10.

El nombre dado por la magia.

En medio de esa siesta, se da la primera incursión "contra" esas nuevas protecciones. Y, unas tres horas después, la otra, o posiblemente dos según como se mire. Todas ellas, suceden en la "casa de seguridad".

Esa es una de las cosas en la que Molly insistió y ellos hicieron realidad. Todo el correo por lechuzas que va hacia alguien que vive en Ottery st. Catchpole, será recibido en esa casa. También, las personas que los van a visitar por medio de la Red Flu, saldrán allí.

Antes no habían más que las barreras comunes para evitar ser descubiertos por los muggles. Después del ataque del 72, se pusieron barreras contra la aparición y el uso de trasladores. Sin embargo, como se vio el diciembre anterior, eso no era suficiente.

El punto de esa precaución es que no haya forma de que alguien de fuera les haga daño a los de adentro. Así que, además de la barrera que le quita fuerza a magias destructivas, ahí no entra ninguna aparición, uso de trasladores, lechuzas con posibles efectos negativos, o visitas por medio de la red Flu o hasta alfombras o escobas voladoras.

De dentro y para adentro o afuera, todo es posible. Para la comodidad de los involucrados, siguen pudiendo salir por medio de la red flu, aparecer en cualquier lugar de la granja, enviarse correo entre sí o, lo más importante para algunos, darse sus buenos partidos de quidditch. Eso fue lo que les hizo durar más tiempo en formular las nuevas protecciones, pero nadie iba a dar el brazo a torcer.

Así que se construyó la casa de seguridad, como parte de las preparaciones para la implementación de las nuevas barreras. La misma no es más que una primera planta de piedra. Tiene tres chimeneas y la misma cantidad de ventanas, y un puesto en el centro, a unos cuatro o cinco metros de las paredes. Ahí, hay un sillón muy cómodo, junto a una mesa y una mini-biblioteca. Para niños, según los ojos de la mayoría.

No es así. Se supone que hay un horario de elfos domésticos, para que siempre esté apostado alguno allí si llegan visitas o correo. Pero, por esos problemas de logística al hacer la ceremonia antes, la casa de seguridad no se había puesto en funcionamiento como se debía.

Por eso, la lechuza que Apolión Ponsarde manda a los Weasley con una carta, no llega a ellos. Unos quince minutos después de que se pusieran las protecciones, el ave entra por la ventana abierta de la casa y espera.

La pobre está desorientada y enervada. No es de extrañar, a medio vuelo le habían cambiado su destino mágica, y cuando llega al mismo, no está ninguna persona que le pueda recibir la carta… Vuela de allá para acá cerca de la casa, dando un ulular fuerte a la vez. Como nadie se digna a recibirle, la lechuza termina inflando su pecho de orgullo, tira la carta en la mesa y se va. Antes de devolverse al castillo, descansará en alguno de los árboles. Nada mejor que estar bajo el sol para darse un buen sueño.

Unas tres horas después, la chimenea de la izquierda se prende con fuego verde, y una persona entra detrás de la otra. Aunque el anciano que llega primero pierde un poco el pie, el movimiento que hace para volver a estar erguido es agraciado. La segunda en salir por la red flu casi se cae de bruces, si no fuera por la ayuda de su acompañante; y sus grandes anteojos tienen que pasar un reparo porque se habían caído y quebrado.

Después de limpiarse el poco hollín que tenían en las ropas y piel, el profesor Apolión Ponsarde y Sybill Trelawney se disponen a saludar… Es cuando se dan cuenta.

―¿Eh? ¿Esta es la madriguera? ―pregunta finalmente la chica, después de inspeccionar el lugar que no se parece a una sala o a la cocina, donde suelen estar las chimeneas de la red Flu.

―Tal vez sea una sala solo para la Red Flu. La casa debe estar por esa puerta, vamos a…

"Gong", un sonido hueco acompaña al golpe que él se ha dado entre un paso y otro. Además se prendieron unas luces azules por un instante, parecían reflejos en una pared de vidrio que, luego, vuelve a ser invisible.

―¿Qué fue…? ―exclama él, trastabillando.

Sybill se le acerca, temerosa.

―¿Está bien, profesor?

―Sí, sí. Solo me impidió salir.

Mientras Sybill se extraña y, luego, mueve sus varita frente a ella, a ver si entiende la magia; el profesor Ponsarde se acaricia la rodilla y espinilla. Sin embargo, pudo haber sido peor. Fuera lo que fuera, era fuerte, pero flexible.

