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La más acuciante ¿ceremonia?

En la tarde de ese día en que los hermanos de Arthur construyeron el tercer piso de la madriguera, a Molly no le importa que el mismo parezca algo ladeado, poco seguro desde fuera y pequeño. Lo que le importa es que hay dos nuevas habitaciones en su hogar, y otro cuarto de baño.

La pelirroja se siente feliz. Molly se acaricia su vientre levemente redondeado y sonríe a su tercer bebé, el que le ha dado más achaques.

Aunque está a mediados del segundo trimestre, sigue teniendo todos los síntomas de las primeras semanas. Y eso, sin tener en cuenta que casi no puede usar magia, tiene que tomar una poción dos veces al día y ponerse un fajón lleno de runas hasta para bañarse.

Aún así, no lo cambiaría por nada del mundo. Prefiere infinitamente todo eso a no vivirlo. Para Molly, ya no es posible pensar en una vida sin esa bebé en ella.

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La pelirroja ha sentido su llamado de ser madre desde muy tierna edad. Desde que su propia madre muriera en un accidente cuando ella tenía nueve, y Molly se hizo cargo de cuidar de sus hermanos gemelos de casi dos años de edad.

Su padre sufrió una gran depresión por la muerte de su esposa, y no pudo hacerse cargo de ellos como debía.

En esa misión maternal, la gran maestra que tuvo Molly fue Kiki, la vieja elfa doméstica que había cuidado de la familia desde los tiempos de su bisabuelo. Hasta aprendió magia sin varita gracias a ella. Y, ahora que tiene su propia casa, no hay un solo día que no la recuerde y le dé las gracias.

Cada tanto la llama por si no sabe qué hacer al respecto de algo. La elfa encorvada. de nariz larga y piel amarillenta, siempre aparece con un: "¿llamó la niña Molly?".

Ella misma le había pedido que le dejara de decir la ama señorita, poco después de que muriera su madre. En una noche en que Molly lloraba, y su consuelo fue que la elfa la abrazara...

Gracias a la magia, el señor Prewett ya estaba recuperado para cuando Molly fue por primera vez a Hogwarts. Sin embargo, el estar tanto tiempo lejos de la familia, de los niños que por más de dos años vieron en ella su gran apoyo, solo le hizo sentir más necesidad de estar allí, con ellos.

Por eso, en las vacaciones, Molly siempre intentaba compensar el tiempo perdido llenando los días con actividades para disfrutar con los gemelos.

Así supo que, lo que ella quería en la vida, era ser madre.

Casarse con su mejor amigo de varios años, único novio en los últimos dos de Hogwarts, fue la mejor decisión que pudo tener. No solo porque lo ama, él a ella y Arthur es una gran persona; sino porque es un hombre cuya familia destila amor de hogar.

Por eso estuvo segura de casarse con él a apenas salir de Hogwarts, porque iba a poder quedarse en casa (en ese entonces de solo una planta), a mejorar sus hechizos domésticos, plantar una huerta, cuidar cerdos y gallinas… Y hacer un hogar como siempre quiso, junto a su marido.

Un hogar que, en menos de siete años, ya necesita un tercer piso. Se gira para ver por la ventana de la segunda habitación… Un llanto muy estruendoso la hace saltar del susto.

―¡Mami, Challie quere mi oso! ―grita Billy de repente, con voz ultrajada.

―¡Mami, ocho mío! ―responde aún más fuerte el menor, y lo repite una y otra vez entre sus llantos melodramáticamente fingidos.

Ese tipo de cosas se están volviendo cada vez más recurrentes. Desde que los dos entendieron que en la pancita de su mamá había un bebé, se han vuelto mucho más emocionalmente necesitados de mimos.

Molly cierra los ojos y respira hondo antes de girarse a la escalera recién construida.

―¡Ya voy! ¡La mamá ya va!

Los dos niños de cuatro y dos años y medio no la oyen por estar gritando, llorando y discutiendo a la vez. Cosa que pasa tanto como las veces que se ríen mientras se persiguen para terminar en el suelo, abrazados y carcajeándose con todo el corazón.

