CAPÍTULO 1

NOTAS: Bienvenidos a mi primer fanfic (publicado) del universo Haikyuu! Espero que disfrutéis de este primer capítulo

ʕ · ͡ᴥ · ʔ


AKAASHI

―¿Preparados? ―pregunta alguien a mi derecha; probablemente Osamu, adivino por su voz. Unos dedos me pellizcan la nariz sin previo aviso y no puedo evitar dar un ligero brinco― Perdona ―se disculpa, aunque divertido―, solo estoy comprobando que tenéis los ojos cerrados de verdad. ¿Seguro que no podéis ver nada?

―Seguro― contestamos a la vez yo y la persona que está frente a mí.

―Vale. ¿La cámara está bien, Atsumu?

―Perfecta ―asegura una voz varios metros más allá.

Escucho a Osamu moverse a nuestro alrededor y finalmente alejarse.

―Antes de empezar, repasemos las normas y los pasos a seguir. La primera es que no podéis abrir los ojos. Al fin y al cabo, el punto central de todo esto es que bajo ninguna circunstancia sepáis con quién estáis tratando ―dice Osamu.

―De ahí que os obliguemos a cerrar los ojos ―recalca su gemelo.

―Así es. Aunque quizás hubiera sido más seguro ponerles un antifaz…

―No creo. Recuerda que deben explorar un poco la forma de la cara del otro. El antifaz no sería muy práctico…

―Cierto… En fin, que nos vamos del tema. Segunda y última norma: podéis parar en cualquier momento. Estamos aquí para observar vuestra reacción, así que, si os dejáis llevar, no pasa nada; de hecho, es lo que estamos buscando. Ahora bien, si en algún momento os sentís incómodos o vuestro compañero se sobrepasa, estáis en todo vuestro derecho de parar, y nadie os va a recriminar nada, ¿entendido? ―nos recalca, y un silencio más tarde vuelve a retomar su discurso―. Ahora, los pasos a seguir son sencillos: primero os acercaréis. Estáis el uno frente al otro, a tan solo dos metros de distancia sin nada de por medio, así que no os preocupéis por tropezar con algo. Una vez os hayáis acercado, os podéis tocar. La idea es que seáis capaces de haceros una idea de la fisionomía de la otra persona en base al tacto, para que el paso final no os resulte tan extraño. Una vez hayáis hecho esto, pasaréis a abrazaros durante unos minutos; esto ayudará a que vuestros cerebros registren las feromonas del otro. Finalmente… Bueno… Pues eso… ―termina Osamu carraspeando incómodo.

―Por Dios, mira que eres tonto para algunas cosas…―se ríe Atsumu, a lo que Osamu murmura algo ininteligible.

―Bueno, cuando queráis. Recordad que no hay prisa, así que no os pongáis nerviosos; tomáoslo con calma ―nos dicen, y el nudo que se había formado en mi estómago nada más llegar se estrecha. No entiendo por qué, si tampoco es la gran cosa… Y aun así aquí estoy, sintiendo la piel erizárseme ante la perspectiva de un completo extraño acercándose a mí para besarme. Una parte de mí, la más analítica, se burla de mí, de que me ponga nervioso algo que, en el fondo, no es más que una mera transacción de saliva y feromonas. Otra parte de mí, sin embargo, se sonroja aunque yo no quiera.

Algo frente a mí llama mi atención, como el aire que deja alguien al pasar, y entiendo al instante que la otra persona está intentando alcanzarme. Alargo mi brazo, buscándole también y, al cabo de un par de pasos torpes y tanteando el aire en busca de carne y piel, una mano de calor y tacto desconocidos se topa con mi antebrazo.

Su mano es grande, lo suficiente como para rodear mi antebrazo sin problema alguno, y la piel de sus palmas y de las yemas de sus dedos es áspera y seca, como si tuviera cayos. Aun así, su tacto no es desagradable. Con una delicada caricia que me eriza la piel, su mano viaja hacia el norte de mi brazo hasta dar con mi hombro.

Imito sus movimientos y poso mi mano sobre la suya para encontrar su brazo y poder llegar a su hombro también. Por el camino no puedo evitar maravillarme por la concatenación de músculos ligeramente tensados que convierten mi viaje en una carretera sinuosa. Un ligero suspiro se le escapa y automáticamente una pequeña sonrisa se desliza por mis labios. Quizás esto no sea tan malo después de todo…

―Oh… Eres alto― pienso en voz alta. Su brazo vibra y una risa un tanto grave se deja escuchar.

