Capítulo 18: "El Ritual".

Él estaba casi echado sobre el sofá mirando un punto fijo de la pared. Sus pensamientos aún eran confusos, dolorosos y aún así intentaba imaginar el futuro que podrían compartir juntos.

Juntos. Su corazón comenzó a latir fuertemente y el joven arrugó el ceño. Maldición. ¿Porqué no dejaba de sentirse preocupado? todo había terminado ¿no? aunque el objetivo de conseguir la perla de shikon no lo habían logrado, porque a duras penas habían alcanzado a escapar con vida de aquella maldita isla, aún así estar finalmente lejos de todos aquellos problemas junto a la chica era más que suficiente.

Recostó la cabeza en el respaldo y sus cabellos negros cayeron desordenadamente a un lado. Suspiró agobiado, cuanto deseaba que su espíritu permaneciera en completa calma... allá afuera el cielo gris parecía deparar una gran tormenta. Todo mal.

- Arggg... no debo pensar tantas locuras...

Se levantó de súbito y miró las escaleras que conducían al segundo. Allá, en una habitación que él ya conocía, dormía Kagome profundamente desde hacía horas. Se sobó las sienes intentando calmarse y se movió por la habitación sin rumbo fijo. Finalmente se asomó a la ventana, el viento soplaba con inusitada fuerza y las flores de todos los árboles se desprendieron de ellos y desaparecieron en el aire.

- ¿Conoces la leyenda? ¿conoces la leyenda? El día en que la guardiana de la perla de shikon aparezca y su sangre se mezcle con la impura, el mundo estará acabado...

- ¿Su sangre se mezcle con la impura?- Murmuró arrugando el ceño y en ese momento recordó también la herida de Kagome en su muñeca ¿qué diablos habían hecho con ella? Cómo ansiaba que despertara de una vez y le contase todo. Aquel maldito debía estar enfermo, en realidad. ¿Cómo creer que se convertiría en el ser más poderoso de la tierra gracias a una añosa joya como la perla de shikon? Porque eso era lo que el niño que habían rescatado Sango y Miroku había dicho. Aquello era una secta, y según él, a Naraku lo cuidaban varios personajes de la política y los negocios de gran importancia para el país.- Manada de locos... - Gruñó apretando los puños de sus manos.-... pero no creas que has salido victorioso...

- ¿Inuyasha?

Él volteó dando un brinco. Y allí la vio, al pie de la escalera observándolo con sus profundos ojos castaños que a él le parecieron más brillantes y más oscuros, el cabello suelto, acomodado sobre un hombro, y vestida con su infaltable pijama rosa. El joven sonrió con alegría y se aproximó a ella. Le tendió la mano y la muchacha bajó el ultimo escalón.

- ¿Cómo te encuentras?- Su mano acarició su rostro y sus ojos la escudriñaron como si quisiera descubrir sus pensamientos. Ella sonrió con tranquilidad.

- Mejor que tu, al menos...

Inuyasha levantó ambas cejas, sorprendido.

- Yo me encuentro bien- Mintió. Kagome sonrió aún más y se alejó a paso lento para acercarse a las ventanas.

- Mentiroso... - Murmuró apoyando la frente en el helado cristal y sus ojos oscuros se detuvieron en los árboles que se mecían con fuerza. Sintió los pasos suaves y luego las manos de él rodear su cintura. Ella no se movió.

- ¿Acaso lees mis pensamientos?- Musitó divertido en su oído. Pero Kagome no reaccionó.

- Tengo que ir a buscar a Souta... - Dijo sin embargo, sin reaccionar al leve beso que él dejó caer en el hombro descubierto.

- Los llamé... la anciana Kaede... - Sus manos acariciaron su cintura y sus labios sedientos de besos subieron hasta el lóbulo de su oreja-... dice que... ella lo vendrá... a dejar... mañana...

- ¿Mañana?- Repitió ella deshaciéndose del abrazo sin piedad. Él la observó angustiado, la chica comenzó a pasearse por la sala.- Souta debería esta aquí, no quiero que este lejos...

