Capítulo 5. La espera.
La yegua de Zelda parecía habituarse con una sorprendente facilidad a su jinete. A pesar de que la princesa solía montar, acostumbraba a hacerlo en el mismo caballo: un enorme y manso palafrén castaño criado en las enormes caballerizas de la Ciudadela. Conocía sus tics y manías, así como él los descuidos de su jinete.
A su lado, Link montaba en silencio. Zelda había notado que su presencia le generaba un incomprensible estrés al chico. Lo notaba en su mirada, en sus gestos y en la línea que hacían sus hombros. Y aun así, el montar en su yegua, cargando una espada en la espalda y con toda la pradera de Hyrule extendiéndose a él, parecía relajarle. Lo notaba sereno, mimetizado en su entorno, como si hubiera nacido para hacer eso.
Le parecía curioso el camino que seguían, ya que ella misma lo había hecho el día anterior, aunque encerrada en un barril. De aquella forma, se perdió en el precioso paisaje. Los colores de las hojas de los árboles parecían augurar que se acercaba el otoño, comenzando a marchitar aquel vívido verde en unos colores rojizos y amarillentos. La hierba por el contrario parecía haber superado aquella transición, teñida ya de un dorado que recordaba a mañanas refrescantes y tardes suaves. Cuando las ligeras protuberancias que había creado la tierra fueron aplanándose, la figura de la Ciudadela quedó marcada en el horizonte. Al verla, no pudo evitar recordar los últimos sucesos. Su padre, Impa, la huida, la guerra que se cernía en el oeste y Ganondorf preparándose para arrasar con todo.
La paz y belleza que la rodeaba pendía de un hilo, y sus esfuerzos por evitar que éste se rompiera parecían insuficientes. La garra de la ansiedad comenzó a ascender por su estómago, agobiándola. Apretó con fuerza las riendas, haciendo que sus nudillos se tiñeran de blanco. A pesar de no tirar de ellas, su yegua pareció notar su cambio de humor, relinchando en forma de protesta. Aquello llamó la atención de Link, pues sintió cómo aquellos ojos azules analizaban cada cambio en su postura. Después dirigió la vista al horizonte y pareció sacar algunas conclusiones al ver la silueta de la Ciudadela.
–¿Qué tal vas con Dove? –preguntó al fin. Malon había mencionado el nombre de su yegua, pero se me había olvidado con los nervios. Tampoco se le había pasado por alto que era la primera vez que era él quien se dirigía a ella.
–Bien, bien, es muy tranquila –consiguió decir–. Ha sido culpa mía, tengo la cabeza…
–¿Podrías llevarla a un trote ligero? –le interrumpió él.
Zelda frunció el ceño, sin saber bien adónde quería llegar con eso. –Creo que sí, ¿por qué?
–Sígueme –respondió él. Con un gesto seco, sacudió las riendas, espoleando a Epona para que forzase un ritmo mucho más rápido.
Zelda tardó un segundo en reaccionar. Al igual que hacía con su palafrén, hincó los talones en los laterales de la yegua y movió sus riendas. Dove respondió al instante, arrancando con unas ágiles zancadas que la colocaron a la velocidad de Epona.
En un momento, Link la sorprendió virando a la derecha, saliéndose del camino. –¡Link! –exclamó ella, pero al no obtener respuesta, incitó a Dove a que tomara el mismo rumbo. Resultó muy gratificante ver cómo el cambio de terreno no le hacía aminorar la marcha. Su yegua absorbía cualquier irregularidad y ella se sentía como en un trono.
Vio cómo Link espoleaba más a Epona, haciendo que aumentase la velocidad. Zelda tuvo sus reservas, pues no conocía a su montura lo suficiente como para ponerla al galope, pero terminó por ceder. En el momento en que cambió el ritmo notó cómo la potencia de la yegua la movía hacia atrás. Tuvo que hacer fuerza con los muslos para mantener el equilibrio y seguir su movimiento.
El camino era irregular, lleno de piedras, pequeños arbustos y troncos de madera por el suelo, pero a caballo ambos pasaban como una exhalación. Epona abría un sendero invisible, y Dove lo seguía a poca distancia. Era excitante galopar de esa forma por la pradera, liberándose de senderos y límites preestablecidos. Finalmente se encontraron de nuevo con el camino y se incorporaron a él. Zelda razonó que aquel camino sería el que iba desde la Ciudadela hasta Kakariko, porque en ningún momento habían dejado de dirigirse hacia el noreste. Frente a ellos se dibujaba el contorno de la Montaña de la Muerte, con una nube grisácea coronando su cima.
