Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de Novaviis y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.
Capítulo 6
Inuyasha rara vez se aventuraba a ir al mercado… aunque tal vez la palabra «mercado» era demasiado fuerte. Era una aldea pobre y nada remotamente cercana a los núcleos de población que habían visto en sus viajes, pero había un pequeño lugar situado en mitad de la aldea a donde los mercaderes viajeros y los granjeros locales podían acudir para comerciar y vender sus mercancías. No mucho, pero aun así, Inuyasha tendía a evitarlo por las multitudes, los aromas abrumadores y las voces que gritaban. Incluso durante los últimos tres años, cuando había llegado a pensar en este lugar como en lo más cercano a un hogar que tendría sin Kagome, tendía a evitar el mercado cuando le era posible.
Aquella mañana, no obstante, caminó dando pasos largos con intención, acababan de empezar a abrir los primeros puestos. Era un breve intercambio con el mercader y, pronto, Inuyasha estuvo yéndose con un paquete envuelto en tela metido bajo el brazo. Era una tarea bastante sencilla, nada de lo que jactarse y, para ser totalmente sincero, se sentía un poco estúpido por lo aliviado que estuvo de acabar con ello. Era casi… doméstico. La sola palabra dejó un regusto amargo en su boca. Él no era doméstico. Era aterrador, salvaje e indómito, y esa fue exactamente la razón por la que su pecho se inundó de calidez en el segundo en que dio la vuelta a la esquina y vio a Kagome.
Al acercarse a la cabaña de la sacerdotisa se encontró con una visión extraña. Mientras Jun y Kei descansaban bajo la sombra de un árbol cercano, compartiendo un conejo que habían cazado, la sacerdotisa y su nuevo maestro estaban sentados con las piernas cruzadas junto a la valla del huerto, con una maceta delante de cada uno de ellos. Los brotes que habían plantado solo días atrás ahora habían crecido para convertirse en pequeños tallos incipientes, pero estaban todavía lejos de florecer completamente.
Inuyasha se agachó dentro de la cabaña solo para lanzar su paquete sobre la tapa del arcón antes de acercarse para unirse a ellos.
—¿Qué hacéis? —preguntó, saltando hábilmente sobre uno de los postes de la valla y sentándose sobre ella.
Kagome entreabrió un ojo para mirarlo, intentando mantener el rostro sereno y fracasando en el intento.
—Estamos haciendo crecer las plantas, Inuyasha. Con nuestras mentes —dijo. Su tono lo decía todo: no se creía una sola de las palabras que acababan de salir de su boca.
—¡Concéntrate! —exclamó Takuya, estirándose hacia la rama que estaba dentro del cubo de agua a su lado. Con una sacudida de su muñeca, salpicó a Kagome con el agua en castigo, lo que solo sirvió para hacerla reír otra vez. Aun así, obedeció, cerrando los ojos de nuevo para concentrarse en introducir energía en su interior y canalizarla hacia la planta, la sonrisa no abandonó sus labios en ningún momento. Inuyasha no pudo evitar reírse a sus expensas, encontrándose en el punto de recepción de una mirada mordaz por parte de Takuya—. ¡Y tú! ¡Para de distraer a mi alumna! —bramó el sacerdote, levantando la mano para salpicar a Inuyasha con la rama. El hanyou le quitó la rama de la mano con poco esfuerzo y la partió por la mitad, dejando caer los trozos al suelo. Takuya palideció, con la mirada fija en la rama rota antes de fulminar con la mirada al culpable—. Eres una mala influencia.
—Me alegro de que al fin lo hayas comprendido —se burló Inuyasha, cruzándose de brazos.
Takuya se puso rápidamente en pie.
—¡Yo te enseñaré a mostrarle un poco de respeto a un sacerdote, jovencito! —gritó, cogiendo su cubo de agua y sosteniéndolo por encima de su cabeza para verterlo sobre el hanyou. Inuyasha no pareció ni de cerca tan preocupado mientras sonreía con satisfacción y se apartaba de un salto, dando una voltereta en el aire y aterrizando sobre el tejado de la cabaña. Kagome, mientras tanto, no pareció ni inmutarse ante la conmoción—. ¡Vuelve aquí abajo! —le gritó Takuya al medio demonio.
Inuyasha cruzó las piernas y apoyó el codo sobre su rodilla, sosteniéndose la barbilla con una mano.
—¿Y si no lo hago?
—Inuyasha, juega limpio —le riñó Kagome, atreviéndose a entreabrir un ojo para captar su mirada.