―¿Qué cree que sea esa magia profesor? ―pregunta Sybill― Todavía no soy muy buena con los hechizos diagnósticos… No logro entender bien el lenguaje pienso con ellos. Aún siguen siendo sensaciones para mí, en vez de palabras.

―Si ves al suelo, puedes ver que es una barrera hecha por runas.

Sybill lo hace. En el suelo de madera, puede verlas. Están cinceladas y, algunas de ellas, hechas de minerales. Al ver eso, y reconocer varias de las runas, la Ravenclaw siente que entiende parte del mensaje que había pensando con el hechizo diagnosticador. Lo que no comprende es...

―¿Por qué alguien tendría una una chimenea afiliada a la red flu, pero cercada con una barrera?

… Una familia que, por ser humanos y llevar a la práctica sus ideales, son el blanco de los terroristas sedientos de poder y sangre que asolan a la comunidad mágica de Gran Bretaña.

―Algunos magos y brujas pueden ser en verdad paranoicos.

¡No es paranoia si en verdad vienen detrás de ellos!

―Y ahora, ¿qué hacemos, profesor?

―Vamos a esperar un poco… ¡Una media hora! Si no llega alguien, nos devolveremos por donde vinimos.

Habían pasado unos viente minutos cuando, por coincidencia, alguien les ayuda. Es uno de los tantos primos de Arthur, el que se hace cargo del puesto de vegetales en la feria semanal de Ottery st. Catchpole muggle. Después de unas horas de provecho él, como los otros, hacen el viaje sin magia y en carretas por el camino hacia sus casas de las afueras de la granja…

Si no ven la runa brillando en la puerta de soslayo, no se dan ni cuenta.

-o-

Unos minutos después, el profesor y estudiante simplemente se bajan con ayuda, del artilugio de madera que para ellos es todo un descubrimiento, se despiden de su benefactor y se acercan a la entrada de la Madriguera. Los dos se sonríen con ciertos nervios, antes de que el señor tocara el timbre.

Realmente, no es el mejor momento para tener visitas. Mientras la bebé está llorando con todas sus fuerzas y potencia, por un cólico que Molly no ha podido sacar de su cuerpo; Arthur está lidiando con un acceso de magia accidental hecho por Charlie. Ha convertido uno de sus juguetes en algo parecido a una salamandra, que intenta comerse la ropa de Billy.

Justo en ese momento, se oye el timbre.

El matrimonio se mira de reojo. Rápidamente, deciden que sea ella la que abra. Aunque el llanto sea desesperante, la magia accidental suele ser más difícil de tratar. Algunas de ellas, como las que últimamente muestran los niños, no hacen caso a cosas como un "finite incatatem". No, va más de tranquilizar al niño que lo hizo, y la situación por la que lo hizo.

Arthur no puede dejar de extrañarse por eso. En los tiempos en que los dos estuvieron viviendo con sus abuelos, Molly internada y él más fuera de casa que con ellos; la magia de Billy y Charlie se mantuvo más estable de lo esperado. Sin embargo, apenas estuvieron de nuevo en casa con su madre, su nueva hermana y los cambios en las rutinas de sus padres; fue como si represa de magia explotara, y los accidentes se sucedieron junto a sus emociones. Ninguno de los dos se acostumbra a los cambios en su vida familiar con facilidad.

Arthur logra tranquilizar lo suficiente a Charlie como para que el juguete volviera a ser un juguete; cuando su mujer y la aún llorona bebé en brazos, se acercan a él con dos personas detrás de ella.

―Querido, tenemos visita. ―dice Molly, con voz atareada.

Él se gira como puede, pues está sentado en el suelo. Charlie está en su regazo, y Billy de pie pero abrazado a un costado de su padre.

―Perdón por el… ―Arthur deja de sonreír, y deja de hablar con familiaridad―. ¿Quienes son ustedes?

En lugar de algún familiar o amigo, Arthur se encuentra con con un señor de avanzada edad, pero con una elegancia en su porte, aumentado por su vestimenta impecable. Le acompaña una muchacha con el uniforme de Hogwarts, una Ravenclaw. Lo que más destaca de ella, son sus anteojos con tanto aumento, que hacen parecer más grandes de lo normal a sus ojos.

―Perdón por sus modales ―dice Molly, con el ceño fruncido hacia él, mientras se mueve de allá para acá con la bebé. Y dándole palmadas en la espalda―. No esperábamos visitas hoy, y las que tenemos, suelen ser de la familia. ¡No es que no me alegre de verlo, claro está, profesor Ponsarde! Por favor, siéntense, siéntense.