–Atenta –avisó Link, cáustico. Frente a ellos, el terreno se interrumpía por el cauce del río Zora. A diferencia del recorrido que hacía cuando rodeaba la Ciudadela por el flanco norte, donde ya circulaba una mayor cantidad de agua, aquí lo hacía con un caudal más modesto. Aun así, para permitir el paso de carromatos y caravanas habían construido un puente con grandes maderos. No era una gran logro arquitectónico, pero cumplía con su función.
Ambos lo pasaron bajando el ritmo. Confiaban en sus monturas, pero dado que el puente no tenía barandillas, tampoco querían arriesgarse a acabar en el agua. Tras pasarlo, retomaron el ritmo inicial. Link volvió a ponerse a su altura.
–¿Qué ocurrió? –preguntó. Gracias a aquella pequeña escapada y el paso por el río, por un momento había conseguido distraer su atención del oscuro asunto en el que se veía atrapada.
–No lo sé.
Link frunció el ceño, mirando hacia delante. Su forma de ser era algo compleja. El camino parecía haber aplacado su mal humor inicial, pero su actitud para con ella seguía siendo igual de hosca. Era como si tuviera algo en su contra.
Continuaron parte del recorrido en silencio, y al final Zelda retomó la conversación. –No es que no quiera contártelo, es que realmente no entendí ni yo qué pasaba. –Aquello pareció recuperar la atención de Link. –Estaba hablando con mi padre sobre el problema con las gerudo. Le comenté que no querías ayudarnos y se enfadó.
Miró a Link, buscando en él algún cambio al decir aquello. Al menos por fuera no lo hubo. Se le pasó por la cabeza darle más detalles sobre la discusión con el único objetivo de ver si mostraba alguna reacción. Sin embargo, se abstuvo de hacerlo; no quería aumentar las tiranteces con él.
–Después fue cuando empezó a comportarse raro –continuó. A su cabeza volvieron imágenes del rey de Hyrule caminando por la estancia, desquiciado y tirándose del pelo–. Hablaba cosas sin sentido sobre que el mal iba a volver y de que habíamos perdido el tiempo. –Aquello sí produjo un cambio en el rostro de Link que, por enésima vez, frunció el ceño.
De forma inconsciente, se llevó la mano izquierda al dorso de la derecha, frotándose aquel símbolo que ambos compartían. –Dijo que debía ocultar mi Trifuerza de su alcance, que no debía hacerse con el poder de más partes de ella o rompería el equilibrio. Y entonces… entonces dijo… –Se le quebró la voz.
Respiró hondo, y las palabras salieron de ella como una cascada. –Dijo que tenían que encerrarme en los calabozos, que era el único sitio seguro. Ordenó a Impa que lo hiciera. Y yo me resistí. Los otros sheikah mataron a los guardias. Y luego… luego Impa los distrajo y me llevó al muelle de carga. Me cortó el pelo y me metió en un barril.
Miró hacia arriba, evitando que se le anegaran los ojos de lágrimas. Link no apartaba la vista de ella. Sus ojos oscuros le mandaban un mensaje que no lograba comprender, no entendía qué pasaba por su cabeza. Esperó su respuesta, pero ésta tardó en llegar. Era como si estuviera procesando toda la información, como si tratara de montar aquel rompecabezas mentalmente.
–¿Qué dijo Impa? –preguntó.
–Pues… –comenzó, tratando de recordar–. No sé, habló de que no confiara en nadie, y que me esperaría en la posada de Kakariko. Dijo que estaría allí antes que yo.
Link asintió con lentitud. Parecía como si fuera a decir algo, pero al final no lo hizo. A lo lejos comenzaron a distinguirse unas volutas de humo indicaban la ubicación del pueblo. Aquello terminó de diluir los esfuerzos de Link por hablar. Estaba claro que no era de los que malgastaban palabras. Mientras se acercaban al pueblo, Zelda sintió cómo su nerviosismo crecía más aún. Se sentía insegura en un lugar que no conocía, y no podía evitar pensar qué pasaría si Impa no aparecía, si el mal que aquejaba a su reino empeoraba, o qué pasaría con su padre. Por si fuera poco, también se separaría de Link. El chico había conseguido transmitirle una sensación de seguridad de la que no había sido consciente hasta ahora que sus caminos iban tomar rumbos distintos.
