Capítulo 16: "Inesperado Reencuentro"
Aunque Miroku y Sango buscaban por todos los rincones a Kagome y también la perla de shikon, no la encontraron. Afuera, las personas asistían al hermoso espectáculo de cada año, el cual era ver los innumerables y añosos cerezos en flor. La brisa de la primavera hacía que los suaves pétalos se desprendieran de la flor y danzaran en el aire, como copos de nieve, pero más hermosos.
Sin embargo, nada era importante para él. Inuyasha sólo ajustó su enorme espada al cinto mientras apretaba más los labios de rabia y rencor. ¿Cómo había sido tan estúpido? La noche anterior sí habían entrado extraños a la casa después de todo. Se reprochó duramente haberse descuidado de esa manera ¿no era un "guerrero"?
- ¡Maldición! ¡Kagome!- Gruñó golpeando con su puño la pared y liberando la rabia junto con el miedo que sentía. Jamás se perdonaría si algo le llegaba a suceder. Jamás. Su angustia iba creciendo cada vez hasta ya no ser capaz de pensar bien las cosas. ¿En dónde buscarla? ¿Por dónde comenzar? era innegable que esta vez habían sido los mismos malditos quienes habían actuado nuevamente pero... ¿cómo diablos los habían encontrado? Tembló de horror y miedo por la vida de Kagome.
- No te culpes... pero era de prever que vendrían...
Inuyasha levantó el pálido rostro y miró sin expresión al monje, que entraba a la habitación. Sus ojos se desviaron hacia la espada que colgaba de su cintura y entonces volvió a mirarlo.
- Eres su guerrero guardián... ¿no es así?
El joven de ojos dorados arrugó el ceño mientras se tanteaba casi inconscientemente la espada.
- ¿Guardián? no... nada de eso...
Inuyasha volteó. Guardián... no, no era un guardián porque Kagome no era una sacerdotisa. Su mente voló años atrás, la figura de Kikyo vestida de miko se presentó ante él como una maldición. Aquella vez hubiera jurado que era guardián de aquella mujer, incluso llegó a creer que era la verdadera dueña de la perla de shikon... ¿porqué?... porque creyó que ella albergaba mucho poder espiritual... sólo que todo fue un error, estaba ciego. Cómo deseó protegerla del miedo que albergaba su rostro cada vez que recordaba que estaba siendo acosada. Pero la sacerdotisa con débiles poderes espirituales se había suicidado por razones aún incomprensibles para él. Y sin embargo Inuyasha tontamente siempre se había intentado convencer que ella no se había suicidado, sino que el caer del barranco había sido un accidente. Sabía que ella no tenía necesidad de acabar su vida sólo porque un hombre llamado "Naraku" la acosaba... aunque el joven hizo todo lo posible por localizarlo, jamás pudo encontrarlo, jamás nadie había sabido su paradero, hasta creyó que Kikyo estuviera delirando... pasó mucho tiempo reprochándose y maldiciéndose a si mismo por no haberla protegido... ¿pero porqué matarse porque un hombre le causaba temor? ¿porqué ella no confió en él? ¿en su protección?
- Es cierto... olvido que ella no es una sacerdotisa... - Meditó el monje en voz alta. Inuyasha sólo hizo una mueca, detestaba la palabra "sacerdotisa", sin querer su gruñido fue audible para su acompañante, que lo miró esta vez con reticencia.- ¿Sabes quién se la llevó?
- Hay un hombre llamado Naraku... él busca la perla de shikon, ya antes habíamos escapados de sus secuaces- Respondió el joven rápidamente sobándose la sien con ambas manos. Intentaba buscar una salida pero no lograba encontrar respuesta alguna.
- No logro entender porqué se ha llevado a la señorita Kagome... si quería la perla... ¿porqué?- El monje clavó sus ojos azules en los de Inuyasha, que lo miró con sorpresa. Sin duda el joven no había meditado aquello y ahora que Miroku lo decía su corazón se aceleraba más de angustia y temor. ¡Maldito canalla! ¿Porqué llevársela a ella también? ¿Porqué?- Pero de una cosa estoy seguro... ese hombre sí es muy poderoso.
