8
Una madrugada muy activa
21 de marzo, 1976.
Molly se levanta con el estómago revuelto, pero ya está acostumbrada. Extraña sus primeros dos embarazos, con los que casi no tuvo molestias matutinas; porque tanto su niña como este bebé, le han hecho necesitar una poción. La misma que está en una petaca en la mesa de noche y que coge sin siquiera abrir los ojos.
Arthur está roncando levemente mientras ella se sienta, toma de la poción (Sorprendentemente, con buen sabor) y espera a que haga efecto. Cuando lo hace, toma su varita y, a diferencia de todos los días, no abre la cortina de la ventana, si no que dice: lumos.
Son las 3:30 am de la noche del equinoccio de primavera y, por lo tanto, está totalmente oscuro afuera.
Con un bostezo, Molly transforma su ropa en una bata más abrigada y se levanta. Camina un par de metros hacia la cuna, y alumbra a su bebé.
Esa madrugada y mañana va a ser el gran día de su niña que en ese momento está dormida, con la cabeza a un lado y los puñitos a la par de sus orejas. Su pecho se levanta y baja por su respiración a la luz amarillenta del lumos. Molly se siente más tranquila con solo ver eso.
Aún así, revisa que la humini bullae esté a la temperatura que debe.
Después de lo que pasó a inicios de enero, ni Molly ni Arthur toman ninguna precaución por sentada. La bebé desarrolló una infección en las vías respiratorias, para la culpa y dolor de ambos padres. Por estar acostumbrados a un ambiente de hasta seis grados centígrados en ese mes, cuando subían la temperatura dentro de la humini bullae, les parecía suficientemente caliente más o menos a los catorce o quince grados… Y, aunque la bebé estaba bien abrigada todo el tiempo, su sistema respiratorio no lo soportó por mucho.
La niña solo estuvo internada tres días, pero nunca antes, ni siquiera en los días en que Molly y la pequeña estuvieron internadas cuando ella recién nació; la madre se sintió tan estúpida, culpable e incompetente.
Por eso, revisa la temperatura dentro de la bullae con un termómetro especial que Tessy le dio. Como experta en pociones, la anciana tenía varios en su haber. Mientras usa el largo palito con su mano izquierda, que en seguida se calienta al estar cerca de su bebé; con su mano derecha, hace un movimiento de varita para prender el candelabro en la pared cerca de la cuna.
Con esa luz, puede apagar el lumos y ver hacia el oxigenador. Se da cuenta de que el agua está un poco por debajo de la mitad. Eso les da unas cinco horas de funcionamiento, pero Molly no se siente tranquila si no usa el aquamenti para llenarlo de nuevo. Luego, mira la información del termómetro. El líquido rojo está más cerca del 17 que del 18… Al instante, usa la varita para hacer el encantamiento procelcius y subirlo… Hasta el 22, decide de repente… Ese día, la bebé estará a la intemperie y en el suelo por lo menos por una hora. No quiere que, por eso, ella termine de nuevo en San Mungo. Mejor prevenir que lamentar.
Más tranquila, se gira hacia Arthur, que sigue bien dormido y roncando apenas. Se sienta en la cama a su lado y, sin piedad, lo mueve del hombro con fuerza. Arthur se despierta con un sobresalto, y murmulla algo sobre la leche de la bebé. Molly le da una palmada cariñosa en el cabello y, mientras se lo peina con los dedos, le explica entre susurros:
―No, querido. Que, gracias a la magia, Ally ya duerme casi que toda la noche… No, son poco más de las 3:30 de la madrugada. Tenemos que ir a la casa del tío Quartus, que es el bautizo.
Arthur se va sentando mientras ella le habla y, cuando termina, coge con fuerza su varita y se pone en pie.
―¡Es verdad! ―ante el Shhh desesperado de Molly, mira hacia la cuna, donde la bebé sigue dormida; y se gira para susurrar―: Así qué, comer algo…
Ella no lo deja seguir diciendo el plan. Mientras lo hace levantarse y caminar (silenciosamente) hacia la puerta, Molly lo susurra:
―Hago unos emparedados y café, mientras revisas la maleta con la ropa de los niños. Luego de desayunar, dejas a Charlie y Billy por la red Flu, le pides a Fibby que los recueste en alguna de las tantas camas en la casa del tío Quartus, y te regresas, para que nos lleves a Ally y a mí en la alfombra. ¡Por ciertos, que me debes…!
―Lo sé, lo sé… Enseñarte a manejarla como lo hizo la sanadora Wellbeloved.
―¡Gracias a la magia que ella nos consiguió un permiso para tenerla!
Los dos dejan de caminar cuando llegan frente a la escalera. Se giran para mirarse y darse un beso suave en la boca. Molly también le da una palmada en el pecho, antes de que los dos caminen por separado. Ella hacia la cocina y él sube las escaleras hacia el cuarto de los chicos.
-o-
Unas dos horas y media después, todos los que nacieron, crecieron y viven en Ottery St. Catchpole, y no se encuentran en ese momento en Hogwarts; se reunieron al frente de la casa de Quartus.
