Capítulo 2. No.
Como cada mañana, los cucos comenzaron a cacarear con la salida del Sol. Resultaban una eficaz y dolorosa manera de sacar del sueño a las personas. Sin embargo, Link no había pegado ojo. No fue hasta que Malon comenzó a removerse en la cama que finalmente desistió de todo intento por evitar que aquel día comenzara. Por su parte, la pelirroja se quedó sentada en el colchón.
–Bueno, ¿te has decidido ya? –preguntó. Link en lugar de responder, se giró para darle la espalda. Malon cogió su almohada y comenzó a golpearle con ella en la cabeza–. Deja de remolonear.
Al final terminó por rendirse y se incorporó. Sin camiseta y con el pelo alborotado, parecía cualquier cosa menos un salvador del reino. Bostezó mientras miraba a Malon y se ganó otro golpe de almohada.
–Ay, Malon. No seas bruta –respondió con voz ronca–. Esas no son formas de despertar a nadie.
–Ya estabas despierto –dijo ella–. ¿La noche en vela te ha servido para tomar una decisión?
Link pareció desperezarse del todo. Su rostro soñoliento fue sustituido por una mueca de desagrado. –No es buena idea. No quiero que me involucren en nada.
–Anoche Impa me contó que conoces a la princesa –dijo finalmente. Link la miró–. Dijo que fue hace doce años y después desapareciste durante siete. ¿Por qué no me dijiste que la conocías?
–Porque da lo mismo–respondió Link, apartando la sábana de sus piernas–. Es cierto, la conocí hace doce años y entré a su servicio. Me encomendó la misión de esconder algo. Tardé siete años en conseguirlo. Después volví para incorporarme a su guardia y me rechazó. –No era toda la verdad, pero casi.
–Le pediste al rey ser su escolta personal. –Si resultaba incómodo escuchar aquello de boca de Impa, hacerlo de Malon era aún peor.
–Eso es… –comenzó. Sin embargo, toda la fuerza parecía ir abandonándolo–. Es complicado.
Supo que aquella respuesta no le había valido a Malon. Lo supo cuando sus ojos rehuyeron su mirada y sus hombros se hundieron. Ella debía saber que Link era como un candado. Llegado a un punto se cerraba, y entones era imposible volver a abrirlo.
–Creo que deberías ir al castillo –dijo. Después se corrigió–. A verla.
Link frunció el ceño, sin saber a qué se refería.
–Sabes que respeto tu pasado, tu privacidad y lo que quieras contarme –continuó–, pero está claro que hay algo en tu cabeza que te mantiene atado. Tienes… recuerdos o fantasmas que no te dejan ser feliz. –Terminó la frase con una sonrisa triste.
Aquella sonrisa se clavó en Link como una puñalada. Siempre tan alegre, siempre tan despreocupada. Parecía que no era consciente de las cosas, pero por lo visto sí había sabido leerlo a él. Malon era un sol: brillaba con luz propia.
–Malon, yo no… –comenzó Link.
–No, Link –respondió ella, interrumpiéndolo–. Lo que quiero decirte es que deberías ir allí para enterrar eso que te mantiene en tensión. Toda historia necesita su final, y tú tienes que terminar la tuya para poder pasar página. ¿No crees? Tú también mereces ser feliz.
Aquellas últimas palabras le calaron en el fondo de su corazón. Una vez más, conseguía sorprenderle. Por lo visto, en ocasiones ver el problema desde fuera conseguía dar con soluciones que no se veían desde dentro. Aun sin conocer el contexto, había conseguido llegar hasta el mismo núcleo del asunto, hasta el verdadero origen de sus problemas.
Con un movimiento lento, la atrajo y la besó. Malon rio entre sus labios antes de corresponderle. Estuvieron jugando un rato más en la cama, postergando un día que no iba a serle indiferente a nadie. Los besos de Malon sabían a campo, a heno y a tranquilidad. Ella era un bálsamo para su alma rota.
Tras el enésimo asalto, Link pareció darse cuenta de algo. –Oye, ¿y dónde está Impa?
Malon volvió a cazar la boca de Link. Después, contestó. –La invité a que se quedase a dormir, pero me rechazó amablemente. –Miró a Link con un enfado que exudaba dramatismo. –Oye, una cosa que no te voy a perdonar es que no me contaras que conocías a una sheikah.
Link levantó las cejas. –¿Estás celosa?
–No, idiota –rio ella–. Pero pensaba que eran una leyenda. Había oído rumores que la cuidadora de la princesa era una de ellos, pero creía que serían eso, rumores.