Arthur sonríe para sí mismo. Nadie como Molly, y esas maneras indirectas suyas, para regañar a las personas. Y, a la misma vez, seguir siendo una gran anfitriona.

―Lo sentimos, señorita Prewett, perdón, señora Weasley. Hasta hoy en la mañana le dieron permiso de salir a la señorita Trelawney. Le mandé una lechuza con las noticias, pero ―la saca de dentro uno de sus bolsillos― no sabíamos que no iba a ser recibida directamente, lo siento.

Es cuando Molly se da cuenta que no había pedido a los elfos que empezaran a cuidar de la "casa segura"…

Mientras ella y el recién llegado hablan de lo tan avergonzado que él está por haber venido sin avisar, y ella de no haber previsto el uso de la "casa segura"; Arthur habla bajo con sus niños.

―Al parecer, mamá y yo tenemos una visita de adultos. ¿Quieren quedarse aquí con los adultos, o prefieren ir a jugar arriba?

Los niños no se hacen del rogar y, salen corriendo hacia la segunda planta. Arthur se pone en pie y les exclama:

―¡Nada de pelear, que la esquina aburrida los espera si se portan mal!

Se oyen sus respuestas desde el segundo piso:

―Sí, papi.

―Ajá.

Es cuando finalmente se gira hacia los recién llegados. Molly, por encima del aún llanto de la bebé, habla en volumen fuerte pero con un tono amable para que él también oiga:

―Artie. Ellos son el profesor Apolión Ponsarde, mi viejo profesor de adivinación ¿recuerdas? Y Sybill Trelawney. Ambos vienen desde Hogwarts. Dicen que están aquí porque quieren hablar con nosotros sobre una buena noticia que se les presentó en su clase de Adivinación ―termina ella, con una sonrisa. No solo por el tema, si no también porque un fuerte eructo sale, por fin, del cuerpo de su hija. El llanto disminuye al instante.

Arthur ha levantando las cejas, medianamente interesado. Él, y casi que ningún Weasley, ha podido ser realmente bueno en esa clase. Tal vez por eso, aunque debidamente supersticiosos como la mayoría de la comunidad mágica de Gran Bretaña, no eran de tener mucha fe en las adivinaciones.

Pero Molly fue una de las mejores de su generación, y ella sí cree porque sabe de ellas. Por eso, Arthur va hacia el querido profesor de su esposa y le tiende la mano.

―Es bueno verle profesor, Arthur Weasley. Aunque llevé runas y estudios muggles, mi esposa me habló de lo tan excelente profesor que es usted.

―Es difícil no serlo con tan buena estudiante. ―El hombre le sonríe, se presenta y hace lo mismo con la nerviosamente sentada estudiante junto a él…

… De repente, Arthur tiene frente a sí a una bebé aún llorando, aunque no tan fuerte como antes.

―¿Puedes llevarla a su cuna, mientras yo voy a por té y bocadillos? ―le pide su esposa.

Arthur toma en su seno a la bebé. Como siempre, el aire caliente que rodea a la niña se siente fuertemente en su cuerpo. Es como acercarse al fuego, y quedarse ahí por más que no es lo más cómodo para él. Sin embargo, que la bebé dejara de llorar y apretara su ropa con uno de sus puñitos, sí lo es. Tanto que casi no escucha lo que el profesor Ponsarde le dice:

―¿Usted me dejaría cargarla?

―Cuando esté totalmente tranquila. Puede ser un poco tímida… ―Arthur se da cuenta que los dos están mirando a su bebé de una manera diferente. No con ternura, si no como con… ¿Pleitesía, tal vez? Frunce el ceño, mientras se mueve en su sitio por puro instinto, para la tranquilidad de su niña―. Con su permiso, voy a dejarla en su cuna.

―No, mejor… ―exclama la muchacha de repente, para cerrar la boca al instante y sonrojarse.

―Lo que sucede es que, creemos que es muy probable, que las buenas noticias sean sobre su bebé ―explica el profesor, mientras Sybill está muy interesada en mirar sus zapatos―. Y por eso vinimos a intentar corroborarlo antes de hablar directamente sobre eso.

Arthur vuelve a sorprenderse, aunque también lo invade una sensación de cansancio. Desde el mismo embarazo, siempre ha parecido que su niña es un caso aparte. No le termina de gustar, pero tal vez tener una idea de qué esperar le ayude con la incertidumbre.

Quiere saber al instante de qué se trata, o como quieren probar que en verdad tienen adivinaciones sobre su bebé; pero después de tanto llorar, la pequeña se está durmiendo en su pecho.

