Capítulo 18. La Diosa de la Arena.

Mientras caminaban entre el gentío, Zelda se fijó en la actitud de la gente. Las mujeres extranjeras se movían con naturalidad, ofreciendo sus productos y charlando con las gerudo o viajeras que venían a comprar. Era un ambiente dinámico pero agradable, y a simple vista nada indicaba que aquel pueblo hubiera sufrido una represión o estuviera preparándose para una guerra.

Si quería encontrar pistas de lo que realmente ocurría tenía que fijarse en las gerudo y esperar a que terminaran de hablar. Tenía que ver sus miradas desconfiadas, o los gestos rápidos con los que reponían sus existencias. También estaba en las mujeres armadas que se paseaban por las calles, vigilando en rondas silenciosas que no hubiera problemas. Era el único lugar en el que una mujer podía pasear con una cimitarra y no llamar la atención.

Recordó las palabras de Link sobre la voluntad del pueblo y la culpa de los gobernantes. Por muy beligerante que pudiera ser la tribu gerudo, un núcleo comercial como aquel, tan diverso y lleno de vida, podía prosperar sin tener que derramar sangre. Era una pena que un hombre como Ganondorf hubiera creado algo así para después destruirlo.

–Maiya, ¿por qué seguís a Ganondorf?

La gerudo la miró, extrañada. –Pues porque es nuestro líder, igual que vuestra raza sigue las órdenes del rey. Y bueno, en general están contentas con él. Desde que dejamos atrás el sabotaje y los robos, nos ha ido mejor.

–No me refería a eso. Las gerudo tenéis una matriarca. ¿Por qué cuando nace un hombre se tiene que hacer con el control? –Echó un vistazo a uno de los puestos que había cerca. Una mujer gerudo vendía sedas con hermosas filigranas y cenefas doradas.

–Es por nuestra cultura –respondió Maiya, saludando a la mujer con un gesto.

–¿Tiene que ver con la Diosa de la Arena?

Maiya asintió. –¿Conoces nuestra religión?

–Bueno, Nabooru me contó que adoráis a la Diosa de la Arena, y que no es Din –añadió, recordando el énfasis que hizo en aquello su amiga.

Maiya volvió a encogerse de hombros. –Se supone que la Diosa de la Arena protegía la tierra de las gerudo. Piensa que en aquel momento el reino gerudo no era un desierto –se explicó, viendo el gesto de Zelda–. Había praderas y lagos; una zona llena de riqueza. Por supuesto, aquella riqueza no pasaba desapercibida a las sombras y horrores que poblaban el exterior, y no hacían más que intentar traspasar nuestras fronteras. La Diosa tenía un poder sin igual, pero como los ataques eran incesantes, decidió delegar su poder.

–¿Delegar?

–Sí, dio a luz a 8 hijas. Cada una de ellas tenía parte del poder de la Diosa, así que podrían ser consideradas como diosas también. El problema fue que después de dividir su poder, se debilitó tanto que no pudo mantenerse en nuestra tierra. Se vio forzada a volver a los cielos, dejando a sus hijas para proteger el reino. Éstas continuaron la labor de su madre combatiendo el mal, y acabaron ganándose el apodo de las 8 heroínas.

Que las Diosas gastaran su poder en el mundo terrenal y tuvieran que volver a su dimensión era algo que ya había visto. La tríada que dio forma al mundo: Din, Nayru y Farone lo hicieron en su momento.

–Sin embargo, no todo quedó ahí –continuó Maiya–. No todas las heroínas eran igual de fuertes, y la mayor de ellas se creía más cerca de su madre que de sus hermanas. Además, contaba con una espada sagrada capaz de aunar el poder de sus hermanas en sí misma. Sin embargo, ni con el poder de las 8 podía competir con una diosa, y terminó sintiéndose presa de su voluntad. Era un disparate, ya que la Diosa amaba a cada una de sus hijas tanto o más que a sí misma. Aquello quedó patente cuando aquella hija las traicionó y se alineó con el mal exterior. Al principio no intervino, y fueron el resto de hermanas las trataron de hacerla volver, pero el amor que sentían por la que era su hermana sumado la espada que aunaba sus poderes les impedía darle su merecido. Al final la Diosa, viendo que aquellos enfrentamientos no tenían fin, acabó por tomar cartas en el asunto. Dio a luz a un shiok, y lo envió al reino de Gerudo desde los cielos. Cuenta la leyenda que aquel shiok bajó a la tierra montado en un pájaro, y su poder era tan grande que las nubes se hacían a un lado para dejarle pasar.

