Generaciones Doradas
Capítulo 2
Madrid, 10 de Enero, 12:00.
En uno de los baños del Juzgado Provincial de la ciudad, en la sección femenina, Mónica salía de uno de los cubículos con el cuerpo aún temblando suavemente y un nudo en el estómago de los nervios que había sentido. Las cosas habían salido moderadamente bien y al menos la señora Rodríguez había salido contenta, aunque aún quedaba proceso por delante, pero iba por buen camino. Tras revisar su móvil se había ido directa a beber algo de agua y hacer sus cosas, sintiendo un suave erizar de piel por la constante sensación de tener a alguien detrás de ella, pero, siempre que se giraba, se encontraba con la nada. Serían sus paranoias por haber visto días antes una película de miedo por una estúpida apuesta con su hermano, Fran.
-Y ahora al despacho, a ver qué me encuentro… -murmuró, mientras se lavaba las manos- Al menos tendré el finde libre para poder descansar un poco, esta semana se me está alargando.
Tras cruzar unos pocos pasillos, salió del edificio y caminó hacia una de las cafeterías cercanas a tomar algo, airearse, y despachar a los últimos clientes de la mañana para seguir más tranquila por la tarde. No veía la hora de caer rendida en la cama, pero ese era el trabajo que amaba, así que no podía quejarse demasiado. Sonriendo, entró al local, se acercó a la barra y se pidió un nuevo café, tras lo cual se sentó en una de las mesas, permitiéndose bostezar un poco. Notó que una chica se sentaba a un par de mesas de donde estaba, creyó reconocerla como una de las mujeres que vino por la mañana temprano a visitarla, así que la observó curiosa. Miró la hora, momento en que llegó el camarero con su pedido, y tras echar el azúcar, se decidió a acercarse hasta la joven Antares, que se tensó al verla llegar con ella.
-Ate-bogada, buenos días -su acento era bastante fuerte, notó Mónica- ¿Qué tal?
Daya les había enseñado algunas cosas a lo largo de la mañana, pero no sabía mantener una conversación en condiciones con ella, no sin usar su cosmos, claro.
-¿Hablas alguna otra lengua? (1)
Antares entendió aquello como inglés, pero tampoco sabía demasiado.
-No se preocupe, podemos hablar en esta sin problemas.
Antares sonrió, le había hablado directamente al cosmos de su diosa y esta no se había enterado de aquel hecho, sólo había respondido.
-Perfecto, si le parece puedo hablar contigo para hacerme a la idea de qué necesitáis y poder responderos mejor en la cita de por la tarde.
Mónica no lo notó, pero Antares encendió suavemente su cosmos para llamar a las otras dos, que estaban en los alrededores. Aquel podía ser el momento.
-Sobre eso, no sé si habrá notado que ninguna ha movido los labios en esta conversación… -La otra la miró con cierta sorpresa, pero Antares no había terminado- Esto que siente, se llama cosmos, señorita.
Llevó su mano hacia adelante, mostrándola, y la rodeó con su característico dorado. La otra observó aquello con cierta fascinación, preguntándose si eso lo podría hacer ella, o si acaso le habían echado algo raro al café. Pero Antares negó.
-Es… hermoso, la verdad… -reconoció Mónica- Pero yo no sé usar este… ¿cómo lo llamaste?
-Cosmos, señorita -vio entonces que las otras dos llegaban, justo en tiempo-. Mi amiga te lo podrá explicar mejor, parece estar cansada.
La mujer asintió, efectivamente estaba algo agotada en esos momentos, teniendo que pedir un nuevo café para ella, y una ronda para las recién llegadas. Daya se colocó a la derecha de Mónica, mientras Raki se posicionaba a la izquierda.
-Buenos días, señorita -la amazona de Leo le sonreía un poco-, nos presento, son Raki, Antares, y yo soy Daya.
Mónica asintió, levantándose para los protocolarios besos en las mejillas para cada una, sorprendiendo a las dos primeras, que se sintieron muy honradas por el gesto, incluso la última se sintió halagada por la cercanía de su diosa, aunque supiera que era una forma de saludo normal por allí.
-Bien, ¿y en qué puedo ayudaros?
-Primero… ¿entiende qué pasó antes, con Antares?
Mónica la observó con sorpresa, ¿vio el truco de la mano? Fue a más cuando comprobó que las dos nuevas eran capaces de hacer algo similar, lo que quiera que las rodeaba era del mismo tono dorado que había visto antes y, por algún motivo desconocido para ella, sentía una especial conexión con ellas. Y no entendía la razón.
-Me estáis asustando… -murmuró- ¿Quiénes sois y qué queréis de mi?
Al menos estaban en una cafetería pública, allí se sentía segura. Una nueva mirada a las dos mujeres, y Daya se removió en su asiento, y se acercó hacia la otra.
-Somos Amazonas de Oro al servicio de usted, la diosa Atenea, para combatir cualquier amenaza que se cierne sobre la Tierra.
Mónica se levantó de un golpe, se acercó hasta la barra y, tras pagar a toda prisa, salió corriendo de donde estaban. Las tres mujeres suspiraron un poco.
-Joder, gata, ahora sí que la has espantado…
-¡Me disteis permiso para decírselo!
-¡Basta, las dos! -Raki dio una sonora palmada en la mesa, logrando incluso que las cosas saltaran un poco por el impacto, y que varios de los presentes se giraran- La señorita Atenea ya sabe de su verdad, le… daremos algo de espacio hasta la tarde, que volveremos a hablar con ella, ¿entendido?
Ambas asintieron, algo nerviosas, pero ella llevaba razón. No lograrían nada yendo tras ella, se limitarían a esperar hasta la cita que tenían en el despacho de la mujer. Esperaba la Amazona de Aries que, para entonces, ella estuviera algo más tranquila.
Sin embargo, Mónica estaba en esos momentos bastante agitada. Esas tres locas habían dicho… cosas muy raras. ¿Cómo podía ser ella la diosa Atenea? Era imposible, pero lo que había visto hacer a todas ellas instantes antes era, en teoría, también imposible. Pero había sucedido, no se sentía mareada pero sí que le picaba bastante el tatuaje de su espalda. Curioso, dado que lo tenía desde que tenía uso de memoria y su hermano tenía otro igual, su madre se lo hizo cuando eran pequeños.
-Será que estoy nerviosa… -murmuró, llegando finalmente hasta el coche, al que se montó aún agitada, y arrancó- Vamos Moni, tú puedes, no son más que unas tronadas, seguro que estaban aburridas, o borrachas…
Tras arrancar, e intentando evadirse de esos pensamientos, llamó a su hermano al teléfono aprovechando el manos libres. Pocos toques después, oyó al otro hablar.
-¡Moni! ¿Qué, qué tal? ¿Has pasado buena mañana?
