Capítulo 13. Los poderes de las Diosas.

Partieron a primera hora de la mañana, pero todo se sentía diferente. Esta segunda despedida tenía un peso mayor que la primera. El propio Link lo sintió al abrazar a Malon, al fundirse con ella en un último beso. Sintió la urgencia que había en él, el miedo de no volver a verse. La diferencia entre un hasta luego y un adiós.

La primera vez que se habían ido era para hacer un recado, una visita al pueblo más cercano y volver el mismo día, o uno más tarde en el peor de los casos. Ahora el viaje no tenía fecha de fin. No sabía si en una semana, en un mes o un año. Tampoco se iban al pueblo de siempre, a donde compraban la comida de los animales o cualquier cosa que no cultivasen. Ahora iban al mismísimo infierno, a la fragua donde habían forjado la espada que podría herir de muerte al reino.

La tristeza que lo acompañó al irse también era algo inusitado. Era consciente de sus sentimientos hacia Malon, pero abandonarla a su suerte en una situación como aquella, a ella y el lugar donde vivían, le producía un sentimiento de pérdida que creía ya enterrado. Un sentimiento que lo llevaba a un bosque antiguo, a puentes de madera y despedidas con música.

Al mismo tiempo, mientras su mente guardaba un luto silencioso, su mano izquierda vibraba en un in crescendo atronador. Aquella faceta que desde hacía días estaba comenzando a desperezarse había terminado por despertar. Su viaje había comenzado.

Eso le recordó la conversación que había tenido con Zelda al salir de Kakariko. En aquel momento parecía exhausta, así que no quiso indagar más, pero el poder de la Trifuerza de su mano lo intrigaba. Había sido testigo de sucesos que escapaban a su comprensión, y sería muy interesante ser capaz de utilizar esa fuerza por sí mismo.

A diferencia de su último viaje, tanto Nabooru como Zelda habían tomado sendas monturas, pudiendo cargar cada una de ellas con sus equipajes. En aquel momento, la gerudo parecía haber avanzado, así que aprovechó la oportunidad y acercó a Epona a Dove, poniéndose a la altura de la princesa.

Ésta lo vio acercarse, con la mirada cauta que ya siempre utilizaba con él. Sabía que era algo que se había ganado por su indeseable comportamiento, pero también lo prefería de aquel modo. Interactuar de forma más cercana con ella era como bailar en el filo de una navaja, y arriesgarse en ese aspecto era algo que no entraba en sus planes. Tampoco quería depender de ella en ningún ámbito, pero aquello ya estaba fuera de su poder. Además, no querer intimar con ella no justificaba actuar como un cretino, y era algo en lo que estaba trabajando.

–Quería darte las gracias otra vez –comenzó. Ella sonrió, agradecida. No le gustaba que le sonriera. O sí, y por eso no le gustaba.

–No hay de qué –contestó–. Ha sido muy fácil. Te quiere de verdad, solo que a veces parece ser un poco…

–Cabezota –terminó él.

Zelda rio. –Sí, un poco. Pero bueno, al menos ahora estará a salvo.

Link no pudo evitar esbozar una sonrisa triste. –Sí, aunque no sé si se acabará yendo.

–¿Cómo? A mí me dijo que sí.

–Y a mí también, pero la conozco –contestó–. Es lo que decías ayer. El Rancho es su casa, su vida.

Vio cómo Zelda fruncía el ceño. –Pero entonces… ¿qué va a hacer?

Link encogió los hombros. –A lo mejor sí se va pero, no sé, no estoy convencido. Supongo que lo único que podemos hacer es confiar en ella.

Zelda parecía confundida. –¿Y por qué me das las gracias?

–Por hablar con ella. No era tu obligación, y además su comportamiento contigo no ha sido el mejor, pero aun así lo hiciste.

A Link no se le escapaba que había hecho eso por él. Sabía que Zelda en sus decisiones velaba por el bien común, sobre todo cuando tenía que ver con Hyrule, así que aquel acto de generosidad individual era algo que no podía pasar por alto.

Sin embargo, Zelda no parecía estar satisfecha con la respuesta. –No te entiendo.

Link enarcó las cejas. –¿A mí?

–Sí. Ayer te veía muy preocupado con dejarla sola. Incluso cuando volvíamos del Dominio te notaba pensativo, pero ahora parece que te da igual.

–No es que me dé igual –contestó él–. Es que ya le he explicado lo que hay. La información la tiene, así que ahora debe ser ella la que juzgue cómo actuar. No es una niña.