–¿De las nubes? –preguntó. Era igual que las leyendas hylianas, en las que los humanos bajaron del cielo montados en pájaros, rompiendo una muralla infinita de nubes.

Maiya asintió. –Las siete heroínas criaron a su hermano pequeño como si fuera una más de ellas, y él a cambio mostró un amor sin igual hacia ellas y su tierra. Cuando el shiok creció, fue consciente de que la octava heroína era una amenaza, ya que estaba aliada con el enemigo. A diferencia de las hermanas que le habían criado, él no la conocía, así que no sentía apego alguno por ella. Simplemente la veía como la semilla del mal, el origen de toda la tristeza en su familia, una enemiga para su hogar. Por ello, un día abandonó su tierra sin mediar palabra, sin que sus hermanas supieran adónde se dirigía. Caminó por el desierto, soportando el ardiente beso del sol y las gélidas corrientes de la noche. Escaló las montañas que protegían su tierra del exterior, y desde una de sus cimas vio a su hermana oculta entre las brumas y la sombra.

Zelda asumió que se refería a la Cordillera Gerudo. Era interesante ver cómo la religión había aprovechado las condiciones geográficas de una forma tan inteligente para que casaran con su historia.

–Cuando se encontraron, la octava heroína lo reconoció y, sin mediar palabra, combatieron. Tras 7 días de enfrentamiento, el poder de la heroína doblegó al joven, haciéndole arrodillarse ante su espada. Sorprendida por el gran oponente que éste había sido, lo instó a unirse a ella. Él calló, haciéndole pensar que barajaba su oferta. Y ese fue su error, pues en cuanto ella bajó la guardia, él la atacó con fiereza, arrancándole la espada de su mano. Como te he dicho antes, no sentía ningún apego por ella, así que no dudó en terminar con su vida.

–Tras aquel suceso, volvió a su tierra y fue recibido por sus hermanas. No pudieron evitar sentir pena por la muerte de la gran heroína que era la octava, pero él consiguió convencerlas de que había sido por el bien de todos. Al final fue el tiempo quien le dio la razón, y sin las intrigas de la traidora, la tribu gerudo prosperó.

Zelda guardó silencio, sopesando lo que acababa de escuchar. Al principio había sentido ciertas similitudes entre Hylia y la Diosa de la Arena, sobre todo cuando delegaba su poder en héroes terrenales. Pero después historia se enturbiaba bastante con las intrigas entre hermanas o con que un héroe matara a su propia hermana.

–¿Qué te parece? –preguntó Maiya.

–No sé. –Debía ser prudente. A fin de cuentas, eran las costumbres de su pueblo. –Me da la sensación de que… se cuenta desde una perspectiva un poco… benévola, ¿no?

–¿Lo dices por lo fiero que era el shiok? –preguntó, aderezando cada palabra con sarcasmo.

Zelda ladeó la cabeza. –O por su férrea determinación, y que sus hermanas se cegaban por su amor y compasión.

Maiya rio. –Creo que lo vas entendiendo.

–¿Y por qué se sigue rindiendo culto a algo tan absurdo? –preguntó, y al instante se arrepintió de haber utilizado esa palabra–. Bueno, no absurdo, irreal.

–No es tan absurdo. Esa historia ha ayudado a muchas generaciones a seguir adelante –comentó Maiya, conciliadora. Tuvo que esquivar a un par de mujeres mientras caminaba–. Quitando el final, habla de 8 heroínas que defendían su tierra, y advierte del peligro de aspirar a más de lo que a una le corresponde.

–Si lo miras así… –concedió Zelda–. Pero, ¿por qué mantener la figura del hombre pasional? ¿Qué necesidad hay de que tenga que tomar el mando?