―Solo un poco ―me asegura mi compañero, divertido.

―¡Eh! Nada de hablar; ya sabéis que no nos podemos arriesgar a que os reconozcáis ―nos recuerda uno de los gemelos, a lo que ambos callamos al instante.

Mi compañero posa su otra mano sobre mi pecho, y desde ahí encuentra el camino hasta la base de mi cuello. El nudo en mi estómago se estrecha un poquito más y, cuando sus dedos rozan la piel por debajo del cuello de mi camiseta, siento un cosquilleo en los dedos de mis pies.

Mi mano izquierda encuentra su otro hombro, y ahora ambas ascienden hacia lo alto. Levanto mis palmas, separándolas de su piel, y dibujo con la punta de mis dedos el contorno de su cuerpo hasta llegar a su cuello. Su piel se pone extraña de pronto… Como granulosa… ¿Se le estará poniendo de gallina? Una sensación de poder me sobrecoge. Mis mejillas se calientan y mis labios luchan por estirarse en una sonrisa que oscila entre la diversión y la incredulidad. ¿De verdad le estoy provocando yo esto?

Quiero una respuesta, así que subo por su cuello hasta alcanzar unas protuberancias que supongo serán las orejas. Masajeo con suavidad hasta que doy con el perfil de su mandíbula y, a través de mi tacto, la percibo marcada y ligeramente cuadrada. Acaricio la piel de su rostro en busca de algún atisbo de barba o de piercings, pero está libre de todo ello. Siguiendo la línea de su mandíbula encuentro su cabello, en el que entierro mis manos. Mis dedos bailan entre hebras gruesas y un tanto duras, probablemente por algún tipo de gel fijador. Él suspira de nuevo, y solo cuando siento su aliento cerca de mi rostro me doy cuenta de que ha avanzado el poco espacio que nos separaba, de tal modo que las puntas de mis zapatos chocan con las de los suyos.

―Mi turno… ―susurra con una voz ronca que me afloja un poco las clavijas de las rodillas. Solo un poco.

Los gemelos no dicen nada, así que supongo que no le han escuchado. Sus manos toman el relevo y, recolocándose con un poco más de firmeza sobre la base de mi cuello, sus pulgares acarician el hueco entre mis clavículas, y yo no puedo evitar el placentero temblor que se propaga a lo largo de mi columna vertebral. Una ligera y casi muda carcajada me indica que él ha percibido mi reacción.

Siento el ligero tacto de sus dedos sobre mis mejillas y, poco después, sobre mis cejas. Curioso yo por cómo serás las suyas, copio su gesto y me encuentro con que las de él son largas y espesas, así que me recreo en ellas un poco, haciéndole reír. Él traza las mías un par de veces, pero enseguida continúa con su exploración; supongo que mis cejas no tienen tanta gracia, tan cortitas como son. En cambio, parece encontrar cierta fascinación en mis ojos.

―Pestañas largas, ¿eh? ―comenta mi compañero mientras las peina delicadamente con las yemas de sus dedos, como si estuviera contando de verdad cuántas pestañas puedo tener.

―Cállate…―bufo yo avergonzado, a lo que él se vuelve a reír.

―Por amor al cielo, ¿es que no podéis comportaros? ―pregunta Atsumu a lo lejos con un toque de molestia. Mi compañero gruñe ligeramente, y debo reconocer que me causa cosquilleos pensar que quizás le haya molestado la interrupción.

―Te dije que Bok… Que el participante número 4 nos traería problemas…

―¡Oye! ―protesta mi compañero, que levanta la cabeza lo suficiente como para que yo pierda contacto con su rostro.

―Bueno, bueno, continuemos ―intenta tranquilizar las aguas Osamu.

Mi compañero, a quien de ahora en adelante llamaré Cuatro a falta de conocer su nombre real, vuelve a inclinarse sobre mí.

―Perdona… ―me susurra, esta vez incluso más bajito que antes.

―Tranquilo… ―le respondo, sin saber muy bien de qué se está disculpando. ¿Estará también nervioso?

