Capítulo 4. Una visita indeseada.

Malon se entretenía cuidando a los cucos. Las pequeñas y regordetas aves danzaban por el corral de forma despreocupada, picoteando entre las pajas para encontrar grano. A los lados del edificio tenían unos estantes donde dormían y ponían los huevos. Malon aprovechaba cuando les daba de comer para que dejaran el espacio libre y poder recolectarlos. Más tarde, cuando volvían, la confusión se hacía con ellos durante horas.

Aquello mismo había pasado con Link. Desde que llegó que de la Ciudadela, parecía cambiado. Si bien la recibió con una sonrisa y un beso, sus ojos no parecían enfocarse en nada. En ocasiones lo veía parado, absorto en sus pensamientos mientras miraba al oeste. Lo conocía, y sabía que algo le reconcomía por dentro, pero también que no se lo diría a ella.

Terminó de guardar los huevos en la cesta de mimbre y salió al exterior. El rancho que su padre le había dejado cubría casi una hectárea. Contenía varios edificios de madera: establos, graneros y corrales, además de la casa donde ellos vivían. Todo ello estaba dispuesto de forma circular para dejar espacio a la enorme explanada de los caballos. En ella podían trotar y moverse con cierta libertad.

A lo lejos vio cómo Link sacaba una enorme bala de heno del granero. Las compraba en Kakariko cada cierto tiempo, asegurándose de que tuvieran forma de cilindro para poder arrastrarlas rodando. Cuando entró en la zona de los caballos, la mayoría de ellos comenzaron a trotar a su alrededor. Tenía buena mano con los caballos, y eso era algo que a Malon la había enamorado.

Sin previo aviso, Link se irguió, mirando en su dirección. Ella levantó la mano a forma de saludo, él tardó un poco más en hacer lo mismo, pero después señaló en su dirección. Malon siguió su indicación y vio cómo tras ella, en la entrada del rancho, entraba Ingo conduciendo su carreta.

Malon se acercó sin tratar de fingir que se alegraba de verlo. Ingo había sido el socio de su padre durante muchos años hasta que, a su muerte, mostró ser una persona ruin y desleal. Intentó por todos los medios quedarse con la escritura del rancho, ya fuera falsificando documentos o esparciendo rumores falsos. Por suerte, cuando todo aquello ocurrió, Link estuvo allí para ayudarla.

–Hola niña –saludó Ingo. Sabía que le molestaba que la llamasen así, algo que solo hacían él y su padre–. Cada vez que paso por aquí me pregunto si merece la pena hacer el camino. Creo que salgo perdiendo.

Malon sabía que eso era mentira. Por poco que le compraran, los precios a los que les vendía sus mercancías sacaba beneficios más que suficientes. –Estoy segura de que tus compradores podrán sobrevivir sin ti.

–Bah, minucias –respondió Ingo. Era lo que siempre decía cuando se quedaba sin argumentos. Se bajó del carro y fue a la parte de atrás–. Venga, ven. A ver si hay algo que te interese.

Con ambas manos en las caderas, Malon hizo lo que decía. El tamaño del vendedor le resultaba extrañamente pequeño, ya que al haberse criado con él siempre lo había visto como un gigante, igual que su padre. Sin embargo, el tiempo había pasado para todos. Mientras descargaba su mercancía, Malon se fijó en que su poblado bigote comenzaba a tener canas. No era algo en lo que hubiera reparado antes, pero ahora saltaba a la vista. También le sorprendieron las bolsas oscuras que se le habían formado bajo los ojos.

–¿No has dormido? –preguntó sin pensar.

Ingo le lanzó una mirada recelosa. –¿Cómo piensas sino que iba a llegar tan pronto?

–¿Pero por qué? ¿No cierran la ciudadela por la noche? Podría ser peligroso.

–El alojamiento en la Ciudadela es muy caro, así que prefiero salir antes de que suban el puente levadizo y llegar por la mañana a Kakariko –razonó el comerciante.

–Mira que eres tacaño –suspiró Malon–. Bueno, ¿qué has traído?