- ¿Qué sucede?- Preguntó Inuyasha al fin, notando lo extraña que estaba actuado. Ella se detuvo en seco y lo miró a los ojos, no pudo ocultar la frustración que tenía. Suspiró porque inevitablemente no podía ocultarle sus sentimientos de esa manera y entonces caminó hasta la escalera y se sentó pesadamente en el ultimo escalón. Desde allí recogió las piernas y las abrazó con sus manos, ni siquiera lo miró esta vez.

- Yo... no puedo evitarlo... siento que... debo recuperar la perla de shikon...

Inuyasha que se había posado en frente suyo retuvo el aliento pero dejó que ella terminase de hablar.

-... la necesito de vuelta... el abuelo por alguna razón... quería que uno de nuestra familia la guardase... debe haber una razón...

Él arrugó el ceño, se puso en cuclillas y la miró a los ojos.

- Oye... ¿sabes lo peligroso que es volver a esa isla? apenas salimos vivos de allí...

- Yo lo sé pero... - Ella levantó la vista y enfocó sus ojos en los de él casi con temor-... siento que... me esta llamando...

El joven la miró sin creer de una vez en sus palabras. Luego acarició sus mejillas, acomodando su cabello sonrió levemente y susurró:

- Creo que estas muy cansada aun... ¿no sería mejor que fueras dormir? he de suponer que no lo has hecho en todo este rato...

Ella se levantó enojada, muy enojada, incluso cuando se puso de pie el hielo del vientecillo le rozó a él el rostro.

- ¡No estoy cansada! ¿Porqué no me crees? ¡Creí que me ayudarías!

Inuyasha pestañeó ¿desde cuando tan temperamental? Se levantó y suspiró nuevamente dándose fortaleza.

- Creí que habías dicho que te olvidarías de la perla... - Murmuró el joven con dolor.

Kagome lo miró a los ojos unos instantes. No sabía porqué, lo culpaba a él de la pérdida de la joya, de no haber cumplido su misión, de no respetar la voluntad de su abuelo... Apretó los puños y de pronto se dio cuenta que el rencor estaba dominando su corazón. Al instante su rostro se suavizó y también su postura se distendió. Ella se acercó rápidamente a Inuyasha y lo abrazó.

- Lo siento... lo siento... no sé qué sucede conmigo...

Él la sostuvo con fuerza reteniéndola desde la espalda. La chica escondió el rostro en su pecho e intentó suavizar su espíritu. Habían emociones negativas que la estaban dominando y no quería sentirse así. Era cierto, la perla sólo la separaría de Inuyasha y ella no imaginaba la vida sin él, la elección estaba hecha ¿porqué tenía que dudar?

- Necesitas descanso... ¿porqué no vas a la cama?- Susurró él. Kagome lo retuvo aferrando sus dedos a su pecho, tembló un instante, el amor volvía a su corazón, sonrió y se levantó en puntitas.

- Si vienes conmigo... - Murmuró en su oído.-... ven...

Ella se apartó y lo tomó de la mano obligándolo a seguirla escaleras arriba. Él la miró absorto, no muy convencido, como si no creyera lo que estaba pasando. Sólo cuando se vio fuera de su habitación la retuvo y la chica lo miró preocupada.

- Kagome... - Murmuró mirándola con intensidad. Ella le brindó una sonrisa, irradiaba felicidad y tranquilidad.

- Ven... - Susurró la muchacha otra vez instándolo a entrar a la habitación.

Sus ojos dorados miraron con detenimiento a la chica, ella se acercó a él y deslizó su mano sobre su pecho, acarició cada músculo fuerte del joven y luego sus manos se deslizaron hasta su estómago. Un gemido algo ronco se escapó de sus labios, ella volvió a mirarlo, sus ojos dorados brillantes y con toques de anaranjados se mezclaban de pura pasión despierta en un instante. Inuyasha la acercó a su pecho y la besó.

Sus labios saborearon sin descanso los de ella, que le respondió con igual ímpetu. Nada los molestaría ahora, estaban solos en aquella vieja casa, lejos de todos, de los problemas y tal vez hasta del mundo.

- Eres lo que más quiero... - Susurró él cuando sus labios se deslizaron a su oreja, la cual retuvo entre su boca, lamiendo y acariciando. Kagome se aferró más a su pecho, con los ojos cerrados podía sentir increíblemente el amor que le profesaba este hombre al cual desde el principio le pareció fuera de lugar.

