Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de Novaviis y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.
Capítulo 4
La tensión en el ambiente era ácida. Los shinidamachū temblaron detrás de su categórica protectora, su elegante flotación se vio reducida a revolverse frenéticamente en el aire. Alimentándose de su miedo, Kagome miró con furia al capitán Yorino a través del claro.
—¿Qué han hecho mal? —exigió saber con la cabeza en alto—. ¿Le han hecho daño a alguien de la aldea? ¿Han robado? ¿Les han molestado?
—No —soltó el Capitán—, pero ¿qué importa eso? ¡Su presencia aquí es suficiente para contaminar el ambiente! ¡Son demonios, la encarnación de la maldad en la Tierra!
Inuyasha observó la confrontación con creciente furia, un calor protector irradió de su cuerpo cuando el Capitán le gritó a Kagome.
—Ha dicho que no —gruñó, atravesando la hierba húmeda de rocío hasta que se colocó en posición agachada de combate entre Kagome y los samuráis, con la mano alrededor de la empuñadura de su espada. A su izquierda, Sango y Miroku permanecieron quietos, intentando evitar provocar una pelea mientras se mostraban solidarios con sus compañeros.
El capitán Yorino se tensó, apretando la mandíbula con tanta fuerza que Kagome estaba convencida de que le faltaban segundos para que se le quebrase. Parecía estar sopesando sus opciones en el enfrentamiento. Kagome se preparó para un altercado, esperando plenamente que Yorino les ordenase a sus soldados que atacasen. Movió la mano hacia su carcaj cuando vio que Yorino se enderezaba, relajándose únicamente cuando él se dio la vuelta.
—Vuelvan a la aldea —les ladró a sus hombres.
Sin hacer preguntas, los samuráis obedecieron y se pusieron en fila para regresar a través del espeso bosque. Inuyasha permaneció completamente quieto a su lado, listo para atacar en cualquier momento hasta que estuvieron bien lejos de su vista.
—Cabrones —gruñó por lo bajo mientras volvía a incorporarse en toda su altura.
—¿Sabéis? La verdad es que sois bastante lindos —les dijo Kagome con voz de arrullo a los shinidamachū que giraban a su alrededor, tan felices como podían mostrar sus estoicas naturalezas. Años atrás, las criaturas traían un pavor enfermizo cada vez que las veía. Al mirarlas ahora, se preguntó cómo era que alguna vez pudo haber estado otra cosa que encantada por ellas. Suponía que muchas de sus opiniones de aquel entonces habían cambiado con el tiempo.
Inuyasha puso los ojos en blanco.
—No me importa lo lindos que sean… y no lo son —añadió cuando Kagome le sonrió—. Tienen que irse. —Dejando a Kagome con sus obvios nuevos amigos, miró en dirección a Sango y a Miroku—. Bueno, parece que esto ha sido un fracaso —suspiró. Sin duda no era la primera vez que ocurría algo así desde que se habían retirado de la búsqueda de los fragmentos de la esfera, pero eso no lo hacía menos molesto.
—No podemos hacer nada al respecto. —Sango se encogió de hombros y aseguró el Hiraikotsu con sus tiras sobre su hombro—. Venga, si nos marchamos ahora, podemos estar a medio camino de casa para cuando se haga de noche.
Con nada más que decir o hacer, Miroku, Sango e Inuyasha empezaron a emprender su camino de regreso a través del bosque. Kagome apenas se había dado cuenta de que se estaban marchando hasta que oyó a Inuyasha resoplando y volviendo hacia ella.
—¿Pretendes venir o qué? —preguntó.
Kagome le sacó la lengua al hanyou en represalia a su impaciencia.
—Solo un segundo —prometió antes de devolver su atención a los shinidamachū que giraban a su alrededor—. Lo siento, pero tiene razón. No podéis quedaros aquí —les murmuró—. No es seguro para vosotros. Si vais montaña arriba y os alejáis de esta aldea, puede que encontréis un lugar seguro.