- Ja!- Me importa un bledo que sea fuerte, lo mataré!- Gruñó Inuyasha otra vez apretando los puños de su mano.
El monje negó rápidamente con su cabeza y luego lo miró con ojos llenos de temor.
- No me refiero a su fuerza... es... a su poder espiritual... - En ese momento tuvo toda la atención de Inuyasha-... se supone que él no sabía que ustedes estaban en este lugar... y luego, después de que la perla reaccionó aún no sé muy bien a que cosa o a "quien"... pues... es obvio que él la detectó... y más aún. Fue capaz de ingresar al castillo sin que yo lo anticipase...
- Pero estabas drogado, monje- Interrumpió precipitadamente el muchacho.
- Mi almohada debe haber tenido cloroformo... y también la de Sango, lo sé... pero aún así... antes de eso debí haberme dado cuenta de su presencia... y no lo hice...
Inuyasha lo miró con detenimiento. ¿Naraku un hombre con poderes espirituales? ¿Significaba que también era un monje o algo por el estilo?
- Supongo que debe ser un hombre o un monje muy poderoso... - Se anticipó Miroku a responder.
- Argg! Necesito saber en dónde encontrarlo! y lo antes posible, no me interesa la perla, sólo quiero a Kagome! Si tan sólo supiera... - Caminó con pasos firmes hasta la ventana y concentró su vista en un punto indeterminado del horizonte. No, no podía esperar, ¿cómo estaría Kagome? su corazón le decía que estaba con vida, además, si ellos hubieran querido, los hubieran asesinado a todos en la noche. Apenas podía respirar, estaba desesperado, sus ojos ansiosos se elevaron al cielo. Jamás le había pedido a alguien por un ser querido. Esta vez se pondría de rodillas si fuera necesario, para asegurar el bienestar de su Kagome. De pronto, las palabras de la chica se le vinieron a la mente como un susurrro, y entonces volteó-... una isla... ella dijo que él estaba en una isla... - Musitó aliviándose en parte por tener una mínima pista. Ahora ¿qué isla? Las recorrería todas! Miroku lo miró sin decir nada. Aquello era una pista... pero... no muy concreta que digamos...
Inuyasha meditaba ahora con más seriedad. Podría haber pedido ayuda a la policía para lograr el rescate de Kagome, pero si estaban tratando con personas asesinas, que habían acabado casi con la familia de la joven... no, eso sería arriesgar su vida también. Tendría que hacerlo solo.
- Lamento interrumpir, Excelencia... - Sango estaba de pie, en la entrada de la habitación, observando con ojos temerosos a los dos hombres-... me fue inevitable escuchar parte de la conversación... - Y luego sus ojos se posaron en los de Inuyasha-... sé de un monje poderoso que vive en una isla... no sé su nombre... pero vive en "Las Rocas de Liancourt"...
Suficiente del infierno
Suficiente del dolor
No dejaré él que te toque
Te amo
No es necesario decir
que permaneceré en tu camino
Te defenderé
y yo...
Tenía el dinero suficiente para contratar una avioneta privada y así no tener problemas con pasar su espada por la aduana. Además, aquella arma tal vez no era nada, comparado con lo que significaba poner un pie en las "Rocas de Liancourt". Aquel maldito no podía haber elegido un lugar más estratégico para él.
Las Rocas de Liancourt eran unos islotes ubicados al norte del país, en el mar del Japón, reclamados por Corea también, era peligroso adentrarse en aquel, que se suponía, era un "inhóspito lugar" puesto se sabía que también habían bases militares del gobierno Sur Coreano y Japonés. No era de extrañar que Naraku estuviera allí, aprovechando la peligrosidad del lugar para su propia conveniencia. Y no era de extrañar que ellos tendrían graves problemas si eran sorprendidos merodeando el entorno. Hubiera deseado ir solo, pero el monje y su asistente habían insistido en acompañarlo. A Inuyasha le pareció que aquellos dos, sospechando que él sólo rescataría a Kagome, intentarían hacerse nuevamente de la perla de Shikon, pero de cualquier forma, no le gusta mucho el trabajar con ellos. Estaba acostumbrado a actuar solo.