La entrada al pueblo estaba delimitada por un enorme arco de madera en el que se podía leer Kakariko. A su lado, un soldado real hacía guardia con su pica en alto. Por un momento pensó revelarle su identidad, pero recordó las palabras de Impa y optó por la prudencia. Por otra parte, el hombre sí saludó a Link, que respondió con un ligero asentimiento.
A pesar de ser la princesa de Hyrule, Zelda nunca había ido a Kakariko. Se trataba de un pequeño asentamiento hyliano construido bajo la ladera de la Montaña de la Muerte. Fue fundado años atrás por los sheikah y, pese a que en su momento solo pretendía ser una base militar alejada de la Ciudadela, en la actualidad era una pequeña urbe en plena expansión. Las casas surgían a distintas alturas, dando la sensación de que el propio pueblo trepaba por el volcán. Pudo ver pequeños huertos y corrales, e incluso una herrería. Recorrieron las primitivas calles de tierra hasta llegar a la plaza central. En ella se montaban pequeños tenderetes, un vago recuerdo del mercado central. Y por encima de todo, como emblema característico del pueblo, un enorme molino de viento, con sus grandes aspas girando sin parar.
Una gran cantidad de personas caminaban a su alrededor. Hombres, mujeres y niños recorrían las calles y conversaban con los vendedores. Todo aquello sorprendió a Zelda, cuya imagen del pueblo distaba bastante de lo que estaba viendo.
–¿Siempre está tan abarrotado? –preguntó.
Link estudiaba la situación con palpable desagrado. –No, hay demasiada gente.
Zelda no fue consciente de que había llegado a su destino hasta que Link detuvo la marcha frente a un edificio de ladrillos rojizos. El rubio se bajó de Epona con naturalidad y se acercó a ella. Sin intención de dejarse ayudar, Zelda se dejó caer por el otro flanco de la yegua, pero al caer, notó cómo sus rodillas se doblaban solas. Era como si fueran de mantequilla. Tuvo que agarrarse a la silla de Dove para no caerse.
Link negó con la cabeza, pero no dijo nada. Ambos se quedaron mirando la puerta de la posada sin decir nada. Se mantuvieron un tiempo allí, esperando a algo que no iba a ocurrir. Fue Link quien finalmente se volvió hacia la princesa.
–Mmm –carraspeó–. Aquí es.
–Sí –respondió ella. Había tenido la esperanza, una infantil ilusión. Si sus ojos no le mentían, veía la duda en el rostro del chico, un dilema interno que llevaba fraguándose desde que hablaron en el castillo–. Quiero… quiero darte las gracias. Tú y Malon os habéis portado muy bien conmigo.
El rostro de Link volvió a tensarse. Miró a la puerta de la posada, y después a ella otra vez. –No hay de qué.
–Oye, Link… existe la posibilidad de que…
–No –interrumpió él–. Por favor, no.
Sabía que diría eso, pero también sabía que si no lo preguntaba no podría dejar de torturarse con qué habría pasado si lo hubiera hecho. No podía reprocharle nada. No podía emitir juicios de cobardía a alguien a quienes las Diosas habían otorgado el poder de la valentía. Si se mantenía tan férreamente en esa posición, sus razones tendría, por mucho que le doliera.
–Entiendo –respondió, mirando a Dove. Le acarició el lateral de la cabeza y le susurró unas palabras de despedida. Después se dirigió hacia la puerta de la posada–. Gracias igualmente.
Link caminaba por la plaza de Kakariko notablemente incómodo. Acostumbrado a la reducida población del pueblo, le sorprendía que hubiera tanto ajetreo, tantas caras desconocidas. Muchos de ellos parecían hombres de mediana edad, padres de familia que escoltaban a sus seres queridos.
Aquello dilató el tiempo que necesitó para cumplir todos sus recados. Para terminar, se dirigió a la panadería con la intención de comprar unas hogazas de pan. Era un capricho que había aceptado darse como recompensa por lo desagradable de la mañana. Sin embargo, al llegar a la puerta comprobó cómo una enorme cola de personas se extendía hacia el exterior, rodeando el edificio y perdiéndose calle abajo. Aquello terminó de minar su ya delicado humor.
