Capítulo 11. La herencia divina.
Lo que Link tenía ante sus ojos era un fantasma. No tenía un aspecto de muerte, pálido o transparente. No era una aparición o un ente místico de alguien que hubiera muerto años atrás. Aun así, sí era una visión que venía a torturarle. Era un recuerdo de aquella parte de sí mismo que se esforzaba en olvidar. La maza del pasado impactaba contra su estómago.
La mujer ante sus ojos mantenía los rasgos que él recordaba. La nariz prominente, el cabello rojizo y la piel tostada gritaban sus orígenes. Sus ojos dorados, a diferencia de los de Rutela, no mostraban un aire regio o el misticismo que envolvía a los zora. Sus ojos hablaban de desierto y sol, de arena y guerra. Una tormenta de arena confinada entre barrotes.
La mujer levantó una ceja al ver que Link no dejaba de mirarla. Pareció estudiar sus rasgos. –Mmm… ¿Quién es este shiok tan guapo?
–Diosas, eres Nabooru de verdad –respondió Link, sin caer en sus provocaciones–. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué te han encerrado?
La mujer frunció el ceño, aparentemente sorprendida. –¿Me conoces?
Link no tenía tiempo de dar explicaciones, de hablar sobre templos en la arena y brujas malvadas. No podía contarle la gesta que llevó a cabo en un mundo que ya no existía, una aventura de la que ella también había sido partícipe.
–Puedes contárselo también –dijo Zelda, desde el otro lado de la pared–. Él viene conmigo.
La gerudo volvió a estudiar a Link, deteniéndose en sus ojos. Parecía buscar mentiras en su interior. –Entiendo.
Se puso en pie con una agilidad felina, mostrando ser tan alta como él. Su cuerpo era pura fibra, el poderío gerudo. –Ganondorf planea atacar la Ciudadela. –Nada que él no supiera. La gerudo continuó. –Ha empezado con su propio pueblo, está purgando a los opositores.
Link frunció el ceño. Aquello no lo esperaba, y a su vez carecía de sentido. –Pero si tiene a parte de su pueblo en contra, ¿con qué fuerza pretende atacar la Ciudadela? La protegen los sheikah, y los muros que la rodean podrían aguantar un asalto.
–Porque somos pocas las que nos oponemos. Eso y algo mucho peor, es lo que le iba a decir a la princesa –respondió–. Ganondorf planea invocar un ejército.
Link dio un paso atrás. Miro a Zelda, que parecía igualmente desubicada. –¿"Invocar" un ejército? –repitió ella.
Nabooru asintió, aunque Zelda no pudo verlo. –Así es. Mediante magia negra está convocando monstruos y seres oscuros. Despierta a los moblin y otros seres inferiores, los invoca desde el que sea su origen y los pone a sus órdenes. Las primeras hordas las convocó hace unos días. Fue cuando tomé la decisión de buscar a la princesa. –Tragó saliva. –Pero ahora pretende hacer algo peor, un ritual a mayor escala.
Link abrió los ojos. Aquello explicaba la aparición de esos seres que les intentaron atacar en la Pradera. Si bien era cierto que aquellos monstruos no parecían ser especialmente poderosos, poner bajo su mando lizalfos o grandes moblins podría llegar a ser un verdadero problema.
La forma de actuar de aquel Ganondorf parecía ser diferente al gerudo contra el que él se enfrentó. Aquello le dejó un regusto amargo. Después de haber vivido lo que vivió, lo que tuvo que sacrificar, parecía que la información que conocía ya no era útil en la realidad en la que se encontraba. Era como aprender un idioma e ir a un lugar donde no lo hablaban.
–¿En qué consiste el ritual? ¿Dónde lo llevan a cabo? –preguntó Zelda, sacándole de sus pensamientos.
–En el Templo del Espíritu. Por eso denegaron el acceso a los que trabajaban en las obras, aunque no fueran hylianos.
Link miró a Zelda, que parecía pensar lo mismo que él. –No podemos ir allí sin más –consiguió decir–. La Garganta de Gerudo, la Fortaleza, el Desierto Encantado… Es imposible, demasiados obstáculos.