-Podría haber sido mejor, pero sí -ella comenzó a conducir suavemente por las calles-. Oye, iré ahora al despacho, si te va bien podemos comer juntos hoy.
-Por mi estupendo, dejo la furgoneta por aquí y vamos a donde Ana, ¿no?
-Pues allí nos vemos, ¡besos!
Tras la despedida de Fran, ella fue directamente a las inmediaciones del local, viéndose obligada a dejar su vehículo, un turismo de color gris de cerca de 20 años eléctrico, en uno de los grandes aparcamientos subterráneos al no haber apenas sitios en superficie para aparcar. Las cosas, según su abuela, habían cambiado mucho desde su época de juventud, contaba muchas historias de cómo ahora todo era infinitamente más cómodo que en su época.
Observó su reloj, y tras mandar unos pocos mensajes a los del despacho, entró al establecimiento. De madera, fue abierto a inicios del siglo XXI, siendo esa la cuarta generación que lo regentaba. Tenía un aspecto antiguo que a ella le gustaba en especial, y la comida era simplemente deliciosa.
-¡Buenos días, Leo!
-¡Buen día, Mónica! -desde la cocina se escuchaba hablar a un chico- ¡Ahora mismo salgo! ¿Qué te sirvo?
-Lo de siempre, cuando puedas.
La mujer se sentó y observó la encantadora decoración de madera y piedra. En medio de toda la tecnología existente, ese lugar era un remanso de calma cuyo más puntero artefacto era el horno y la nevera. Hasta la televisión, aún en uso, era de las antiguas, así como enchufes, dispensadores o los muebles. Al menos eso quería pensar Mónica, aunque en el fondo sabía que no era más que decoración antigua.
Tras recibir el refresco de cola, comprobó que su hermano llegaba cargado con una mochila, colocándose cerca de ella y sonriendo. También de pelo negro, sus ojos eran de color caramelo y su piel estaba suavemente bronceada, como la de ella, teniendo igualmente alguna que otra peca.
-¿Cómo fueron los repartos de hoy?
A la pregunta de ella, el otro suspiró suavemente, rascándose la cabeza.
-Bueno, pues de todo, como siempre -comentó, mientras la otra sonreía-. Una chica que no estaba en casa, la vecina de al lado recogiendo paquetes, y un par de parejas que habían comprado en el último momento los regalos, ya sabes…
Mónica sonrió, mientras le traían la cerveza de siempre a su hermano, que recibió gustoso.
-¿Tu primer juicio qué tal?
-No era uno como tal, era sólo para… hablar antes una serie de cosas -replicó ella, bebiendo algo-. Ha ido bien, ya nos notificarán el día del juicio porque la secretaria del juez no tenía a mano la agenda.
El otro asintió, notando que aún estaba algo nerviosa. Le mostró una sonrisa afectuosa, y procuró cambiar de tema.
-Bueno, piensa que en unos días iremos a comer con mamá, que desde Navidad no la vemos -comentó, sonriendo-, y ya a saber cuándo podemos pasar rato con ella.
Mónica sonrió un poco, era verdad. Sin embargo, sus nervios venían de aquellas tres locas, y la idea de quedarse a solas con ellas…
-Oye, ¿tú tienes más repartos a la tarde?
-Uno o dos, los haré según termine de comer, ¿por?
Ella se removió un poco en su asiento, iba a sonar como una tonta, pero así se sentiría más segura.
-Van a venir unas clientas al despacho, y… creo que están algo locas -murmuró-, me sentiría mejor contigo cerca.
El otro asintió, pensativo.
-¿No puedes simplemente no dejarlas pasar o algo?
-Ya saben hasta mi cara, así que no podría evitarlas -reconoció-. Según lleguen les digo que vayan a otro lado y punto, ¿vale?
-Mal se tendrá que poner para que necesites usar tus técnicas ninja -Fran se rio un poco-. Claro, sin problemas.
Mónica se carcajeó un poco, aún notaba que estaba siendo seguida pero, como antes pasaba, no veía a nadie; ni siquiera se percató de la presencia de alguna de esas tres extrañas mujeres, se preguntaba si realmente había visto aquella aura dorada en torno a ellas. Se limitó a comer con su hermano, charlando animadamente de sus cosas, no llegando a decirle qué había pasado para necesitar de su protección.
En todo momento, sin embargo, Raki estuvo en las cercanías. Ella era mucho más sigilosa y se sabía esconder mejor que las otras dos, que estaban esperando en el cuarto que tenían alquilado viendo la tele. La Amazona de Aries se encontraba a unos doscientos metros, con su cosmos relajado y sentada en un banco con una bolsa de compra a su lado y un periódico en las manos. No entendía demasiado lo que ponía, pero al menos se entretenía observando las imágenes, sin llegar a perder en ningún momento de vista a su diosa. No llegó a avisar a Kiki sobre lo sucedido, lo tenía bajo control o eso creía ella… Observó el cielo, era de día pero eso terminaría en unas pocas horas, y la fría noche se volvería a cernir sobre ese lado del mundo, y ella aún no había descansado.
-Tengo una misión que cumplir -se regañó a sí misma-. Ya tendré horas más adelante para dormir y…
No llegó a terminar de hablar consigo misma cuando escuchó jaleo en las cercanías del bar en que su diosa estaba. Se levantó de inmediato, vio a un chiquillo ir corriendo con algo en la mano, mientras su señora y un muchacho muy parecido a ella ir tras el crio. Dejó las cosas en su sitio e hizo un delicado movimiento de mano, mientras su cosmos se encendía suavemente y se acercaba a paso lento hacia allí, fue entonces que el chico acabó en el suelo tras chocar contra una suerte de pared invisible, a priori.
Si uno se fijaba, cuatro paredes de un bello tono dorado se habían alzado de la nada a su alrededor, dejando una plaza de cuatro metros cuadrados, demasiado alta para que él la escalara, sorprendiendo a todos. Mónica se plantó ante el Muro de cristal, y lo observó con cierta fascinación, reconociendo – o eso creyó ella – la energía proveniente de la misma. Se giró y vio llegar a Raki, que, tras una suave reverencia, pasó a través del tumulto de gente que hasta grababa la escena con el móvil, y retiró una de las paredes.
-Señorita Atenea, no hablo su lengua, pero puedo llevarle hasta algún agente y que usted hable con ellos -indicó a su cosmos-. ¿El objeto que lleva en sus manos es suyo?
-S-Sí…
Raki levantó al asustado muchacho con facilidad, le retiró el bolso, y se lo entregó a la chica, que lo recibió con aún sorpresa en el rostro. Tras eliminar los otros tres, la Amazona se retiró y volvió a su sitio como si tal cosa, no sin antes hacer que todos los demás parpadearan y volvieran a sus asuntos como si tal cosa.
-¿Qué acaba de pasar?
