Capítulo 8. El fluir de los veintitrés.

El Dominio Zora parecía emanar una atmósfera de misticismo que, igual que el río, brotaba de entre los pliegues de roca y fluía por las estancias, amoldándose a cada una de ellas. Los colores azulados de aquel extraño musgo también colaboraban en la inmersión de aquel ambiente. Era como una ciudad y un templo al mismo tiempo.

Sus ciudadanos parecían caminar en consonancia con ese mismo ambiente, como si la atmósfera los imbuyera a ellos también. No tenían prisa, no gritaban, no discutían; caminaban o nadaban con la fluidez del agua. Transmitían una gran sensación de calma si se veían por primera vez, pero tras un tiempo de convivencia, terminaban por minar la paciencia de cualquier otra raza. Si ellos vivían la vida con tanta calma era porque tenían cientos de años para disfrutarla.

El detalle de la edad era lo que diferenciaba el carácter de un zora con respecto a cualquier otro habitante de Hyrule. Ese era el motivo por el que Link, en otra vida, no había pasado tanto tiempo en aquel lugar como en Ciudad Goron o Kakariko. Solo existía una excepción entre los zora y todos los demás, un único eslabón que los hermanaba con las demás civilizaciones: los niños.

Tenían la misma altura y complexión que un niño hyliano, pero también el mismo carácter. Eran ruidosos y juguetones, con unas ansias inmensas de descubrir y jugar. No se veían atados por el peso de los años, no vivían sabiendo que podrían disfrutar de la vida durante siglos. En realidad, no se planteaban el futuro; su única realidad era el presente.

Link los observaba jugar desde un saliente de roca que daba al lago central. Los veía nadar, competir, saltar y chapotear. Cuando había llegado, estaban celebrando una competición de ver quién se propulsaba más arriba. Ahora parecían haber vuelto al juego más antiguo del mundo, las carreras. Se reían entre ellos con burlas inocentes a los perdedores y trampas que conseguían encender algún conflicto. Era un espectáculo disonante en aquel lugar, y Link no podía apartar la mirada.

Al verlos, sintió un sentimiento de pérdida en su interior, como tratar de coger el humo y verlo fluir entre sus dedos. Se sentía frágil, como un rompeolas que lleva demasiado tiempo expuesto a las inclemencias del mar. No pensaba por qué se sentía de esa forma, solo se abandonaba a la agonía que sentía en el pecho.

Sus sentidos reconocieron una presencia a su espalda y prácticamente se forzó a centrarse en ella. Lo hacía para escapar, para salir de aquella sensación contra la que no sabía luchar. Hasta ahora lo único que parecía tener efecto era coger esa sensación y almacenarla en un rincón oscuro en su cabeza. Sabía que era algo temporal que acabaría por explotarle en la cara, pero hasta entonces, tenía que aguantar.

Aquella presencia resultó ser una joven zora. A diferencia de lo acostumbrado en su raza, sus ojos brillaban con el color del oro batido. Sus aletas también eran estilizadas, y caían sobre su cabeza de forma ondulada. Tenía un cuerpo claramente femenino, aunque el color de la piel, las membranas de los dedos y las aletas que sobresalían por los codos dejaban claro su raza.

–¿Nos conocemos? –preguntó Link, plenamente consciente de que no era el caso.

–Me parece que no –contestó ella, caminando con su característica fluidez–. Aunque es difícil que un hyliano pase desapercibido por el Dominio. La gente tiene preguntas, aunque nadie las formula.

–Y para eso estás aquí –razonó Link, siguiéndola con la mirada.

–Sí, pero no para las preguntas que ellos se plantean, solo para las mías –contestó ella.

Su voz, junto con el ambiente que se respiraba en el Dominio rozaba lo sedante, la misma sensación de placer que se tenía justo antes de desmayarse. Era peligroso, pues aquello podía derribar los muros que el propio Link construía para protegerse. No quería sentirse vulnerable.

La joven consiguió pasar junto a Link y sentarse en el borde de la roca, con el lago bajo sus pies. –¿Te gustan los niños?

