Capítulo 9. Nuevos peligros.
Una vez superado el curso alto del río, la Pradera se extendió ante ellos, deliciosamente seca y soleada. Las nubes negras fueron quedando atrás, al igual que la sombra del desánimo que venía acompañándoles desde el principio del viaje. Se abría un nuevo día lleno de posibilidades.
Link había decido arriesgarse a tomar el camino de la Pradera en lugar del sendero de las montañas que tomaron a la ida. De esta forma podrían llegar a Kakariko en el mismo día, aunque pudieran exponerse a ser descubierto. Ante esto Link había propuesto exprimir al máximo a los caballos.
Durante la primera parte del viaje no habían podido ir demasiado rápido, pues el camino que salía del Dominio emulaba el recorrido del río Zora, descendiendo y doblándose por la orografía como un gemelo de grava y arena. Una vez superada esa zona, el terreno se aplanaba y el agua viraba hacia el norte, rodeando la Pradera. De esa forma, la orilla izquierda colindaba con la larga extensión de hierba, un mar dorado que se perdía en el horizonte.
Sin previo aviso, Zelda azuzó a Dove, poniéndola al galope. Por detrás escuchó a Link gruñendo algo, pero no le hizo caso. Al poco tiempo ya escuchaba los resuellos de Epona en su espalda, así que se inclinó hacia delante para ganar más velocidad. Con los nuevos pantalones que los zora le habían regalado, podía pegarse a la montura hasta sentirse una con ella.
Acostumbrada a la áspera y dura ropa que Malon le había dejado, sus nuevas adquisiciones le parecían muy cómodas. Estaban hechas de un tejido fino e impermeable que parecía emular la ropa de los sheikah, y al igual que ella se ajustaba a su cuerpo de forma magistral. La nueva camiseta era del mismo material, pero ésta añadía pequeñas placas del material plateado con el que forjaban sus armaduras y tridentes.
Por si fuera poco, también le habían obsequiado con un bonito arco, igualmente plateado. Aquello había sorprendido a Link, que desconocía que los zora practicaran el tiro con arco, dado que la mayoría de sus conflictos se llevaban a cabo en el agua. A él le habían ofrecido un ostentoso tridente que había rechazado amablemente. Más tarde le confesó no quería ir cargado con él, pero ella sabía que era porque se sentía más cómodo con la espada.
Zelda no le había visto utilizarla todavía, pero su modo de moverse invitaba a pensar que era como otra parte más de su cuerpo. Era como Impa en ese aspecto, así que supuso que, al igual que ella, también sabría utilizar el resto de armas.
Sus nociones de tiro con arco eran bastante pobres por culpa de su padre. Guiado por un excesivo trato sobreprotector, el somero adiestramiento militar que solían recibir los miembros de la familia real había recaído por completo en su hermano Noah. Aquello era algo a lo que Zelda siempre se había opuesto frontalmente, estúpidas costumbres ancladas en la antigüedad que no hacían más que aumentar su dependencia a la Guardia Real.
Por ello, cuando el avergonzado rey Do Bon le puso el arco en sus manos aquella mañana, una pequeña parte de ella chilló de alegría. El problema ahora radicaba en que no sabía utilizarlo. Se había sentido tentada a preguntarle a Link, pero tras su arrebato de generosidad, prefería no presionarlo. El Link amable y generoso le gustaba más que el gruñón y antipático. Por ese motivo, se había prometido no pedirle nada más. Obviamente aceptaría cualquier consejo que le quisiera dar, pero tendría que salir de él.
Cuando el Sol ya brillaba en su cénit, una serie de árboles comenzaron a aparecer a su alrededor. No eran demasiado, y estaban dispersos, pero aún conservaban sus hojas y proyectaban sombras considerables. Link anunció que pararían allí para dejar descansar a los caballos y de paso comer algo.
Al bajarse de Dove fue consciente de cómo se le habían fortalecido las piernas, pues podía mantenerse de pie con relativa facilidad. Link se bajó a su lado y comenzó a descargar las alforjas de los caballos.
–Por aquí podríamos cazar algo –comentó. A Zelda le hizo gracia que hablara en plural, cuando ella sabía de sobra que sería incapaz de cazar nada.
–Sí, que tiemblen los conejos conmigo –bromeó ella.
Link frunció el ceño. –¿Controlas bien el arco?
