Capítulo 14. Un carromato y dos chicas.
Al cuarto día de viaje, la hierba dejó de crecer. La pradera iba secándose, olvidando el color verde y adentrándose en un marrón sangrante. La tierra era dura, y los caballos levantaban polvo al pisar sobre ella. Solo unos pocos árboles conseguían sobrevivir, hundiendo sus raíces hasta aquellos lugares en los que aún quedaban recuerdos de agua.
Frente a ellos, la enorme Cordillera Gerudo se alzaba como una sierra rojiza coronada de blanco. A diferencia de la zona de la Montaña de la Muerte, la homogeneidad de la cordillera era casi total. Las montañas subían y bajaban, pero sus picos mantenían una altura casi constante. Era como estar ante una muralla natural.
Desde la distancia pudo ver cómo las enromes montañas se abrían, dando lugar a una tímida senda camino que se adentraba entre ellas. Aquel sería el camino que deberían seguir, el principio de su infiltración.
A lo lejos, Nabooru parecía estudiar el camino. A medida que se acercaban a su hogar, su humor había ido enfriándose. Le apenaba verla así, más aún habiendo conocido su faceta más enérgica. Era una persona directa y sincera, negándose a maquillar cualquiera de sus comentarios. Aquella transparencia le hacía sentirse cómoda, lejos de intrigas y mentiras endulzadas con las que había convivido toda la vida.
Además, gracias a ella estaba aprendiendo muchísimo. La cultura gerudo era increíble, tan distinta a lo que conocía que le parecía irreal. En el castillo siempre le habían inculcado que era el enemigo, más aún después de la visita que hizo Link años atrás. Aquello le había ocultado la realidad, como si estuviera mirando por una ventana a través de las cortinas.
Link, por otra parte, montaba a su lado en silencio. Tras varios días de viaje, Zelda comenzaba a saber identificar cada uno de ellos. El que ocupaba aquel momento era del tipo reflexivo, los que utilizaba cuando pensaba. En esos momentos, si agudizaba el oído podía sentir la mente de Link funcionando.
Otros silencios eran tranquilos, creados por su propio carácter. Esos eran vacíos, sin más. No pedían ser llenados y podían disfrutarse con el paisaje o la mera compañía. Tenía un tercer silencio, el expectante. A diferencia del anterior, ese silencio invitaba a ser llenado, a transformar los pensamientos en palabras. Gracias a esos silencios había descubierto que Link era un buen oyente. Acompañado con su mirada, una mezcolanza entre desinterés fingido y curiosidad, conseguía hacer hablar a quien estuviera prestando atención.
El último de sus silencios era el peor de todos. Era un silencio hermético. Un muro de piedra en medio de un asedio, la pared de un horno en pleno funcionamiento. Era el silencio que la excluía, el que utilizaba para separarse de ella. Parecía frío, pero tras él podía sentir rabia y enfado. Era el silencio con el que guardaba sus secretos.
Por suerte, la situación de peligro inminente en la que se encontraban parecía animarlo. No sabía cuánto de aquello se debía a la Trifuerza y cuánto a su propia personalidad, pero lo cierto era que estaba en su elemento.
Durante el viaje se habían encontrado con varios monstruos, pero ninguno había llegado a acercarse a menos de 50 metros de ella. Antes de siquiera notar su presencia, Link espoleaba a Epona y acababa con ellos. Una parte de sí misma se sentía protegida, pero también expectante. A medida que su camino los acercara más al lugar desde el cual se estaban invocando dichos monstruos, más posibilidades habría de verse involucrada en un enfrentamiento.
Volviendo a Link, su relación con él parecía haber mejorado. Ya no rechazaba su compañía ni actuaba de forma cortante con ella. Cuando Nabooru no estaba cerca, tenían largas conversaciones, aunque al acabarlas parecía volver a encerrarse en sí mismo. Daba la sensación de que se castigaba por hablar con ella, como si él mismo se lo prohibiera. Era desconcertante, porque más que un problema para con ella, parecía ser algo propio. No lo entendía.
