Capítulo 26. El frío de la montaña.
Aquel movimiento tan súbito la despejó por completo. Se quedó congelada, con los ojos abiertos pero sin moverse. Vio cómo pasaba junto a un Rumba sumergido en sus sueños y salía de la cueva. Necesitó un momento para digerir lo que acababa de pasar antes de incorporarse. Se echó una de las pieles sobre los hombros y salió al exterior.
El cielo de Hebra estaba teñido de un oscuro color añil decorado con infinidad copos de nieve. Eran grandes y caían con lentitud, como si fueran las semillas de un árbol inmenso. Aquella silenciosa cadencia incitaban a una tranquilidad fría y mortal. Sin embargo, Zelda no sentía nada de aquello. El corazón le martilleaba con la fuerza que sólo el miedo puede insuflar.
Link estaba frente a ella, dándole la espalda. Los copos de nieve caían sobre su cabello rubio sin derretirse. Se acercó a él para encararlo y descubrió que tenía los ojos cerrados, como si se hubiese abandonado al frío.
No sabía muy bien cómo actuar. La forma en la que se había ido había sido extraña, no había dicho nada, pero había sentido en él algo parecido al rechazo. Cuando se decidió a dar el paso, él la interrumpió.
–Perdona por despertarte.
–No estaba dormida –contestó ella. Al momento se maldijo por ser tan brusca–. ¿Estás bien?
–Necesitaba tomar el aire, aclarar las ideas.
No dijo nada más. A diferencia de otras veces, Zelda no pudo distinguir qué tipo de silencio había impuesto. La necesidad de saber qué ocurría le aprisionaba el pecho como si estuviera buceando, una agonía lenta pero creciente: miedo. Sentía que la frase había quedado a medias, pero no había atisbo de que fuera a terminarla. Optó por quedarse donde estaba, dejando que los copos de nieve también se posaran sobre su cabeza.
Link se tomó un momento más para responder. –No puedo seguir con esto.
Notó cómo su estómago se retorcía, el sudor frío que antecedía a la caída. Cuando habló, su voz salió como un susurro. –¿"Esto", qué?
–Sabes a qué me refiero. –Link parecía huir de su mirada.
Podían ser tantas cosas. ¿Se estaba refiriendo a su ayuda en aquella empresa? ¿A la compañía que le había estado brindando hasta ahora? ¿O se referiría a…? No, debía ser lo primero, pero ¿cómo? Era cierto que Pico Nevado estaba cerca, su hermano y la protección que su destacamento le bridaba, pero aquello no significaba ni por asomo que el problema estuviera resuelto. Con o sin Espada Maestra, él era una pieza clave para resolver aquel desastre.
–¿Vas a… irte? No… no puedes dejarme ahora. –Su cabeza funcionaba a toda velocidad, pero ni así parecía encontrar las palabras adecuadas. –Me dijiste que… que me ayudarías hasta que todo se solucionase.
Link la observaba en silencio, sin interrumpirla. Irradiaba una calma que consiguió molestarle. ¿Por qué parecía tan tranquilo? Era todo el reino lo que estaba abandonando; todas sus vidas. –No puedes faltar a tu palabra. Después de todo lo que hemos visto, no puedes abandonarnos.
–No he dicho que vaya a faltar a mi palabra. Seguiré protegiendo a la princesa de Hyrule hasta que el reino esté a salvo.
–¿Entonces a qué…? –comenzó. Sus ojos seguían taladrándola, de aquel azul oscuro que tanto se parecía al cielo bajo el que estaban. Aquella mirada parecía tranquila, pero no lo estaba. Había un muro infranqueable en ella, y los muros están para protegerse. Lo entendió de golpe. Qué estúpida era a veces–. Ah…
Hablar de aquello era abrir un frente que por todos los medios había tratado de evitar. Y sin embargo, no por ello era menos real. Desde el primer momento que atravesó la puerta de sus aposentos acompañado de Impa supo que había algo. Al principio había pensado que era debido a lo que explicaban los antiguos escritos, la indiscutible conexión entre el héroe y la princesa, a eso o a su físico, para qué negarlo.
No obstante, aquella teoría había ido desbaratándose a medida que su viaje avanzaba. Las trabas que habían tenido que superar, la convivencia día tras día, todo aquello había conseguido dar a conocer al hombre que tenía frente a él, sus gestos y manías. Pequeños descubrimientos que iban desde cómo hacía un fuego hasta cómo fruncía el ceño cada vez que hablaba con Rumba, la respiración en su pecho cuando dormía con ella.
