Capítulo 12. De paso.
El Sol despertaba a sus espaldas, pero la enorme cordillera de Eldin solo dejaba intuir su presencia. Ésta comenzaba a ser palpable cuando el negro decorado con estrellas iba retrocediendo hacia el horizonte, cambiando por un violeta azulado que a su vez viraba progresivamente hacia el naranja. Y frente a ellos, los brillos de un tejado de paja marcaban el destino.
Volver al Rancho fue una sensación extraña. Durante los últimos días, Link había sentido una transformación en su interior. No era como si fuera otra persona, sus valores o sus sentimientos hacia la gente a su alrededor, nada de eso había cambiado. La diferencia radicaba en sus prioridades.
Lo que hasta ahora había sido una vida tranquila y despegada del mundo comenzaba a transformarse en una vía de escape, en una pataleta con la que había dado la espalda al mundo real, a problemas que no se habían solucionado. No dejaba de sentirse frustrado, el fuego que ardía en su interior estaba más vivo que nunca, pero por un tiempo, haría el esfuerzo de dejarlo a un lado por un bien mayor. Eso le hacía sentirse bien, en paz consigo mismo, más maduro si cabe.
Por ello, cuando atravesó la entrada, con los distintos edificios alzándose frente a él en la penumbra, se sintió desubicado. Esos lugares habían contenido la mayoría de sus actividades y preocupaciones, su atención en general, y ahora lo comenzaba a ver como algo nimio. Una pregunta se abría paso por su mente, pero no quería formularla. No quería hacerlo porque en ese caso tendría que responderla, y esa respuesta dinamitaría lo que había sido su vida hasta ahora.
Antes de bajar le dio una ligera sacudida en los hombros a Zelda, que se había quedado dormida entre sus brazos. Ella era otra de esas variables que habían aparecido en su vida, aunque con diferencia la más compleja de todas. Era innegable que la idea que tenía de ella se había ido truncando a lo largo de los días. La imagen de una princesa egoísta y consentida estaba siendo dinamitada con el genio y la voluntad que ésta ponía en su delicada empresa.
El problema con aquello era que chocaba frontalmente con sus sentimientos, con el veneno que se había instaurado dentro de sí y el rechazo irracional hacia su persona. Era consciente de que el enfrentamiento entre esas dos posiciones le hacían comportarse de una manera inestable, errática, y nadie en su sano juicio aguantaría de forma indefinida esa forma de ser. La princesa ya le había dado el primer aviso, y pocas cosas le gustaban menos que el que fuera ella la que le reprochara algo teniendo razón.
Zelda gimoteó, en un paso entre el sueño y la vigilia. –Ya hemos llegado.
Aquello la hizo reaccionar. Se enderezó en la silla y miró a su alrededor. Link aprovechó entonces para desmontar y guiar a Epona el resto del camino con las riendas. El establo principal estaba abierto de par en par. Los ventanales laterales también estaban abiertos, así como los del resto de edificios. La única excepción era la casa principal.
Con el rabillo del ojo, Link pudo sentir algo moviéndose. Vio cómo se perdía entre las siluetas oscuras de los edificios y entraba en la casa principal. Aquello le sacó una sonrisa. Terminó de guiar a Epona al establo y ayudó a desmontar a Zelda. Nabooru iba tras ellos. No había dicho una palabra desde que salieron.
Una vez hubieron atado a los caballos, Link se encaminó a la casa. Intentó abrir la puerta, pero habían cerrado por dentro. Llamó un par de veces, diciendo su nombre. Al otro lado se escuchó la voz amortiguada de Malon.
–Ha venido una gerudo contigo. ¿Estás bien?
Link suspiró. –Sí. Solo es una, no hay de qué preocuparse.
–¿Te están amenazando?
–¿Crees que si me estuvieran amenazando podría decirte que sí?
Esperó un momento y escuchó cómo descorría los cerrojos. A los pocos segundos la tenía abrazada a su cuello. Él tardó un segundo en corresponderla. Olía a heno, a campo, y a algo que le resultaba familiar pero no sabía distinguir. –Diosas, estaba tan preocupada.
Las presentaciones con el resto del grupo fueron protocolarias. Obviamente Malon recordaba a Zelda, aunque su trato con ella fue un poco más tirante, o eso le pareció. No fue del mismo modo con Nabooru. Ambas parecieron conectar en el acto.