Como si fuera para mostrar gratitud, uno de los shinidamachū rozó su rostro contra su mejilla antes de rodear a los demás y guiarlos de vuelta al interior del bosque. Kagome no sabía si le harían caso o si la habían entendido. Lo único que sentía era alivio por evitar una confrontación y la persecución de criaturas inocentes. Fuera cual fuera el problema del Capitán con ellos, a ella se le escapaba. En el claro y observando su brillo místico desapareciendo entre los árboles, era difícil imaginar por qué nadie, ni siquiera ella, podría encontrarlos amenazadores. No se dio cuenta de que se había quedado con la mirada fija hasta que oyó a Inuyasha cambiando el peso entre un pie y otro detrás de ella. Kagome lo miró, captando la expresión turbada en sus ojos.
—Inuyasha… —comenzó con vacilación, mirándolo por encima del hombro mientras se giraba hacia él—, eso no te molestó, ¿no? Digo, verlos a ellos… y a mí… así —tartamudeó al tiempo que su lengua intentaba encontrar la forma adecuada de darle voz a sus preocupaciones.
—No, ¿por qué iba a hacerlo? —dijo Inuyasha, intentando quitarle importancia, sus ojos se dirigieron más allá de ella, hacia el débil brillo que los demonios habían dejado atrás.
—Ya sabes por qué.
Inuyasha abrió la boca, preparándose para discutir, pero las palabras se quedaron en silencio en su lengua. Su mirada dorada se movió entre Kagome y el espeso bosque una última vez antes de asentarse sobre ella. Kagome se imaginó que a Inuyasha le gustaba pensar que había construido una buena máscara en toda su vida, pero no podía estar más equivocado a sus ojos. Inuyasha era como un libro abierto. Incluso si sus pensamientos no siempre estaban claros, sus emociones siempre estaban a la vista en su rostro, y Kagome hubiera sido descuidada si no hubiera notado la expresión turbada en sus ojos. Esperó pacientemente a que él respondiese, observándolo mientras se esforzaba por encontrar las palabras.
—Creí que podría pasar —confesó—. Pero… no. No me molestó.
Kagome lo miró con escepticismo.
—¿Lo prometes?
Inuyasha se burló y puso los ojos en blanco, adoptando rápidamente su habitual comportamiento.
—Sí, lo prometo.
Satisfecha con su respuesta, Kagome sonrió y se estiró para cogerlo de la mano.
—Bien.
De repente, ambos se tensaron. Inuyasha movió las orejas en dirección al bosque, inclinando la nariz en el aire. Kagome giró la cabeza de golpe en la misma dirección. Antes de que ninguno pudiera echar mano de sus armas, el peso de un cuerpo colosal chocando contra el suelo los hizo volar por los aires en distintas direcciones, cayendo al suelo en medio de una nube de tierra y rocas.
Kagome se deslizó por el suelo, su piel rozó contra el terreno irregular y le escoció de dolor. Para cuando cesó el impulso, no hubo tiempo para pensar en el dolor. Una pata gigante y con garras iba hacia ella a gran velocidad. Kagome buscó rápidamente su arco, solo para descubrir que su carcaj había dispersado sus flechas por el claro. Un grito se quedó atrapado y silenciado en su garganta mientras intentaba cubrirse la cabeza con los brazos, esperando el impacto. Segundos antes de que las garras la destrozaran, el Hiraikotsu llegó girando por el aire, cortando la pata del demonio por la articulación antes de volver hacia atrás y alojarse en su espalda.
—¡Kagome! —Las manos de Miroku estuvieron en sus hombros antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, apartándola del camino y poniéndola tras la cubierta de un árbol cercano—. ¿Estás bien?
Librándose de la impresión, Kagome se recompuso rápidamente y se miró. Algunos rasguños sangrantes en sus brazos y piernas, pero no lo suficiente para empapar la tela de su ropa.
—Estoy bien —jadeó, asomándose desde detrás del árbol—. ¿Dónde está Inuyasha? —El grito enfurecido del hanyou resonó por el bosque con el sonido de escamas desgarradas. Eso le daba una respuesta—. Tú vete a ayudarles, yo tengo que reunir mis flechas.
Confiando en que Kagome podía apañárselas y en que, si ocurriese algo, estarían allí para ayudar, Miroku asintió y corrió hacia la refriega. Su oponente era un enorme demonio lagarto con púas venenosas que sobresalían de su lomo de escamas grises, azotando salvajemente por el claro mientras Sango e Inuyasha luchaban contra él. Incapaces de asestar un buen golpe limpio, se vieron obligados a recurrir a evadir ataques al azar y a atacar a lo que se interponía en su camino. Kagome se puso rápidamente en pie y corrió hacia la primera flecha que vio, colocándola en la cuerda de su arco y echándola hacia atrás para apuntar. La puntería era el problema. La bestia era tan errática y sin sentido que no podía centrarse en ningún punto vital. Al darse cuenta de que iban a quedarse sin tiempo, disparó y vio que la flecha se clavaba en la rodilla del demonio. Aulló de dolor, su lengua bífida salió de sus fauces mientras se enfocaba en su atacante.