Ingo se había subido en su carro y miraba entre los barriles. Abrió uno de ellos. –Tengo carne en salazón. Te duraría un mes si lo guardas en seco. –Malon negó con desagrado. –Creo que al rubio alelado le gustaría comer carne de vez en cuando, ¿no crees?

–Link no se queja de comer verdura –respondió, hermética.

–Vale, lo que tú digas. –Tropezó con un pequeño barril del tamaño de un joyero. –Mira por dónde. ¿Qué te parece un poco de vino?

Destapó el pequeño corcho que taponaba un lateral del barril y se lo acercó a Malon. Ésta lo olió, y negó con un mohín. –Ese está muy fuerte. ¿Tienes sidra?

A Ingo se le iluminaron los ojos. –Sidra, sí. Compré un par de barriles. –Se volvió a alejar hacia los barriles más lejanos. –Pero la sidra se vende muy bien en Kakariko, os costará un buen puñado de…

Malon se extrañó cuando dejó de oír la voz de Ingo. Se subió al carro y lo vio mirando fijamente el interior de uno de los barriles. Se acercó a él y, al asomarse, unos ojos asustados le devolvieron la mirada. –¡Oh, Diosas! –gritó.

–¿Qué demonios estás haciendo ahí dentro, desgraciada? –gruñó Ingo–. Maldita polizón, me has costado un barril de sidra.

–Ingo, por favor –le regañó Malon. La chica se mantenía ovillada en el fondo del barril, temblando. Tenía el pelo pegajoso y sucio, y vestía como una sirvienta–. ¿No ves que está aterrada? Ayúdame a sacarla de ahí.

Malon se acercó al barril y le ofreció una mano. –Ven, no tengas miedo.

La chica la miró con un gesto desconfiado, pero terminó aceptando la mano y, lentamente, fue saliendo del barril. Fue entonces cuando reparó en unas marcas moradas que cubrían su muñeca. Aquello no tenía buena pinta. Además, en su pelo podían verse motas cobrizas. Sangre. Parecía haber escapado del infierno.

Ingo debió de verlo también, porque comenzó a andar hacia atrás. –Oye, Malon. Yo no sé nada de esto… Ni quiero saberlo.

–¿Vas a desentenderte? ¿Has visto en qué estado está la pobre?–preguntó, indignada. Miró a la chica, que tenía unos inquietantes ojos azules. –¿Oye, cómo te llamas?

La chica miró a Ingo, que no le sostuvo la mirada, y después a Malon. Negó con la cabeza en silencio. Tendría que resolver su identidad más tarde. –Bueno, no te preocupes –resolvió finalmente–. Lo primero será que te laves y te cambiemos esas ropas. Creo que puede valerte algún vestido mío.

Sin soltarla de la mano, la ayudó a bajar de la carreta. Temblaba como una hoja al viento. Fuera lo que fuese que le había pasado, debía de haber sido algo traumático. La guio hacia la casa, pero la voz de Ingo le hizo darse la vuelta. –Malon… Yo me voy ya –carraspeó al fin. Cruzó una mirada rápida con su polizón–. No… no diré nada.

Y dicho eso, corrió a su carreta para girar el caballo de vuelta al camino. Malon no se lo tuvo en cuenta, Ingo no era alguien de quien se pudiera esperar cualquier atisbo de heroísmo. Podía darse por satisfecha con que no fuera pregonándolo por Kakariko. Lo mejor sería no correr la voz sobre su localización. Solo con ver las marcas que tenía en la mano le daban una idea de qué tipo de gente podría haber huido, y no los quería por el Rancho aunque Link estuviera con ella.

Cuando entraron en el pequeño comedor, Malon invitó a la chica a sentarse en una de las sillas de madera y paja. Era como guiar a un niño pequeño que acaba de aprender a andar, tirando de ella como si no tuviera voluntad. –Espérame aquí, voy a buscarte algo de ropa y te lavaremos un poco.

