Capítulo 19. Pasar desapercibida.
La paciencia es una virtud, algo que Zelda tenía claro. A la hora de establecer negociaciones con gente de poder, avanzar con cautela y no presionar a la otra parte era tan esencial como los argumentos que se fueran a utilizar. Un claro ejemplo de esa conducta era Link. Estudiar su comportamiento y saber cuánto y como incidir en algo era necesario para que le hiciera caso.
La teoría estaba clara, pero para su desgracia, ella también era humana, y que Link llevase más de media hora encerrado en una habitación con Maiya en una cacofonía de discusiones y quejas no ayudaba a esa idea de cautela. Las palabras más repetidas eran abuela y niñato estúpido.
Tras un profundo suspiro, Link descorrió las cortinas que separaban la habitación del salón en el que esperaba. Tenía la primera frase de reprimenda en la lengua cuando vio el aspecto del chico, y no pudo evitar soltar una carcajada.
Maiya había hecho un trabajo magnífico. Utilizando distintas prendas, había conseguido transformar a Link en una grotesca imitación de la elegancia gerudo. Una fina seda blanca semitransparente cubría su cuerpo desde los hombros hasta las rodillas, dejando entrever un peto con la forma de sostén y una falda gruesa de cuero y metal.
Alrededor de sus brazos podía contar con un total de cinco brazaletes de oro con los que trataba de restar atención a sus músculos. También llevaba un arete dorado en la oreja derecha y se había recogido el cabello en una coleta de palmera, dejando libres solo sus inconfundibles mechones del flequillo. Sus ojos la miraban expectantes.
Si bien su primera impresión había sido algo cómica, a los pocos segundos se dio cuenta de que estaba guapísimo. La forma en la que combinaban su piel tostada, el blanco y dorado de la ropa y el azul de sus ojos le daban un aspecto de príncipe guerrero.
Se levantó y dio una vuelta a su alrededor, tratando de ocultar que se le había subido la sangre a las orejas. Por detrás, pudo distinguir una daga astutamente escondida tras las cintas que sujetaban su peto. Dejó que su mirada viajase por el perfil de su espalda, recorriendo la forma de sus hombros hasta llegar a los brazos.
–Te gusta –dijo Maiya, con una sonrisa estúpidamente acusatoria.
–Le queda bien –atajó Zelda, sin seguirle el juego. Parecía que a todas las gerudo les gustaba imaginarse cosas. Se colocó frente a él y vio que la zona del pecho estaba abultada. Sin pensarlo demasiado, apretó con la mano la zona del peto en la que estaría su pecho–. ¿Qué es esto? Está duro.
–Mejor no preguntes –contestó Maiya–. Le dije que rellenándolas de agua quedaría mejor al tacto, pero es más terco que una mula.
–Nadie va a tocar nada –dijo Link, notablemente molesto.
Zelda volvió a palpar, tratando de imaginar qué era. Volvió a estrujarle un pecho, notando lo turgente que era. Una sonrisa luchaba por tomar sus labios.
–Deja de manosear –dijo Link. Zelda le mantuvo la mirada durante un par de segundos antes de romper a reír. Lo estúpido que podía ser a veces. Como respuesta, Link le devolvió una mirada asesina–. Cuando hayas terminado de burlarte, podemos ver el plan que vamos a seguir.
–Vale, vale… tienes razón –concedió Zelda, aún con la sonrisa en los labios. Lo siguió a la mesa–. ¿Vamos a infiltrarnos en el Centro de Instrucción?
Link negó con la cabeza. –Sería imposible. Ya no por la dificultad de entrar allí y que no nos descubran, sino por avanzar dentro. Ese lugar es un campo de pruebas y necesitaríamos muchos instrumentos que de los que no disponemos.
No era lo que esperaba oír. Link hablaba de aquel lugar como si hubiera estado en él, algo que probablemente habría ocurrido en su anterior viaje. Aun así, si no le fallaban las cuentas, eso había sido hacía 5 años, y con una situación diferente. –¿Estás seguro de que todo sigue igual?
Link pareció entender el motivo de su pregunta. –Sí. Yo tampoco las tenía todas conmigo, pero Maiya estuvo allí hace menos de un año y lo que vio se parece bastante a mis recuerdos.
–Vale, ¿entonces entramos por el conducto de ventilación? –Tanto Link como Maiya parecían sorprendidos por haber dado en el clavo. Era simple lógica, si solo había dos maneras de entrar y acababan de descartar una, solo quedaba la otra.