–No se trata de que podáis o no –dijo Nabooru, mirándolo con intensidad–. Si consiguen llevar acabo el ritual, estáis perdidos; estamos perdidos.
La impotencia comenzó a nublarle la mente. Lo crítico de la situación no lo hacía más plausible. Por mucho que se exprimiera la cabeza, Link sabía que no podía ir allí solo. En el pasado, solo consiguió llegar hasta la Fortaleza, y porque no había nada directamente en su contra. De ir ahora y ser apresado, probablemente lo ejecutarían. No podía subestimar a este Ganondorf.
–No podemos contar con la Espada Maestra –dijo en voz baja.
Zelda negó con la cabeza. –Los zora no nos darán el zafiro hasta que aclaremos lo ocurrido con la princesa. Y el rubí sigue estando descartado. –Se mantuvo callada un momento. –¿Y la esmeralda?
En su cabeza resonó la voz que lo había acompañado en su infancia, arrancándole un sentimiento de nostalgia que creía olvidado. Milenios de sabiduría y vida, raíces enterradas hasta el corazón de la tierra. El árbol Deku haciendo guardia el bosque, como un centinela eterno custodiando un tesoro de valor incalculable. Y así era. Ahora lo comprendía, ahora entendía la verdadera belleza que aquel ser milenario guardaba con tanto celo.
–La esmeralda está a salvo –aseguró, eligiendo bien sus palabras.
–Deberíamos ir a por ella. Quizás así podrían darnos acceso a Ciudad Goron –comentó Zelda.
–No –contestó Link. Aquel problema lo tendrían que resolver más adelante. Miró a Nabooru, que negaba con la cabeza–, no tenemos tanto tiempo.
Se llevó las manos a la frente, apartándose el flequillo mientras trataba de pensar. Tenía que encontrar algo diferente. No podía ceñirse a sus vivencias, al pasado. No podía tratar de repetir una hazaña cuando los factores que componían lo que tenía delante eran diferentes. Lo que fuera que les ayudase, tenía que ser algo que no tuvo la última vez.
Volvió a posar la vista en Nabooru. –Tú –dijo de pronto. Había tenido la solución frente a sus ojos–. Tú nos meterás allí.
La piel trigueña de la gerudo pareció palidecer. –¿Cómo?
–La Fortaleza es el único lugar donde permiten el paso de otras razas. Podemos pasar desapercibidos si vamos con cuidado –explicó–. Pero el puente y el Desierto son arena de otro costal. Necesitaríamos un chivo expiatorio, una distracción para entrar en el Valle. Y por supuesto una guía, no podemos ir al Desierto por nuestra cuenta.
–Pero… –comenzó Nabooru, visiblemente aterrada ante la idea de volver–. Si se enteran de que os estoy ayudando… yo no…
–Link, ven un momento –dijo Zelda. Tenía el ceño fruncido, y parecía haberse deshecho de la vulnerabilidad con la que la había visto al llegar. Encontrarla así era liberador, necesitaban su faceta incisiva, la princesa que tenía soluciones y que no se rendía, no la que se veía superada y acababa llorando.
Link se dio cuenta de que se había alejado de la pared. Quería hablar con él a solas, sin que la gerudo los escuchase. –Link, esto no me gusta.
–¿Por qué lo dices? –preguntó él, confundido. Se le debía de haber pasado algo que a ella no.
–¿No te parece todo esto muy conveniente? –dijo ella. Sus ojos azules parecían afilados como un carámbano–. Tenemos una guerra en ciernes, una que aún no está decantada para ningún bando, y justo ahora aparece una gerudo aquí, en Kakariko. ¿No te hace sospechar?
Era cierto que en su vida había visto a una gerudo tan al este, pero la situación excepcional justificaba sucesos excepcionales. –Sí que es raro, pero sigo sin entender a dónde quieres llegar.
