Capítulo 17: "Nubes Negras"

La mujer tenía la vista perdida en el frente y se quedó inmóvil durante varios segundos. Inuyasha volvió a tragar con dificultad y con sus ojos muy abiertos aún intentaba convencerse que todo era una ilusión, que ella era un fantasma. Pero el fantasma se movió finalmente y entró en la pagoda. Pronto se dejaron escuchar rezos en murmullos casi fúnebres que erizó la piel del muchacho. Tomó valor y se asomó con lentitud al borde de la puerta para observar la escena.

La mujer caminó con lentitud por entre los grupos de monjes que estaban arrodillados en el piso. Inuyasha, aunque jamás había visto la cara de Naraku antes, lo reconoció enseguida cuando este ingresó al recinto. Sus ojos brillantes y malignos, su caminar firme y decidido y su sonrisa escalofriante y perversa develaban lo que era: Un asesino. Atrás, aquella mujer del tren, siguiéndole los talones, una ayudante fiel al parecer. Ambos estaban ahora al lado del altar, con la perla de shikon brillando con toda su intensidad. Kikyo se detuvo unos pasos antes y su rostro se ladeó para observar a una chica desmayada.

- Querida Kikyo... - Pronunció Naraku e Inuyasha tembló. Sin lugar a dudas ella no era un fantasma ni un ser producido por su imaginación.-... acércate... ya tenemos buenas nuevas...

Entre la penumbra de su refugio, el joven guerrero vio la leve sonrisa de la "sacerdotisa", entonces el pavor se apoderó de él y su mente inquieta intentó buscar una respuesta a toda la farsa que había vivido.

- ¿Porqué tanto alboroto?- Preguntó la mujer con la voz lenta y suave. Inuyasha pudo en ese momento escuchar sus propios latidos del corazón. La voz de ella, la que un día lamentó tanto porque creyó jamás volvería a escuchar, sonaba en sus oídos como una dolorosa tortura.- ¿Quién es ella?- Preguntó esta vez volviendo a mirar el cuerpo de Kagome, con su rostro aun inexpresivo.

- No lo vas a creer tan fácilmente- Respondió Kagura con una sonrisa burlona. Kikyo la miró con extrema seriedad. Era sin duda notoria la rivalidad de aquellas dos. Pero desvió su mirada casi inerte hacia la perla, recién se daba cuenta que estaba presente y entonces el rostro se le iluminó.

- La perla... la perla de shikon... finalmente esta con nosotros.- Musitó e Inuyasha pudo notar que eso... ¿le alegraba? no, seguramente esto era una pesadilla... y luego un leve quejido se dejó escuchar en la habitación. Inuyasha desvió rápidamente el rostro y retuvo la respiración. En ese momento la cabeza de Kagome se incorporaba del suelo y luego de unos momentos ella pareció abrir más los ojos, dándose cuenta en donde estaba. Sin embargo, cuando sus ojos se posaron en Naraku, la chica no dijo nada, se quedó demasiado tranquila, manteniendo estoicamente la calma.

Inuyasha apretó con su mano más la empuñadura de la espada, deseaba matarlos a todos ahí mismo, sin importar quien fuera esta vez. ¿Pero cómo sacar de allí a Kagome? ¿Cómo!

- Te lo dije Kikyo... te dije que pronto la tendríamos... - Dijo Naraku y entonces Kagome retuvo la vista en la mujer. ¿Kikyo? ese nombre era el que Inuyasha había pronunciado la otra vez... ¿sería la misma Kikyo? pero la otra estaba muerta ¿no? La mujer clavó sus ojos castaños en los de ella y entonces Kagome retuvo el aliento. Aquella mujer... estaba tan llena de... rencor... y entonces su corazón se lo confirmó, era ella!

- Ya veo Naraku... entonces ahora que la tienes... sólo falta que un milagro nos traiga a la guardiana de la perla, ¿no?- Y rió cínicamente tapándose la boca con una mano. Kagome frunció el ceño y miró de reojo su muñeca, deseando que todo lo que recordaba hubiera sido un mal sueño, una pesadilla. Pero no, la herida estaba ahí, con restos de sangre seca en su piel y un pequeño pero agudo dolor que le provocaba escalofríos. Entonces se dio cuenta que Naraku se acercaba, ella se levantó rápidamente y lo enfrentó con la mirada dura. El hombre sonrió y luego de un pequeño titubeo tomó la barbilla de Kagome. No supo por qué, la chica sintió que estaba paralizada. ¿Era su poder espiritual tan poderoso que la obligaba a permanecer quieta?

