Capítulo 15. Todo de acuerdo al plan.

El aspecto de la Garganta de Gerudo superó las expectativas de Zelda. El río fluía desde el norte, erosionando la tierra y deshaciendo lo que había a su alrededor. Creaba un tímido cauce natural que culminaba en una alargada cascada que parecía una lengua de agua. Después la tierra se partía en dos, abriendo un abismo cuyo final apenas era visible.

La apertura parecía respirar, expulsando bocanadas de aire húmedo ascendentes. Al asomarse podía oírse el rumor del agua circulando cientos de metros más abajo, y si se seguía el recorrido, el río se ensanchaba ganándole la partida a las montañas. Continuaría fluyendo, cada vez más despacio, hasta desembocar en el lago Hylia. Era increíble cómo estando en una región tan árida y seca hubiera un camino directo a una de las zonas más ricas en agua de Hyrule.

A diferencia de aquel despliegue de la naturaleza, el puente levantado por las gerudo parecía un juguete. Hecho de tablones de madera, se desplegaba tímidamente entre las lindes de tierra, conectándolas. Tenía la anchura de dos carros, y contaba con fuertes barandillas a los lados. A diferencia de la mayoría de puentes de madera, este no era colgante, sino que descansaba sobre una estructura de madera apuntalada a la tierra por dos grandes maderos en cada lado. Aun así, no era más que un triste y rudimentario puente que inspiraba poca o ninguna confianza.

Zelda había leído acerca de aquel puente, pero jamás lo había visto con sus propios ojos. Dada la importancia que tenía, en su cabeza había imaginado que se trataría de una impresionante construcción como podía ser el Gran Puente Colgante de Tabanta, que cruzaba el río más al norte, o el nuevo puente de Hylia, un proyecto que había visto en planos y atravesaría el lago, creando una nueva ruta hacia los bosques de Farone. Grandes moles de piedra erguidas con la más puntera de las ingenierías. Y sin embargo, el único punto de acceso a la Fortaleza eran un montón de maderas sobre una atmósfera húmeda. No hacía falta ser albañil para saber que la podredumbre tarde o temprano acabaría con el puente.

A su entrada se había formado una pequeña fila de carromatos, todos esperando para entrar en la región. Había un nutrido destacamento de gerudo repartidas a ambos lados del puente. En el lado occidental habían levantado un rudimentario campamento a base de madera y lonas. En él se podían distinguir fuegos con los que se calentaban y preparaban la comida. En el lado oriental había un grupo armado que se dedicaba a revisar las mercancías de las caravanas entrantes.

Todas ellas vestían parecido: minúsculas pecheras de hierro y armaduras igualmente cortas que iban desde la cintura hasta la zona superior del muslo. Aquellas ropas dejaban a la vista el poderío físico que las caracterizaba: unas piernas firmes y torneadas, y unos abdominales prietos y marcados. Algunas de ellas llevaban pendientes o aretes a modo de decoración en las orejas, cejas o incluso en el ombligo. Todos ellos eran de oro y tenían engarzadas delicadas piedras preciosas. Lo que a ninguna de ellas les faltaba eran armas. Podían ser lanzas culminadas en hojas similares a las cimitarras como las que Nabooru llevaba, o bonitas dagas en los cintos.

–Hay muchas –comentó Zelda.

Estaba hecha un manojo de nervios. Este era el primer punto crítico de la misión. Si la detenían ahí, el final de Hyrule podía pasar de posibilidad a realidad. Tenía miedo de que los sheikah la trajeran de vuelta al castillo con su padre, pero hasta ahora no había sido consciente de qué pasaría si fueran las gerudo las que la capturasen. Podrían torturarla o peor aún, utilizarla como rehén para que su padre rindiera la Corona.

–Tranquila, princesa –comentó Nabooru con tono conciliador. Estaba sentada a su lado, controlando las riendas del carromato. Por idea de Link, habían decidido soltar a los caballos. Él aseguraba que sabrían volver al rancho, pero por si acaso cargó las pertenencias en Epona.

–Tenemos que actuar con normalidad –dijo Zelda.

Eso hizo que Nabooru riera, relajando a Zelda un poco. –Por supuesto. –Señaló a una de las guardias al tiempo que hacía avanzar el carromato. –¿Te has fijado en las armas? Tienen piedras preciosas engarzadas.