–Ah, pues ya ves que sí. Son como el brazo ejecutor de la corona, solo para asuntos muy secretos.
Los sheikah habían sido oficialmente repuestos después de que el propio Link insistiera en ello cuando volvió. Desperdiciar al cuerpo de élite que protegía a la Casa Real le pareció una insensatez. Aun así, la mala reputación que tenían por su papel en la guerra los obligaba a mantenerse ocultos dentro del castillo, dejando que su vuelta se viera diluida en rumores. Impa era la excepción de la regla, aunque ella ya era conocida desde antes de la llegada de Ganondorf.
Sus recuerdos volvieron a las profundidades de Kakariko. Enormes y oscuras mazmorras utilizadas para encarcelar y torturar a los disidentes de la antigua guerra civil. Los sheikah eran una raza envuelta en misterio y sombras, una oscura faceta de la monarquía de Hyrule.
Malon pareció ver el conflicto en los ojos de Link. Se incorporó. –¿Pasa algo?
Link levantó la vista, dubitativo. –Te he contado cosas que no deberías saber. Ahora tendré que matarte.
Se hizo el silencio, y un segundo después ambos rompieron a reír. Después de aquello, se pusieron en marcha. Desayunaron ligero y terminaron de vestirse. Cuando Link abrió la puerta, Impa lo esperaba fuera, tan seria como siempre.
–¿Y bien? –declaró ella.
–Iré –contestó Link.
Fue al establo principal y, con la ayuda de Malon, ensilló a Epona y la preparó para el viaje. Con disimulo, miró hacia el arcón de la pared y dudó por un momento si llevar su espada. Terminó por desecharlo. A fin de cuentas iba con Impa. Y si ella era el problema, entonces la espada serviría de poco.
–¿Cuánto tiempo estaréis fuera? –preguntó Malon, ya en la entrada del rancho.
–No puedo contestarte a eso –respondió Impa–, dependerá de lo que la princesa deba comentarle a Link.
–Dos días como mucho –atajó Link con severidad cuando Impa se alejó.
–Ten cuidado, ¿vale? –le pidió Malon en un susurro. Link sonrió y la besó en la frente. Después montó a Epona y, con un movimiento de riendas, se puso al trote.
Cuando finalmente se alejaron del rancho, Link sintió una sensación extraña. Había salido a la Pradera en multitud de ocasiones los últimos cinco años. Cada vez que perdía una apuesta o le tocaba hacer algún recado en Kakariko, tenía que seguir ese camino. Sin embargo, esta vez era diferente. El motivo de su viaje parecía infinitamente más complejo. Su destino tampoco era el mismo. Aquello quedó patente cuando llegaron a la bifurcación en la que el camino se dividía en norte y este. Siempre cogía el segundo de los dos, el que serpenteaba entre las colinas y atravesaba el puente hacia Kakariko; todo bajo la enorme silueta del humeante volcán de la Montaña de la Muerte. En esta ocasión el camino sería diferente.
A medida que se acercaban a las murallas de la Ciudadela el camino se iba ensanchando. Comerciantes y viajeros hylianos iban apareciendo mientras caminaban en una u otra dirección. Se unían como los afluentes que desembocan en un río más grande.
Cuando comenzaron a visualizar el puente colgante que cruzaba el foso, el nerviosismo de Link se hizo más patente. Aquello lo enfadaba, porque era una sensación que no podía controlar. Sentía una euforia y vértigo similar a la de galopar con Epona o girar sobre sí mismo con la espada. Su corazón latía con expectación. Era algo que no podía admitir.
Por desgracia, Impa pareció notarlo. Durante todo el viaje habían mantenido un respetuoso y metódico silencio, lo cual agradeció. Estaba acostumbrado a viajar solo, y de esa forma no se fomenta el mantener conversaciones. Era algo que la experiencia le había brindado.
–No sé si debería decírtelo, pero creo que Zelda se sentirá igual de nerviosa que tú cuando os veáis –comentó en voz baja. Era la segunda vez que oía su nombre desde hacía mucho tiempo, y no le gustaba el malestar que generaba en su interior. No le gustaba el simple hecho de sentir algo al escucharlo, fuera lo que fuese.
–¿Entonces tiene que ver con Ganondorf? ¿Qué ha hecho? –preguntó él. No quería hablar de ella. Además, la curiosidad había nacido en él de forma irremediable.
–¿Qué es lo que sabes? ¿Cómo te ha llegado esa información?