Lo miró de reojo. En aquel momento montaba a Epona a su lado, escrutando las crecientes montañas que se alzaban frente a ellos. Llevaba una camisa de algodón que en algún momento fue blanca, y por encima un chaleco de cuero marrón. Debido al calor, se la había desabotonado hasta la mitad del pecho, y también remangado las mangas por encima de los codos, dejando visibles sus antebrazos.
Tenía la piel tostada por el sol, con un vello fino y rubio, y por cada movimiento que hacía, cada pequeño tirón, Zelda podía ver cómo sus músculos se movían bajo ella. Sin siquiera pretenderlo, se perdió en las venas que le recorrían los antebrazos hasta el codo.
Como había ocurrido ya alguna vez, fue la sensación de estar siendo observada la que la sacó de su ensimismamiento. En este caso se trataba del propio Link. El peso de su mirada era asfixiante, silencioso, como si pudiera ver cada una de sus virtudes y defectos. Además, no podido evitar levantar una ceja, como si le divirtiera haberla pillado mirándole. Zelda notó cómo la sangre le subía hasta las orejas. Estúpida Nabooru y sus comentarios cargados de intención. Claro que era guapo.
Por suerte, el trote del caballo de Nabooru consiguió que rompieran el contacto visual. La gerudo se acercaba con el semblante serio.
–Hay unos comerciantes más adelante. Tienen un carro.
Era lo que estaban esperando. Una caravana a la que unirse. Ahora tendrían que convencerlos de que los dejaran ir con ellos y, sobre todo, que permitieran a Link mezclarse entre sus mercancías. Aquello hizo que le surgiera una duda.
–¿Cómo vais a convencerlos de que nos ayuden? –preguntó–. Si encontrasen a Link, ellos mismos podrían ser detenidos, o quién sabe.
Link y Nabooru intercambiaron una mirada seria. Fue Link quien contestó. –No vamos a convencerlos.
Se mantuvieron en silencio un momento hasta que Zelda comprendió lo que implicaba esa respuesta. –No podéis hacer eso.
–Princesa, es la única manera –intervino Nabooru–. Incluso si aceptaran en primera instancia, podrían traicionarnos. No podemos hacer peligrar la misión por unos comerciantes.
A Zelda le sorprendió la frialdad con la que hablaban ambos de ese tema. –Estamos hablando de matar a unas personas para silenciarlos.
Link frunció el ceño. –No vamos a matar a nadie. Los dejaremos inconscientes.
–¿Y si despiertan, qué? Si me pasara a mí, lo primero que haría sería avisar a las gerudo.
Ante aquel escenario, ninguno de los dos parecieron tener respuesta. A Zelda le parecía increíble que no hubieran tenido en cuenta esa posibilidad. Nabooru alzó la vista, probablemente buscando al comerciante en cuestión.
–Debemos tomar una decisión –dijo–. Se acabarán escapando.
Zelda miró a Link, que seguía callado. Algo le decía que en su cabeza seguía barajando la posibilidad de matarlos. –¿Y por qué no hablamos con ellos? –preguntó–. Después podremos decidir si confiar o no.
–No perdemos nada –aceptó Link–, pero tenemos que tener en cuenta nuestras prioridades.
Eso último se lo dijo mirándola a los ojos, haciéndole ver que todas las cartas seguían sobre la mesa. Aclarado ese punto, se pusieron en marcha. Espolearon a los caballos, siguiendo la minúscula figura que se internaba en la cordillera.
Cuando llegaron a ella, el paisaje hizo enmudecer a Zelda. La senda serpenteaba entre las montañas, en una sombra perpetua proyectada por los altísimos picos. Las paredes de roca estaban formadas por distintos sustratos, coloreándolas de distintos colores a medida que la tierra se plegaba.