–Y eso que llevan en el ombligo, ¿es normal?

Nabooru asintió. –Son iguales que los pendientes. Se perfora la piel y queda como un adorno.

Zelda se llevó la mano al ombligo, imaginando cómo sería llevar uno. Creyó que le quedaría bien. –¿No duele? Quiero decir, no es como la oreja.

Nabooru volvió a reír. –Si te contara dónde se los ponen algunas.

–¿Dónde? –preguntó, inocente.

La boca de Nabooru se afiló en una sonrisa pícara. Sacó la lengua y se la señaló. Después bajó la mano hasta un pecho, y volvió a señalarse.

–No –dijo Zelda, abriendo los ojos como platos. Se llevó las manos a los pechos de forma inconsciente, y dejó que su imaginación viajase a través de una aguja. Solo de pensarlo se le erizó la piel. –Eso sí que tiene que doler. ¿Para qué?

Nabooru se encogió de hombros y volvió a hacer avanzar al carromato. –Es bonito, y hace que la zona sea más sensible.

–No veo qué tiene eso de bueno. Rozando con todo…

–Depende de con qué roce –respondió Nabooru de forma enigmática. El rostro de Zelda se coloreo de forma violenta. La gerudo fue a reír, pero cambió su semblante a uno más serio. –Atenta ahora, princesa. Somos los siguientes.

Tal y como decía, las gerudo estaban revisando el carromato que había frente a ellas. Repasó mentalmente el plan. Era una comerciante que buscaba vender alimentos en la Fortaleza con la ayuda de Nabooru, pero tenía que evitar hablar en la medida de lo posible. Por otra parte, si la inspección se complicaba, tenía que dar un codazo en el barril que había a su espalda, en el que se ocultaba Link con varias bombas. Éste las encendería y tendría el tiempo suficiente para teletransportarlas a la otra orilla del puente. Lo demás sería pura improvisación.

El carromato que estaba frente a ellas terminó su inspección. La mujer que llevaba la carreta sacudió las riendas y se alejó traqueteando por el puente. Una de las gerudo clavó su malhumorada mirada en Zelda. Iba con una libreta en la mano y, aunque desde la distancia no se había dado cuenta, tenía un arete de oro perforándole una aleta de la nariz. Otra de ellas se acercó por el lado contrario, apoyándose en la lanza como si fuera un bastón.

–Quita la lona –dijo la última.

Zelda se giró, torpe por el nerviosismo, y le dio sin querer un codazo al barril. No fue consciente de lo que había hecho hasta que vio la mirada alarmada de Nabooru sobre ella. Un sudor frío le recorrió la espalda, haciendo que se le revolviera el estómago. Sintió cómo todo se ralentizaba, como si tuviera una visión de sí misma reproducida más despacio.

Nabooru se bajó con rapidez y quitó la lona que cubría el carromato. La gerudo de la lanza se subió y comenzó a pinchar los fardos con el palo. La del arete comenzó a interrogar a Zelda, despertándola de su sopor.

–¿Qué vienes a hacer a la Fortaleza?

Todo estaba saliendo mal, todo diferente a lo que habían planeado. La inspección, además de la complicación que de por sí suponía, acababa de convertirse en una carrera contrarreloj. Ahora Zelda tenía que responder por sí misma a las preguntas sin la ayuda de Nabooru mientras trataba de concentrarse en enviar unas bombas a punto de estallar desde su espalda hasta un lugar que estuviera lo suficientemente cerca para llamar la atención, pero no tanto como para destrozar el lamentable puente que era su única vía de entrada.

–¿Perdón? –balbuceó.

–¿Que qué haces aquí? –volvió a preguntar, perdiendo la paciencia.

Nabooru parecía hablar con la gerudo que estaba sobre el carromato, convenciéndola de la calidad de sus productos. Zelda miró a la mujer del arete de nuevo, tratando de recordar su coartada.

–Vengo a vender unos alimentos. Ella me abala –respondió, sin mirar a Nabooru.

Sabiendo qué era lo importante en aquel momento, concentró toda su atención en un punto alejado al otro lado del puente. Materializó en su cabeza las bombas. Estaban en brazos de Link, tras ella. Sabía cómo de grandes eran, su tacto y su peso. Solo faltaba enviarlas al otro lado. Cerró los ojos, buscando en su interior la corriente brillante que fluía a través de ella. La Trifuerza zumbó en su mano derecha, recordándole que podía contar con ella. Eso le dio seguridad.