–Esa es la idea.
–Esa es la estupidez –puntualizó Maiya, con amargura–. No vais a poder entrar allí sin llamar la atención.
Link la ignoró. –La abuela nos ha proporcionado cuerda y armas. La idea es escalar por la montaña y enganchar en la entrada una cuerda. Después la utilizaremos para salir de allí.
–Suena asequible.
–¿Cómo que asequible? –dijo Maiya–. ¿Escalar la montaña? ¿Delante de toda la Fortaleza? Es absurdo.
–¿Y rodear la montaña? Podríamos escalarla por el otro lado.
–Eso sería aún peor –contestó Link–. La cara norte de la montaña está llena de minas.
–Puede que incluso estén conectadas –dijo Maiya–. Eso ya sí que no lo sé.
–Cuando recuperemos a Nabooru tendremos que ir al Desierto Encantado –dijo Zelda. Tenía sus reservas con aquella parte. No sabía en qué situación la encontrarían después de dos días encerrada.
–Si lo necesitáis, podéis volver por aquí –se ofreció Maiya.
–No, ya nos has ayudado suficiente. –Si algo le ocurría a la anciana gerudo por ayudarles, no se lo podría perdonar nunca. –Si necesita descansar podemos volver a su casa.
–Bueno, basta de cháchara –dijo Link, poniéndose en pie. El choque de los brazaletes le hacían parecer un sonajero–, tenemos cosas que hacer.
Maiya fue a una habitación y volvió con un pequeño arsenal en las manos. Todas y cada una de las armas tenían el clásico diseño gerudo. Filos curvos, empuñaduras esmaltadas y filigranas en las hojas. Eran realmente bellas.
Link cogió una gran cimitarra y se la colocó en la espalda con un pequeño arnés. Después cogió dos dagas pequeñas y le ofreció una a ella. –No tenemos arco, así que tendrás que apañarte con esto.
–No sé utilizarla –dijo Zelda, alarmada.
–La parte que pincha hacia el enemigo –se burló Link. Su gesto se endureció, no le gustaba que la tomasen por tonta–. Es un arma de corto alcance, así que no hay misterios. Si está cerca de ti y te ves en peligro, la clavas.
Cogió la daga y la enfundó en una pequeña vaina de terciopelo roja. Se la colocó en uno de los bolsillos. Por suerte, ella no necesitaba vestir como él, quedaba claro que era una mujer. Pensó en pedirle algún arma más a Link, pero cuando le vio esconder una cuchilla en la sandalia reparó en algo. –¿Te has depilado las piernas?
–Las gerudo son muy coquetas –contestó Link, pasándose una mano por el muslo. En silencio, volvió a agradecer no tener que ir vestida como él–, para lo que quieren.
–Te he oído, niñato –dijo Maiya.
Link se colocó el fardo de cuerda alrededor del hombro. Sería un milagro que no llamase la atención. –Abuela, ¿me puedes dar otra fruta de esas?
Maiya le lanzó una fruta electro. También había sido la primera vez para ella en probarlas, pero el sabor tan ácido no terminó de gustarle. A Link por otra parte parecían encantarle, porque ya se había comido 6. Pero más que todo eso, lo que llamó la atención de Zelda era el tipo de relación que habían establecido esos dos. A pesar del trato tan grosero, parecían infundirse un respeto mutuo.
Cuando hubieron terminado de prepararse, Maiya sujetó a Link de la muñeca. –Recuerda lo que te he dicho. –Para su sorpresa, Link se mantuvo serio, y asintió. Ya le preguntaría después.
Antes de salir por la puerta, se despidieron. Le había acabado cogiendo cariño a la antipática gerudo. Además de aparecer en un momento crítico, había evitado que Link fuera descubierto. –Muchas gracias por todo –dijo–, nos has salvado la vida.
–Era lo que tenía que hacer –respondió ella, cortante como siempre–. Ten mucho cuidado, princesa.
–¿Sabías quién soy? –preguntó, sorprendida. El trato que había recibido distaba mucho del correcto hacia una princesa. Además, siendo hyliana, sabía lo valioso que era tenerla consigo.
–Tenía mis sospechas desde el principio, pero oyéndote hablar lo supe.
–Y… ¿por qué me ayudas? Las gerudo nunca habéis visto la Corona como vuestra aliada.
–Yo quiero lo mejor para mi pueblo, y sé que ese shiok no lo es. Al principio no quise verlo, pero cuando se llevaron a mi… –Se detuvo.