Link frunció el ceño. –¿A qué te refieres?

La chica lo estudió con sus ojos dorados, buscando respuestas que él desconocía. –El crecimiento de los zora es diferente al de cualquier otra raza. En comparación, lo hacen mucho más deprisa que el resto.

Link la miró, esperando a que continuase. La chica miraba a los niños con orgullo, como si fueran su tesoro. Aquello contrastaba con su aspecto físico, que apenas aparentaba tener dos o tres años más que Link. –Al principio crecen como cualquier hyliano. Gatean, nadan y aprenden a hablar. Juegan y descubren como solo un niño puede hacerlo. Y cuando pasan unos veintitrés años, alcanzan su madurez física.

Lo cierto era que Link nunca había pensado en ello. Nunca había pasado el tiempo suficiente como para ver crecer a un niño zora, ni tampoco lo conocía. Entonces cayó en la cuenta de algo. –Pero vosotros vivís muchos más años.

La chica asintió, complacida. –Así es.

–Entonces… ¿Envejecéis durante veintitrés años y después os… mantenéis igual? –preguntó Link con curiosidad.

La chica volvió a asentir. –A vuestros ojos, nos detenemos. Envejecemos como vosotros hasta que de pronto, dejamos de hacerlo. Pero ahora intenta verlo al revés. ¿Cómo crees que es para nosotros?

Link se sentó junto a ella, en el borde de la roca. Aquello llamó la atención de algunos niños, que comenzaron a señalar y a cuchichear entre ellos. –¿Como si vuestra infancia pasara volando?

–Curioso cuanto menos, ¿no crees? –comentó, con una sonrisa triste en los labios. Aquellos ojos dorados parecían leerlo como un libro abierto.

Link la miró de nuevo. La chica parecía algo mayor que ella, pero tal y como había comentado, podría tener muchos más años. Sus palabras, desde luego, secundaban la segunda opción. De hecho, podría tratarse de la madre de uno de esos niños. –¿Qué edad tienes? –preguntó.

La chica soltó una carcajada clara como el agua de un río. –Qué pregunta tan inapropiada. –Volvió a mirarlo, divertida. –No soy tan mayor como piensas.

¿Cómo, entonces, había conseguido calarlo de tal forma? ¿Cómo podía haber diagnosticado lo que sentía, cuando ni él mismo era consciente de ello? ¿Cómo había llegado a comprender a alguien a quien ni siquiera conocía? Eran preguntas que torpedeaban su cabeza, recordándole lo complicadas que podían ser las personas.

Personas. Las personas eran como tesoros ocultos, cofres sellados con una cerradura indestructible. Y solo había una llave que podía abrirlos, una llave llamada empatía. Miró de nuevo a la chica zora, sonriente, sabia pero curiosa. Vigilando a los niños con un cariño solo equiparable al de una madre con su hijo, o al de un grupo al que ya no se pertenece.

Entonces lo comprendió. –Acabas de cumplir veintitrés. –La chica lo miró, sorprendida. Trató de encontrar pistas en los ojos de Link, de un azul que parecía brillar bajo la luz del musgo. Volvió la vista a los niños, que cada vez disimulaban menos al referirse a ellos. –Cuando has dejado de envejecer, te has dado cuenta de que terminó tu verdadera juventud.

La chica zora miraba también a los niños, aunque sus ojos ya no sonreían. –La magia de la infancia es que no eres consciente de ella hasta que el tiempo te la arrebata.

–¿Qué pasaría si no fuera el tiempo quien te la arrebatase? –preguntó Link.

La chica lo miró, pensativa. –Supongo que me enfadaría –contestó. Link ladeó la cabeza–. Pero si fuera una hyliana, intentaría estarlo lo menos posible.

Link soltó una carcajada seca, carente de alegría. –Eso no es fácil.

–No, pero al perder la infancia ves el mundo tal y como es –razonó–. Es ahí donde tenemos que ver qué cosas nos convienen, con qué decisiones queremos vivir, qué peso cargamos sobre nuestros hombros. Es el corazón el que te hace sufrir, pero tiene que ser la cabeza la que haga dejar de hacerlo.