–Supongo que hay intereses en que siga siendo así. La vida en el desierto es miserable. Las casas son pequeñas, y los lujos que nos podemos permitir más pequeños aún. Es complicado, y más todavía sabiendo que tras la Garganta hay tierras fértiles. El discurso de partir a buscar mejores tierras es muy atractivo, pero también trae consigo conflictos, y las matriarcas intentan evitar que eso ocurra. Cuando gobierna un shiok gerudo, se ve obligado utilizar ese argumento para ganarse el favor del pueblo. A fin de cuentas, tiene que diferenciarse de las matriarcas o dejaría de ser especial.

–¿Entonces lo utilizan como excusa para poder llevar a cabo lo que ellas no se atreven a hacer? –preguntó Zelda–. ¿Y no es más atractivo lo que ha hecho Ganondorf ahora? Con el comercio sí estáis consiguiendo mayores riquezas.

Maiya negó con la cabeza. –El comercio aquí está funcionando porque vuestro reino está hecho pedazos. –Zelda hizo un mohín. –No te ofendas, pero desde la guerra, las razas no han vuelto a comerciar abiertamente entre ellas. Ganondorf supo ver la oportunidad y la aprovechó.

–Pero todo esto es una farsa –dijo, abarcando con los brazos las calles llenas de comerciantes–. Lo utiliza como herramienta para volver a llevar a vuestro pueblo a la guerra.

–Lo sé, pero no es tan fácil verlo estando aquí –respondió Maiya con seriedad–. Si tienes hambre y un shiok te da un trozo de pan, confías en él. Y si después te promete una barra entera, ¿por qué no ibas a creerle? La gente lo que quiere es vivir bien.

Recordó las palabras de Link. Si el reino sangraba, era por sus gobernantes. En aquel momento tanto su padre como Ganondorf, tanto Do Bon como Darunia, todos danzaban peligrosamente en el filo de la navaja. –Al final es la gente la que termina sufriendo todas estas decisiones.

–Un rey tiene el poder de mandar sobre su pueblo, pero también la responsabilidad de cuidar de él, de guiarlo a la prosperidad –razonó Maiya–. Son ellos los que tienen que elegir qué camino tomar.

Zelda reflexionó sobre lo que acababa de escuchar. La frase de Link era lapidaria, pero la realidad era más flexible. Ella tenía la capacidad de guiar a su pueblo a la paz, y se lo haría ver tanto a él como al resto del mundo.


"¿Puedes escucharla?"

La pregunta aún resonaba en su cabeza cuando despertó. ¿Qué tenía que escuchar? La figura de quien le hacía esa pregunta se iba difuminando como una voluta de humo, al mismo tiempo que el desvelo tiraba de él, atrayéndolo al mundo real.

La luz que entraba por la ventana le cegó, obligándole a enterrar la cabeza en la almohada. Los olores que le llegaban desde las sábanas le eran extraños, y eso le hizo reaccionar. ¿Dónde estaba? Volvió a incorporarse con ojos entrecerrados, y echó un vistazo a su alrededor.

Estaba en una casa desconocida, con pequeñas mesas de madera y estanterías sobre las que descansaban jarrones de cerámica. Se incorporó en la cama y apoyó los pies en el suelo. Éste era de tierra prensada, y guardaba un frescor que contrastaba con el aire caliente que entraba por la ventana.

¿Cómo había llegado allí? Estaba en las montañas pero, ¿qué más? Era extraño, porque recordaba tener un dolor de cabeza horrible, pero no podía rememorar ese dolor. Quedaba sujeto a un concepto más que a una sensación. Estaba enfadado, cansado y dolorido.

La Luna. Las memorias vinieron a él como una jauría de lobos, despedazando cualquier retazo de sopor que le quedara. Había visto una luna roja, y después una luna aún más grande que se aproximaba contra ellos. No había escapatoria, todos morirían. Había fallado a Zelda. Aquel sentimiento perduraba en él, como si se hubiera manchado de sangre y no pudiera limpiarse.

El pulso se le aceleró. ¿Dónde estaba Zelda? ¿Acaso estaban todos muertos? Se puso en pie, sintiendo un mareo que nada tenía que ver con su idea del purgatorio. Volvió a forzar ese recuerdo en su cabeza. En frío, no tenía sentido. Aquella luna era de Términa, no de Hyrule. Era como si dos realidades se hubieran superpuesto. Además, esa luna era demasiado grande como para no haberla visto venir, y ni Zelda ni Nabooru la habían visto. ¿Habría sido producto de su imaginación?