–Supongo que sí –concedió ella, sin verse en absoluto convencida.

Link la observó un momento más. La mueca que hacían sus labios cuando estaba contrariada tenía algo hipnótico. Era un mohín sutil, la forma en que se curvaban, las pequeñas arrugas que nacían en sus comisuras. Tuvo que esforzarse para apartar la vista.

–Te quería preguntar una cosa más–comentó, ligeramente turbado.

–¿Qué pasa? –preguntó ella, escéptica.

–Es mi mano –dijo, levantando la mano izquierda–. Noto como si vibrase.

–La Trifuerza.

–Sí. No sé si te acordarás de lo que hablamos el otro día, pero me dijiste que me explicarías cómo funciona todo esto.

–Es verdad –asintió–. ¿Qué quieres saber?

Link no sabía por dónde empezar. Realmente no sabía nada de la Trifuerza más allá de lo que contaban las leyendas. –Lo único que sé es que si se juntan todas, puedes pedir un deseo.

Una pequeña sonrisa decoró el rostro de la princesa. –La Trifuerza es un poder sagrado. Según la leyenda fue forjado por las Diosas creadoras del mundo, Din, Nayru y Farone, y tras su partida, se la confiaron a la Diosa Hylia. Ese es su origen.

Link frunció el ceño. Conocía a grandes rasgos aquella historia, aunque se liaba con los nombres de las Diosas.

–Lo que nos atañe a nosotros es que la Trifuerza está compuesta de tres partes, la Fuerza, la Sabiduría y el Valor. Y en el momento en que alguien desequilibrado en estos tres factores la toca, ésta se dividirá, quedando con él la parte que más lo defina.

–Ganondorf la tocó, y como su fuerte era la Fuerza, se quedó con ese pedazo.

–Exacto, y los otros trozos fueron a parar a ti y a mí, Sabiduría y Valor –concluyó–. Esos trozos destacan nuestras virtudes, y cuando las utilizamos, nos dan parte de su poder.

–O sea, que si hago algo "valiente", ¿mi parte de Trifuerza responderá ante mí? –Zelda asintió. –Entonces, ¿que esté vibrando es porque he tomado una decisión valiente?

–No sé hasta qué punto es una decisión valiente –contestó Zelda–. ¿Tenías miedo de irte?

Link trató de recordar. Efectivamente, el día anterior sentía cierto desasosiego al abandonar a Malon, al dejarla sola ante un destino indeterminado. Aquel sentimiento se había apagado a medida que su razonamiento le hacía ver que no estaba a su alcance hacerla cambiar de opinión. Sin embargo, otras veces se había enrocado en esa postura, y esta vez simplemente había avanzado hacia adelante.

–Puede ser, sí. Sobre todo inseguridad.

–Quizás esa es la razón por la que estabas tan raro –susurró. Después volvió a mirarlo–. El afrontar una decisión complicada ayudó a la Trifuerza a potenciar tu poder, por eso te sientes así.

Link asintió. –¿Y también podré teletransportar cosas? ¿O abrir cascadas como tú?

Zelda negó con la cabeza. –Eso son cosas distintas. Como te dije antes, la Trifuerza fue confiada a la Diosa Hylia, pero para mantenerla a salvo del mal y así aprovechar su poder, tuvo que adoptar una forma humana. Eso implica que hay otro poder, el de la propia Diosa como tal, que es necesario para enfrentar al mal.

Aquello le trajo un recuerdo casi olvidado. Lluvia cayendo sobre un castillo en ruinas. Un cuerpo monstruoso ensangrentado, herido de muerte, sellado hasta un nuevo despertar. El final que debía ser, y no la antesala del que acabó siendo. Una sensación de cansancio infinito se instaló en su alma.

–Tú tienes ese poder –dijo con voz grave–. Tú tienes el poder de la Diosa.

Zelda asintió, aunque parecía sorprendida. –Así es. El poder de la Diosa Hylia es hereditario. Pasa generación tras generación por la línea femenina de la Familia Real. ¿Cómo lo sabes?

–Porque lo usaste –respondió–. O lo usarás. No sabría decirte.

–En aquel mundo, para sellar a Ganon –comentó ella, comprendiendo. Ante el silencio taciturno de Link, continuó–. El caso es que tú te estás confundiendo. Lo que me viste utilizar es el poder de la Diosa, no de la Trifuerza de la Sabiduría. ¿Quieres saber cómo funciona ese?