Zelda se excusó con la idea de darse un baño, y Nabooru hizo lo propio yendo a los establos. De esa forma pudieron darle un tiempo a solas con Malon. Verla de nuevo en casa, con la ropa de siempre y rodeada de todo aquello que le había acompañado durante los últimos años le produjo un extraño sentimiento de nostalgia. No había pasado ni una semana, pero ya percibía la última vez que estuvo allí como algo lejano.
–Pareces desubicado –adivinó Malon. Ahora que se fijaba en ella, su rostro era un rompecabezas. Normalmente con un vistazo sabía leerla, qué pensaba, pero en aquella ocasión era como si una máscara cubriera sus emociones.
–No es nada –dijo él, restándole importancia–. Lo importante es, ¿cómo estás tú? Siento no haber podido avisarte, pero surgieron imprevistos.
–Ya, eso supuse –contestó, fría.
–¿Estás enfadada?
El rostro de Malon pareció endurecerse, pero rápidamente la máscara se rompió, mostrando una preocupación genuina. –Claro que sí. Pensé que te había pasado algo malo.
Link se mordió el labio. Sabía que aquello pasaría. Se había tomado la molestia de enviarle una carta, pero hasta que llegase al menos habrían pasado un par de días, y teniendo la idea de que volvería esa misma noche, era lógico que se hubiera alarmado.
–Lo siento de verdad. Puedo asegurarte que no fue premeditado, nos vimos en la obligación de irnos.
–¿Qué ocurrió? –preguntó Malon. No era alguien especialmente curiosa, pero aquella situación bien merecía una respuesta.
–Impa no apareció –respondió él. Aquello era algo que seguía inquietándole. Podía imaginar qué motivos habrían hecho que la sheikah no acudiera a su cita, pero le resultaba casi impensable que alguien pudiera detenerla–. Tuvimos que ir al Domino para buscar ayuda de la familia real de los zora.
Los ojos azules de Malon se abrieron con sorpresa. –¿Viste a los zora?
–Sí, pero no sirvió de mucho –comentó Link. No tenía intención de contarle toda la intriga política detrás del viaje, ni la desaparición de Ruto ni el bloqueo goron. A fin de cuentas, no era una información que pudiera resultarle útil–. Al final todo se resumió en que no nos ayudarían. Fue un viaje desperdiciado.
–Ya veo –dijo Malon, pensativa. Después lo encaró con una sonrisa–. Bueno, así pudiste volver antes. Además, esa gerudo está aquí para ayudar a la princesa, ¿no?
Link se abstuvo de comentarle que si los zora hubieran accedido a ayudarla, lo más probable es que él se hubiera desentendido por completo del tema y habría vuelto para quedarse, no de paso, como había terminado ocurriendo.
–Pues sí, fue un golpe de suerte. Nos la encontramos en Kakariko cuando volvíamos.
Malon asintió. Entonces pareció reparar en algo. –¿Pero no se supone que el conflicto es con las gerudo? –Calló un momento, pensativa. A Link le gustaba cuando fruncía el ceño, haciendo que unas pequeñas arrugas decorasen su frente. Era adorable. –El Rancho está de camino a… –Volvió a mirar a Link. –¿Va a ir la princesa al Valle Gerudo? ¿No es peligroso?
Link asintió, sorprendido. Dado que Malon no solía mostrar demasiado interés en lo que ocurría más allá de las vallas del Rancho, le sorprendió que hubiera sabido el itinerario que pretendían seguir. –Así es, Nabooru será nuestra guía.
Aquella respuesta fue acompañada de un silencio incómodo. Malon lo miró con incomprensión. –¿Cómo que "nuestra"?
–Iré con ellas –respondió Link. Creía que había quedado implícito que, dado que Impa había desaparecido, sería él quien ayudaría a Zelda en la misión.
Malon lo miró a los ojos, buscando una respuesta que no iba a encontrar. –¿No dijiste que no querías meterte en sus asuntos?
–Claro que no quiero, pero esto es demasiado importante. Además tú misma me dijiste que debía ayudarla –contestó. No esperaba aquella postura, estaba casi seguro de que ella estaría de acuerdo con él.
–Te dije que debías ayudarla para que se encontrara con Impa porque estaba sola.
–Sigue estando sola.
–Claro que no –estalló al fin–. Tiene a esa gerudo consigo. Y esto ya no es ir a Kakariko, estás hablando de ir al sitio más peligroso de Hyrule.
–Precisamente por eso no puedo dejarla sola –contestó Link, levantando la voz. No entendía cómo no veía que no podía dejarla sola. Parecía no comprender que la seguridad de Zelda y la del reino eran la misma cosa.