Zelda suspiró con exasperación. Su carácter duro estaba volviendo a salir a la luz. –Una gerudo que tiene información crítica para resolver el conflicto, que de una u otra forma nos lleva a la conclusión de que debemos ir al Valle, solos –continuó, resaltando la última palabra–. Es de manual, nos quiere llevar a la boca del lobo.
Link frunció el ceño. De todas las posibilidades que barajaba, aquella sospecha jamás se le habría ocurrido. Entonces lo comprendió. A pesar de que Nabooru era una de los siete sabios, aún no había sido despertada, no se conocían entre sí. Tampoco tenía ninguna prueba de que no estuviera siendo controlada por las brujas gemelas. Visto desde el prisma de Zelda, sus sospechas eran lógicas.
Agarró los barrotes con ambas manos, acercando su rostro al de Zelda. –Tienes que confiar en mí. Es una elegida –dijo sin más. No había tiempo para más argumentos.
Zelda lo miró a los ojos, buscando en ellos algo que él mismo desconocía. Por un momento se sintió desnudo, indefenso ante aquel escrutinio. No podía admitirlo, pero existía cierto magnetismo, cierta fuerza invisible a la que se veía sometido. Era algo que ella irradiaba de forma inconsciente, pero no por ello era menos real, no por ello le afectaba menos. Era horrible, odiaba sentirse así.
–Está bien –concedió ella tras un momento de silencio.
–¿Cómo?
–Que vale, si confías en ella, yo también.
La respuesta cogió a Link a traspié. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de que no esperaba que ella lo creyera. Necesitó un momento para recomponerse. –Ah… vale. Bueno, tenemos que ver cómo os sacamos de aquí.
–Solo hay un guardia, ¿no? –preguntó Zelda. Link asintió–. Bien, yo me ocuparé de la llave. Tú tienes que distraerle para que podamos salir.
–¿Cómo vas a conseguir la llave? –preguntó Link.
–Ya han pasado más de cinco minutos –interrumpió el guardia. Se había levantado de la silla y andaba hacia él con lentitud.
–Tendrás que confiar en mí –respondió ella, con una ligera sonrisa. Link asintió de nuevo–. Espéranos con los caballos en la entrada de Kakariko.
–Vale –contestó él, dirigiéndose a ambos. Fue a salir, pero entonces recordó algo–. ¿Dónde dejaste a Epona?
–Vamos, fuera de una vez –dijo de nuevo el guardia, empezando a molestarse.
–En la posada –gritó Zelda, pegando la cara a los huecos de los barrotes–. Dije que pagaría cuando me fuera.
Sin miramientos, el soldado alejó a Link del pasillo donde se encontraban las celdas. Si quisiera, podría noquearlo y sacar a las chicas sin más, pero aquello traería consecuencias mucho más graves después. Si Zelda se escapaba, una vez saliera a la luz su identidad todo estaría arreglado. Diferencia de clases.
Aquello estaba mucho mejor. Estar encerrada sin un plan que seguir y sin objetivos a la vista que poder cumplir consumía su ánimo. Se marchitaba como una flor a la que no regaban. Por suerte, Link había vuelto como una lluvia en el desierto. Ahora que los engranajes volvían a girar, su cabeza funcionaba.
La idea que se le había ocurrido para escapar era más compleja de lo que en un principio se le había ocurrido. En este caso, sería mover las llaves, hacerlas desaparecer de donde estaban, transportarlas a un plano divino y después materializarlas en sus manos. Era consciente de que sus poderes habían despertado, pero utilizarlos a su total voluntad en una situación tan crítica no era sencillo.
Los poderes de la Diosa Hylia eran complejos. Se generaban más allá de su dimensión y fluían a través de su cuerpo como una corriente de luz. Era pura energía, blanca e inmaculada, lista para ser modelada con la utilidad que ella necesitase. Por supuesto, cuanta mayor fuera la energía que necesitase, más le costaría controlarla.