Takuya se dio la vuelta para dirigirse a Kagome, con el cubo todavía sostenido por encima de su cabeza.
—Vuelve a tu meditación, jovencita. Quiero esa flor floreciendo antes de que acabe el día —ordenó. Mientras estaba distraído, Inuyasha aprovechó la oportunidad para bajar del tejado, la punta de su pie aterrizó sobre el borde del cubo. Empujó, saltando hacia atrás en el aire y volcando efectivamente el cubo. Takuya soltó un chillido cuando el agua cayó sobre su cabeza, empapándolo a través de su ropa—. ¡Joven irrespetuoso! —gimió el sacerdote, persiguiendo al hanyou, que se estaba riendo, con el cubo todavía en la cabeza. Cogió la rama rota del suelo y la blandió ante su nuevo enemigo. Inuyasha podría haberlo dejado atrás fácilmente, pero dio saltos y esquivó cada patético golpe. Los dos corrieron en círculos alrededor del huerto, la cabaña y por la calle, con Takuya gritando de frustración e Inuyasha alentándolo. Jun y Kei pronto se unieron a la diversión, ladrando y galopando pisándoles los talones. Mientras tanto, Kagome estuvo sentada perfectamente quieta e intentó terminar su meditación, pero incluso ella tenía un límite.
Un aura demoníaca acercándose a la aldea finalmente le dio una excusa para abrir los ojos, levantando la mirada para ver una silueta conocida descendiendo del cielo. Kagome sonrió para sus adentros, estirando los brazos en alto por encima de su cabeza y poniéndose de pie.
—Vale, creo que es suficiente por hoy —suspiró para sí mientras desviaba su atención hacia Inuyasha y Takuya, que todavía se movían en círculos—. ¡Inuyasha! —lo llamó—. ¡Tu hermano está aquí!
Inuyasha se deslizó hasta detenerse, levantando los ojos de golpe hacia el cielo. Takuya fue corriendo desde atrás, preparado para pegarle al hanyou en la cabeza con su rama cuando Inuyasha estiró la mano detrás de él sin mirar y empujó el cubo hacia abajo sobre su rostro. El sacerdote, que cayó al suelo y peleó por sacarse el cubo de la cabeza, quedó completamente ignorado mientras Inuyasha avanzaba hasta la mitad de la calle, donde Sesshomaru acababa de poner un pie. Ah-Un descendió justo detrás de él, llevando a Rin sobre su lomo.
Kagome se puso a su lado, sonriendo ampliamente mientras Rin se bajaba rápidamente del lomo de la criatura y saltaba hacia ella.
—¡Kagome! —saludó animadamente, rodeando la cintura de Kagome con los brazos.
—¡Bienvenida, Rin! —Kagome le correspondió al abrazo—. Espero que disfrutaras de tu tiempo con Sesshomaru.
—¡Oh, sí! Viajamos hasta el palacio de la madre de mi señor, ¡y luego fuimos al océano, donde vimos los barcos más extraños y encontré esta caracola! —divagó la niña, sacando una concha del tamaño de su palma de su kimono.
—¡Qué bonita! —dijo Kagome con una sonrisa, pasando la mano sobre la superficie reluciente, pulida con cuidado con la manga del kimono de Rin—. Ah, Rin, quiero presentarte a… —se detuvo en seco, mirando por encima de su hombro para ver a Takuya todavía peleando por sacarse el cubo de la cabeza—. Un momento.
Con Kagome caminando para ir a ayudar al hombre que se retorcía en el suelo, Rin dejó los gritos de ¡quédate quieto!, ¡está atascado!, ¡es que estás tirando mal!, tras ella y regresó al lado de su señor. Guardando la concha de nuevo en su kimono, juntó las manos detrás de su espalda y le sonrió a Sesshomaru.
—¿No se queda un rato, mi señor?
—Esta vez no, Rin —contestó Sesshomaru mientras la miraba—. ¿Te quedarás aquí, entonces?
—Sí, mi señor —dijo con un asentimiento. Inuyasha observó el intercambio desde la distancia, recordando la primera vez que Sesshomaru había dejado a Rin atrás. Habían pasado días tras la derrota de Naraku cuando Sesshomaru le había dicho a Rin con términos nada inciertos que iba a quedarse con Kaede y a vivir entre humanos. Rin había estado inconsolable, intentando aferrarse a su guardián hasta que simplemente se fue volando sin decir otra palabra. En su momento pareció frío, pero en retrospectiva, probablemente había sido la mejor manera de marcharse. Cada vez que regresaba posteriormente a ver cómo se estaba adaptando, se había vuelto más y más fácil para ella dejar que se fuese. Rin había recorrido un largo camino.
