Capítulo 6. El agua.

Como era de esperar, Impa no apareció en lo que restaba de día, ni al siguiente. Link consiguió hacerse con una habitación en la posada para pasar la noche. No fue tarea fácil, porque la llegada de familias en la Ciudadela parecía haber disparado la demanda de alojamiento. Por suerte, una amable camarera consiguió acomodarles en una pequeña habitación.

A la mañana siguiente, con la bochornosa sensación de haber compartido habitación con un hombre, Zelda desayunó algo en la posada. No había visto a Link por ninguna parte así que trató de reunir información por su cuenta. Tras un par de intentos, consiguió llamar la atención del dueño de la posada, que ya comenzaba a estar ocupado con los nuevos clientes. Se trataba de un hombre grueso con la nariz rechoncha y un bigote poblado. Una cortinilla de débiles cabellos plateados trataban de cubrir su incipiente calvicie. Aunque más incipiente era su barriga, oculta tras un enorme delantal que años atrás debió haber sido blanco.

–Perdone, ¿ha visto al chico que dormía con… –Se interrumpió, siendo consciente de lo que estaba a punto de decir– en mi misma habitación?

–¿El rubio? –preguntó el hombre, llevándose la mano al hombro–. Salió al amanecer.

Notó una punzada de nerviosismo en el estómago, pero la ocultó tras una sonrisa de disculpa. –Y una cosa más. ¿Recuerda que haya venido alguien a lo largo de la noche? Una mujer alta y con el pelo blanco.

–¿Pelo blanco? –El posadero negó con la cabeza. –Esta noche vinieron un par de familias que tuvieron que irse porque no había habitaciones, pero ninguna mujer sola.

–Entiendo, muchas gracias.

Se sentía ligeramente orgullosa de haber conseguido preguntarle a aquel desconocido. Le había dado una ligera sensación de independencia. Por desgracia, las respuestas que había conseguido no le servían de gran cosa. Impa no había aparecido, y Link tampoco daba señales de vida. Se dirigió a los establos para ver si estaba con los caballos, pero solo encontró a Epona y Dove perfectamente atados. Al menos supo que no se habría ido lejos, no sin su yegua.

A los pocos minutos su razonamiento se cumplió y apareció Link por la puerta cargando con dos aparatosos sacos. Le lanzó una mirada hosca que en su lenguaje hostil significaría buenos días. Tragó saliva y también lo que pensaba de aquello.

–¿Qué llevas ahí?

–Cosas para el viaje –contestó Link con sequedad–. Tendremos que hacer noche a la intemperie.

Zelda sintió una contradictoria sensación de impaciencia al escuchar esas palabras. No negaría que le infundía cierto respeto dormir en medio del campo, sin la seguridad de un techo y cuatro paredes, pero una parte que desconocía de sí misma brincaba de excitación.

–También he ido a la oficina de correos. Quería avisar a Malon de que estaré fuera unos días más.

No lo dijo, pero se había olvidado por completo de que Malon esperaba que Link regresara aquel mismo día. La decisión de ayudarla había sido también un cambio de planes para él. Con ello en mente, su opinión sobre él se suavizó y aprovechó para contarle sus pobres averiguaciones sobre Impa.

–Me lo temía –susurró Link, ensillando a Epona.

Tras ayudarla a preparar a Dove, ambos se repartieron en las alforjas el material que Link había comprado. Una vez estuvieron preparados, abandonaron el pueblo.

La ruta que había trazado Link salía por la parte trasera de Kakariko, más allá de la su cementerio, y seguía un sinuoso sendero que se internaba entre las montañas del sur de Eldin hasta alcanzar curso del río Zora por la orilla este. Según él, evitarían cruzarse con comerciantes y viajeros. No era prudente que la princesa fuera localizada en los caminos que recorrían la Pradera con una guerra en ciernes, aunque aquello supusiera sacrificar una cantidad importante de tiempo.

A diferencia del primer recorrido, Link no trató en ningún momento de establecer conversación con Zelda. Se mantenía distante y alerta, a la espera de monstros que hacía años que habían abandonado esas tierras. Mantenía la espada envainada a su espalda, pero le dio la sensación de que en menos de un segundo podría tenerla en la mano.

El camino también era muy diferente. Al ser una ruta que cruzaba las montañas, resultaba mucho más accidentada que el llano camino de tierra que llevaba a Kakariko. Tampoco existía la posibilidad de galopar fuera de dicha senda, pues todo lo que había a su alrededor eran laderas desniveladas de arena y rocas sueltas, la combinación perfecta para lesionar a una montura.