Lo que no pasa, es que sus escaramuzas escalen a ese gran berrinche, porque normalmente hay alguien ahí que les pone freno. De hecho, debería estar alguien allí. "¡Arthur Weasley, te dije que los vieras un tiempo…! ¿¡a dónde te…!?" No puede terminar de pensar su idea: el sonido de un golpe fuerte viene desde abajo. El llanto infantil deja de ser melodramático y se vuelve uno de dolor.

Molly coge su varita, pero al instante se recuerda que usar la aparición no es recomendable para una bruja embarazada, y menos en su situación, así que corre a por las escaleras…

… Su pie resbala. De repente las paredes, las escaleras, el suelo y la baranda la están golpeando por todo el cuerpo. Ella grita, pero en el fondo eso es causado más por miedo que por sufrimiento. Al final, siente mucho más dolor en la cabeza y la oscuridad la engulle.

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Arthur Weasley solo había ido a dejar alguno de los juguetes que los chicos habían sacado de su cuarto, y luego pasado al servicio sanitario. Solo eso y, para cuando sale a alejar a Billy de Charlie, el mundo se le desmorona.

El grito de su esposa lo hace correr con la varita en mano. Sin embargo, no puede hacer algo. La pared está entre su esposa, que cae desde el segundo piso, y él. Se da cuenta de que sus niños están ahí porque tiene que cuidar sus movimientos para no golpearlos.

Y, mientras sube la escalera del primer piso, no oye que ellos lo siguen gritando preguntas sobre su mami en medio de su llanto. Extrañamente, lo que oye es el silencio… Su Mollywaffles ya no cae, ni grita.

"¡Por favor, no me la quites!", no sabe ni a quién se lo pide, tal vez a la Magia. Cuando la encuentra tirada como una marioneta a la que se le han cortado los hilos, con los ojos cerrados, la cabeza junto a la pared y sangrando; Arthur siente que va a morir…

Después, se sentirá muy avergonzado porque su reacción fuera quedarse petrificado. Solo recuerda que está frío, que le cuesta respirar y su cabeza, su cerebro, se siente como rodeado por algodón. Luego, recuerda oír dos voces hablando, un manoteo y la oscuridad…

En algún momento, alguien le da una poción caliente que se toma lentamente. Solo hasta que sorbe lo último de ésta, es cuando vuelve en sí y, se da cuenta, de que está sentado en una cama de San Mungo. Una sanadora está frente a él.

Arthur se pone en pie, poco le importa el mareo que siente, y camina de allá para acá como león acorralado buscando una salida. No encuentra su varita en el bolsillo donde siempre la guarda.

―¿¡Dónde está Molly, qué ha pasado!? ―pregunta esa y otras cosas, entre gritos.

Está tan nervioso, que le cuesta poder concentrarse lo suficiente para entender las respuestas de la sanadora. Aunque mucho de lo que ella le dijo al principio, fue repetir lo que Allan Weasley les dijera cuando un equipo de emergencia de San Mungo fue a la Madriguera.

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Allan Weasley fue el primer mago en nacer en Ottery St. Catchpole. Fue en el invierno de 1864, solo un año después de que su padre y madre se instalaran en ese lugar, con el simple sueño de hacer una granja y vivir una vida tranquila y feliz.

Y eso fue lo que consiguieron. Rosemary Weasley y su esposo Charles criaron con amor, armonía y juegos a sus cuatro hijos en ese lugar que, para esos tiempos, solo eran varias colinas alrededor de un valle y rodeados de árboles y animales de campo.

El campo que, más de cien años después, Allan está mirando mientras toma una taza de té.

Su hogar es la misma donde nació él y sus hermanos. Le dicen "La Flor" por estar rodeada de jardines y, la casa misma, de enredaderas. Es circular, con un techo cónico de paja y lleno de ramitas con flores abiertas y coloridas en todo momento del año.

Tiene varias ventanas circulares también, y es de un color amarillento entre las enredaderas, como si fuera arena hecha sólida. Bajo las ventanas, hay macetas suspendidas de las que crecen las enredaderas en flor muy coloridas, que rodean la casa. Por fuera parece pequeña pero, por dentro, Rosemary y su marido habían usado su ingenio para alargar el espacio.

Bajo la tutela de Allan, Tessalia y Fiona, la viuda de su sobrino Secundus; la casa sigue siendo igual de acogedora. Está llena de colores pasteles por doquier, varios tipos de adornos y muchas flores…

Ese día es de inusual actividad para el anciano. Por alguna razón, Allan ha amanecido con la necesidad de caminar por todas las habitaciones y solo ver su hogar.