–¿Hija?
Maiya negó con la cabeza. –Compañera –contestó, escogiendo las palabras–. Necesité perderla para darme cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Ese era el motivo. El amor era lo único que podía justificar una insubordinación de ese calibre. No solo ocultar a un hombre, sino también ayudar a la gobernante del que históricamente había sido enemigo de su pueblo. Le cogió una mano y se la apretó con fuerza. Le quemaban los ojos. –Haremos que todo esto termine para que podáis estar en paz. Te lo prometo.
Maiya sonrió, mostrando por primera vez una sonrisa genuina. –Aunque solo sea a veces, tienes la presencia de una verdadera reina.
Link volvió a asomarse por la puerta. –¿Nos vamos?
Las ropas gerudo eran bastante más cómodas de lo que había pensado. Al sacrificar la defensa, ganaba mucha movilidad en las articulaciones, permitiéndose ser más ágil. Lo peor era la pechera. Era desequilibrante y pesada, a cada movimiento brusco que hacía se iba hacia delante.
Habían decidido salir a medio día, aprovechando que las calles estaban vacías. La cercanía con el desierto hacían que a esas horas la Fortaleza fuera como un horno, obligando a los comerciantes a refugiarse en sus puestos o viviendas. Zelda caminaba tras él, sufriendo claros estragos por vestir ropas hylianas. No comprendía por qué no se había puesto algo más liviano, aunque viendo la palidez de su piel, habría acabado tostada como una gamba.
Por suerte para ella, el camino bajo el Sol no duró mucho. Frente a ellos se alzaba la mole de edificios escalonados que custodiaba la montaña. Ese tipo de edificios contaba con ciertos pasillos y escaleras abiertas para poder subir entre las distintas alturas por el interior. Esto permitía crear espacios comunes bajo techo.
Cuando entraron, Link no pudo dar crédito a lo que vio. No era una simple pasarela, era un segundo Bazar escondido en un edificio. Muchas de las habitaciones habían sido reacondicionadas como lugares de trabajo, dando lugar a telares y pequeñas orfebrerías. Las trabajadoras iban de un lugar a otro, revoloteando como abejas en un panal. Notó cómo Zelda le cogía la mano para que no acabasen separándose.
Ella parecía tan sorprendida como él. –Es increíble que todo esto sea un edificio –gritó, intentando hacerse oír entre la muchedumbre–. Desde fuera no se veía nada.
Link asintió. No había contado con ello, pero con tanta actividad en su interior, era más fácil pasar desapercibidos. Un claro ejemplo era que, yendo vestido como iba, además de cargado de armas y un fardo de cuerda, nadie había reparado en él.
Continuaron ascendiendo por las escaleras traseras, esquivando trabajadoras y comerciantes hasta que a lo lejos vio una terraza. Tiró de Zelda y consiguieron salir al exterior. El calor seguía siguiendo sofocante, pero ya estaban prácticamente en la cima.
Zelda miró hacia la montaña y se puso la mano en forma de visera. –Aún quedan un par de plantas para llegar arriba.
–Creo que lo mejor sería seguir por aquí –dijo Link.
–¿Escalando? –Asintió. Por suerte, la altura de las plantas no era excesiva y podrían llegar a la zona superior desde fuera.
Apoyándose en uno de los salientes del edificio e impulsándose con los brazos, se enganchó en la cornisa de la terraza y consiguió subir a pulso a la planta de arriba. Con las indicaciones adecuadas, Zelda consiguió subir también. Aunque tuvo que ayudarla en el tramo final, le sorprendió lo ágil que era.
Ahora se encontraban en la última terraza. Link dio un salto y se enganchó en el borde de la terraza, pero al instante notó cómo se abrasaba las manos y tuvo que soltarse.
–Ah, maldita sea –se quejó en voz baja.
–¿Qué pasa?
–Está muy caliente.
Zelda miró con ojo crítico esa última cornisa. –Es el material.
–¿Qué?
–Está hecha de piedra. El resto del edificio era de adobe, que no guarda tanto el calor, pero ese trozo es de piedra.
Link comprobó que, efectivamente, el borde tenía un color distinto al resto del edificio. Y era un problema mucho más grave, porque el color de esa piedra era el mismo que el de la montaña. Si apenas había conseguido mantenerse agarrado más de unos segundos, ¿cómo iba a escalar la distancia que había hasta la abertura de ventilación?