A medio día su cuerpo empezó a mostrar signos de cansancio. Le dolía el trasero, y notaba cómo se le irritaba la cara interna de los muslos. Además, el camino era yermo y sin vegetación, y no tenía más sombra que la que proyectaban las montañas, que a esa hora era ninguna.

–Oye Link –dijo al fin, rompiendo un silencio que duraba horas–. ¿Podemos parar un momento? Me duelen las piernas.

Link no se detuvo. –Espera un poco, estamos a punto de llegar.

–¿Llegar a dónde? –preguntó ella.

–A uno de los lugares más interesantes de Eldin.

Aquella enigmática respuesta consiguió que la curiosidad venciera de forma momentánea al dolor que sentía en las piernas. Continuaron por el camino rocoso durante media hora más hasta que las montañas comenzaron a separarse. Un olor fétido comenzó a ascender arrastrado por el viento.

–Diosas… –Zelda arrugó la nariz, pero el decoro le impidió decir lo que pensaba.

–No he sido yo, princesa. Es el azufre –adivinó Link–. Mira.

Siguiendo lo que señalaba, Zelda pudo ver cómo unos pequeños puntos vaporosos salpicaban la depresión que se hundía entre las montañas. Cuando se acercó más vio que se trataba de pequeñas calderas de agua. Parecían cráteres humeantes, cunas de meteoritos caídos del cielo. El vapor traspiraba por la montaña como si estuviera rellena de agua hirviendo.

–Son… –comenzó la princesa, mirando a su alrededor con expectación.

–Sí, aguas termales.

Zelda había oído hablar de las aguas termales de los goron. El agua subterránea se filtraba por las rocas, disolviendo los minerales y cargándolos consigo. Según decían algunas curanderas, las propiedades sanadoras de esas aguas eran muy valiosas, y muy pocas plantas conseguían emular los mismos resultados.

Link se bajó del caballo con su típica agilidad. Cuando se acercó a ella, aceptó su ayuda. Sabiendo cómo estaban sus piernas, no tenía ningún interés de mancharse con aquel barro rojizo que parecía cubrirlo todo.

–¿Qué tal tienes las piernas? ¿Te roza la montura? –Zelda asintió, notablemente molesta. –Es normal, no estás acostumbrada a montar tanto a caballo. Cuando te cicatricen esas heridas verás que no te vuelve a ocurrir.

–Pues no sé cómo me van a cicatrizar, si estamos todo el día montando. –Link extendió el brazo, abarcando el agujereado valle que tenían frente a ellos. Zelda bajó la mirada a la poza más cercana. Burbujeaba con violencia, como si fuera un caldero. –¿Quieres que me meta ahí?

–No en esa –contestó, quitándose una bota. Se acercó a otra algo más alejada y metió el pie. Lo sacó con rapidez–. Bueno, en esa tampoco.

Continuó probando en varias más bajo la escéptica mirada de Zelda. Finalmente pareció encontrar una, dado que le hizo señas para que se acercara. Si bien era cierto que no burbujeaba, una pequeña atmósfera de vapor parecía mantenerse constante en su superficie.

Acercó la mano y vio cómo, efectivamente estaba tibia. –Pero no puedo meterme ahí, no tengo ropa de recambio. –Aquello solo era el principio. –Tampoco sé cómo de profunda es.

–¿Llevas algo debajo de esos pantalones? –Zelda negó con la cabeza, ligeramente ruborizada. –Bueno, da igual. Yo también me meteré en una.

–¿Qué? –se le escapó, espantada.

–En otra –dijo Link en lo que parecían sus últimas reservas de paciencia. Sin previo aviso, se quitó la camiseta.

A pesar de reprochárselo mentalmente, no pudo evitar fijarse en el cuerpo del chico, en cada uno de sus músculos y cicatrices. No estaba acostumbrada a ver muchos cuerpos masculinos, y menos aún desde tan cerca. Entonces, para su sorpresa, se acercó a ella y comenzó a atársela alrededor de la cintura. El gesto, a priori inocente, se le antojó atrevido e inapropiado. Sin embargo, una chispa de excitación recorrió su cuerpo al notar la poca delicadeza con la que Link apretaba la prenda alrededor suyo.

–Mira –respondió al fin Link–. Ahora mi camiseta te tapa. Te puedes quitar los pantalones y, a medida que te vayas metiendo, remangas la camiseta.

