Capítulo 17. La Fortaleza Gerudo.

Estaba oscuro, tan oscuro que no había diferencia entre tener los ojos abiertos o cerrados. Tampoco podía oír nada. Aquellas extrañas telas con las que estaba vestida amortiguaban cualquier ruido, por lo que tampoco podían oírla cuando se movía. Intentó esforzarse en agudizar la vista, pero no obtuvo resultado.

Sintió una ligera corriente de aire, y tuvo el tiempo justo para moverse antes de recibir un fuerte golpe en la cabeza. Saltó hacia atrás un par de veces y se mantuvo inmóvil. Acababa de entender la prueba. Si le habían privado de aquellos sentidos era precisamente para entrenar el resto de ellos.

Se quitó los guantes y se remangó el traje. De esa forma, podía sentir las corrientes del aire. Apoyó una mano en el suelo, y lo notó. Notó cómo vibraba ante la pisada de aquella persona invisible. Notaba cada una de las pisadas. De hecho, al no tener vista ni oído que la distrajeran, era aún más fácil sentirlo.

Aguardó hasta que se adaptó al ritmo de las pisadas, hasta que supo en qué momento tendría el pie en el suelo, y entonces atacó. Estiró su pierna como si fuera un resorte y giró sobre sí misma, barriendo toda la superficie. Notó el momento en que chocó con la pierna de aquel desconocido invisible, tirándolo al suelo. Su cuerpo se movió por sí misma, abalanzándose contra él antes de que pudiera recuperar el equilibrio.

Sacó una cuchilla del cinto que tenía en la zona lumbar con intención de inmovilizarle, pero sintió una presencia tras ella. No fue por el ruido, porque estaba sorda, ni la vio, porque era ciega. Solo fue una pequeña brisa en su nuca, el roce invisible que revelaba un movimiento tras ella. Era demasiado tarde.

El golpe fue duro, haciéndola rodar por el suelo. Se notó ligeramente desorientada, pero aún conservaba la cuchilla en la mano. Endureció sus abdominales, preparada para incorporarse de un salto. De haber sido un segundo más rápida, lo habría logrado, pero el filo ya estaba en su cuello. Se hizo la luz, y unos ojos rojos la miraron sin sentimiento.

Despertó de golpe, levantando la cabeza del colchón y sintiendo la adrenalina por sus venas. La luz se colaba por unas ventanas sin cortinas. Eran cuadradas y estaban excavadas en la roca, igual que el resto de la casa. Se miró la mano, pero en ella no había cuchilla.

Era la segunda vez consecutiva que tenía un sueño de esa naturaleza. De pequeña había fantaseado con convertirse en uno de sus silenciosos guardianes, pero nunca había tenido una experiencia tan realista. Fue a incorporarse, pero un dolor punzante en la espalda la detuvo.

–Eso te pasa por dormir sentada. Te dije que te echaras un rato en la otra cama. No se va a ir a ninguna parte.

Volvió a hacer un esfuerzo y se puso en pie. Tal y como había dicho la gerudo, Link seguía tumbado en la cama. Su cabello dorado se esparcía por la almohada, aunque su característico flequillo permanecía inamovible, cayéndole a ambos lados de la cara. Tenía un gesto sereno, nada que ver con la angustia que sintió aquella noche.

–Voy a salir a buscar información sobre Nabooru.

Aquello la devolvió a la realidad. Se giró de nuevo, encarando a la gerudo. Aquella mujer anciana respondía al nombre de Maiya, y era la casera de Nabooru. A pesar de las arrugas y los mechones canosos que se entremezclaban con su cabellera cobriza, su energía y personalidad no hacían más que restarle años.

Recordó su primer encuentro hace dos noches, arrastrando a un Link delirante y guiándose únicamente por las escuetas indicaciones de Nabooru, que se había quedado atrás para llamar la atención de sus perseguidoras y cubrir su huida. Cuando la hubo encontrado, había tratado de forzar la entrada, pero en su lugar se había encontrado cara a cara con la gerudo. En aquel momento habría bastado con dar la alarma, con no confiar en la palabra de una extranjera con un hombre en sus brazos, y todo habría terminado.

Por suerte, Maiya los acogió sin hacer preguntas. Le preparó una cama a Link y a ella otra. No recordaba nada del primer día, ya que según Maiya se lo pasó durmiendo, pero utilizó el segundo en tratar de recomponer el puzle que tenía en la cabeza.

En un abrir y cerrar de ojos, el plan que habían trazado en el rancho se había truncado. De hecho, había ocurrido todo de forma tan repentina que no podía asegurar que hubieran fracasado. De todas las preguntas que había en su cabeza, lo único que podía afirmar era que aquella luna roja tenía una relación directa con la magia, como si fuera un potenciador.