Subió las escaleras con rapidez y entró a su cuarto como una exhalación. No quería dejarla sola después de la situación en la que parecía estar, así que abrió su armario y trató de escogerle algo que ponerse sin perder mucho tiempo. No se había fijado demasiado en el talle de la chica, pero a primera vista parecía tan alta como ella a pesar de caminar ligeramente encorvada. Tenía una cadera similar a la suya y quizás algo más de pecho, pero entraría en un vestido ancho de los que nunca utilizaba.

La encontró en la misma posición en la que la había dejado. Sentada con las manos sobre las piernas y la espalda recta en una posición que casi parecía regia. –Creo que esto te valdrá –le dijo, extendiendo el vestido. Ella pareció mirar a través de él–. Vamos a darte ese baño.

La puerta de fuera se abrió sin previo aviso, dando paso a un ruidoso Link. –Oye, ¿se ha ido Ingo ya? ¿Has comprado…? –La pregunta murió en sus labios cuando vio a la chica sentada en la silla.

Ella, a su vez, clavó sus ojos azules en él, sin dar crédito a lo que tenía delante. –Link… –susurró con voz ronca, como si hubieran arañado el interior de su garganta.

–Link, Ingo y yo hemos encontrado a esta chica en un barril –comenzó Malon. Entonces se detuvo al ver cómo los dos intercambiaban miradas. Reparando en lo que había dicho la chica, preguntó–. ¿Os conocéis?

–Oh, mierda –consiguió decir Link. Entonces se miraron, y ella pudo ver en sus ojos la angustia de quien se enfrenta a sus propios fantasmas–. Princesa.


Link daba vueltas por el salón como si fuera un viejo gruñón, susurrando y maldiciendo en voz baja. Malon había bañado a Zelda en una tina de madera que tenían en la parte trasera de la casa. Le había prestado ropa de su fondo de armario y ahora estaba acostándola en la habitación de la planta baja. A pesar de ser medio día, la princesa parecía exhausta.

La mala suerte de Link era tangible. Por una parte, el reencuentro con la princesa había sido un duro golpe, como un moratón que no duele hasta que se presiona. Hasta ahora se había protegido en una coraza de resentimiento e ironía, pero el haberla visto después de tanto tiempo, tan radiante y madura, había conseguido que se reencontrase con una faceta vulnerable de sí mismo que ya no recordaba. Y dejando de lado el tema sentimental, conseguir sacar el valor suficiente para ponerle punto y final a una historia que nunca terminaría había sido duro. Había tenido que negar lo que su corazón le pedía por el bien de su raciocinio, por lo que sabía que era justo. Además, una voz en su interior le susurraba que el problema de Ganondorf era algo mucho más serio de lo que en un principio parecía. Que no hubiera habido muertes no significaba que fuera un asunto menor, sino que estaba siguiendo un plan cuyo objetivo aún estaba por ver.

Malon entró en el salón tratando de no hacer ruido. Link veía en ella una confusión a la que no estaba acostumbrado. Normalmente ella tenía la solución para los problemas banales, pero casos como estos superaban a cualquiera.

–Ya está dormida –dijo al fin. Se sentó junto a Link y con la cabeza agachada, mirándose la palma de las manos. Después se frotó el brazo–. Tenía un moratón en el brazo. A la altura de la muñeca.

Link frunció el ceño. Aquella era otra incógnita. El pelo, la ropa, la sangre en el pelo. Aquello era un puzle al que le faltaban demasiadas piezas.

–No tiene sentido que una princesa tenga ese tipo de marcas –continuó la pelirroja–. Tiene pinta de haber escapado de algún tipo de…

–¿Algún tipo de qué? –preguntó Link, desconcertado.

–No lo sé… es solo que… ¿Tan seguro estás de que es la princesa?

Link la miró a los ojos con exasperación, como si estuviera diciendo una tontería. –Es Zelda, Malon.

–Es que ese no es el aspecto de una princesa. Debería estar rodeada por guardias, ¿cómo se haría un moratón? ¿Y has visto su pelo? Tenía sangre.

–Yo tampoco lo entiendo, pero es ella. –Malon lo miró con el ceño fruncido. –Créeme, no… no puede ser otra persona.