Sin mediar palabra, se alejó de ella, perdiéndose entre los vapores. Pudo discernir su figura, desdibujada por las bocanadas de vapor, desvistiéndose cerca de otra poza. Cuando acabó, se introdujo en ella, soltando un suave gemido de placer.

A pesar del decoro inicial, el dolor punzante que le subía por las piernas terminó de convencerla para entrar en aquella poza. Se desvistió de cintura para abajo y comenzó a entrar como Link le había dicho. Por desgracia, no contaba con cómo actuaría el agua al entrar en contacto con sus rozaduras. La respuesta fue una intensa oleada de dolor, como si hubieran echado sal en las heridas. Ahogó un grito sin poder evitar que se le humedecieran los ojos.

Sin embargo, tras unos segundos notó cómo el dolor disminuía, y fue introduciéndose más. Cuando el agua llegó a las caderas, se soltó la camiseta de Link y comenzó a remangarse la suya. Al final tocó el suelo cuando el agua le llegaba por el ombligo.

Tocar el fondo era una sensación un tanto desagradable, como una textura arcillosa similar a la de un puré. Por otra parte, las cualidades del agua estaban más que justificadas. Después del primer y doloroso contacto, notaba cómo el agua curaba su piel y le descargaba los músculos. El calor se metía en su cuerpo, insuflándole energía de nuevo. Cerró los ojos por un momento y se abandonó al burbujeo de la naturaleza.

Unos minutos más tarde escuchó a Link salir de su poza. Ladeó la cabeza y vio su silueta. El vapor que expelían las termas creaban una película grisácea que difuminaba su figura, haciendo de él un boceto inacabado de una persona desnuda. El calor le afectaba de más.

–Tenemos, que irnos, princesa –dijo a lo lejos, aunque se acercaba a paso ligero.

Sin perderlo de vista, salió lentamente del agujero. –No te acerques más –amenazó.

El chico giró sobre sí mismo, haciendo un aspaviento de hastío. Zelda aprovechó para vestirse. Un agradable hormigueo le recorría las piernas al entrar en contacto con la tela. Cuando se hubo vestido, se desató la camiseta de la Link y se la dio. Para su sorpresa, llevaba pantalones.

–Gracias.

–¿Qué tal?

Zelda dobló sus rodillas, dejando que los músculos se tensaran y se soltasen. –Es increíble.

Link asintió, serio. Se agachó junto a la poza donde había entrado Zelda y llenó una botella de cristal. –Es una vieja costumbre. Quizás nos sirva para más adelante.

Tras aquella parada, continuaron con su viaje. Las montañas fueron desapareciendo, dando paso a valles y planicies, todas repletas de árboles y arbustos. Debido a ello, Link apretó aún más la marcha, espoleando a Epona hasta el galope.

Esta vez no avisó a Zelda, pero tampoco fue necesario. Comenzaba a interpretar su comportamiento por la forma de su espalda. Cuando estaba tenso o incómodo, sus hombros hacían una línea horizontal a lo largo de toda su espalda. En cambio, si bajaba los hombros y se inclinaba hacia atrás significaba que estaba relajado. Por último, si lo veía inclinarse hacia delante era porque iba a acelerar.

Dove mantenía el ritmo pegada a su estela. La yegua se había acostumbrado a ella, y parecía gustarle medirse con Epona. Jugaba con virar hacia los lados, y Zelda tenía que corregirla amistosamente. Aunque era más pequeña, no cesaba en su persecución. Eso le gustaba, a pesar de tener factores en su contra no se rendía.

Tras subir un pequeño promontorio, Link se detuvo. A lo lejos veía zigzaguear el río Zora, como un rayo plateado sobre verde. Más allá podía ver cómo éste giraba hacia la derecha, bordeando la Pradera para después rodear la Ciudadela por el norte.

La diferencias entre las regiones ya recorridas y la que se extendía frente a ellos eran palpables. En primer lugar, allí aún no había llegado el otoño. Sin embargo, también hacía más frío. El aire era húmedo, y unas nubes claras habían cubierto el Sol kilómetros atrás.

–Acamparemos por aquí –dijo Link, cuando notó que Zelda estaba a su lado.

–¿Y eso? Aún no es tarde. –Lo cierto es que le había cogido el gusto a montar. Con las energías renovadas por el baño termal y los cambios de ritmo con el caballo, se le había pasado sorprendentemente rápido. Además, sabía que pasado el río Zora comenzaba la región con el mismo nombre. Quizás podrían encontrar algún refugio para ellos.