- Creo que... siempre te he amado... - Respondió ella sin más, deslizando sus manos bajo la camiseta del hombre. Su contacto cálido contra su piel aun más cálida de él provocó en Inuyasha que un nuevo gemido se escapa de sus labios. Él deslizó una mano tras su nuca, recibiendo los sedosos cabellos negros entre su mano y la miró. Kagome retuvo su mirada mientras acariciaba lentamente la piel de él. Inuyasha notó los ojos de Kagome, oscuros y limpios que parecían querer leer más que su mente, su propia alma. Sonrió ante el pensamiento. Ya no sabía que diablos estaba pensando.- Eres mi guerrero guardián... eres mío... ¿verdad?

El susurro de su voz era suave, tan suave que erizaba su piel, como terciopelo puro y simple. Sonrió luego dejándose llevar sus manos hacia los botones de la parte superior de su pijama, con cada botón fuera, un beso que quemaba su piel se dejaba sentir. Kagome respiró ronco. Los labios de él eran suaves y a la vez quemantes, su mano que antes retenía en su espalda se coló bajo la ropa, aquello era demasiado embriagador, demasiado tierno y a la vez seductor. El joven finalmente se deshizo de la prenda y ella quitó su camiseta. Inuyasha la observó y luego, desde la espalda, la aferró a su cuerpo besándola nuevamente en la boca. Kagome volvió a gemir, el estómago se encogía increíblemente y sentía que ardía por completo. Entreabrió sus ojos y observó el rostro de él, tan varonil, tan cerca, besándola como si de ello dependiera su vida. Su cuerpo tembló al ser consciente que su piel desnuda chocaba contra la de él y aún así parecía que necesitaba más y cada vez más.

- Te amo... ya lo sabes... - Murmuró Inuyasha recorriendo sus manos tras la espalda desnuda, moviéndola quietamente hasta la cama. Kagome cayó suavemente en ella, él la observó nuevamente a la luz de la penumbra, no se cansaba de mirarla y sentirse casi poseído por la mirada de la muchacha.- ¿quieres... saber lo que pienso?... - Musitó acomodándose encima suyo y besándola nuevamente.- ¿eso quieres... saber... de mi?

- No... - Respondió la chica ladeando el rostro mientras recibía los besos del joven nuevamente sobre su oreja.- No lo necesito saber... - Murmuró provocando en él más deseo que interpuso su pierna entre las piernas de ella-... yo... ya lo sé...

La fuerza de sus palabras provocaron en ambos una pasión que los desvordaba. A pesar de que el viento soplaba con tanta fuerza como si hubiera casi un huracán, la casa y más aun la habitación en que se encontraban estaba inundada con una paz y un amor tan grande que ninguno de los dos vio más allá de lo que tenía ahí. Nada era importante, sólo consumar su amor.

Inuyasha estaba sentado y ella sobre sus piernas. Sus mejillas ruborizadas por completo sentían por vez primera el cuerpo masculino en completa armonía con el suyo, unidos por algo que iba más allá de la razón. Creía que moriría de amor y deseos en sus brazos, cada movimiento de él y que la instaba a seguir, era como si perdiera la vida y luego volvía a renacer. Nada era importante, sólo ellos dos. Sus duras manos en sus caderas parecían garras y ella lo volvió a mirar con sus ojos castaños, oscuros y llenos de deseo. Lo volvió a besar, sentía que los labios estaban hinchados, le hormigueaban y aún así no podía evitarlo, necesitaba más de él, más.

Cayó de espalda sobre la cama y él sobre ella. Sentía que la unión volvía ser fuerte y placentera. Cerró los ojos, mil puntos de colores parecían danzar entre sus sueños, necesitaba respirar y lo necesitaba a él. Inuyasha finalmente acabó con un ronco estertor, su cabeza cayó entre sus pechos y el resoplo de su aliento le quemó casi la piel. La chica abrió los ojos y miró el techo de su habitación, poco a poco sentía que volvía a la realidad, a la realidad nueva y que ahora parecía un poco diferente. Inuyasha levantó el rostro y la besó otra vez, en cuanto se deslizó a sus mejillas, Kagome le habló nuevamente, en un susurro.

- Ahora sí... eres mío...