–¿Qué tienes que declarar? –preguntó la gerudo, visiblemente extrañada por el gesto de la princesa.

La voz de la mujer se perdió en algún lugar entre los oídos de Zelda y su conciencia. En aquellos momentos las bombas viajaban más allá del abrazo de Link. La primera parte estaba hecha, ya no morirían todos por una explosión. Ahora quedaba la parte más compleja, tirar de ellas de nuevo a este mundo, colocarlas en el lugar que deseaba.

Una vez más, notó cómo la Trifuerza vertía su poder, comenzando a absorber el calor de su cuerpo. Notó cómo el sudor comenzaba a caerle por la frente a causa del esfuerzo. Sentía cómo se vaciaba, cómo se forzaba a exprimir hasta la última gota de su poder.

–¿Estás sorda o qué te pasa? –Zelda abrió los ojos, llorosos. La gerudo pareció dudar al ver el gesto de cansancio infinito que tenía frente a ella. –¿Te pasa algo?

–Fruta, cereales… –balbució Zelda, mirando un lugar cercano al campamento que estaba al otro lado del río–. Bombas…

–¿Qué has dicho? –dijo la gerudo del arete, levantando la vista de la libreta.

–Bombas –repitió Zelda, señalando al lugar en el que estaba mirando. Tras un ligero resplandor, las bombas se materializaron–. Han puesto bombas.

La gerudo se giró en el momento en que las bombas hicieron explosión. La sacudida fue tal que Zelda sintió la vibración en su cuerpo. También la sintió el caballo que tiraba del carromato, que comenzó a encabritarse. Con su último hálito de fuerza, Zelda cogió las riendas y trató de mantenerlo quieto.

Algunos pedruscos salieron desperdigados, pasando cerca del puente y cayendo al río de forma inofensiva. Otros se precipitaron sobre el campamento, causando daños mucho más importantes. Las gerudo parecieron actuar de forma automática. Como si hubieran recibido una orden, todas corrieron hacia el puente, tratando de ayudar en el desastre que se fraguaba al otro lado.

La gerudo de la lanza se dio la vuelta al poner un pie en el puente y miró a Zelda. –Quedaos ahí hasta nueva orden.

En el instante en que se dio la vuelta, Nabooru se colocó a su lado de un salto. –Dame las riendas.

–Pero… ha dicho que nos quedemos aquí –contestó Zelda con la boca pastosa. Aun así, le dio las riendas a Nabooru. Ésta actuó con mucha más rapidez, fustigando al caballo para que cruzara el puente.

Al poco tiempo ya estaban al otro lado del río. La explosión había causado grandes estragos en el campamento. Algunas piedras habían caído sobre las lonas y las hogueras, prendiendo parte de las primeras. Las gerudo corrían de un sitio para otro, ya fuera tratando de apagar los fuegos o rescatando a alguna desafortunada compañera que hubiese quedado atrapada.

Por suerte para ellos, el jaleo hizo que ninguna reparase en su carromato. Siguieron avanzando, internándose en la Cordillera Occidental, hasta que el incendio quedó reducido a una columna de humo ascendente. Zelda no pudo calcular cuánto tiempo llevaban internándose porque estaba ocupada tratando de mantenerse despierta. La cabeza le daba vueltas, como si hubiera corrido hasta la extenuación. Cuando Nabooru frenó al caballo, una arcada le subió por la garganta y tuvo que luchar por no vomitar.

–Tenemos que dejar esto aquí –comentó. Acto seguido dio un salto y volvió a la parte trasera del carromato. Abrió la tapa del barril y comenzó a escarbar entre las manzanas–. Ya hemos pasado, Link. Sal de ahí.

Como si de una bestia frutal se tratara, Link emergió de entre las manzanas. Tenía el rostro demacrado, y parecía estar en tan malas condiciones como Zelda. Necesitó un momento para recomponerse y terminar de salir del barril.

–¿Qué ha pasado?

–Que todo está bien, ¿no ves dónde estamos? –respondió Nabooru, cortante–. Ahora tenemos que irnos.

Zelda se bajó del carromato y sintió un hormigueo en las piernas cuando tocó el suelo. –¿Adónde vamos a ir?