También lo hace con los alrededores; con el césped de media altura, casi siempre en bajada o en subida por las colinas, con rocas, maleza y algunos arbustos creciendo por allá y acá. Aunque también hay huecos de madrigueras, de los gnomos o conejos por los cuales hay que tener cuidado en donde se pisa.

Allan camina lentamente, mira a varios lados. La luz pasa por las hojas de los árboles, las ardillas corretean por allí, el suelo está suavizado por una lluvia en la madrugada, las largas lenguas de los poffle salvajes aparecen por allí y allá desde sus guaridas en los arbustos, y ellos mismos parecen esponjosos frutos de colores en sus hogares… Allan se tiene que controlar por no coger algún puffskein para llevárselo a su casa. Fiona es tremendamente alérgica a ellos.

Pasa por los plantíos, junto al corral de las ovejas, hasta llegar a los linderos donde viven algunos Fawcett y parte de los Weasley, en el perímetro de la granja Rosemary Fields.

Como suele hacer, se queda con los niños que aún no van a Hogwarts para hablarles de todo y nada. En ese día, sobre botánica. Luego, almuerza en la casa más cercana y se devuelve de nuevo a su hogar después de reposar un poco la comida.

Varios le dicen que debería usar la red flu o aparición, pero su necesidad de ver su hogar sigue dentro de él. Decide usar el encantamiento humilis gravitium, que hace a su cuerpo ser menos atraído por la gravedad y, por lo tanto, ser más ligero.

Cuando llega a casa, Allan cancela el conjuro y se sienta en una mecedora que acaba de hacer aparecer bajo el techo de la entrada. Siente su corazón palpitar en todo el cuerpo, subir el ritmo de su respiración y llenarse de sudor.

No le extraña. Por más que había usado el hechizo baja-gravedad, es verdad que el camino de regreso es más que todo en subida y que él tiene un cuerpo de más de cien años.

Tampoco le extraña que aparezca una niebla en colores café que se convierte rápidamente en Gertry. Posiblemente la única elfa doméstica con sobrepeso en Gran Bretaña, o por cómo se ve normalmente su especie, no delgada. Esto porque, después del ataque a Rosemary Fields, ella se embarazó y tuvo dos bebés, uno por año. Y, en ese momento, está en medio del tercer embarazo.

Al parecer "la magia lo necesita", y por eso Allan le dio permiso para tener bebes. Hasta le dijo que los elfos, desde ahora en adelante, gozan la libertad de tener hijos cuando y como ellos quisieran… Gertry se había echado a llorar por lo gran amo que es él. Por semanas, ella y todos los demás elfos, hicieron lo mismo apenas lo veían.

Por ese tipo de cosas, Allan no termina de entender… elfo doméstico.

De hecho, eso le hizo sentir curiosidad sobre ellos. Pero, por más que les ha preguntado varias veces y muchos temas, los elfos solo terminan llorando, abrazándolo y diciendo que el buen amo no tiene que pensar en ellos, que ellos van a cuidar al buen amo… O algo así.

Allan no había visto tanta devoción por parte de los elfos domésticos desde sus trece años, en medio de las vacaciones de finales de año. Era un invierno especialmente cruento y por eso, su madre había mandado a los elfos a hacerse ropa ellos mismos, con lanas y cueros de los tantos que tenían en la granja.

Puede que nunca antes, una ama haya sido tan amada por unos elfos domésticos. O, también, haya una moda tan extraña como la de esas criaturas que viven en Rosemary Fields… y eso que los magos pueden

ser muy estrafalarios al respecto de la topa.

Allan no cree haber llegado a ser tan amado como su madre por esas criaturas. Pero lo que sí que ha visto desde que preguntara por ellos, es que los elfos han empezado a tomar consideraciones con él. Y, para la sorpresa de Allan, hasta decisiones sobre él sin consultarle.

Por ejemplo, la poción que Gertry le está imponiendo, y que él ni la quiere ni la pide. Pero, por más que aleja su cara del cáliz, ella más que lo acerca.

―Si el buen amo quiere caminar y comer todo lo que come, el buen amo debe tomar esto.

―Si la buena elfa doméstica quiere que me tome eso, ya sabe lo que la elfa doméstica debe aparecerme.