Kagome se dio cuenta de su error demasiado tarde. Supongo que estoy un poco falta de práctica, pensó mientras se tiraba al suelo, esquivando por poco las garras que barrieron el aire sobre ella. Sin perder un instante, Inuyasha saltó por los aires y atacó con sus garras la cola de la criatura para que apartara su atención de ella. Kagome se enderezó rápidamente, estirándose hacia otra flecha que estaba en el suelo a unos metros. ¿Por qué no está usando la Tessaiga? Un corte de la espada colmillo y este demonio sería destruido. Ya podrían haber estado en camino de regreso a la aldea. Solo quedaba una nauseabunda explicación. No puede.
Inuyasha se impulsó desde el tronco de un árbol y giró en el aire, atacando el lomo del demonio con sus garras solo para ser apartado de un golpe momentos más tarde por su cola. Derrapó por el suelo, detenido solo cuando su espalda golpeó con fuerza contra las raíces de otro árbol. El sudor perlaba su frente. Tenía la visión borrosa. Al otro lado del claro, vio que Kagome estaba reuniendo las flechas que tenía a su alcance, mientras Sango y Miroku luchaban con esfuerzo con el demonio. ¿Qué cojones le estaba pasando? La Tessaiga colgaba inútil a su costado, incapaz de transformarse, como había descubierto al principio de la batalla. Fuera lo que fuera esto, estaba afectándole tanto a él como a su espada, y no le gustaba demasiado esa idea. Inuyasha se obligó a ponerse de pie, solo para encogerse y caer de nuevo de rodillas, aferrándose la cabeza entre las manos. Una estaca hundida en su cráneo habría sido misericordiosa.
Un grito perforó sus oídos desde el otro lado del claro y, por un momento, juró que su corazón se le había salido del pecho. Inuyasha levantó la mirada y vio las fauces abiertas del demonio cayendo hacia ella, sus dientes descubiertos eran más grandes que su torso. No podía llegar a ella a tiempo.
—¡Kagome!
Kagome observó con un miedo paralizante que los dientes afilados del demonio iban hacia ella, su boca abierta era como una oscura cueva para tragársela entera. El grito quebrado de Inuyasha se vio ahogado por el latido de su propio corazón, pero la voz distante consiguió sacarla de su congelado terror. Kagome intentó apartarse rápidamente de en medio, solo para tropezar y torcerse el tobillo mientras la pata colosal del demonio chocaba contra el suelo y le hacía perder el equilibrio. Y de repente estuvo a un metro del suelo y escudando sus ojos de una nube de polvo. Al recuperar el sentido, Kagome levantó la mirada y encontró a cinco shinidamachū llevándola a un lugar seguro. Su mirada volvió de golpe a la batalla en cuanto oyó que una voz familiar chillaba de dolor. La cola del demonio hizo que Inuyasha atravesara volando el claro de nuevo, aterrizando flácido en mitad de la hierba. No se levantó.
Los shinidamachū depositaron a Kagome en las robustas ramas de un árbol y se quedaron cerniéndose a su alrededor. No había tiempo de darles las gracias. El demonio se estaba recuperando de su tropiezo e iba directo hacia Inuyasha.
—¡Sango! —gritó—. ¡A Inuyasha le pasa algo!
La taijiya rodó expertamente fuera del camino de las garras del demonio, saltando para atrapar el Hiraikotsu cuando giró de regreso a ella. Tensándose con el grito de Kagome, redirigió su atención hacia el hanyou en mitad del campo de batalla.
—¡Miroku, distráelo! —le gritó a su marido mientras corría hacia su camarada caído.