Link frunció el ceño al ver que contestaba a sus preguntas con otras preguntas. No le gustaba la gente que hacía eso. –No sé nada en realidad. Malon escuchó algo en la posada de Kakariko. –Entonces recordó la discusión que habían tenido justo antes de que apareciera Impa. Aquello le había molestado más de lo que le gustaría admitir. –No prestó atención al tema, no suele hacerlo cuando se trata de política.
Impa lo miraba, sin mostrar un cambio en su rostro. –Pues lo mejor es que te lo diga la princesa cuando la veas. No es buena idea que te cuente las cosas a medias. –Link gruñó en voz baja. –Pero sí, es por Ganondorf.
Aquello sumió a Link en un silencio lúgubre lo que restó de viaje. Ni siquiera atravesar el foso o el rastrillo de la puerta principal le hicieron recuperar el ánimo. No ocurrió lo mismo a medida que se internaban en la ciudad. Habían pasado cinco años desde la última vez que la visitó y las cosas habían cambiado. Si bien era cierto que la calle principal seguía igual, adoquinada y gris, el número de comercios había ido sustituyendo a los pisos bajos, creando una afluencia de tenderos y clientes que resultaba agobiante.
Link era una persona que no solía enfrentar a grandes multitudes de personas. Prefería los bosques y pueblos más pequeños. Por si fuera poco, llevaba tres años viviendo en un rancho con una única persona haciéndole compañía. Ver a tanta gente lo agobió. Por suerte, montar a caballo le impedía ahogarse en la marea de personas que caminaba a sus lados. Otra cosa que había cambiado era la altura de algunos edificios. Dado que la muralla limitaba el crecimiento de la ciudad, ésta no tenía más opción que ir hacia arriba, como los árboles en un bosque. Aquella relación consiguió tranquilizar un poco su mente.
En cierto momento, la calle se abrió y dio lugar a la enorme Plaza Central. En medio de la misma, una enorme fuente parecía coronar la estancia con el símbolo de la Casa Real. A su alrededor, el mercado central se extendía con sus pequeñas casetas en círculos concéntricos. El ruido del gentío era incluso superior a la de la calle principal. Aquello volvió a provocarle ese entusiasmo electrizante. No podía evitar animarse al ver toda esa vida. Sentía como si se hubiera reencontrado con algo que había perdido hace tiempo, como escuchar una canción que no recordaba.
Atravesaron el mercado y siguieron adelante. Link observaba cada detalle como si fuera un niño pequeño, absorbiendo con aquellos ojos azul oscuro la ciudad a la que había dado la espalda durante tantos años. Impa lo miraba con disimulo, pareciendo disfrutar de aquella faceta tan natural del joven que él mismo parecía reprimir.
Finalmente, llegaron a la entrada principal. El castillo se alzaba ante ellos como un coloso inexpugnable. Resultaba impresionante ver cómo la mano del hombre había conseguido dar forma a algo tan sumamente grandioso. Los enormes torreones ascendían hacia el cielo con formas puntiagudas. Arcos y arbotantes saltaban de una pared a otra, formando intrincadas estructuras que hacían parecer al edificio aún más inamovible. La base eran unos gruesos pilares de roca sostenidos por una larga escalinata y, tras ellos, la enorme puerta de doble hoja de madera oscura, tan impenetrable como el resto del castillo.
A los pies del mismo, dos guardias vestidos con armadura y picas los esperaban, aguardando a que Impa y Link descabalgaran para coger las riendas. Link fulminó con la mirada al que cogió las de Epona.
–Tranquilo, la llevarán a las caballerizas –dijo Impa en voz baja–. No hemos hecho todo esto para robarte a tu yegua.
Redujo la tensión y le dio unas palmadas en la grupa a Epona, solo entonces el intimidado soldado pudo continuar con su trabajo. Subieron por escalinata que llevaba al portón. Éste se abrió cuando llegaron, dando paso al colosal vestíbulo de mármol. A ambos lados, enormes vidrieras parecían iluminar la estancia de colores. En ellas, historias de héroes y monstruos vencidos.
–¿Qué tal tu habilidad con la espada? –preguntó Impa mientras subían por una escalera lateral.
–Me mantengo –contestó Link. Lo cierto es que se sentía bastante en forma, pero tras ver a la enorme cantidad de soldados que había visto hasta entonces, prefirió ceder a la humildad–. Las cosas han estado bastante pacíficas. –Miró a Impa. –Hasta ahora.