El cielo está tan oscuro, que solo se sabe que hay nubes porque no se ven estrellas en ciertas partes. Sin embargo, las personas no se habían reunido debajo de la penumbra; si no alrededor de siete farolas de madera, como de unos dos metros y medio y coronadas con lámparas de vidrio, desde donde fuegos blancos iluminan todo el patio.
Esas farolas rodean un círculo dibujado en el suelo. Está hecho irregularmente, con todo tipo de cosas naturales que los invitados encontraron por aquí y allá. Dentro del círculo, en el que los niños de menos de diez años siguen poniendo ramas, pétalos, piedras… Están sentados en el suelo Molly, Arthur, Cedric y para la sorpresa de todos, sobre todo de ella misma, Gertry.
Los cuatro, padre, madre, padrino y madrina, están alrededor de la bebé. Vestida de primoroso blanco, y vuelta a dormir, la niña no se da cuenta de que los adultos han pasado cada tanto por el círculo, para darles regalos y felicitaciones. Alzar a la bebé, solo después del amanecer.
El sol empieza a alzarse, lento y poderoso, y el fuego de las farolas empiezan a disminuir por sí mismas. Se quedan en silencio, padres surrándole a los niños que deseen y bendigan a la bebé. Toda la familia debe pensar en ella, en que la naturaleza, y la magia, la haga parte de su mundo y le dé la bienvenida.
Todos hacen eso, la tierra se va iluminando poco a poco, y los pájaros se empiezan a oír. Mientras tanto, Molly tiene el derecho y el orgullo de ser ella que, con el libro de los Weasley en el regazo y la tinta dorada a un lado, inscriba a su niña en ese fuerte papel. Con la ayuda de la pluma que acaba de sacar de dentro del libro mágico, presenta a su niña a la magia del mundo…
-o-
Agatha Rawle está despierta desde las cinco de la madrugada de ese 21 de marzo. Ella es una joven Ravenclaw, sangre pura y estudiante de séptimo año en Hogwarts… Y todo eso la presiona tanto, como para decidir levantarse a estudiar en medio de la madrugada.
… Se acercan los fatídicos exámenes EXTASIS, los más importantes en su existencia como bruja y que configurarán el destino de su vida para siempre. No hay tareas, ensayos, puntos extras que valgan… ¡O tiene un supera las expectativas o más en las diez asignaturas que lleva, o nunca jamás podrá vivir con ella misma y su fracaso!
Por eso es que, desde que empezó el segundo trimestre, Agatha Rawle se levanta a las cinco de la mañana los dos días del fin de semana, y usa esas preciosas horas de tranquilidad y silencio para estudiar.
… Y lo estaba logrando, hasta que una voz gruesa empieza a exclamar desde la oscuridad profunda de la habitación. Del sobresalto con que Agatha se pone en pie, se le cae la tinta y la varita con el lumos, al suelo.
Sintiéndose desprotegida y muy asustada, se acuclilla al instante a por su varita y dirige la luz hacia la habitación. Ver que las cosas no son tan escalofriantes como parecen, siempre ayuda… Su corazón se siente latir por todo su cuerpo, pero se manda a tranquilizar su respiración, mientras mueve la varita por la habitación. Rápidamente encuentra la fuente de la voz, y solo con eso todos sus miedos se calmaron hasta el enojo.
Camina en seguida hacia esa cama, gritando y lista para mover el dosel alrededor de su cama:
―¡Trelawney, no me vengas con tus estupideces a estas horas, que estoy estu…! ―Se queda callada al verla.
Trelawney está sentada en su cama, viendo hacia el frente con ojos en blanco. Su boca se mueve, pero de ella sale una voz grave que no es la de Sybill. "¡Es una profecía de verdad!". Entiende por fin lo que pasa y, hasta ese momento, le pone atención a lo que está diciendo.
―"… Desde alas negras dará consejos. Si a quiénes los envía los leen y piensan y actúan con base a ellos, se podrá cambiar nuestra realidad hacia un futuro más blanco, alegre y armonioso. Pero si no, tendremos que esperar más de cincuenta años para ver esos cambios. La persona con dos mentes ya es parte de nuestro mundo…"
Cuando Sybill Trelawney se da cuenta de lo que sucede, está sentada y viendo hacia su dosel. La luz del amanecer es tenue, pero irradia calor detrás de la tela. Se gira hacia un lado, donde una muy pálida Agatha la mira con enormes ojos café y una respiración entrecortada.
Sybill da un gritito y se mueve hacia el otro lado de la cama, con el corazón en la boca.
―¡Rowle! ¿¡Qué haces en mi cama!?
Pero la aludida no le responde, si no que murmulla para sí, subiendo cada vez más la voz:
―¿Yo? ¡Tú… Tú estabas…! Tengo que llamar… ¡Pro… Profesor Flitwick…! ―Se pone en pie y sale corriendo hacia la puerta, con la varita frente a ella y gritando una otra vez―: ¡PROFESOR FLITWICK!
Las dos compañeras de cuarto se despiertan con esa conmoción.
―¿Qué pasa?