Había llegado a esa conclusión cuando despertó en casa de Nabooru y sintió cómo el poder de la Diosa bullía en su interior más fuerte que nunca. Era como si no necesitase recargarlo, como si el propio aire vibrase en magia. Quizás Ganondorf lo utilizase para sus invocaciones. Quizás también había desencadenado el brote psicótico de Link.

Él había sido su otro pensamiento recurrente. Jamás lo había visto así, tan fuera de sí, tan vulnerable. Era como si le hubieran arrancado esa coraza con la que se protegía y lo hubieran abandonado a la intemperie. La manera en la que sus ojos se disculpaban, en que su mano se aferraba a la suya como si temiera que desapareciera. Solo de pensarlo se le revolvió el estómago.

Cuando despertó su primer pensamiento fue para él. Encontrarlo en la cama, dormido y con el tono de piel recuperado casi la hizo llorar de alivio. Sin embargo, ese sentimiento fue desplazándose por uno de preocupación al ver que Nabooru no regresaba. Al principio pensó que trataba de mantenerse oculta para no llamar la atención, pero viendo que el tercer día no aparecía comenzó a temer por su vida.

–¿Vas a quedarte cuidándolo? –preguntó Maiya desde la puerta.

Miró a Link una vez más. Tenía un aspecto ligeramente mejor que el día anterior, aunque seguía sumido en un sueño profundo. No quería dejarlo. Era lo único que tenía, la única persona que en aquel momento le transmitía un mínimo de seguridad. Pero tampoco podía quedarse sin hacer nada. La inactividad era un veneno para la mente, y en aquella espera ya había imaginado suficientes futuros desagradables.

–No, voy contigo.

Cuando salieron al exterior, una bofetada de aire caliente la despeinó. La temperatura en la Fortaleza era asfixiante, ya que se encontraba a las puertas del Desierto Encantado. Para poder sobrevivir, las gerudo habían excavado la mayoría de las viviendas en la montaña, haciendo que la ciudad pareciera un enorme panal. El resto de edificios parecían pequeños y pobres, dispersos en aquel erial o amontonados de forma escalonada junto a las montañas.

En el lado opuesto a la montaña, una gran empalizaba creaba el perímetro suroeste, separando la ciudad del mar de arena que se extendía hacia el horizonte. Una enorme puerta de doble hoja metálica coronada custodiaba el acceso al mismo, siendo nombrada como la Puerta del Desierto. De aquella forma, cercada en el suroeste por la empalizada de madera y con la cordillera por el noreste, la ciudad se ganaba su nombre al ser prácticamente inexpugnable.

Aun así, lo que más le impactó fue cuando Maiya la guio al Bazar Gerudo. Entre las pequeñas casas de adobe se habían ido construyendo puestos de comercio. Los había grandes y espaciosos, con estancias dentro de las viviendas y bonitos estantes para exponer sus artículos, pero también otros mucho más simples, al nivel de limitarse a extender una tela en el suelo.

Atrás parecían quedar las viejas costumbres de las bandidas gerudo. Sigilosas y peligrosas mujeres con rostros ocultos tras telas que saqueaban pueblos y asaltaban rutas de comercio. Lo que antaño había sido la pesadilla de todo comerciante ahora parecía el mismísimo Reino Sagrado. Los productos que se vendían eran de lo más variopinto. Veía desde trabajados abalorios con metales preciosos hasta frutas exóticas de colores y aspectos sorprendentes, o simples manzanas y sacos de trigo.

Tal y como le había avanzado Nabooru, todas las tiendas eran regentadas por mujeres, ya fueran gerudo, goron o hylianas. No vio a ninguna zora, aunque sí cubertería y armas de plata con su característico estilo.

–¿Cómo vamos a saber dónde está? –preguntó Zelda, tratando de seguir a Maiya entre el gentío.

–Preguntando. Tú mantente callada y escucha todo lo que puedas.

La siguiente hora fue agotadora. Maiya iba de puesto en puesto, mostrando un falso interés por las mercancías y preguntando banalidades a las comerciantes. Ninguna de ellas decía nada interesante, pero ella no perdía la paciencia. Se mostraba tan amable como brusca, pero todas las mujeres parecían respetarla.

Mientras mantenía su enésima conversación intrascendente sobre el color de la seda más vendida, un puesto goron llamó la atención de Zelda. Sus dos dependientas eran originarias de la Montaña de la Muerte. Igual que los varones de sus especie, eran de constitución gruesa, con unos ojos pequeños y juntos y una sonrisa enorme. Sus manos también eran grandes, aunque manipulaban sus artículos con increíble delicadeza.

–Hola, gorobonita. ¿Te interesa algo? –se ofreció una de ellas.

Zelda contempló el estante en el que se exponían distintas piezas de bisutería. A diferencia del sutil y ligero estilo gerudo, la bisutería goron parecía más tosca. Los brazaletes y collares eran gruesos y largos, conteniendo una gran cantidad de metal. Al mismo tiempo, eso permitía tener más espacio para engarzar joyas.

