Dos: Danielle Malfoy, Ryo Mao y Amy Macmillan.

Una mansión amplísima, elegante y con todas las comodidades es el último lugar donde la mayoría de las personas no creerían encontrar a alguien infeliz. Pero en esa mansión en particular, ubicada en un enorme terreno en el condado de Wiltshire, era una de esas raras excepciones en las que el dinero no hace la felicidad. Una niña de unos once años, de brillante cabello rubio y ojos de un azul tan opaco que parecía gris, estaba sola esa mañana de junio. No esperaba que ese día estuviera acompañada, pues desde que se acordaba, siempre deambulada sola en aquella enorme casa por las mañanas, pero esperaba que ese día en particular fuera diferente. Se suponía que los niños y niñas esperan con ansias el único día del año en el que son el centro de atención de sus familiares aunque fuera por unas horas, pero para Danielle Malfoy iba a ser otro cumpleaños solitario. Estaba desayunando cuando apareció en el comedor su hermano mayor, Patrick, de dieciséis años, con su cabello rubio enmarañado y despeinado. Era obvio que acababa de levantarse.

–¿Dónde están papá y mamá? –preguntó Patrick, sentándose a la mesa y tomando una campanilla de plata con el asa en forma de serpiente. La hizo sonar y una criaturita flaca, como de un metro de alto, con orejas puntiagudas y que vestía únicamente una especie de funda para almohada muy sucia, apareció con un chasquido a su derecha: era un elfo doméstico.

–En el Ministerio¿dónde más? –contestó Danielle, comiendo sin ánimo sus huevos revueltos.

–¿En qué puede servirle Corney al joven amo? –inquirió la criatura con voz extremadamente aguda, mirando atentamente a Patrick.

–Quiero mi desayuno –ordenó el chico con frialdad –¿Para qué otra cosa te llamaría?

–Enseguida, señor –respondió la criatura con timidez y desapareció con un chasquido.

Danielle frunció el entrecejo. No soportaba que su familia tratara de esa forma a Corney, pero ella no podía hacer nada. Al menos sin enfrentarse a la cólera de su padre. A veces no podía creer que ella fuera una miembro de esa familia¿pero qué se le iba a hacer?

–¿Y ahora tú qué traes? –quiso saber Patrick, clavando su tenedor en las salchichas fritas que Corney acababa de poner en la mesa, frente a él –Tienes una cara...

–No creo que te importe –contestó Danielle con la misma frialdad con la que su hermano le había hablado a Corney –Nunca te interesa lo que a mí me pase.

–Como quieras –espetó Patrick y de inmediato concentró su atención en su desayuno.

Danielle no esperó a terminar su desayuno para hacerle muecas a su hermano cuando éste no la miraba. No entendía cómo alguien como su hermano había podido llegar hasta el séptimo año en Hogwarts si cada día que pasaba, a la niña le parecía que se hacía más tonto. Pero en fin, dejó esos pensamientos a un lado. No quería amargarse el día de su cumpleaños.

–¿Desea la señorita alguna otra cosa? –preguntó Corney diez minutos después, cuando el latoso de Patrick dijo que se iba a visitar a algunos de sus amigos.

–No, gracias, Corney. Me voy a mi habitación.

Se estaba poniendo de pie, pero Corney le bloqueó el paso.

–Disculpe la joven ama –empezó el elfo –pero tengo algo para usted.

–¿Para mí? –se sorprendió Danielle.

El pequeño ser rebuscó en su vestimenta y sacó un sobre blanco con sellos postales de Londres. Corney se lo extendió al tiempo que decía.

–La señorita le pidió a Corney que le escondiera cualquier carta que le llegara –murmuró, mirando en todas direcciones para ver si nadie los espiaba –Y así lo hizo Corney, señorita.

–Gracias, Corney –le sonrió Danielle –En serio. Es el mejor regalo de cumpleaños que he recibido en mucho tiempo.

–No tiene que agradecerle nada a Corney, ama. La joven Danielle es la única que se porta bien con el pobre Corney.

Danielle asintió y al segundo siguiente se llevó un dedo a los labios, indicándole silencio. Creyó haber escuchar leves golpes en la ventana de su habitación, dos pisos más arriba. Como la casa estaba desierta y la puerta de la recámara se había quedado abierta, no era difícil escuchar el sonido. Los golpeteos eran débiles, pero con cierto ritmo, por lo que los reconoció de inmediato. Se guardó la carta en el bolsillo de la falda verde que llevaba puesta y miró a Corney fijamente.