Las distintas aristas que definían su personalidad habían ido saliendo a la luz con el paso del tiempo, y todo aquello había terminado por resaltar una verdad a la que no había querido encarar: le gustaba.
Por desgracia, asumirlo no cambiaba nada. Aunque se tratase únicamente del primer paso de algo incierto, la situación en la que se encontraban daba al traste con cualquier posibilidad de llevarlo a cabo, incluso viendo que él también parecía estar cómodo con ella.
Debió de estar en silencio mucho tiempo para que él volviera a tomar la iniciativa para hablar. –Estamos aquí para cumplir una misión, y esto solo lo complicaría todo. –Bajó la vista. –Además está Malon.
Malon. Como si lo hubiera hecho a propósito, su subconsciente había pasado de puntillas por todos los recuerdos que tenía de ella. El llevar semanas sin hacer mención o referencia a ella tampoco había ayudado. Se sintió fatal por haberse comportado como lo había hecho. Le había prestado su ayuda, y ahora ella se lo pagaba abrazándose a su chico mientras dormía. –Tienes razón. La forma en la que me he comportado está... fuera de lugar. No se merece esto.
–No, no se lo merece. Es una chica estupenda –coincidió Link. Cuando alzó la vista de nuevo, en su rostro había quedado congelada un intento de sonrisa–. Además, ella es la única que siempre ha estado ahí.
No sabía si habían sido imaginaciones suyas, pero en el tono de voz parecía viajar un reproche. –Supongo que la querrás por algo más que "estar ahí".
–Por supuesto, pero no quiero quitarle el mérito también por eso. No todo el mundo tiene la capacidad de incluirme en sus prioridades.
No eran imaginaciones. –Es verdad, aunque también depende de las responsabilidades de cada una.
–De las responsabilidades y de la voluntad que se le ponga.
Zelda soltó una risa seca. –Hay responsabilidades que indudablemente tienen más prioridad que otras cosas, por mucha voluntad que se le ponga.
–Sin duda –respondió él–, las hay que están por encima de todo, incluso de las personas.
–De hecho, las responsabilidades más importantes son para con el bienestar las personas.
Link elevó el tono. –¿Sabes? Me da la sensación de que lo único que escucho son excusas.
–¿Tú crees? Porque lo que yo escucho son unas acusaciones que no sé a cuento de qué vienen.
–Oh, disculpadme, alteza. Siento si mis acciones y mis palabras la confunden, es a lo que me he acostumbrado hablando con vos.
Aquello terminó con su paciencia. –¿Se puede saber a qué viene todo esto? ¿Te he hecho algo?
–Hahaha, ¿que si me has hecho algo? –repitió él. La sonrisa en sus labios se había convertido en algo bastante más desagradable–. ¿A ti te parece normal ese comportamiento?
La sangre le subió por las mejillas. –Ya me he disculpado por eso, pero ¿y tú? ¿A ti te parece normal dormir así con alguien cuando tienes a otra persona esperándote en casa?
–¡Por supuesto que no! ¡Por eso estoy aquí! –gritó él, fuera de sus casillas–. Yo estoy aquí, intentando ayudar, y tú me buscas aun a sabiendas de que me volverás a dejar atrás cuando todo acabe.
Aquello no tenía ningún sentido. –¿Qué estás diciendo? ¿Quién ha dicho que te haya dejado atrás? ¿O que lo vaya a hacer?
–Lo has hecho, y lo harás. Tú misma lo estás diciendo, que tus responsabilidades están por encima de las personas.
–Yo no he dicho eso –respondió ella, molesta–. La responsabilidad es para con las personas, no por encima de ellas.
–¿Cómo vas a ser responsable de ellas si estás desconectada de lo que piensan o sienten?
Ya estaba otra vez con aquello. Lo mismo que dijo en la Cordillera Gerudo. ¿Qué tenían que ver los sentimientos de las personas en todo aquello? ¿Acaso estaba perdiéndose algo con los argumentos que le estaba dando Link? –¿De lo que siente quién, Link? ¿Tú?
Link calló, y entonces supo lo que ocurría. La actitud que había tenido cuando se habían conocido, el rencor velado que iba y venía como la marea en una playa, todos esos intentos por alejarse de ella e inconscientemente volver al punto de partida, las menciones a un pasado que nunca había ocurrido. Las piezas encajaron.
–Tú… estabas enamorado de ella… de… mí.