Fran estaba tan o más sorprendido que su hermana. La aludida suspiró pesadamente.
-Que se tendrá que adelantar la reunión… ¡Espera!
Reconociendo la voz de Mónica, Raki se giró. La miró hablar sin comprender lo que decía, y se lo iba a recordar cuando tomó su mano y comenzó a tirar de ella. Obediente la siguió, avisando a las otras dos sobre lo sucedido vía cosmos, pero sin que ellas tuvieran que venir. No tenía del todo claro que la diosa quisiera verse con sus compañeras, así que sería ella la encargada.
Se sentaron a la mesa donde estaban, e invitaron a comer a Raki, que les miraba con cierta sorpresa. Notaba los cosmos de ambos, eran muy similares, así como sus facciones, y les miraba hablar sin comprender demasiado lo que decían.
-Señorita, no la estoy entendiendo… -le recordó la mujer, algo sonrojada- Y su… hermano, no nos puede escuchar así.
-¿Eres griega?
Raki miró de pronto a Frank, con sorpresa, y asintió. El deje que tenía era uno, desde su punto de vista, antiguo, mucho, pero era claramente helénico.
-Sí, así es -reconoció Raki-, bueno, nacionalizada griega, en realidad soy de otro sitio algo… desconocido, casi nadie lo sabe localizar en el mapa.
-¿Y tú desde cuando hablas griego, Fran?
-Pues… ahora, creo.
-Y ahora usted ha dicho algo en griego, señorita Atenea -mencionó Raki-, sin darse cuenta, pero así ha sido.
Ambos la miraron, ella parecía sonreír, encantada con todo aquello. Tras extender de nuevo la mano, observaron que esta se rodeaba de su cosmos dorado, esa vez sin duda alguna de lo que veían, momento en que trajeron lo pedido por la lemuriana y la comida de los hermanos, que recibieron gustosos.
-Esto que habéis visto es mi cosmos -explicó-. Usted, Atenea, tiene uno, e imagino que usted también -comentó, mirando a Fran-. Lo usé para detener a ese chico usando mi Muro de cristal, una pared que detiene cualquier ataque y lo devuelve al oponente.
-¿Has llamado a Moni… Atenea?
-Sí, es la reencarnación de la diosa -explicó-. Sé que es difícil de creer, pero es así, aunque empecemos desde el principio.
Mónica sentía que su cabeza iba a estallar, aunque Raki rápidamente tomó su mano, con delicadeza, y comenzó con la explicación.
-Los mitos griegos, aquellos que hablan de los dioses y héroes, son tan verdadero como que el Sol es una brillante estrella -comenzó-, y, en este mundo, conviven muchos panteones… -se lo pensó unos segundos- Por ejemplo, en el norte está Asgard, en Islandia… o los egipcios, aunque hay muchos más.
-Entiendo…
Raki sonrió, Fran parecía bastante majo, aunque había bebido de su vaso casi de un tirón.
-Desde la Era Mitológica, la encargada de proteger la Tierra por orden de Zeus es Palas Atenea, su hija y diosa de la sabiduría, las artes, la guerra y el conocimiento -la aludida se encogió algo-. Y, desde el inicio, contó con un grupo de soldados a su cargo, un total de 88, y que conforman su ejército… Yo soy una de ellos.
Dejó que los otros rumiaran la información, tardarían un buen rato y tendrían muchas preguntas, pero prefería ser sincera desde el inicio.
-¿Estás segura que yo soy… Atenea?
-Totalmente -dijo, sin dudar-. Es imposible de confundir, su cosmos reacciona al mío aunque aún no lo note plenamente -Recordando el hambre, comenzaron a comer mientras Raki continuaba con sus explicaciones-. Bien, como decía, en la Era del Mito los dioses tenían su cuerpo físico, pero una gran guerra obligó a que comenzaran un ciclo de encarnaciones cada equis tiempo… -suspiró- La última vez, fue durante el siglo pasado.
-¿Puedo preguntar algo?
A eso, Raki asintió, sonriéndole a Fran.
-¿Qué gran guerra?
-No se sabe exactamente, eso os lo tendría que contar el Patriarca, pero… -se lo pensó unos instantes- Fue un gran conflicto entre dioses y hombres, poco más se sabe entre nosotros, los Caballeros y Amazonas.
Comió algo más, tranquilamente, y tras beber, continuó.
-En fin, en cada época la diosa debe enfrentar diferentes retos, normalmente orientados a defender el mundo de algún dios despiadado, y para ayudarla estamos nosotros, los Caballeros, y en especial… -no pudo evitar una sonrisa orgullosa- La Orden Dorada, embestida por las relucientes armaduras de las 12 constelaciones zodiacales.
-¿Te refieres a las del horóscopo?
Raki les miró con confusión, así que Fran sacó su móvil y le mostró la pantalla con la información. Ella observó el aparato con interés, y, con suavidad, movió el dedo a lo largo de la pantalla, mientras fruncía suavemente el ceño en el proceso.
-Vaya sarta de tonterías… no ha acertado ni una, encima ahora Júpiter no afectaría a Cáncer, en todo caso a Virgo…
-Has dicho que eres una Amazona…
Raki asintió, y, tras devolverle el móvil al chico, respondió.
-Amazona de Aries, protectora de la Casa del carnero blanco, la primera del Camino de las 12 Casas como defensa del Santuario.
-Madre mía…
-Suponiendo que te creemos -murmuró Mónica-. ¿Qué esperas de mí?
La mujer suspiró suavemente, ahí venía lo difícil.
-Como defensora de la Tierra, y para su mejor protección… -tragó saliva- Lo ideal sería que viniera al Santuario, en Atenas…
Los dos hermanos se miraron, algo así era de esperar, la verdad. Tenían muchas dudas, y aunque ella parecía inofensiva, las cosas que decía eran cuanto menos raras. Sin embargo, les había mostrado su poder, había visto su cosmos, incluso habían mantenido aquella conversación en griego cuando ninguno de ellos tenía idea alguna de esa lengua más allá de palabras contadas.
-¿Puedes demostrar todas estas afirmaciones?
Raki se quedó pensativa unos segundos, y, tras suspirar, sus ojos se volvieron profundos como un lago. Las cosas en torno a ellos se empezaron a mover en un siniestro baile, pasando muy cerca de ellos pero sin rozarles en ningún momento. En pocos segundos volvieron a su sitio, y en la mano de ella apareció una esfera dorada.
-No sólo me defiendo con el Muro de cristal -les dijo-. ¡También ataco con la Revolución del polvo estelar!
La esfera se rompió y se dividió en incontables haces de luz que bailaron en torno a ellos en una mágica danza de luces. Les envolvieron en un torbellino que se desvaneció en el aire con un grito de ella, y aunque los demás profanos de la sala se quedaron mirando aquel espectáculo boquiabiertos, rápidamente volvieron a sus asuntos como si tal cosa cuando Raki les miró.