–Esto es malo –comentó Zelda, que debía haber llegado a la misma conclusión, porque miraba la montaña con desagrado.
–Quizás deberíamos esperar hasta la noche.
–No podemos perder más tiempo –dijo Zelda–. Cada momento que pasa es más complicado que Nabooru siga viva, y las tropas de Ganondorf, mayores.
Su razonamiento era innegable, pero también lo era que aquella montaña estaba prácticamente en llamas. A su espalda escuchó cómo Zelda se deshacía de su camisa, quedando solo cubierta por una fina prenda de hilo rojo que cubría sus pechos. Link quiso apartar la mirada, pero inconscientemente la vista volvía a aquella tela, al contraste que hacía el rojo con su piel blanca, a la curva que intuía lo que había debajo.
Ella no parecía darse cuenta, y con un movimiento fluido sacó su daga y cortó la camisa en dos. El ruido de la tela al rasgarse consiguió que la sangre volviera a circularle por la cabeza. –¿Qué haces?
Zelda dobló un par de veces la tela que había roto y se la entregó a Link. –Podrías ponerte esto en las manos. Así no te quemarás.
Despejando la mente, consiguió encaramarse al borde de la terraza y, en esta ocasión, pudo subir. Notaba el calor incipiente en su piel, pero al menos no le quemaba. El problema era que la entrada quedaba a uno metros por encima de su cabeza, y no creía que fuera a aguantar lo suficiente. Además, no podía arriesgarse a abrasarse las palmas si más tarde tenía que luchar.
–¿Quién goroanda ahí? –dijo alguien más abajo.
Link apenas tardó un segundo en reaccionar. Dio un salto hacia la terraza y esgrimió la cimitarra, colocándose entre Zelda y la entrada de la terraza. Del interior de la vivienda asomó la enorme cabeza de un goron.
–¿Qué gorohaces ahí fuera? –volvió a preguntar.
La piel de esa raza era tan dura como las rocas que comían, y su fuerza física superaba con creces la de cualquier otro ser vivo en Hyrule. Por suerte, también solían ser bastante afables. Sería mejor congeniar con él para evitar una pelea que muy difícilmente ganarían.
–Somos comerciantes –dijo Link–. Nos hemos perdido y, bueno…
–Un momento –le interrumpió–, ¿tú no eras la gorochica lista?
Sus pequeños ojos negros no iban dirigidos a él, sino a Zelda. ¿Acaso conocía a esos goron? Debía hacerlo, ya que se deshizo en una sonrisa de disculpa. –Hola, no sabía que vivías aquí. Siento mucho que te hayamos sorprendido.
–Pues un goropoco, sí. Y tú, ¿cómo has goroacabado aquí? Creía que eras más gorolista.
Zelda dio un paso adelante, echando a Link a un lado. –Verás, mi compañera es un poco tímida. La verdad es que se ha agobiado ahí dentro y necesitaba salir a que le diera el aire.
Link se mantuvo en silencio, dejando que ella hilara aquella fábula con su asombrosa espontaneidad. Hablaba con una naturalidad que era sencillo dejarse llevar. Para apoyar su plan, le dedicó al goron una sonrisa avergonzada.
–¿Y cómo habéis gorollegado aquí? ¿Gorotrepando? –preguntó. Tenía la sensación de que no se lo estaba creyendo. Entonces lo miró a él. – ¿Y qué gorohacías en el tejado? ¿Y la cuerda?
–Necesitaba que le diera el aire, un espacio abierto –insistió Zelda.
–Yo no soy como Danagora –dijo en un tono nada amigable–. Soy Gorobar, y a Gorobar nadie le engaña. ¿Quién goroeres en realidad?
Habían llegado a un punto muerto. Aquel goron no parecía creerse las excusas de Zelda. Apretó con fuerza el mango de su cimitarra. Al final tendría que pelear. Sabía que la zona del vientre era más blanda que la espalda, y que era más ágil y rápido. Tendría que atacar antes de que se hiciera una bola o no tendría oportunidad de herirle.
Zelda posó una mano sobre su hombro, deteniendo el inminente ataque que había planeado. Le sorprendió que se hubiese dado cuenta de lo que iba a hacer; había concentrado la fuerza en su pierna para dar el primer paso, pero no había hecho ningún movimiento.
–Está bien –asintió Zelda, con rostro solemne.
–No lo hagas –susurró Link, alarmado. Cuanta más gente supiera su plan, o su identidad, serían más cabos sueltos para poder dar con ella.