Llegado a ese punto, Zelda tenía dos opciones. Podía negarlo, quedando en ridículo por lo emocionada que se había sentido al recibir el arco, que prácticamente le había quitado de las manos al rey, o podía mentir y decir que sí, quedando en ridículo cuando hasta el más lento y torpe de los conejos escaparía de ella. Prefirió optar por un término medio.
–Lo controlo, pero poco. Los blancos en movimiento no son lo mío –contestó, con tono desenfadado.
Link la miró de soslayo. –No sabes, ¿verdad?
–Sí que sé –se encabezonó–. ¿Qué animales hay por aquí?
–Principalmente conejos, sí.
La duda ensombreció los ojos de Zelda. –Puedo intentarlo.
Link negó con la cabeza mientras descargaba el arco de Zelda y cogía un puñado de flechas. –Casi mejor busca algo de leña, no quiero que espantes a lo poco que haya por aquí.
La condescendencia que aderezaba su tono consiguió ofenderla. Sin embargo, tampoco podía replicar. No había peor humillación que la verdad contada sin tacto. Zelda se dio la vuelta sin mediar palabra, tratando de salvar la poca dignidad que aún le quedaba.
–Después de comer –continuó Link, sabiendo que ella lo escuchaba–. Te enseñaré a utilizarlo. –Zelda asintió con una sonrisa, pero no se dio la vuelta para evitar que él lo viera.
Cuando Zelda volvió de coger ramas, se encontró con Link despellejando un conejo. Acostumbrada a comer piezas de carne fileteadas, ver las partes del cuerpo del animal hizo que se le revolviera el estómago. A diferencia de Link, apenas pudo darle un par de mordiscos a su porción.
Cuando Link terminó de dar cuenta del animal, se puso en pie y se estiró. Parecía bastante animado. Fue hacia las alforjas y se lavó las manos con el agua de la cantimplora. Después cogió el arco y las flechas que había clavado en el suelo. Empezaba la clase de arco.
–Ah, no –dijo, cuando vio acercarse a Zelda–. Primero lávate las manos.
Zelda fue a protestar, pero viendo el rostro inflexible de Link, ni siquiera lo intentó. –Que sepas que yo me he ensuciado bastante menos que tú.
–Eso es porque comes como una princesita –se burló.
–Lo que pasa es que se me ha revuelto el estómago al ver al animal tan… tan animal –consiguió decir–. No se puede decir lo mismo de ti, que parecía que no habías comido en años.
Link frunció el ceño mirando a uno de los troncos de los árboles. –Pues no te equivocas. –Zelda lo miró con escepticismo. –Es cierto. Malon siente una especie de afinidad hacia los animales y se niega a comerlos. Y si se niega ella, me niega a mí.
–Vaya, qué fuerza de voluntad –dijo Zelda, impresionada. Solo con recordar los guisos de cordero o de pavo que hacían en el castillo se le aguaba la boca–. A mí me encanta la carne.
–Pues no lo parecía –observó Link. Mientras hablaba con ella, hacía unas muescas en el tronco del árbol más cercano.
–Eso es porque el conejo tenía demasiada forma de conejo. Si hubieras cazado un venado o, no sé, algo más grande que no recordase al animal que es cuando te lo comes, verías que me encanta comer carne.
–No creo que encontremos venados por aquí, princesa –dijo Link, con algo parecido a una sonrisa en los labios–. ¿Estás preparada?
Zelda asintió, secándose las manos en sus cómodos pantalones. Link cogió el arco y lo tensó un par de veces, calculando la fuerza que habría que hacer y si sería manejable para ella. La forma en la que trataba a las armas, ya fuera a su espada o a aquel arco, dejaba para la imaginación que quizás podría ser cariñoso y delicado, algo que contrastaba con la brusquedad de su comportamiento.
–Bien, lo primero que tienes que aprender es a cogerlo correctamente. Coloca las piernas así –señaló, poniéndose en posición de tiro, colocándose de lado y adelantando un pie.
–¿Por qué pones ese pie delante? Antes te he visto cogerlo al revés –preguntó ella, con curiosidad.
–Porque yo soy zurdo. La mano fuerte es la que tira de la flecha. Tú eres diestra así que tienes que hacerlo al revés.
Zelda asintió, comprendiendo. En su interior sintió un pequeño retortijón de complacencia al comprobar que Link sabía cuál era su mano buena. No era algo que ella hubiera mostrado frente a él, escribiendo o esgrimiendo un arma. Debía de haberse fijado en alguno de sus gestos. Sabía que era observador, pero no que también lo era en lo que respectaba a ella.