Eran demasiadas preguntas para llevar tan poco tiempo despierto, así que comenzó a caminar por la casa sin hacer ruido. Cuando comprobó que estaba vacía, empezó a curiosear el interior de los muebles para hacerse a la idea de dónde había despertado. No necesitó más que unos segundos para saberlo. Había finas prendas de tela con hilos dorados y una cantidad innecesariamente grande de armas con un diseño característico. Era una casa gerudo. Quizás lo habían capturado. No pudo evitar preguntarse si a Zelda también. Tenía que encontrarla.

Fue a asomarse por la ventana, pero escuchó un ruido cerca de la puerta. Cogió una de las dagas que había en un armario y se colocó tras la puerta. No sabía quién le había traído allí, pero la ventaja de la sorpresa y un arma en el cuello le facilitaría las respuestas. Cuando la puerta se abrió, se movió con rapidez para colocar la punta de la daga en la persona que acababa de abrirla. Se trataba de una gerudo entrada en edad que a punto estuvo de hacerle perder su posición.

–Ni se te ocurra –susurró, apretando la daga en su cuello.

–¡Link! –exclamó Zelda. Verla allí le pareció un espejismo, irreal. La daga se le escapó de las manos.

La gerudo aprovechó el momento para lanzarle un fuerte codazo en el estómago, vaciándole los pulmones y soltándola de su agarre. –Como vuelvas a hacer algo así, te saco los ojos– le dijo a Link. Después se giró a Zelda–. Y tú, no te quedes ahí fuera como un pasmarote.

Link trató de recomponerse del golpe boqueando como un pez. Zelda llegó a su lado en un momento, pasándole el brazo bajo el hombro y ayudándolo a recomponerse. –Diosas, has despertado.

La emoción en su voz era contagiosa. El alivio que había sentido al verla también había sido mayúsculo. Hacía unos segundos se sentía enfermo ante la posibilidad de haberla perdido, de que le hubiera podido ocurrir cualquier cosa. Aun sin haber recuperado el aliento, la abrazó con fuerza. Las Diosas habían escuchado su plegaria, le había dado una nueva oportunidad.

Al instante notó la rigidez de Zelda y supo que se había sobrepasado. Se separó de ella, pero la recorrió de arriba abajo con la mirada. –¿Estás bien?

–Sí, sí. Yo estoy bien, eras tú el que me tenía preocupada –contestó ella, sin mirarle a los ojos. Se giró hacia la gerudo–. Esta es Maiya. Es un poco brusca, pero nos ha acogido.

–Lo siento –se disculpó Link, aunque no sintiera que debía hacerlo.

–¿Cómo estás? Has pasado tres días durmiendo.

–¿Tres días? –La sensación de ingravidez volvió a intensificarse–. Diosas… creo que estoy mareado. He tenido un sueño un poco raro, pero nada más.

–Necesitas comer –intervino Maiya. La segunda participación de la gerudo le pareció bastante más constructiva que la primera.

Zelda, que no lo había soltado desde que lo encontró, le ayudó a sentarse en una mesa. –¿Qué tipo de sueño?

–No lo sé, se me va olvidando. Creo que era una mujer que me preguntaba que si la escuchaba.

–¿Que si escuchabas a quién? ¿A ella?

–No lo sé, creo que no. –Sus ojos azules mostraban un claro interés. –¿Tú también has tenido sueños raros?

Zelda frunció el ceño. Una vez más, se le fue la vista a las pequeñas arrugas que le salían en la frente. –Sí, aunque no hablaba nadie. Era yo, creo. Estaba peleando.

–¿Peleando?

–Sí. Luchaba en la oscuridad, sin poder ver ni oír nada. Y llevaba un traje muy ajustado que camuflaba mi sonido.

Eso lo había visto antes. –Sheikah… ¿Eras una sheikah?

–No. Era yo misma, pero peleaba como una de ellos. Mi oponente sí lo era. Parecía un entrenamiento.