El rostro de Link perdió color, y con ello vitalidad. Era como si toda su energía se hubiese diluido en aquella estampa nevada. Por un momento, sintió lástima, un amor no correspondido, una fractura en el tiempo que aún no había cicatrizado. Sin embargo, no podía evitar pensar que algo no tenía sentido. La lástima se convirtió en desconcierto, y éste en ira.
–Me estás culpando por algo que hizo otra persona en otro tiempo –susurró. Ahora lo veía, cristalino como el agua de Tabanta–. Me has estado tratando así de mal por un recuerdo tuyo de hace más de diez años.
El color pareció volver momentáneamente al rostro de Link. –Eso no es justo.
–¡Yo no soy ella, Link! ¡Y aun así, pago por sus actos! –No cabía en ella nada más que el enfado.
Link se metió las manos en los bolsillos, evitando entablar contacto visual. –Sí eres ella… El tiempo pasa, pero la gente sigue siendo la misma.
–Es vergonzoso, Link… –continuó ella. Igual que las llamas dejan cenizas cuando se consumen, el enfado dejó en Zelda un poso de decepción–. Y excusarte en Malon… Esto no es lo que el reino se merece de su héroe.
Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y volvió a entrar en la cueva. El calor parecía haberla abandonado, pero no por haber estado tanto tiempo a la intemperie. Nada en Hebra, ni el viento o la nieve, ni siquiera el azote de sus ventiscas podían compararse con el frío que sentía en su pecho.
La topología de Pico Nevado era algo singular. Que se tratase de una montaña inmensa era algo obvio a simple vista, pero no era hasta que se estaba próximo a ella que podía apreciarse lo inexpugnable que realmente era.
Alrededor del gran pico se alzaban la conocida como Corona de Hebra: un sistema montañoso que rodeaba Pico Nevado. Eran montañas bastante más bajas en comparación, pero formaban un círculo casi perfecto que cercaba la cumbre de Hyrule. Por si fuera poco, el valle que se formaba entre la corona y la gran montaña era inusualmente profundo, creando un foso natural del que apenas podía verse el fondo.
Para poder sortear dicho valle se había construido un puente de piedra que conectaba una de las montañas de la corona con la ladera sur de Pico Nevado. Era en ese lugar donde se alzaba la fortaleza, y sin duda estaba bien escogido. Si algún ejército intentase asaltarla tendría que, o hacerse con el control del puente, algo que limitaría el número de tropas efectivas, o bien bajar por el valle rezando por que no hubiese agua en su parte más baja, y volver a subir Pico Nevado, con la consecuente lluvia de flechas.
La expedición era encabezada por Zelda, que caminaba en línea recta hacia el puente. Tras ella caminaba un Link cabizbajo. Las heridas de la discusión del día anterior aún sangraban, y un muro de tensión y silencio se había instaurado entre ellos dos. Tan palpable debía ser que Rumba no abrió la boca en todo el trayecto.
"Yo lo di todo por Hyrule". Las palabras que había pronunciado aún resonaban en su cabeza. Habían sido una última puntualización en el despropósito que había sido la noche anterior, pero el viento de Hebra se había llevado aquella frase lejos de los oídos de Zelda. Las cartas estaban sobre la mesa y, por desgracia, esa partida la habían perdido los dos.
Por suerte o por desgracia, la solitaria convivencia que habían compartido durante semanas estaba a punto de acabar. Aquello suponía un punto y aparte para esa discusión ya que, lejos de resolverse, se aplazaba. Link no sabía si aquello era bueno o malo. No tendrían tanto tiempo como antes para poder hablar y solucionarlo, pero quizás ese tiempo actuase como bálsamo, como una bocanada de aire fresco con la que reflexionar sobre sus posturas y, para qué negarlo, sus sentimientos.
Cuando llegaron a la entrada del puente, dos figuras vestidas de negro los esperaban. Para evitar un nuevo conflicto Zelda levantó la mano y dejó a la vista su Trifuerza. Los sheikah inspeccionaron al grupo, obligando a mostrar todas las armas pero sin retirárselas. Tras aquel pequeño trámite los dirigieron a las puertas principales.
La fortaleza tenía un aspecto chocante para Link. Él había ido con la idea de encontrar un bastión militar al estilo de los que había en la Ciudadela de Hyrule, pero frente a él se alzaba lo que parecía una mansión gigantesca. Una enorme escalinata de piedra ascendía hasta el porche, a su vez custodiado por enormes columnas de piedra.