—Muy bien —dijo Sesshomaru con un asentimiento. La conmoción detrás de ellos captó su atención, un frunce de irritación cruzó sus facciones mientras veía a la sacerdotisa discutiendo con un hombre más mayor con un cubo en la cabeza. Inuyasha finalmente puso los ojos en blanco y le arrancó el cubo al hombre de la cabeza, lanzándolo a un lado y cruzándose de brazos mientras Kagome le reñía por ser tan grosero. Parecía estar a dos segundos de soltar una orden de subyugación cuando Inuyasha finalmente recibió el mensaje y retrocedió.
No por primera vez, Sesshomaru debía de haber dudado de su elección de cuidadores para Rin.
—Mujer —llamó, su voz atravesó la discusión y ordenó silencio—. Dejo a Rin contigo ahora. Es de esperar que te asegures de que tiene todo lo que necesita.
Kagome asintió con una sonrisa tranquilizadora, el comportamiento del estoico yokai tuvo muy poco efecto en ella.
—Rin está en buenas manos —prometió. Sesshomaru asintió y se dio la vuelta para marcharse, solo para detenerse cuando Kagome intervino de nuevo—. Un momento, aquí falta algo… ¿Dónde está Jaken? —Inuyasha notó por primera vez que no estaba por ninguna parte. Normalmente, el diablillo estaba aferrado al costado de Sesshomaru, o riñéndole a Rin por una cosa u otra. Era inusual que él no estuviera.
Rin, no obstante, respondió rápidamente.
—¡Oh! Mi señor le encomendó a Jaken la tarea de recopilar información sobre un artículo extraño que poseía un hombre bastante grosero con el que nos encontramos en nuestro viaje al océano —explicó—. Estuvo enfermo varios días antes de recuperarse y el señor Sesshomaru le ordenó irse. Sí que desearía que hubiera dicho adiós, no lo vi la mañana en que se fue.
Inuyasha se tensó. Una mirada compartida con Kagome confirmó que ella estaba pensando en lo mismo.
—Sesshomaru —gruñó Inuyasha, sacudiendo la cabeza en dirección a la valla del huerto. El hermano mayor no dijo nada y no hizo reconocimiento alguno, pero siguió a Inuyasha de todos modos.
—Rin —llamó Kagome a la niña, lanzando una última mirada rápida a Sesshomaru y a Inuyasha—, ¿por qué no vas y te acomodas de nuevo? Puedes meter tu caracola en el arcón del rincón. Ah, y este es Takuya. Va a terminar de entrenarme.
Tras haber recuperado la compostura y haber alejado el cubo de una patada por si acaso, Takuya le sonrió a la niña.
—Es un placer conocerte, jovencita.
Rin hizo una reverencia, volviendo a mirarlo con su siempre luminosa expresión.
—¡Lo mismo digo! ¡Venga, Kagome, quiero contártelo todo sobre el océano! —dijo animadamente, cogiéndola de la mano y arrastrándola hacia el interior de la cabaña. Kagome se rio y se dejó arrastrar, captando la mirada de Inuyasha una última vez antes de que se viera arrastrada dentro.
Con Rin fuera del rango auditivo, Inuyasha se apoyó contra la valla, con las manos metidas en las mangas de su haori mientras miraba más allá de la aldea, hacia el este.
—No creo en las coincidencias, Sesshomaru.
—Tú también te la has encontrado, entonces —se dio cuenta Sesshomaru.
—Sí, y es como un auténtico grano en el culo —dijo el hanyou con un suspiro, levantando la mirada hacia el cielo—. Se llama Piedra Divina. Sea lo que sea, me la he encontrado dos veces. Con tu encuentro, hacen tres posibles personas las que la poseen.
—Cuatro —corrigió Sesshomaru. Cuando Inuyasha alzó una ceja, el hermano mayor continuó—: Rin se había desviado hacia la orilla. Jaken la acompañaba. En el puerto de Nagasaki, un par de soldados habían estado supervisando una transacción y habían usado esa piedra para incapacitar a Jaken cuando los vieron a Rin y a él. Me deshice de ellos.
Inuyasha asintió.
—¿Y Jaken? —Cuando Sesshomaru no intervino, fue respuesta suficiente. Inuyasha exhaló, dándose palmaditas en la nuca—. Creo que es bastante seguro decir, llegados a este punto, que hay más por ahí fuera.