La curiosidad lo mantuvo a flote. La espiral de nostalgia conseguía desmembrarlo hasta convertirlo en una sombra de sí mismo. No podía permitirse hundirse en esa ciénaga. Asintió.

–Pues piensa que es el poder de una Diosa –comentó. El entusiasmo con la que explicaba ese tema era magnético, lo rescataba de donde se hundía–. Las Diosas no viven en el mismo plano que nosotros. ¿No?

–Pero si no viven en el mismo plano, ¿cómo es que crearon nuestro mundo?

Zelda se calló un momento, buscando una respuesta convincente. Saltaba a la vista que no se había hecho esa pregunta antes. –Pues… supongo que tenían el poder de pasar de un plano a otro…

–¿Y Hylia? Después de entrar en tu antepasada, ¿por qué no volvió a su plano de diosa?

Aquella nueva interrupción pareció molestarla. –No sé, deja de hacerme esas preguntas. Nos estamos desviando del tema –le regañó.

Link soltó una carcajada, haciendo que el tono severo de Zelda quedara en nada. También notó cómo su parte de la Trifuerza volvía a vibrar. ¿Sería valiente interrumpir a su princesa? –Perdón, perdón. Continúa.

–El caso es que el poder de la Diosa está allí, en ese plano –continuó ella, frotándose las manos–, y si quiero utilizarlo, tengo que traerlo aquí.

–¿Por eso acabas tan cansada después de utilizarlo? –preguntó Link, genuinamente interesado.

–Sí –contestó ella. Parecía contagiarse por el interés de Link–. En el caso del teletransporte es aún peor porque tengo que hacer dos viajes. Materializar el objeto en el plano "divino" y después volver a traerlo a éste, pero en la localización que yo quiera.

–¡Qué interesante! –exclamó Link–. ¿Entonces podrías transportar lo que quisieras adonde quisieras?

–Bueno, no sé. No creo. Cuanto más grande sea el objeto, más energía me consume llevarlo de un sitio a otro. Además, también influye lo mucho que conozca el objeto en cuestión. Digamos que si los lazos son más fuertes, cuesta menos.

Esa revelación le abría un sinfín de posibilidades. –¿Y a cualquier sitio? ¿Podrías teletransportarme al Desierto Encantado?

Aquella propuesta pareció exaltarla. –¡No, claro que no! Si visualizo el objeto puedo enviarlo al plano divino, eso sí, pero para traerlo a un sitio exacto, necesito conocer cuál es. Además, hablo de un objeto, no una persona. ¿Qué pasaría si algo sale mal? ¿Y si te materializo en el plano divino y después no te puedo traer de vuelta?

Link enarcó una ceja. –¿Me convertiría en un dios? –Zelda no dijo nada, solo se lo quedó mirando con gesto que rondaba entre la incredulidad y la preocupación, como si pensara que era idiota. –No lo sé, dímelo tú. ¿Alguna vez se te ha quedado algo por el camino?

–Sí, muchísimas veces. Cubiertos, sobre todo.

–¿Y qué ha pasado con ellos?

–No lo sé, pero seguro que no hay ninguna Diosa cuchara.

–¿Diosa cuchara? –intervino Nabooru. Al estar tan enfrascado en la conversación, no la había visto acercarse. Una vez más, había bajado la guardia. Aquello le puso de mal humor. –Los hylianos tenéis un problema con tantas diosas.

–Tenemos las mismas que las gerudo, ¿no? –preguntó Zelda.

–Claro que no, las gerudo sólo veneramos a una diosa, la Diosa de la Arena.

–¿De la Arena? No la conocía. Creía que venerabais a las la tríada. Quizás más a Din…

–Qué va –interrumpió Nabooru–. Los sacerdotes hylianos intentan hacer relaciones con todo, pero son cosas distintas. La Diosa de la Arena, adalid de las siete. –Zelda negó. –¿No? ¿La lucha contra la octava apóstata de las montañas? ¿Pero qué os enseñan en la Ciudadela?

Link aprovechó el cambio de conversación para alejarse. Necesitaba tiempo para sí mismo, para analizar la información que había obtenido pero, sobre todo, para recuperar la calma y martirizarse por su estúpida actitud con la princesa. Se había dejado llevar como si fuera un niño ante un cuentacuentos.