Los dos se miran con ojos entornados y tercos.

―El buen amo ha vuelto a portarse mal y su corazón necesita esta poción, como comer menos para estar menos redondo.

―La buena elfa doméstica sabe que mi corazón funciona mejor cuando está lleno de amor.

A la elfa se le llenan de lágrimas los ojos, pero aguanta las ganas de llorar e insiste:

―No deben ser vistos por los amos. Todavía no. No pueden servir a los amos, no son dignos de…

―¿Estás diciendo que yo me equivoco?

Del horror de que su amo siquiera pensara algo como eso, Gertry da unos pasos hacia atrás, como si necesitara recuperar su equilibrio.

―¡No amo! ―grita estridentemente.

―Entonces…

―Pero, es que…

―Ya sabes que cuando me pongo así, no hay de otra Gertry.

La elfa doméstica deja salir las lágrimas de lo tan agradecida y abochornada que se siente. Pero eso no evita que chasquee los dedos. A la altura de sus piernas aparecen dos nubes de colores que al instante se convierten en dos bebés.

Dos bebés elfos, uno más pequeño que otro. Sus cabezas y ojos son enormes en comparación con sus cuerpitos. Por las mariposas al lado de una de sus orejas, que aún no son tan alargadas como la de los adultos, se sabe que ambos bebés son hembras.

Las elfas de Ottery St. Catchpole suelen usar mariposas en sus cabezas o en sus vestidos, además de flores; que, por alguna razón, siguen estando vivas al contacto con sus cuerpos.

Las bebés están vestidas con un pañal hecho de lana de colores, y llevan mamelucos también hechos de lana y muy coloridos, aunque menos gruesos que los pañales. Ambas tienen narices largas como su madre, y sus ojos enormes y marrón claro pero, a diferencia de Gertry, que es tan café como sus ojos, ellas tienen un color de piel entre rosado y morado.

Y las dos parecen brillar de alegría cuando ven a Allan. De hecho, la mayor camina hacia él con la cabeza bamboleante y las manitas al frente. La menor gatea detrás de su hermana, sin importarle que se está ensuciando la ropa y manos en el suelo enlodado.

¡Be amo, be amo! ―grita la mayor, su voz tremendamente aguda.

Allan se tira al suelo con los brazos abiertos y sus rodillas traqueteando.

Mientras él abraza a las bebés, los tres riendo de felicidad, Gertry abre los ojos de terror por el amo. Da un chasquido con los dedos para limpiar toda suciedad de sus hijas, y luego otro que hace desaparecer la poción dentro del cáliz. El anciano siente enseguida el peso, calor y un poco de incómodo cuando Gertry hace aparecer la sustancia del cáliz directamente dentro de su estómago.

―¿¡Otra vez, Gertry!? ―la acusa él.

Ella baja el rostro.

―Es que el corazón del buen amo… ―susurra entre lágrimas silenciosas.

Pero Allan más bien sonríe grande.

―No te preocupes Gertry, que el corazón del buen amo está feliz con Nanny y Addy en mis brazos. ¿No, mis hermosas elfitas? ―y mientras él les regala unos ataques de besos, los tres se ríen con ganas.

Gertry intenta dejar de llorar para sonreír aunque sea un poco, como le gusta al buen amo, pero no lo logra. Por más que él insiste en que su corazón solo necesita amor para estar bien, Gertry sabe que no es así.

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―Ya, ya entiendo ―dice unas dos horas después Arthur, sentado en una incómoda silla de madera de San Mungo.

La verdad es que no entiende mucho de lo que la mujer le ha dicho, pero sí que insistir en eso es la única manera de que ella les deje verles.

La sanadora le mira por un instante, asiente, y se pone en pie. Los dos han estado en una pequeña, casi que claustrofóbica, habitación. Las paredes son inmaculadamente blancas, aunque sus cuadros son coloridos y tranquilizadores, como los sofás en que han estado sentados… Arthur no puede esperar por salir de allí.

Cuando por fin lo hace, sigue a la sanadora por un lugar que nunca ha visto en San Mungo. Es abierto, tiene tres puertas en cada lado menos en una pared, donde se encuentran varias chimeneas.

Lo que más le sorprende es que el centro está vacío, pero el piso está lleno de adoquines con inscripciones de runas que parecen antiquísimas.