―¿Un accidente? ―preguntan mientras se salen de sus camas y ponen en pie.
Sybill también lo hace, muy confundida.
―No sé qué le pasa. Estaba en mi cama, pálida y respirando raro antes de que saliera corriendo y gritando.
―Ya decías Sybill ―comenta una de ellas―, que Agatha iba a tener un colapso nervioso antes del tercer trimestre.
―Bah, eso cualquiera lo podía ver. Con lo intensa que es con sus notas, aún entre nosotros, los Ravenclaw ―desdeña la otra.
Al final, esa se devuelve a la cama, mientras Sybill y la otra compañera salen detrás de Agatha y su ataque de nervios.
-o-
En ese mismo momento, en Ottery st. Catchpole ya ha amanecido y, las llamas de los faroles, se han apagado. Es cuando se hace una fila para poder cargar a la bebé. Los niños con edad suficiente, de primeros… Detrás de los muy interesados, gemelos Prewett.
Molly le da el libro mágico de los Weasley a Fiona, que se había quedado cerca para eso, y toma en su seno a la ya despierta y algo llorosa bebé. El calor que siente nacer en su pecho, no es solo por la esfera especial que rodea a la bebé, si no de simple y muy poderoso amor. La mueve en sus brazos para tranquilizarla, y le hace promesas de amor y cuido con su boca sobre su cabeza llena de cabellos rubios. Luego, se la pasa a Arthur, que hace justo lo mismo. Gertry ya había hecho lo necesario para tener listo su biberón apenas la bebé empezó con sus gemiditos. Y, cuando Arthur se la entrega a ella, la elfa doméstica le da su leche sin susurrarle algo. La pobre no puede, desde que se ha sentado en el círculo con los demás, no ha parado de llorar y sonreír muy grande.
En la fila que rodea el círculo en el suelo, hay más murmullos sobre lo extraño pero adecuado que es escoger a ella de madrina. Aún así, según Xeno le susurra a alguien, no ha encontrado ningún registro sobre un elfo doméstico haya sido padrino o madrina en Gran Bretaña. Pero sí dama de honor. Sobre todo en los tiempos en que tenía especial cuidado que las brujas llegaran vírgenes a su boda, en el siglo XV al XIX más que todo…
… Uno de los reporteros del Profeta que llegaron de improviso, y que no echaron por amabilidad (aunque sí confiscaron su cámara fotográfica), empezaron a escribir lo que Xeno dice. El otro dibuja cómo Gertry le da la bebé a Cedric. Éste sí le susurra al oído, mientras la palmea en la espalda, para quitarle los gases.
―Veo que ya le hiciste tu promesa, ¿me la puedes pasar de una vez, usurpador de ahijadas? ―dice Guideon… O Fabian, en son de broma.
―¡Fabian! ―exclama Molly, enrojecida.
Arthur se sonríe y la abraza. No es el único. Desde que los gemelos llegaron, no han dejado de bromear sobre…:
―Es verdad, F ―dice conversacionalmente Guideon―. Que no fue Cedric el que nos ha estado mintiendo por cinco años ya, que nos va a ser padrinos. No, es nuestra hermana mayor.
―¡Pobres de nosotros! ―dice Fabian, mientras se agacha y tiende las manos a Cedric―. ¡Que hemos sido pasados por alto tres veces ya!
―Guideon, Fabian, dejen de molestar a su hermana… ―regaña su padre, que está detrás de ellos, con Billy y Charlie a cada lado―. Molly, querida… ¿No sería bueno pasar el oxigenador junto a Ally?
―No es necesario… ―empieza a decir Arthur, pero se calla cuando Molly responde a la vez:
―¡Es muy buena idea, padre! ―hasta se pone en pie, y coge el oxigenador en sus manos―. Lo haría yo misma, pero ya sabes…
―Deben quedarse a abrir los regalos, entiendo. ―el hombre toma en sus manos el oxigenador, que pesa más de lo que creía, y ve como sus hijos tienen abrazada entre los a la bebé.
Al menos hasta que una voz infantil insiste:
―¡Ey, ya es suficente! ¡Charlie y yo seguimos, que somos los hermanos! ―exclama Billy, moviendo de allá para acá la túnica de Fabian.
Los gemelos se agachan y les ponen a la bebé en el pecho. No la sueltan, pero Billy la abraza. Charlie le acaricia el largo cabello, y ella solo se queda quieta y los mira, como embelesada.
Más de media hora después, cuando hasta los periodistas del Profeta pudieron alzar a la bebé (para la desesperación de Tercius que, de nuevo, había olvidado que era un fantasma); los padres y padrinos pudieron salir del círculo e ir, con todos, a comer el festín del desayuno.
-o-
Cuando Sybill y su compañera bajan hacia la sala común buscando a Agatha, se llevan la sorpresa de que ella camina directo hacia las dos. Es seguida de un aún en pijamas profesor Flitwick, y parece igual de alterada a cuando salió de su habitación un par de minutos antes. Apenas está a su altura, Agatha indica a Sybill y exclama:
―¡No es un fraude, profesor! ¡En serio hizo una profecía! Si no fuera verdad, no diría esas palabras y menos frente a Trelawney misma, usted lo sabe ¿verdad, profesor?