–Prefiero dormir seco –contestó Link, dando fin a la discusión.

Se reunieron entorno a unos árboles y Link extendió una lona que guardaba en sus alforjas. Después mandó a Zelda buscar ramas secas, lo que la mantuvo ocupada durante al menos media hora. A la vuelta, se encontró a Link sentado sobre una piedra concentrado con algo entre sus manos. De cerca pudo ver que tenía una navaja en la mano y trataba de frotar una piedra translúcida. Zelda se sentó a su lado con curiosidad. –Nunca había visto a nadie hacer fuego así –confesó.

Link la miró con el ceño fruncido. –¿Quieres que te enseñe? –Zelda asintió. La habilidad de Link para parecer molesto a todas horas, independientemente de lo que hiciera o dijera solo parecía encontrar tregua cuando explicaba algo.

–Más importante que las chispas es la forma en la que colocas la madera. –Seleccionó algunas ramitas del montón que había traído. Partió las más pequeñas y comenzó a amontar sobre ellas las más grandes. –Después tienes que coger algo de yesca. Yo he comprado ésta, pero sino basta con raspar tiras secas de una rama. Y entonces tienes que hacer saltar las chispas sobre ella.

Zelda observó cómo las habilidosas manos de Link hacían chocar el cuchillo con la piedra. Al principio sólo conseguía desprender un olor a quemado, pero pronto comenzaron a saltar chispas. Una de ellas cayó en la yesca, haciendo que prendiera y empezara a salir humo. Era consciente de que todo aquello era fruto de la experiencia, lo que le hizo pensar en lo mucho que habría viajado; solo, para más inri. Aquel detalle no le pasaba desapercibido. Notaba en sus ojos un brillo inconfundible cada vez que respondía a sus preguntas o le explicaba por qué hacía las cosas. La soledad le había privado de un público que reconociera sus tremendas habilidades. Sabía mucho, pero no había podido compartirlo con nadie.

Tras soplar sobre la yesca, una pequeña llama nació entre sus manos. Una sonrisa genuina se dibujó en el rostro de Zelda, y pudo ver cómo Link también miraba su obra con satisfacción. La forma en la que conseguía doblegar a la naturaleza era increíble. Colocó la pequeña llama bajo la montaña de madera y pronto el fuego comenzó a crecer en su interior.

Después fue hacia Epona y sacó de las alforjas un par de mantas. Disfrutaron de una cena frugal a base de queso y manzanas, y bajo un cielo encapotado, Zelda sintió la tranquilidad de la naturaleza rodeándola. Era como si hasta ahora hubiera estado resguardada en una burbuja, sin contacto con la realidad. Con aquella idea en mente, se abandonó al sueño.


El día se estropeó nada más cruzar el río Zora. Unos grandes nubarrones negro ocultaron por completo el Sol, descargando en su lugar una lluvia interminable que los caló hasta los huesos. La lluvia era uno de los factores que más influía en el humor de Link. Por su culpa tenía que renunciar a descansar en un sitio seco o poder encender un fuego. Además, la lluvia conseguía embarrar el suelo, ralentizando la marcha.

En aquellas circunstancias sólo podía pensar en Malon, en las ganas que tenía de verla y lo erróneas que habían sido sus decisiones para terminar en aquella situación. Tras él viajaba la princesa, con la cabeza gacha y el flequillo pegándosele a la frente. La fuente de sus problemas.

Si bien era cierto que el acto de ayudarla había nacido en él de forma inconsciente, las inclemencias del tiempo y el dormir al raso habían conseguido hacerle valorar las comodidades que tenía en el rancho. Había dejado el sol de la Pradera y el calor de la chica que quería por ayudar a una princesa caprichosa con aires de magnanimidad que lo dejaría en la estacada en cuanto cumpliese con su objetivo.

Aquel pensamiento iba madurando en su interior a medida que pasaban las horas. El silencio y la soledad no eran buen aliado cuando lo único que rondaba en su cabeza eran temas desagradables. Por si fuera poco, era consciente de que la lluvia no se detendría hasta que llegaran al Dominio. El único consuelo que tenía era la idea de que, cuando dejase a Zelda con la familia real podría volver a casa, lejos de aquella sucesión de problemas. Había actuado de forma demasiado imprudente al ayudarla a llegar allí, pero aún estaba a tiempo de arreglarlo.

–Link, ¿falta mucho? –escuchó a su espalda.

Aquella pregunta, más próxima a la que haría una niña pequeña que una princesa, terminó de minar su paciencia. –Faltará lo que tenga que faltar.