Link acortó la distancia que había entre ellas y los comerciantes a galope. Con una mano sostenía las riendas de Epona, mientras que la otra descansaba sobre la empuñadura de su espada. A esa distancia pudo distinguir que se trataba de un carromato tirado por dos caballos. No pudo ver a los comerciantes que montaban en la parte delantera, solo a Link hablando con ellos.
Finalmente ella y Nabooru consiguieron alcanzarlos, descubriendo a una pareja de chicas. Lógico por otra parte, solo las mujeres podían entrar. Una de ellas tenía el pelo rubio y recogido en una larga trenza que le caía por la espalda, mientras que la otra lo tenía castaño y muy corto. Las dos vestían como campesinas, pero lo que más le llamó la atención era lo pequeñas que eran. No superarían los 15 años. La conversación con Link tampoco parecía ir viento en popa.
–Te he dicho que no, nosotros viajamos solos –dijo la chica de la trenza. Tenía unos inquietantes ojos color tinto.
–Pero siempre es más seguro viajar en grupos grandes –intentó razonar Link.
–¿Y ésta quién es? –preguntó, mirando a Nabooru. Si las palabras fueran dardos venenosos, ella podría haber hecho caer a un elefante.
–Es una de las chicas con las que viajo. Ya os lo dije.
–Nosotras viajamos solas –repitió ella–. Y en todo caso nunca viajaríamos con una gerudo.
Nabooru pareció sonreír ante el frontal desprecio que estaba recibiendo. Zelda no pudo evitar sentirse orgullosa de ella. –Pues para odiarnos tanto, bien que vais a mi tierra.
–Tenemos que ganarnos el sustento –escupió la chica del pelo corto, con unos ojos igual de extraños. Al igual que la primera, parecía irradiar hostilidad–. Aunque para eso tengamos que comerciar con ladronas y asesinas como vosotras.
Aquello terminó con la paciencia de Zelda. Podía comprender cierto rencor hacia la tribu gerudo por las políticas que estaba llevando a cabo, pero de ahí a mostrar esa falta de respeto por una de las razas que componían su reino, había un paso.
–Oye, no sé quiénes os crees que sois, pero tenéis un problema de educación muy grande –contestó–. Deberíais disculparos por ser tan desagradables.
La chica de la trenza pareció reparar entonces en su presencia. La escrutó con desagrado hasta que su mirada se posó en su mano derecha. Zelda la ocultó por acto reflejo, pero sintió que sabía lo que había visto.
–Alteza –susurró. La otra chica giró su rostro con brusquedad, buscando con la mirada su mano.
Zelda notó cómo la sangre se le helaba. ¿La habían reconocido? ¿Quiénes eran? El ambiente parecía haber cambiado en un segundo. De pronto, aquellas chicas le parecieron peligrosas. ¿Serían espías gerudo? No, no podían serlo, las gerudo nunca utilizarían a hylianas como parte de su ejército. Entonces se fijó en los ojos de ambas, y lo comprendió.
También debió de hacerlo Link, puesto que desenvainó su espada en un suspiró y descargó un golpe con la empuñadura en la nuca de la chica de la trenza, dejándola inconsciente. No fue igual para la del pelo corto, que dio un ágil salto hacia atrás, bajándose del carromato. De entre sus ropajes, lanzó unas pequeñas cuchillas plateadas contra Nabooru, que las desvió como buenamente pudo con su cimitarra. Una de ellas pareció rozarle la cara, porque dibujó una línea rojiza en su rostro.
Link se bajó de Epona y se subió al carromato, buscando ventaja en la altura. La chica pareció entender su estrategia, porque corrió a una pared y trepó por ella con rapidez. Al segundo, se había despegado de ella, impulsándose contra Link con ferocidad.
Nabooru se colocó frente a Zelda, protegiéndola. –¿Qué demonios está pasando? –preguntó la gerudo.
–Sheikah –consiguió decir Zelda. Por eso la habían reconocido, por eso era tan rápida.
