【𝐄𝐋𝐋𝐀】
Eriol Hiragizawa (26) & Alterna!Tomoyo Daidouji (16)
Advertencias: OOC, estrambóticos vocablos y narración incoherente
—Por favor, cuéntame de ella.
La brisa de ninguna parte juega con los largos cabellos malva de la hechicera, la anfitriona del mago de otra era y dimensión. Dado que, éste ha sido incapaz de alejarse de aquel astral paraje, de dejar de embeberse con la imagen y presencia de la jovencita, la cual hasta ese momento obró con cautela en lo que respecta al acongojado hombre de sus sueños.
Tomoyo Daidouji, sacerdotisa de la séptima luna, guardó para sí las cuestiones que anidaban en su afligido pecho, hasta que éstas se redujeron a una sola: «¿quién fue ella?». ¿Quién fue la mujer que prestó sus ojos —su vida— en los sueños que han acompañado a la princesa por toda una vida? Aquella con la cual la doncella guarda un gran parecido físico, a juzgar por la melancólica mirada de Eriol Hiragizawa.
El hombre gris, la solemne sombra.
La persona a quien la magia le ha fallado, porque su gran poder contrasta ante la opacidad de su aura, aura de un contrito gris que resta voluntad a todo aquel que se aproxima.
No obstante, el varón intenta sonreír con afabilidad a la muchachita y le cede espacio en el columpio que oscila al centro del jardín de flores. Un jardín particular, donde pétalos similares a los cerezos terrestres se arremolinan en torno a las nimias figuras de dos almas encadenadas a conocerse y despedirse en un ciclo infinito.
Ella no reitera su petición, acomoda su falda y toma asiento junto al viajero.
Él la observa, y en su mente continúa disputándose la ambivalente lucha entre marchar y tan sólo permitirse ser frente a la doncella que lo contempla con sosiego.
La atmosfera es suave, cauta.
El firmamento es de la tonalidad de la mirada femenina, así que Eriol centra su atención en la arena a sus pies y su acompañante le proporciona un leve toquecito juguetón con los propios. Él sonríe. Un gesto efímero que se disuelve al rememorar los días en la primaria Tomoeda, en los que su futura esposa le hacia compañía.
Hiragizawa alza el rostro y es el turno de Tomoyo para sonreír, mientras su cabellera flota ligeramente al igual que el corazón ajeno.
Tan hermosa.
(Irreal).
—E-ella… ella está muerta.
Expresarlo no lo hace más fácil, lo hace terrible.
Una verdad que aún duele, una verdad que dolerá por siempre en una cicatriz que late en desolación, debido a todo lo que fue vivido y negado. Incluso a causa de las cuestiones más simples como la quebrantada promesa de acudir a la tienda de telas con el propósito de escoger la indicada para la manta de su ahijado o el recuerdo del solitario piano que otrora fue tocado a dos manos.
Eriol se estremece de pies a cabeza, constriñe los puños y también el corazón a fin de resguardecer las remembranzas que emanan de su alma. Las memorias que él teme se modifiquen y perezcan si continúa refugiándose en ellas, aferrándose a éstas como lo hacen los lirios a sus últimos pétalos perfumados durante el sempiterno invierno.
Y Tomoyo —la Tomoyo viva, la que aún respira— está pendiente de toda reacción, de todo tormento.
La hechicera teme haber ido demasiado lejos, haber actuado tan imprudentemente que su acompañante marchará sin más, pero el hombre a su lado: permanece, concediéndole la gracia de sus plomizos ojos. Una mirada anhelante que brinda color al faro de esperanza en el pecho de la chica, quien humedece sus labios antes de entreabrir la dulce boquita.
—Ella no se ha ido— La fémina lleva la trémula mano a acomodar un par de caprichosas hebras por detrás de su oreja—. Vive en usted— Exhala con nerviosismo, a sabiendas de que una declaración de tal magnitud es atrevida por parte de una desconocida, quién no posee más contexto que el comportamiento del gentil hombre que la hace añorar un pasado que no compartieron.
Después, la joven extiende su mano… pero, «eso» sí sería demasiado, así que la resguarda en su falda y Eriol no pierde detalle de tal interacción.
Tomoyo —su Tomoyo— también es así de considerada.
Era… era así… el mago siente que traiciona a su esposa cuando piensa (o habla, o sueña) con ella en pasado, remarcando la distancia entre ellos. Obtura los parpados. Su Tomoyo es una memoria que se desdibujará, tal y como lo hizo Yuko para Clow; tal y como lo hizo Nadeshiko para Fujitaka.
—Mi corazón aún le pertenece— confiesa el varón, aunque razona que tal sentir es por demás evidente—. Mi corazón aún late su nombre y tú, dulce hechicera, me haces pensar en su rostro, en su voz.
Una pausa, en la cual la muchachita apacigua la inquietud de sus labios.
Después de todo, ella actúa con la ternura torpe de quién nunca ha amado, pero debe improvisar.
Y él tiene en la cuerda del pensamiento la visión fantasmagórica de su mujer, aunque no es tan cruel como para superponerla a la aterida imagen de la jovencita.
La dulce jovencita que es paciente y aguarda, cautiva de la insonoridad que se astilla de «todo lo no dicho» hasta que el silencio es asfixiante, mordaz. No obstante, ella aguarda porque todavía no pertenece a esa historia; todavía es un arcano sueño, una pretérita sonrisa que arroja a su acompañante a la evocación y la desdicha.