Caminó entre la marabunta de personas recordando la sensación que tuvo al entrar en la Ciudadela. La sensación de agobio era semejante, como si la gente que pasaba a su lado respirase todo el aire que había a su alrededor. Desistiendo de hacer cualquier tipo de compra, se dirigió al lugar que utilizaba para deshacerse del gentío. La base del molino de viento.
A pesar de ser visible desde cualquier parte del pueblo, estar situado en un pequeño montículo de tierra evitaba que se concentrara gente a su alrededor. Desde allí podía ver los tejados de cada una de las viviendas, salpicados con tejas de distintos colores. Los puestos ambulantes también destacaban entre el gentío, con sus telas y mercancías extendidas por la plaza. También veía lo que preparaban para la festividad, una torreta madera a medio construir.
Aun con la tranquilidad que transmitía aquel lugar y el ruido de las palas como un murmullo armónico y constante, la desagradable sensación que se había instalado en el pecho de Link no desaparecía. Era consciente de cuál era el motivo de dicho desasosiego, aunque se negara a admitirlo.
El camino hacia Kakariko, lejos de despejarle las dudas, había hecho patente que un problema mayor se estaba fraguando en el reino. Aquella extraña actitud del rey se asemejaba a una posesión más que a un comportamiento debido a una situación complicada. En el pasado había sido testigo de brujería capaz de suprimir la personalidad, pero implantarle una nueva era algo que no había visto antes.
–¿Te importa si me siento aquí? –preguntó un hombre mayor, sacándole de sus pensamientos. Llevaba un pañuelo blanco sobre la cabeza, y aunque debía tener muchos años, sus brazos seguían siendo robustos. Lo conocía, aquel hombre construyó el puente que conectaba Kakariko con la Pradera mucho tiempo atrás.
–Sin problema –respondió Link, moviéndose a un lado para dejarle asiento.
–No se ve ni el pozo. –Link asintió en silencio. Prefería no fijarse en aquel pozo, ni en lo que se ocultaba en sus profundidades. El hombre continuó. –Corren tiempos convulsos. Familias enteras han abandonado la Ciudadela.
Aquello llamó su atención. Se había prometido no inmiscuirse más en el asunto, uno de los motivos por los que no había entrado en la posada, pero no pudo resistir la curiosidad. –¿Vienen de la Ciudadela? ¿Por qué?
–¿No te has enterado? –preguntó, extrañado–. Creía que los jóvenes estabais más atentos a lo que ocurría en el reino.
–No vivo en Kakariko –se excusó–. ¿Qué ha pasado?
–El rey planea declararle la guerra a las gerudo del oeste, o algo así. –Las palabras del anciano calaron en Link como un balde de agua fría. El rey había hecho al fin su movimiento. –Pero no sé por qué venir aquí. Me sentiría más seguro teniendo unas buenas murallas entre esas bandidas y yo.
Para aquello no tenía respuesta aunque sí una suposición. Tal y como había dicho Zelda, Ganondorf había evitado los derramamientos de sangre. Si la noticia había corrido por la Ciudadela, quizás los ciudadanos pensarían que mudándose a un pueblo pacífico evitarían la confrontación directa. Solo era una hipótesis así que hasta que no conociera información de primera mano prefería no hacer juicios en voz alta. Le dolía admitirlo, pero necesitaba hablar con Impa.
–Puede que la guerra no afecte a la población civil –aventuró.
El viejo negó pesadamente y le miró de arriba abajo. –Un hijo de la guerra como tú no conoce, no recuerda. Pero ese rey sí estuvo ahí. Volverá a cometer el mismo error. Cuando hay guerra es el pueblo el que sangra.
Le dedicó una sonrisa seca al hombre, que respondía al nombre de Thims, y lo dejó solo con sus recuerdos. "Hijo de la guerra" era el nombre que recibían aquellos niños que nacieron durante la Guerra Civil y, efectivamente, él era uno de ellos. También lo era Zelda. Parecía que él no era el único que repetía los mismo errores.
La posada, al igual que el resto del pueblo, estaba abarrotada de personas. Desde la entrada apenas podía verse la barra, y las camareras no daban abasto sirviendo jarras de cerveza espumosa. Link echó un vistazo a las mesas, todas repletas de comensales que daban buena cuenta de los platos que les habían servido. Recorrió el local de arriba abajo, pero no encontró a la princesa. Se abrió paso entre los hombres hasta llegar a una de las camareras. Cuando la agarró del brazo, notó una mezcla de repulsión y pánico en su mirada.