El profesor Flitwick parece estar todavía medio dormido, pero ha visto hacia la muy sorprendida Sybill con interés. Conjura una silla a su medida, tres para ellas y una bandeja con galletas. Mientras les presenta los refrigerios a las chicas, y hace ademanes para que se sienten, él le pide a Agatha:
―¿Podría informarme en detalle, señorita Rowle? ―él mismo coge una galleta y la muerde con gusto, mientras la aludida empieza su relato.
Agatha está tan llena de una energía nerviosa que no puede sentarse, como lo hacen sus dos muy interesadas compañeras de habitación. Aún así, la joven sí cuenta todo lo que pasó con excelentes detalles.
Al final de esa narración, en la que el profesor se despierta cada vez más, Sybill no puede creer que se lo haya perdido. ¡Su primera profecía, por fin!
Desde niña supo que tenía el don. Simplemente, sabía cosas que iban a pasar… Pero eran sobre cosas tan pequeñas, tan cotidianas y sin importancia, que nadie le puso atención ni le creyó realmente.
Puede que porque estaban acostumbrados a la tatara-abuela Cassandra, que vivió hasta los doce años de Sybill, y era excelente oráculo que visitaban hasta clientes del exterior. Pasado, presente, futuro… ¡Nada estaba tan alejado de su vista como para que ella no pudiera ver al menos un instante, una señal, algo! De hecho, hasta predijo su propia muerte con exactitud, de un paro cardíaco mientras dormía.
Una de sus predicciones, que le dijo en secreto a Sybill en la fiesta por su cumpleaños número ocho, fue que ella sí que tenía su tercer ojo. Y que iba a hacer dos predicciones de importancia en su vida, y muchas más que solo importarían a las personas individualmente. Eso la mantuvo con esperanza, a pesar de que con los años, solo terminara siendo objeto de burlas por sus compañeros de Hogwarts.
Por eso, cuando de estar gratamente sorprendida, Sybill siente que le han robado parte de su derecho mágico, con el que había nacido y siempre había deseado tener. ¡Es a Agatha a la que el profesor Flitwick le pone atención! ¡Es ella la que es llevada, a la clase del profesor Ponsarde, que Agatha ni conoce porque no lleva su clase adivinación, para profundizar en el tema!
Sybill siente demasiado alivio, hasta casi llegar al llanto, cuando el profesor se gira hacia ella y dice:
―¡Sígame señorita Trelawney! ―como si fuera lo más obvio del mundo―. Y usted, señorita Prince, puede volver a su habitación.
La chica, que ha estado en silencio, oyendo y pensando muy ensimismada sobre lo que ha oído, empieza a quejarse:
―¡Pero, profesor, yo…!
Flitwick la interrumpe, aunque con un buen tono:
―Fue muy amable en preocuparse por sus compañeras. Pero ya ve que las cosas están en mis manos y por buen camino. Ya puede volver a su cama y descansar, señorita Prince.
La chica lo hace, aunque con los labios fruncidos y los brazos cruzados.
Sin importarles mucho ella, Sybill, el profesor Flitwick y Agatha salen de la torre de Ravenclaw. El camino no es largo, aún siguiendo el paso del pequeño cabeza de casa. Pronto, él llama a la puerta del profesor Ponsarde. El hombre, el más anciano de los ocupantes de Hogwarts… Vivo, claro; es un erudito de la simbología, conocimiento necesario para muchos tipos de adivinaciones.
Él los hace entrar con interés y amabilidad. Les pide que se sienten en su sala de estar, que tiene cómodos sillones frente a su escritorio, y entra a una puerta del fondo, entre paredes llenas de libros, iluminados por una ventana desde donde se cuela la leve luz del amanecer.
Cuando sale, vestido y peinado como todo un elegante caballero; el profesor Flitwick y Agatha se miran a sí mismos y se sonrojan. En seguida, hacen cosas para cambiar la forma de su pijama a una toga y, ella, se vuelve a hacer la cola en el que tenía peinado su cabello. Sybill se sonríe, y no hace nada. Ella se siente de lo más tranquila en su larga pijama y cabello despeinado frente al profesor Ponsarde. Sybill le tiene un especial cariño.
Aunque él no posee en sí el Tercer Ojo, su estudio y su amor por la adivinación lo hizo excelente en conocer el pasado, presente y futuro por medio de cualquier cosa con habilidades simbólicas. Además, él la ha ayudado mucho en creer más en sí misma, y entender mejor sus visiones y predicciones. Una de las que cosas que le dijo y que más le consuelan, fue que no hay predicciones pequeñas. Que la historia en verdad es impulsada por muchos pequeños gestos de todos los seres… Y que simplemente, ella no sabe lo que a la larga pasaría, o no pasaría, alrededor de sus predicciones.
Con esa misma amabilidad y elegancia, él les hace ademanes para que se sienten, aparece una tetera con tazas para ellos y se acomoda él también.