Y sin embargo, a pesar de su experiencia en infiltrarse en lugares peligrosos y robar lo que según su familia les correspondía, esta vez su loco corazón no dejaba de latir con fuerza. Era por que estaba en riesgo una vida humana, no, más que eso, estaba en riesgo su propia vida.
El viaje se hacía demasiado largo, endemoniadamente desesperante y terriblemente torturante. Al fin el piloto avisó que no aterrizaría aun sin antes recibir la confirmación desde el pequeño aeropuerto de la isla principal. Un japonés nada amable les dio el pase para que aterrizaran. Cuando Inuyasha bajó de la avioneta cuatro soldados lo esperaban al pie de la pequeña escalinata mirándolos de mala manera, sin embargo, fue uno con condecoraciones, al que el joven identificó como su "superior", quien habló.
- Me dijeron que viene de la Universidad de Tokio.- Dijo el hombre con algo de brusquedad y observándolo atentamente.
- Soy profesor de la facultad de ciencias naturales... vengo a investigar la flora y fauna de este lugar- Respondió el joven con calma, entregando unas credenciales que confirmaban sus palabras. Ser un "guerrero" significaba rescatar los tesoros de lugares tan peligrosos e inaccesibles como la isla en que estaban ahora, así que fingir nuevamente algo que no era para rescatar lo que esta vez era la joya más preciosa, no era cosa de otro mundo. El soldado leyó atentamente la credencial, no aún muy seguro puesto que la facha de aquel sujeto se le hacía más parecida a un soldado de la milicia que de un joven profesor. Y debían tener cuidado, podrían ser unos espías trabajando para los Coreanos. En ese momento también bajó Miroku, vestido con ropa casual, junto a su asistente Sango.
- ¿Y ellos?- Preguntó con brusquedad por los jóvenes que estaban a su espalda.
- Estudiantes asistentes- Respondió sin más.
- Esta bien- Dijo el hombre devolviéndole la credencial- Puede estar en esta isla y en la del frente, pero más allá no. Esas son ocupadas por los Coreanos con sus bases militares y un conflicto con ellos sería una catástrofe.
Sus palabras parecían profecía. Pero era cierto, había que tener bastante cuidado con ellos. Inuyasha asintió y finalmente los hombres los dejaron pasar. Con paso lento se adentraron en el lugar, hacia la costa del próximo extremo. Sango miraba ansiosa a su alrededor, y tenía la sensación, que estaban siendo observados.
- Es comprensible... - Interrumpió el monje a su lado, al ver en la muchacha el rostro de preocupación-... es un recinto militarizado, deben tener algunas cámaras por ahí.
- Debemos localizar pronto el refugio de ese maldito- Interrumpió Inuyasha con la voz grave.-... hay que aprovechar la oscuridad de la noche para rescatar a Kagome.
- ¿En dónde estarán?- Se preguntó Miroku mirando ansioso el mar frío y turbulento que se les presentaba adelante.
- Podemos bordear la isla... debe estar en algun lado... - Murmuró Sango tan ansiosa como el mismo Inuyasha. El joven la miró de reojo preguntándose si ella tenía otras razones más poderosas que encontrar la misma perla de Shikon.
Caminaron en silencio, el tiempo estaba en su contra, las olas del mar se alzaban como presagiando una tormenta. Las nubes comenzaron a poblar el cielo, sin embargo nadie estaba pendiente del clima, los ojos de aquellos tres jovenes buscaban ansiosos la morada del detestable Naraku.