–Oye –gritó Link para hacerse oír–. Estoy buscando a una chica joven. Con el pelo corto, rubio. ¿La has visto?
La chica pareció confundirse al ver la tosquedad de Link. Acostumbradas a todo tipo de preguntas indecentes, necesitaban mantener la guardia alta y, a pesar de su falta de tacto, él no tenía esas intenciones. –¿Estaba acompañada?
–No lo sé. Debería. Tenía que reunirse con una mujer.
La camarera se llevó la mano al mentón mientras pensaba. –Recuerdo a una chica que llegó aquí hace unas horas. Trataba de pasar desapercibida, pero por las formas que tenía no parecía ser de por aquí.
Link asintió. Una de las grandes virtudes de las buenas camareras era la de leer a sus clientes. Los gestos y expresiones contenían una información que era de dominio público para quien supiera descifrarla. El conocerlas era una gran herramienta para los vendedores y así saber qué ofrecerles y cómo hacerlo.
–Se fue hace una media hora, más o menos. Creo que no llegó su cita.
Link maldijo en voz baja. –¿Sabes a dónde fue? –La chica negó. Link volvió a asentir y se fue sin mediar palabra.
Antes de salir, la camarera llamó la atención de Link. –Oye, cuando salió de aquí fue hacia el norte. No sé si te servirá de algo.
Link hizo un movimiento con la cabeza y salió al exterior. El constante vaivén de personas no dejaba de agobiarle, pero encontrar a la princesa había conseguido centrarle. El simple hecho de visualizarla sola, vagando por las calles de Kakariko sin rumbo, conseguían encogerle el corazón. La responsabilidad de llevarla a Impa era una carga que se había impuesto de forma inconsciente.
Aceleró el paso, dirigiéndose hacia la plaza central y pasó bajo la torreta de madera. En un par de días estaría montada de nuevo, como cada año, para celebrar el Carnaval del Tiempo. Un evento surgido de un sueño, o de una pesadilla.
Trepó por los maderos hasta llegar a un punto que le permitiera tener una panorámica del pueblo. Necesitó varios segundos para poder localizarla. Se encontraba al norte del pueblo, discutiendo con el soldado que guardaba la senda de Ciudad Goron, en el corazón de la Montaña de la Muerte. Bajó dando saltos, ganándose las quejas de los carpinteros que trabajaban en ella. Tuvo que aguantar los empujones de algunos viandantes, pero finalmente alcanzó las escaleras que daban al lugar que buscaba. Desde lejos, oía la airada voz de Zelda y cuando llegó, apenas podía respirar.
–Link –dijo ella, notablemente sorprendida. Volvía a tener los ojos enrojecidos, como si hubiese llorado o estuviera al borde de hacerlo–. Creía… creía que habías vuelto al Rancho.
Link negó con la cabeza, tratando de recuperar el aliento. –No –consiguió decir–. ¿Qué estás haciendo aquí?
–Este hombre no me deja pasar –respondió, lanzándole una mirada asesina al soldado–. Estás desobedeciendo una orden real.
–Mira, niña. Si tú eres la princesa Zelda yo soy el rey de los zora –respondió él en tono de burla–. ¿No me ves las aletas?
–Serás estúpido –contestó Zelda, a punto de lanzarse a su cuello. Aquel comportamiento sorprendió a Link, acostumbrado a verla tranquila y comedida. Ni siquiera en la reunión que tuvo con él, aquella en la que tiró por la borda todos sus planes, la había visto perder los papeles de ese modo.
–Oye, tú –dijo el soldado, dirigiéndose a él–. ¿Esta es tu hermana? Dile que controle esa lengua o irá directa al calabozo.
Link no entendía nada. En primer lugar trató de arreglar el asunto con el soldado. –Perdone sus modales –le disculpó, tratando de sonar diplomático–. ¿No podemos acceder al camino de la Montaña de la Muerte?
El hombre lo miró con un gesto de desagrado. –Por supuesto que no. Para empezar necesitaríais un visado de la Casa Real…
–Te estoy diciendo que soy la princesa de Hyrule, pedazo de idiota –interrumpió Zelda.
Link se volvió a Zelda, agarrándola del hombro. –¿Me quieres dejar hablar a mí? –Se dio la vuelta y volvió a enfrentar al soldado. –Discúlpeme de nuevo. A veces no sabe controlar su genio.
El hombre frunció el ceño. –Deberías atarla en corto. Esa boca que tiene la acabará metiendo en un lío.