-Joder…
-¿Necesita alguna demostración más, señorita?
-Y… ¿mi hermana podrá hacer cosas así?
-Esto no será nada en comparación al poder de la diosa -aseguró, sonriendo-. Me alegra haberos convencido.
-¿Te llamabas? -a la pregunta de Mónica, Raki le devolvió su nombre- Oye, yo… tengo aquí un trabajo, una vida, no… no puedo irme sin más a Atenas con vosotros.
La amazona pareció algo decepcionada, pero asintió.
-Puedo entenderlo… -comentó, volviendo a su comida- En ese caso estaremos a su disposición aquí, señorita Atenea.
La aludida suspiró, no se iba a deshacer tan fácilmente de ellas. Y si eso de que, en principio, tenía a otros 87 como ella a su mando no iban a tener problemas para mandar a diferentes personas para esa tarea. Lo que sí tenía más claro es que no harían nada contra ella, tras semejante demostración de poder era claro que, si quisieran, se la podrían llevar por la fuerza. Fue entonces que su hermano, Fran, hizo una pregunta más que pertinente.
-Has dicho que ella es Atenea con toda seguridad…
-Así es -afirmó Raki, sonriendo-. Palas Atenea.
-Yo soy su hermano… -murmuró él- ¿Eso me haría… un dios también?
Raki negó, mientras ahogaba una risa por la ocurrencia del chico, que miró a Mónica con extrañeza, aunque a ninguno se le hizo algo extraña esa posibilidad.
-Eso no funciona así… Fran, ¿verdad? -este asintió-. Los dioses eligen avatares humanos para caminar por la Tierra, pero sólo a esa persona en concreto… Así que, no, dudo que tú seas otro dios, aunque…
-¿Sí?
-Señorita, él también habló en griego, ahora que pienso -comentó-. Lo hemos estado haciendo todo este rato, y reaccionaba a mi cosmos igual que usted…
-¿Te imaginas que eres uno de mis caballeros y no lo sabíamos?
Ambos hermanos se rieron, aunque a Raki eso le dio una idea, así que comenzó a tamborilear en la mesa, pensativa, dejando a los otros dos charlar entre ellos. Así, fueron comiendo tranquilamente y conversando hasta que terminaron los platos. La Amazona pudo comprobar de primera mano lo cercanos que eran ellos dos y sus muchos parecidos, era claro que eran muy cercanos y su fraternidad le recordaba a la que sentía por Heracles de Tauro.
-Señorita -la llamó, estaban yendo ya a pagar-. No sería descabellado que su hermano sea un Caballero de su orden… también podría ser un guerrero de otro dios, lo cual lo haría algo complicado, pero es algo que se puede comprobar…
Mónica suspiró algo, Fran se adelantó y fue a pagar, aunque recibió un billete de su hermana, no dispuesta a dejarse invitar.
-Déjame adivinar -le sonrió algo-. Tenemos que ir a Grecia a ver al Papa, ¿verdad?
-Patriarca, aunque usted podrá llamarle por su nombre, Kiki -le respondió-. Y… sí, eso sí que sería imprescindible…
Mónica suspiró algo. Venían de una pequeña capital de provincia, ahora estaban allí viviendo desde hacía unos meses para buscar una mejor vida y había costado bastante hacerse un hueco, y ahora se encontraban con que su destino les llevaba aún más lejos de casa de lo que ya estaban.
-¿Tenemos que ir necesariamente, entonces? -ambas se dirigían ya hacia el exterior- Aunque no queramos, ¿debemos ir a ese Santuario?
Raki se lo pensó antes de responder, tenía las manos tras la espalda y se preguntó qué y cómo responder a aquello.
-Señorita, es lo más adecuado, teniendo en cuenta lo que pasará -le respondió-. Usted es Palas Atenea, diosa de la sabiduría, y será atacada habitualmente por los enemigos que quieran atacar al mundo… aquí podemos protegerla, pero se expondría a gente inocente a un peligro que no correrían de estar usted en el Santuario de Atenas.
Antes de que la mujer pudiera decir nada, llegó con ellas Fran, que abrazó a su hermana y luego hizo lo propio con la Amazona, que se sorprendió por la cercanía del otro.
-¿Vamos al piso? Allí podremos charlar mejor -Mónica asintió-. ¿Has venido tú sola, por cierto? Luego te podemos acercar a donde tengas el hotel.
-No será necesario, gracias -Raki sonrió-. Puedo transportarme a donde yo quiera, miren.
Así como estaban desaparecieron en el aire, cuando abrieron los ojos se encontraban frente a una puerta de madera en un pasillo acolchado de color pardo, con algunas ventanas en el fondo. En cada una de las entradas había un número asignado en color blanco dentro de un círculo negro, debajo de las manillas había un sensor pero no hizo falta usarlas, pues la que tenían en frente se abrió ante ellos.
-¡Señorita Atenea! -Daya la metió de un tirón- ¡Es un placer verla aquí, mi señora!
-¡Dayanelia de Leo, un respeto!
La voz de Raki la detuvo en el acto, Fran no sabía ni donde meterse y Antares contemplaba la escena tirada en la cama, acostaba de lado y una sonrisa de diversión en el rostro. La Amazona de Escorpio se levantó y le hizo una suave reverencia a la diosa, y que se colocaba ya las prendas con la ayuda de las otras dos.
-¿Y quién es este chico tan guapo?
-Mi hermano -respondió Mónica-. Se llama Fran.
-Creemos que pueda ser uno de los 88 caballeros de la diosa -apuntó Raki-. Tengo mis sospechas de quién podría ser…
-¡No será Ofiuco!
A esas palabras de Daya, Raki asintió.
-Será por eso que te comentó de hacer su estandarte… -murmuró Antares- Nuestra amiga es una excelente orfebre y en todo lo que sea trabajo manual, y eso incluye tejer.
-Entiendo… -murmuró Mónica- ¿Podemos pasar?
Estaban a medio camino en la entrada de la habitación, así que las tres mujeres les hicieron de inmediato hueco, y pudieron comprobar el estado del cuarto. Las camas eran espaciosas, las maletas de ella debajo, y con una única cristalera en uno de los lados por la que entraba abundante luz. Una mesa, un par de sillas y una tele servían de decoración, además de sendas mesillas con pequeñas lámparas. Una puerta daba al baño, donde se podían ver algunas pertenencias de las mujeres.
-Asumo que hemos llegado por tus poderes, ¿verdad, Raki?
A la pregunta de Fran, esta asintió sonriendo algo.
-Así da gusto viajar, la verdad, aunque… -Mónica suspiró algo- Me he mareado algo, la verdad, ¿tú?