Debía recordar por qué estaba ahí, cuál era su objetivo y con qué condiciones había accedido a participar. Debía relajar sus ánimos, volver a ser frío como un témpano, sin debilidades. Para bien o para mal, la Trifuerza del Valor seguía vibrando en su mano, y consiguió disolver toda negatividad que generaba el cuarto oscuro que era su cabeza. Aquello consiguió mantenerlo en un segundo plano sin caer de lleno en su actitud huraña.

Se mantuvo en silencio lo que quedó de día, interactuando lo justo para montar el campamento en el que pasar la noche o para turnarse al hacer guardia. Encontraron un par de monstruos entre las hierbas altas similares a los que había visto con Zelda de camino a Kakariko, pero igual de inútiles e ineficientes ante su espada. Rastrearlos y perseguirlos se convirtió en la distracción que lo privaba de verse inmerso en el magnetismo que irradiaba la princesa.

Por otra parte, a lo largo de los días siguientes pudo comprobar cómo la relación entre sus compañeras mejoraba de forma considerable. Veía en ellas una química extrañamente turbadora. Resultaba gracioso cómo dos personas como la princesa de Hyrule y una talentosa guerrera gerudo pudieran hacer tan buenas migas, pero lo cierto era que el comportamiento férreo y directo de esta última compatibilizaba con el genio y carácter que Zelda escondía bajo sus sonrisas complacientes. Además, la experiencia que atesoraba la segunda atraía indudablemente a la primera.

Por el interés que parecía mostrar la princesa en la conversación, imaginaba de qué estaban hablando. Criada bajo la estricta educación hyliana de su padre, la cultura de los pueblos amparados bajo su corona quedaba limitada a las conveniencias del momento. Por ello, Link imaginaba que descubrir el entramado de la sociedad matriarcal gerudo debía atraerla con el morbo de lo prohibido. Tiró de las riendas para ponerse a su ritmo y escuchó su conversación.

–Pero entonces, ¿qué hacían esos hombres trabajando en las obras?

–Aquellos shiok son mano de obra –respondió Nabooru–. Piensa que la región gerudo tiene un clima complicado, toda ayuda para mejorar las infraestructuras es bienvenido.

–O sea, pueden venir para trabajar pero no para mandar.

–Exacto, podrán trabajar, pero siempre bajo la supervisión de una shiak gerudo.

Zelda frunció el ceño, pensativa. –¿Y si viniera una mujer de otra raza? Por ejemplo, una mujer de Kakariko que quiere instalar un negocio en la Fortaleza, ¿podría?

–Sobre papel, sí, podría, pero es más complicado. Llevaría más procedimientos.

–¿Procedimientos por qué?

–Porque en culturas como la vuestra es más común que sea un shiok el que lleve el negocio, así que habría que investigar si realmente la shiak es la verdadera dueña –explicó Nabooru–. A veces es más fácil que la shiak acuerde un contrato con una gerudo y después se repartan las ganancias.

Zelda ladeó la cara. –Bueno, no es mala idea.

–Hahaha, más fácil –rio Link. Zelda lo miró, sin comprender–. Eso del papeleo es más bien una excusa. Las gerudo alargan los trámites para que las mujeres extranjeras hagan un acuerdo con ellas. De esa forma, parte del dinero de sus negocios se queda allí.

Zelda miró a Nabooru, buscando contrastar la información. –Por eso decía que todo sobre papel. La realidad es que necesitamos ingresos, nuestra región tiene muchos gastos. Es cierto que poseemos minas que nos surten de metales y algunas piedras preciosas, pero no tenemos ríos donde sacar agua o pescar, ni tampoco campos que cultivar. Nuestras ganancias se irían únicamente en la subsistencia.

–Supongo que es comprensible –dijo Zelda.

–Intentamos salir adelante con lo que tenemos. Además, de esta forma conseguimos evitar las viejas costumbres. Si solo nos dedicásemos a robar, nuestras costumbres acabarían por desaparecer, y con ellas nuestra tribu.

–Sí, por eso no me parece mal –asintió Zelda–. Creo que la desaparición de vuestra cultura sería una pérdida enorme, además me gustaría ver un reino en el que gobernasen las mujeres. Cuando herede la corona, echaré a todos los hombres de la Ciudadela.

Nabooru comenzó a reír, lo que hizo que Zelda también lo hiciese. Link suspiró, mirando al cielo. Después le dio una palmada juguetona a Epona en el cuello. –Tranquila, tú estarías bien.

Aquel comentario hizo que Nabooru se riera aún más, con lo que estuvo a punto de caer de la montura. A Zelda se le habían saltado las lágrimas, y tenía la cara colorada.