–La columna de humo se verá desde la Fortaleza –dijo, mirando al incendio–. Tenemos que apartarnos del camino antes de que todo esto se llene de gerudo.

Link parecía recompuesto, aunque tenía una mirada acerada. –¿Dónde?

–En esta parte de la cordillera hay caminos de tierra que ascienden por las zonas altas de las montañas. De esa forma podremos acceder a la Fortaleza sin ser vistos. Si no saben que estamos allí, será más fácil cruzar la Puerta del Desierto.

–¿Y qué hacemos con el carromato? –preguntó Zelda.

Como respuesta, Link se acercó al caballo y comenzó a guiarlo agarrándolo de la brida. Con una fuerte cachetada en la nalga, desbocándolo y haciendo que avanzase sin control hacia el oeste.

Nabooru comenzó a caminar hacia una zona rocosa, así que Link y Zelda la siguieron. Esta última aún se sentía exhausta pero sabía a qué se atenía al utilizar su poder, y no podía ser un lastre en aquel momento. Aquello le recordó algo.

–Link, un momento. –Se acercó a él. –Déjame tu mano izquierda.

Sin mediar palabra, Link acercó su mano. En el momento en que lo hizo, la Trifuerza comenzó a resonar. En el viaje de vuelta a Kakariko había podido comprobar la efectividad de la resonancia de la Trifuerza. En apenas un momento, sintió cómo volvía el calor a su mano derecha, y justo después esa energía se vertía en su cuerpo, revitalizándola. Esa calidez le dibujó una sonrisa en el rostro.

–Gracias.

Link le devolvió una mirada seria y, sin mediar palabra, rehízo la marcha. Aquello no le gustó. Volvía a marcar distancia con ella, pero no comprendía el motivo. En el viaje habían demostrado tener una buena sintonía. Conversar con él había resultado divertido, y juraría que él también se divertía con ella. Ahora, sin embargo, su temperamento había vuelto al punto de partida.

Aquello la llenó de impotencia. Había conocido al Link amable, y no quería volver al chico malhumorado y arisco que apenas cruzaba palabras con ella. Pero tampoco era adivina, no sabía si había hecho algo mal, y en caso de haberlo hecho, el qué. Era eso lo que frenaba el enfado que comenzaba a brotar en su interior.

Pensó en preguntárselo directamente, pero prefirió esperar. Si algo había aprendido de él, era que atosigarlo no solucionaba nada. Por la noche, cuando estuvieran calmados y no pudiera alejarse de ella dando zancadas exageradamente largas, le preguntaría. Levantó la vista al cielo y vio que seguía brillante y despejado. Aún quedaba tiempo para la noche, así que trató de concentrarse en el camino que tenían por delante.


Notas de autor: Este capítulo es bastante más corto de lo normal, pero era necesario o sino tendría que sacar el hacha en el siguiente.

Espero que haya sido fácil hacerse a la idea de cómo es la geografía en la que se están moviendo Link y Zelda. Ya lo dije en otra ocasión, pero estoy tratando de recrear lugares de Hyrule que, o bien aparecen en OoT, o bien son de BoTW. Generalmente una mezcla entre ambos.

También hemos podido ver un poco cómo ha funcionado el poder de Zelda. No sé si ese "contratiempo" de Zelda con su codazo ha generado algo de tensión al leerlo. Al final, como yo escribo e invento, no puede el mismo sentimiento que si se lee por primera vez. Os leo.


23-Juliet: Jajaja ¡sí! La descripción de los 3 secretos me encantó cuando la leí así que quise "emular" algo parecido con Link. Me alegra que hayas visto el guiño.

En cuanto a su aspecto físico, tampoco me lo imagino tan fuerte, pero sí es verdad que más que lo que tenemos en OoT. Ahí está muy larguirucho. Aquí quería que se asemejase más al de TP, que hace sumo con Gorons y, al mismo tiempo, que esa fuerza no quedase solo en eso, sino que se viera en su aspecto físico. Es algo así como un tipo que está fuertote, pero sin ser un armario. Más definición que ganancia de músculo, vaya. A mí personalmente es lo que me gusta y a lo que aspiro yendo al gimansio (luego la lío con la dieta y queda en saco roto, pero eso ya es otro tema jajaja). En cuanto al angst, no soy ningún experto, pero entiendo a lo que te refieres y a mí también me gusta. En este fic habrá más de esto porque Link tiene traumitas. Un abrazo.