–¿Y a mí sí? ¿Con los monstruos que rondan la Pradera? –contestó Malon. Su rostro estaba tomando un color rojizo debido al enfado, y las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos–. Es aquí donde debes estar. Todo esto –continuó, levantando ambas manos–, esto es lo que tienes que proteger.
Aquellas palabras se clavaron en la conciencia de Link como una estaca de madera. Le dolía que utilizase ese argumento contra él. Lo que pretendía hacer con Zelda también la englobaba a ella. Malon no comprendía la gravedad de lo que se fraguaba en el oeste.
Se puso en pie y caminó por la estancia, bajo la mirada herida de Malon. –Vendrán más.
–¿Qué?
–Los monstruos que han aparecido en la Pradera solo son el principio. El motivo por el que están apareciendo está en el Valle. Vendrán más, más grandes y peligrosos. –Se acercó a ella con lentitud. Malon mantenía los brazos cruzados, pero no se alejó–. Lo entiendes, ¿verdad? Si no voy, será imposible estar aquí.
Malon negó en silencio, enrocada en su posición. –¿Y por qué tú? ¿Por qué no va otro?
Link expulsó el aire de sus pulmones con lentitud. Aquella actitud egoísta le estaba impidiendo ver la realidad, y eso comenzaba a enfadarle. Si iba no era por orgullo, no se creía con mejores habilidades que un sheikah. Tampoco era por ser la única opción real. Aunque hubiera otra persona dispuesta a ofrecerse, como había ocurrido al aparecer Nabooru, tampoco le habría hecho desistir.
La respuesta era algo que había comenzado a arañar en el Dominio. También la había sentido en el Rancho cuando llegó, en el aroma de Malon al besarle, en las cuatro paredes que los contenía a ambos en aquel momento. Era una respuesta intangible, algo que no podía palparse, pero que al mismo tiempo quedaba tatuada en su mano izquierda.
–Tengo que ser yo –contestó, lacónico, y abandonó la habitación.
Habían pasado dos días desde que llegaron al Rancho y aún no habían retomado su viaje. Link había dicho que necesitaban estar descansados para lo que iban a llevar acabo, pero ella intuía que trataba de redimirse con Malon.
La pelirroja se había tomado bastante mal que Link fuera a acompañarla, lo que había desembocado en un sentimiento de rencor hacia ella. Su preocupación por él era genuina, pero tampoco se le escapaba que teniendo a Link en el rancho era mucho menos probable que éste fuera destruido.
Aquello quedó patente al día siguiente, cuando Link sacó el tema de que se mudara temporalmente a Kakariko. Lo que en el primer asalto había sido un intercambio de opiniones discordantes, se había terminado convirtiendo una batalla campal. Tanto Nabooru como ella se habían mantenido al margen, comiendo en silencio en la trinchera que era su lado de la mesa.
A pesar de que el trato de Link hacia Malon era bastante más sosegado que con el resto de personas, la oposición frontal que le estaba haciendo había terminado por desmoronar su paciencia. Más de una vez estuvo tentada de apoyarle en las distintas discusiones, pero sabía que su participación no sería bienvenida por ninguna de las dos partes.
Sin embargo, aquel retraso no estaba resultando del todo un desperdicio. Su relación con Nabooru había mejorado mucho. Había descubierto en ella una amiga inesperada, la compañía de una persona blanca, sin sentimientos complicados ni rencillas ocultas. Era tan distinta a ella pero al mismo tiempo tan interesante que apreciaba mucho tenerla cerca. Llenaba un vacío en ella que ni siquiera había notado que existía.
Además de una amiga, en la gerudo había encontrado a una instructora. Tras una breve conversación, había accedido a enseñarle a tirar con arco, y había mejorado bastante con él. Su forma de instruirla era… diferente a la de Link, pero igualmente efectiva.
Aquella tarde estaba practicando con blancos en movimiento. Para ello, Nabooru había atado una cuerda a un cubo y lo había dejado suspendido sobre uno de los tablones que conformaban el techo de un granero. Desde ahí, lo movía como si fuera un péndulo y ella tenía que acertarle.
–De nada sirve que esperéis a que pare –dijo Nabooru–. La gracia de un blanco en movimiento es que se mueve.
Zelda volvió a centrarse en su objetivo y soltó la cuerda. La flecha salió disparada, errando por muy poco. Mordiéndose el labio, cogió otra flecha de las que había clavado en el suelo y volvió a cargar. Esperó a que Nabooru meciera de nuevo el cubo y volvió a probar. Aquella vez sí que acertó.
–Nada mal, princesa –dijo Nabooru, esbozando una media sonrisa.