–Escucha, Corney, voy a salir y tienes que hacer lo que te voy a decir: si mi hermano o mis padres llegan antes que yo y preguntan dónde estoy, diles que fui a dar una vuelta por las ruinas, que no tardo.

–Como diga la señorita –dijo Corney, agitando la cabeza de arriba abajo y luego desapareció.

Danielle corrió escaleras arriba, entró a su habitación y de inmediato fue hacia la ventana, abriéndola. Casi tira de la enredadera que subía por la pared a un chico más o menos de su edad de piel tostada, ojos rasgados y oscuros y cabello negro y lacio, corto y bien peinado. El chico tuvo que aferrarse fuertemente al borde de la ventana para no caerse.

–¡Ten más cuidado! –le pidió el niño, haciéndole una mueca de enfado –Casi me caigo.

Danielle no pudo contener una sonrisa.

–Tú tienes la culpa por treparte así –le hizo notar ella –A propósito¿qué haces aquí, Ryo? Te hacía todavía en China.

El niño entró a la habitación por la ventana abierta y se sentó en lo primero que encontró: un baúl donde Danielle solía guardar sus muñecas.

–Mamá dijo que era hora de volver –explicó él –Y ya te he contado cómo es papá, siempre le hace caso. Así que aquí estamos, de paso por la casa de los abuelos Chang antes de regresar a Londres. Por cierto, te traje algo.

–¿A mí?

–Sí, claro. ¿Qué creías, que se me iba a olvidar tu cumpleaños?

A continuación, Ryo sacó algo de una pequeña mochila que cargaba en la espalda: era un pequeño paquete envuelto con papel que tenía dibujados muchos dragones chinos.

–Aprovechando que estuve en China, te compre tu regalo allá –comentó –Espero que te guste. Le pedí un poco de ayuda a mamá, con eso de que eres niña...

Danielle desenvolvió el paquete y se quedó fascinada con lo que había en el interior. Era una figurilla, de un material parecido a la porcelana y que casi ya no se hacían, que representaba a una niña rubia con la vestimenta tradicional china. Notó que la niña se parecía mucho a ella y miró a Ryo con extrañeza.

–Me pareció un golpe de suerte que hubiera una así en la tienda –le dijo –Por eso la compré. ¿Qué, te gustó?

Danielle le sonrió y asintió con entusiasmo. Se dirigió a su tocador, abrió un cajón con una llavecita de cobre que siempre traía colgada al cuello y guardó la figurilla adentro. Luego se volvió hacia su amigo con una mirada triste.

–Gracias por el regalo, pero si mis padres o Pat la llegan a ver... –dejó la frase inconclusa, pero Ryo no necesitó que la completara, porque sabía de qué hablaba.

–Bueno –dijo el niño –te espero abajo, supongo. Acabo de enterarme de que Amy regresó de Marruecos y le mandé una lechuza para que nos viéramos donde siempre. ¿Está bien?

–Muy bien –respondió Danielle –Además les tengo una sorpresa: me llegó carta de Londres.

Y en cuanto Ryo empezó a bajar por donde había subido con una enorme sonrisa en el rostro, Danielle buscó un buen sombrero y unos zapatos resistentes para salir a pasear.


En todo el condado de Wiltshire hay restos arqueológicos. También hay uno que otro prado, aunque al paso de los años se iban haciendo más escasos. En uno de los pocos prados que permanecían intactos, había una pequeña cueva en una roca lo suficientemente amplia para que cupiera un grupo reducido de personas. Allí era donde una niña de once años, cabello castaño claro y peinado en dos largas trenzas y ojos azules esperaba con infinita paciencia, mientras bordaba los últimos puntos del dibujo de un pañuelo. La verdad es que el pañuelo debía haber estado terminado en día anterior, pero la niña no había tenido ni un momento para concluirlo por las inesperadas visitas que había tenido que realizar cuando estuvo de vacaciones. Ahora, ni siquiera podría envolverlo.

–¡Llegamos, Amy! –anunció la voz de Ryo, que entraba a la cueva seguido por Danielle muy de cerca –¿Nos esperaste mucho?

–No–dijo Amy con tranquilidad, haciendo que su aguja y el hilo verde que usaba volaran por el pañuelo –Además, no sería su culpa, Ryo. En cuanto recibí la lechuza, me les escapé a los latosos de Ernest y Harold para que no le fueran con el chisme a papá. Les dije que me iba a dar una vuelta y como vieron que me traje algo de costura –alzó el pañuelo en el que trabajaba –pues me creyeron y me dejaron en paz.