Fran asintió suavemente, mientras se sentaban en la cama. Las otras tres se miraron entre ellas, dubitativas.
-Por eso viajaremos hasta el Santuario en avión, cuando no se está acostumbrado es algo… complicado -explicó Raki- Tenemos los pasajes, aunque nos faltaría uno para él.
-Tú puedes ir hasta Grecia con tus poderes -le recordó Antares-. Que él venga con nosotros, si no es de la Orden le devolvemos a casa sin recuerdos y ya está.
Ambos hermanos le miraron con nerviosismo mientras Raki la miraba con desaprobación, y negó suavemente.
-Nadie le va a quitar los recuerdos a nadie, para eso se necesitan unos poderes psíquicos enormes -les dijo-. Y que yo sepa nadie puede hacer eso, ¿entendido, Antares?
Esta suspiró, recostándose algo aburrida, mientras Daya sonreía a los dos y Raki contenía las ganas de comenzar a reprenderla.
-No le hagáis caso, siempre anda bromeando, no podemos hacer nada de eso…
En realidad el Patriarca sí que podría hacerlo, pero no se lo dirían por no amedrentarles de mala manera. Al menos habían logrado convencerles de venir, en especial a la diosa, y que ahora que la veían de cerca con más detenimiento sí que sus cosmos reverberaban como nunca antes lo habían hecho. De una forma que jamás habían sentido, al menos, pero algo era extraño en todo eso, pero no sabían el qué exactamente.
-Iré ahora mismo hasta el Santuario para dar la buena nueva -comentó Raki, dando una palmada para llamar la atención-. Los demás, id al aeropuerto y preparaos para el viaje, en cuanto pueda volveré para echaros una mano.
Desapareció en el aire ante los ojos de los demás, los hermanos se miraron entre ellos con sorpresa y luego posaron su vista en ambas mujeres, que tampoco sabían muy bien qué decir. Daya se acarició la nuca, algo nerviosa.
-¿Vamos a preparar su equipaje?
-Sigo sin estar segura de ir con vosotras o no -cortó de pronto Mónica-. Pero he visto vuestros poderes… si alguien así viene a por mi, en plena ciudad, podría ser peligroso.
-Así es, señorita -le respondió Antares, sonriendo-. Raki no es la única de nosotros con grandes poderes, sólo les hizo una pequeña demostración.
-¿Lo pudisteis sentir o algo?
A la pregunta de Fran, la aludida asintió suavemente. Esa gente, dese luego, era un mar de sorpresas.
-Sí, pronto podrá conocer a los demás -comentó, sonriendo-. Su hermano… bueno, dependerá de su suerte si le podrá ver a menudo o no.
Este la miró, algo cabizbajo, pero podía comprender las razones de aquello. Sin embargo, Mónica negó con vehemencia.
-Donde esté yo, estará él -dijo, alzando la voz-, y nadie podrá hacerme cambiar de opinión, ¿queda claro?
Las dos Amazonas se miraron, su diosa tenía arrestos… eso les gustaba. Sus vidas iban a dar un buen vuelco con ella en sus vidas.
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Apareció Raki en la entrada del Templo Principal, pasadas las Doce Casas pero sin llegar a entrar al edificio. Si los templos zodiacales eran bellos templos con diferentes motivos – desde decoraciones budistas en Virgo a las rosas talladas en las paredes de Piscis, pasando por los murales de Cáncer – la casa papal era una obra arquitectónica digna del cargo. Era el doble de alta que las demás, también hecha en mármol con altas columnas jónicas y bien iluminada con leds que simulaban los fuegos de candelabros y velas. En el suelo se extendían telares rojos con decoraciones doradas, cuadros de los diferentes Patriarcas y las encarnaciones de la diosa, así como algunas fotos aquí y allá de la actual generación. Según cruzaba los pasillos, el personal la saludaba con gestos de cabeza que ella correspondía, mientras que los guardias se cuadraban ante ella.
Iban vestidos con armaduras al estilo medieval, compuestas por petos, protecciones en muslos, pantorrillas y brazos completos; de color blanco, su belleza era incuestionable, sus armas de plasma habían sido creadas por Kiki años antes y hasta ahora no las habían usado nunca, pero siempre insistía en que entrenaran para no oxidarse. Los Caballeros y Amazonas a veces se preguntaban qué hacían allí estando ellos como defensa, pero el Patriarca siempre decía que toda defensa era poca.
-Me alegra verte por aquí ya -escuchó ella, así que se giró-. ¿Me traes buenas nuevas?
La mujer se hincó en el suelo ante la presencia de Kiki, que se colocó frente a ella, con sus ropas de gala bien ornamentadas.
-Si, mi Patriarca -respondió de inmediato-. La señorita Atenea ya se está preparando para venir, junto con las Amazonas de Leo y Escorpio, aunque no vendrán solas -Kiki la miró con interés-. Tengo la teoría que su hermano pueda ser… Ofiuco, señor.
Él asintió, despacio, mientras le indicaba con un gesto que se levantara, así que ella así hizo. Fue tras él recorriendo los pasillos tranquilamente, iban andando uno al lado del otro mientras el mayor se limitaba a murmurar suavemente cosas que ella no llegaba a entender, pero comprendía que era algo importante.
-¿Sucede algo malo?
-Es verdad que en este Santuario tendremos de nuevo a ese Caballero, Raki -le explicó-. Sin embargo no es la única visita que tendremos, ¿dices que ese chico vendrá aquí?
-Sí, señor -ella se lo pensó antes de responder-. La diosa parece no querer ir a ningún lado sin él.
Kiki asintió, y, antes de llegar a entrar a su despacho, con la mano en la manilla, la observó. Raki esperó a que hablara.
-¿Viene por voluntad propia, entonces?
-Por supuesto, Patriarca -afirmó la mujer-. Considera que es lo más sensato, tras verme usar el cosmos vio que, ante un ataque enemigo, demasiada gente podría estar en peligro de vivir aún allí.
-Bien hecho, bien hecho… -abrió la puerta con cuidado- Entra, tenemos que organizar todo para su llegada.
La aludida sonrió con cierta satisfacción, y entró a la sala. En la mesa había unas cuantas montañas de documentación que estaba siendo objeto de estudio por el mayor, que se sentó a un lado y ella a su frente. Tras entregarle algunos papeles y bolígrafo, siguieron con la charla.
-Ya he mandado que venga el carpintero para tener bien arreglados los muebles de la diosa y para que deje apuntado si necesita algo más -comenzó el Patriarca-. También al fontanero, las doncellas lo están limpiando todo y seguridad está haciendo un barrido especial, ah, y que no se me olvide la fiesta de bienvenida…
-Lo veo todo bastante bien organizado -comentó ella, divertida-. Si quiere puedo organizar todo para la llegada del nuevo Caballero de Ofiuco, si resulta ser él.