Continuaron un tiempo así, hasta que finalmente pudieron tranquilizarse. No esperaba que el ambiente en aquella misión fuera a ser tan bueno. Sin embargo, esa misma conversación le había dejado un mal sabor de boca. La estrategia de Ganondorf de abrir la ciudad al comercio ayudaría a poner a las gerudo de su lado. Estaba seguro de que ahora aquel lugar sería hostil para ellos.

–Hablando de todo esto –comenzó–, deberíamos hablar de lo que vamos a hacer. –La atmósfera pareció enfriarse un par de grados.

Zelda miró tanto a una como al otro. –Sí, tenéis que explicarme qué habéis pensado.

–Primero tenemos que conocer bien la situación actual en la zona –comenzó Nabooru–. Ganondorf ha vaciado el desierto y la Fortaleza de shiok, y también ha limitado el comercio a las shiak que quieran vender sus mercancías a la Fortaleza.

–Sí, eso se lo oí a mi padre –asintió Zelda–. También prohibió el paso a mujeres extranjeras más allá de las puertas del Desierto. Solo pueden entrar gerudo allí.

–Exacto. Pero iremos a eso más tarde –continuó Nabooru–. El primer obstáculo al que nos vamos a enfrentar es el de cruzar el Valle sin ser vistos. El Valle consta de tres partes, la Cordillera Oriental, la Garganta de Gerudo y la Cordillera Occidental. Al final se encuentra la Fortaleza.

Link se mantenía en silencio ante la explicación de la gerudo. A diferencia de lo que pensaba la mayoría de la gente, la zona poblada de la región gerudo se limitaba a la Cordillera y la Fortaleza. A pesar de ser más conocido, el Desierto Encantado estaba prácticamente deshabitado por razones obvias. Una vez infiltrados en la Fortaleza, la misión sería más sencilla.

–Cruzar la Cordillera Oriental será lo más sencillo. Se trata de una zona de paso, y Ganondorf no tiene puestos de vigilancia. Podremos cruzarlo por el camino que utilizan los comerciantes, incluso unirnos a alguna caravana si es necesario.

–Pero tendremos que abandonar el camino antes de llegar a la Garganta –intervino Link–. Si nos ven desde allí, perderemos cualquier opción de entrar.

–En efecto –concedió Nabooru–. El segundo punto es el más complejo. ¿Conoces la Garganta?

Zelda asintió. En su cabeza podía trazar el recorrido del río Zora uniéndose al invernal río Hebra, cambiando su nombre por lugar donde desembocaba. –El cruce del río Hylia, ¿no?

–Eso es –sonrió Nabooru. Link supuso que Zelda habría estudiado toda la geografía del Valle–. La Garganta es un desfiladero formado por el río Zora a su paso por la cordillera, dividiéndola en Occidental y Oriental. También es la frontera natural entre el dominio gerudo y el reino de Hyrule, a pesar de que acaba girando de nuevo al este para desembocar en el lago Hylia.

A Link le parecieron graciosos los malabares dialécticos que utilizaba Nabooru para desmarcar a su tierra del reino de Hyrule, aunque virtualmente fuera parte del mismo.

–Existe un puente que une ambos lados de la cordillera, y debe cruzarse sí o sí, no hay otro modo de entrar. Ese será el punto más crítico de nuestra infiltración, porque habrá un destacamento vigilándolo, tanto en un extremo como en el otro. Nuestro principal problema es…

–Él –completó Zelda, señalando con la barbilla a Link–. La verdadera infiltración será la suya.

–Básicamente –asintió Link. De nada servía utilizar paños calientes. Las nuevas y estrictas políticas sexistas de las gerudo complicaban mucho la misión–. Dependiendo de lo que hagamos en la Garganta, el paso por la Cordillera Occidental será más o menos sencillo.

–¿Qué opciones hay? –preguntó Zelda, incisiva.

Nabooru y Link intercambiaron miradas. Tras asentir este último, Nabooru continuó. –Una de las opciones es la de hacer pasar a Link por shiak.

En los labios de Zelda se dibujó una tenue sonrisa, que se fue transformando en asombro al ver que Nabooru no remataba el chiste. –¿Lo dices en serio?

Nabooru frunció el ceño. –Sí.

–Yo no creo que funcione –opinó Link–. Hace unos años, lo vería lógico, pero creo que ya no doy el pego ni aun estando callado todo el tiempo.

