Tres: La familia de Rose.

Val, junto con Rose y HHP, llegaron pronto a su destino: una casa de varios pisos y alcobas ubicada en el campo, un poco apartada del pueblo de Ottery Saint Catchpole. HHP sabía que aquella casa había sido alguna vez de los abuelos paternos de Rose, pero ahora les pertenecía a sus tíos. Casi no la usaban, pues estaba algo vieja y deteriorada por falta de uso, pero la niña sabía que era perfecta para cuando se reunía toda la familia paterna de su amiga. De hecho, si la vista no le fallaba, todos los tíos y primos de Rose estaban allí, arreglando el jardín.

–Todos vinieron a ayudar –le explicó Rose en voz baja –Sobre todo porque es domingo. Les cae bien un poco de distracciones, con eso de que casi todos trabajan de lunes a sábado...

–¡Buenas tardes a todos! –saludó Val en voz muy alta, sorprendiendo a muchos de los que iban y venían de la casa al jardín –Ya llegamos.

–Bienvenidas –dijo la única tía paterna de Rose, una mujer de largo cabello rojo encendido y ojos castaños de mirada amable y algo traviesa –¿Qué tal el viaje, Valery?

–Sin retrasos –respondió Val sonriente, viendo a las niñas –A menos que sea uno la plática tan larga que tuvieron estas dos antes de salir de Londres, señora Longbottom.

–¡Ginny! –llamó un hombre alto y delgado, también pelirrojo, desde la mesa larga colocada en el jardín. A su derecha estaba un hombre que era idéntico a él en todo –Deja la plática y ayúdanos. George y yo no somos elfos domésticos para estar trabajando todo el día.

El hombre que parecía el doble de quien hablaba soltó una carcajada.

–Yo les ayudo –dijo entonces un hombre de cabello oscuro y cara redonda, que acababa de salir de la casa –No hay problema.

–Gracias, cuñado –agradeció el pelirrojo.

–Ginny –dijo en ese momento otro pelirrojo, pero éste con el cabello lo suficientemente largo como para llevarlo en una cola de caballo en la nuca. Traía un orificio en el lóbulo derecho, señal de que tiempo atrás solía usar allí un arete –Fleur quiere saber si ya es hora de retirar la sopa del fuego. Belle dice que sí, pero Frank dice que no, así que...

–Voy, Bill –le respondió la pelirroja –Bueno, Valery, me temo que vas a tener que trabajar un poco para ayudarnos con todo esto. Y ustedes –miró a Rose y a HHP con una sonrisa –Mejor vayan adentro y siéntense un rato. Pueden platicar con Nerie y...

–¡Mamá! –exclamó con furia un joven que salía a grandes zancadas de la casa, en dirección a la señora Longbottom. Tenía el cabello corto y rojo oscuro y los ojos castaños –¡Nerie destrozó el jarrón que Penny me regaló¿Podrías repararlo, por favor?

–Claro, Dean –le dijo la mujer, sonriéndole de forma tranquilizadora –Mira, ya llegaron Rose y HHP¿porqué no saludas?

–Perdón, niñas –se disculpó el muchacho, que tendría unos catorce o quince años –Andaba distraído¿cómo están?

–Bien –contestaron ambas a la vez.

–Las acompaño a la casa –dijo Dean –A ver si ustedes pueden mantener ocupada a Nerie un rato. Me dejaron una tarea de Transformaciones muy larga para entregar en cuanto vuelva al colegio y ni siquiera he podido empezarla.

Llegaron hasta la puerta de la casa, donde un letrero decía La Madriguera. En la sala, hasta donde las llevó Dean, también había muchas personas. Algunas de ellas también eran pelirrojas, lo que indicaba que eran parientes de Rose. Unas cuantas, que charlaban en voz baja y en pequeños grupos, poseían otro color de cabello, lo que no quería decir que no fueran de la familia de Rose.

–Tía –llamó Dean, dirigiéndose a una mujer negra, alta y guapa, con el cabello y los ojos negros, quienestaba conversando con otra mujer, ésta de piel morena y cabello y ojos castaños –¿Has visto a mi hermana? Llegaron Rose y HHP y quieren saludarla.

–Yo no la he visto –respondió la mujer –¿Y tú, Alicia? –le preguntó a la mujer castaña con la que conversaba –¿Has visto a Nerie?