–Por supuesto –asintió, armándose de paciencia–. ¿Pero no podría hacer una excepción? Necesitamos ir porque… –No supo continuar la frase, porque realmente no sabía para qué demonios quería ir la princesa allí.
–He dicho que no, chico –insistió–. Y aunque quisiera tampoco podríais hacer nada. Los goron han cortado relaciones con el reino de Hyrule.
–¿Cómo?
–¿Han cortado relaciones? ¿Desde cuándo? –dijo Zelda, sin dar crédito a lo que oía.
El soldado se rascó la cabeza. –Pues hace poco. Un par de días como mucho.
Link se volvió a Zelda. Ella tenía el mismo rostro de confusión que él. Si había ocurrido hacía tan poco tiempo, cabía la posibilidad de que aún no hubieran llegado noticias al castillo. Pero la verdadera incógnita era el motivo por el cual habían tomado esa decisión.
–¿Y por qué? –preguntó la princesa.
–¿Y yo qué sé? ¿No deberías saberlo tú si eres la princesa?
Link tiró del brazo de Zelda hacia atrás, interrumpiendo la hiriente respuesta que estaba a punto de soltar. –Gracias.
Comenzó a bajar las escaleras tirando de Zelda, pero pronto comenzó a escuchar cómo sollozaba tras él. Al darse la vuelta, vio que las lágrimas recorrían sus mejillas. El shock que se llevó al verlo le dejó bloqueado. Era la primera vez que la veía llorar.
–Eh, ¿qué pasa? –preguntó, tratando de ser amable.
–Nada –consiguió decir ella. Trataba de cerrar la boca para no hacer ruido, pero con cada respiración moqueaba como una niña–. Es que no hay nada que me salga bien. Todo son problemas, todo impedimentos.
Rompió a llorar de nuevo con más fuerza. Link miró a ambos lados, comprobando que nadie estuviera viendo aquel espectáculo.
–Vale, vale. Siéntate –dijo él. Tiró de su brazo y consiguió que se sentara en uno de los peldaños de la escalera–. A ver, tranquila.
Zelda comenzó a acompasar su respiración, y necesitó un tiempo para dejar de temblar. Tenía la cara enrojecida y los ojos hinchados; ya no quedaba nada de realeza en ella. Aquel estúpido soldado se reiría de ella si la viera ahora. Un sentimiento protector floreció en el interior de Link.
Sin soltarle la mano, Link se sentó a su lado hasta que consiguió tranquilizarse un poco. –¿Estás mejor? –Zelda sorbió la nariz, asintiendo. Después se frotó los ojos, eliminando los restos de lágrimas. –Bien, ahora cuéntame qué hacías discutiendo con ese hombre.
–Es que estuve esperando a Impa –comenzó. Los ojos se le habían aclarado, recuperando su particular azul glacial. Transmitían la frescura del hielo al derretirse–. Dijo que me esperaría allí, así que cuando no la vi supe que algo no iba bien.
Conocía aquella sensación. Impa habría sido consciente de su llegada desde que entró por el arco de Kakariko. En el momento en que la vio alejarse de él hacia el bar, tuvo la sensación de que las cosas iban a torcerse.
–Sentí la tentación de decírselo a alguno de los soldados, pero pensé que sería peor descubrir mi identidad. Al final dio igual, porque nadie me cree.
–Un momento, ¿a qué soldados? –interrumpió Link.
Zelda lo miró, ligeramente confusa. –¿No has visto a todas estos hombres que están viniendo? Son soldados de la Ciudadela.
Aquello sorprendió a Link. Si todos esos hombres habían traído a su familia era que estaban huyendo de la ciudad. –¿Y por qué están viniendo? ¿Crees que es porque tu padre le ha declarado la guerra a Ganondorf?
Ahora fue Zelda la que parecía sorprendida. –¿Ya ha declarado la guerra? –Frunció el ceño. –Entonces ya ha empezado… –Miró a Link. –Ahora no lo sé. Pensaba que sería por lo que hicieron los sheikah, pero lo que dices también puede ser.
–Bueno, eso ahora no importa. Continúa.
–Sí. Al final pensé en ir a la Montaña de la Muerte a ver a los goron. El patriarca podría acogerme hasta que encontrase una solución a todo esto, pero ese… ese hombre no me dejó entrar.
–¿Pretendías subir tú sola a la Montaña de la Muerte? ¿Desarmada? –preguntó Link, arqueando las cejas.