Cruzaron un pasillo enorme custodiado por armaduras huecas, esqueletos metálicos en una guardia continua. Entre ellas, unas antorchas encendidas intentaban transmitir una calidez que brillaba por su ausencia en aquel castillo.
–Pues no veo que tengas la guardia muy alta –respondió ella, con seriedad. No lo dijo como reproche, fue más bien la constatación de un hecho–. Deberías estar más atento.
Link frunció el ceño y agudizó sus sentidos. Entonces lo vio. Tras algunas armaduras, escondidos en las sombras, unas figuras desdibujadas parecían observarlo en silencio. Y había más. Entre los pliegues de las cortinas y las esquinas.
–¿Sheikah? –preguntó en voz baja.
–¿Ves algún otro soldado? –preguntó de vuelta.
Era algo en lo que no había caído. Tan impresionado con la arquitectura del enorme edificio había bajado la guarida. Quizás no estaba tan en forma como recordaba. En tiempos de guerra, podría haberlos sentido a todos. O al menos se habría dado cuenta de que llevaban un largo recorrido sin cruzarse con ningún soldado hyliano.
Llegado el momento, las armaduras comenzaron a ser sustituidas por puertas de madera. Se intercalaban con las armaduras dando un aspecto menos hostil. Impa abrió una de ellas, dejando paso al rubio. La idea que Link se había formado en su cabeza sobre la reunión era similar a la que ocurrió cinco años atrás. Conseguiría apañárselas para atravesar los gruesos muros y la guarda para poder llegar a la zona de audiencias. En ella estaría el imponente y barbudo rey Daphness, mirándolo con desagrado, sin duda acompañado por la princesa. Intercambiarían alguna mirada, escucharía el discurso del rey, y acabarían amenazándolo para hacer algo que no quería.
Lo que en ningún momento llego a pensar es que al entrar en esa habitación se encontraría cara a cara con la princesa. Nunca se perdonaría por el pensamiento que cruzó por su mente nada más verla. Recostada sobre un sofá, parecía leer un libro grueso delicadamente encuadernado. Unos tirabuzones le caían por ambos lados de la cara hasta descansar más allá de sus hombros. De una tonalidad rubia, iban oscureciéndose a la altura de las orejas hasta coronar sus puntas en un color más rojizo.
Las líneas de su rostro eran pulcras, delicadas. Perfectas curvas delimitaban sus pómulos y una nariz recta y proporcionada. A diferencia de Malon, no había pecas en su piel, que era de un blanco inmaculado. Sus labios, contrastando con la delicadeza en su figura, sí eran carnosos, aunque de un color rosa igualmente pálido.
Y sin embargo, todo eso quedaba opacado por sus ojos. Eran de un color azul claro que rozaba con el gris, más cercano a un glaciar que al cielo despejado. Igual que una fuerza gravitatoria, absorbieron a Link con una simple mirada, doblegándole contra su voluntad sin siquiera ser consciente.
La recordaba, y aun así todo lo que veía quedaba superado por cualquier imagen que hubiera guardado en su memoria. Había crecido, las curvas de su cuerpo habían ido torneándola hasta una figura esbelta y femenina. A diferencia de él, en altura parecía haberse estancado, y ahora eran igual de altos. Y aun así, un aura regia parecía mantenerla igual de inalcanzable.
Ella también pareció ser tomada por sorpresa, aunque consiguió disimularlo con más elegancia. –Vaya, pero si ya habéis llegado –dijo, levantándose del sofá como un resorte. –Miró a Impa con reproche. –Me dijeron que tardaríais al menos tres días.
–Las cosas salieron mejor de lo planeado –respondió Impa.
Zelda se colocó frente a Link, que seguía aturdido, y le ofreció la mano. –Encantada de volver a verte, Link. Ha pasado mucho tiempo.
Aquella bienvenida pareció traerlo de vuelta a la realidad. Parecía como en los viejos tiempos. Un odio lento y venenoso le recordó que no era así. Observó la mano de la princesa y se la estrechó con fuerza.
–Es un placer, princesa. –Por un momento flaqueó al notar lo suave que era, pero recuperó fuerzas al ver la confusión en su rostro. –Por lo visto, tenéis problemas.
Zelda se recompuso. –¿Qué sabéis? –preguntó, recuperando el tono formal que por algún motivo había olvidado apenas unos segundos antes.
–Nada –respondió él–. Pero si me habéis hecho venir es porque hay problemas, ¿me equivoco?