La respuesta fue tan visceral que no midió la dureza de la misma. Se mantuvo mirando al frente unos segundos, esperando uno de esos prontos belicosos que había descubierto tenía la princesa, pero la respuesta no llegó al instante. De hecho, no fue hasta que notó que Dove se acercaba chapoteando a su lado que supo que volvía a la carga.

–¿Se puede saber qué te pasa? –preguntó, mirándolo a los ojos. Tenía una mirada que poco o nada se parecía a las que le había dirigido hasta ahora. Antes decía "lo siento", ahora decía "guerra".

–¿Perdón?

–¿Cómo que perdón? –repitió ella–. Todo el día con esa cara de desprecio, con tus cambios de humor constante. Ahora soy amable, ahora te miro mal. ¿Quién en su sano juicio actúa así? ¿Se puede saber qué te he hecho?

–¿Que qué me has hecho? –repitió él. Las respuestas se agolparon tras su lengua, cada una de ellas más venenosa que la anterior. El rabia fluía en él como un río tras una tormenta–. ¿Acaso no ves dónde estamos? ¿Lo que estoy haciendo por ti?

–Ah, claro. Como está lloviendo, el niño está de mal humor –respondió, con un tono aniñado–. Nadie te obligó a ayudarme, ¿sabes? Lo hiciste tú solo. Es más, si te hubieras decidido a hacerlo antes, a lo mejor no estaríamos en esta situación.

Aquello acabó con el poco autocontrol que le quedaba. –¡Serás desagradecida! Te piensas que todo el mundo está a tus pies para cuando los necesites, y cuando te dejen de servir puedes deshacerte de ellos sin más –contestó, rebañando el resentimiento que tenía guardado–. Tenía que haberte dejado en Kakariko, a ver qué habrías hecho tú sola allí.

–El caso es que no lo hiciste –le regañó–. Te ofreciste a ayudarme, y a la mínima que el camino se tuerce o te acuerdas de a saber qué, te enfadas y te portas así conmigo. ¿Por qué no dejas de dar tumbos y la decisión que tomes, la mantienes hasta el final?

Aquello le arrancó una carcajada seca. –Eso mismo voy a hacer, princesa. En cuanto lleguemos al Dominio, se acabó. Volveré a la Pradera y te buscas la vida.

–Estupendo –puntualizó. Vio cómo tiraba de las riendas de Dove para ralentizar la marcha y así no ir a la misma altura que él.

Continuaron en silencio el resto del camino. El bello paisaje, a pesar del cielo nuboso y la incesante lluvia, parecía respirar por sí mismo. El río caía entre las piedras formando bellas cascadas de agua cristalina, erosionándola y moldeándola a su antojo. Los puentes de madera lo cruzaban en diferentes ocasiones, formando un camino serpenteante a su alrededor. Quedaba patente que aquel camino estaba hecho por pero no para zoras. Los intrincados giros que daba, las subidas, bajadas y desniveles serían la pesadilla de cualquier arquitecto. Ellos preferían ascender por el río al amparo de sus aguas. Aquello les podría dar ventaja en una posible invasión, ya que los tiempos de llegada quedarían muy dilatados entre ellos y los atacantes.

Si por algún casual alguien pretendía dar caza a Zelda allí, lo tendrían complicado. Pensar en aquello le hizo darse cuenta de un detalle, y era que ya no estaba enfadado. A diferencia de las ocasionales discusiones con Malon, que acababa con la represión de uno de los dos, acunando el conflicto hasta que una nueva chispa lo hiciera estallar, aquella discusión con la princesa lo había dejado muy satisfecho. No lo admitiría, pero agradecía que ella hubiera sido tan directa, que hubiera comentado cómo se sentía sin tapujos ni eufemismos, liberando toda su frustración sobre él. Había sido igual para él, que ya no guardaba aquel sentimiento de culpabilidad e indecisión que traía desde Kakariko. El descubrimiento de aquella faceta suya había sido una agradable sorpresa.