―Ahora ya estamos listos ―mira hacia Sybill con una sonrisa―. Algo me dice que tenemos aquí una profesía, ¿eh?
Tanto Sybill como Agatha quieren hablar. La primera muy emocionada, la segunda aún con ciertos miedos y nervios. Pero es a Flitwick al que escuchan.
―Así es Apolión. Como comprenderás, no tengo experiencia con el procedimiento a seguir cuando se da una. Por eso, vinimos a consultarle al instante. Espero no estar importunando por la hora.
―¡Para nada, Filius! Como comprenderá, este acontecimiento me parece de lo más interesante. Primero que todo, me gustaría saber si el tema de la predicción es pertinente de ser hablada en profundidad, frente de la oráculo y la testigo.
―A mí me parece que sí. ―el profesor Flitwick sonríe lentamente, y su voz se agudiza al decir―: ¡Creo que son excelentes noticias, sobre todo para los tiempos en que estamos!
Ponsarde levanta mucho sus cejas de la sorpresa, grandes arrugas surcan su frente mientras mira hacia Sybill. Por alguna razón, ella se siente sonrojar cuando lo ve sonreírle, con cierto orgullo. El profesor se gira hacia los otros dos ocupantes:
―¡Ahora sí que quiero saber, exactamente, sus palabras! ―Agatha abre la boca, pero de nuevo es interrumpida por un profesor. Ponsarde carraspea y, con mucha más seriedad, dice―: Pero antes de eso, quiero dejar claro algo muy importante. La política del Departamento de Misterios con respecto a las profecías es muy estricta. Se resume en que solo el testigo, el oráculo y la o las personas de la cual habla la profecía, tienen derecho a oírla y hacer algo al respecto de ella.
Flitwick da tal respingo, que si hubiera estado en una silla en vez del sillón, posiblemente se habría caído al suelo. Con voz aguda y trémula, las mejillas sonrojadas, exclama:
―¡Lo siento tanto! Yo ya oí lo que la señorita Rowle oyó… ¡Oh, oh! ¡La señorita Prince también lo oyó, y la mandé a su cama sin pensar en las consecuencias!
Ponsarde, que había estado esperando poder hablar con paciencia, cambia su expresión relajada al oír eso último.
―Pues eso es desafortunado. El departamento de misterios no tiene resquemores al dejar que terceras personas, pero con criterio formado y impecable confiabilidad, sepan sobre las profecías. Claro que usted es una de esas personas, Filius, por eso no estaba preocupado… Sin embargo, la señorita Prince. No la conozco personalmente, pero…
Por toda respuesta, el profesor Flitwick se pone en pie y dice:
―Iré a hablar muy seriamente con ella ahora mismo. A menos que me necesite para algo más en este instante…
―No, creo que eso es prioritario. Además, tendrás tiempo para volver cuando el o los Inefables vengan a tomar declaración. Sybill, ¿recuerdas la manera en que se avisa al Departamento de Misterios de una premonición importante?
―¡Claro!
El profesor Ponsarde conjura papel, pluma y tinta. Están justo frente a Sybill.
―¿Lista para hacerla?
La susodicha se sonríe con gran entusiasmo… ¡Ella! ¿Ella, Sybill Trelawney, va a hacer un reporte! Porque ella tuvo una profecía. De esas tan importantes, que entró en trance y ni la recuerda. ¡Ese es el mejor día de su vida!
El profesor hace que la mesa sea más alta, para ayudarla con la carta. Y, mientras ella alista su pluma y tinta, el profesor se pone en pie. Es cuando Agatha hace saber que sigue allí.
―¿Y yo, profesor?
―Oh, usted puede hacer lo que quiera mientras esperamos a que le tomen declaración ―responde él, sin darle mucha importancia.
Ni deja de caminar hacia la ventana, que abre con un movimiento de varita. Luego, coge un collar que llevaba puesto por debajo de su varita, y acerca su colgante a su boca. Las chicas se dan cuenta que era un silbato. Uno que parece estar en mal estado, por lo tan poco y desarticulado del sonido que profiere.
Sin embargo, el profesor Ponsarde se sonríe y se devuelve, pausadamente, hacia su sitio.
―Después de esto, señorita Trelawney, ¡A usted misma le darán uno de estos! ¿No es emocionante?
Agatha da un resoplido y se recuesta al sofá. Sybill, que había estado alistando los objetos para hacer la carta con cariño, la mira con una sonrisa altanera y una ceja levantada. ¡Por fin el centro de atención estaba en donde debería haber estado desde un principio!
Sybill no ve como Agatha gira los ojos, porque ella mira hacia Ponsarde.
―Claro que sí, profesor. ¡Y aún tengo diecisiete años! ¿Cree que sea un récord por oráculo más joven? Al menos en este siglo, claro.
Él le responde mientras toma su taza de té, ufano:
―¡Al menos en Gran Bretaña, estoy seguro que lo es!