―¿Está bien si te abrazo ahora? ―me pregunta.

Mi única respuesta es acercarme un poco más a él. Cuatro, a pesar del silencio, debe haber entendido mis acciones, porque poco después me encuentro envuelto en su abrazo. Durante unos segundos mi cuerpo parece no reaccionar; no estoy acostumbrado a que me toquen, ¿sabéis? Mucho menos a que me abracen. Pero que además lo haga alguien tan grande… La expresión «abrazo de oso» me viene a la cabeza. ¿Cómo puede alguien irradiar tanto calor?

Mis brazos intentan acoger la vasta extensión de su espalda para devolverle el abrazo y Cuatro descansa su cabeza sobre mi hombro. Su mejilla se apoya contra la mía y su nariz queda enterrada en la coyuntura entre mi hombro y mi cuello. Entonces, le siento aspirar profundamente mi olor, y yo, que en pocos minutos parezco necesitado de calor humano, giro mi rostro hasta acurrucarlo contra el suyo, con mi nariz contra su sien y mis labios a apenas unos centímetros de su oído.

De pronto, el nivel de atención que mis neurotransmisores le dedican a Cuatro parece que sobrepasa mis capacidades mentales; la calidez de su piel, su cuerpo tan grande, el timbre de su voz, el tacto de sus manos ásperas… Comprendo entonces que no quiero que esto termine con solo un beso, y el mero pensamiento hace que mi cuerpo entero se tense como las cuerdas de un violín.

―¿Ocurre algo? ―pregunta Cuatro al instante.

―N-no es nada… Es solo que me había olvidado de que tenemos público. Me he puesto nervioso al recordarlo ―miento, aunque a mitad frase me doy cuenta de que eso también es verdad, y mi espalda pasa de cuerda de violín a vara de hierro.

―Mmmm…

―Lo siento. Es que no estoy acostumbrado a estas cosas…

―¿A qué exactamente: a tener público o al afecto? ―inquiere con un tono juguetón con el que seguramente quiere quitarle hierro al asunto.

―A ninguna de las dos, para ser sincero…

Cuatro no contesta. Al parecer, no se esperaba esa respuesta. Por un instante, me lo imagino separándose de mí y pidiendo parar el experimento porque no se atreve a continuar compartiendo caricias con alguien tan claramente necesitado de calor humano como yo. En su lugar, esas enormes manos suyas, que habían encontrado acogida en mi baja espalda, se cuelan por debajo de mi camiseta y, sobre la piel desnuda de mis caderas, rozando la frontera de mis pantalones, empiezan a trazar filigranas imaginarias con la punta de sus dedos.

―Bueno, todo es cuestión de práctica… ―susurra contra mi oído. Quiero protestar, de verdad, porque a cada segundo que pasa me arrepiento más de haber venido y una voz en mi cabeza empieza a gritar sin parar que esto ha sido muy mala idea. Sin embargo, la sensación de sus manos sobre mi cuerpo es tan placentera que mi cerebro parece convertirse en algodón. Poco a poco, mis músculos se relajan y un suspiro se escapa de entre mis labios. Por algún motivo, me viene a la mente el placentero recuerdo del primer sorbo de té en una tarde de invierno. Termino por dejar caer parte de mi peso sobre Cuatro, pero a él parece no importarle.

―Dime si me paso de la raya, ¿vale? ―me pide, sacándome del trance en el que me había sumido, pero antes de que pueda preguntarle a qué se refiere, siento cómo deposita un beso sobre mi oído y luego otro en mi sien. Me da un beso en la mejilla izquierda y después pasa a la derecha arrastrando su nariz sobre la mía. Sus labios se posan sobre uno de mis párpados, luego sobre el otro… Solo cuando mis manos ya se están aferrando a las solapas de su chaqueta y mi cuerpo entero vibra de anticipación y necesidad es que Cuatro deja caer su boca sobre la mía. No es más que un roce, apenas una sensación, y aun así, en cuanto se separa tan solo dos latidos más tarde de tan dulce caricia, yo apenas puedo aguantar las ganas de suplicarle que siga. En cambio, me quedo en silencio, con las manos aferradas a su chaqueta.