–Creo que está en la cocina, con mis muchachos –respondió la mujer llamada Alicia –¿Porqué no la buscas allá? Y de paso, me dices si tus primos se están portando bien.

–Sí, tía –contestó Dean, retirándose.

–Hola, tía Alicia –saludó Rose, agitando una mano –Hola, tía Angelina.

Ambas mujeres le sonrieron y por turnos, le dieron un beso en la frente.

–Hola, Rose. Qué bueno que llegaron.

–Espero que se la pasen bien.

–¡Rose, HHP, vengan! –las llamó Dean –¡Encontré a Nerie!

Laso dos niñas se despidieron con un gesto de cabeza y siguieron a Dean a la cocina, que era pequeña si se consideraba que también había mucha gente en ella. Frente a la estufa, había un trío de personas pendiente de los guisos: una era una mujer con el cabello de un brillante tono rubio plateado que le cubría gran parte de la espalda y las otras dos eran un chico y una chica mayores, ambos pelirrojos pero con los mismos ojos azules que los de la mujer rubia, en un tono muy vivo. Evidentemente eran hermanos y la rubia, su madre. Discutían en voz baja sobre lo que debían hacer con una olla llena de sopa burbujeante, ante la mirada y las risas bajas de cinco personas sentadas ante una mesa de madera desgastada por el tiempo y por las veces que había sido restregada.

–Hola a todos –saludó Dean, llamando la atención de los presentes en la estancia –Llegaron Rose y la festejada.

Todos dejaron lo que estaban haciendo y se volvieron para mirar a HHP y a Rose. La primera en acercarse a saludarlas fue la mujer rubia, con una enorme sonrisa que le permitió a HHP notar que tenía unos dientes perfectos, muy blancos y rectos.

–Hola, niñas –dijo, con un ligero acento extranjero –Belle, Frank, vengan a saludar.

El chico y la chica que habían estado junto a la mujer rubia se acercaron y saludaron, mostrando al sonreír la misma dentadura perfecta que su madre. El chico debía tener unos diecinueve o veinte años y la chica, apenas diecisiete o dieciocho. Según le había contado Rose, HHP sabía que ésos eran de los primos mayores de su amiga y ya habían terminado el colegio. Frank trabajaba en el Ministerio de Magia francés, en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional. En cuanto a la chica, Belle, había terminado su instrucción escolar hacía dos años y había obtenido un puesto en Gringotts, el banco de los magos, porque era donde trabajaban sus padres y además, porque era muy activa y le encantaba viajar.

–¿Y ustedes qué esperan? –les dijo la rubia a los que estaban sentados –Saluden, vamos. Al menos eso es más provechoso que andarse riendo de quién sabe que cosa.

Mientras la rubia, Belle y Frank volvían a la estufa, los cinco que estaban sentados se pudieron de pie y empezaron a saludar con entusiasmo.

–¡Rose, primita! –empezó una chica de unos diecisiete años, notoriamente más joven que Belle, de piel muy oscura y brillante cabello rojo recogido en un montón de diminutas trenzas. Sus ojos negros eran amistosos –Ya era hora de que tú y la cumpleañera aparecieran.

–Sí, empezaban a preocuparnos –agregó un chico muy parecido a la pelirroja morena, sólo que su cabello rojo era muy corto y peinado en picos –¿Los transportes muggles fallaron?

–No, Ángel –contestó Rose –Sabes que con Val no nos puede pasar nada porque sabe muy bien cómo funcionan todos esos transportes. Y Frida, no exageres. Ni que hubiéramos tardado tanto¿o sí? –preguntó al final, al ver las caras de los que las rodeaban.

–No les creas mucho a estos dos –le advirtió a HHP una chica morena de ojos castaños, también pelirroja, cuyo cabello peinado en una cola de caballo le llegaba a media espalda –Sólo están bromeando.

–No hay problema, Gina –le dijo HHP a la chica –De todas formas, Rose me dijo que no hay que creerles mucho a Frida y a Ángel.

–¿Y qué tal te ha ido, HHP? –le preguntó un muchacho casi igual a Gina, con cabello rojo y corto, aunque no peinado en picos como el de Ángel.

–Bien, John, gracias.