La chica sacó una daga de su manga e intentó herir a Link. Éste tuvo que retroceder, ya que estando tan juntos no podía maniobrar con su espada. Ella aprovechó la ocasión para acercarse más, lanzando rápidas puñaladas, como si tuviera un aguijón en la mano. Link pareció leer sus movimientos mientras los esquivaba, ya que en uno de sus envites, le agarró la muñeca. Al sentirse acorralada, ésta dio una voltereta sobre sí misma, haciendo girar su brazo y, por ende, librándose del agarre de Link. No obstante, esta última filigrana le hizo perder la daga.
Justo en el momento en que la chica iba a tocar el suelo, Link le propinó una poderosa patada, lanzándola fuera del carromato. Con la velocidad del rayo, cogió la daga que se había caído y se la lanzó cerca de la pierna, clavándole el pantalón en el suelo. La chica fue consciente cuando intentó incorporarse, por lo que tuvo que desviar su mirada para recogerla. Aquella pequeña distracción fue suficiente para que Link saltara del carromato y la golpease con el canto de la espada en la cabeza.
Durante un momento solo se escuchó la respiración agitada de Link. Cuando se dio la vuelta, en su rostro había impresa una sonrisa genuina, como si se fuera a comer el mundo de un bocado. En aquella situación ella se habría paralizado, pero para él era combustible, le hacía más rápido, más fuerte.
–¿Estás bien? –preguntó Nabooru, rompiendo el hechizo.
Link asintió. –¿Y tú? Tienes sangre en la cara –Nabooru negó, restándole importancia. Link desvió la mirada a Zelda, comprobando que no le hubiera pasado nada. Ella asintió también.
–Tenemos que atarlas –dijo Nabooru–. Podrían despertar.
Link se acercó a Epona y sacó una cuerda de sus alforjas. Con la ayuda de Nabooru, ataron a las dos sheikah. Le sorprendió ver que solo el aspecto de una de ellas seguía siendo el mismo. Los sheikah eran fácilmente identificables por sus ojos rojos y su cabello plateado. No obstante, entre sus artes secretas destacaba cambiar su aspecto a modo de disfraz.
La chica a la que Link había golpeado primero sí había recuperado su apariencia real, mientras que la otra seguía pareciendo una chica de pueblo normal. De no haberla visto luchando contra Link, nada la diferenciaría a una de ellas.
–¿Qué hacían aquí? –preguntó Link.
Zelda tenía una teoría, pero rezaba a las Diosas por que no fuera cierta. Su misión ya contaba con los suficientes obstáculos como para añadirles ser perseguidos por la élite de Hyrule.
–Ahora mismo eso no importa. Tenemos que darnos prisa –apremió Nabooru.
–Y tenemos un modo de cruzar el control de la Garganta –dijo Link.
Con un gesto fluido, Nabooru se encaramó al carromato y comenzó a inspeccionar las mercancías. En la parte trasera del carro descansaban barriles de madera de distintos tamaños, así como varios fardos de cereal. Sin perder el tiempo, comenzó a comprobar su contenido.
–¿Qué hacemos con ellas? –preguntó Zelda, poniendo los brazos en jarra y mirando a las sheikah inconscientes–. Muerta no les sirvo de nada, así que no creo que hablen con las gerudo.
El semblante de Link se ensombreció. –No es con las gerudo con quien me preocupa que hablen.
–¿Crees que nos han seguido?
–No lo sé –contestó. A diferencia de ella, a Link no parecía preocuparle el hecho de que hubieran seguido sus pasos–, pero ahora sí saben dónde estás. Supondrán un problema si las dejamos.
Zelda le sostuvo la mirada. –No vamos a matar a nadie, Link. No podemos rebajarnos a su nivel.
Link fue a replicar, pero Nabooru les interrumpió. –No os estaban siguiendo, princesa.