Link se mantuvo en silencio, digiriendo las palabras de aquella misteriosa chica. Aunque dijera que no era mayor, la sabiduría inherente en sus ideas daba de pensar que era una anciana encerrada en el cuerpo de una joven. Resultaba estremecedor que aquello pudiera ocurrir en cada uno de los zora, una carcasa nueva y un corazón vetusto.

–¿Cuál es la pregunta que querías hacerme? –preguntó finalmente. No había olvidado lo que le había dicho nada más llegar.

La chica se puso en pie y le ofreció su mano, suave y con membranas uniéndole los dedos. Link la cogió y se incorporó a su lado. –Te iba a preguntar si querrías jugar con los niños, en lugar de quedarte mirándolos. –Y con aquella pregunta no formulada, saltó al lago.

Link la vio caer al agua sin apenas mover la superficie. Los niños parecieron celebrarlo gritando y nadando a su alrededor. A pesar de cargar con el peso de la verdad, ella decidía qué hacer con el tiempo que tenía. La elección existía, aunque uno mismo se negara a verla.

Con una sonrisa, se descalzó y descamisó. Los niños parecieron verlo, porque comenzaron a aplaudir emocionados. Link saltó, dejando atrás la seguridad del suelo para dejarse mecer por el viento. La gravedad tiró de él, sintiendo cómo el estómago se le encogía y la adrenalina comenzaba a chispear en su sangre.

El impacto con el agua fue duro, nada que ver con la delicadeza de la zora. Notó cómo la velocidad de la caída lo clavaba en el interior del lago, que se extendía como un pozo negro e infinito. Aun así, no tocó fondo. Notaba cómo los oídos comenzaban a dolerle, pero aquella misma presión frenaba su avance.

Antes de detenerse, notó cómo unas manos lo agarraban de las muñecas y comenzaban a propulsarlo hacia arriba. Notó cómo rompía el agua en su ascensión, sintiéndose ligero. Cuando llegó a la superficie lo soltaron, haciendo que saliera fuera del agua. El segundo chapuzón fue bastante más agradable que el primero.

Los pequeños zora hablaban a su alrededor, riéndose de él y describiendo su caída. Después comenzaron a examinarle. Era la primera vez que veían a un hyliano, así que cosas como el pelo o las orejas eran algo nuevo para ellos.

–¿No tienes aletas?

–¿Sabes nadar?

–¿Puedes bucear?

–Uno a uno, niños –intervino la chica misteriosa.

–No somos niños –contestó uno de ellos, mirándola con enfado–. Y tú tampoco eres mayor.

–Es verdad –se burló otro–. Rutela se cree mayor pero siempre juega como nosotros.

–¡Oye! ¿Cómo te atreves? –dijo la chica, fingiendo enfadarse. Cogió al niño en cuestión y lo hundió en el agua. El resto rompió a reír.

Link enseguida fue aceptado por el grupo, participando en sus juegos de buceo y nado. Como era de esperar, hasta el más pequeño de ellos lo superaba en velocidad y agilidad en el agua, pero aquello no parecía importarle a ninguno. La novedad pesaba más que la eficacia. Por otra parte, las capacidades de algunos de los niños más mayores superaban con creces cualquier idea que tuviera sobre ellos. El arranque, la velocidad, la agilidad, eran auténticas bestias marinas. Enfrentar a un zora en terreno acuático sería un error catastrófico.

Tras la enésima carrera, Link estaba exhausto. Nadó con lentitud hacia la orilla y apoyó los brazos en los bordes. Habían pasado varias horas desde que la reunión con el rey Do Bon comenzara y la princesa no había dado señales de vida. Aquello significaba que estaba siendo una reunión complicada, lo que se habían imaginado. Atraer al conflicto a una de las razas más pacíficas y aisladas de Hyrule era una locura, así que esperaba que al menos hubiera conseguido un término medio que le procurara seguridad y una posición de poder desde la que negociar con el resto de potencias del reino.