—Me remuerden los días sin ella.
Es una frase. Es una verdad.
Eriol se inclina hacia delante y el columpio con él, en apacible vaivén que juega con la vaporosa falda de la hechicera cuya mano se atreve a posicionarse junto a la ajena. Sin roce, sin yuxtaposición. En un pobre instante adoptado por la consideración y él tirita de terror ante el futuro, el futuro sin la mujer a la cual prometió un «para siempre».
Aunque ella partió en cuerpo y alma, el varón continúa preso de tal juramento.
Atrapado en la inercia bajo el sol, feneciendo a cada instante sin ella.
El mago se extingue junto a su amada, porque la ausencia horada y también la insidiosa fuga de «todo» lo que llegó a ser: aficiones, preferencias, remembranzas…
«Todo» lo que compartió con ella lo abandona en pos de acompañarla al silencio eterno, a la inexistencia.
Y Eriol la continúa esperando, al otro lado de la noche y en los sonidos que diseñan al alba, aunque su Tomoyo es ahora una subrepticia aspiración. Un ensueño de amables ojos, sonrosados labios y honestas palabras; un reflejo de la meditabunda doncella que se mantiene a su lado e invita a la primavera cuando él ya es invierno.
Los pétalos giran, el columpio se detiene.
La hechicera atestigua cómo la sombra de la muerte envuelve al hombre, define su existencia.
Entonces, Daidouji suplica, con perlas de congoja adornando sus pestañas porque toda vida es una aventura; una odisea cuyo final debiera alejarse de la amarga soledad.
Por supuesto, el mago comprende y comparte su sentir, porque él jamás abandonó el lecho de agonía de su amada. Ni siquiera por la crisis mágica en el Campus Clamp o por el advenimiento de Fei Wang Reed, el cual fue frustrado por la occisa Shinomoto. Eleva el rostro al firmamento y exhala, porque nada ni nadie lo apartó de su Tomoyo y teme que lo mismo acaezca con el siniestro delirio de amar a una sombra.
—Por favor, no le dé razón a la muerte— Ella vuelve a solicitar y se incorpora del asiento, toda tul y lágrimas porque el pesar ajeno se siente tan suyo, tan «nuestro»—. Permanezca…— Se arrodilla, buscando la mirada que descendió a la arena y se encuentran, en un majestuoso instante que arrebata la sanidad de Hiragizawa.
Porque en ella ve el alma de su difunta esposa, a pesar de que es imposible debido al costo karmico que le arrebató toda la esencia de Tomoyo, su Tomoyo. Aquella a la que imagina perdiéndolo a él, y encontrando alivio en su extenso jardín o en sus infinitas telas; sin rendirse ni un día, entretejiendo las memorias y avanzando hacia el futuro, sin él.
O, es lo que le gustaría pensar cuando observa la congoja en la mirada tan extraña como familiar.
Y las memorias de su cuerpo, un cuerpo que aún añora a su otra mitad, le llevan a abrir la palma dónde todavía porta su alianza y acuna el rostro de la hechicera. Ella es real, ella está viva. Y también lo habría estado su esposa si él se hubiese avocado en protegerla; en alejarse en cuanto fue consciente de la maldición, del riesgo a quedarse junto a ella teniendo al destino como enemigo.
Si bien, Eriol no se concibe enamorándose de alguien más.
Ni siquiera del reflejo que encontró tras deambular dimensión tras dimensión, consumiendo la desmedida magia que es también su sino.
—Le prometí un «para siempre» …—La voz se quiebra, él se rompe—. Y ella está muerta.
—Basta.
La adolescente se irgue y extiende los brazos, arropa al hombre y al dolor.
Con delicadeza, como si estuviese sosteniendo a una ilusión imposible de enmendar. Ni siquiera por la mujer que eligió desvanecerse a fin de prolongar la existencia de alguien que se niega a creer; alguien que se niega a concederse una oportunidad a causa de fútiles motivos que su amada habría desestimado con la mejor de sus sonrisas.
Pero así es el dolor, tan alógico como insondable.
Y ella lo siente transformarse en cenizas, marchitarse como las flores de aquel paraje que reacciona a las abatidas emociones de los presentes. El alma ajena se horada con las remembranzas y la hechicera tiene el espíritu colmado de estrellas fugaces que la llevan a crear un refugio en contra de la miseria, en contra de la completa y oscura desazón.
Tararea una melodía, una canción sin letra.
Eriol da un respingo, anonadado porque reconoce la interpretación y, ahora, él está seguro de que —al menos— un hálito de su amada perdurará por la eternidad.
Y el mago escucha.
Se oculta en la melodía que siembra las semillas de la primavera por venir, la primavera que se avista cuando él se decide a hablar, a compartir las deslucidas memorias de la mujer que vive en su corazón.
¡Muchísimas gracias por leer!
Actualicé este fanfic debido a la petición de la hermosa Vicky Yun Kamiya, y espero no defraudarla, dado que me centré en el rabioso dolor de Eriol antes que en su interacción con la joven hechicera. Dado que, cuando pierdes a «ese alguien», ni el tiempo o las gentiles palabras consiguen aplacar la angustia de un alma dividida o, al menos, así es en mi caso.
¿Habrá otra actualización? No lo sé —insértese música de suspenso—.