―Se oye interesante. Les dejo con Molly por ahora, voy a dejarla dormir en su cuna y ya vuelvo.

Gracias a unas runas que el tío Sextus talló en una base donde ponen el oxigenador, y en diferentes lugares de la casa; el objeto mismo se levanta de la repisa en donde está, y sigue por los aires a la niña que cuida.

Mientras se va, las tazas de té, y un plato con sandwiches y un queque en pedazos, volaban hacia la mesa frente a los sofás. Molly misma lleva en su mano la tetera y tres tipos de hierbas en unas tazas, además de azúcar, miel, leche y limón.

Después de dejar bien dormida a la bebé y revisar que Billy y Charlie se portaban bien (El mayor jugaba con el ajedrez mágico del tío bisabuelo Bilius, aunque era más que todo una conversación entre las piezas y él; mientras Charlie jugaba con uno de sus tantos peluches); Arthur regresa a la primera planta.

Alguien había transfigurado otra mesa, en donde habían puesto varios papeles alrededor de los cuales el profesor Ponsarde, Sybill Trelawney y Molly hablaban animadamente. Cuando se acerca Arthur, entre los tres le explican las razones por las que creen que la profecía de la joven se trata sobre su bebé… Algo que el padre no termina totalmente de entender.

―A ver si me aclaro, ¿qué necesitas hacer para saber si la profecía es sobre Allana?

Trelawney frunce el ceño… Algo en esa oración no le termina de gustar. Sin embargo, no dice nada algo al respecto. Después de buscar la aprobación en la mirada de su profesor, carraspea y dice:

―Creo que tomarla en brazos, verle los ojos y la palma de su mano, será suficiente para que sienta… Algo en ella.

El profesor toma de nuevo la palabra:

―Como le expliqué antes, mucho de la adivinación es ayudar al adivinador poner palabras a emociones. Para eso, tener contacto, directo es mejor, con lo que… La persona que se quiere "sentir", es fundamental.

Se da un silencio, y parece que todos esperan por él. Arthur se lo piensa. Decide fácilmente y, diciéndose que es increíble que aún le cueste darse a la idea que es el cabeza de familia, comenta:

―Si no les importa, mi esposa y yo nos retiraremos a hablar sobre eso. Por favor, sigan disfrutando del refrigerio.

Así lo hacen. Apenas entran en la cocina, Molly dice al instante lo que piensa:

―Creo que debe alzar y ver los ojos de Ally… Me convenció su trabajo, y el profesor Ponsarde jamás vendría hasta aquí si él tampoco estuviera seguro. Insisten en que son buenas noticias… Y con Ally, y estos tiempos, ¿no quieres oír buenas noticias, Artie? ―Molly le mira con esos ojos chocolate de ella brillando, mientras le agarra fuerte las manos.

No es como que Arthur pensaba negar la idea del todo, pero después de eso, estuvo a punto de dejar ir los resquemores que tenía al respecto.

Arthur mueve la cabeza y, sin soltar las manos de su esposa, le comenta:

―Entiendo, y estoy de acuerdo. Pero, antes de eso, quiero saber sobre lo que significa para Ally que dejemos que… La revise, y si la profecía es sobre ella. ¿Cómo trata con eso el Departamento de misterios, por ejemplo?

Molly abre la boca como para insistir en su punto, pero finalmente le palmea la mano y dice:

―Según sé, los de ese Departamento tienen reglas de no meterse con la sociedad o algo así… Pero tienes razón, mejor vayamos a preguntarle todas esas cosas al profesor.

-o-

Más o menos media hora después, cuando Arthur ya se siente seguro de todas las respuestas del profesor, los cuatro se preparan para que Sybill "pruebe" a la bebé.

Sigue dormida y en las manos de su padre. El calor de la humini bullae mezclada con el procelcius es tan fuerte como siempre, así que aún no es necesario volver a aplicar el hechizo… El oxigenador vuela a un metro de las escaleras, por delante de Molly, para posarse en el lugar en que había estado antes. La madre le sonríe a su esposo:

―Billy y Charlie juegan a los soldados con las piezas de ajedrez… Creo que el cambio de juego les hace gracia a las mismas, así que todo está bien. ―explica con una risa en la voz.

Arthur se dice que ojalá en algún momento pueda ver eso. Las piezas de su tío abuelo, como todas las que tienen ese conjuro, suelen ser muy obstinadas en el ajedrez… Que se dejen jugar otra cosa, no es algo que vea todos los días.

Cuando Molly llega a la sala y se sienta junto a su esposo, Arthur se levanta y va hacia la estudiante. Con aprehensión, y ayuda del papá, Sybill alza a la bebé de una forma cómoda para ambas.