–Shh –chistó Zelda, silenciándolo. Miró al goron de nuevo–. Lo siento, Gorobar. No puedo decirte quién soy porque es peligroso. Es cierto que no soy de Kakariko, soy de la Ciudadela. Y no, no estábamos aquí para tomar el aire. Queríamos llegar al tejado.
–¿Para qué? –preguntó, extrañado.
–Queremos entrar en la prisión –respondió. Link aguardaba en silencio, nada convencido de la estrategia que estaba siguiendo Zelda. Revelar las cartas en aquel momento era una jugada arriesgada. O tenían éxito, o tendría que matarlo.
El goron levantó la vista hacia la ranura de ventilación y utilizó su enorme mano como visera. Cuando volvió a mirarla, su rostro había cambiado. –¿Vais a gorosacarlo de allí?
Zelda y Link intercambiaron miradas. ¿Tendrían también a goron encarcelados allí? En los ojos de Zelda pudo ver esa misma pregunta, y ella pareció aprovecharlo. –Sí, por eso llevamos la cuerda. Pero nadie debe saberlo, ¿entiendes?
–Está bien, no diré goronada. –Por primera vez, el goron asentía. –¿Y cómo vais a gorosubir?
Con el inconveniente de encontrarse con él, casi había olvidado el verdadero problema al que se estaban enfrentando. No tenían manera de subir allí arriba. –Habíamos pensado en escalar, pero no tuvimos en cuenta que la superficie estaría tan caliente.
–Claro, tenéis las manos muy goroblanditas –razonó, cruzando sus enromes brazos sobre el pecho. –Bueno, creo que podría gorosayudaros –se ofreció.
–¿En serio? –preguntó Zelda, animada.
Era absurdo. Jamás había visto a uno de su raza escalando. Los goron tenían una piel prácticamente ignífuga, pero también pesaban muchísimo. Y aunque pudiera levantar su propio peso gracias a su fuerza sobrehumana, tenía una enorme panza que se interponía entre la pared de roca y sus brazos.
–¿Cómo? –preguntó Link.
–Sube a mi goroespalda. Te lanzaré y tendrás que agarrarte al borde –comentó, haciéndose una compacta bola de roca. De su interior, volvieron a escuchar su voz–. Pero ten gorocuidado, si no lo haces bien podrías acabar aplastado en el suelo.
–No entiendo nada –confesó él, mirando a Zelda.
Ella negó con la cabeza, igualmente confusa. –No sé, pero ten cuidado.
Link trepó a su espalda y se acuclilló en la parte más alta. Le dio un par de manotazos, comprobando que tenía un tacto muy similar al de una piedra. –Estoy listo.
–Goroconfío en vosotros, salvadle. –Apenas terminó de decir aquella palabra, sintió cómo la espalda del goron se movió. Fue un movimiento seco pero potente, como un martillazo, e igual que si de un resorte se tratara, fue propulsado contra la apertura de la montaña.
El viento chocaba contra su rostro y el pelo se le metía en los ojos, y en un momento superó la altura de la entrada. Fue entonces cuando sintió una sensación de ingravidez en el estómago y supo que iba a caer. El arco de su trayectoria parecía correcto, así que trató de concentrarse solo en la entrada. Si lo hacía correctamente, podría aterrizar prácticamente de pie sobre ella.
Para su desgracia, no fue así. El camino que describió lo estrelló contra la madera que delimitaba la entrada, haciendo que sus pulmones se vaciaran con violencia. Sintió cómo la vista se le nublaba, y se enganchó en el borde como pudo. Notaba que se resbalaba, y el dolor en la tripa no hacía más que crecer. Cerró los ojos y puso todo su esfuerzo en no desmayarse.
Tras unos segundos, sintió cómo el aire volvía a entrar en sus pulmones, y aprovechó para lanzar su pierna contra el borde, colocándose penosamente sobre él. Necesitó unos segundos más para poder volver a abrir los ojos y asegurarse de que no iba a vomitar.
Se asomó desde la altura y vio a Zelda. Ésta tenía el rostro pálido, consciente de que era la siguiente. Aquello le alarmó. Si él, que estaba en muy buena condición física, había estado a punto de caerse, ¿cómo lo iba a lograr ella?