Imitó la posición de Link, ahora ya sabiendo que la estaba haciendo específicamente para que la copiara. Cuando se hubo colocado, tuvo que sentir cómo Link la analizaba de arriba abajo.
–Dobla un poco más la rodilla –le corrigió–. Esa no… Eso es, así sí.
Necesitaron unos minutos más ajustando la postura para que Link le acercara siquiera el arco. Sin embargo, antes de hacerlo la obligó a ponerse recta y volver a coger la postura por sí misma. Aquello, además de tedioso, era incómodo. Lo único positivo era ver cómo Link parecía ponerse tenso cada vez que la tocaba para corregirle la postura. Al principio lo hacía como si su piel le quemase, pero a medida que ella respondía a sus consejos, pareció ir relajándose.
–Bueno, debes saber que la postura es la parte más importante para tirar.
–Más le vale –se quejó Zelda.
–Toma –dijo Link, ofreciéndole el arco. Le sorprendió lo natural que fue cargarlo en la postura en la que se encontraba. Era como preparar un puzle y encajar la última pieza. Link parecía igualmente sorprendido. Estaba a su lado, pero no parecía encontrar nada que estuviera fuera de lugar–. Muy bien, ahora cárgalo.
Le ofreció una flecha y Zelda la colocó en la cuerda. Cuando lo tensó, notó cómo Link le rozaba el codo, levantándoselo. Lo notaba muy cerca, casi pegado a ella. Visto de cerca, el contraste que hacía su piel tostada con la de ella resultaba cómico, era como si hubiera vivido hasta ahora sin que le diera el sol. Posó su mano izquierda sobre la de Zelda, ayudándola a mantener ligeramente inclinado el arco, y colocó la derecha en su estómago.
–Gira con la cadera, nota la tensión –le susurró.
Zelda notaba la tensión, pero no a la que se refería él. No acostumbraba a tener a nadie tan pegado a su cuerpo, pero la cosa empeoraba al tratarse de Link. Notaba un magnetismo inexplicable, como si fueran dos imanes que cambiaban de polo constantemente.
Hizo un esfuerzo titánico por vaciar su cabeza y apuntar con la flecha al tronco donde Link había hecho la muesca. Al estar tan concentrada, no se dio cuenta de que Link se había apartado para dejarle total libertad de movimiento. En su cabeza calculó que la flecha haría una pequeña parábola, así que dejó que la punta se moviera un poco más arriba del objetivo y soltó la cuerda.
La flecha salió disparada como una exhalación, perdiéndose entre la maleza. Zelda no había caído en que hacía falta más distancia para que la flecha hiciera parábola, así que ésta se perdió entre la parte alta del árbol. Fue un tiro desastroso.
Miró a Link, esperando un reproche, pero solo encontró un ceño fruncido y una mirada confundida. –No está mal.
Zelda levantó una ceja, suponiendo que trataba de ser irónico. –Era mi primera vez, ¿vale?
–Lo digo en serio –contestó Link–. Era imposible que acertaras a la primera, pero la postura es buena y agarras el arco bastante bien. La puntería es cuestión de practicar.
Acostumbrada al agasajo vacío típico del castillo, escuchar un halago por parte de Link, la persona menos conciliadora que había conocido, se sintió como un verdadero premio. Sonrió de forma espontánea, guiada por una súbita sensación de alegría.
Link la miró ligeramente turbado. Seguía manteniendo un gesto enigmáticamente confuso. –No te quedes ahí parada y ve a por la flecha, ¿no?
Zelda asintió, sin perder el ánimo. Había sido su primer tiro, y Link le había dicho que lo había hecho bastante bien. Atrás quedaban esos momentos de frustración en los que veía entrenar a los guardias y a su hermano, sintiendo que el manejo de las armas no era algo que ella pudiera hacer.
Encontró la flecha bastante alejada. No se había equivocado con la dirección tanto como con la altura. Cuando se agachó a recogerla, notó cómo un arbusto cercano comenzaba a moverse. Pensó que se trataría de un animal similar al que había cazado Link para comer, pero le sorprendió que el arbusto se movía en su totalidad.
De él salió reptando un ser verde y grotesco, con las piernas cortas y los brazos demasiado largos. Tenía una nariz redondeada y dos cuernos parecían crecerle desde las sienes. En su mano portaba un rudimentario machete con la hoja mellada. Los ruidos que salían de su garganta parecían el rumor de hojas secas al ser pisadas.