–¡Vamos a jugar, Rose! –pidió la más pequeña de los cinco, una niñita de cabello rojo oscuro y grandes ojos castaños. Daba saltitos de alegría –Hace mucho que HHP no viene de visita.

–Claro que sí, Nerie –aceptó HHP de inmediato, dedicándole una sonrisa a la niña –Yo también tengo ganas de jugar¿qué tienen en mente?

Antes de que alguien diera una sugerencia, una lechuza marrón con unas cuantas plumas blancas en el pecho entró por una ventana y revoloteó un poco, antes de posarse en el hombro de John. Movió la cabeza, para que viera que en el pico llevaba un sobre con un sello azul.

–¡Es Ming! –exclamó Gina, acercándose a John –¿Verdad, hermanito? –miró al chico con una sonrisa un tanto maliciosa –¡Es la lechuza de Sun Mei!

–Sí, es Ming –contestó John sin inmutarse, quitándole la carta del pico a la lechuza –Creí que Sun Mei estaría en China todavía. Voy a leerla, ahora vuelvo. Ming –le dijo a la lechuza, que aún estaba en su hombro –Espera en la lechucería, por favor. Tienes que llevar la respuesta.

Acto seguido, John salió disparado hacia la sala y de allí, a las escaleras que lo llevaban a los dormitorios. Los que se quedaron en la cocina (a excepción de Belle, Frank y su madre) se miraron con extrañeza y luego dirigieron sus ojos a Gina.

–¿Quién es Sun Mei? –inquirió Rose, con una mueca de confusión.

–La chica con la que sale John –indicó Frida, con una risita–O al menos eso sabemos.

–Es de Ravenclaw –complementó Ángel –Y es prefecta.

–El uno para el otro –agregó Gina.

Y luego ella, Frida y Ángel se echaron a reír. Nerie se les quedó viendo como si estuvieran locos mientras que Rose y HHP se encogían de hombros.

–¡Llegaron Penélope y Penny! –anunció una voz en la sala.

Rose arrastró a HHP a la sala nuevamente, muy contenta. Detrás de ellas, iban los demás que estaban en la cocina, susurrando con emoción. Incluso Frank, Belle y su madre dejaron momentáneamente lo que hacían y las siguieron.

–Hace mucho que no veo a tía Penélope –le contó Rose a HHP –Con eso de que vive en España y casi nunca viene de visita... Y Penny es muy simpática, quiero que la conozcas.

En la sala, estaban recibiendo a una mujer madura, de largo cabello castaño claro y rizado, y a una joven de la edad de Belle, de ojos verdes y pelirroja, de cabello rizado también. Rose se adelantó, todavía tomada de la mano de HHP, y se acercó a la mujer de cabello rizado.

–¡Tía Penélope! –exclamó, lanzándose a sus brazos –¡Me da mucho gusto verte!

–¡Rose, querida! –dijo la mujer, abrazándola –A mí también me da gusto verte.

–¡Penny! –siguió Rose, apartándose de su tía y lanzándose ahora hacia la joven de ojos verdes –¡Viniste!

–Claro que vine –aseguró la joven, con voz pausada aunque levemente severa –No me perdería esta fiesta por nada. Que ya no tenga que vivir en Gran Bretaña no quiere decir que no me gusta ver a la familia.

Y es que Penny, desde que había concluido sus estudios en Hogwarts un año después que Belle, había regresado a España a vivir con su madre, habiendo conseguido empleo en el Ministerio de Magia español, en el mismo departamento que su primo Frank.

–Bueno¿y a nosotros no nos van a saludar? –dijo la voz grave de un hombre de cara ancha y aspecto bonachón, corpulento y pelirrojo que recién iba entrando. De su brazo iba una mujer delgada de piel clara, cabello castaño y ojos de un vivo color verde. Tras ellos, entraban dos jóvenes: una chica pelirroja de ojos oscuro que se veía de la edad de Frank y un chico igualmente pelirrojo de brillantes ojos verdes, un poco mayor que Dean –Después de un viaje tan largo, creo que nos merecemos un abrazo.

Rose corrió a su encuentro, olvidando por completo que arrastraba a HHP con ella.