–¡Qué bonito! –admiró Danielle, contemplando el dibujo que Amy bordaba. Era un prado muy parecido al que estaba en el exterior de la cueva, con algunas flores multicolores por todas partes y en el centro, una tierna oveja –¡Ojalá yo supiera hacer cosas así!

–Que bueno que te gusta –comentó Amy, dando los últimos toques a su trabajo y doblando el pañuelo para tendérselo a Danielle –Porque es tu regalo. Feliz cumpleaños, Danielle.

La rubia sonrió agradecida y tomó el pañuelo. Se lo guardó en el bolsillo y sacó del mismo el sobre que le había dado Corney.

–Le decía a Ryo que me llegó carta de Londres. Seguro es de HHP, nunca se olvida de mí.

–¿Algún día sabremos su nombre? –quiso saber Ryo, entre molesto y divertido.

–Cuando ella misma lo sepa, sí –contestó Danielle sin inmutarse –Me lo prometió.

La niña abrió la carta, sacó las hojas blancas llenas de dibujos de varios colores y después de aclararse la garganta y tomar aliento, comenzó a leer.

Querida Danielle:

Espero que estés bien y que disfrutes de unas buenas vacaciones. Aquí en el orfanato las cosas están como de costumbre, pero ayer pasó algo muy gracioso con Sunny¿te acuerdas quién es? Es la niña que me puso ese apodo tan ridículo sólo porque no sé mi nombre. En fin, te cuento que estaba sentada en el patio, leyendo la última carta que me enviaste, cuando se me paró enfrente y me quitó la fotografía de ti y tus amigos que me regalaste para que los conociera. ¿Puedes creerlo? Parece que sólo vive para molestarme. La perseguí enseguida y le dije que no se metiera con mis cosas, pero ella sólo siguió corriendo. Tan distraída estaba que no se había fijado que Val estaba limpiando el piso del pasillo y ¡zaz! Se resbaló. ¡Se mojó toda la espalda! Por suerte la foto que me enviaste salió ilesa y la recuperé de inmediato después del resbalón de Sunny. Y para rematar, Val se enteró de lo que había pasado y se llevó a Sunny castigada con el director. ¡Tuvo que quedarse el fin de semana siguiente en el orfanato, mientras los demás nos íbamos de paseo al Big Ben! No es que me alegre porque tuvo que quedarse, pero lo que sí me alegró es que fuera castigada por lo que hizo mal. Bueno, no tengo gran cosa qué contarte, así que sólo me queda desearte un feliz cumpleaños y agradecerte la fotografía y la tarjeta que me mandaste. ¿No es curioso que nuestros cumpleaños sea el mismo día? Cuídate y nos leemos pronto.

Tu amiga: HHP.

P.D. Yo también te envío una tarjeta y una fotografía. La tarjeta la hice yo misma, así que espero que te guste.

Danielle revisó el sobre y comprobó que efectivamente, había un par de cosas más adentro. Primero sacó una tarjeta de cartón, con el dibujo externo de un oso de peluche sosteniendo varios globos y al abrirla, encontró la letra de la remitente formando al frase Feliz cumpleaños. El segundo objeto que sacó fue una fotografía a colores, que mostraba a una niña delgada de cabello negro, ojos castaños y lentes junto a una niña pecosa de cabello rubio rojizo muy alta y de ojos claros y brumosos. El fondo de la fotografía era fácil de distinguir: era el río Támesis, cruzado por el puente de Londres. Al reverso, había una nota que decía: Mi amiga Rose y yo, junto al Támesis. Para que nos conozcas. HHP.

–Lindo detalle de su parte –comentó Amy, sonriendo.

–Estoy de acuerdo –agregó Ryo –Qué lástima que no sepamos si es bruja, porque así sabríamos si la veremos el primero de septiembre. Y a su amiga también –añadió, señalando con el índice a la pelirroja –Se ve simpática.

–Quizá lo sepamos el primero de septiembre –aventuró Amy.

–Sí, quizá –estuvo de acuerdo Danielle –Todo es posible en el mundo mágico¿no?