―¿Qué es este lugar? ―pregunta.

―La sala de emergencias.

Arthur siente una oleada de curiosidad ante esa información. ¡No tenía idea de que San Mungo tuviera una sala de emergencias! Sin embargo, eso solo es un pequeño pensamiento entre todas las emociones y preguntas que tiene en ese momento.

Ya luego, en los días de la hospitalización y en medio de esas conversaciones que los sanadores solían tener con él, Arthur sabría que esa sala se hizo en los años en que los muggles alemanes habían bombardeado Inglaterra.

Como sanadores que son, los personeros de San Mungo no podían quedarse con las varitas en los bolsillos, así que acondicionaron la sala de ceremonias, que solo usan dos veces al año; para que sirviera como sala de emergencias.

Poco después de que los bombardeos terminaran, Grindelwald llegó con toda su fuerza a Gran Bretaña, por lo que siguieron usando esa sala. El lugar terminó siendo agregado a San Mungo y, últimamente, empezaba a tener más actividad a causa de Lord Voldermort y sus seguidores.

Aunque la sala de emergencia no es conocida por la mayoría de los magos y brujas que atiende San Mungo, el Ministerio de Magia sabe de ella y la usa cuando es necesario. Además, hay varios carteles en todo el hospital que dice algo como: "Aparece en San Mungo o usa la red Flu si estás en una situación de peligro mortal". Y, si alguno lo hiciera, llegaría a esa sala.

Ese día en que Molly se había caído, y mientras la sanadora abre una de las puertas y le dice a Arthur que le espere afuera por un momento, el Weasley se da cuenta de que esos carteles debían estar hablando sobre la sala de emergencia. La misma en donde Molly fue a dar…

Eso le hace revolverse su estómago, de nuevo. Pero respira profundo un par de veces. Se siente mejor para cuando la sanadora vuelve a salir.

―Ya puede entrar señor Weasley. ―ella abre más la puerta y se posiciona de lado para darle espacio.

Arthur vuelve a tomar aire y entra con pasos firmes. Aunque la sanadora ya le había dicho qué había pasado, sigue siendo igual de inexplicable para él cuando lo está viendo por sí mismo. Por eso, no le cuesta preguntar:

―Gertry, explícame qué pasa.

La elfa le mira con enormes ojos suplicantes. De ellos salen lágrimas imposiblemente grandes. Sin embargo, su voz es firme al suplicar:

―¡Por favor, joven Artie, por favor, no me diga que lo deje, por favor!

La elfa está de pie entre dos camas. En una de ellas, está una pálida pero tranquilamente dormida Molly. O inconsciente, piensa después Arthur, con un nudo en la garganta. Sobre todo cuando ve que su vientre apenas redondeado está descubierto, y lleno de runas que brillan tenuemente con un color blancuzco.

Por mirarla a ella, y caminar como hipnotizado para llegar a su lado, casi que ni ve hacia la otra cama. Pero sí repite la pregunta:

―No lo voy a pedir, pero dime Gertry: ¿qué está pasando?

La elfa da un brinco nervioso y abre y cierra la boca, mientras mira de Molly, a sus manos, y finalmente hacia Allan.

El anciano está tan pálido que parece un poco azulado por debajo de sus pecas y manchas por la edad. Su cabello con aún un poco de naranja entre las canas, está desarreglado y, por alguna razón, parece que ha bajado de peso cuando en los últimos años más bien había engordado mucho. Allan Weasley jamás había parecido tener más de cien años hasta ese momento.

Sin embargo no es ni él, ni Molly con las runas en su vientre, lo que llama más la atención en esa habitación.

Es la misma Gertry, que está iluminada por halos de colores. Es como si la luz se dividiera en varios irises, que irradian desde el objeto flotante a la altura del pecho de la elfo. Ella tiene toda su concentración en el mismo, mientras que sus manos toman una de las muñecas de Molly y, la otra, la de Allan. Las dos palmas de los humanos rodean el objeto que reluce. Es un anillo que Arthur reconoce. Es el que siempre ha visto en el dedo anular de su tío.

―Gertry ―repite Arthur, tomándose las manos para evitar tocar a Molly. La sanadora le había insistido en que era mejor no tocarla… Aunque no termina de entender por qué, por eso pregunta―: explícame qué pasa, que no entiendo. Nadie aquí lo hace.