—No es nada más que una molestia —soltó Sesshomaru—, pero una molestia de la que pretendo deshacerme.
Inuyasha resopló.
—Adelante. —Las risitas de Rin y la dulce voz de Kagome respondiendo penetraron las paredes de la cabaña, sus orejas se movieron hacia el sonido—. No creía que fuera nada de lo que preocuparse, pero… ahora no estoy seguro. Tengo un mal presentimiento. —Si Sesshomaru encontraba razones para investigar, tal vez era más serio de lo que pensaba.
—Seré yo quien la destruya —declaró Sesshomaru, mirando al fin a su hermano a los ojos—. Tú no te interpondrás en mi camino.
Inuyasha se encogió de hombros ante el desafío.
—Tengo mejores cosas que hacer.
—¿Como pasar el tiempo jugando a ser humano con tu mujer?
Inuyasha gruñó en señal de advertencia, su mano se movió hacia Tessaiga, que estaba a su costado. La habría desenvainado, aunque solo fuera para darle énfasis, si Rin no hubiera salido corriendo de la cabaña y se hubiera detenido en seco delante de su hermano. Bajó la mano al instante y recuperó la compostura, pero permaneció peligrosamente tenso.
—¡Casi me olvido de despedirme! —exclamó Rin, haciendo una profunda reverencia delante de Sesshomaru.
Con la hostilidad hacia Inuyasha olvidada por el momento, Sesshomaru dirigió toda su atención hacia la niña.
—Cuídate, Rin.
Rin sonrió y volvió a enderezarse. Nunca había abrazos o palabras de despedida que no fueran un simple «adiós» cuando se despedían y ella estaba perfectamente contenta con eso. Dejando a su señor para que siguiese hablando con Inuyasha, se dio la vuelta y volvió corriendo a la cabaña, de donde Kagome y Takuya estaban saliendo de nuevo.
—Los humanos y los demonios no pueden compartir vidas, Inuyasha. —La repentina declaración de Sesshomaru hizo que Inuyasha girase la cabeza para mirarlo con confusión. El hermano mayor permaneció indiferente—. Seas medio demonio o no, posees la longevidad que te ha entregado nuestro padre. —Sesshomaru movió la mirada hacia Rin, viendo que estaba saltando junto a Kagome—. La verás envejecer y morir mientras tú permaneces joven.
—¡Inuyasha! —llamó Kagome. Sostenía una cesta poco profunda metida bajo el brazo, con la manga del kimono echada a un lado—. ¡Vamos a ir a buscar flores al bosque, ven con nosotras!
—S-Sí, en un momento —respondió Inuyasha, sobresaltado y confundido con el comportamiento de su hermano—. ¿A qué diablos viene esto, Sesshomaru?
Sesshomaru dejó que sus ojos permanecieran sobre la niña antes de volver a mirar al hanyou.
—Todo esto, tu vida aquí, no es nada más que una distracción conveniente, Inuyasha. Lo sabes. La verás morir, o compartirás el mismo destino que nuestro padre.
Inuyasha gruñó.
—¿Es eso una amenaza?
—Es un hecho. Y una advertencia. —Sesshomaru le dio la espalda a Inuyasha—. No dejaré que otra muerte sin sentido deshonre a los inu yokai.
Inuyasha se incorporó de nuevo lentamente.
—¿Y desde cuándo soy parte de los inu yokai?
Sesshomaru no respondió. Tras una pausa prolongada, se agachó y saltó hacia el cielo, surcando las nubes, y pronto estuvo fuera de la vista, con Ah-Un siguiéndolo. Un rugido resonó de las montañas circundantes, una gran nube blanca tomó la forma de la cabeza de un perro por encima de ellos.
—Vaya, qué fanfarrón —comentó Kagome mientras se ponía al lado del hanyou, poniendo la mano sobre sus ojos mientras levantaba la mirada—. Bueno, ¿vienes?
—Vale, vale, mujer impaciente. —Inuyasha puso los ojos en blanco, a su voz le faltaba convicción.
Kagome se percató inmediatamente.
—¿Ocurre algo?
—Nada —gruñó Inuyasha—. Simplemente me pone de los nervios.
Kagome se encogió de hombros, equilibrando la cesta sobre su cadera.
—Los hermanos hacen eso. Sota desarrolló una mala actitud el año pasado, pensando que era un tipo grande y duro ahora que ha pegado el estirón, pero siempre conseguía bajarle un poco los humos.
—Sí… no estoy seguro de que sea lo mismo, pero lo entiendo —resopló Inuyasha.