Pronto la luz del cielo se fue haciendo escasa, los últimos rayos descansaron sobre el mar turbulento una vez más, cuando ya el monje comenzaba a darse por vencido, y también su asistente, Inuyasha, que iba adelante liderando el grupo, se detuvo de forma abrupta que casi chocaron con su fornida espalda. No tuvieron necesidad de preguntar qué le sucedía, era cosa de dirigir la vista hacia el lugar en que aquellos ojos dorados y más temibles que un demonio se fijaban. Sobre una pequeña loma, entre espesos árboles y matorrales, apenas visibles eran las puntas de lo que al parecer, era una enorme pagoda.
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Sentía el cuerpo demasiado pesado y aun así se incorporó a duras penas, notando que el pecho se oprimía más y más. Sus ojos se acostumbraron a la luminicencia del lugar. Estaba tendida en el suelo, por tal razón entendía el dolor que tenía en el cuerpo, sobre todo en el costado, junto a las costillas. Arrugó el ceño al sentir el aroma a incienso impregnado en el lugar y cuando recorrió con más atención la vista se dio cuenta que estaba cerca de una especie de altar, en un templo. Sintió un horroroso escalofrío en el cuerpo y recordó entonces, que lo último que había visto, era el rostro de un hombre con ojos demoníacos que sonreía diabolicamente mientras la aprisionaba y ponía en su nariz y boca, un pañuelo impregnado en lo que debía ser cloroformo, puesto que perdió la razón de inmediato.
- No tuviste tanta suerte esta vez...
La voz era femenina y burlona. Kagome alzó más la vista sintiendo que las manos, tras su espalda, esta vez estaban fuertemente amarradas. Kagura se presentó ante ella con la cabeza altiva y el rostro burlón. La chica sintió un profundo rencor, pero sólo se mordió el labio.
- ¿Ya despertó?
La chica desvió rápidamente el rostro hacia donde provenía la voz. En cuanto lo vió su corazón pareció paralizarse, ella palideció completamente y un sentimiento de profundo terror y aversión de apoderó de su cuerpo. No supo cómo, el nombre salió de su boca.
- Naraku... - Musitó.
El hombre de mirada gélida esta vez concentró su vista en la de la muchacha. Ella no la desvió, era obvio que el hombre estaba levemente sorprendido. Sonrió de pronto maquiavélicamente y caminó a paso lento hacia el altar, no muy lejos de donde estaba. Fue entonces que Kagome se dio cuenta que protegidos por las siniestras sombras de los rincones de la pagoda, largas figuras estaban casi paralizadas custodiando, eran guardias.
Se fijó nuevamente en Naraku, ella estaba sentada en el frío piso de madera observándolo atentamente. Cuando de pronto se percató que, sobre el gran altar, descansaba la perla de shikon. Entonces lo miró arrugando el ceño. Aquel maldito la había robado finalmente. Cuando él tomó la perla, vio que el color rosa pálido de ella cambiada drásticamente, así como las piedras "tornasol", esta se volvió negra en un segundo. Kagome retuvo el aliento, el corazón comenzaba a latir con tanta fuerza que creyó le daría un paro cardíaco. Ya no estaba pálida, porque sintió las mejillas arder. El hombre encerró la perla en su puño y Kagome sin saber como, sintió que se debilitaba y caía al piso. Kagura miró a Kagome sorprendida y luego a Naraku, que observaba atentamente a la muchacha, una sonrisa se fue dibujando poco a poco en sus finos labios.
- Naraku... ¿qué le pasa?
Kagome se retorció de dolor y su frente se perló de sudor, sin embargo la chica permaneció en completo silencio, aunque era obvio que el dolor que sentía era terrible, parecía querer soportarlo tanto como podía.
- Qué orgullosa... - Murmuró el hombre parándose al lado de Kagome y de pronto abrió la palma de su mano. Kagura se inclinó y poco a poco el negruzco de su color se fue difuminando hasta después de unos instantes volver al rosa... pero no tan pálido como antes. Sin lugar a dudas la propia aura del hombre impedía que mostrara su completa pureza.