Miró hacia atrás con disimulo, tratando de no llamar su atención. Dirigía a Dove con la espalda erguida, un porte que revelaba sus orígenes de alta cuna. Miraba a su derecha con reserva. Unas pequeñas arrugas coronaban sus cejas rubias, y sus labios formaban un mohín de desagrado. Ya había visto antes ese gesto. Más que enfadada, sus labios se curvaban de esa manera cuando estaba incómoda o cansada. Quizás no había sido del todo justo con ella. Sobre sus hombros caía la responsabilidad de un reino, y recibir un trato tan hostil por todas y cada una de las personas a las que había pedido ayuda, la habían desplazado más allá de su límite en varias ocasiones. Sentía que su actitud para con ella había sido un tanto egoísta, y culpabilizarla de todo lo que ocurriera no sería beneficioso para nadie. Se mantuvo pensativo, mirando aquellos labios, hasta que la princesa pareció darse cuenta. Frunció el ceño de forma aún más profusa. –¿Qué te pasa ahora?

Link frenó a Epona hasta que quedaron de nuevo a la misma altura. –Perdón por lo de antes.

Zelda lo miró con recelo, levantando una ceja. –Vale.

–Vale, ¿qué?

–Que acepto tus disculpas –respondió, levantando la barbilla.

Link fue a responder, pero el relincho de Epona interrumpió el principio de otro desastre. Frente a ellos, una enorme cascada cortaba el camino. El volumen del agua era tan grande que sería imposible pasarlo con los caballos. No había contado con aquello.

–Maldita sea –susurró, bajándose de la montura.

La princesa echó un vistazo. Parecía reconocer el lugar, probablemente por sus anteriores viajes al Dominio. –¿Y esta cascada? No recuerdo haberla visto antes–dijo al fin.

–Es como una barrera de seguridad. Con la cascada no podemos pasar.

–Pero tú ya has entrado aquí antes, ¿no? ¿Cómo lo hiciste?

–Con la ocarina –respondió él.

Zelda lo miró a los ojos, y comprendió a qué se refería. –No tenemos la ocarina.

Se bajó de Dove y se colocó frente al potente caudal de agua. Levantó ambas manos y frunció el ceño con seriedad. Link miró aquel gesto con escepticismo, pero pronto algo llamó su atención. Su mano izquierda comenzaba a vibrar, su Trifuerza se calentaba, como si estuviera respondiendo a la propia llamada de Zelda. Tras unos segundos, la cascada se partió en dos, dando paso a un túnel esculpido en roca.

Link observó impresionado cómo la entrada al Dominio se abría frente a él, y después se miró la mano. –¿Yo también puedo hacer eso?

–No. Está reservado para las princesas –contestó ella, con una mezcla de orgullo y burla en su tono. Cuando el agua dejó de caer por completo, entró en el túnel.

–Pues podías haberlo utilizado con el guardia de Kakariko –contestó al fin. Pudo escuchar cómo Zelda suspiraba en un intento de autocontrol que le sacó una sonrisa. Después la siguió.


Notas de autor: En este capítulo quería explorar varias cosas.

En primer lugar el lío que tiene Link en la cabeza. Imaginemos su dilema como un pulso. No es que se mantenga en un gris neutral, sino que va dando tumbos de blanco a negro (actitud bastante tóxica, por más que tenga sus motivos). Es una persona que tiene que aprender a gestionarse.

Otro detalle que quiero mostrar es algo que se irá viendo cada vez más claro, y es el modo de narrar. Lo hablaba con Juliet (tengo que contestar al MP) el otro día y es algo que creo que irá mejorando con el tiempo. Se trata de una tercera persona, pero desde el punto de vista de uno de ellos (equisciente me dijo un pajarito), algo así como en Canción de Hielo y Fuego. Es por eso que hay actitudes que parecen ilógicas, y eso se debe a que no lo vemos con omnisciencia. Es fácil mostrarlo cuando, desde el punto de vista del personaje A, ves al personaje B haciendo algo ilógico. Pero, ¿qué ocurre cuando el personaje A hace algo que no debe? A menos que haya malicia, ese personaje no tendrá la sensación de estar haciéndolo mal, y jugar con eso puede ser interesante. ¿Qué opináis?

Por último y aunque solo sean pinceladas, me gustaría explorar la idea de que Link es una persona muy inteligente que nunca ha podido explicar nada a nadie. Recordemos que en Twilight Princess, el héroe que enseña a Link está en ese estado porque "no pudo enseñar" sus habilidades. Bien, eso no tiene por qué ser únicamente a nivel "movimientos de espada", podría ser cualquier cosa. Todo lo que aprendió.

Eso es todo por hoy. Un abrazo y se me cuidan.


Sakura: Muchas gracias por animarte a comentar. Me alegra que te esté gustando cómo avanza. Zelda tiene mucho que dar todavía.

Lana: Gracias a ti también. Los capítulos seguirán subiéndose semanalmente así que te animo a que la sigas con tu perfil :)