Él se inclina de nuevo y, aunque yo le ofrezco mis labios, Cuatro se limita a acariciar mi nariz con la suya en uno de los gestos más tiernos que nadie ha tenido jamás conmigo. Un gemido casi inaudible sale de mi garganta, porque el nudo que antes estaba en mi estómago acaba de encontrar buen alojamiento faringe arriba. ¿De verdad es este el máximo contacto humano que he tenido nunca? La posibilidad de una respuesta afirmativa me deja vulnerable, abierto en canal. Entonces una nueva pregunta se presenta ante mí, más aterradora incluso que la anterior: ¿y si este es el máximo contacto humano que tendré jamás? Tan triste como resulta mi perspectiva de futuro en cuanto al departamento sentimental, lo cierto es que solo provoca en mí una necesidad aún mayor de disfrutar del maravilloso espécimen que está resultando ser Cuatro.

―Por favor… ―le suplico casi sin voz y con ganas de llorar. Él resopla.

―A la mierda el autocontrol…― dice, y acto seguido sus labios se ciernen sobre los míos como si de un ave de presa se tratara. Cuatro sabe a melocotón y vainilla y huele a jabón y detergente y un poco a café. No son aromas que me hayan resultado especialmente exuberantes alguna vez y, sin embargo, ahora mismo es lo único en lo que puedo pensar.

En un acto de valentía lamo con timidez sus labios, pidiéndole permiso para profundizar el beso, a lo que Cuatro me aprieta más contra sí. Una de sus manos serpentea por mi espalda hasta alcanzar la cinturilla de mi pantalón y sus dedos se cuelan varios centímetros por debajo, anclándose en los hoyuelos de mi espalda. Yo tiemblo entre sus brazos y él recompensa mi reacción mordisqueando mi labio inferior.

Yo jadeo, él gruñe y nuestras bocas vuelven a buscarse. Tras lo que parece un asalto lleno de promesas a cumplir bajo las sábanas de su cama, me alejo de él en busca de oxígeno, pues mis pulmones parecen arder.

Cuatro decide darme una pequeña tregua y apoya su frente sobre la mía. Sus brazos se aflojan a mi alrededor, pero se quedan colgados de mi cintura, y a mi parte más sentimental le gusta pensar que es que le está resultando difícil separarse de mí. Yo deslizo mis brazos y los dejo descansar sobre su pecho, maravillándome al sentir su pecho vibrar con fuertes y rápidos latidos.

―Tengo ganas de abrir los ojos…―advierte Cuatro. «Yo también», quiero responder, pero los gemelos intervienen antes de que pueda decir nada.

―¡Ni se te ocurra! ―le amenaza Atsumu.

―¡Pondrás en peligro todo el experimento! ―exclama Osamu.

―Pero es que quiero verle… ―dice él, a lo que los gemelos empiezan a enlistar todas las razones por las que esa es una pésima idea. Cuatro gruñe molesto y a mí se me escapa una sonrisa por la que los hermanos Miya me reprenden también:

―¡Pero tú no le animes, Cinco!

―¿Eh? ¿Qué? ¿Qué ha hecho? ―pregunta Cuatro al aire― ¿Qué has hecho? ―me pregunta entonces a mí, como un niño que necesita saciar su curiosidad.

―¡Por el amor de Dios! ¡Atsumu, llévate a Cuatro o a este paso arruinará el experimento!

Cuatro se queja y, durante unos segundos, le siento forcejear. Adivino por los tirones de sus brazos a mi alrededor que uno de los Miya está intentando separarlo de mí a la fuerza.

―¡Sepárate de él, hombre! ―le grita Atsumu.

―¡Ni se te ocurra abrir los ojos! ―gritan ambos gemelos a la vez, y yo me tengo que morder los labios para evitar reírme.

―¡Pero es que es adorable! ¡Y sabe a mango! ―replica Cuatro, y una oleada de calor me cubre la cara al recordar que, efectivamente, ese ha sido mi desayuno hoy― Atsumu, tú sabes lo que me gusta a mí el mango…

―Pero qué te va a gustar a ti el mango, atontado… ¡Si no atinas ni a pelarlo!

―¡Resbalan, Atsumu! ¡Los mangos resbalan! ¿¡Qué culpa tengo yo!?

―Se pelan con un vaso… ―le digo a Cuatro. El silencio sepulcral que sigue a mis palabras me preocupa lo suficiente como para abrir los ojos, pero unas manos me tapan la vista antes de que mis párpados se separen del todo.