- Pues aunque no lo creas... te presento a la esperada guardiana de la perla de shikon.

Inuyasha sintió que las fuerzas se le escapan del cuerpo, incluso su mandíbula se tensionó por completo. Sus ojos dorados y misteriosos se abrieron de par en par, mirando absorto a Kagome que permanecía con el rostro relativamente tranquilo. No, no podía ser cierto... no... No! maldición, no! no es cierto! deseó gritar pero estaba tan paralizado que hasta olvidó donde estaba. Y aun así ni siquiera un gemido se escapó de su garganta. ¿Conoces la leyenda? ¿conoces la leyenda?- Repicó la voz de su padre mientras él practicaba con su espada.- El día en que la guardiana de la perla de shikon aparezca y su sangre se mezcle con la impura, el mundo estará acabado... - Inuyasha abrió más los ojos y sin querer, temblando de un inusitado miedo, se mordió el labio tan fuerte que la sangre brotó de ellos y él no lo sintió. Jamás puso atención verdadera a esas cosas, odiaba las leyendas, para él lo divertido era el entrenamiento y la búsqueda osada de tesoros, lo demás no importaba- Mentira... - Murmuró casi de forma gutural.

- ¿Ella?- Preguntó la voz de Kikyo al fin e Inuyasha pareció despertar de su estado casi de trance. Kikyo la miró con detenimiento esta vez, pero no dijo nada más. De pronto Kagome desvió rápidamente la vista, hasta la entrada y sintió que su corazón se oprimía de felicidad. Lo sentía claramente, muy claramente. Inuyasha estaba allí... pero... ¿porqué había demasiada tristeza rodeándolo? más que tristeza, era dolor... Ella intentó mantener el rostro inexpresivo, pero estaba preocupada por Inuyasha. No supo cómo, de pronto unos monjes entraron por la puerta del costado de la pagoda y acercándose apresurados miraron a Naraku con terror.

- ¡Gran señor! ¡han entrado intrusos a la casa!

Kagome arrugó el ceño, sin comprender bien de quien se trataba. De pronto percibió la fuerza espiritual del monje Miroku y entonces lo comprendió. Inuyasha no había venido solo.

- ¿Qué! - Naraku la soltó y caminó a paso apresurado seguido casi por todos. Menos Kikyo. Kagome se dio cuenta que ahora era dueña de sí misma completamente y entonces miró a la mujer con seriedad.

- Lo siento- Murmuró y sin previo aviso, le dio un puñetazo en la cara tan fuerte que la mujer tambaleó enseguida y cayó al suelo. Kagome entonces corrió hasta la salida y a mitad de camino encontró a Inuyasha.- Lo siento... tuve que hacerlo para que me dejara ir... - Se justificó la chica cuando lo abrazó con fuerza e intentando excusarse por lo que le había hecho a la mujer. Inuyasha no respondió y tampoco la abrazó tan efusivamente como ella deseaba. La muchacha se apartó un poco y lo miró preocupada- ¿Qué sucede?- Pero Inuyasha no la miraba a ella, sus ojos estaban posados en la mujer que para sorpresa de Kagome, se incorporaba lentamente en el piso de madera. La chica hubiera jurado que el puñetazo dado era como para dejarla inconsciente un buen rato.

- Inu... yasha... - Musitó la ex sacerdotisa mientras posaba sus ojos en los del hombre. Entonces Kagome creyó que la tristeza y el dolor de él era por aquella mujer, y tragó con dificultad. Miró casi desilusionada al hombre y se alejó un poco. Inuyasha, con la vista clavada en la mujer caminó lentamente hasta ella y se arrodilló a su lado.

- Pensé que estabas muerta... - Dijo él con la voz tan ronca que Kagome hasta la desconoció. Tuvo deseos de llorar en ese momento. ¿Y qué tal si él la olvidaba y se quedaba con aquella mujer? Apretó los puños de su mano e intentó tranquilizarse. Parecía que ahora ni siquiera podía controlar sus emociones. Y entonces, lo vio acercarse más a ella y tomándola por los hombros casi la zamarreó- ¡Mentirosa! ¡Me hiciste creer que estabas muerta sólo para irte con ese bastardo!