La aludida asiente. Después de varios segundos en que la elfa baja la mirada pensativamente, sus ojos goteando directamente al suelo, ella empieza a hablar.

―Mi buen amo estaba tomando su té…

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Dos horas antes, a unos kilómetros de donde Molly estaba admirando el nuevo tercer piso de su casa, Allan estaba admirando la llanura levemente inclinada que se puede ver desde la ventana de la suya. Está tomando lentamente su té, sentado en la mecedora con las dos bebés elfas dormidas en sus costados.

―Ya me decidí ―dice Allan de repente y Gertry, que está atendiendo las plantas y limpiando con magia a la vez, le mira.

―¿En qué, buen amo?

―Voy a hacer mi escuela primaria junto a Vivian. La novia de Alfonse... Ya te he hablado de ella, ¿no Gertry?

Muchas veces lo había hecho. De ella y, más, de la escuela primaria.

La escuela primaria ha estado en la cabeza del hombre desde hace unos treinta años, cuando se pensionó de su puesto en la Confederación internacional de magos y se centró totalmente en sus responsabilidades como cabeza de la familia Weasley.

Por ese entonces, Allan estaba suficientemente ocupado con sus nuevos deberes, y se sentía bien de ser él el que cuidaba de los suyos cuando no había podido ser padre. Sin embargo, no era suficiente. ¡Él necesitaba hacer más cosas en su día a día! Y por eso empezó a dar clases a los niños y niñas que nacieron en Rosemary Fields.

Fue cuando se dio cuenta de que lo suyo era estar con ellos en algún jardín, enseñándoles a los niños cómo las orugas se convertían en mariposas y a contar del uno al diez con canciones inventadas.

Incontables tardes Allan se ha sentado a su escritorio. Libros muggles sobre educación primaria y hasta cuentos de un lado; sus pergaminos y pluma y tinta frente a él, y libros sobre el desarrollo de los niños magos y brujas del otro lado del escritorio.

A principios de los setenta, hasta había puesto el proyecto de su escuela a consideración de la familia. Si quería hacerlo bien ,necesitaba re-ordenar mucho la economía de Rosemary Fields y, la familia, cuidar más el uso de sus galeones.

En el setenta y uno había empezado a darle clases a los niños de la familia, para darle seguridad a su gente de que su sueño era posible. Las cosas iban bien, ya tenía hechas dos clases en La Flor para iniciar como se debía… Pero, poco después, pasó el ataque de Lord Voldermort y los mortífagos.

Su sueño se había desplomado junto a la moral de Rosemary Fields. Pero también, como la granja y su familia, Allan se levantó rápidamente. Él fue el que estuvo ahí para confortar, unir a la familia y hacer todo por sanar su granja.

Sabe que la escuela ahora mismo es una quimera. Rosemary Fields apenas se está levantando del ataque de los mortífagos, y no hay galeones para algo fuera de la subsistencia.

Pero no por eso deja de sentarse casi que todas las tardes a trabajar un poco en su escuela, en sus tradiciones, currículum y cuanta cosa necesitara la misma.

Algunas veces, Gertry está ahí mismo con él, acompañándole y oyéndole contar todas las cosas que tiene planeado para su escuela. Así que claro que la elfa le responde:

―Claro que sí, buen amo. Usted ha dicho que la joven Vivian tiene su bendición para que sea parte de la familia, que aunque no tiene magia sí tiene lo más importante: buen corazón.

―¡Ya lo creo que sí! Y un gran sentido del humor además. Siempre que estoy en Ottery muggle, tomamos el té en la panadería y no paramos de reír, aunque hablamos de lo más serios sobre educar niños. Su punto de vista sobre cómo aprenden los niños me hizo reconsiderar el emplazamiento de las casas en…

Allan deja de hablar a la vez que Gertry mira hacia el oeste. Los dos palidecen… En ese mismo momento, Molly está cayendo por las escaleras y, un par de segundos después, pierde la conciencia al golpearse la cabeza.

Allan y Gertry sienten un dolor sordo justo en el mismo lugar donde Molly impacta con la pared. Solo es por un instante, pero los dos saben que eso no augura nada bueno. Sin embargo, es Gertry la que sabe más qué ha pasado.

―Es la joven Molly ―explica con voz muy aguda por el apremio, mientras chasquea los dedos y desaparece a sus hijas.