Agatha da otro resoplido, mientras los dos se enfrascan a hablar sobre la mejor manera de redactar la carta. Ella decide que tiene mejores cosas qué hacer. Cualquier cosa es mejor, que ser testigo de cómo Trelawney hace crecer sus tendencias de buscar atención y darse importancia…
Agatha Rowle también conjura objetos. Sus libros, anotaciones, pluma y tintas. Decide volver a su plan inicial y seguir estudiando sus notas sobre Pociones de sexto año… Los otros dos ocupantes de la oficina se convierten en ruido de fondo en su concentración.
Hasta que un viento hace volar uno de sus pergaminos. Eso la hace mirar al frente, donde una lechuza totalmente negra ha aterrizado, y la mira con insondables ojos azules… ¡Por los pantalones de Merlín! ¿Es que ella no puede tener una tranquila mañana de domingo para estudiar? ¿¡Acaso pide mucho!?
Va a recoger su pergamino, mientras Sybill le dice a la lechuza que espere un momento… El darse cuenta de la conexión es como un golpe a su cerebro.
"Desde alas negras dará consejos", recuerda la voz gruesa decir por medio de los labios de Trelawney. Agatha mira hacia la lechuza negra, increíblemente negra que ha llegado a por un mensaje. Luego, se gira hacia el anciano profesor y, finalmente, ve a Trelawney…
Entrecierra los ojos. Está más que segura que no le gusta, para nada, la fuente de esa profecía. Pero, hasta ese momento, se da cuenta de que puede que la misma sí sirva de algo. Aunque viniera de la persona más desesperada por atención que ha conocido nunca, es verdad lo que dice Flitwick: su mensaje eran buenas noticias.
-o-
Con las barrigas llenas, una sonrisa en los labios y ojos adormilados, la familia de Arthur y Molly Weasley regresan a la Madriguera. Es media mañana de un día precioso, cuando bajan la alfombra voladora hacia el suelo, cerca de la puerta delantera.
―Bien, ahora vamos a ver si esta bebé se quiere dormir y nos deja darnos la siesta ―comenta Arthur. Él se ha bajado de la alfombra voladora, y tendido sus manos hacia Molly. Ella se mueve, la tela se mantiene firme, y le entrega a una muy comunicativa bebé. Luego, se baja y ayuda a sus dos hijos, casi que dormidos, al suelo.
Después de una mañana tan movida y alegre, esta familia Weasley está lista para seguir con su plan de domingo: dormir una siesta, comer algo a media tarde y salir a jugar un poco con Charlie y Billy, mientras Gertry vigila a la bebé.
Molly es la última en entrar a la casa. Pero, antes de hacerlo, mira hacia un lado. Hacia donde estaba el cultivo. Casi no queda maíz, y el poco que queda apenas empieza a crecer. Pero eso no es lo mira, si no a las dos casas ya terminadas, y la tercera que está a medio hacer… Poco a poco, la escuela empieza a tener forma.
Y siempre que lo mira desde hace unas semanas, siente un gran orgullo y cariño… Como si esa escuela en construcción fuera el foco de todas sus emociones para con la familia Weasley y Rosemary Fields, por todas esas personas que la han ayudado en el día a día, y que le han aconsejado y no temido dejarse liderar por ella.
Ahí es donde los niños quieren ir a jugar con sus padres. Y Molly no puede pensar en un lugar mejor. En verdad que ese es solo la mitad de un precioso domingo en familia.
-o-
Sybill ve como los dos inefables que llegaron, y que por una hora estuvieron haciéndoles preguntas y hablando en susurros entre ellos; cogen sus escobas voladoras y se acercan hacia la gran ventana del profesor Ponsarde.
Sybill aún no puede creer que ellos decidieran llegar en escobas voladoras. Es algo de lo más rudimentario, algo que hasta un chico a finales de su primer año de Hogwarts puede hacer. ¿Y así es como deciden transportarte ellos, las personas con el trabajo más misterioso en Gran Bretaña?
―¿Me oyó, señorita Trelawney?
Con un sobresalto, Sybill se da cuenta que, por estar pensando en lo poco dignificante que es usar escobas voladoras para los inefables; no ha oído a lo que uno de ellos le dice:
―¿Lo siento, me lo podría repetir?
El hombre entrecierra los ojos, pero hay una leve sonrisa en sus labios.
―Que espere una lechuza negra dentro de una semana, más o menos, por la noche. Ella le traerá el silbato para contactarse con nosotros. Recuerde, siempre que dé con alguna adivinación que puede llegar a ser de importancia para cincuenta personas o más, háznoslas saber.
―¡No solo las malas, por favor! ―dice de repente el otro inefable, más joven y con tono implorante―. Que, por alguna razón, los oráculos creen que solo deben decir las malas. O, entre más malas peores son, mejor oráculos se convierten. ¡Y no! ―Eso último lo dice con cierta desesperación―. ¿Sabías que, tal vez, la más grande de las profecías de estas islas fue la buena noticia del nacimiento de Merlín? ¿¡Y ya me dirás si no hay algún otra persona más importante para nosotros que Merlín!?