Aunque en su interior anidara un rechazo profuso y visceral hacia la princesa o lo que representaba en conjunto con la corona, tenía que admitir que, al conocerla más de cerca, escondía un potencial de gobierno muy grande. Escuchaba a los súbditos, era directa cuando había problemas, y paciente e incansable a la hora de buscar soluciones. Si bien era cierto que su carácter en condiciones críticas podía ser un poco ofensivo, lo cierto era que las situaciones en las que se había enfrentado habían sido una acumulación de desgracias insólitas.

Aquel pensamiento debió de dejarlo meditabundo por un tiempo considerable, pues llamó la atención de uno de los pequeños zora. Éste nadó a toda velocidad hacia Link, chocando la cabeza contra uno de los costados. Link lo sintió venir, pero no tuvo la agilidad suficiente para esquivarlo, llevándose el golpe de lleno.

–¿Qué pasa, Link? ¿Te has cansado de perder? –preguntó el joven zora, saliendo del agua con una sonrisa de satisfacción.

–Maldito renacuajo –gruñó Link–. ¿No tienes piedras contra las que estrellarte?

–Hahaha, lo he hecho a propósito, si quisiera no me chocaría con nada –respondió, orgulloso de sí mismo. Aquello despertó en Link una maliciosa intención de bajarle los humos.

–Pues tiene sentido –coincidió Link. El niño lo miró sin comprender, no esperaba que le diera la razón–. Pero solamente porque eres el más lento. Así normal que puedas esquivarlo todo.

–Oye, eso no es verdad –protestó, enfadado. Link no pudo evitar esbozar una sonrisa–. Si tuviera un espacio más grande para nadar, verías que soy el más rápido.

–Pues entonces sal al río y me lo enseñas. Allí hay tanto espacio que no servirán tus excusas –le desafió Link.

El niño lo miró, sorprendido. Tenía la cara que pone un niño cuando oye por primera vez a su padre decir una palabrota. Se acercó a Link y le susurró. –No digas eso. Salir está prohibido.

Link se quedó en silencio, extrañado. Era cierto que, tras jugar un rato con los niños, se había preguntado por qué se mantenían todos juntos en el lago, cuando era un espacio bastante pequeño y no existía peligro alguno de que pudieran ahogarse. Era una situación cuanto menos extraña.

–¿Está prohibido? –preguntó Link. Miró de reojo a su nueva amiga, que ahora nadaba con una pequeña zora a su espalda–. ¿Lo prohibió ella?

El niño siguió la mirada de Link. –Claro que no –respondió, como si fuera lo más obvio del mundo–. Lo prohibió el rey.

–¿El rey Bo Don? ¿Por qué?

El niño entonces miró a Link de nuevo, como si realmente fuera un extraño. –¿No lo sabes?

–¿Saber qué? –preguntó Link, perdiendo la paciencia.

–Es un secreto. Los extranjeros no pueden saberlo –susurró. Link frunció el ceño, mostrando un rostro severo. El niño miró a ambos lados, como si temiera que alguien los estuviera escuchando, y se acercó más aún a Link. En su oreja, le reveló el secreto. –Han secuestrado a la princesa.

De pronto, el agua pareció enfriarse. Recordaba a la pequeña Ruto, con sus ojos violetas y una personalidad tan vivaracha. En otra vida, había querido casarse con él. Para bien o para mal, la realidad era que no se conocían, nunca se habían encontrado, y ahora estaba desaparecida.

Link se mantuvo en silencio, mirando al niño. Éste, al ver su rostro tan serio, pareció asustarse. Aquello hizo reaccionar al rubio, que forzó como pudo la más falsa de sus sonrisas. Si se la hubiera mostrado a Malon, ésta se habría dado cuenta y habría terminado por hacerle una encerrona. Zelda probablemente levantaría una ceja y le preguntaría en aquel mismo momento que a qué venía esa cara tan falsa. Para alguien tan inocente como aquel niño, funcionó.