Sin perder un instante, Miroku metió la mano entre su ropa y sacó un fardo de sutras. Solo había traído sutras adecuados para expulsar espíritus demoníacos de hogares, no eran ni de cerca lo bastante fuertes para causar algún daño, pero por lo que había visto antes, la energía espiritual irritaba al demonio. El monje los lanzó hacia el lomo del demonio mientras corría hacia Inuyasha, atrayendo efectivamente su atención hacia él. Justo antes de que el demonio se detuviera y aullase de dolor, Sango corrió por el camino y agarró a Inuyasha, echándoselo sobre los hombros. El demonio se dio la vuelta, sus pies enormes se enterraron en el suelo mientras cambiaba de dirección y Sango no perdió el tiempo en llevarse a Inuyasha.
El demonio descendió sobre Miroku, con las garras relucientes y la boca abierta para devorarlo. Miroku sujetó su báculo, listo para o bien evadir el ataque o luchar por su vida. No tuvo que hacerlo. El silbido de una flecha volando por el aire terminó abruptamente con el sonido de piedra clavándose en el blando tejido del cuello del demonio. El claro estalló en una luz brillante mientras la carne del demonio se disolvía en un fino aire purificado. Kagome bajó el arco desde su lugar entre los árboles.
Sin necesidad de que se lo dijesen, los shinidamachū agarraron a la miko y la bajaron de la rama. En cuanto sus pies tocaron el suelo, Kagome corrió a toda velocidad por el claro, ignorando el abrasador dolor de su tobillo. Sango bajó a Inuyasha al suelo con cuidado mientras ella caía de rodillas a su lado.
—Está ardiendo.
Kagome se mordió el labio y ayudó a Sango para ponerlo cómodo acostado. Le apartó un largo mechón de pelo plateado de su rostro húmedo de sudor.
—¿Inuyasha? ¡Inuyasha!
—¿Le dio una de las púas venenosas? —preguntó Miroku, arrodillándose al otro lado.
—N-No, ni siquiera sangra por ninguna parte. —Kagome negó con la cabeza, golpeteando suavemente la mejilla del hanyou inconsciente para intentar hacer que se despertarse—. Simplemente se derrumbó y no estaba usando la Tessaiga.
—Sea lo que sea que esté afectando a Inuyasha, también debe de estar afectando al colmillo —concluyó Miroku seriamente.
—Es sospechoso —musitó Sango, su voz fue solo lo bastante alta para que ellos la oyeran mientras recuperaba el Hiraikotsu. Envió una mirada cautelosa hacia el bosque, de donde los samuráis y su Capitán estaban emergiendo ilesos—. Nos condujeron hasta aquí para exterminar demonios inofensivos y justo resultó que nos atacó uno peligroso.
Miroku frunció el ceño, siguiendo la mirada de su esposa hacia los hombres en el borde opuesto del claro.
—Lo es, pero no podemos encararlos al respecto ahora mismo. Primero tenemos que llevar a Inuyasha a un lugar seguro.
—No podemos volver a la aldea con él así —dijo Kagome, inquieta.
Sango asintió empáticamente.
—Entonces tendremos que quedarnos a pasar la noche e irnos en cuanto podamos.
Miroku le pasó su báculo a Kagome, dirigiéndole una sonrisa tranquilizadora mientras levantaba a Inuyasha y se lo echaba sobre su espalda.
—No disfruto de estar aquí más que vosotras dos, pero es nuestra única opción ahora mismo.
Deslizándose el arco sobre su hombro, Kagome se puso de pie con el báculo de Miroku y asintió. La forma en la que habían tratado a Inuyasha había sido suficiente, pero su repentina salud frágil no podía ser una coincidencia.
—¡Han asesinado al demonio! Maravilloso, sin duda, estamos en deuda con ustedes —dijo el capitán Yorino con monotonía mientras se les acercaba desde el otro lado del claro. Miró a Inuyasha con desdén—. Qué desgracia que tuvieran que cargar con el hanyou. ¿Se ha hecho mucho daño en el tobillo, sacerdotisa? Uno de mis hombres podría llevarla de regreso fácilmente.
Al no haber notado la caída de Kagome, Miroku y Sango la miraron con preocupación, haciéndole la misma pregunta en silencio. Kagome simplemente tensó la mandíbula para no mirar abiertamente con furia al Capitán. La había visto tropezar, así que evidentemente había estado cerca, pero había escogido no ayudarla.