-Sí, sí, hazlo, apunta lo que necesites -le indicó él-. Lo que no sé es…
-¿Sí?
-El Templo de Ofiuco, no sé dónde se localizaba cuando estaba activo su protector… -murmuró, mientras se rascaba la frente-. Y los mapas antiguos tampoco es que tuvieran uno señalado.
-Puede que viviera aquí, señor -comentó Raki-. En el Templo Principal, junto a la diosa y al Patriarca, ya sabe, por ser el más poderoso de todos.
Este asintió, mientras seguía escribiendo en una hoja.
-Puede ser… -meditó, miró la hora entonces- ¿Llegaste a comer? Pasan de las tres de la tarde y no quiero quitarte tiempo de tu misión si aún estáis en ella.
Ella asintió, despacio.
-Sí, comí con la diosa, mientras la convencía de que era lo mejor -le explicó-. Señor, ella tiene una vida allí, creo… que sería bueno dejarla ir de vez en cuando a casa, es una mujer casi adulta y…
Sin embargo, Kiki negó con cierta vehemencia, así que ella calló.
-La diosa debe estar aquí en todo momento -dijo, poniendo voz seria-. Las razones se las daré cuando venga, hiciste bien en señalarle los peligros de su permanencia fuera del Santuario, yo no lo hubiera hecho mejor.
Ella se levantó, pensativa, efectivamente tenía que ayudar a las demás. Le extraño que el siempre tranquilo líder supremo del Santuario alzara así la voz, algo debía saber él que ellos no. Sabiendo cómo era, siempre era mejor que él lo contara antes que presionarle a nada, así que se limitó a darle una muestra de respeto con una inclinación suave, y salió de allí rápidamente. Pero no se transportó de vuelta a Madrid, en su lugar fue directamente hasta el Templo de Capricornio, apareciendo en la explanada de acceso que llevaba hasta Piscis, llegando hasta las puertas.
Estas eran de madera, como todas las de los diferentes recintos, por fuera toda la estructura era de mármol cincelado con las altas columnas de siempre y una suerte de pirámide en su parte superior; por dentro, una estatua de la diosa engalanaba el centro de la nave, con espadas en las paredes laterales y motivos de armamento cincelados en los sostenes interiores de la infraestructura. Arcos y arbotantes también estaban así decorados, simulando en el interior una suerte de catedral gótica con vidrieras multicolor. La Amazona no se acostumbraba aún a la belleza de aquel lugar.
-¿Tengo permiso de pasar, Arturo?
Escuchó algo de movimiento en la parte privada, a la derecha y fondo del templo, y vio aparecer al hombre ataviado con ropa deportiva. Un pantalón negro largo y una sudadera gris protegida por un delantal blanco algo manchado le indicaron a ella que debía estar terminando en la cocina, así que se le acercó.
-¡Me alegra verte de vuelta! -comentó, sonriendo- Pasa, estaba terminando de fregar los cacharros e iba a hacer te, ¿querrás algo?
-Agradezco el te, Arturo, pero me temo que no vengo por motivos de ocio… -murmuró, le conocía desde hace muchos años y eran buenos amigos- He hablado con el Patriarca, la señorita Atenea pasará la noche aquí finalmente -le pidió guardar silencio con un gesto, seria-. Pero cuando le expliqué que sería conveniente dejarla salir algunos días… se negó, y él nunca ha sido alguien intransigente.
El hombre se limitó a suspirar, y le indicó que le siguiera hacia el interior. Ya en la cocina de Capricornio, él se sentó en una de las sillas. Como todas, era una moderna con todos los electrodomésticos conectados a la luz del Santuario y que funcionaban a la perfección, con una alacena repleta de comida en lata y productos frescos, y un estante dedicado a sus tes y cafés de todas partes del mundo.
-Tienes razón, el Patriarca siempre ha sido alguien razonable con el que se podía negociar o hablar de cualquier tema -murmuró, mientras bebía de su taza-. Sin embargo, las cosas van a cambiar con la diosa aquí, Raki… su seguridad es prioridad absoluta.
-Lo entiendo, pero no iría sola a ningún lado, y no pasará nada porque salga de vez en cuando, ¿no crees? -le replicó ella- Es una mujer adulta, aquí se sentirá… encerrada.
-¿Tú te sientes encerrada, compañera?
Ella negó seriamente.
-¡Por supuesto que no! -exclamó- Pero yo he estado aquí, en este ambiente, desde muy niña… -suspiró- Ella en cambio, viene de nueva, sin amistades, nada.
-Se tendrá que acostumbrar -murmuro Arturo-. Es su deber estar aquí.
Dejó la taza en su sitio, Raki no se podía creer esos comentarios por parte de su compañero, pero no llegó a expresarlo abiertamente, limitándose a, simplemente, asentir despacio. Observó a Arturo unos segundos, cruzada de piernas y tamborileando en la mesa, pensado qué decir.
-Arturo, ¿qué nos estáis ocultando?
El aludido ni se inmutó, sólo bebió tranquilamente, pero la mujer notó una suave fluctuación en su cosmos. La mujer sabía a dónde apuntar, desde luego.
-No os ocultamos nada, la diosa viene y debemos estar preparados para protegerla, no es nada extraño -le aseguró-. El enemigo puede atacar en cualquier momento, durante siglos Atenea se ha granjeado muchos enemigos y pueden aprovechar su debilidad.
Eso sorprendió a Raki.
-Ella ha vivido durante muchos años en una ciudad a miles de kilómetros de aquí -comentó ella, con interés-. Y no nos ha dicho nada de que ha tenido ataques sobrenaturales cuando vio nuestros poderes… ¿por qué iba a cambiar ahora?
Arturo gruñó algo y se recolocó en su asiento. La Amazona de Aries no era alguien fácil de engañar, así que revisó la puerta, y se acercó a ella.
-El Patriarca me ha dado información confidencial que sólo él, la propia diosa y ahora yo sabemos, no lo hace por capricho -aseguró él-. Las circunstancias que rodean a la diosa en esta época son particulares, igual has notado algo.
-Ahora que lo pienso… -se lo pensó antes de responder- Su cosmos… podía notarlo, pero no era tan… inmenso como yo esperaba, era cálido, tierno y noble, pero…
-¿Pero?
-Yo esperaba una supernova de poder, pero no fue así -se encogió de hombros-. Supongo que es una cuestión de falta de entrenamiento.
Arturo asintió, y le sonrió algo.
-Seguro que es por eso, no te preocupes, Raki -ella le devolvió el gesto-. Es una diosa, por encima de todos nosotros, pero con nuestra ayuda aprenderá a usar su poder y ayudar a los hombres.
-Sería un verdadero honor… -algo más tranquila, se levantó- En fin, nos veremos más tarde, tengo que ir a ayudar a las demás.
