando.

¿Me cazarán algún día? No pudo evitar preguntarse la bruja buena muy dentro de sí, ¿qué había de las demás criaturas que poseían magia? ¿también les condenarían?

Los gruñidos y forcejeos que se escuchaban le decían a Tanya que la pelea había comenzado, todos ellos contra… Bella.

El azote de una reja de metal la espabiló e interrumpió sus cavilaciones. Algo fue derramado en algún lugar, Tanya estuvo a punto de salir de su escondite cuando el horrible grito de Isabella hizo que se congelara en su lugar.

Agua.

Tuvo que morderse los labios para detener el sollozo que se había formado en su garganta, las lágrimas silenciosas eran la única señal de que aún era capaz de sentir, que aún había algo de vida dentro de su cuerpo.

Una ligera niebla comenzó a llenar por completo aquel sótano/guarida. Los sonidos iban disminuyendo, ya solo se alcanzaban a escuchar algunas oraciones que los habitantes de Oz lanzaban a los cielos en agradecimiento.

Tanya siguió paralizada por algunos momentos más, temerosa de que alguien la encontrara y ella fuera la siguiente en la lista de los cazadores.

De pronto, una de los monos voladores saltó frente a ella, arrancándole un grito de sorpresa. El animal (¿o Animal?) comenzó a mover sus peludas manos, como asegurándole que ya podía salir. Decidió confiar en aquella bestia.

Todo el lugar estaba decorado con aquella niebla extraña, le era un poco difícil distinguir las siluetas que estaban a su alrededor.

Caminó unos cuantos pasos y tropezó con algo. Se tensó.

Bajó la vista y, descuidadamente, en el suelo se encontraba el sombrero puntiagudo de Isabella. Aquel sombrero que ella misma le había regalado con tanta saña en aquel momento. Y, aun así, Bella nunca se lo había quitado. Jamás.

Lo tomó entre sus manos, respirando dificultosamente.

— ¿Bellis? — suspiró rotamente, mirando a su alrededor, no queriendo creer que aquello había terminado de verdad.

El animal le tocó rudamente la espalda, queriendo captar su atención. Cuando Tanya salió de su ensimismamiento centró su vista en lo que le alcanzaba con tanta insistencia.

Era una botellita verde.

Era de mi mama… — murmuró Isabella tomándola, apenada. — Eso es todo…

El recuerdo la golpeó sin ninguna advertencia.

El secreto es… que soy culpable…

En aquel momento, Tanya le había cuestionado hasta el cansancio. En aquel momento, ninguna de las dos era capaces de imaginar a la bruja verde haciendo algo malvado.

De que mi hermana sea… de que sea como es… — Bella tomó un par de respiros antes de continuar. — Cuando mi mama estaba embarazada de Ali, mi papa estaba preocupado de que naciera… verde. — sonrió con amargura, mirando sus manos. — Así que, en cuanto supieron que mi hermana venía en camino, hizo que mi madre comiera flores de leche día y noche. Eso solo ocasionó que Alice llegara prematura y… con sus piernas débiles y dañadas… y… que nuestra madre nunca despertara… nada de eso hubiera pasado de no ser por mi culpa.

Cayó de rodillas.

— Ay, Bellis. — lloró por su mejor amiga.

¿Qué debía hacer ahora?

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Ayyy! No puedo creer que ya estemos a dos caps de terminar la historia (nos falta un capítulo y el epilogo!) están listas? Yo no estoy lista!

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¡Nos leemos pronto!