Él se está poniendo en pie con cierta dificultad pero mucha actitud, mientras rebusca su varita entre sus bolsillos. La encuentra rápidamente, mientras oye el "crack" de la desaparición de Gertry, que se le adelanta.

Cuando aparece en la entrada de la Madriguera, Gertry le abre desde adentro y le hace caminar hacia las escaleras.

Los gritos y llantos de los niños es lo primero que los asalta. Sintiendo el corazón en todo el cuerpo, Allan sube el primer lapso de escaleras y por fin ve lo que ha oído y, antes, sentido.

Los pobres Billy y Charlie están al lado de sus padres, llorando a gritos y moviéndose de uno a hacia el otro con desesperación.

Allan no se da cuenta cuándo lo hace, pero sí que ha dormido a los dos niños con un hechizo de su varita. Luego, esos pequeños desaparecen en una bruma de colores. Pero él no teme, porque sabe que es Gertry la que se ha hecho cargo de ellos y, se imagina, deben estar bien arrebujados en sus camas en ese momento.

No, lo que le preocupa es que Arthur está mortalmente pálido, y sus ojos vidriosos miran hacia Molly como sin mirar. El pobre no para de temblar… Allan sí recuerda cuando levanta la varita y duerme a su sobrino nieto, pues ha tenido la previsión de seguir ese hechizo con uno para levitarlo hacia suelo.

Por un instante, se da cuenta de que Gertry se mueve de allá para acá, también muy pálida y llorando. Allan no se puede permitir sucumbir al vacío que tiene en el estómago y al latir de su cuerpo. Tiene que concentrarse en Molly, no en el olor de su sangre, ni la extraña posición de su cuerpo, si no en hacer todo por salvarla.

―¡Gertry! ―exclama con voz fuerte―. Usa la red flu para ir a San Mungo y trae a los sanadores.

La elfa doméstica no se detiene ni a pensar qué hacer con el joven Arthur. Ha recibido una orden y enseguida la cumple.

Aparece frente a la chimenea, le prende fuego con su magia, mientras hace volar hacia ella la bolsa con polvos flu y los arroja de su mano. Apenas las llamas se alzan y se vuelven verdes, entra en la chimenea.

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La sala redonda está llena de actividad después de que Gertry saliera corriendo y gritando desde la chimenea. Hay tres sanadores alrededor de ella, uno oyendo y, las otras dos, están moviendo de allá para acá su varita para recolectar objetos que podrían necesitar.

Los accidentes puramente físicos y graves, producen las heridas más difíciles qué curar para los sanadores. En las demás situaciones que ellos tratan, siempre hay un componente que pueden usar para su ventaja: la magia. Sin embargo, cuando las heridas no tienen rastros de esa energía que trae grandes posibilidades, las cosas se complican.

Por eso, están reuniendo todo lo que pueden en sus sacos expandibles mágicamente, para no estar en la situación de no tener justo lo que necesitan cuando ya estén en el destino.

Gertry está desesperada. Ella solo sabe que tienen que ir a ver a la joven Molly y a su bebé lo más rápidamente posible. ¿¡Por qué duran tanto!? Está a punto de hacerlos aparecer en la casa en vez de esperar cuando siente el desgarro…

Todos los elfos de Ottery St. Catchpole sienten el desgarro. Los adultos caen al suelo, sintiendo un gran dolor y debilidad. Las bebés de Gertry, menos simbióticas con la magia familiar de los Weasley, se despiertan en sus camas y lloran.

Todos ellos saben instintivamente qué pasa. Su amado buen amo Allan se ha desconectado de la magia en su calidad de cabeza de familia. Y eso solo puede significar…

Gertry olvida todo lo que está pasando y aparece tan rápido en la casa de Arthur y Molly, que hasta se marea por un instante. Pero eso no le evita volver a usar esa habilidad para estar justo al frente de su amado amo, y evitar que terminara la ceremonia.

Allan está diciendo un hechizo de tres palabras una y otra vez, mientras desliza lentamente un anillo en el dedo corazón de la mano izquierda de Molly.

Debajo de las dos manos, en el suelo, hay runas brillando con un halo de color amarillo rojizo, que conecta con el anillo. El mismo que Gertry cubre con sus manitas.