Tras desaparecer de allí usando su teletransporte, Arturo se quedó a solas de nuevo y suspiró pesadamente. Sabía que, aunque ella estaría satisfecha por ahora, eventualmente tendrían que contar todo lo que venía, más aquello que ni ellos sabían en esos momentos. La diosa había dado bastante información, eso era verdad, pero había aún mucho que desconocían, por ejemplo, cómo era posible que la diosa y su hermano aún no habían sido detectados hasta ahora.
-Ah, Raki… Kiki… la mandaste para que lo viera, ¿verdad? -murmuró- Para que se diera cuenta de aquello que la diosa no quiso advertirnos…
De ser así, su superior sabía demasiado bien de la forma de hacer de los dioses, y de cómo gestionar aquello. Si fue algo meramente casual, simplemente sería un golpe de suerte. Y en cualquier caso mostraría su valía para el puesto. Observó su templo tras levantarse del asiento y salir a la zona principal. Su armadura, colocada al lado de la estatua de la diosa formando la efigie de una cabra, brillaba y tintineaba alegremente, como si supiera lo que venía. Se acercó a la misma y acarició la parte que formaba la grupa pensando en lo mucho que se habían preparado para ese momento, y en lo nervioso que había estado desde el anuncio.
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Cercanías de Roma, Italia, 10 de Enero, 14:30
Y mientras aquello sucedía en el Santuario, en un pueblo próximo a la capital del país de la bota, la vida se desarrollaba con la tranquilidad propia de las zonas de campo. Viñedos y zonas de cultivo se extendían hasta donde alcanzaba la vista, con el núcleo poblacional en el centro formado por unas pocas centenas de casas y conectadas por una carretera de dos carriles que serpenteaba por la zona cruzando el río Tíber a través de un par de bellos puentes modernos. Era una zona de gran belleza, donde los ancianos veían a los jóvenes ya volver de la escuela hacia sus casas corriendo y riendo junto a sus padres, que charlaban entre ellos con calma.
Una de las profesoras despedía a sus alumnos a la salida, al ser del primer curso seguían sin acostumbrarse del todo a la nueva rutina y a su corta edad poco entendían más allá que querían jugar entre ellos y pasarlo bien junto a la señorita Bianca D'Allegro. Era una joven de pelo negro largo y recogido en una trenza, sus expresivos ojos pardos irradiaban alegría y la sonrisa que naturalmente le salía hacía que los críos dejaran de llorar y agobiarse por la rutina y anduvieran tan tranquilamente hacia la clase. A esas horas tenían hambre y cuando veían a los padres salían corriendo, así que ella se limitaba a despedirles con la mano.
-Les manejas estupendamente -comentó una de sus compañeras más veteranas-. ¿Has trabajado antes con niños, Bianca?
La aludida se giró y negó un poco.
-Qué va, Andrea -le respondió-. Sólo en las prácticas, mientras estudiaba, pero me encanta enseñar a los niños y que aprendan y les guste.
-¡Ah, quien tuviera tu edad y vitalidad! -bromeó la mayor- Yo ya estoy deseando jubilarme, este es mi último año… me encanta esto, pero ya quiero descansar, hija.
Tras pasar al último niño a su padre, Bianca volvió al interior con su compañera, ya otros profesores charlaban entre ellos mientras volvían a sus clases.
-Disfrute de esta nueva etapa, te lo has ganado -aseguró la más joven-. Me has enseñado mucho, no te haces a la idea.
La mujer se rio un poco. Aquel era un colegio pequeño, hecho en ladrillo blanco con muchos murales en sus paredes con motivos de jóvenes jugando entre ellos, con varias pistas de fútbol y baloncesto, un patio con una zona de prado en el centro con unas fuentes donde beber y una pequeña tienda donde podían comprar chucherías o bocadillos. En definitiva, un centro bastante funcional al que Bianca había llegado tras comenzar a echar su currículo a todos lados.
-Bueno voy a recoger mis cosas, ¡nos veremos mañana, Adriana!
Tras despedirse con un amigable gesto entró a su clase y recuperó su bolso y su prenda de abrigo, que se puso al hombro y comenzó a comprobar que todo estaba en orden. Persianas bajadas, todas las mesas y sillas colocadas y pizarra limpia, así que satisfecha, cerró tras de sí y se dirigió hasta la salida. Como siempre, iría a un bar cercano para el menú del día y luego subiría hasta la casa en la que estaba de alquilada.
Los primeros días cocinaba ella, pero cuando descubrió aquel restaurante le encantó tanto que iba cada día a por un poco de sus deliciosos platos, y si le sobraba algo – que era casi siempre – lo guardaba para otro día. Al ser bastante barato, algo más de cinco euros, podía permitirse aquello y, de paso, hablaba con el amable camarero que llevaba el sitio.
Anduvo por las sinuosas calles del municipio hasta llegar a la hermosa plaza local, empedrada por grandes losas y con zonas de árboles a los lados y varios parterres dispuestos de forma perfectamente simétrica. La tasca era de madera, con una puerta con una venta circular en su pate superior y vidrieras a sus laterales desde los que se podía ver el exterior. Ella entró al edificio, donde ya los parroquianos de siempre se tomaban su vino o cerveza de rigor.
-¡Buenos días, Carlo! -saludó, sonriendo- ¿Qué tal todo?
Era un local pequeño, apenas de diez metros de largo y siete de ancho para los clientes, con unas mesas y la barra donde el camarero se movía como el viento. Era un chico joven, en la mitad de la veintena como Bianca, de pelo blanquecino recortado y ojos pardos, a ella se le hacía bastante guapo aunque no se lo llegó a decir nunca.
-Buenos días, Bianca -le sonrió-. Bien, no me puedo quejar, hoy hicimos algo de arroz con pollo, lasaña y croquetas de pollo, ¿qué querrás?
La chica se lo pensó según se sentaba en la barra. Carlo, como siempre, iba pulcramente vestido con una camisa negra arremangada y pantalón del mismo color, aunque algo de sudor se notaba en el pecho.
-Pues…. -sonrió entonces- La lasaña, venga, que tiene una pinta genial.
Carlo asintió y fue a cocina, mientras ella preparaba el dinero para pagar. Mientras estaban en ello la puerta se abrió y ella notó un suave escalofrío. Cuando se giró, se encontró de frente con dos grandes ojos azules como el mar, y una suave sonrisa justo debajo de la misma.
-Buenos días, señorita -saludó aquel hombre-. Me llamo Severo, ¿y tú?
Ella le miró a los ojos y no supo reaccionar. Era algo alto, delgado y de piel bastante clara, de pelo oscuro bien peinado. Estaba bastante bien vestido, con un traje negro y un bonito reloj que parecía bastante caro, al contrario que ella, que usaba simplemente unos vaqueros, botas altas y una camisa con un jersey rosa.