Inuyasha la miraba con fiereza y el brillo en sus ojos se agudizó. Kagome se quedó con la boca abierta. De pronto supo que aquel hombre podía perder la cordura, su mirada asesina estaba clavada en la mujer, sus manos, casi garras, se aferraban a los delgados hombros de ella que incluso parecían querer quebrarlos o más aún, hacerlos polvo. La chica corrió a su lado y lo tomó del brazo.

- ¡Inuyasha!- Su voz fue casi una orden, pero acompañada de súplica. Inuyasha no se movió, su vista, fija en la mujer, sólo deseando matarla por su horrible mentira.- Inuyasha... por favor... vámonos de aquí... - Pero él se mantuvo firme, entonces ella clavó más sus dedos en su brazo- ¡¡Inuyasha!- Suplicó elevando la voz. Él pareció despertar nuevamente y se movió, pestañeando y mirando esta vez a Kikyo, que no decía una palabra. Luego tensó más su mandíbula y soltó finalmente a la "sacerdotisa". Titubeó mirando una vez más a la mujer y de pronto escuchó el alboroto que se formaba allá adentro. Entonces tomó a Kagome de una mano y corrió. Tal vez sería la última vez que vería a su antiguo amor pero eso ya no importaba, todo estaba perfectamente claro ahora. Ella había ideado seguramente la mentira para escapar con aquel hombre y así evitar la deshonra de dejar un templo abandonado. Y al apretar más la mano de la muchacha conduciéndola entre la oscuridad de la isla, sólo le importaba que ella, Kagome, se encontrara bien...

Los gritos se escucharon más fuertes y cuando Naraku vio a Kikyo en el suelo, se enfureció de su tonto descuido y bramó dando órdenes para que siguieran a la pareja. En segundos un escuadrón de lo que parecían ninjas corrieron tras ellos en la oscuridad de la noche. El hombre miró con severidad a Kikyo y esta se levantó al fin del suelo.

- Lo... lo lamento... pero venían por ella...

- Lo sé... ese Inuyasha, como siempre, andaba fastidiando...

Kikyo se limpió la boca de los restos de sangre que le había dejado el golpe dado por la otra chica y murmuró como si nada.

- No te preocupes... ya la perla tiene la sangre de la guardiana... ¿no es así? además él ni siquiera se molestó en llevársela también...

Naraku sonrió y miró la perla de shikon. Que suerte, aquellos idiotas ni siquiera se habían llevado la perla, al parecer, el tonto de Inuyasha no se daba cuenta del error que había cometido.

- Una vez completo el ritual... aquella niña volverá aquí sin necesidad de secuestrarla nuevamente... y al fin lograremos el poder que necesitamos... - Murmuró con una pequeña sonrisa en los labios. La mujer sólo asintió. Confiaba tanto en sus palabras, tanto, él era un hombre con demasiado poder espiritual que la fuerza de él la había casi atraído como un imán. Confiaba en sus palabras y en el propósito para hacerse de la perla de Shikon. El mundo necesitaba un buen líder ¿y quién mejor que él?

El hombre sabía que el alma de aquella mujer estaba perdida, siendo una sacerdotisa que había escapado para unirse a él e idear toda una mentira haciendo creer a todos de su muerte ¿no era lo suficientemente corrupta su sangre como para fundirla con la piedra de shikon? Ella lo miró, sabía para qué estaba destinada, aunque no le agradaba ser la parte "opuesta o impura" del ritual, igual estaba orgullosa de ser partícipe de el, al fin y al cabo, sabía que esa era su misión en la vida. Naraku se acercó con lentitud hasta la perla, su brillo rosa con destellos de plata le provocaba náuseas, pero aún así la tomó en su mano, al momento la perla cambió a un violáceo y luego a un negruzco color.

Kagome, que corría tanto como sus piernas se lo permitían guiada por la mano fuerte de Inuyasha que iba adelante, cayó de pronto al suelo sintiendo que el corazón se oprimía en el pecho. Inuyasha se detuvo en seco y volteó para mirarla. Ella respiraba con dificultad y apenas levantó el rostro hacia él, con el cuerpo temblando y débil, él comprendió que no estaba bien.

- No puedo... me siento... mal... - Gimió casi con desesperación.

- ¡Vamos, Kagome!- Ordenó intentando levantarla. Los pasos rápidos de otras personas lo alertaron con desagrado, pero para su sorpresa eran Miroku y Sango, acompañados de un niño ninja que se detuvieron en seco al verlos en mitad del desolado bosque.

- ¡Inuyasha! ¡Ya vienen!- Gritó Miroku y entonces en un segundo los guerreros aparecieron enfrente con sus armas en alto. Inuyasha se puso en pie lentamente y los miró desafiante.