—Vale, no es exactamente lo mismo, pero ya entiendes a qué me refiero —murmuró Kagome—. Bien. ¡Rin! ¡Venga! Luego podríamos pasarnos por casa de Miroku y Sango.
Rin se iluminó ante la idea.
—¡Oh, me encantaría! No he visto a las gemelas ni a Mamoru desde antes de que me fuera. ¡Estoy segura de que a las niñas les encantaría que les hablase del océano!
Kagome se rio.
—Yo también lo creo. —Se estiró para darle la mano a Inuyasha y le dio un suave tirón hacia el camino, empujándolo juguetonamente con el hombro.
La sonrisa que Inuyasha intentó esbozar la sintió falsa incluso él. Pudo verlo en los ojos de Kagome, el momento en que él no le respondió con otro empujón y ella se dio cuenta de que algo de verdad le estaba pesando en la mente. En un rápido intento por recuperarse, Inuyasha le dio a su mano un ligero apretón y la soltó.
—Vosotras dos id delante —dijo—. Yo os seguiré en un momento.
—¿Estás seguro? —dijo Kagome frunciendo el ceño.
—Sí. Solo voy… a llenar unas cantimploras con agua. Fuera está empezando a hacer calor.
Pudo saber solo con una mirada que Kagome no se creyó ni una palabra de las sandeces que salieron de su boca. Ni siquiera Inuyasha se lo creyó. Aun así, estuvo eternamente agradecido cuando no insistió por una vez y dejó estar el tema. Incluso si hubiera querido discutir, no habría tenido la oportunidad. Rin ya le estaba tirando de la manga, tirando de ella hacia el prado más allá de la aldea. Inuyasha las vio irse, desapareciendo por la curva del camino, con Jun y Kei siguiéndolas no muy lejos.
—¡Espera! —gritó la voz del nuevo sacerdote desde detrás de él. Inuyasha miró hacia atrás y se encontró a Takuya moviendo los brazos detrás de Kagome y de Rin, intentando en vano llamarlas para que volvieran—. ¡Hoy no has terminado tu entrenamiento!
—Será mejor que lo dejes, anciano —gruñó Inuyasha—. No se le puede hacer cambiar de idea cuando se ha decidido a hacer algo, créeme.
—Ya empiezo a verlo —dijo Takuya con un suspiro, bajando los brazos a su costado. Dirigió su rabia hacia el hanyou—. Bueno, como tú sigues aquí, ¿tal vez serías tan amable de ayudar a un anciano a recoger? Dado que mi alumna ha huido.
—No puedo decir que la culpe, tras estar sentada junto a una maceta de tierra durante horas —replicó Inuyasha, su humor regresó con una sonrisilla irónica. Aunque como resultó encontrarse generoso, y sin duda no era porque estuviera intentando comprender su encuentro con su hermano, Inuyasha cedió. Se agachó para recoger las plantas olvidadas, que yacían esparcidas delante de la valla del huerto. Su mano se detuvo sobre la maceta de Kagome, abrió los ojos como platos. La pequeña flor de campanilla estaba empezando a florecer en su brote, colgando de su tallo con fuerza. Inuyasha cogió la maceta de arcilla con cuidado, mirando la frágil flor. Tras él, Takuya continuó sin darse cuenta en absoluto—. Tal vez ella simplemente se estaba distrayendo —murmuró.
No mucho tiempo después de que Inuyasha se uniera a Kagome y a Rin, la pequeña se fue corriendo. Tenía tendencia a ir a donde la llevase su mente. Jun y Kei le habían cogido cariño inmediatamente, trotando tras ella y dejando a Inuyasha y a Kagome holgazaneando en un macizo de flores en el prado de la colina. Los rayos de luz del sol atravesaban las escasas nubes que pasaban por encima de sus cabezas, impulsadas por las brisas que había. Kagome había metido los brazos entre los cortes de las mangas de su kimono y las había atado de nuevo a su espalda, quejándose del calor del mediodía. Al menos, Inuyasha había estado en lo cierto respecto a eso. Sentada con las piernas cruzadas en la hierba, cogió flores silvestres y las ató en una cadena, levantando la mirada de vez en cuando solo para admirar la belleza natural que los rodeaba. Inuyasha estaba acostado a su lado, con los brazos cruzados debajo de su cabeza y las orejas en constante movimiento. Asumía que estaba escuchando a Rin, asegurándose de que estuviera a salvo más allá, en el bosque. Conteniendo la necesidad de estirarse y tocarle las orejas, Kagome volvió a centrarse en las flores.