Se sentó en el suelo de piedra y trató de concentrarse. Necesitaba visualizar la llave del guardia, cómo era su forma, intuir su peso y localizar donde estaba. Cuando el guardia echó a Link, Zelda pudo ver que la llevaba enganchada en una anilla del cinturón. Había varias llaves y, como no sabía cuál era, tendría que materializarlas todas.
Aquello suponía dos problemas. Tenía que canalizar la energía necesaria para mover no una, sino cuatro llaves, y además el guardia no debería ser consciente de que éstas desaparecieran. Tendría que esperar a la distracción de Link y hacerlo todo al mismo tiempo.
A su lado, la gerudo parecía haberse sumido en un silencio imperceptible, como si quisiera borrar su presencia de allí. Aún tenía sus reservas para con ella, pero Link había dicho que era una elegida, o lo que fuera que eso significaba, así que asumió que tendría que confiar en él. No sabía qué relación tenía el rubio con ella, pero si bien era cierto que podría ser una trampa, en caso de no serlo sería un problema mucho mayor.
Al poco tiempo, un fuerte ruido rompió el silencio fuera del calabozo. Escuchó el grito de una mujer enfadada, varios caballos relinchando y cucos cacareando. La voz de Link parecía entremezclarse entre aquella cacofonía animal, con gritos de auxilio. Era escalofriantemente realista.
Al principio el guardia no hizo nada, pero al ver cómo los ruidos iban haciéndose más fuertes, se puso en pie. Echó un vistazo a las celdas, pero solo la vio a ella sentada, inofensiva. En el momento en que se dio la vuelta para salir, Zelda cerró los ojos.
Primero notó un atisbo de calor en su cuerpo, una sacudida suave como una brisa. Se abría el mundo. Después empezó a notar un familiar cosquilleo en su mano derecha. Sabía que la Trifuerza comenzaba a brillar, transfiriéndole la gracia de quien la bendijo. Era su fuente, el canalizador que conectaba con la otra realidad. La sensación de calor se hizo más intensa, notaba cómo su cuerpo se desgastaba por aquel flujo divino, cómo su capacidad de control se iba reduciendo. Si bien había intentado hacer algo parecido en el castillo, nunca había tenido que materializar tantas cosas al mismo tiempo.
El dolor se fue agudizando cada vez más, como si minúsculas agujas al rojo se clavaran en su piel. Lo que estaba llevando a cabo era un pulso, un duelo invisible con sus propias capacidades, y no podía perder. Aun así, sentía que se vaciaba, que la energía abandonaba su cuerpo. La Trifuerza comenzó a enfriarse, y aquel lugar comenzó a absorber energía de ella. Tiraba con fuerza, empujándola al abismo. Y entonces lo sintió. El peso del metal. Detuvo por completo sus esfuerzos, cortando el enlace que había creado con ese mundo. Abrió los ojos poco a poco y se encontró sudorosa, cansada y con cuatro llaves en la mano.
Haciendo un esfuerzo titánico, se puso en pie, notando las cosquillas de un mareo en las sienes. Desde su celda, comenzó a probar las llaves en la cerradura hasta que dio con la que la encajaba. Soltó un gemido de alivio al ver cómo el pestillo cedía y la puerta se abría.
Se dirigió a la celda de Nabooru y probó con las otras llaves que le quedaban. La gerudo estaba ovillada en una esquina, oculta entre las sombras que proyectaban las paredes. Le sorprendió su aspecto físico. Aun en la penumbra de la celda, podía distinguir el contorno de un cuerpo fuertemente trabajado. Con la piel de un color tostado, lograba un equilibrio entre la belleza femenina y la tosquedad de unos músculos inmensamente trabajados.
Zelda entró y se acercó a ella. Notaba el miedo en su cuerpo, pero no tenían tiempo que perder, la distracción de Link no duraría eternamente. –Oye –dijo en voz baja, tratando de llamar su atención. Al no obtener respuesta, se acuclilló junto a ella–. Venga, tenemos que irnos.
–No puedo ir –balbuceó–. No sabes lo que hace con los traidores. Me matará.