Kagome sintió que el aire venía a sus pulmones nuevamente y el rojo de su cara desapareció poco a poco. El dolor en su cuerpo se desvaneció y hasta su mente que comenzaba a nublarse volvió a la conciencia. Intentó erguirse pero tosió imprevistamente y durante largos segundos. Luego clavó sus ojos castaños en el hombre, que se arrodilló a su lado.
- Ya lo sospechaba, por eso te traje conmigo... he adivinado tu secreto... - Murmuró él acercándose a ella, que recibió su aliento con una mueca de asco. No supo porqué su corazón comenzó nuevamente a latir con violencia. Esta vez sí sintió miedo.-... eres la sacerdotisa guardiana de la perla... ¿no es así?
Kagome abrió más los ojos y luego negó rápidamente con la cabeza.
- ¡Esta loco! ¡Yo no soy sacerdotisa!... menos de la perla de shikon!- Bramó enfrentándose a la mirada burlesca del hombre. Pero sus palabras casi hirieron su corazón, no supo porqué, quiso llorar, pero soportó estoicamente el dolor en la garganta. El hombre sonrió más al ver su reacción y levantándose de súbito rodeó a Kagome y cortó con rapidez las amarras de sus muñecas. La chica abrió más los ojos, sin duda sorprendida y volteó para enfrentarlo. Pero antes de decir una sola palabra él sujetó fuertemente su muñeca derecha, apretándola tanto bajo su grande mano que ella se quejó de dolor.
- Hay una forma de comprobarlo... puede que tu poder este dormido... aún... y que inconcientemente, hayas querido ocultar lo que eres... - Y de pronto, Kagome vio que con su otra mano pasaba una uña de su dedo contra su piel, que aunque era corta, la rompió de inmediato, justo en su vena. El chorro de su sangre roja comenzó a salir a borbotones.
- No! Qué hace!- Gritó la chica horrorizada, intentando esquivarlo, pero era imposible. Naraku levantó la muñeca de la chica y bajo ella sostuvo la perla de shikon. Una gota de la sangre de la muchacha cayó en ella y en ese segundo Kagome sintió que temblaba horriblemente. Otra gota más y sus sentidos se expandieron por completo, la tercera gota le nubló la mente y se desmayó. La perla de shikon comenzó a brillar nuevamente con todo su fulgor, su resplandor era rosa intenso, con destellos de plata que provocaban nauseas a los presentes. Naraku soltó a la muchacha que cayó pesadamente al piso y caminó a paso presuroso hasta el altar para dejar allí la joya, que seguía brillando con demasiada intensidad.
- Qué... qué pasa... - Gimió Kagura aún sin entender la escena. Naraku salió de inmediato de la habitación y ella le siguió los talones. Mientras más lejos de la joya, por ahora, mejor.
- Ella es su guardiana... ahora la perla y ella estan unidas... unidas por completo... - Musitó el hombre sentándose pesadamente en un oscuro sofá.
- ¿Y ahora?- Preguntó la mujer sin entender. Porque al fin y al cabo él había despertado a esa chiquilla con la perla y por lo que veía, no les convenía, ambos estaban más pálidos que parecían enfermos.
- Ahora debo eliminar la pureza de la perla... y para eso sólo necesito la sangre corrupta de alguien... - Meditó el hombre. Entonces en ese momento Kagura lo entendió. Así que al fin y al cabo ahora comprendía porqué aquella extraña mujer estaba allí...
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Inuyasha se detuvo de súbito apenas faltando un par de pasos para llegar a la cerca de madera que rodeaba la pagoda. La luz de sol ya se había ido por completo y el viento había comenzado a soplar más siniestramente. A su espalda escuchó a Miroku quejarse. Volteó y éste lo miró casi horrorizado.
- La guardiana... la guardiana esta aquí... - Murmuró.
- ¿Qué? ¿qué guardiana?