Cuando el joven despertó no la encontró a su lado. Las sábanas aun estaban tibias y él supuso que hacía poco lo había dejado. Se levantó lentamente con una sonrisa y aunque era de noche, supuso que aún ni siquiera eran las 12. Se sentó y se vistó con sus pantalones y en cuanto se puso de pie sus ojos se detuvieron en la silueta vestida apenas con la pijama cruzando el gran patio del templo entre los fuertes vientos, hacia la pagoda en que él sabía existía un altar.

Inuyasha suspiró con pesadumbre. No le sorprendía... su esencia de sacerdotisa le reclamaba la oración, tal vez... no era culpable, de los impulsos que tenía.

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El cielo gris se oscureció aún más producto de la llegada de la noche. Los árboles se movían con fuerza, las ramas crujían, las flores se vieron desprendidas de sus hermosos pétalos y allá, en la Isla de Liancourt una secta estaba lista para realizar el ritual que siempre habían anhelado. Parte de ello ya estaba listo, la perla y la sacerdotisa guardiana eran uno y su poder, el de ambas, se había incrementado mil veces.

Naraku tenía la perla entre sus manos y sonreía de sólo pensar en aquella chica como estaría reaccionando.

La pagoda esta completamente iluminada por cientos de inciensos puestos estratégicamente, pero abarcándolo todo. Los sacerdotes sentados sobre el limpio piso de madera, perfectamente vestidos con las sotanas color púrpuras y un rosario de cuentas amoratadas entre sus manos. La luna pronto se alzaría en el cielo de la noche, y aunque no era visible, necesitaban de su presencia para realizar el ritual. Kagura permanecía su lado, esperando impacientemente por el momento. Incluso Hakudoushi permanecía cerca de Naraku, de pie, con una gran espada entre sus manos que lo afirmaba del suelo, mirando en silencio la perla.

De pronto entró Kikyo, vestida aun con su traje de sacerdotisa y el cabello suelto caminó con pasos lentos y casi enfermos por el pasillo de la pagoda. Cuando llegó al altar miró nuevamente la perla, su brillo la asustó... ¿acaso era la fuerza espiritual de la sacerdotisa amiga de Inuyasha?

- Ven... dame tu sangre... - Ordenó el hombre alto y ella de inmediato estiró su níveo brazo. Estaba convencida, esto era para ayudar a Naraku y se sentía satisfecha, de poder servir en algo.

Los monjes elevaron su cántico, el poder de la perla los asfixiaba pero confiaban en que pronto todo terminaría. Una vez que la perla estuviera completa, el poder para su amo supremo sería tan grande que podrían conquistar el mundo.

Naraku sonrió al ver la vena azul de la muñeca de Kikyo. Su amante. Ella lo miró y exhaló un suspiro. No tenía poderes espirituales tan fuertes, no tenía más que sus errores y su sangre... él le sonrió y ella cerró los ojos. A la luz de los innumerables inciensos todos pudieron notar lo mortalmente pálida que ella lucía ¿acaso estaba enferma? A Kagura no le extrañó. Estaba segura que esa mujer muy pronto moriría, su cuerpo no estaba acostumbrado al ritmo de vida de sacrificios y obediencia que llevaban en esa isla. Era demasiado frágil, físicamente, psicológicamente y también espiritualmente.

La ex sacerdotisa sintió la piel abrirse y su sangre cayó no en gotas, sino abundantemente sobre la perla. Ella notó que las fuerzas se le iban ¿moriría ahora definitivamente? si era por ayudarlo a él, pues qué más daba. Y no supo cómo, a través de sus ojos semicerrados vio la perla negra totalmente con un brillo tan intenso que no le cupo dudas que Naraku al fin había conseguido su cometido. Los cánticos como murmullos resonaban en la pagoda, ella sonrió y cuando Naraku la soltó, cayó de inmediato al frío suelo, sin vida...

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Mientras se remecía inquieto en el sofá cambiado una y otra vez de canal con el control remoto, Inuyasha arrugó el ceño al notar como la lluvia caía con fuerza sobre la ciudad. Luego se encogió de hombros sin dejar de preguntarse a qué horas Kagome volvería a la casa, de eso ya habían pasado bastante rato. Se detuvo de pronto en el noticiero central ante las letras rojas de alerta. Sus ojos dorados reconocieron enseguida el paisaje isleño en donde un maduro periodista relataba la horrible muerte de una veintena de hombres, todos de la isla llamada las "Rocas de Liancourt". Él supo en ese momento que estaba en muy grandes problemas.