–Nadie va a hacerte daño –respondió Zelda, intentando insuflarle a su voz una fuerza que no sentía. Estaba agotada, pero sabía que debía poner todo su empeño en convencerla–. Escúchame, viniste para buscarme, ¿verdad? Porque sabes el peligro que corre tu pueblo.
Nabooru la miró fijamente a los ojos. Tenía unos ojos únicos, veteados en oro y verde como si fuera una diosa. Parecía asustada, pero a pesar de ello, la mención de su pueblo hizo resplandecer una pequeña chispa de rebeldía. Aquello le indicó a Zelda el camino a seguir.
–Lo conseguiste, me encontraste y pienso ayudarte, a ti y a los tuyos –continuó–. Pero Link y yo no podemos hacerlo solos. Necesitamos tu ayuda para acabar con esto antes de que empiece. Si todo sale bien, nadie tiene que enterarse de que nos ayudaste.
La mujer gerudo pareció dudar por un momento. Frunció el ceño y se miró las manos. Tenía las uñas largas y esmaltadas, decoradas con filigranas doradas. Lentamente, comenzó a cerrar sus manos hasta darle forma de puños.
–Solo quiero la paz para mi pueblo.
Zelda se puso en pie y le ofreció su mano. –Por eso peleamos, Nabooru. Por la paz.
La gerudo pareció decidirse y aceptó la mano de Zelda. Salieron por el pasillo justo en el momento en que el guardia entraba por la puerta. Hubo un segundo de indecisión en el que el tiempo pareció congelarse. Zelda sintió cómo se le nublaba la vista, no podía hacer frente a un imprevisto tras otro. Por suerte, aquella vez no tuvo que hacer nada. Nabooru, con la velocidad de una serpiente, le lanzó un puñetazo en la cara al guardia. Zelda ni siquiera lo vio, solo fue consciente de lo que había ocurrido cuando el hombre cayó al suelo inconsciente. Salieron del calabozo entre un alboroto que comenzaba a apagarse. La luz de las antorchas revelaba un suelo lleno de pisadas, trozos de madera y jarrones rotos. Una mujer cargaba con un cuco en cada mano, agarrándolos del cuello mientras estos agitaban sus alas blancas.
Cuando llegaron al límite del pueblo, pudieron ver a Link con dos caballos a su espalda. Estaba hablando con el centinela, y se había colocado de forma que el hombre diera la espalda al pueblo. En aquel momento el nerviosismo volvió a apoderarse de ella. Había contado con el guardia del calabozo, pero no con el que custodiaba la entrada.
Link la miró con disimulo, evitando que el guardia reparase en ella. En el caso de la descubrieran podría argumentar que era su hermana o cualquier excusa y, siendo una hyliana sin ornamentos, podría pasar por una pueblerina cualquiera. El problema era Nabooru.
La susodicha, sin embargo, parecía ver las cosas con mucha más claridad. Con un par de zancadas, se colocó tras él y le propinó un golpe seco en la zona que no cubría ni el yelmo ni el peto de la armadura con su cimitarra. Ni siquiera había visto cuándo la había cogido. Link avanzó por acto reflejo para retenerlo y evitar que chocara contra el suelo e hiciera ruido.
–Bien, tenemos que irnos –susurró. Tenía un aspecto lamentable. Tenía el flequillo desordenado, y la cara llena de arañazos. También pudo ver varios desgarrones en su ropa, como si hubiera peleado contra algún animal.
–¿Qué te ha pasado? –preguntó Zelda, tratando de no alzar el tono.
–Cucos –respondió él–. Ha sido peor idea de lo que pensaba.
Zelda fue a preguntar de nuevo, sin terminar de entender las palabras de Link, pero Nabooru los interrumpió. Había montado a Dove y ya la dirigía hacia la Pradera. –¿Podéis dejar la charla para luego, princesa? Tenemos que irnos.
Link asintió en silencio, acercándose a Epona. Esperó a que ella montara y le dio un ligero empujón hacia arriba para ayudarle. No lo dijo, pero lo agradeció. Se encontraba demasiado cansada. Después de aquella situación de tensión, la adrenalina que corría por sus venas comenzaba a disiparse.