En su cabeza se materializó el monstruoso ser que la atacó en su viaje de vuelta a Kakariko. Una sombra de inseguridad se cernió sobre ella. –No es lo mismo –consiguió decir.
–¿A qué os referís?
–¿Cuando me enfrente a un enemigo real, podré abatirlo? ¿Cómo sé que no me quedaré parada sin hacer nada?
Nabooru frunció el ceño. –Influyen muchos factores a la hora de matar. El acto reflejo de acabar con un enemigo no es algo que se consiga de forma innata. Incluso nosotras, cuando nos dan un arma por primera vez, dudamos. La afinidad a las armas no nos hace saber utilizarlas desde cero. –Tiró de la flecha, sacándola del cubo. –Nos tienen que enseñar, tenemos que verlo. No podéis culparos por no saber cómo actuar ante algo que nunca habéis vivido.
–Ya…
–Además, pensad que en aquella ocasión os pilló por sorpresa, no lo esperabais. Un arquero suele ver a su objetivo desde la distancia. Si vuelve a pasaros, tendréis más tiempo para apuntar, y también más experiencia.
–Pero… ¿matar en sí? A alguien, digo –preguntó. No sabía si realmente estaba entendiendo lo que le estaba preguntando. Quizás la naturaleza bélica de su tribu omitía ese tipo de enfoque.
Nabooru le dedicó una mirada larga. –Si os veis en la necesidad de matar, no tendréis tiempo para esas preguntas, princesa.
–Ojalá no tenga que hacerlo nunca. –La respuesta de la gerudo no parecía haberle convencido. –Además, Link estará ahí para evitar este tipo de situaciones.
–Más vale –respondió Nabooru, rodando los ojos–. Nos está saliendo caro vuestro shiok.
Zelda miró a Link a lo lejos. En aquel momento estaba cepillando a Epona. Desde aquella distancia parecía relajado, ajeno a la crispación que había en el ambiente. –Creo que él tampoco está a gusto con la situación.
–No termino de entenderlo –reflexionó–. Lleva dos días discutiendo con su novia, que se opone frontalmente al plan que queréis llevar a cabo, y aún no ha cambiado de parecer. Pero después habla vos y apenas si os mira.
–Link al principio no quería ayudarme –le confesó–. De hecho, no lo hace por mí.
Nabooru no parecía de acuerdo con la justificación, y lo demostró lanzándole una mirada reprobatoria reservada a padres y a profesores. –Aun así, no os trata con el respeto que merecéis. Sois demasiado permisiva con él.
–Lo necesito a mi lado –respondió Zelda con seriedad. Sus ojos azules contrastaban con la luz cálida de la tarde–. Él es lo que marcará la diferencia entre el bando de Ganondorf y el nuestro.
Se mantuvieron en silencio, cada una perdida en sus pensamientos. En cierta medida le entristecía la relación que Link tenía con ella, pero tampoco podía hacer nada por ello. Lo único que podía pedirle era su colaboración para atajar este problema, y él había accedido. No podía permitirse ser caprichosa.
–Parece un shiok fuerte, y también.
–¿Qué? –preguntó Zelda. Nabooru señaló a Link con la barbilla–. Ah, sí. Es rápido, y fuerte.
–Y guapo –finalizó Nabooru.
El humor de Zelda pareció oscurecerse. –¿Adónde quieres llegar?
La gerudo levantó ambas manos en señal de rendición, aunque la sonrisa juguetona que se había formado en sus labios no desapareció. –A ningún sitio, princesa.
Sin decir más, se alejó de Zelda y la nube oscura que parecía formarse sobre su cabeza. Aquel tema era algo delicado para ella, unas aguas envenenadas a las que no convenía acercarse. Además, los problemas actuales eran lo suficientemente importantes como para centrarse en niñerías de ese calibre.
Un agobio súbito pareció cernirse sobre ella, tenían que avanzar. Se puso en pie y caminó hacia Link. Epona pareció sentir su presencia, porque movió las orejas en su dirección. Él también, ya que frunció el ceño aun sin levantar la vista. Se mantuvieron en silencio durante un rato. Él, terminando de cepillar las crines de su yegua, y ella observándolo. La delicadeza con la que hacía todo lo relacionado con Epona no dejaba de sorprenderle.
Cuando hubo terminado, dejó caer el cepillo en un cubo y le dio una palmada en el lomo a Epona. –Partiremos mañana –dijo al fin–. Ya he hablado con Malon para que te deje ropa cómoda.