- Creemos que fue obra de los Coreanos, se ha pedido explicaciones al gobierno de este país y este se ha dado por desentendido, por lo tanto, tenemos ódenes del Primer Ministro que si ellos siguen dándose por desentendidos hasta mañana al anocher, una guerra entre nuestro país sería inminente- Anunció el mismo General del Ejército que él joven reconoció como el que lo había recibido en el aeropuerto. Inuyasha abrió los ojos inmensamente y se levantó de súbito.

- ¿Quéee! ¡Estan locos! ¡Qué les pasa!- Gruñó sintiendo tanto miedo que un escalofrío lo recorrió por completo. Su corazón latía muy fuerte, se quedó de pie, sin saber qué hacer, sin siquiera ser capaz de moverse un milímetro. La lluvia afuera caía con tanta fuerza que parecía un diluvio colosal. El timbre del teléfono casi lo deja sin aliento, lo descolgó enseguida y acercó su oreja al oído.

- ¡Inuyasha?

- ¡Monje!- Gimió al reconocer la voz de Miroku- ¿Qué diablos hemos provocado!

- No, no creas nada... aquellas personas, los "ninjas"... no eran de este mundo... esto es una excusa... algo muy siniestro esta provocando todo esto... sólo es una excusa... para armar una guerra... por Kami, Inuyasha!... nunca debimos dejar la perla de shikon en manos de ese hombre... ese fue nuestro error!

El joven pestañeó y apretó más el auricular en su oído.

- Cállate monje... la perla no tiene nada que ver en esto- Replicó malhumorado y aun sin entender muy bien las palabras de Miroku.

- Inuyasha... ¿en donde esta la señorita Kagome? ¡Dónde esta?- Preguntó con desesperación. Inuyasha desvió la vista hacia el patio, desde la ventana vio un fulgor rojo dentro de la pagoda, entonces palideció y soltó el auricular. Corriendo hasta llegar allá apenas abrió la puerta las llamas lo recibieron y estuvieron apunto de tocarle. Su corazón latió más fuerte y buscó ansioso a la chica. Su alma volvió al cuerpo cuando la vio al lado del altar, mirando sin expresión como las llamas consumían las guirnaldas y también el buda. Él caminó a zancadas esquivando el fuego y cuando llegó a su lado la chica no pareció darse cuenta.

- Kagome!- Gritó tomándola por los hombros y sacudiéndola un poco. Pero sin esperar su respuesta la tomó en brazos y la sacó de allí casi a punto de asfixiarse por el humo. En cuanto sintió la lluvia y también el viento fuerte pero a la vez refrescante en sus pulmones tosió un rato y luego miró a la chica. Ella miraba las llamas consumiendo completamente el templo, entonces él la volvió a tomar de los hombros.- Kagome! Kagome! ¿qué sucedió? ¿Qué pasó?

- Yo... - Y alzó la vista hacia él como si despertara de un trance, su pelo completamente mojado goteaba chorros de agua por su rostro-... no sé... yo... lo quemé...

El joven la miró en shock pero luego la abrazó con fuerza. No, ella estaba cansada, era eso, Kagome jamás sería capaz de quemar su propio templo, jamás ¿con qué razón? ¿porqué? Y no supo cómo, mientras sentía que ella temblaba entre sus brazos, una sombra larga e imponente lo observó desde un techo lejano. Inuyasha arrugó el ceño, la espada en la cual se afirmaba el sujeto le era familiar, miró con más detenimiento la silueta, producto del viento vio la cabellera larga y brillantemente clara, y entonces él abrazó más fuerte a Kagome al reconocer de quién se trataba... ¿qué diablos andaba haciendo cerca Sesshoumaru?

Continuará...

N/A: Gracias por sus reviews y aprovecho de avisar que he puesto un adelanto de mi nuevo fic en mi space... pronto lo publicaré en fanfiction pues este ya se acerca al final. Me dan sus comentarios n.n arigatou.

Lady Sakura Lee.