- Yo me encargo... llévense a Kagome.- Ordenó desenvainando la espada y alzándola en el aire. Sango miró a Miroku completamente asustada y tan sólo con la mirada azul de este comprendió que el monje no dejaría solo al joven de ojos dorados. Ella hubiera querido suplicarle, pero sabía que debía hacer lo correcto, así que, ayudada del niño ninja, ayudaron a Kagome a ponerse de pie y la sacaron rápidamente del lugar.- No debiste quedarte, monje... - Dijo Inuyasha pero sin apartar la mirada fiera de los hombres que tenía al frente, listos a atacar.-... Yo puedo solo con esto... - Agregó.

- No importa- Respondió y adoptando una posición de ataque, Inuyasha que lo miró de soslayo se dio cuenta que aquel hombre no era un monje ordinario, aquel adoptaba la pose característica de combate. Y mientras el viento soplaba cada vez con más fuerza y las nubes negras ocultaban los últimos vestigios de luz de la luna, los guerreros se lanzaron sobre aquellos dos. Inuyasha los batió sin dificultad al principio. La destreza con su espada era notoria, después de años de práctica y perfeccionamiento, ahora cada golpe era certero y preciso. Además debía proteger a alguien y eso más fuerzas le daba para combatir al enemigo que eran más de una veintena. El monje peleó con todas sus fuerzas e Inuyasha, en un momento de respiro, lo vio dar golpes certeros y rápidos que provocaban de inmediato la inconsciencia del oponente.

Entonces, Inuyasha recordó a Kikyo viva y luego a Kagome en el suelo, en la pagoda, las palabras del detestable Naraku resonaron en su mente: te presento a la esperada guardiana de la perla de shikon... la guardiana de la perla de shikon... de la perla de shikon...

La rabia junto con la tristeza se apoderó nuevamente de su corazón y aunque ya llevaban bastante tiempo peleando, aquello le dio una fuerza casi demoníaca que descargó en el último ninja. La cabeza de este voló por los aires y cayó un par de metros más allá. Miroku se detuvo y lo miró pasmado. Jadeante, con el rostro sudoroso, las ropas manchadas de sangre y con un temible brillo en los ojos, el monje creyó que en ese momento Inuyasha se había transformado en una bestia sanguinaria. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, primero lentamente y luego más fuerte. Inuyasha limpió su espada en el pasto y la volvió a envainar. Pero en el momento en que volteó se dejó escuchar el ruido de un ciento de pasos que se acercaban rápidamente, entonces miró al monje que palideció en el acto.

- ¡Por Kami! ¡Son más! - Gritó Miroku abriendo sus enormes ojos azules y tragando con dificultad, porque enfrentarse nuevamente y a más guerreros era arriesgar la vida, y aunque Inuyasha hubiera deseado batirlos a todos, el monje lo agarró de la manga de su traje y lo arrastró a duras penas. - ¡Si quieres volver a ver a tu chica, creo que lo más prudente sería correr!

Inuyasha no respondió, lo miró a los ojos y comprendió que estaba en lo cierto, así que ambos salieron de allí a toda velocidad. Siguiéndole los talones a Miroku el chico sólo deseaba una cosa, estar con Kagome.

El piloto con toda su pericia fue capaz de esquivar a duras penas las fuertes corrientes de aire y los rayos de una tormenta que de un momento a otro se había desatado. Abajo, el Mar de Japón lucía negro y turbulento. Sango, que miraba por la ventanilla y recibía cada sacudida de la avioneta con el corazón en la mano, concentró todos sus rezos en que salieran vivos de esta. Ladeó el rostro y miró con satisfacción y emoción al niño de pecas en la nariz que la abrazaba fuertemente en la cintura.

- ¿Y él quien es?- Preguntó Inuyasha respirando con dificultad, a pesar de la advertencia de permanecer sentado en sus asientos y asegurados con el cinturón, el joven se mantenía de pie, mirándolos con extrema seriedad.

- Lo siento... debí habérselo dicho... es mi hermano... estaba prisionero también en esa... "secta"... - Respondió la muchacha un tanto intimidada por Inuyasha. Sus ojos de desviaron hacia el monje que se encontraba en frente.-... lo lamento...

- Ella no estaba segura que el niño estuviera también con ese hombre... - Intercedió Miroku.

Inuyasha miró sin expresión al niño y entonces comprendió la razón fervorosa de aquellos dos en acompañarlo. Y él creyendo que era para traer de vuelta la perla de shikon.