El monje no sabía responder, pero sentía la enorme energía de la perla de shikon mezclada con la de un humano, y era tan fuerte y poderosa, así como pura, que sólo podía concluir que pertenecía a la guardiana de esta. Pero era casi imposible. En los 500 años de existencia de la perla jamás se había sabido ni conocido de su guardiana. La perla había nacido de la sacerdotisa Midoriko y sólo ella era su dueña. Los relatos de una reencarnación eran tan increíbles como imposibles. Eso también lo sabía Inuyasha, pero aún así no pudo dejar de sentir un horrible presentimiento, abrió más los ojos, casi pasmado y saltó la verja. Los otros lo siguieron a duras penas.
Rodearon la pagoda, a su lado había una enorme casa que al chico le pareció debía ser la morada de aquellos asesinos. Los otros se dispersaron en distintas direcciones. Inuyasha tanteó la espada en su cintura, asegurándose que estuviera allí. La luz del edificio religioso le develó que allí había gente. Caminó en silencio ocultándose entre las sombras. Pudo ver que cada cierto par de metros habían hombres vestidos de monjes, vigilando. Pero él estaba acostumbrado a esto, sabía muy bien cómo esquivarlos... y actuar, en caso de ser necesario.
Suficiente del infierno
suficiente del dolor
no dejaré que él te toque
te amo
no es necesario decir
que permaneceré en tu camino
te defenderé
y yo...
Se acercó en completo silencio a la entrada, asomó un poco la cabeza. La luz era débil pero pudo notar el altar principal con la perla de shikon que brillaba tanto o más que la vez en que la vio junto al monje, en el castillo. Sus ojos recorrieron ansiosos el lugar y entonces la vio. Su corazón dio un vuelco doloroso, dejó de respirar.
- No... Kagome... - Gimió, al ver a la chica tendida en el suelo de madera, completamente pálida. Apretó más la empuñadura de su espada y dio un paso decidido. En ese momento vio a Naraku entrar en la habitación desde una puerta del costado. Y entonces se dio cuenta que la habitación estaba poblada de más monjes que salieron de las sombras y se ubicaron en cuclillas frente al altar. El joven tensó tanto la mandíbula que hasta la sintió crujir. Deseaba matar al maldito, deseaba matarlo de la peor forma pero que sufriera enormemente primero, no tendría compasión de ello. Sus ojos otra vez se desviaron hacia Kagome. Cómo deseba acurrucarla entre sus brazos y brindarle su calor, devolviéndole la vida que parecía estar perdiendo. Y entonces se dio cuenta lo inútil que era ahora ¿cómo sacar a Kagome en medio de aquella tropa de asesinos? De pronto sintió suaves pasos cerca y volvió a ocultarse entre las sombras. Miró atentamente la figura que se acercaba con lentitud. Entre las tinieblas pudo notar el contorno de su esbelto cuerpo y sus largos cabellos. Arrugó el ceño y se escondió más apegando la espalda a la pared. Pronto notó que era una mujer, el respirar suave cada vez más cercano a él hasta posarse en frente de la entrada de la pagoda. La luz de la habitación le dio de lleno en el rostro atrayendo la atención de todos los presentes allá adentro. Y entonces Inuyasha creyó morir, no supo cómo, comenzó a temblar por completo, con los ojos absortos miró el rostro pálido de la mujer que estaba ahora de perfil, a unos cuantos metros de él, con la misma mirada ausente y el aire casi gélido de su rostro... era ella, aun con su vestido de sacerdotisa... imposible, estaba muerta, muerta, pero era ella... indudablemente era ella... era Kikyo...
Continuará...
N/A: Comida para un día domingo jojo, espero queden satisfechas n.n' (escribí bastante, me inspiré)
Las "Rocas de Liancourt" sí existen ¿eh? me di el trabajo de investigar, bueno, como siempre, jaja.
La canción ya la ubican: "Shot" (The Rasmus) (es que me encantó, le viene tanto a la historia... además que es muy buena, tiene mucha energía, como Inu... n.n)
Bueno, nos vemos.
Lady Sakura Lee.