—Estaba pensando en intentar hacer sōmen esta noche —comentó Kagome distraídamente mientras hilaba las flores tallo por tallo—. Pararé en el mercado de camino a casa.
Inuyasha, con los ojos todavía cerrados y contento con pasar la tarde haciendo el vago, canturreó en respuesta.
—Hoy no hay harina de trigo en el mercado. A menos que quieras molerlo tú misma.
Kagome frunció el ceño en gesto de decepción, solo para reaccionar un poco segundos más tarde.
—¿Cómo sabes tú eso? —preguntó, empujándole la pantorrilla con el dedo del pie.
Al darse cuenta de su error, Inuyasha rodó sobre su costado, de modo que le diera la espalda, apoyándose en su codo y descansando la cabeza sobre su mano.
—Lo sé y punto.
—¿Desde cuándo vas tú voluntariamente al mercado, eh? —Kagome volvió a darle un empujoncito, casi haciendo que se cayera de cara—. ¿Qué fuiste a comprar?
Inuyasha le hizo un gesto de rechazo.
—Nada, Kagome.
Aunque la curiosidad de Kagome no estaba suficientemente satisfecha con esa respuesta, decidió aguardar el momento por lo pronto. Fuera lo que fuera que estuviera intentando ocultar, acabaría por salir a la luz… Inuyasha metía fatal y se le daba incluso peor guardar secretos. Volvió a centrarse en la cadena de flores que tenía en las manos, cerrándola en un círculo y soltándola sobre la cabeza del hanyou que se estaba echando una siesta.
Inuyasha se incorporó ante la intrusión, mirando penetrantemente el círculo de flores entrelazadas que tenía en la cabeza.
—¿Qué es esto? —preguntó mientras se la sacaba.
—¡Cuidado, me esforcé mucho en hacerla! —dijo Kagome con una carcajada—. Es una corona de flores. Se la estaba haciendo a Rin, pero estabas muy lindo echándote la siesta.
—No soy lindo —discutió Inuyasha mientras se incorporaba y soltaba la corona de flores sobre la cabeza de Kagome—. Listo. Mejor.
A Kagome se le tiñeron las mejillas de rojo, paralizada en su sitio con las flores inclinadas frente a su ojo derecho. Ni siquiera pudo pensar en formular una respuesta, intentando averiguar si era solo ella pensando demasiado las cosas, o si Inuyasha acababa de llamarla linda involuntariamente. No debería haber sido para tanto, ya no tenía quince años, pero su cerebro simplemente no parecía procesarlo. Su parálisis no duró mucho, no obstante. Otra brisa pasó por el claro, trayendo consigo una fuerte aura sobrenatural. Kagome se puso en pie de golpe, la palpitante energía le hacía cosquillas en el vello de la nuca.
Inuyasha captó su tensión inmediatamente, siguiendo su mirada hacia el bosque, donde las ramas del Goshinboku se estiraban por encima de las copas de los árboles.
—¿Kagome?
—Hay algo en el bosque… No s…
Inuyasha se puso de pie de un salto.
—Jun y Kei están ladrando.
—Rin. —Kagome palideció. Inuyasha gruñó, agachándose para levantarla y ponerla sobre su espalda antes de que ninguno de ellos pudiera decir una palabra. Al salir disparados por la colina, la corona de flores de Kagome salió volando de su cabeza y cayó olvidada en el suelo tras ellos. Sus manos se apretaron sobre los hombros del hanyou, el aura se hacía más fuerte cuanto más se adentraban corriendo en el bosque. No pasó mucho tiempo antes de que ella pudiera oír a los perros ladrando por encima del viento aullando en sus oídos. Inuyasha se deslizó hasta detenerse en el borde del claro, dejando que Kagome se bajase rápidamente de su espalda mientras corrían juntos hacia el árbol.
El aura los dejó a ambos quietos y aturdidos en cuanto entraron en la zona. Jun y Kei le ladraban al pie del árbol desde unos metros de distancia, el pelaje de sus lomos estaba erizado, pero no mostraban completa agresividad: estaban nerviosos. Tenían todo el derecho a estarlo. Rin jugaba bajo la sombra del Goshinboku, girando en círculos mientras cantaba con su acompañante, una niña de más o menos su edad que estaba sentada en las raíces con una labor de tela bordada en su regazo.
Farolillos parpadeantes flotando en el cielo
Aunque podamos separarnos, este no es un adiós
Farolillos parpadeantes, no me digáis adiós
Hasta que nos volvamos a encontrar, nuestra promesa en el cielo.