–Quizás ha pasado algo en el castillo, aunque tampoco lo entiendo con todos los soldados que la protegen –continuó. En su cabeza se dibujaban los gruesos muros de piedra, las picas de los soldados y los ojos rojos de los sheikah.

–¿Un secuestro, quizás? –propuso Malon.

–No lo sé.

–Si la hubieran secuestrado la tendrían a buen recaudo para pedir un rescate –razonó ella–. A lo mejor huyó de sus secuestradores.

Con un suspiro cansado, Link se apoyó en el respaldo de su silla. La historia comenzaba a complicarse de nuevo. –Yo solo quiero que nos dejen en paz –dijo al fin–. No me importa lo que haya pasado.

–¿En serio? –preguntó Malon, cruzando los brazos–. No esperaba una actitud tan cobarde por tu parte.

Aquel comentario le tocó la fibra sensible. –No es cobardía, Malon. Así es como empiezan los problemas. Un encuentro y un misterio. Parece solo eso, pero después te cae una cascada de problemas que no terminan nunca. –En aquel momento no hablaba solo el resentimiento, sino también la experiencia. –No, no puede quedarse aquí.

Malon se puso en pie frente a Link, con los brazos en jarra. –¿Qué propones? ¿Que la metamos de vuelta al barril? ¿Que la abandonemos en la Pradera? No podemos hacer eso, Link.

–Es una princesa, no un niño sin casa. Tendrá algún lugar al que ir.

–Kakariko –dijo una tercera voz.

Ambos se dieron la vuelta y vieron cómo Zelda se asomaba por la puerta. Vestía la ropa de Malon, pero no la vestía igual. Parecía insuflarle una belleza limpia a cualquier prenda que llevase. Lo peor era que lo hacía de forma inconsciente. Quizás solo era su postura, quizás solo eran sus ojos. Todo en ella parecía hablar de realeza. Link no entendía cómo Malon podía siquiera cuestionar quién era. Estaba clarísimo.

–Hola –dijo Malon al fin, acercándose a ella–. Creíamos que estabais dormida.

Zelda se pasó la mano cerca del hombro, donde pocos días antes se encontraba su cabello. Al no tocar nada, hizo de ella un puño y volvió a soltarlo. –Perdonad, no pude evitar oír vuestra conversación. –Miró a Link. Éste la fulminó de vuelta, pero ninguno apartó la mirada. –Link tiene razón. No puedo quedarme aquí. No quiero meteros en problema.

–Pero, ¿qué es lo que os pasó? –preguntó Malon.

–Lo siento… Malon, ¿verdad?–dijo Zelda, con prudencia, dirigiéndose a ella. Ésta asintió, con una sonrisa orgullosa–. Lo siento, Malon, pero son asuntos peligrosos. Cuanto menos sepas, mejor.

La princesa volvió a intercambiar una mirada significativa con Link, como si quisiera darle a entender que era algo serio de verdad. Él lo intuía, pero aquello no implicaba que quisiera saberlo. Frunció el ceño más aún como respuesta.

–¿Tiene que ir a Kakariko? –preguntó de nuevo la pelirroja.

–Así es –asintió Zelda–. Impa me dijo que… –Le lanzó una fugaz mirada a Malon. No se fiaba de ella. Link por el contrario no pensaba decirle que se fuera. La princesa desistió. –Impa me dijo que me estaría esperando en la posada de Kakariko. Es ahí donde hemos quedado.

Malon miró a Link, que a su vez desvió la mirada. –Link… –dijo de forma cansina.

–Está bien –asintió al fin–. Mañana tendré que ir de todas formas. No hemos comprado nada a Ingo.

–Muchas gracias –dijo Zelda. Link iba a aclararle que no lo hacía por ella, pero al ver cómo ésta se dejaba caer en la silla con alivio, prefirió callarse.