Era un sueño extraño, pero no se parecía en nada a lo que había soñado él. Ni siquiera la naturaleza del sueño era igual. Ella parecía haber tenido una experiencia real, mientras que la de él parecía haber ocurrido en un plano distinto. –¿Crees que tienen alguna relación?

–No estoy segura –admitió ella, pensativa–, quizás con la luna roja que vimos cuando llegamos.

La luna roja. Aquel fenómeno era algo que jamás había experimentado antes. De nada servían sus años de viajes y experiencias contra algo así. Debía tratarse de algún encantamiento, aunque su finalidad era un misterio. –No creo que esa luna sirviera para hacernos soñar.

–Claro que no, pero sí tener relación con ello. Creo que amplifica la magia del lugar. Igual que con tus… visiones.

Jamás habría llegado a tal conclusión. Y sin embargo, tenía sentido. Lo único que tenían esos sueños en común era que eran extraños. Que todo hubiera ocurrido en el momento de su llegada una cruel casualidad, daños colaterales. Por otra parte, solo había un motivo para amplificar la magia. Miró a Zelda y supo que ella también había llegado a esa misma conclusión. Era parte del ritual de invocación de Ganondorf, y había ocurrido hacía tres días. Se llevó las manos a la cabeza.

–Hemos llegado tarde –musitó.

En aquel momento llegó Maiya con una fuente llena de fruta. Había manzanas y plátanos, aunque también otras con un aspecto peculiar. Maiya le ofreció una de las extrañas. Tenía unos pétalos alargados que la cubrían como una alcachofa, pero el bulbo era rojizo. Link la rechazó, se le acababa de ir el apetito.

Maiya hizo oídos sordos y se la puso delante. –Come.

–Aún noto el poder de la luna en el ambiente –comentó Zelda–. A lo mejor el ritual aún no ha terminado.

El optimismo de la princesa consiguió desbloquear su mente. Ya habían empezado a invocar hordas de monstruos, pero si podía evitar que siguieran aumentando, quizás el ejército de Hyrule tendría una posibilidad. Por otra parte, si los monstruos no habían llegado a la Fortaleza significaba que aún seguían allí, y no creía que meterse en un barril les ayudase a pasar desapercibidos

Necesitaba una segunda opinión. Levantó la vista, pero tras Zelda solo estaba Maiya, que había vuelto a irse. –¿Dónde está Nabooru?

La mirada de Zelda se ensombreció. –Te quería hablar de eso ahora. Una tal Koume la ha capturado.

–¿Koume? ¿De las hermanas Birova? –preguntó. Zelda asintió. Tras ella, Maiya le devolvió una mirada triste. Las cosas acababan de simplificarse–. Está muerta.

–No está muerta, la han detenido –respondió Zelda con brusquedad. Se giró a Maiya. –Está en prisión, ¿verdad?

–La detuvieron por orden de Koume, pero sí, lo último que supe es que estaba en prisión.

–¿La detuvo Koume o la detuvieron por orden de Koume? –preguntó Link. Había una gran diferencia entre ambas posibilidades. Maiya pareció darse cuenta también, y su silencio fue la respuesta que Zelda necesitaba.

–¿Ves? Aún puede estar ahí. No podemos abandonarla, se lo prometí.

–Te he dicho que es una locura –intervino Maiya. Por segunda vez, estuvo de acuerdo con ella.

Link ya había estado antes en aquella prisión, o en realidad nunca. Conocía los angostos pasillos subterráneos que recorrían la montaña, las paredes valladas que formaban intrincados laberintos. Y lo más importante, que solo había una entrada y una salida. Si tuviera un gancho quizás podría deslizarse por la reja de ventilación, pero no era el caso.

–Es muy arriesgado –contestó él. También le dolía abandonar a Nabooru a su suerte, pero su misión era proteger a Zelda, y eso no lo conseguiría metiéndola en aquella ratonera.

El rostro de Zelda se endureció. Lo que antes habían sido una sonrisa perpetua y un ceño simpático desaparecieron. Sus ojos se enfriaron como si fueran de hielo, y alzó el mentón como solo una reina podría hacerlo. Había más autoridad en ese simple gesto que en mil coronas de oro. Al tratarla de forma tan informal, al ver cómo ella había asumido que él la ayudaba como un favor, había olvidado con quién había estado viajando. En un segundo recordó lo lejos que está el Sol de cualquier mortal.