Link se colocó tras ella y cogió las riendas. En el proceso, notó cómo sus brazos la rodeaban. La cercanía con la mano del chico hizo que su mano vibrara. El triángulo en su mano se iluminó débilmente, recuperando un calor que se había extinguido al hacer aparecer las llaves. Link debió de sentir algo parecido, pues soltó la mano izquierda de las riendas e hizo un gesto con ella.
–¿También notas el zumbido? –preguntó, a su espalda.
Zelda asintió. –Es la resonancia de la Trifuerza. Se reactivan cuando están juntas.
–¿Se había desactivado?
–Algo así. Utilicé su poder para salir del calabozo.
–En la entrada al Dominio también lo usaste, ¿no? –Zelda asintió. –Yo no siento que pueda hacer algo así.
Miró al horizonte y trató de enfocar la vista en algo mientras buscaba una forma de explicarse. –La Trifuerza actúa como un comodín. Por sí sola no es capaz de gran cosa, a menos que tengas los tres fragmentos juntos, claro –Eran las leyendas las que se ocupaban de narrar esa posibilidad, por lo que no vio necesario profundizar en ello–. Teniendo uno de ellos, potencia tus habilidades. En tu caso, el valor. Si te vieras forzado a hacer algo audaz que sobrepasara tus capacidades, la Trifuerza te conectaría con… bueno, actuaría como un depósito de reserva, otorgándote esa energía extra que necesitases.
Link volvió a coger ambas riendas. Le parecía cruel que se le hubiera otorgado un presente como aquel sin recibir ningún tipo de instrucción, como si le hubieran regalado una herramienta y no supiera cómo o en qué utilizarla. Era su responsabilidad como miembro de la familia real compartir con él todos sus conocimientos.
–Verás, es como…
–No hace falta –le interrumpió.
–¿Estás seguro? ¿No quieres saber cómo funciona?
–Sí, pero puedo esperar a mañana, o a pasado –contestó–. Intenta descansar.
Notas de autor: Aquí entramos en una de las licencias que me he tomado en este fic. Como os comenté, quería que resultara lo más fiel posible a lo que conocemos de la historia, pero de vez en cuando tengo que respirar e inventarme cosas. Sin embargo, el poder que ha mostrado Zelda tiene cierto sentido. Si recordamos, en juegos como Wind Waker, TP o BotW, Zelda es capaz de invocar armas (flechas y arcos, principalmente) así que pensé en darle una vuelta más. Si es capaz de traer cosas de un supuesto "reino sagrado", como hace en TP, ¿por qué no al revés? ¿Por qué no enviarlas allí? ¿Y por qué no traerlas de vuelta otra vez? Esas cosas las estuve pensando antes de empezar a escribir y, aunque es cierto que algo así no lo hemos visto en ningún juego, no me pareció tan inverosímil. Me gustaría saber vuestra opinión en este aspecto.
Luego hay otra cosa que se explicará más adelante y es el poder de la Trifuerza. No debemos confundir el poder de la Trifuerza con el poder de la diosa Hylia. El primero viene del pedacito sagrado que crearon las Diosas y tanto Link como Ganondorf cuentan con él. Es un poder que no se desarrolla en los juegos pero que sin duda debe existir, como por ejemplo cuando Ganondorf escapa de su ejecución al principio de TP. También hay que tener en cuenta que cada pedazo representa una cosa distinta, así que puede que sus poderes no sean exactamente iguales. Por otra parte tenemos el poder de la diosa Hylia, que es el típico que vemos en BoTW y demás juegos para vencer a Ganondorf. Como todos sabéis, ese poder está reservado únicamente a Zelda. Esto se explicará de una forma más clara en unos caps.
23-Juliet: Me alegra mucho que lo hayas entendido. Creo que para comprender a esta Zelda hay que tener un poquito de empatía y salirse de los cánones de personas encorsetadas en sus papeles. Tiene sentimentos, sí, pero no se limitará a ser una llorona.