—Estoy perfectamente. Gracias. —No pudo evitar que el veneno se filtrara desde su lengua con la fingida gratitud—. Puedo volver por mi cuenta. He pasado por cosas peores. —Era bastante cierto, pero Inuyasha siempre había estado allí para llevarla. Ahora le tocaba a ella soportarlo.
—Muy bien —dijo el Capitán, asintiendo—. Se les pagará de inmediato y luego podrán ponerse en marcha.
—Necesitaremos quedarnos esta noche —intervino Miroku, su voz firme y poco dispuesta a aceptar un no por respuesta—. Nuestro compañero no está bien y no podremos hacer el viaje de vuelta hasta que se haya recuperado.
El capitán Yorino movió los labios, amenazando con curvarlos con asco hasta que pudo componer una máscara de indiferencia.
—Entonces, podrán irse cuando les venga bien. Como he dicho, estamos en deuda con ustedes —dijo ostentosamente con una reverencia.
La luz del sol vespertina hizo relucir un colgante que pendía de su cuello, atrayendo la atención de Kagome hacia él. Un cristal pálido, turbulento e incoloro, se mecía en su cadena y, por un momento, pareció brillar con una débil luz azul. El mismo cristal destelló en su imaginación, colgando del cuello de un bandido.
—Gracias —dijo Kagome con un asentimiento, girando sobre sus talones y dirigiéndose hacia el sendero del bosque sin decir otra palabra. Sango y Miroku la siguieron, dejando al Capitán para observarlos con creciente frustración. Una vez estuvieron más lejos del Capitán y de sus samuráis, Kagome ralentizó su paso errático para dejar que los demás la alcanzasen. A su corazón le llevó un momento hacer lo mismo.
Cuando Inuyasha empezó a moverse aquella tarde-noche, Sango y Miroku se excusaron y salieron. Había momentos, lo sabían, en los que Kagome e Inuyasha necesitaban estar a solas.
Vino en leves movimientos de sus cejas en primer lugar, su rostro torciéndose en gesto de incomodidad. Sus dedos, pies y cuello siguieron en movimientos musculares mientras gruñía y gimoteaba. Kagome se arrodilló detrás de él y le levantó la cabeza para que descansase en su regazo. Rayos de luz del sol que estaba desapareciendo se filtraron a través de las grietas de las paredes e iluminaron la cabaña con un brillo suave y dorado. Kagome contuvo la respiración cuando abrió finalmente los ojos.
—¿Inuyasha?
Con una exclamación estrangulada, el hanyou se echó rápidamente hacia delante, sus ojos se movieron de un lado a otro en una búsqueda enfurecida. Su mente todavía tenía que alcanzarlo y que se diera cuenta de que no estaba en mitad de una batalla, paralizado desde el momento en que se había desmayado. El repentino movimiento hizo que su cabeza le diera vueltas momentos más tarde, el vértigo puso su mundo de lado. Kagome reaccionó de inmediato, teniendo cuidado con su estado mental mientras lo guiaba suavemente para que volviera a su regazo antes de que se hiciera daño.
—Shhhh, Inuyasha, soy yo, solo yo —lo tranquilizó.
—Joder… —maldijo Inuyasha, llevándose una mano inestable a su frente solo para dejarla caer a su costado momentos más tarde—. ¿Qué pasó?
—Eso es lo que me gustaría saber. —Kagome sonrió, apartándole el flequillo de la frente—. Recibiste un mal golpe y te desmayaste.
Inuyasha frunció el ceño, sus ojos desenfocados inspeccionaron la habitación hasta que se detuvieron en ella cerniéndose sobre él.
—No crees que eso sea todo, ¿verdad? —No era una pregunta.
—No.
—Yo tampoco.
Kagome suspiró.
—Especular no nos va a hacer mucho bien a ninguno en este momento —murmuró—. ¿Cómo te sientes?
Moviéndose en un sórdido intento por ponerse cómodo, Inuyasha intentó relajarse contra el regazo de Kagome.
—Como si me hubieran hecho pedazos y me hubieran vuelto a unir con la savia de un árbol. Dos veces —gruñó.
Una ligera carcajada escapó de los labios de Kagome, el recuerdo de la ira de Inuyasha aquel día en el bosque vívida como nada.
—Bueno, yo diría que es una cosa bastante recia.
—Díselo a mi cabeza.
Apartando un mechón de su pelo que tenía pegado en su húmedo rostro, Kagome se tomó eso como lo más cercano a una exhortación de que estaba sufriendo que iba a conseguir.