Al notar su presencia por primera vez, ambas niñas levantaron la mirada hacia ellos. Rin sonrió y les hizo un gesto para que se acercaran.
—¡Inuyasha! ¡Kagome! —dijo con una carcajada—. ¡Venid a bailar con nosotras!
Kagome pasó la mirada entre Rin y su nueva amiga, la irradiante fuente del aura que los había llevado allí. La niña parecía ser bastante normal, como cualquier otro niño de la aldea. Sin embargo, había una parte interna de Kagome que podía ver la verdad. No estaba realmente allí.
Inuyasha se puso rígido a su lado.
—Esa es…
La niña miró hacia ellos, su pelo rebelde cayó hacia atrás para revelar un parche de tela atado por encima de su ojo derecho.
—¡Hermana! —saludó animadamente, levantándose rápidamente de las raíces y corriendo por el claro hacia Kagome.
Kagome retrocedió un paso, viendo que el espíritu abría los brazos hacia ella y desaparecía en el momento en que entraron en contacto. Una fuerte ráfaga de viento reemplazó el abrazo, casi obligándola a retroceder otro paso. Kagome dirigió la vista velozmente hacia la de Inuyasha, la comprensión pesó en sus miradas.
—Kaede… —dijo Kagome con una exhalación.
Rin se quedó quieta lentamente mientras veía desaparecer a su amiga bajo la sombra de las ramas del árbol. Jun y Kei se calmaron inmediatamente, sentándose tranquilamente y alertas a su lado. En medio de su confusión, Rin levantó la mirada hacia Kagome e Inuyasha en busca de respuestas.
Respuestas que, evidentemente, no tenían. Kagome suspiró, dirigiendo otra mirada hacia las raíces del Árbol Sagrado.
—Vamos, Rin. —Estiró la mano hacia la niña sin ofrecer más explicaciones. Ella misma todavía estaba sorprendida por la comprensión y no quería alterar a la niña. Levantó la mirada hacia Inuyasha y negó con la cabeza, diciéndole silenciosamente que no dijese nada sobre Kaede. Si su espíritu permanecía alrededor del árbol, era probable que no fuera a ser la última vez que la vieran. Por qué su espíritu permanecía, no sabrían decirlo, pero era un tema que podían solventar otro día. Inuyasha asintió, cruzándose de brazos entre las mangas de su haori mientras Rin le daba la mano a Kagome y la movía entre ellas.
—Eso fue extraño, sin duda. No tenía ni idea de que era un espíritu —comentó Rin, mirando hacia atrás por encima de su hombro para indicarles a los perros que los siguieran—. Pero tenía una voz bonita y esa canción era tan hermosa. —Tras soltar la mano de Kagome, Rin se puso delante de ellos con unos saltitos y le cantó a Kei mientras trotaba tras ella.
Farolillos parpadeantes bajando por el arroyo
Las cosas no son siempre lo que parecen
Farolillos parpadeantes rotos en las costuras
Oíd la advertencia, ahogándose en el arroyo.
—Farolillos… —caviló Kagome, levantando la mirada hacia Inuyasha mientras se le ocurría algo—. Inuyasha, cuando fuiste hoy al mercado…
—Estaba comprando materiales —contestó Inuyasha con los ojos fijos en el camino que tenía delante—, para hacer farolillos.
El estallido de un trueno.
Una fuerza etérea la hizo descender por el borde y, de repente, Kagome estaba cayendo. Las voces gritando tras ella resonaron por el acantilado, vencidas por el rugido de Inuyasha llamándola por su nombre. El acantilado naranja se alzaba por encima de ella mientras caía por el aire hacia la playa que había debajo. El cielo estaba ardiendo de color dorado y rojo sangre, las nubes de un negro como la boca de un lobo. La luna eclipsaba al sol y estalló en llamas y, mientras tanto, ella caía.
Un destello de luz desde lo alto del acantilado resplandeció ante ella mientras una figura saltaba del borde, cayendo más y más rápido hacia ella. Inuyasha, con la Tessaiga estirada para aportarle más peso, había saltado tras ella. Lentamente, cayó más cerca de ella, la luz dorada en sus ojos eclipsándose como la luna al sol. Su pelo se volvió oscuro. Kagome se dio cuenta con pánico de que era humano, ambos eran humanos mientras caían hacia la orilla que había abajo. Inuyasha le rodeó la cintura con un brazo, curvándose a su alrededor y sosteniendo su cuerpo contra el suyo. Le susurró algo al oído, su voz tragada por el eclipse, que captaba todo sonido.