El tono mordaz que utilizaba no debió pasar desapercibido para ella. A fin de cuentas, vivía en la corte, donde las espadas se mantenían envainadas y los filos eran lanzados con la lengua.
–Pues sí, me temo que hay problemas –asintió al fin–. Pero por favor, tomad asiento.
Link esperó a que ella rodeara el enorme escritorio de madera que regía la estancia, deleitándose con su forma de moverse para finalmente sentarse frente a ella. Impa se colocó a la derecha de la princesa, sin tomar asiento. Link no tuvo el valor de mirarla a la cara, sabía de sobra que no le gustaría lo que vería en ella.
–Ganondorf es el problema –dijo sin miramientos. Link agradeció que fuera directa al asunto. No quería perder el tiempo más de lo estrictamente necesario–. Por lo visto ha declarado la independencia de la región gerudo.
Link no pudo evitar sentirse impresionado ante aquello. –¿Cómo que independencia?
–El reino de Hyrule se mantiene gracias al equilibrio entre libertad y lealtad a la corona. Es lo único que permite convivir a las distintas razas que lo componen. Ellos asumen la autoridad de la Casa Real y a cambio se les permite mantener sus posiciones de poder internas, así como cierta autogestión. Por eso permitimos que haya reyes entre los zora o los gerudo –explicó ella.
También estaba omitiendo que la posición de la Corona con respecto a todo aquello era impuesta. La Guerra Civil había fragmentado el reino y las razas que la componían, creando una frágil paz de la que cada uno de los reyes parecía vanagloriarse.
Link asintió. –Eso ya lo sé. Lo que no entiendo es cómo ha conseguido eso –respondió él–. La ciudadanía es consciente de lo que decís. Respetan a su rey, pero saben que quienes mandan sois vosotros, ustedes –se corrigió al instante. No estaba acostumbrado a hablar así.
–Deja los formalismos –respondió ella, cortante.
No le gustó el tono que utilizó, pero comprendió que el tema era lo suficientemente serio como para no enfocarse en eso. No había venido a pelear, en principio. –Aunque las gerudo sientan devoción por el hombre que las gobierna cada cien años, no son estúpidas, y un enfrentamiento contra el resto de razas no les conviene. ¿Qué ha hecho que la lealtad a su rey sea tan grande que no tengan en cuenta la que os deben a vosotros?
Zelda le retiró la mirada, ligeramente avergonzada. Entonces lo entendió. Aquel error los perseguiría para siempre. –Es por lo de hace doce años, ¿verdad? –Impa frunció el ceño, pero Link no se amedrentó. Todos en esa sala sabían que tenía razón.
–Utiliza el discurso de que reprimimos a su pueblo cuando lo detuvimos sin causa aparente –dijo Zelda–. Habla de un trato denigrante hacia su raza.
–Hicimos lo que nos dijiste, Link –dijo Impa.
–Yo os dije que lo detuvierais, no la chapuza que acabasteis haciendo.
–Se escapó utilizando magia –contestó, enfadada–. No pudimos contenerlo. ¿Qué querías que hiciéramos?
Link dio un golpe con ambas manos en el escritorio. –¡Que lo mataseis, maldita sea!
–No podemos ir por ahí matando indiscriminadamente –respondió Impa–. Habríamos perdido la credibilidad ante las gerudo y el resto de razas.
–Ya la habéis perdido –rio Link con sarcasmo.
–Eso ahora ya no importa –dijo Zelda al fin, dando por finalizada la discusión–. Está claro que no obramos con la presteza necesaria, y todo terminó saliendo mal. Todos coincidimos en ello. –Le lanzó una mirada a Impa, que volvió a recuperar su posición inicial, levantando la vista y frunciendo el ceño.
–¿Cuál es la situación entonces? –preguntó Link al fin, reencauzando la conversación.
–Las gerudo coronaron a Ganondorf hace una semana –respondió–. Detuvieron las obras que estaban llevando a cabo en el Templo del Espíritu y expulsaron a todos los obreros extranjeros.
Zelda hincó los codos en la mesa, entrecruzando las manos bajo la nariz. Desde su ángulo, Link solo podía mirar aquellos ojos claros. –Han permitido a los zora y a los goron seguir visitando la Fortaleza Gerudo, aunque solo a las mujeres, como mandan sus tradiciones, y con los pases de membresía. A los hylianos se les ha vetado la entrada aunque me han reportado casos de que algunas mujeres si las abala una gerudo pueden entrar.
–¿No ha habido ningún levantamiento? –preguntó Link, sorprendido.