—Ten, antes hice algo que ayudará, por si acaso. —Sonrió mientras se ponía de pie con cuidado, bajando suavemente la cabeza de Inuyasha de nuevo a su almohada. Quedándose de pie un momento para asegurarse de que estaba equilibrada, cojeó hasta el centro de la habitación, donde una olla de agua hervía sobre el fuego. El regreso del claro a la aldea la verdad era que no había sido lo mejor para su tobillo, pero no se podía hacer nada.
Inuyasha la observó con un intenso frunce.
—Estás herida.
—No es nada, solo lo torcí un poco —le aseguró Kagome mientras bajaba al borde del hogar. Cogió un mortero y su mano de donde los había dejado antes y empezó a moler su contenido.
Reuniendo la fuerza suficiente para impulsarse sobre sus codos, Inuyasha la fulminó con la mirada.
—¡Eso no es nada!
—Bueno, tanto si crees que es algo como si no, no hay nada que podamos hacer al respecto. Ahora acuéstate y quédate quieto —ordenó con tono práctico mientras ponía la pasta de hierbas al fondo de una taza poco honda. Usando el cucharón que había al lado del hogar, vertió el agua hirviendo en la taza y dejó que se disolviera la pasta. El dulce aroma se alzó del brebaje en cintas de vapor—. Bien —empezó mientras volvía a ponerse en pie—, puede que no sea lo que mejor sabe, pero te ayudará con la fiebre y te aliviará el dolor, ¡así que más te vale bebértelo to…! —Solo le hicieron falta dos pasos para que tropezase, haciendo una mueca de malestar cuando el tobillo destelló de dolor.
Inuyasha se apresuró a intentar ponerse de pie.
—¡E-Espera! ¡Ten cuidado, tonta! Te ayudaré —insistió, intentando llegar a ella frenéticamente solo para colapsar contra su esterilla de nuevo en un lío de mantas y pelo plateado.
Recuperando el equilibrio, Kagome puso los ojos en blanco.
—Inuyasha —dijo Kagome con un suspiro mientras volvía cojeando hasta el hanyou—. Te dije que te estuvieses quieto. —Apoyando la taza en el suelo, se arrodilló y lo ayudó a rodar de nuevo sobre la esterilla. Volvió a su antiguo lugar junto a su cabeza, sentándose en su almohada para que él pudiera descansar sobre su regazo. Con su cabeza erguida, fue más fácil guiar la taza hasta sus labios e inclinarla lentamente para que bebiera.
Al dar el primer sorbo, a Inuyasha le entraron arcadas inmediatamente e intentó hacerla a un lado.
—¡Sabe a mierda! —se quejó.
—Es medicina, ¿qué esperabas? —Kagome se encogió de hombros—. Y ahora, bebe.
Inuyasha emitió un largo gemido patético por lo bajo para hacerle saber a Kagome lo que pensaba exactamente acerca de su estúpida medicina, pero no hizo más intentos por protestar cuando ella volvió a inclinarla contra su boca. Se obligó a tragársela en tres tragos rápidos antes de volver a hacerla a un lado y dejar caer la cabeza de nuevo sobre el regazo de Kagome.
La sacerdotisa captó rápidamente su complexión pálida y enfermiza, y la expresión mareada.
—¿Vas a vomitar?
—No voy a vomitar.
—¿Quieres que te traiga un cubo?
—No.
—No pasa nada, no me molesta, Sota solía vomitar en todas partes cuando era un niño pequeño e incluso cuando hacíamos viajes largos, o cuando estaba nervioso. Estoy completamente acostumbrada, no pasa nada…
—¡No estás ayudando, Kagome!
—Cierto, perdón. —Kagome agachó la cabeza, sonriéndole avergonzadamente a Inuyasha. La dulce expresión sacó el destello de una sonrisilla en los labios del hanyou, pero no duró mucho. Haciendo una mueca cuando una ola de persistente dolor chocó contra él, curvó los dedos en la ligera sábana que tenía encima para evitar hacer más ruido. Kagome se mordió el labio, la impotencia de no poder librarlo de esto hizo que le diera un vuelco el estómago—. Descansa un poco, ¿de acuerdo? Puede que se te pase si duermes —susurró, ajustando ociosamente la sábana para que estuviera más cómodo.