Zelda se quedó congelada, horrorizada por la aparición de aquel ser. De forma inconsciente se llevó la flecha al arco, pero fue incapaz de colocarla sobre la cuerda. Caminó hacia atrás hasta que tropezó con la raíz de uno de los árboles. El ser se acercó a ella con la rapidez que le permitían sus cortas patas.
Abrió su boca en una apestosa sonrisa coronada por dientes amarillos y puntiagudos, pero lo único que salió de ella fue un triste gañido. En su pecho había aparecido el mango de una daga. Cuando levantó la vista, pudo ver cómo la sombra de una espada separaba su cabeza del cuerpo.
Link se había movido con tal rapidez que no había podido verle llegar. Aún con la espada en la mano, echó un vistazo a su alrededor por si hubiera más monstruos como aquel. No debió de encontrarlos, porque rápidamente se agachó para comprobar el estado de Zelda. Ésta seguía sentada en el suelo, procesando lo que acababa de pasar.
–¿Estás bien? –preguntó Link, buscando heridas con la mirada.
–¿Qué era eso? –Zelda jamás había visto un ser como aquel.
Link se puso en pie, seguido de Zelda. –No lo sé. Es la primera vez que veo algo así, pero tenía intención de matarte.
Ella también lo había sentido. Había sentido un peligro diferente al que se puede tener al acercarse a un perro rabioso o un caballo enloquecido. En esos casos, a pesar de correr peligro, el animal no tiene un instinto asesino. Aquel ser, en cambio, parecía ser plenamente consciente de que iba a matarla.
–Tenemos que irnos –atajó Link, malhumorado. Guardó la espada en la vaina con un gesto brusco y fue a colocar las alforjas a los caballos. Zelda pudo ver cómo apretaba los labios. Debía de ser por ella. Se había quedado parada como una pánfila mientras aquel monstruo se acercaba. Podría haberla destripado.
–Lo siento –dijo en voz baja.
Link levantó la mirada. –No es culpa tuya. Bajé la guardia y ni siquiera noté su presencia. –Cuando estuvieron preparados los caballos, se subió a Epona. –Tenemos que llegar a Kakariko.
El ritmo que impuso a partir de entonces fue demoledor. No terminaba de exprimir a Epona al máximo, pero tampoco le permitía descansar al trote. Por suerte, las monturas parecían haber descansado, así que no fue hasta que llegaron al puente que notó cómo Dove resollaba.
–Tranquila –le susurró Zelda, palmeándole el cuello–. Ya casi estamos.
Link, por otra parte, no cruzó. Miraba en dirección contraria, hacia el camino que llevaba a la Ciudadela. –¿Qué ocurre? –preguntó Zelda, en voz alta.
–Creo que hay alguien parado en el camino. –Miraba con desazón hacia la lejanía, barajando si debería ir a ver o terminar de llegar a su destino.
–Podrían haberle atacado.
Aquello pareció hacerle entrar en razón. Desandaron el camino y pronto Zelda pudo comprobar cómo, efectivamente, había una carreta en el linde del camino. A medida que se acercó, reconoció al hombre que la había llevado desde la Ciudadela al Rancho. Parecía dar vueltas alrededor de la carreta con nerviosismo.
–¿Ingo? –preguntó Link, encabezando la marcha–. ¿Qué ha pasado?
–¡Hay monstruos, Link! –exclamó el hombre, angustiado–. Unos monstruos rojos y pequeños, pero monstruos.
–¿Rojos? –preguntó Zelda. En su mente aún podía ver aquel asqueroso ser verde y paticorto.
–¿Seguro que eran rojos? –preguntó Link. También parecía haber pensado lo mismo.
–¿Qué importa el color? –estalló Ingo–. Hay monstruos en la Pradera. Hacía años que no había ninguno por aquí. ¿Qué diablos está pasando?
–¿Tú estás herido? –atajó Link.
Ingo negó. –No, pero casi atacan a Molly –contestó, mirando al pequeño equino que tiraba de su carreta–. Tuve que retroceder hacia Kakariko para perderles, pero con las prisas se salió la rueda del eje. Estas carretas no están hechas para ir a tanta velocidad.
Link bajó de Epona y echó un vistazo. Cuando se incorporó, intercambió una mirada con Ingo y después miró al oeste. La duda volvía a aparecer en su rostro, y la incomodidad se reflejaba en cómo se frotaba el dorso de la mano izquierda. Por último miró a Zelda.