Zelda asintió, imaginando cómo debió de ser aquella conversación. –¿Has conseguido hacer las paces con ella?
Link tiró de Epona, avanzando a grandes zancadas hacia el cobertizo. Zelda cogió el cubo del suelo y lo siguió como pudo. –Se ha resignado. Sabe que no es algo que dependa de ella o de mí. –Se mantuvo en silencio un segundo. –No depende de nadie, realmente.
–¿Se irá a Kakariko?
Aquella pregunta consiguió detenerle. –No. Es tan… cabezota.
–Intentaré hablar con ella –se ofreció Zelda.
–¿Contigo? –preguntó Link. Se dio la vuelta para encararla–. ¿Crees que te va a hacer caso por ser… princesa?
Zelda negó con la cabeza. –A veces nos negamos a hacer algo, más que por hacerlo en sí, por quién nos lo dice –razonó–. Mi padre muchas veces lo hacía conmigo cuando le proponía algo, por lógico que fuera.
Link le devolvió la mirada, cauto. Debió de percibir el tono amargo de lo que le estaba contando. –Malon no es tan inmadura.
–No es cuestión de madurez –repuso ella–. Es su vida lo que deja atrás, sus tierras. Si encima tú no estás, ¿qué le queda?
Aquel razonamiento pareció calar en su interior. Terminaron de guardar a los animales sin mediar palabra, ayudándose de forma tácita. Cuando terminaron, Zelda sentía un fuerte dolor en la espalda, y notaba cómo le caían goterones de sudor por las sienes. Nunca había sido consciente del desgaste físico que implicaba tener animales, la energía que consumía atenderlos.
Link la esperaba fuera del establo con los brazos cruzados; el cansancio no parecía hacer mella en él. Sin embargo, tenía un gesto sombrío, como si en su cabeza se gestara una idea desagradable. Parecía querer decirle algo, pero no terminaba de decidirse.
A esas horas el Sol ya se había escondido tras las escarpadas montañas de Tabanta. Toda la zona oeste parecía ser un entramado de estepas y montañas, desde la zona más al sur con la Cordillera Gerudo hasta el macizo de Hebra situado al norte. El saber que pronto viajarían en esa dirección hacía crecer en ella una expectación que nada tenía que ver con salvar el reino.
–Ahora me reuniré con Nabooru –dijo Link, sacándola de su ensimismamiento. Él también miraba al horizonte, aunque con una mirada más grave, como si estuviera ante un enfermo contagioso. Era una mezcla entre respeto y desagrado–. Tenemos que ver cómo vamos a infiltrarnos en la Fortaleza.
Zelda frunció el ceño, molesta. –¿Y yo no tengo que saberlo?
El rostro de Link pareció suavizarse. –No… no es por eso. Preferiría que te quedases con Malon mientras tanto.
Con un largo suspiro, asintió. Zelda dedujo que esa era la enrevesada forma que tenía de decirle que estaba de acuerdo con que ella hablase con Malon. ¿Acaso no era más sencillo decirle simplemente que le parecía buena idea lo que le había propuesto? Los hombres lo hacían todo inexplicablemente complicado.
–Está bien –respondió.
Aquello pareció iluminar un poco el rostro de Link, que mudó su mueca de eterno resentimiento. –Perfecto. Y no te preocupes por lo de la infiltración –continuó–, en el camino te contaremos qué hemos pensado, y decidimos entre todos.
Zelda asintió. Aquello le gustaba más. No es que su punto de vista fuera especialmente útil, más aún con la poca idea que tenía ella de infiltraciones en reinos sublevados, pero apreciaba que tuvieran en cuenta su opinión.
–Gracias.
–No, gracias a ti. –El alivio con el que dijo esa última palabra le transmitió lo importante que era Malon para él. Prefirió no pensar en ello, tenían trabajo por delante.
Notas de autor: Al fin me pongo al día. Sé que dije que subiría capítulo los sábados pero mi verano está siendo un poco caótico. Intentaré mantener el ritmo desde ahora.
En cuanto al capítulo, puede queno ocurrieran demasiadas cosas, pero era necesario hacerlo por un motivo. Malon. No quedaría natural que tengamos una historia cimentada sobre una relación de hace 3 años y que a la primera de cambio desaparezca por conveniencia de guion. Además, también hay que tener en cuenta que es un personaje con sus aspiraciones y miedos, con su vida. Malon probablemente sea la persona de Hyrule que más cariño tiene al sitio en el que vive, y no debe ser fácil asumir la situación que se viene, más aún viendo en qué sitio se encuentra el Rancho.