Cogió un brazalete dorado con cuatro rubíes pulidos, uno en forma rombo y tres triángulos coronándolo. Para su sorpresa, le pareció increíblemente ligero. La goron pareció advertirlo. –Lo esperabas más goropesado, ¿verdad?

–¿Cómo lo hacéis? –preguntó Zelda, devolviéndole el brazalete.

–Es por el gorometal. Aquí es fácil encontrar gorometales puros, pero los goron hemos aprendido el goroarte de la aleación.

–¿La fusión de distintos metales? –Recordaba haberlo estudiado con Impa.

–Exacto, eres una gorochica muy lista –le felicitó.

Zelda sonrió ante el halago. –Gracias. La verdad es que nunca había tenido ninguna joya goron. No sabía que podían ser tan ligeras.

–Tenemos que gorodiferenciar nuestros productos con el de las gerudo. Si no, no podríamos gorovender nada.

–Claro –asintió Zelda–. Lo que pasa es que si no lo tocan, no van a notar la diferencia. ¿Tenéis algo más vistoso?

La goron asintió de forma cómica, sin perder un ápice de su bonita sonrisa y sacó una pequeña caja de debajo de estante. A pesar de su apariencia basta y torpe, de tener una piel gruesa y áspera o de ser muy cerrados en cuanto a sus costumbres, resultaba imposible no sentir simpatía por ellos.

Se quedó sin palabras. Eran unos pendientes con forma de lágrima hechos con un material negro, como un cristal, perfectamente pulido hasta quedar brillante. Estaban engarzados al pendiente por un hilo metálico que lo recorría en una espiral. Por si fuera poco, aquel metal tenía un color rojizo, más oscuro que el oro, pero más brillante que el cobre.

–Es… precioso –consiguió articular. Se acercó más para poder ver la piedra, cosa que pareció divertir a la goron–. ¿Qué es? ¿Obsidiana?

La goron sonrió de nuevo. –Sí que eres lista. Es obsidiana, sí. No la goroencontrarás en el desierto.

Por supuesto que no la encontraría. La obsidiana era una piedra volcánica. El único lugar en el que la encontraría es en el corazón de la Montaña de la Muerte. Ese producto sí que llamaría la atención de cualquier mercader adinerado, y más aún en aquel lugar, donde se vendía gran cantidad de joyas y ninguna como aquella.

–Es como llevar un trocito de tu tierra –comentó Zelda. La goron asintió, pero volvió a guardar los pendientes a buen recaudo. Saltaba a la vista que ella no tenía el dinero para comprarlos, así que no tenía sentido exponerlos si no les iba a dar salida. Eran un verdadero tesoro.

Entonces cayó en la cuenta de algo. Preparó su sonrisa más encantadora. –¿Te puedo hacer una pregunta?

–Claro, pregunta lo que goroquieras.

–¿Cómo están las cosas por Ciudad Goron?

–La verdad es que llevamos mucho gorotiempo sin ir –respondió. Sin embargo, su gesto se enfrió. Parecía saber algo más–. ¿Por qué lo dices?

–Es que yo soy de Kakariko –mintió–, y el Sendero de la Muerte está bloqueado.

La otra dependienta goron parecía haber estado escuchando toda la conversación, porque se acercó y miró a Zelda con seriedad. –¿Eres de Kakariko? Las gorochicas de Kakariko no suelen ser tan listas.

Zelda tuvo que improvisar. –Bueno, la verdad es que nací en la Ciudadela. Fui allí a la escuela, pero después mi padre… –Frunció el ceño. –Tuvo que cerrar su negocio. Y al final acabamos mudándonos a Kakariko.

Las dos goron se miraron entre ellas, sopesando la mentira que acababan de escuchar. Debieron de creérsela, porque la primera goron se acercó aún más a ella. –Nosotros llevamos mucho tiempo sin ir, pero hemos hablado con algunos gorocompañeros y por lo visto el gorolíder Darunia está muy enfadado.

–¿Darunia? ¿Enfadado por qué? ¿Con quién?

–Está enfadado con los goropeces.

–¿Los zora? –La goron asintió con seriedad.

Zelda quedó sorprendida. ¿Los goron también tenían disputas con los zora? ¿Sería por las acusaciones del rey Bo Don o habría algo más? –¿Y por qué? ¿Qué le han hecho a Darunia?

La segunda goron tiró de la primera antes de que pudiera contestar. Intercambiaron una serie de susurros airados entre los que escuchó las palabras "gorocharlatán" y "gorodesconfiado", pero supo que ahí había acabado su suerte.

La goron más amable volvió a mirarla con sus pequeños ojos negros. –Lo siento, pero son cosas de nuestra gorotribu.