Zelda se sonrojó, avergonzada. –Sí… Bueno… perdí los papeles, ¿vale?
Link soltó una pequeña carcajada, recordando las formas con las que había gritado al soldado. –Ya lo creo que sí.
–Link –le regañó Zelda, ruborizándose más todavía. Sin embargo, una pequeña sonrisa comenzaba a cincelarse en su rostro–. Qué vergüenza, de verdad.
–Los goron han roto relaciones con la familia real también –comentó Link, tras dejar que el ambiente volviera a su curso.
–Ya… –respondió Zelda. La sonrisa murió tan rápido como había nacido–. Y ahora no sé qué hacer. Estoy totalmente perdida, Link.
Ambos permanecieron en silencio. Desde la escalera en la que se encontraban podían ver gran parte del pueblo, así como la actividad que se fraguaba en sus calles. Link se debatía entre tomar una decisión u otra. Entre abandonar definitivamente la rueda del destino que siempre lo había tenido aprisionado o embarcarse de nuevo en una aventura que podría terminar de quebrarlo por completo.
Al mirar a Zelda supo que ya había escogido mucho tiempo atrás. Se puso en pie y tiró de ella, forzándola a levantarse también. No recordaba en qué momento la había cogido de la mano, pero deshizo el contacto. –Está bien, te ayudaré.
–¿Me ayudarás? –preguntó Zelda, extrañada.
–Primero esperaremos en la posada hasta mañana, por si acaso Impa se retrasó –explicó Link–. Si aun así no aparece, buscaremos ayuda en otro sitio.
Zelda asintió. –Vale, ¿pero dónde?
–En el Dominio Zora.
Notas de autor: Vale, esto ya empieza a coger ritmo. Hay varias cosas que quiero comentar.
Lo primero, perdón por la tardanza. Dije que subiría capítulo todos los viernes pero este finde se me ha echado el tiempo encima y no he podido. Este viernes habrá capítulo igual.
El tema de la actitud de Link. A medida que pasan los capítulos quiero ir cincelando a los personajes y sus actitudes. El cómo los veamos en algún momento determinado no implica que sean siempre así. Al final una persona también se comporta un poco en función de las circunstancias puntuales. En el caso de Link, y más allá de la relación con Zelda y el bagaje que tiene por detrás con ella, quería mostrar a un tipo huraño. Sabe desenvolverse por el mundo porque no es Mowgli ni Tarzán, pero ha vivido casi toda su vida solo, desde su estancia con los Kokiri hasta sus aventuras, y eso lo hacen ser tan seco y poco hablador. Esa actitud tan "lacónica" no es algo que se suela ver en fics porque al final el ser un personaje tan neutro invita a que lo rellenemos con la actitud que nos apetezca, y eso me parece un error (en este caso). Creo que el héroe del tiempo junto con el del BoTW son Links mucho más profundos, con sus cicatrices e historia que los hacen ser como son.
Una de mis grandes pasiones es la política, sobre todo la política exterior, y eso es algo que se va a ver en este fic. El mundo en el que ocurre esta historia no pivota alrededor de nuestros personajes, sino que fluye sin tenerlos en cuenta. Esa "pequeñez" a la que someto a los protagonistas creo que le da cierto realismo, y ver cómo se mueven los hilos sin que ellos hagan nada también puede darle una capa más de profundidad. No sé, esa es mi intención, seréis vosotros los que juzgaréis si lo he conseguido.
Que la yegua que usa Zelda se llame Dove también es por algo. Uno de mis libros favoritos es Las carreras de Escorpio, de Maggie Stiefvater. Lo recomiendo mucho y la yegua de la protagonista se llama así. Es como un pequeño homenaje.
Lo último es el guiño de Thims. Le puse ese nombre porque es como se llama uno de los puentes que une la pradera con la Montaña de la Muerte en BoTW (a la altura de donde estaría Kakariko). Si bien esta historia ocurre en el Hyrule de OoT, me he basado en BoTW para algunas cosas ya que expande muchísimo el lore. El tema de la geografía lo desarrollaré en otro capítulo, que sino me enrollo.
Eso es todo. Un abrazo.
23-Juliet: A ver si saco tiempo para responder a lo que me comentaste por MP, porque me pareción muy interesante el tema de los narradores. Por lo demás, me alegra que te guste la "deriva" que toma. Espero que siga sorprendiendo.