Amy y Ryo asintieron y junto con Danielle, contemplaron la fotografía muggle un rato. Sí, ellos creían que cualquier cosa podía pasar si se pertenecía a la comunidad mágica. Después de todo, conocían la leyenda del famoso mago que derrotó a Voldemort, Harry Potter, que había desaparecido poco después de que realizó tan increíble hazaña. Él hizo lo que muchos habían considerado imposible por años, así que el que un par de chiquillas resultaran ser brujas, aunque no fueran hijas de magos, era pan comido.


–Amy Elizabeth Macmillan¿dónde estabas?

Cuando Amy regresó a su casa, al estar oscureciendo, encontró a toda su familia reunida en la sala, junto con los padres de su amigo Ryo. Quien acababa de hablarle era su padre, un hombre corpulento de cabello castaño y mirada oscura. La miraba con severidad y tenía un gesto frío en el rostro.

–Fui a dar una vuelta –contestó con timidez –Les dije a Ernest y a Harold. Les avisé.

–Pero no dijiste que te tardarías tanto –regañó su padre –¿Has visto a Ryo por allí?

–Sí, nos encontramos en el prado del sur. Me acompañó hasta aquí y ahora debe ir camino a su casa.

–Ahí lo tienes, Cho –le dijo la madre de Amy, mujer rubia y de ojos azules, a una mujer de piel tostada, ojos negros y largo y lacio cabello negro –Sabía que Ryo estaría con Amy.

–Gracias por todo –dijo un hombre al lado de la mujer de cabello negro, de piel tostada y cabello castaño –Y disculpen las molestias.

–No hay problema.

Los padres de Ryo se fueron y en cuanto se cerró la puerta tras ellos, dos muchachos rubios, uno más alto y delgado que el otro, empezaron a cuchichear y a sonreír con picardía a espaldas de los adultos.

–Chicos –dijo el señor Macmillan –Vayan a su habitación.

–¡Pero papá...! –reclamó el más alto, con gesto de molestia.

–Ya escucharon, los dos –dijo la señora Macmillan entonces.

Ambos jóvenes subieron la escalera, refunfuñando y prometiendo un montón de venganzas. Los dos adultos quedaron a solas con Amy.

–Di la verdad, Amy –pidió su padre –¿Con quién estabas? Seguramente te viste otra vez con esa niña Malfoy¿verdad?

–¿Y qué si lo hice? –retó Amy –Danielle no tiene nada de malo.

–Pero es Malfoy y con eso basta –sentenció su padre –Ahora escúchame bien: no quiero que vuelvas a desaparecerte así o si no, te enviaremos a un internado muggle en Londres. Y sabes que soy capaz de hacerlo. Y en cuanto a Malfoy, no quiero que vuelvas a verla¿entendido? No se puede confiar en ninguno de esa familia.

–Eso dices tú –masculló Amy –Pero ya veremos cuando esté en Hogwarts y no puedas vigilarme. Ahí sí podré hablarle a Danielle siempre que quiera.

–¡No me contradigas, Amy! –le gritó su padre.

–¡Pues no me mandes cosas absurdas! –gritó Amy a su vez y se fue corriendo por la escalera. Un segundo después, se escuchó la puerta de su habitación azotándose.

–¿Qué vamos a hacer con esa niña? –musitó el hombre, sentándose en un sofá.

–Ella tiene razón en algo, Ernie –le dijo su esposa, sentándose a su lado –Cuando vaya a Hogwarts, no vas a poder prohibirle que tenga los amigos que quiera. Y como es seguro que esa chiquilla también irá...

–Lo sé, Hannah, pero no me gusta nada que Amy sea amiga de esa niña. Ya conoces a Malfoy, es un pedante que puede poner la mejor cara con los que le interesan para conseguir lo que quiere. Y no quiero que él o alguno de su familia le hagan daño a mis hijos.

–Yo tampoco quiero, pero no vas a lograr nada hablándole así a Amy.


–Te lo digo por última vez, Ryo: no me gusta que mientas. Amy dice que se encontraron¿pero quién me garantiza que no te encontraste también con esa niña, Malfoy?

Ryo estaba siendo regañado de igual o peor forma que Amy. La casa de sus abuelos maternos, una sencilla construcción de campo, se llenó en segundos de reclamos de la madre del chico en cuanto éste acudió a su llamado. Lo malo, al menos en este caso, es que Ryo no era tan paciente como Amy y él sí le contestó enérgicamente a su madre.