Inuyasha estaba lejos de protestar para este punto. Con nada más que un leve asentimiento, dejó que sus pesados párpados se cerraran. Su respiración se tranquilizó en cuestión de segundos.
Kagome apenas se apartó de su lado en las siguientes tres horas. Sango y Miroku regresaron a tiempo para la cena, pero se pasaron la mayor parte de la tarde fuera. No es que pudiera culparlos realmente. No había mucho que hacer dentro de la pequeña cabaña abarrotada y el ambiente estaba denso y sofocante. Pensó varias veces en abrir la puerta corredera para dejar entrar una brisa, pero no se sentía a salvo abriendo la habitación a nadie que desease entrar. No en esta aldea. Pero al final, la habitación estuvo demasiado sofocantemente estancada y se puso de pie para retirar la puerta. Una fresca brisa pasó por su lado y llenó la habitación, bailando entre las mangas de su kimono. Habiendo comprometido su tranquilidad mental en favor de la comodidad, tomó la precaución de coger su arco y las flechas que quedaban en su carcaj del rincón de la habitación… solo para tenerlos a mano.
El silencio se vio roto sin advertencia con la intensa escalada en la respiración de Inuyasha, que se volvió superficial e irregular desde el otro lado de la habitación. Con el vello de su cuello de punta, Kagome dejó las armas y volvió corriendo a su lado. Inclinándose sobre él, acunó su sudorosa mejilla para instarlo a que despertase.
—¿Inuyasha? ¿Qué pasa? —preguntó frenéticamente.
Inuyasha gruñó, dejando caer su cabeza contra el frío roce.
—Hace mucho calor —dijo con voz ronca.
—V-Vale, espera —soltó Kagome abruptamente, arrastrándose hasta el centro de la habitación. Caminar llevaría demasiado tiempo para aquel punto. Cogiendo un trapo del zurrón de primeros auxilios que se habían traído, llenó un pequeño cuenco con el agua ahora fría y los llevó a la esterilla de Inuyasha, donde el hanyou estaba ahora esforzándose por quitarse el haori. Kagome se sentó a su lado y lo ayudó rápidamente a sacarse las pesadas ropas, tirando de su haori y del kimono interior blanco para dejarlo con el pecho desnudo. Sin perder un momento, hundió el trapo en el agua fría y le frotó la frente—. ¿Así mejor? —preguntó.
—Mmm —gruñó Inuyasha entre inhalaciones trabajosas y superficiales—. Joder… mi cabeza…
Kagome volvió a morderse el labio en una costumbre nerviosa. Fuera lo que fuera lo que le estaba afectando, era obviamente incurable para la medicina humana, dejándola indefensa para hacer nada más que intentar que estuviera cómodo. No parecía estar haciendo un muy buen trabajo hasta el momento.
—Eh. —La voz ronca de Inuyasha la sacó de sus pensamientos—. No hagas eso. —Usando la poca fuerza que tenía, levantó la mano y le sacó suavemente el labio de entre sus dientes con la yema de su pulgar. Sus dedos permanecieron con vacilación sobre su boca antes de dejarlos caer a su costado.
—Perdón —murmuró ella, espabilándose ligeramente cuando se le vino una idea a la mente—. Ven. —Levantándole con cuidado la cabeza, se movió para tener mejor acceso a su hombro y le dejó que volviera a descansar contra su regazo.
—¿Qué haces? —gruñó.
—Tú relájate, puede que te ayude —le aseguró Kagome con la única explicación que iba a ofrecer. Colocando las manos en sus hombros desnudos, empezó a apretar suavemente los músculos en la base de su cuello y empezó a bajar por sus antebrazos. Inuyasha se derritió bajo sus dedos, la tensión empezó a deslizarse lentamente mientras ella volvía a subir hasta su cuello y a bajar otra vez, incrementando lentamente la presión.
—¿Dónde aprendiste a hacer esto? —masculló Inuyasha, esforzándose por mantener los ojos abiertos.