Pensó con rapidez. Anudó un extremo de la cuerda alrededor de una de las dagas que llevaba consigo y la clavó en la viga de madera. A continuación, se anudó el otro extremo de la cuerda alrededor de su cadera. De esa forma, si Zelda era lanzada en su dirección, podría atraparla sin miedo a caer hacia el lado contrario.
Abajo, ella parecía sopesar la espalda de Gorobar sin mucho convencimiento. Para él ya era increíble el simple hecho de que se lo estuviera planteando. Hacía unas semanas, no habría dado una rupia por que ella pudiera hacer nada más que dar órdenes desde su torre de cristal, y ahora estaba allí, en medio del desierto, semi desnuda y a punto de salir volando desde la espalda de un goron. Las vueltas que daba la vida.
Al igual que hizo él, Zelda le dio una palmada a Gorobar en su rocosa espalda y éste hizo su extraño movimiento de resorte para lanzarla por los aires. Necesitó apenas un segundo para darse cuenta de que el estúpido cabeza de piedra había utilizado la misma fuerza para lanzarla a ella que a él, que pesaba más e iba cargado con más armas.
Como consecuencia, Zelda salió disparada mucho más arriba que él. Pareció escuchar cómo gritaba, pero con la velocidad que llevaba, quedó reducido a un eco. El arco que describió era casi tan amplio como el de él, así que cuando comenzó a descender, supo que caería por encima de la entrada. Se colocó en el borde, rezando a todas las Diosas por que el golpe que se iba a dar con la pared no fuera demasiado fuerte.
Para su sorpresa, vio cómo Zelda se revolvía en el aire de manera similar a un gato, girando su espalda de forma que tuviera las piernas apuntando contra la pared de roca. El momento del impacto fue igualmente duro, y escuchó cómo soltaba un gemido de dolor. Sin embargo, al haber colocado las piernas de forma correcta, amortiguó el golpe y cayó hacia abajo.
Link esperó al momento justo para lanzarse al vacío e interceptarla. Como si ella lo estuviera esperando, se abrazó a él con brazos y piernas. La cuerda que llevaba frenó la caída de ambos, haciéndolos chocar contra la pared una vez más. En esta ocasión Link amortiguó el impacto con su cuerpo, evitando que Zelda volviera a golpearse a cambio de un fuerte dolor de espalda.
Ambos quedaron colgados en silencio por un momento. Con la fina ropa que llevaba en aquel momento, podía sentir el calor de la piel de Zelda contra la suya. También podía sentir los latidos de su corazón, que tenían la fuerza de un tambor de guerra.
–Diosas, ha sido increíble –susurró ella, con la cabeza apoyada en su hombro.
–Ya –masculló. Lo placentero del contacto quedaba ensombrecido por el daño que le hacía la cuerda alrededor de su cadera, y de paso también por el último golpe en la espalda–. ¿Crees que puedes subir?
Ella pareció reparar en la situación en la que se encontraba, y asintió. A continuación contempló cómo todo el cuerpo de su princesa pasaba frente a sus ojos, una cadencia de curvas y piel blanca. Finalmente sintió cómo dejaba de apoyarse en él y le ofrecía una mano. Agarrándose a ella, consiguió subir al borde.
Ambos se tumbaron sobre la viga de madera, recuperando la respiración. Zelda parecía entusiasmada, sus pupilas se habían dilatado hasta arrinconar a sus iris azul invernal. Notó cómo una sonrisa crecía en sus labios, y también en los de él. Era fuego lo que corría por sus venas.
–Lo hemos conseguido.
Notas de autor: Este capítulo es contradictoriamente largo. Cuando lo terminé pensé: uy, qué poco he escrito. Sin embargo, al ver las palabras vi que era de los más largos así que mejor dejarlo ahí. Quizás es porque como tal no sentí que se avanzaba tanto en la trama.
La forma en la que Link se disfraza de mujer es algo que tenía que pasar. Sin embargo, quise contradecir a lo que él mismo pensaba capítulos atrás. Creo que las Gerudo tienen un concepto de la feminidad distinto al que puedan tener los hylianos (humanos a fin de cuentas). Sus cuerpos son duros y musculosos, y creo que deben verlo con naturalidad si se encuentran cuerpos así de frente, por eso a Link le choca no llamar la atención.
Por otra parte, la forma en la que acceden a la entrada esa no es inventada, sino que está basada en cómo los Goron catapultan a Link en la Montaña de la Muerte en TP.
Sakura: Espero que ese cambio se note orgánico. La princesa es probablemente el personaje que más evolución debe tener en esta historia.