―¡Siento mucho calor viniendo desde ella! ―exclama Sybill, con una gran sonrisa, y mira a su acompañante― ¿Qué cree que signifique, profesor Ponsarde?

Molly no puede evitar reírse por lo bajo, mientras Arthur le explica lo de la burbuja alrededor de la bebé. Sybill se siente tan avergonzada que no puede hablar por un buen tiempo. El profesor habla con Molly para dar tiempo de "recuperación" a la muchacha. Arthur vuelve a su sitio, pensando en que ese inicio no es el más halagüeño…

… Como tampoco lo es que, de repente, la muchacha levante la vista y empiece a hablar. En un idioma que no es inglés y con una voz gruesa, nada parecida a la natural en ella.

―Artie, está canalizando… ―exclama Molly por lo bajo, entre emocionada y temerosa.

Él solo mira, como petrificado en su sitio. Al oírla hablar en esas extrañas palabras, recuerda a su tío abuelo Allan. Sentado a la mesa, allá hace un año, diciéndole que su Molly había flotado, brillado y hablado en un idioma latino por lo bajo… A inicios del embarazo de su bebé. La misma que, en ese momento, sigue muy dormida y hasta roncando quedamente, por más que es alzada por una chica que cada vez está más ansiosa.

Sybill sigue hablando en ese idioma latino, pero con más ahínco, premura y rapidez. Mira de un lado al otro, como buscando algo o a alguien. De repente, levanta la mano que tenía apoyada debajo de las piernas de la bebé, y hace un movimiento con ella. Quiere escribir.

Arthur le está poniendo atención a su niña. Sigue dormida, y eso es lo que hace despertar el miedo por lo que pasa. Cualquier bebé siendo alzado por alguien que se mueve tanto, y habla con voz cada vez más alta, ya se estaría despertando…

Que se dé cuenta de que la bebé empieza a verse más iluminada, como si su piel tuviera luz propia cada vez más fuerte; lo empeora todo. Él se pone en pie para tomar a su hija, ¡qué importa la adivinación!

Molly se le ha adelantado, cuando Arthur va a dar su primer paso, ella ya estaba frente a la adolescente y tomando en sus brazos a su bebé. Con rapidez, se aleja de allí, como si estuviera huyendo de un fuego. Arthur va hacia ella, y ve que la niña sigue bien dormida, rodeada de su burbuja caliente y sin brillar.

El profesor Ponsarde no se había preocupado lo suficiente por la niña. Había sacado su varita para hacer aparecer pergaminos, tinta y pluma frente a Sybill. Justo antes de que se diera "el rescate", el profesor logra ponerle la pluma en la mano. Ella, al instante, la usa para escribir… Sin tomar tinta antes, como si creyera que la pluma en sí la debía tener dentro de ella.

Sin importarle que sus palabras no son visibles, Sybill sigue hablando y "escribiendo" o, más bien, rasgando quedamente el pergamino con la pluma.

El profesor Ponsarde también ha aparecido instrumentos de escribir para él. Mientras Sybill sigue hablando (cada vez más lento y bajo), movimiento su pluma como si la estuviera usando; el profesor sí está escribiendo, lo mejor que puede, lo que ella está diciendo.

Arthur y Molly se han quedado de pie, apoyados uno en el otro. El calor que viene desde la burbuja alrededor de la bebé, les recuerda que ella está ahí en sus brazos, y a salvo.

No saben cuántos minutos pasan hasta que, de un parpadeo a otro, Sybill "vuelve" a estar en sí misma. Es más, habla como si su "canalización" no hubiera pasado del todo:

―… No lo sabía. Pero, creo que… ¿Eh? ―Sybill se da cuenta de que no tiene la bebé en el regazo, y se asusta. Mira hacia el suelo por si se le cayó o algo. Luego, ve al rededor y se da cuenta de en donde está la bebé y, también de…

―Acabas de salir de un momento de canalización inconsciente ―el profesor Ponsarde dice lo que ella acaba de entender.

Del miedo, Sybill pasa a sentir gran orgullo y curiosidad:

―¿Qué dije? ¿Llamamos a los inefables?

―No, no. Recuerda que, al canalizar, tenemos otra regla. Sobre todo, la importancia de hacer lo mejor para el cliente. En este caso, la pequeña Allana… Ahora bien…

Pero Sybill lo detiene.

―¿Allana? ―pregunta, realmente extrañada―. ¡Pero estoy segura que se llama Debby! ¡Deborah Allana Phoebe Weasley-Prewett!