Sintió la mirada de Zelda escrutándolo, muy probablemente imaginando cómo sería verlo con un atuendo gerudo. Lo cierto es que él también barajó la idea en primera instancia, era una opción sencilla y, de resultar efectiva, facilitaría mucho el resto del viaje. Además, no veía herida su masculinidad mostrando algo más de piel, quizás hasta lo agradecería con el calor que haría en la Fortaleza y el Desierto.

El problema radicaba en que su cuerpo había ido cambiando en los últimos años. El trabajo en el campo lo había fortalecido su pecho y su abdomen, endureciéndolos como una tabla de acero. Su espalda tampoco había quedado atrás, ensanchándose a la altura de los hombros hasta culminar en su cintura una figura triangular. Los músculos de sus brazos formaban contornos angulosos bajo su piel. Algo similar ocurría con sus piernas, donde los muslos, aristados en sus límites, adivinaban una potencia explosiva.

Era cierto que existían mujeres musculosas, pero ese nivel de definición solo lo verían en las gerudo o las sheikah, y por el durísimo entrenamiento al que se veían sometidas. Además, viajando junto a Zelda, cuya delicada figura contrastaba con la suya, el intento de engaño no pasaría de eso: un intento.

Tras una reflexión anormalmente larga, Zelda llego a la misma y evidente conclusión. –No, yo tampoco lo veo.

–Existe otra opción que te atañe a ti –continuó Link, intentando retomar el hilo de la conversación–. Utilizar tu poder.

Zelda volvió a fruncir el ceño. –¿Te refieres a...?

–Sí. Esta idea tampoco la desarrollamos demasiado porque no conocíamos la naturaleza de tu poder, por eso te queríamos preguntar si lo ves factible.

–Ya te dije que no puedo teletransportar nada a sitios que no haya visto antes.

–No sería un sitio desconocido –contestó Nabooru. Durante la tarde del día anterior, Zelda le hizo un pequeño resumen de cómo funcionaba su poder–. Tendrías que teletransportarlo al otro lado del puente.

El rostro turbado de Zelda mostraba lo poco conforme que parecía con respecto a ese plan. –Es cierto que podría llevar algo de un sitio al otro del puente pero –Miró a Link. –una persona es… diferente. Sería muy arriesgado.

En realidad, no habían barajado esa opción como la principal. Al igual que el resto de propuestas, tenía sus puntos a favor y en contra. Podrían pasar el control con facilidad, pero deberían llevar a cabo otro plan para cruzar la Cordillera Occidental. No obstante, conocer el mecanismo de aquel poder lo había convertido en una opción más remota aún de lo que habían valorado en el Rancho. Además, a Link no se le había pasado por alto lo exhausta que había acabado Zelda al salir del calabozo. Necesitarían ser ágiles una vez superada esa primera etapa.

–¿Tenéis alguna idea más? –preguntó Zelda.

Nabooru asintió. –La otra opción sería unirnos a una caravana de comerciantes y ocultar a Link entre la mercancía.

Link pensaba que esa era la opción más factible, aunque al mismo tiempo dependieran de terceros para llevarla a cabo. Confiaba en la fuerza de Nabooru y en la determinación de Zelda, pero cualquier comerciante avaricioso o cobarde podría tirarlo todo por tierra.

–Parece… realista –opinó Zelda–. ¿Cuál os parece mejor a vosotros?

–Pienso igual. No será fácil, pero sí la mejor de las opciones que tenemos –contestó Link.

–Puede funcionar, sí. Aun así sigo pensando que disfrazar a Link de shiak sería más efectivo –comentó Nabooru–. Os lo digo desde el punto de vista de una gerudo. A nosotras no nos chocaría ver a una mujer con tu aspecto.

Link negó con la cabeza. –Yo creo que vamos a tener que rezar a las Diosas para que no revisen la mercancía de los comerciantes.


Notas de autor: Este tipo de capítulos me da la sensación de que peligran con romper la "cuarta pared". Es cierto que la explicación está justificada para nuestros personajes, pero aún más para los lectores. Espero que haya quedado claro que existen diferentes poderes, los de la Trifuerza y los de Hylia, entre lo explicado aquí y hace dos capítulos. Tal y como comenté en un comentario, en lo que me basé para el poder de esta última era en cómo Zelda "invoca" arcos o flechas del mundo divino. Es algo que queda bastante explícito sobre todo en Twilight Princess.

Otra cosa en la que veréis que incido y que realmente me gusta es el tema de la cultura Gerudo. Voy a desarrollarlo bastante así que wait for it.