Ésta había abierto todos los barriles, esparciendo su contenido por el suelo. Tal y como había comentado la gerudo, la mayor parte de las mercancías eran comida. Había legumbres de distintos tipos, pero también manzanas y frutos secos. Nabooru sujetaba el último de los barriles con extraña precaución.
Cuando contempló el contenido, no supo identificarlo. Se trataba de unos extraños frutos ovalados y azules, con unos pétalos blanquecinos en su punta. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue su tamaño. El barril tenía una altura aproximada de un metro, pero apenas cabía frutos. Cuando Link se situó a su lado, dejó escapar un gemido de sorpresa.
–¿Qué son? –preguntó Zelda.
–Bombas.
Para disgusto de Link, retomaron el camino dejando a las dos sheikah atadas e inconscientes. En otra ocasión hubiera discutido más con Zelda, pero lo cierto es que se sentía pletórico. Haber intercambiado golpes con aquella mujer, saber que un paso en falso hubiera sido un golpe fatal, sentir la determinación del adversario y tener que enfrentarla a la tuya para sobrevivir. Sin duda, el ejercicio físico y mental que suponían enfrentamientos como ese lo hacían vibrar. Era algo que creía haber olvidado después de tantos años en el rancho. Pero seguía ahí, grabado en su cuerpo, igual que pescar o cocinar.
Sin embargo, ese empujón de adrenalina no era eterno, y en el momento en que abandonaba su cuerpo volvía a pensar con claridad. Fue entonces cuando se dio cuenta de que se había dejado llevar por el entusiasmo. No en cuanto a bajar la guardia, sino a la fuerza utilizada. No se lo había dicho a Zelda, pero estaba casi convencido de haber matado a la sheikah de la trenza con el golpe en la nuca. Quizás Nabooru sí se había dado cuenta, pero había preferido callar para evitarle el disgusto a la princesa.
La lógica le decía que había hecho lo correcto. De no haber actuado de forma contundente, lo habrían matado y se habrían llevado a Zelda a quién sabe dónde. La muerte de aquella chica suponía un balón de oxígeno para la misión, mantenía viva la llama de la esperanza para la gente de Hyrule.
Pero las personas no son seres únicamente racionales, y todos esos argumentos que se repetía mentalmente no ocultaban la realidad, había matado a un chica de 15 o 16 años de un golpe. Aquella sensibilidad era algo que había ganado con el paso de los años. Lo valiosa que era la vida, y lo sencillo que resultaba arrebatarla.
–Oye, Link –le interrumpió Zelda. Montaba a su lado, ajena al dilema moral que mantenía el rubio en su cabeza. En su mano tenía un círculo de madera, probablemente la tapa de algún barril pequeño–. He estado pensando cómo podríamos hacerte pasar por el control.
–¿La idea es dentro de un barril, no? –preguntó él. De entre la mercancía que llevaba el carromato, los únicos lugares en los que cabía alguien de su tamaño era en los fardos de cereal y en uno de los barriles. Escogieron lo último por razones obvias.
–Sí, pero no de cualquier forma. He pensado que podrías ponerte esto en la cabeza –comentó ella, entregándole el trozo de madera.
–¿Para?
–Para que no se note que estás ahí y puedas respirar. –Zelda pareció leer en su rostro que no lo entendía. –Podemos llenar el barril de manzanas y rezar porque no mueras asfixiado, o puedes usar eso como una base falsa.
Entonces todo encajó. –Me quedo abajo con eso sobre la cabeza y después llenáis el resto del barril con manzanas. –Zelda asintió, con una sonrisa de suficiencia en los labios.
Los muertos estaban muertos, y ya habría tiempo de llorarlos. Ahora tenía que concentrarse por completo en la misión. Debían llegar al Desierto Encantado y desbaratar el plan de Ganondorf, fuera el que fuese. Aunque no contaba con la Espada Maestra, tampoco se enfrentaban a Ganon. El enemigo en esta ocasión era un gerudo con dotes para la magia, no la calamidad que renacía cada cierto tiempo. El poder del reino de Hyrule y de los fragmentos de la Trifuerza deberían ser suficientes para doblegar al gerudo. Además, también contaba con el poder de Zelda. Conocido su funcionamiento, podían utilizarlo como una herramienta más.