–Link, tú mismo me dijiste que soy una persona egoísta y déspota –dijo Zelda. Su tono de voz era tranquilo, pero tan cortante que de un susurro podría partir un árbol en dos–. Dijiste que veo al pueblo como algo general, pero que no me preocupo por las personas, que son las que lo conforman, ¿me equivoco?

Había conseguido transferir el frío de sus ojos a su discurso. Tendrían que venir las tres Diosas a insuflarle valor si pretendían que respondiera a aquella pregunta.

–Bien, pues Nabooru es una de esas personas a las que hasta ahora he ignorado. Y gracias a tu inspiradora opinión, he decidido que no pienso dejarla atrás. Ella ha sacrificado su vida por esta causa y, aunque acabemos ganando, de nada servirá que en el trono de Hyrule se siente alguien que no haga lo mismo por su gente. Así que dan igual las armas, las celdas o las centinelas. Ahí dentro hay alguien que necesita nuestra ayuda y a la que no vamos a dejar atrás. Vamos a rescatarla.

Cuando terminó de hablar, fue como si se rompiera un hechizo, como si hasta aquel momento se hubiera detenido el tiempo. Acababa de descubrir que Zelda era de esas personas que son escuchadas sin tener que levantar la voz. La pregunta no era si debía hacerse o no lo que había dicho, sino si la ayudaría o daría un paso a un lado.

–Necesitaréis armas –dijo Maiya. Ella también parecía haber asumido quién mandaba allí–. Os puedo ayudar en eso. Y tú, cómete eso.

Su estómago tomó la palabra. Miró el extraño fruto y le dio un mordisco con un apetito renovado; iba a necesitar energía para lo que vendría a continuación.


Notas de autor: Este capítulo me pareció divertido de escribir. Poder crear la cultura que tienen y justificar el por qué de su comportamiento. Creo que la religión predominante en la zona en la que vivimos, independientemente de ser creyente o no, acaba permeando y definiendo nuestros valores. La idea en sí ya la tenía, pero me aproveché un poco las subtrama de las estatuas Gerudo de BoTW, con su octava heroína y la espada perdida. Creo que fue de mis favoritas cuando lo jugué. Además, quise hacer un pequeño guiño a SS. Una de las teorías más interesantes del pueblo Gerudo es que Malton (Vilan, Groose) fue su principal antecesor, con sus ojos dorados y su cabello rojizo. Me gustó mucho esa idea, y suena muy interesante que ese haya sido su origen.

Otra de las preguntas que siempre me hice es la misma que le hace Zelda a Maiya. ¿Por qué una sociedad matriarcal delega su poder en un hombre? La respuesta, o solución a la que llegué es la que comenta. Al final, las Gerudo malviven, y tener un cabeza de turco en el que apoyarse para poder dar un salto en su calidad de vida es algo que beneficia a todos. Con esto también quiero desmitificar y blanquear a las Gerudo como hacen en BoTW. Con sus opositores y simpatizantes, las decisiones de robar y asaltar no se limitan a Ganondorf o a la maldición de Demise, sino a su propia supervivencia. Es un enfoque que se ve en MM, y me gustó.

Pequeño comentario de actualidad. Cuando empecé a subir este fic lo hice para que cuando acabase coincidera con el aniversario de la salida de BotW por si salía su secuela, pero viendo que ya tenemos fecha para TotK, de nada sirve ocultarlo. Esta primera parte son un total de 40 capítulos. Muy a mi pesar, la segunda parte tardará en llegar porque ha habido cambios en mi vida y actualmente no tengo tiempo para nada. No obstante, tengo intención de que todo esté bien hilado. La trama está escrita en un buen guion y solo necesitaré tiempo para plasmarlo.


Sakura: Desde luego. Una de las cosas que he querido dejar claro desde el principio es la desconexión entre los reyes y el pueblo. Es algo que siempre ha ocurrido y con lo que los de arriba siempre conviven. La diferencia es que a Zelda le choca enfrentarse a esa realidad porque realmente le importa. Gracias por tu comentario.