–¿Vas a gorocomprar algo? –preguntó la otra.

–Por supuesto que no. ¿Acaso veis que tenga una bolsa de rupias? –intervino Maiya con brusquedad. Cogió a Zelda del hombro y tiró de ella–. Me descuido un momento y desapareces. Eres como una niña pequeña.

–Estaba reuniendo información –se excusó Zelda, librándose de su agarre.

–¿Y has "reunido" algo interesante? –pregunto Maiya, poniendo especial énfasis en esa palabra.

Zelda torció el gesto. –No demasiado, la verdad. –Miró a Maiya. –¿Y tú?

La gerudo asintió, aunque su gesto no revelaba buenas noticias. –La detuvieron ayer.

–¿Detenida? –exclamó Zelda. Si la habían detenido debía porque sabían que había ayudado a introducir a un hombre en gerudo, aunque de ser así, tendrían que haber organizado batidas para buscarlo–. ¿De qué la acusan?

–Nadie lo sabe, pero por lo visto la detuvieron por orden de Koume.

–¿Koume?

–Koume es una de las hermanas Birova, las nodrizas de Ganondorf. Las dos practican brujería.

Brujería. Tenía sentido. Si Ganondorf era tan versado en la magia habría necesitado alguien que le enseñase. Seguramente estarían con él llevando a cabo la invocación de los monstruos para su ejército.

–¿Koume no debería estar en el Templo de los Espíritus?

Maiya la miró con recelo. –Sí, pero de algún modo se enteró… ¿Cómo sabes eso?

–Vinimos con Nabooru para detener a Ganondorf. Lo que querían hacer en el templo.

El rostro de la anciana pareció envejecer en un momento. –Es tarde para eso… Ya han silenciado a todas las que se opusieron. Igual que harán con Nabooru.

–¿Estás segura? –preguntó Zelda. No podían matarla, no por su culpa–. A lo mejor la detuvieron por la explosión de la Garganta.

Maiya negó. –Si fue por órdenes de Koume debió de ser más importante que eso. Además, a las gerudo que cometen delitos menores se las lleva a los calabozos de la Fortaleza. A ella la han llevado a la prisión de la montaña, donde llevaron antes a todas las demás.

–¿Dónde está esa prisión?

–Es imposible, pequeña. Esa prisión es…

–Te he preguntado que dónde está –repitió Zelda, comenzando a perder la paciencia.

La anciana gerudo pareció sorprendida por aquel tono de voz. Se dio la vuelta y señaló una de las montañas que protegían la ciudad por el oeste. –¿Ves esa apertura?

La montaña en cuestión era una de las pocas que no estaban plagadas de viviendas, aunque los edificios parecían haberse apoyado en ella para crecer, dando la sensación de ser una escalera con peldaños gigantes. Siguiendo la huesuda mano de la gerudo, Zelda vio cómo en una de sus laderas había excavada una cavidad rectangular y alargada delimitada por unas maderas. Era tan fina que si no se buscaba, era imposible verla a primera vista.

–Sí.

–Eso es la entrada de ventilación.

Una entrada de ventilación significaba que la prisión estaba bajo la montaña. La situación acababa de complicarse aún más. –¿Por dónde se entra?

–Por el Centro de Instrucción –respondió, señalando uno de los edificios más grandes de la ciudad. Por si fuera poco, su entrada estaba custodiada por dos centinelas gerudo–. Tiene un túnel que conecta ambos lugares. Es una locura.

Zelda se mordió el labio. No podía entrar así como así. Necesitaría un plan, y necesitaría a Link. Al pensar en él volvió a imaginárselo postrado en la cama. ¿Y si despertaba y veía que estaba solo? ¿Y si se le ocurría salir de la casa y alguien lo veía? Llevaban demasiado tiempo fuera.

–Tenemos que volver a la casa. Tengo que ver si Link está bien.

–La primera cosa sensata que dices hoy –gruñó Maiya.


Notas de autor: Este capítulo sirve como pequeña introducción de lo que es la Fortaleza Gerudo en ese momento. La idea de tener un enorme bazar obviamente viene de la Ciudadela Gerudo de BoTW, pero recordando cómo son las construcciones en OoT. Aun así, más énfasis que en las cosas físicas, quería mostrar el ambiente que se vive allí, y de cómo las mujeres comercian entre ellas, mostrando el intercambio de culturas en sus productos.

Un detallito es que el nombre de Maiya no me lo inventé, es una Gerudo que aparece en la Ciudadela, una señora mayor al lado de la estatua de Hylia que reconoce a Link como shiok cuando aparece. Me pareció tan curioso al jugarlo que quise incluirla.


Sakura: Me alegra leerte de vuelta por aquí. Efectivamente, vemos que no se trata de un "héroe plano" como suele dar la sensación en los juegos. Tiene su corazoncito.