―Fin del asunto ―sentencia Osamu desde detrás de mí―. Ya habéis hablado entre vosotros y casi abrís los ojos los dos. Chicos, terminamos aquí el experimento antes de que se eche a perder todo el trabajo. Ahora os sacaremos de la sala por puertas diferentes e intentaremos que no os veáis. Esta tarde os enviaremos uno de los cuestionarios a rellenar y dentro de una semana el otro. Recordad reenviarlo a nuestro correo electrónico y muchas gracias por participar en nuestro estudio.

―Pero Osamu… ―murmura Cuatro con un quejido lastimero.

―Nop ―le contesta el otro sin siquiera dejarle terminar de hablar. Osamu consigue deshacer el agarre de Cuatro sobre mí y me guía a través de la habitación, cada vez más lejos de él.

―¡Osamu! ―insiste Cuatro, pero esta vez Osamu ya no le responde.

―Pero mira que eres pesado. Es la última vez que te saco de casa… ―escucho que le riñe Atsumu antes de que el chirrido de una puerta cerrándose me separe por completo del sonido de su voz.

Osamu y yo caminamos pasillo arriba con sus manos todavía sobre mis ojos y cuando siento una ligera brisa y el calor del sol golpear mis brazos desnudos y mi cara, sé que estamos afuera. Osamu retira sus manos y por fin puedo abrir los ojos. Parpadeo varias veces, un tanto incómodo por la repentina luz.

―Perdona por eso ―se disculpa él―. El sujeto número cuatro tiene… tendencias dramáticas, por así decir.

―Por así decir ―concuerdo con él, aunque lo cierto es que yo tampoco tenía ganas de separarme de él.

Osamu me observa detenidamente durante unos segundos.

―¿Estás bien, Sugawara? Pareces un poco… No sé… Saturado.

―Sí, no te preocupes… ―le respondo, un poco aturdido al escucharle llamarme por ese nombre― Es solo que… Bueno… Ha sido muy intenso. No me esperaba eso.

―Sí, «intenso» es justo el adjetivo que yo usaría ―me dice, riendo―. ¡Oh, por favor, no te avergüences! ―me suplica al ver mi sonrojo― Vuestra reacción solo significa que el experimento ha funcionado, y que ambos sois compatibles. No te preocupes, si para el final del experimento aún estás interesado en el candidato número cuatro, solo tienes que contactarme, y yo mismo te daré su nombre.

―¡Y-yo no estoy interesado! ―le respondo escandalizado.

―Oh, entonces no querrás que le dé tu nombre cuando pregunte por ti… Y créeme: conociéndole, preguntará ―me retruca él con sonrisa sabionda―. Has causado una gran impresión en él, Sugawara Koushi ―me asegura, sin ser consciente de las náuseas que me están entrando. Cuando no le respondo, Osamu se limita a suspirar. Al parecer ha comprendido que, por mi parte, la conversación ha terminado.

―Muchas gracias por tu ayuda, Sugawara-san. ¡Esperamos con ansias las respuestas de tu cuestionario! ―me dice a modo de despedida y poco después desaparece por la misma puerta por la que hemos salido.

Durante unos minutos me quedo ahí, con los pies clavados en el suelo como si llevara zapatos de cemento, sintiéndome estúpido porque, por un momento, se me había olvidado que no soy yo quien debería haber estado aquí esta tarde, que todo esto es una farsa y que Cuatro nunca sabrá quién soy por mucho que pregunte. Cuatro seguirá siendo solo eso: un número, y yo haría bien en recordarlo y tratar de olvidar lo vivo que me he sentido a su lado.

Con un suspiro, me llevo la mano izquierda al bolsillo y saco mis gafas. Las limpio un poco con el borde de mi camiseta y me dispongo a ponérmelas, pero el reflejo del cristal me devuelve la imagen de mis propios ojos y, entonces, su voz resuena en mi cabeza…

Pestañas largas, ¿eh?

Siento mis mejillas caldearse al recordar la forma en la que su aliento golpeaba mi piel cada vez que hablaba y, como si de un mecanismo automatizado se tratara, ese recuerdo activa el de sus manos sobre mi espalda, el de sus labios sobre los míos.

Eres idiota, Keiji.