Las enormes paredes estaban exquisitamente acabadas con grabados e inscripciones hylianas. También había amplios ventanales cubiertos por rejas y resquicios de piedra desde donde parecían vigilarlos. Más arriba, creyó ver bocas de cañones, y entonces entendió que quizás no era una simple mansión. Frente a ellos, una enorme puerta de madera de doble hoja.
A los dos sheikah que los habían acompañaron se les unieron cuatro soldados hylianos más. Uno de ellos parecía tener un rango superior. –¿Alteza? No teníamos noticias de su llegada.
–He venido a ver a mi hermano. Tengo asuntos que tratar con él.
–El rey Daphness aclaró que nadie sin su venia o la del príncipe Noah puede entrar en esta fortaleza –dijo de pronto uno de los sheikah.
Link miró a los ojos rojos de aquel soldado. ¿Qué diantres estaba diciendo?
–No podemos dejar a la princesa de Hyrule fuera –respondió el capitán hyliano, contrariado. Una vez más, quedaba clara la poca sintonía entre las fuerzas hylianas y la tribu sheikah.
–Son órdenes del rey. Podríamos acomodarles en los barracones.
–¿Cómo que en los barracones? –discutió el capitán, encarándose con el sheikah. Él por su parte seguía impasible, con la cara cubierta y los ojos fríos como el hielo.
–Está bien –dijo Zelda, tratando de apaciguar los ánimos–. En ese caso, avisad de mi llegada al príncipe Noah.
Ambos soldados se quedaron mirando a la princesa, y Link tuvo que contener una sonrisa. Avisando al príncipe, la autoridad de éste intercedería en aquel disparate. La respuesta no se hizo esperar, y a los pocos minutos las puertas de madera se abrieron de par en par.
Frente a ellos, una figura que poco se parecía a los recuerdos de Link. El príncipe Noah era ya más alto que él, con unos hombros más anchos que los suyos y unos brazos igualmente musculosos. Tenía el cabello negro con tirabuzones que le llegaban hasta las orejas, y unos ojos increíblemente verdes. Además, su tez era más morena que la del mismo Link.
Aquellos rasgos serían herencia de su madre, porque chocaban frontalmente con el pálido rubio de Zelda. Sin embargo, su parentesco quedaba reflejado en las facciones de la cara. Las líneas de su rostro eran rectas y precisas. Sus labios, tan carnosos como los de su hermana, parecían más acostumbrados a las sonrisas, y una pelusilla oscura le rodeaba el mentón. Atrás quedaba el mocoso enclenque que parecía empequeñecer junto a la figura de su padre. Lo que tenía frente a él era un digno heredero de la Familia Real.
Sin embargo, toda esa presencia regia se vino abajo cuando vio a su hermana. Las cejas se le arquearon y su sonrisa desveló que aún era un chaval. Deshizo la distancia con Zelda en un segundo y la abrazó con fuerza. –¡Hermana! ¿De verdad eres tú?
Zelda parecía igualmente en shock. Llevaba más de un año sin verlo, y la edad junto con el fuerte entrenamiento militar que parecía haber pasado debía haber moldeado el último recuerdo que tenía de él.
–Noah –dijo ella, correspondiendo su abrazo. Después se separó para poder verlo bien–. Por las Diosas, estás enorme.
El joven príncipe se llevó una mano a la nuca con una sonrisa de disculpa. –Sí, bueno, es porque me dejan entrar a la cocina cuando quiero.
–Hahaha, sigues siendo un glotón –rio Zelda, volviendo a abrazarlo–. Me alegro tantísimo de verte.
Se mantuvieron abrazados hasta que parecieron darse cuenta de la situación. El príncipe Noah volvió a adoptar su postura regia.
–¿Y cómo es que estás aquí? ¿Cómo has venido? ¿No traes escolta? –Miró a sus singulares acompañantes. Un hyliano y un goron. –¿Y vosotros…? Diosas, qué desconsiderado. Entrad todos, tienes mucho que contarme.
El interior de la fortaleza volvía a desconectarse de la idea de un lugar fortificado. Los suelos estaban cubiertos de alfombras rojas y suaves; cuadros y armaduras huecas decoraban las paredes, y del techo colgaban gigantescas lámparas de araña. La luz que emitían era reflejada por pequeñas esquirlas de cristal, dándole al lugar un ambiente cálido y hogareño.