Luego Inuyasha siguió su camino, más atrás, Kagome se encontraba sentada y asegurada de su cinturón. Los cabellos negros de ella estaban desordenados y algunos mechones caían por su rostro algo pálido y a la vez sudoroso. Él se inclinó a su lado y apartó los mechones. Kagome, como si despertara de su letargo, alzó la cabeza y lo miró, en cuanto sus ojos se centraron en los dorados de él sonrió con tranquilidad, y a pesar de lo enferma que lucía, su rostro se iluminó. La nave dejó de agitarse y poco a poco el viento les permitió seguir desplazándose por los cielos con relativa tranquilidad, sólo la lluvia caía esta vez, a lo cual el piloto en la cabina agradeció, puesto que ya comenzaba a impacientarse del clima tan hostil.

- No te preocupes... me siento mejor... - Respondió suspirando fuertemente mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad. Posó sus manos sobre su regazo y dejó reposar la cabeza en el respaldo de su asiento, repasando una vez más los acontecimientos sucedidos en aquella isla. Ella, guardiana de la perla. ¿Lo habría sabido su abuelo desde siempre? Seguro. Ya lo había analizado bien. Su abuelo, viendo que la perla y ella reaccionarían de alguna manera en algún momento, atraerían la atención de quienes deseaban robar la joya. Entonces el anciano la había entregado primero a la anciana Kaede para que la resguardase. Y ahora que su sangre estaba mezclada con el poder de la perla de shikon, se sentía de una manera distinta, sentía el poder en su cuerpo pero aún así comprendía que también la maldad la embargaba de vez en cuando. Y esa era culpa de Naraku.- Debimos traer también la perla... - Murmuró luego de bajar el rostro y mirarlo con seriedad. Inuyasha apretó los puños de sus manos y sintió una rabia enorme.

- ¡Jamás! - Sentenció mirándola muy serio. Kagome abrió más los ojos, sorprendida.

- Es el destino... - Murmuró bajando la vista y sintiendo que esta vez desfallecía de dolor. -... lo sabes...

- No volveremos por la perla, olvídala, olvida que existe, sólo te atarás a ella, no tienes que ser su guardiana... - Bramó furioso y se inclinó más a ella, con ambas manos posadas sobre el asiento que Kagome se sintió relativamente intimidada. Él lo comprendió y pareció calmarse-... no puedes... alejarte de mí... no me dejes... - Su voz se quebró y Kagome lo miró hipnotizada. Su dolor la lastimaba, la hería tanto que resultaba horriblemente torturante. Bajó sus ojos castaños hasta el pecho de él, en el lugar del corazón. Ella comenzó a respirar nuevamente con dificultad. Él la amaba tanto, eso lo sentía más vivo que nunca y más claramente, entonces posó con suavidad su mano sobre su pecho varonil.

- Jamás te dejaría... menos... después de lo que has hecho por mí... me has protegido de todos, arriesgando tu vida y olvidando tus propios asuntos... - Susurró. El hombre sonrió algo aliviado y la abrazó.

- ¿Entonces?- Murmuró en su oído, pero sin apartarse de ella porque tenía miedo de verle la cara.

- Tienes razón... me ataré a algo... que no quiero... y yo sólo te quiero a ti...

Él entonces se incorporó y su rostro agobiado desapareció, la sonrisa del hombre calmaba su alma y eso la hacía feliz. Inuyasha se sentó en el asiento del lado y ella se acercó a él que la recibió en un fuerte y cálido abrazo. Sintió pequeños besos en su sien y las caricias que él le propinaba, en su rostro.

- No te arrepentirás, pequeña...

Kagome se hundió más su abrazo, sabía que él era sincero en sus palabras y en sus propósitos... pero el destino estaba escrito ya... y ella ya no volvería a escaparse de el tan fácilmente... lo sabía... sabía que aunque renunciara a esa joya, ya nada volvería a ser lo mismo... ya era... demasiado tarde... Inuyasha la abrazó más fuerte y ella le respondió intentando buscar el consuelo que necesitaba. Él le tomó las manos y entonces se dio cuenta de la herida de su muñeca. No dijo nada, pero tensó su mandíbula fuertemente. El corazón comenzó a latir con angustia y el joven sólo suspiró, deseando llegar pronto a casa y así olvidarse de todo...

Continuará...

N/A: Muchas gracias por sus reviews, un alivio para mi ;) See you.

Lady Sakura Lee