Zelda negó con la cabeza. –Cuando Ganondorf llegó al poder abrió la Fortaleza al comercio. Dejaron atrás sus viejas costumbres y comenzaron a enriquecerse. Con eso se ganó el apoyo del pueblo. Tampoco ha habido bajas ni amenazas a la Corona. Desarmaron a los guardias que había por la zona y los soltaron al otro lado del Valle.
–Pero entonces, ¿cuáles son las consecuencias de todo esto, si no ha habido muertos? ¿No pretenden atacar la Ciudadela?
–Quieren autogobierno total, Link. No pagar impuestos, que no haya sometimiento de ningún tipo a la Corona Real. ¿Eres consciente de lo peligroso que es eso?
–¿Qué queréis que haga? –Por el tic en su ceja, vio que a Zelda no le gustaba el desdén con el que imbuía su voz.
–Necesitamos que acabes con esa rebelión, Link. Acabar con Ganondorf. –Lo dijo con un tono monocorde, como si lo hubiera ensayado y repetido mil veces. –Pondremos a tu disposición todo lo que necesites. Hombres, armas, recursos. Convocaremos a los líderes de las distintas razas para que nos entreguen las gemas. Abriremos el Templo del Tiempo si lo ves necesario.
Un altar. Una ventana. Una amiga que desaparecía en los brazos de la luz. Pasado y futuro fundiéndose en el filo de una espada. Todo lo que Link había sido, todo lo que dejó de ser cuando terminó su aventura. El altar del tiempo y la Espada Maestra. Solo los recuerdos como testigo de la verdad. El principio y el final de una historia.
Link se mantuvo en silencio durante un tiempo, despegándose de aquellas memorias que lo atormentaban. Zelda e Impa lo miraban, expectantes. Al final levantó la vista. Su rostro había perdido toda emoción. Sus ojos oscuros atravesaban a Zelda. –¿Y bien? ¿Ayudarás al reino una vez más?
–No.
El rostro de Zelda se quedó petrificado. El silencio reinó en la estancia como un gas venenoso. Se expandió por las esquinas y los muebles, cubriéndolo todo. Una anestesia que parecía separar aquella habitación del resto del mundo.
–¿Cómo que no? –preguntó Impa, rompiendo aquella calma frágil.
Zelda seguía en silencio, mirando a Link, buscando una respuesta. Debía esperar complicaciones, discusiones, exigencias. Debía esperar que, en la más retorcida de las situaciones, le hubiera echado en cara cosas, pero no un no. No una negación tan rotunda. Necesitó unos segundos para poder articular palabra.
–Sabes a quién nos enfrentamos –dijo al fin, en un susurro.
Link se inclinó sobre la mesa. –El problema no es mal, princesa, sino vuestro gobierno. –Impa pareció ir a decir algo, pero Link continuó. –Solucionad vuestros propios problemas y no recurráis a un héroe de usar y tirar.
Después se puso en pie y se dirigió a la puerta. –Link, aún no hemos terminado –dijo la sheikah al fin.
El rubio se volvió, pero no miró a Impa, sino a Zelda. Ella lo escrutaba en silencio, sin cambiar un ápice su postura. Trataba de leer algo en él que no terminaba de comprender. –Deja que se vaya, Impa.
Y sin más, el héroe abandonó a su princesa.
Notas de autor: Cuando pienso en escribir cualquier fic o relato, siempre imagino ciertos eventos que quiero que ocurran y después los entretejo, creo ese algo entre ellos que acaba siendo la trama. Pues bien, este capítulo, esta conversación con Zelda, fue el primer evento que se me vino a la cabeza cuando me planteé hacer esta historia. Por curiosidad os diré que el segundo es el final, así que aún queda para eso.
Otro de los objetivos de este capítulo era contextualizar cómo se encuentra el reino tras los 12 años. Qué paso, qué medidas se tomaron cuando Link volvió. El tema de Ganondorf es obvio, pero también el estatus de los sheikah. Más adelante profundizaré en ello, pero quería mostrar las primeras pinceladas.
23-Juliet: Qué bien tenerte en este barco jajaja. En cuanto al tema del "canonicismo", sí es verdad que he intentado que todo encaje. Me encantan las licencias creativas en estos temas, pero mi objetivo era crear algo que fuera lo más fiel posible al material que se nos da en los juegos y solo inventarme cosas a las que no se hace referencia. Aun así, no puedo hacerlo todo igual porque necesito flexibilidad para desarrollar lo que quiero contar. No diré más por ahora jaja. Espero que te guste.