–No pasa nada, Miru –lo tranquilizó Link–. Dime, ¿quién la ha secuestrado?

–No te puedo contar más secretos, Link. Y creo que me están llamando, tengo que irme.–respondió el pequeño, visiblemente incómodo.

Link asintió. Tampoco podía presionar más al pequeño Miru, pero aquella revelación cambiaba muchas cosas. Si alguien había atacado de alguna forma a los zora, era posible sacarlos de su pacífico letargo.

A lo lejos, caminando de manera pesarosa y escoltada por dos guardias zora, vio a Zelda. Aun desaliñada y cansada, algo en ella parecía seguir gritándole que era parte de la realeza. Ella también pareció verle y, tras comentarle algo a los guardias, se acercó a él. Su rostro parecía esculpido en piedra, sin dejar entrever ninguna emoción. Solo su ceño fruncido parecía dar una pequeña pista de lo que ocurría. Link reparó en que sus cejas eran rubias, no como su pelo, que se oscurecía en tonos rojizos. Ese tipo de detalles se le escapaban, ya que solía rehuir el contacto visual con ella.

Cuando llegó a su altura, se descalzó con los pies y se sentó en la orilla, metiendo parte de las piernas en el agua y empapándose los pantalones. Los niños parecían haberse alejado, lo que permitió que se instaurara un silencio agradable entre ellos. Pasado un tiempo, Link volvió a mirarla, esperando a que hablase.

–Soy una desgraciada –dijo al fin. No lo dijo lamentándose o enfadada, fue más bien una certeza, como si no cupiera duda de que, efectivamente, lo era. Link aguardó en silencio, aquello solo acababa de empezar–. Creo que Hylia debe estar, allá donde esté, riéndose de mí, porque de verdad que no entiendo cómo se pueden juntar tantas casualidades para que todo salga tan mal.

Finalmente miró a Link con esos ojos tan claros. Eran limpios y fríos, con el hechizante poder del invierno contenido en ellos. A Link le costaba mantenerle la mirada si no se mentalizaba antes de hacerlo. –Han secuestrado a la princesa zora.

Por extraño que pareciera, decirlo en el interior de su cabeza no era igual a que alguien lo dijera en voz alta. Es como si, conteniéndolo en su cabeza no pasara al mundo real, no llegara a existir.

–Por supuesto yo no lo sabía –continuó–, y he estado perdiendo un tiempo considerable pensando que Bo Don me ayudaría cuando realmente quería mi ayuda para atacar a los goron. –Aquello pareció recordarle algo. –Por cierto, cree que han sido los goron.

Aquello dejó de piedra a Link. Ver a un goron allí le parecía tan absurdo como ver a un zora en medio de la lava. Carecía totalmente de sentido. –¿Crees que la han secuestrado los goron?

–Él lo cree –aclaró Zelda. Por lo visto, ella no tenía las cosas tan claras–. Es muy fácil culpar al enemigo que han tenido siempre, pero no veo en qué podría beneficiarles.

–Eso es porque ellos no han sido –respondió–. Tiene que ser cosa de las gerudo.

Zelda echó la cabeza para atrás, dejando suspendida su corta melena rubia. –Ya lo sé. Es lo primero que he pensado, pero hay cosas que no me cuadran. –Link la miró en silencio. Había algo que se le estaba escapando. –¿No te parece un poco raro que los goron cierren fronteras sin avisar, y después los zora los acusen de haber secuestrado a su heredera?

Link asintió, desviando la mirada al frente. Era cierto que a priori la idea de un goron en el Dominio era absurda, pero el comportamiento que estos estaban teniendo era bastante sospechoso. Si Zelda estaba buscando alianzas, quizás las gerudo también lo estaban haciendo.

–¿Habéis llegado a algún acuerdo? –preguntó Link. A pesar de todos los enredos que fueran saliendo, la misión seguía siendo la misma, los objetivos estaban ahí.

Zelda torció el gesto. –No mucho. Bo Don no quiere saber nada de nosotros mientras su hija esté desaparecida. Y menos aún de una alianza con los que creen que son sus cautivos, así que no podemos contar con ellos por ahora.