Por otra parte, la presencia militar era palpable, incluso más que en el propio castillo. Decenas de soldados iban y venían, creando un ajetreo propio del servicio de un palacio. No vestían armaduras o cotas de malla, pero en sus cintos se podían ver espadas cortas o puñales.
–… pues al principió sí –comentaba el príncipe más adelante–, pero a medida que el entrenamiento avanzaba, comenzaron a dejarme a salir de expedición por Hebra.
–Pero eso es muy peligroso, ¿no? –respondió Zelda, con el ceño fruncido–. Podíais haber quedado atrapados por una ventisca.
El príncipe Noah rio. –Alguna vez nos pasó, pero también servía como entrenamiento. –Zelda no parecía contenta con aquella respuesta. El príncipe pareció ignorarlo. –No creerías lo extensa que es realmente esta región. Llegamos a encontrar pozas de agua caliente.
Link llamó la atención de Rumba, que se distraía con cualquier cosa que veía. Probablemente sería la primera vez que entraba en una construcción hyliana como aquella.
–¿Agua caliente en Hebra?
–Sorprendentemente –asintió el príncipe–. Y no te lo vas a creer, pero esa agua tenía propiedades curativas.
Aquello llamó la atención de Link, y Zelda le lanzó una mirada fugaz. Seguramente ella también estaba pensando en las termas de Eldin. Era la primera mirada que intercambiaban en todo el día, y la sensación fue la misma que clavarse un puñal en el estómago.
Atravesaron otras puertas y entraron en una habitación que olía a madera. Las paredes estaban cubiertas de libros, y una enorme hoguera presidía la estancia, dándole a la habitación una temperatura ligeramente más cálida que el resto del lugar. Noah se sentó tras una enorme mesa de madera, y Zelda hizo lo propio en una opulenta silla. Había otra silla más, pero Link optó por quedarse en pie. No sabía el protocolo en esas situaciones.
Un escalofrío le recorrió la espalda, y al girarse vio cómo dos guardias sheikah permanecían ocultos en las esquinas de la habitación. El príncipe Noah pareció darse cuenta de su reacción, y les ordenó que salieran. Cuando las puertas se cerraron, lo único que se oyó fue el crepitar de la leña.
–Está bien, hermanita –dijo el príncipe, con un semblante mucho más serio–. ¿Qué ha ocurrido?
–Las cosas están muy mal en Hyrule. ¿No te han llegado noticias?
El príncipe negó con la cabeza. –Solo los informes de rigor, para los asuntos relacionados con las provisiones.
–Maldita sea… –susurró Zelda–. ¿Por dónde empiezo? Tenemos una guerra en ciernes.
Notas de autor: Lo más complicado de este capítulo ha sido sin duda la discusión entre Link y Zelda. He intentado hacerlo lo más realista posible enfocándome principalmente en tres cosas. Lo primero es en cómo una situación a priori cómoda en la que ambas personas están bien puede agriarse por un tema del que no se haya podido hablar antes. Cuando discuto, a veces me sorprendo viendo cómo ha cambiado la situación con respecto a lo mejor 5 minutos antes. Es algo así como estar en medio del mar y que de pronto llegue un temporal y puedas morir ahogado. Lo segundo es esa sensación de que se intercambian los papeles de "víctima" y "atacante", de que en un momento se le da la vuelta a la tortilla y te ves a la defensiva cuando tú mismo (o misma) has empezado la confrontación. Y lo tercero es esa sensación final que describe Link, "la partida que ambos habían perdido". Siento que en una discusión, cuando nadie cambia su posición, es una verdadera derrota para ambos. Se enrarece el ambiente y nada mejora. Lo bueno es que la mayoría de discusiones se tienen en caliente y, tras darse un tiempo para reflexionar, cada uno suele rebajarse un poquito y ahí llegan los acuerdos. Todo esto a veces, claro. No sé qué opináis.
Con el tema de Pico Nevado, me gusta mucho esa mansión. Aunque no saliera en OoT, Pico Nevado tampoco lo hace, así que nada impide que ya existiera o qué función cumplía. Esto es algo que desarrollaré más adelante. Por ahora podemos quedarnos con que sería algo así como el Bastión de Akkala de BoTW, aunque en una localización "menos útil" a priori. Matizo esto último porque a pesar de que el de Akkala se levantó para evitar invasiones de piratas, el de Pico Nevado se hizo como último reducto, algo "defensivo" en lo que poder guarecerse en caso de problemas. Mucho más defensivo que el bastión de BoTW.