–¡Tú y tus exageraciones, mamá! –soltó, con fastidio –¿Qué importa que el padre de Danielle sea un idiota malvado? Ella no lo es. Y no me importa lo que digas, me agrada Danielle y cuando vaya a Hogwarts, va a seguir siendo mi amiga¿cómo ves?

–¡No me hables en ese tono, Ryo Mao! –exclamó su madre, llamándolo por su nombre completo –La mala sangre se hereda, es lo que tu padre y yo te hemos dicho siempre¿porqué simplemente no nos haces caso?

–Porque no siempre tiene que ser así –le hizo ver Ryo –Así de simple. Ahora, si ya acabaste, me voy a mi habitación¿puedo, o también para eso tengo que pedirte permiso?

Acto seguido, el niño abandonó la sala y se fue por un pasillo hacia las escaleras, las cuales subió con paso potente que retumbó en toda la casa. Pasó por una puerta entreabierta antes de llegar a su habitación y escuchó una voz que lo llamaba.

–Otra vez viste a tu amiga¿verdad, Ryo?

El niño se asomó por la puerta entreabierta y se encontró con una joven de cabello negro que le llegaba hasta la cintura y ojos negros y brillantes. Usaba unos anteojos ovalados, los cuales se quitó en ese momento para observar bien al chico.

–¿A ti qué te importa, Sun Mei? –espetó Ryo, frunciendo el entrecejo.

La joven dejó los anteojos y un libro en la cama y abrió la puerta de la habitación por completo, invitándolo a pasar. El niño obedeció.

–Me importa porque eres mi hermanito –dijo la joven, luego de cerrar la puerta –Y porque eres el único que sabe algunos de mis secretos. Vamos, Ryo, cuéntame¿ Danielle te dijo algo interesante? Espero que nada del estúpido de su hermano. El tipo me tiene harta.

Ryo sonrió y recordó porqué le agradaba hablar con su hermana. Sun Mei era muy tolerante con los demás, le gustaba escuchar los puntos de vista de la gente antes de ponerse del lado de alguien. Se acordó que era muy lista y el orgullo de su madre, pues había quedado en la casa Ravenclaw de Hogwarts como ella y la habían nombrado prefecta hacía dos años. En septiembre empezaría el séptimo curso y ya estaba ansiosa por terminar el colegio para poder realizar su sueño, sueño que sólo Ryo conocía: viajar por el mundo, buscando paisajes para pintar. Sun Mei Mao no tenía grandes ambiciones, pero sí un don extraordinario para el dibujo y la pintura y un gran corazón que siempre compartía con su querido hermano. Ella era la única que realmente entendía a Ryo y él se ponía triste pensando qué sería de él cuando su hermana fuera mayor de edad y se fuera de la casa.

–No me contó nada de Patrick –aclaró Ryo, sonriendo. Recordó de pronto todo lo que su hermana le contaba acerca de lo que el hermano mayor de Danielle hacía en el colegio y todas las veces que ella le había bajado puntos –Pero sí de su amiga por correspondencia de Londres. Le mandó una tarjeta de felicitación y una fotografía muggle para que la conociéramos a ella y a su amiga Rose. ¿Sabes qué? Esa niña se parece a uno de los tipos de esa fotografía que mamá tiene en el estudio, colgada junto a la puerta¿te acuerdas cuál te digo?

Sun Mei asintió. Sabía de sobra de qué fotografía hablaba, pues el retrato era de una organización secreta de la que su madre fue miembro y de la que casi nunca hablaba.

–A mí me gustaría que nos llegaran las cartas de Hogwarts cuanto antes –siguió Ryo –Quiero salir de la casa un rato, para variar. Así podría ver a Danielle sin tantos problemas¿verdad que sí, Sun Mei¿En qué piensas, eh?

–En que va a ser mi último año allí –dijo la chica pensativamente –Y que lo único que no hice igual que mamá fue jugar quidditch. Pero tú lo harás¿no, Ryo? Tú si eres bueno volando.

El niño asintió con firmeza.

–Bueno, ahora a cenar. La verdad es que tengo hambre, estuve leyendo toda la tarde y antes de eso, le escribí una carta muy larga a John –las mejillas se le pusieron un poco rojas.

–Vaya, Sun Mei. ¿En serio John es tu tipo¿Ya son novios o qué?

–Eso te lo diré luego, cuando estemos en Hogwarts. Lo prometo.

–De acuerdo.

Luego de terminar su conversación, ambos hermanos salieron de la habitación y bajaron charlando animadamente al comedor.