El inefable se ha movido hacia la pared, como para apoyar la escoba de nuevo en ella. Sin embargo, su compañero le da un codazo, y se dirige a Sybill y el profesor Ponsarde:
―Me lo llevo antes de que inicie, de nuevo, con ese debate… Señorita Trelawney, use ese silbato con criterio. Sepa que, ante la duda de si la adivinación es importante para un grupo de cincuenta o más, preferimos que nos la mande a que no.
Sybill asiente. Los ve irse por la ventana, y convertirse en puntos negros rápidamente, como lo fueron cuando estaban por llegar… Por dentro, siente tanta felicidad que no sabe qué hacer con ella. Solo no quiere ni moverse, para evitar que esa sensación tan increíble no se vaya de ella.
… Agatha tiene otros planes, claro.
―¿Profesor, ya puedo irme a mi cuarto?
―Sí, claro. Pero recuerda, como escogiste regalar tu recuerdo de la profecía y, por lo tanto, olvidarla; vas a tener más o menos unas seis horas de dispersión mental. Es mejor que no sigas estudiando y no hagas magia.
―Sí, sí ―Agatha asiente, con la mirada ida. Empieza a caminar, dejando todos sus libros y notas en la mesa del profesor.
Ponsarde mueve su varita, aparece una mochila de la nada y, después de otro movimiento de su mano, todos los objetos se guardan allí.
―Señorita Trelawney, acompañe a su compañera a la torre de Ravenclaw. Y llévele sus materiales. Y, por favor, ponle un ojo de tanto en tanto en estas horas. En su estado de confusión, puede tener algún problema. Sin importancia, pero problemas.
"¡Pues no debió quitarse el recuerdo!", piensa Sybill, mientras le asiente al profesor y va por la mochila. Son muchas las ganas de tirarle las cosas en el gran lago. No puede dejar de recordar la expresión que le puso cuando le explicó porqué quería quitarse el recuerdo: "No quiero ser la que recuerde justo el momento que servirá para que esta se ponga más insoportable, dándose más aires de importancia. No, necesito mi cabeza para mis estudios ahora más que nunca. Quítelos, por favor."
"Tal vez quemarlos sería mas satisfactorio", decide Sybill al terminar de ponerse la mochila en su espalda. Luego, la sonrisa le vuelve al rostro. No solo por sus planes de venganza, si no por recordar, de nuevo… ¡Que tuvo un trance profético!
―Profesor, ¿puedo volver en algún momento del día? ¡Quiero iniciar de una vez con los ejercicios para saber más sobre esa persona con dos mentes!
―¿Qué tal a la hora del té?
Los dos se sonríen, como niños en navidad que van a jugar con sus juguetes nuevos.
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A pesar que terminaron estando juntos, tratando todo tipo de formas de adivinanzas, hasta después de la cena; solo dieron con dos conocimientos importantes: Esa persona está en Devon, y es una mujer. Todo lo demás, aunque Sybill insiste en querer agregarlo a la lista, sigue siendo más conjeturas que posibilidades; insistió el profesor Ponsarde.
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A finales del desayuno del día siguiente, una de esas conjeturas salta a ser una posibilidad.
Como todos los días, las lechuzas entran por las ventanas del gran comedor y llaman la atención de los estudiantes y profesores. Pero, a diferencia de apenas diez años antes, como pasaba en los años 20 a 40; pocos miran hacia las aves con sonrisas o esperanzas. Desde que Lord Voldermort y sus seguidores han recrudecido sus métodos violentos, las cartas que suelen recibir son más apagadas. Y algunas pocas, las más temidas, dan noticias… Malas noticias.
Por eso mismo, que tres lechuzas entraran por diferentes ventanas y empezaran a tirar hojas por los aires, es la mejor visión para todos ellos. Niños, jóvenes y hasta profesores, se ponen en pie y tratan de tomar una de las tantas hojas. Otros, aunque se supone que no deben, apuntan hacia ellas y dicen: "accio" El Quisquilloso.
Aunque es solo una hoja que aparece por lo menos dos veces a la semana, El Quisquilloso se ha vuelto una de las cosas que más levantan el ánimo en Gran Bretaña. Lo que a finales de los sesenta y principios de los setenta, solo era una sección de humor en una revista más o menos bimensual llamada Exo, El Quisquilloso terminó siendo una pequeña edición por sí misma. Pero, a diferencia de lo que estaba temiendo Xenophilius Lovegood, no fue así porque tuvo que cerrar la Exo.
Gracias a la historia sobre las pociones élficas domésticas, la información y análisis sobre las magias familiares, además de los cuentos infantiles y la primera de las que serán varias novelas por entregas, escritos todos por Allan Weasley; la Exo está sobreviviendo sin necesidad de depender del impacto humorístico del Quisquilloso.
Por eso, Xeno decidió a inicios de ese año 1976, que iba a hacer de la Exo una revista mensual de investigación periodística y, del Quisquilloso, un boletín humorístico barato y bisemanal.
Lo que, antes de la noticia sobre las pociones élficas, habría sido un suicidio para la Exo, ahora hizo a Xeno tener dos publicaciones. Y, para su felicidad, ¡hasta contratar a dos personas!