–Yo también he estado pensando en algo, a ver qué te parece –le comentó a la princesa–. ¿Crees que podrías transportar las bombas al otro lado del puente?
Zelda pareció sopesar la propuesta. –Sí, si puedo ver el lugar no creo que haya problema pero, ¿para qué? Si destruimos el puente no podremos pasar.
–No, claro. No digo teletransportarlo a la otra base, sino algo más alejado. Como una distracción.
–Ah… entiendo –asintió Zelda–. Solo espero no estar demasiado cansada.
–Al menos son más pequeñas que yo.
–Eso es cierto. Y tampoco pasaría nada grave si el viaje no saliera bien. –Su voz se fue apagando mientras hablaba, como si su fuerza estuviera siendo absorbida por sus pensamientos. –No sé qué haría si te perdiera.
El corazón le dio un vuelco. Se sintió objeto de las palabras de Zelda, desarmado. Como si se estuviera dirigiendo a él, a Link, y no al héroe. No había sido consciente de lo mucho que ansiaba algo así. ¿Tan inseguro se sentía? ¿Tanto necesitaba que lo reconocieran?
Solo Malon había conseguido valorarlo así, desmontar su coraza y ver parte de la herida sin cicatrizar que había en su interior, el pozo sin fondo que ocultaba en su pecho. Ahora su princesa prendía una llama. Una llama minúscula en comparación con la oscuridad que la rodeaba, pero precisamente por ser la única, iluminaba todo a su alrededor.
–Gracias –consiguió decir al rato.
Zelda mantenía el rostro sumido en la preocupación. –Es que Ganondorf… Sus intenciones, sus acciones, toda su existencia… Amenazan a la vida de tanta gente. Si no estuvieras aquí no habría manera de combatirlo. Eres la esperanza de Hyrule, más que cualquier otro. Si yo fuera la causante de perder esa esperanza… siento tanta carga sobre mis hombros que… no sé qué haría.
La llama se apagó.
La oscuridad volvió, mordiendo cualquier esperanza sin contemplaciones. El egoísmo entretejió sus hilos alrededor de su corazón, devolviéndolo al alquitrán donde dormitaba desde hacía años. Él lo sabía, sabía cuál era su cometido; actor de una única función. Ésta podría repetirse, retorcer su guion hasta resultar casi irreconocible, pero su papel seguiría siendo el mismo. Era prescindible, intercambiable como las piezas de una armadura.
Endureció su gesto, absorbiendo cualquier tipo de emoción que pudiera transmitir. Ahogó en indiferencia el sentimiento que le cortaba como una hoja en llamas. Sus aspiraciones eran polvo, arena del desierto. Estúpido, él era el héroe, no el caballero. Estaba para salvar el reino, no para recibir la venia de su princesa.
Notas de autor: En este capítulo he querido recalcar dos cosas.
La primera es que el mundo no gira solo entorno a Link y Zelda. Es cierto que son lo principal, pero también hay más personajes y planes que quizás no interfieran directamente con ellos. Un ejemplo son esta pareja de sheikah. ¿Por qué iban hacia Gerudo con bombas? Que cada cual saque sus propias conclusiones.
Por otra parte, y aunque pueda haber quedado algo duro, quería señalar lo fuerte que es Link. Aunque lleve tiempo fuera de combate, no deja de ser una persona templada por el trabajo de campo, así que su fortaleza física se ha mantenido sino ha aumentado. El que haya podido morir alguien entre medias es para dimensionar ese poder. Es muy infantil suponer que alguien que utiliza una espada y tiene peleas a muerte se limite a dar golpecitos.