–Joder –susurró Link.

–Eso digo yo –gruñó Zelda–. Lo bueno es que me ha permitido tener acceso a los documentos reales, así que podré escribir y firmar una misiva para que el estúpido guardia de Kakariko me deje ir a la Montaña de la Muerte. Lo primero que tengo que hacer es aclarar todo el tema de los goron. Necesito saber qué ha pasado allí.

–¿Y te dejarán entrar? El problema no es el guardia en sí, sino el bloqueo de los propios goron.

Zelda asintió. –Ya pero, ¿sabes una cosa? Los zora también habían bloqueado el Dominio a cualquier extranjero. Solo hemos podido entrar por el estatus. Tengo la esperanza de que en Ciudad Goron sea igual.

Link volvió a mirarla. Como siempre pasaba cuando ella actuaba de esa forma, sentía en su interior una contradicción. No quería admirarla, pero le costaba no hacerlo. A pesar de que, una vez más todo se iba al garete, ella seguía proponiendo soluciones y marcando metas.

–Por cierto, Link –comentó ella, haciéndole volver de sus pensamientos–. Tú volverás al rancho, ¿verdad? ¿Podría acompañarte hasta allí? Está de camino a Kakariko.

Las palabras de Rutela volvieron a resonar en su cabeza. La reflexión que había hecho sobre qué carga elegía cargar sobre sus hombros. La incomodidad que sentía se debía a esa discrepancia entre sus propios ideales, y solo encontraría la paz cuando admitiera una posición conciliadora entre los extremos. No quería ayudar a Zelda, no la necesitaba, pero el reino sí, y la alternativa a ella era el caos.

–Te acompañaré –dijo al fin.

–Gracias –asintió Zelda–. Además, no creo que tarde mucho desde allí a Kakariko.

–No –se explicó Link–. Te acompañaré hasta que consigas resolver todo esto.

Zelda no parecía comprender el alcance de sus palabra. –¿Lo de los goron?

Link negó. –Todo esto. Las gerudo, Ganondorf, tu padre. Hasta que devolvamos la paz al reino.

Zelda lo miró, sin saber qué decir. Vio cómo los ojos se le enrojecían de la emoción. Sin poder evitarlo, exhaló un suspiro que terminó siendo una risa entrecortada. Se llevó un nudillo a los ojos, eliminando cualquier rastro de lágrimas.

–¿De verdad? –Link asintió. Ella volvió a reír. La forma en que sus labios se curvaban hacia arriba y los pequeños hoyuelos que se le formaban en las mejillas parecían iluminar cualquier futuro. –Gracias, muchas gracias. –Miró a su alrededor, y después volvió a enfocarse en Link. –Jo, creo que es la primera buena noticia desde que empezó todo esto.

Había sido una decisión difícil, pero una vez tomada, sintió cómo se quitaba un peso de encima; cómo, efectivamente, era lo que tenía que haber hecho desde el primer momento. Una vez elegido el camino correcto, se sintió en paz consigo mismo.


Notas de autor: Este es, sin duda, mi capítulo preferido. No sé si habréis caído en quién es la misteriosa Zora, pero os leo en los comentarios.

En cuanto al tema de envejecer, no es algo canónico, pero tampoco es algo que no pueda ser posible. Sabemos que los Zora viven cientos de años, pero también vimos cómo Ruto se hizo mayor en 7 años. Pues con eso en mente pensé, ¿y si eso se debiera a que, llegada cierta edad, dejan de envejecer? La idea de que la juventud les pasa volada me pareció muy melancólica, y creo que casa perfectamente con los Zora.

No sé si lo comenté en algún capítulo anterior, pero para definir en esta historia a Link y sus problemas, tuve que pensar cuál era la génesis, el origen de ellos. Creo que en este capítulo queda claro cuál es.


23-Juliet: No conozco a nadie que le termine de caer bien el rey Zora. Quizás sea por esos ojos tan grandes jajaja. Nos leemos :)