Obviamente, de las dos publicaciones, es El Quisquilloso el que más subscriptores tiene en Hogwarts. Tanto así, que Dumbledore decidió ser él el que pagara los 700 ejemplares del mismo y de su propio dinero, mes a mes… Porque antes, el sistema de pago por lechuza, estaba haciendo un caos en el desayuno.
De ahí que las lechuzas simplemente dejan caer las hojas en el aire, y se van volando como habían llegado. Ningún ejemplar queda en el suelo, o sobre la mesa y el desayuno…
Pronto, todos están sentados a la mesa, leyendo las pequeñas notas y un par de caricaturas que estaban por debajo del título: "El Quisquilloso, lo poco que sé". Ese día, lo que arrancó más risas fue la caricatura de los cuatro fundadores de Hogwarts discutiendo sobre cómo cuidar escobas voladoras.
Sin embargo, lo que más llamó la atención a Sybill estaba en la primera nota. Tanto que, aún cuando ya la mayoría se había levantado de la mesa para empezar su día, ella seguía allí sentada en a su mesa, viendo El Quisquilloso. Lo más extraño de todo, es que la joven no sabe qué es lo que llama tanto la atención de ese escrito.
Cientos (puede que miles) madrugaron ayer.
Escrito por Xenophilius Lovegood.
Espero que mi querida profesora de Astronomía, (¡Saludos profesora Moon!) esté orgullosa de mí, porque recordé que ayer, 20 de marzo, era el equinoccio de primavera.
Eso es largo de explicar, así que lo dejé para la Exo de fin de mes… Pero en última instancia es a razón del equinoccio que yo, mi hermosa esposa, y tantos otros en nuestra comunidad; tuvimos que despertarnos aún bajo la oscuridad y rodeados del frío de la noche, para asistir a una esperada celebración familiar.
Puede que no lo sepas, puede que sí pero siempre te lo voy a escribir: ayer es uno de los cuatro días del año en que las familias antiguas de magos y brujas de Gran Bretaña e Irlanda, solemos hacer ceremonias familiares.
Los amaneceres de esos días, son las horas que usamos para que la magia dé la bienvenida a las bebés recién llegados al mundo. ¡Y sí, la familia de Ottery St. Catchpole se ha despertado en medio de la madrugada para reunirnos y celebrar un bautizo!
No fuimos los únicos. Por lo menos siete hermosos y únicos bebés fueron celebrados por sus familias en esta misma madrugada. Sin embargo, como buen vecino de Ottery St. Catchpole que soy, y parte de la familia Weasley, para mí nuestra bautizada era la más hermosa y única de todos."
Más o menos en ese espacio, estaba puesta la fotografía de la nota. Casi no tenía movimiento, solo era una bonita bebé como de cuatro o cinco meses, durmiendo. Sin embargo, esa es la imagen que Sybill casi no puede dejar de mirar por una hora, después que se terminara de leer la nota:
"Espero que recuerden que el 23 de setiembre anterior, justo en el equinoccio de otoño, nació un nuevo bebé en nuestra comunidad mágica de Ottery St. Catchpole. ¡Una bebé milagro, dirían los muggles, que ahora mismo es esta hermosa niña de grandes mejillas apretables y muchos cabellos rojizos!
La magia te ha dado la bienvenida al mundo, Allana Ginevra Weasley, como nosotros y algunos de ustedes lo hicieron hace unos meses!
Por ese tipo de cosas, y por la deliciosa comida y compañía de después, vale la pena despertarse en medio de la madrugada."
No es hasta que Sybill siente que una mano le aprieta su hombro, que ella puede dejar de ver hacia el rostro regordete y rodeado de mucho cabello de esa bebé.
Ella se gira hacia ese lado y arriba, donde el profesor Ponsarde le sonríe grande. Deja de tocarle el hombro, y se sienta junto a ella.
―Puedo ver, por esa mirada fija que tenías, señorita Trelawney, que usted también pensó en esa posibilidad.
―Ottery st. Catchpole está en Devon ―logra decir un pensamiento que siquiera sabía que tenía.
―Correcto. ―él asiente, su sonrisa más grande.
―Ella es niña.
―Mja.
―Y fue bautizada, enlazada con la magia del mundo, ayer en la madrugada… ―lo que sigue le cuesta un poco decirlo, de la emoción―: Justo cuando yo tuve la profecía…
―Una de las conjeturas de ayer.
―"La persona con dos mentes ya es parte de nuestro mundo" ―repite Sybill.
Puede que ella no recuerde su propia experiencia al hacer la profecía, pero sí cada una de las palabras que oyó de la misma, cuando los inefables la vieron en el pensadero que trajeron con ellos.
―Como habíamos dicho ayer, los bautizos mágicos tienen justo esa finalidad ―corrobora el profesor Ponsarde.
Sybill lo mira con una gran sonrisa.
―¡Ya sabemos quién es esa persona que puede traer grandes mejoras a nuestra cultura!
―¡Así parece!
Los dos se miran con grandes sonrisas. Ella es la que primero puede hablar:
―Y ahora, ¿qué hacemos?