–¿Crees que puedes llegar a Kakariko tú sola?
Zelda lo miró, sorprendida. Imaginaba que entre sus opciones estaban la de quedarse a ayudar a Ingo o de marchar a Kakariko, pero en ambos casos, juntos. Que la mandara por su cuenta implicaba que confiaba en ella. Se veía capaz, pero no estaba tan segura de Dove. La pobre yegua parecía agotada.
–Sí, pero no creo que pueda ir muy rápido.
Link pareció comprender a qué se refería. –Monta a Epona. En cuanto pases el río, ve a galope hasta Kakariko y habla con el guardia de la Montaña. Tenemos que aprovechar el tiempo.
–¿Vas a dejar que vaya sola? –preguntó Ingo, extrañado. Por la forma en la que la miraba, sentía que no había terminado de reconocerla–. ¿Con esos monstruos por ahí? No es que me importe, pero…
–No –interrumpió Link–. ¿Esos seres rojos que viste tenían las patas largas? –Ingo negó. –A ti te atacaron de camino a la Ciudadela, ¿no? Pasado el río. –Asintió. –Bien. Lo más probable es que no sepan nadar, así que a menos que crucen el río Zora por el puente de madera, no debería haber ninguno por la orilla este.
Zelda se bajó de Dove y, con la ayuda de Link, montó a Epona. Éste rebuscó entre las alforjas y sacó el cuchillo que utilizaba para hacer fuego. Luego miró a Zelda. –Recuerda, ve a galope todo el tiempo. No utilices el arco, y no te asustes. Eres más rápida que cualquiera de ellos, así que en Epona estarás segura.
–¿Qué vas a hacer tú? –preguntó Zelda, preocupada.
–Ayudaré a Ingo y después te buscaré en Kakariko, ¿entendido?
Zelda asintió. Agarró las riendas y azuzó a Epona, que avanzó obediente hacia el este. A diferencia que con Dove, montar a Epona era distinto. Era más brusca, más grande y más rápida. Le recordaba a los palafrenes que veía en los establos reales, los que utilizaban los caballeros para justar.
Antes de cruzar el puente, volvió la vista atrás. A lo lejos, veía la silueta de Link, que descargaba con Ingo las mercancías que portaba. Apenas se había hecho a la idea de que Link le ayudaría, y ya estaban separándose de nuevo. Alejó aquellos pensamientos de su mente e hizo avanzar a Epona a través de los maderos del puente.
Que hubieran aparecido aquellos monstruos en la Pradera, tras años de paz y tranquilidad solo podía significar que Ganondorf y sus secuaces estaban haciendo su movimiento. El equilibrio de la balanza en la que había estado viviendo se estaba desmoronando, y tenía que actuar antes de que fuera demasiado tarde. No podía perder más tiempo, tenía que hablar con el guardia para que el paso estuviera abierto cuando Link llegara.
Notas de autor: Lo primero, pedir disculpas (otra vez). Estuve esta semana de festival y posteriormente muriéndome así que no tuve tiempo de actualizar. Hoy que al fin he podido sentarme os subo capítulo. El siguiente lo subiré el sábado.
En este capítulo quería resaltar una cosa, y son los diferentes tipos de bokoblins, moblins y demás bichos que aparecen en los juegos. Me parece curioso cómo en cada juego son distintos, tienen sus colores, sus formas y cuerpos.
En cuanto a la tontería que hay entre Link y Zelda, pues bueno, jej. También me hacía gracia comentar lo del vegetarianismo impuesto por Malon. Soy consciente de lo rica que puede estar la comida vegetariana, pero a veces un buen entrecot te ilumina el día.
23-Juliet: Madre mía, suena muy interesante esa teoría. Me recuerda la saga de Anne Rice de Entrevista con el vampiro. No tanto por las "relaciones" en sí sino por la forma en la que se plantea cómo la mente humana va cambiando cuando se supera cierta edad. En la segunda parte que estoy escribiendo ahora intento profundizar un poco más en esa naturaleza Zora, pero creo que he ido más bien por el lado contrario a la autora que comentas, a fin de cuentas quitando a Ruto no recuerdo más ejemplos de amor interracial zora-hyliano (menos el pederasta de BotW). ¿Ese fic que comentas está aquí en FanFiction? Me gustaría leerlo.