Kagome abrió los ojos de golpe antes de que chocaran contra el suelo. Se lanzó de su esterilla de dormir con un grito atrapado en la garganta. Unas manos firmes la sostuvieron por los hombros. Por puro instinto turbado, luchó contra ellas, peleando por defenderse hasta que se dio cuenta de que Inuyasha se cernía ante ella, con los ojos muy abiertos y las orejas aplastadas contra su cabeza.
—Kagome… ¡eh, eh, Kagome, solo era una pesadilla!
Kagome jadeó para tomar aliento, fijando la mirada en Inuyasha con ojos ensanchados y temerosos.
—El… ¡el eclipse, Inuyasha, el eclipse, saltaste tras de mí! —balbuceó, con un pie todavía en la realidad surrealista de su pesadilla.
—Solo era una pesadilla. Kagome, respira.
Sin aliento y con el corazón todavía acelerado, Kagome asintió, su mente la liberó gradualmente de un ciego pánico mientras empezaba a despertar. Inuyasha tenía el pelo blanco. Eso fue todo lo que necesitó para saber que tenía que calmarse. Kagome se desplomó contra él, enterrando su rostro contra su hombro para encontrar consuelo en su calidez. Tomándose un momento para sobreponerse a su vacilación, Inuyasha la rodeó con los brazos.
—¿Qué diablos fue eso? —dijo con un suspiro.
—Perdón… —musitó, su disculpa ahogada por la tela de su haori.
—No seas tonta, no tienes que disculparte.
Era plena noche. La aldea al otro lado de su puerta estaba tranquila en plena oscuridad, pero el resto del mundo estaba vivo con viento, grillos y la luz de la luna. Habían regresado de su tarde en el bosque hacía horas. Ver el espíritu de Kaede los había alterado a ambos, pero a lo largo de la noche se había vuelto más fácil hacer el pensamiento a un lado, y habían terminado teniendo una noche relativamente normal. Takuya había ido a la cabaña desde su propio hogar vecino y había pasado la primera hora intentando sermonear a Kagome hasta que Inuyasha lo había vuelto loco de nuevo. Había sido agradable y Kagome se había reído tanto, que se había olvidado del todo de cristales siniestros o de apariciones en el bosque.
En retrospectiva, Kagome no tenía ni idea de qué había desencadenado la pesadilla. No era una que hubiera tenido con anterioridad, pero la había sentido tan vívida, que todavía estaba en parte convencida de que había sentido el calor húmedo y el viento corriendo por su lado mientras caía. Todavía le escocía la garganta de sus gritos. Afortunadamente, Rin no se había despertado. La niña dormía como una piedra.
Apartándose del abrazo, Kagome secó sus mejillas manchadas de lágrimas y recuperó la compostura. Inuyasha dejó caer los brazos a su costado, con las orejas todavía aplastadas contra la cabeza.
—¿Quieres… hablar de ello? —preguntó con reticencia.
Kagome se rio entre su todavía presente miedo y negó con la cabeza. Podía ver que estaba esforzándose por ser comprensivo, pero no era algo en lo que fuera muy experto.
—No, estoy bien —contestó, sabiendo que las imágenes de aquella pesadilla permanecerían. Era algo de lo que podría preocuparse más tarde—. Siento haberte despertado.
Inuyasha pareció reacio a dejar pasar el tema, pero con una mirada de súplica, le concedió su espacio. Kagome atrajo las rodillas contra su pecho, peinándose el pelo sobre los hombros y cepillándolo con los dedos solo para tener algo que tocar. Levantándose del suelo, Inuyasha caminó hasta el montón de leña y sacó un tronco pequeño. Kagome le ofreció una sonrisa cuando volvió. No iba a ser capaz de dormir en un rato, no después de aquello. Era un consuelo sin palabras por parte de Inuyasha: se quedaría despierto con ella.
Él nunca tuvo la oportunidad de atizar las brasas del fuego agonizante. Un agudo chasquido reverberó por el aire, seguido rápidamente de mil más que sonaron a la vez. Su fuerza retumbó por el suelo, irradiando desde el este de la aldea. Inuyasha soltó el tronco de nuevo sobre el montón y caminó hacia la puerta, retirando la esterilla para mirar hacia la vacía noche.
—¿Truenos? —dijo con el ceño fruncido.
Kagome negó lentamente con la cabeza, aquel mismo sonido todavía resonaba en su cabeza de la pesadilla.
—Disparos.