Una noche más, Link no pudo pegar ojo. Ser consciente de que Zelda dormía a escasos metros de donde estaba él se le asemejaba a un mal sueño, algo irreal. Los problemas lo perseguían, el ciclo eterno al que estaba condenado. Daba igual adónde huyera porque siempre lo encontraría.

Cuando los cucos dieron el día por comenzado, estaba de un humor tan negro como el carbón. Ni siquiera los intentos de Malon por animarle cambiaron aquello. Bajó por las escaleras y se encontró a Zelda en la cocina con la ropa del día anterior. Aun así, parecía acicalada y lista para salir. Cuando vio a Link, le dedicó una sonrisa de disculpa. –No he podido pegar ojo.

Él asintió. No pensaba compartir que a él le había ocurrido lo mismo. Tampoco quería conocer sus motivos. Vio cómo Zelda se apartaba de la cocina para dejarle espacio. –Intenté prepararos algo de desayuno, pero la verdad es que no tengo mucha idea de cocinar. Soy más de comer.

Link se giró extrañado de que la princesa, apenas un día después de aparecer sucia y asustada, acabara de hacer una broma. Por lo visto, el tener un objetivo había conseguido subirle la moral. Aquello le hizo pensar que quizás a ella tampoco le estaban saliendo las cosas bien últimamente, pero desechó aquellos pensamientos. La empatía hacia la gente egoísta era el mayor de los desperdicios.

Sacó una botella de leche de la despensa y la vertió en dos vasos. Le ofreció uno a Zelda. Después removió las brasas del fuego del día anterior y comenzó a freír dos huevos. Empezó a sentirse algo incómodo cuando notó cómo Zelda lo miraba sin perder un detalle. –No sé qué sueles desayunar, pero tampoco puedo ofrecerte mucho más.

–Cualquier cosa está bien, gracias –respondió ella con rapidez.

La primera tanda de huevos fue para Zelda. Mientras preparaba la segunda, Malon bajó por las escaleras. Parecía igualmente sorprendida de que la princesa estuviera despierta. –Vaya, tenemos a otra madrugadora.

Zelda giró la cabeza sin comprender, pero Link le dirigió una mirada asesina. Malon lo ignoró. –Link tampoco ha pegado ojo.

Link gruñó como respuesta.

Malon fue a la puerta sin amago de desayunar. –Princesa, ¿quiere ver a los caballos?

Zelda asintió, con un deje de emoción. –Claro. Pero por favor, tutéame. A fin de cuentas soy tu invitada.

Ambas abandonaron la habitación y volvieron a dejar a Link con su desayuno y sus pensamientos quedándose fríos. Al final llegó a la conclusión de que cuanto antes solucionara todo aquello, antes acabarían sus problemas. Engulló lo que quedaba en el plato y salió afuera.

Las chicas estaban en el interior del corral de los caballos. La luz del Sol matutino le permitía distinguir perfectamente quién era cada una. Malon acariciaba a uno de los caballos, gesticulando exageradamente. Todo en ella era emoción cuando había caballos de por medio. Lo tenía en la sangre. Por otra parte, Zelda la escuchaba atentamente, aunque se sujetaba las manos a la espalda y se mantenía a una distancia prudencial. Sin hacerlas demasiado caso, fue hasta el establo principal para preparar a Epona.

Cuando llegó, la encontró zapateando con nerviosismo. En los momentos de verdadera importancia, su yegua era como un espejo de su mente. Esa conexión le había ayudado en multitud de momentos críticos, evitando ser sorprendido o dando el máximo de sí mismo si era necesario. Sin embargo, con una sombra acumulándose en su pecho, no era más que una mala influencia para el pobre animal.

Sin tratar de acercarse, fue hasta el arcón y lo abrió. Su espada esperaba paciente como siempre. El no titubear al cogerla le dio una pequeña sensación de satisfacción. La apoyó en la pared y desdobló los ropajes verdes que descansaban bajo ella. Al extenderlos vio que no le valían. Era consciente de ello, y tampoco pensaba ir vestido como un kokiri teniendo veintidós años.