—El abuelo empezó a tener problemas en la parte alta de la espalda hace dos años —explicó en tono bajo—. Venía una enfermera al templo todas las semanas y le daba el mismo masaje. Al final, nos enseñó a todos cómo se hacía para que pudiéramos hacerlo si le dolía después de que se fuera. —Llevando las manos a la base de su cuello, hizo rodar los pulgares en apretados círculos a cada lado de su columna vertebral—. El abuelo siempre se quejaba de que yo lo hacía con demasiada brusquedad, pero Sota y mamá nunca lo hacían bien. —Se encogió en gesto de disculpa, sus manos se detuvieron sobre su piel—. No estoy siendo demasiado brusca, ¿no?
—No —contestó Inuyasha inmediatamente—. Se… siente realmente bien.
Kagome le sonrió, captando un vistazo de la completa relajación y confianza que otros tan rara vez veían en su rostro.
—Perfecto. —Tomándose su tiempo, subió los pulgares por su cuello hasta su cuero cabelludo y los volvió a bajar de nuevo, trabajando a lo largo de su columna.
—¿Echas de menos a tu familia? —preguntó.
Kagome asintió, observando que sus ojos finalmente sucumbían al cansancio y se cerraban.
—Claro que sí —dijo—. Pero escogí estar aquí. Contigo.
—Qué estupidez.
—Cállate.
Inuyasha se rio con el aliento del que pudo desprenderse, su sonrisa cansada no por ello menos luminosa. Dejó que el silencio volviera a caer entre ellos mientras Kagome cogía el trapo húmedo y lo ponía sobre su frente, sujetándolo en su lugar mientras colocaba una mano en su nuca y la mecía lentamente de delante a atrás. Él le otorgó un completo control, cerrando los ojos mientras ella le estiraba suavemente el cuello sin hacer fuerza.
—Si tanto echas de menos a tu familia, ¿por qué no vuelves nunca? —preguntó, apenas por encima de un susurro.
—Porque —empezó Kagome cuidadosamente—, después de lo que pasó… simplemente me dio miedo. Si intento volver, me arriesgo a ser desterrada de esta época. —Kagome le apoyó la cabeza en su regazo y le hizo a un lado el pelo para que no se le quedara atrapado—. Simplemente no creo que pueda lidiar otra vez con eso. Amo a mi familia y ellos lo entienden… Este es mi sitio.
—¿Nunca te arrepientes? —preguntó Inuyasha, abriendo los ojos para mirar los de ella bajo la tenue luz del fuego. Había algo en su tono que sonaba inseguro, casi temeroso.
Kagome negó con la cabeza, incapaz de romper el contacto visual.
—No es posible —dijo con una exhalación. Después de todo, había tenido tres años para pensar en ello. Kagome hundió los dedos en su pelo y empezó a masajearle el cuero cabelludo desde la base de su cráneo a sus sienes, prestando más atención alrededor de sus orejas. En aquel tiempo, ambos habían madurado, sin importar lo infantiles, traviesos y testarudos que hubieran permanecido exteriormente. Perderse el uno al otro sin esperanza de volver a verse los había cambiado a ambos, les había hecho apreciar lo que tenían mientras todavía lo tuvieran. Kagome había tenido pesadillas durante un año tras su involuntario regreso al darse cuenta de que, en su época, Sango y Miroku llevaban mucho tiempo muertos y las posibilidades dictaban que Inuyasha también lo estaba. Se había imaginado su muerte en escenarios terroríficos, incapaz de salvarlo o de consolarlo en sus últimos momentos. Era una realidad a la que no se atrevía a volver a enfrentarse. Ella estaba aquí. Aquí era donde necesitaba estar.
Estaba tan absorta en sus propios pensamientos, que Kagome no se dio cuenta hasta que estuvo a punto de continuar de que Inuyasha se había quedado dormido sin que quedase una traza de dolor en su rostro. Sus manos se quedaron quietas en el aire, las puntas de sus dedos apenas rozaban sus sienes mientras lo observaba respirando regularmente. Su alivio fue tangible. Con una sonrisa contenta, continuó con el masaje de su cabeza, pasando los dedos por su pelo mientras brisas tranquilizadoras seguían flotando a través de la puerta abierta.
Nota de la traductora: Esta semana voy con un poco de prisa, así que no me ha dado tiempo a contestar vuestros reviews, pero que sepáis que he leído todos y cada uno y que me han animado mucho a seguir.
Esta historia va avanzando poco a poco, pero de verdad os digo que el viaje vale mucho la pena.
¡Espero que hayáis disfrutado mucho de este capítulo! ¡Nos leemos la semana que viene!