-Bi-Bianca, un placer.
Como un caballero decimonónico, él la tomó de la mano y la besó castamente, para luego mirar a Carlo, que se había quedado estático en su sitio.
-Me gustaría poder quedarme más tiempo, pero soy un hombre ocupado- aseguró él-. Carlo, buen amigo, yo la invito, ¿te parece bien?
-Por supuesto, Severo -afirmó-. ¿Algo más?
-Ya sabrás dónde encontrarme -le dijo, mientras dejaba un billete en la barra-. Señorita Bianca, me alegra haberla conocido, la había visto alguna vez por el pueblo pero no había tenido oportunidad de acercarme hasta hoy, nos veremos.
Tras despedirse con un amable gesto, salió de allí. Ella parpadeó un poco, en otro contexto aquello le hubiera parecido extraño e, incluso, preocupante y digno de llamar a la autoridad, pero… algo en él la calmaba y le agradaba profundamente.
-¿Es amigo tuyo, Carlo?
-Desde hace tiempo -este suspiró algo-. Oye, acuérdate de traerme de vuelta más tarde los envases que te doy, por fa.
Esta asintió, y, tras recibir el de ese día con una bolsa, salió de allí hacia su casa, pensando en lo que había pasado. No vio a aquel tipo, Severo, pero algo en el ambiente le hacía sentirse bastante… confortable. Sonriendo, se encaminó a casa, dispuesta a probar aquellas viandas, mientras una parte de ella saltaba de felicidad por primera vez en una larga temporada.
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Monte Olimpo, Jardines centrales, 10 de Enero 15:00
Aquel era un lugar idílico, bellas columnas con cordeles dorados servían de decoración, con zonas de césped bien cuidado con algunos árboles y bancos de mármol bajo sus amplias copas; fuentes manaban agua fresca y cristalina, y el cantar de las aves servía para dar ambiente a un lugar mágico. Desde aquellos jardines se podía llegar a los templos de cada dios, siendo el de Zeus el que más en alto se encontraba; se podía ver desde allí, en el punto más elevado de una colina tras pasar un camino de piedra y escalonado.
Los demás se encontraban formando un círculo en torno a aquel lugar, con muchos templos menores en las zonas intermedias y que servían de hogar a dioses menores, ninfas y a los trabajadores del sitio sagrado. Lo único que desentonaba de aquel lugar era una estatua erigida en un sitio bastante secundario, con múltiples caras a lo largo de una alta columna, mostraba el sufrimiento de trece hombres que mantenían los ojos cerrados en todo momento.
Por los caminos andaba una figura femenina altiva, con un manto blanco cubriendo su cuerpo. Su pelo negro estaba bien peinado, sus ojos ambarinos brillaban con la luz del Sol, y su delicado cuerpo despertaba un poder inmenso como el propio universo: Hera, la reina de los dioses griegos, paseaba en dirección hacia uno de los grandes edificios que formaban el círculo. De mármol gris y mantos rojos y violetas, el lugar estaba cuidado pero deshabitado, sólo una armadura le daba vida a aquel sitio. Estaba colocada en el centro del templo, sólo iluminado por fuegos fatuos azulados; era negra, bellamente pulida y de cuerpo completo, con una espada de plata con inscripciones en griego antiguo en su hoja.
-Su belleza es digna de Hefesto -oyó a una voz tras ella-. Pese a verla habitualmente, no acabo nunca de impresionarme de su grandeza.
-¿Es cierto?
La mujer se giró sobre sus talones y encaró a la persona que le hablaba. No le veía, por estar entre las sombras, pero sabía de sobra quien era.
-Directa al grano, como siempre -comentó -. Sí, todo lo que dijeron las Moiras es verdad, como siempre sucede.
La mujer chascó la lengua, mientras giraba el rostro.
-¿Crees que ella cooperará?
-Ella luchará por la humanidad, como siempre ha hecho, y más en esta era -le respondió, mientras salía de entre las sombras-. Pero no por el Olimpo, no después de lo sucedido, no después del castigo.
-¡Te mató, Hades! -le gritó Hera- ¡Te destruyó a ti y a tu reino, de no ser por su crimen no estaríamos en este problema!
-Nunca mató mi esencia, sólo mi cuerpo mortal, cosa que os ha pasado a todos -le recordó él, ella le vio completamente por primera vez-. Ya estoy reconstruyendo mi reino, pero tardaré bastante tiempo, sin mi reina a mi lado y sin mis huestes.
La mujer contempló a Hades. Como siempre, se ocultaba tras un mantón oscuro que le cubría plenamente, sólo se veía una mínima parte de sus facciones. Ella, por su parte, tenía un color de piel bastante más saludable, y en señal de respeto, se retiró las prendas que la cubrían.
-Sabes que debía ser castigada, parte de su expiación pasa por participar en todo esto… en condiciones diferentes -le dijo, seria-. ¿Mi marido te explicó, verdad?
Hades avanzó hasta la armadura, y la contempló pensativo, Hera le miró cabreada por ese gesto, e iba a recriminarle cuando él habló.
-Me contó sobre el castigo, y cómo se llegó a él -le respondió-. Me hubiera gustado estar presente, para dar mi punto de vista, aunque tampoco se le dio a Atenea la oportunidad de defenderse, sólo se la acusó.
Hera asintió, recordando las brillantes palabras de Zeus a ese respecto. Era de las pocas cosas que se le daban bien.
-Sí, bueno, tampoco es que hubiera cambiado demasiado, ya estaba decidido -comentó ella, con cierto desdén que no le pasó desapercibido-. Esa maldita perderá su posición, y se la daremos al nuevo bastardo de mi marido para tenerle contento…
Hades asintió, pensativo, y le sonrió un poco a su hermana.
-Me alegra saber de todo eso, en cuanto el Inframundo esté preparado os lo comunicaré a la mayor brevedad -le aseguró-. Debo volver, llevo haciendo arder mi cosmos de continuo desde hace un tiempo para reconstruirlo todo, sólo descanso cortos periodos para visitas puntuales, con permiso.
Hera se dio cuenta que la armadura que antes hacia de aquel lugar un sitio mínimamente decente había desaparecido mientras él volvía a la oscuridad, su presencia desapareció de allí y el templo comenzó a crujir, así que ella se desvaneció en el aire. Apareció a medio camino del templo que, efectivamente, había quedado derruido lo que significaba…
-Maldito perro… -gruñó, apretando los puños- Si esa es tu voluntad, ¡que así sea! -dio un fuerte pisotón al suelo- ¡Hermes!
Aquello debía ser conocido por todos. Que la traidora Atenea ahora tenía de aliado a Hades… La guerra comenzaría.
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(1) Los diálogos escritos en cursiva que se muestran son para reflejar las comunicaciones vía cosmos. Aquellos que