Volvió a doblarlas y las dejó en el arcón. Sacó unas correas de cuero que había junto a ellas y se la colocó a la espalda. Cerró el arcón y desenvainó la espada. El ruido que hizo la hoja al salir de la vaina lo relajó. A pesar de ser un sonido relacionado con la muerte, la familiaridad no siempre venía de un recuerdo agradable. La esgrimió en el aire con rapidez, dando un par de estocadas y haciendo un par de arcos bajos, y la devolvió a su vaina. Se la colocó en la espalda con la naturalidad de alguien que lo ha hecho mil veces.

Más relajado, se acercó a la yegua y pegó la cara al lateral de la de ella, que también parecía más tranquila. Le susurró palabras en voz baja mientras la ensillaba, poniendo más atención en el tono que en su significado. Después vinieron las riendas y las alforjas. Al final, se entretuvo un poco acariciándola. La yegua se dejaba hacer, manteniéndose inmóvil y con las orejas bajas. Finalmente, la montó y salió del establo.

Fuera les esperaban Malon y Zelda, estando la última también montando a una yegua pinta. No parecía demasiado segura sobre su grupa, pero Malon había escogido bien. Era una yegua joven pero tranquila. Para alguien sin mucha experiencia o acostumbrada a caballos bien amaestrados, iría de perlas.

–Sí que has tardado –se quejó Malon. Entonces vio el pomo de la espada sobresaliendo su espalda y su rostro se oscureció–. ¿Es necesario que lleves eso?

Aunque sonara como un reproche, Link sabía que no era el caso. Si le estaba preguntando eso es porque se preocupaba de que fuera a enfrentarse a algún peligro. Esa faceta tan desinteresada de la chica le encantaba. No había malicia en ella y esa bondad le hacía sentirse mejor, como resguardarse del frío en un hoguera.

–No te preocupes –respondió Link. Una extraña sensación de pérdida se hizo súbitamente con él. Se bajó de Epona y la abrazó con fuerza. Malon, sorprendida, tardó un segundo en corresponderle.

–¿Pasa algo? –preguntó ella, extrañada. Link negó con la cabeza, haciéndole cosquillas en las orejas con su flequillo. Cuando rompieron el abrazo, Malon lo besó en los labios–. Pues ten cuidado y vuelve pronto, ¿vale?

Con una sonrisa fugaz, Link asintió y se subió de nuevo en su yegua. Zelda lo esperaba varios metros más adelante. Se había alejado disimuladamente para darles algo de privacidad. Le pareció un gesto noble por su parte, lo que redujo el rechazo visceral que le producía verla.

–Adiós, Malon –dijo Zelda, gesticulando con una mano–. No pienso olvidar lo que has hecho por mí. Muchísimas gracias.

–No es nada, princesa –contestó ella, con una sonrisa amable–. Espero que consigas encontrar solución a tus problemas.

Finalmente salieron del rancho. Un mundo dorado se extendía frente a ellos. Link notaba a Epona bajo sus piernas. No pudo evitar soltar un suspiro de complacencia que seguro llegó a oídos de la princesa. Sacudió las riendas.

Dirección: Kakariko.


Notas de autor: Una de las cosas en las que quería en esta historia, sobre todo al principio, es que si Link o Zelda tienen un interés amoroso que no es el que "nos gusta", tampoco hace falta demonizar al personaje en cuestión. Es más, creo que hacerlo simplifica mucho el tema de las relaciones. La gente no suele ser malísima o buenísima.


23-Juliet: Me encantan tus dudas, vamos a seguir manteniéndolas jajaja. En cuanto a Sheik, creo que tener a Zelda de OoT y no darle cabida sería un verdadero desperdicio, eso sí, tiempo al tiempo. Lo que comentas del rey es algo que no había caído pero es cierto que puede parecer precipitado si no hay presentación previa. En cuanto a que sabía que Link es el héroe, he asumido que tras los eventos de OoT, cuando vuelve del futuro, habló tanto con Zelda como con él así que entiendo que ahí debió de enterarse. Es un filón interesante, ¿qué sabe la familia real de la "leyenda"? Gracias por tus opiniones :)