El anciano la mira al instante, e intenta quitar las manos de la elfa con la que no está usando, pero no puede.

―Gertry, cuando Molly se vuelva la cabeza de familia, la magia familiar va a proteger a las dos lo más que pueda. Déjame terminar…

―¡No, buen amo! ¡Por ella sigues con nosotros!

―¡Ya lo sé! ―los dos se miran por un par de segundos. Las lágrimas que salen de los ojos de Gertry dicen todo lo que se podía en ese momento. La voz de Allan se quiebra un poco cuando habla, pero no por eso deja de estar firme―: Pero yo tengo más de cien años, he vivido mi vida… Y Molly, Molly apenas inicia a vivir, tiene dos hijos y… La bebé Gertry, ella ni ha vivido. ―los ojos del anciano también empiezan a derramar lágrimas―. Así que, aleja las manos Gertry. ¡Es una orden!

El brillo entre ellos parpadea. Por eso, Allan vuelve a decir una y otra vez el hechizo. Gertry mueve sus brazos entre su pecho y el anillo, pero no detiene el artefacto cuando este termina de deslizarse por el dedo de Molly. No al menos hasta que el brillo se aleja de Allan y empieza a rodear a la pelirroja.

Es cuando Gertry no puede aguantar más y usa su magia. Mueve una mano encima de la cabeza de Allan y

él, al instante, cae dormido y lentamente al suelo.

Luego de eso, la elfa impone su palma a la mano de Molly. Gertry empieza a sudar y a temblar del esfuerzo que tiene que hacer para cancelar, aunque fuera un poco, el hechizo de sucesión que Allan había hecho.

Que tenga que levantar la otra mano para imponerla frente al hueco de la escalera, no ayuda en su concentración. Los sanadores están gritándole y enviando hechizos contra la barrera que ella acaba de poner allí, para apartarlos de sus seres queridos y lo que intenta hacer.

A Gertry no le importa, la elfa solo está concentrada en salvar la vida de sus tres amos.

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Dos horas después, llorando y llena de cansancio, Gertry termina de contar la historia:

―Cuando hice que el sagrado anillo sienta que tanto el buen amo como la joven Molly son sus amos, le pude ayudar a sanar a los tres buenos amos y dejé que los magos y brujas de San Mungo les hicieran hechizos. Pero ellos quisieron dormirme y me dicen que soy una mala elfa ―su llanto y desconsuelo se desatan con fuerza.

Arthur mira hacia la sanadora a la que había seguido y, se da cuenta, ella está acompañada por otro sanador de más edad y corpulencia. Éste parece sentir que le está preguntando algo a él, de cierta manera Arthur lo hace, y decide carraspear antes de decir:

―Los estatutos de San Mungo dicen literalmente que: cualquiera que evite conscientemente que un sanador se haga cargo de una herida urgente, incurre en una falta grave.

Arthur mira hacia la elfa y, luego, hacia su tío abuelo y su esposa. Al ver el esfuerzo que Gertry está dando, mientras llora, para mantener la conexión entre Molly y la bebé, y su tío abuelo; decide ponerse de su lado.

―Gertry acaba de decir que lo hizo para salvarlos.

―En el momento, ella no nos dejó ver a los pacientes por varios minutos.

―Unos minutos que ella usó para cuidarlos.

―No sabíamos que eso…

―¡Como sea! ―Arthur pierde la paciencia―. Es obvio que ustedes ya les han tratado. ―Se gira hacia la elfa doméstica―. Gertry, la sanadora me ha dicho que si no hubieras intercedido con la magia familiar, no habrían tenido tiempo para sanar a Molly y la bebé. Así que gracias Gertry, gracias por hacer esto.

El llanto de la elfa cambia a uno de estar embargada por el elogio.

El sanador de más experiencia dice:

―Es verdad que la elfa ha ayudado a los tres pacientes. Sin embargo, no puede hacerlo indefinidamente y, para cuando se quede sin magia, tenemos que estar listos para lo que pase…

Arthur tiene que tomar el barandal de la cama de su esposa para afianzarse. La sanadora que habló con él no le dijo nada de eso.

―¿Qué pasa si sucede eso?

―Cuando se quede sin magia, la elfa y su feto van a morir. Y, en el mejor de los casos, el anillo va a escoger a su amo, lo que dejaría a Allan o a Molly y su bebé en estado crítico.