–¡Tío Charlie! –gritó Rose con alegría –¡Tía Sophie! –dijo a continuación, abrazando a la mujer de ojos verdes –¡Sam, Allie! –soltó casi enseguida a la mujer y se dirigió al chico y a la chica –¡Hace mucho que no venían!

–Yo tengo mucho trabajo –dijo la joven pelirroja de ojos oscuros –Y papá y mamá también. Nos dimos una escapada aquí antes de ir de vacaciones a Rumania, con los abuelos.

–¿Te da gusto vernos? –comentó el chico ojiverde, sonriendo –Porque a nosotros sí. Considerando que yo no estudio en Hogwarts...

Era cierto, Sam no estudiaba en Hogwarts, como sus otros primos. Viviendo con su familia en Rumania, sus padres decidieron enviarlos a él y a su hermana a Durmstrang, un colegio de magia en Europa continental. No era como Hogwarts, pero a Sam y a Allie les gustaba mucho.

–Claro que le da gusto, Sam –dijo la pelirroja, sonriendo –¿Verdad que sí, Rose?

Rose asintió con muchos ánimos. Hasta entonces, HHP se atrevió a hablar.

–Buenas tardes –saludó tímidamente.

Todos en la habitación la observaron, lo que de pronto hizo que la niña se sintiera incómoda. Nunca le había gustado ser el centro de atención.

–La feliz festejada –dijo el hombre pelirrojo que tenía un doble –Por poco y la olvidamos.

–No me digas... –soltó su doble, a modo de broma.

–No, en serio, George. Como hace mucho que no estamos todos reunimos...

–¡Fred! –exclamó la mujer a la que Rose había llamado tía Angelina.

Era demasiado tarde. Se había hecho un silencio profundo y triste en la casa, pues estaban recordando que faltaba el padre de Penny, muerto años atrás, y los padres de Rose, ausentes desde hacía tiempo y de los que no se sabía gran cosa.

–Bueno, no pongan esas caras largas –indicó la señora Longbottom –Se supone que éste es un día de fiesta. ¿O qué, esta familia ha perdido el sentido del humor?

Todos los adultos pelirrojos le sonrieron a la señora Longbottom. Su hermana sí que sabía cómo levantarles el ánimo.

–¡Señora Longbottom! –llamó Val, entrando a la casa por la puerta trasera, aunque tuvo que agacharse para evitar golpearse con el marco de la puerta –¡Están llegando los invitados!

–Muy bien, todo el mundo –la señora Longbottom alzó la voz –Vamos a darle a HHP el mejor cumpleaños que ha tenido hasta la fecha¿de acuerdo?

–¡A la orden, hermanita! –dijeron los gemelos pelirrojos, haciendo reír a todos.

Todos los que estaban en la casa empezaron a ir a distintos lugares, para empezar la celebración. Entonces, John bajó las escaleras y después de saludar a los recién llegados, fue abordado por Gina, Frida y Ángel.

–¿Qué te dice Sun Mei? –preguntó Gina.

–Acaba de regresar de China –respondió John –Ahora está en la casa de sus abuelos maternos, en Wiltshire. Dice que está de acuerdo con no interferir en nuestro proyecto, siempre y cuando le consigamos lo que nos pidió la última vez. Pero chicos¿podremos?

–Todo sea por ayudarte –dijo Ángel, entre bromista y serio –Además, no creo que nos cueste mucho trabajo. Cuando vayamos al callejón Diagon, podemos darnos una escapada y ya está¿verdad, chicas?

Tanto Frida como Gina estuvieron de acuerdo, guiñando un ojo para demostrarlo.

–¿Qué están tramando? –quiso saber Dean, sobresaltándolos. Había aparecido tras ellos y quién sabe cuánto tiempo había estado ahí –Los conozco, primitos. Algo se traen.

–¿Quieres unirte? –le preguntó Frida, sonriendo maliciosamente. Estaba casi segura de que su primo se negaría.

–¿Vamos a molestar a alguien o a ayudarle? –preguntó Dean a su vez.

–Un poco de esto, un poco de aquello... –respondió Ángel, sonriendo igual que Frida.

Dean se quedó pensativo un momento, cosa que sorprendió a los otros cuatro. Normalmente Dean, cuando se enteraba de alguna de sus diabluras, rechazaba cooperar con ellos y ya. Pero por su expresión, parecía que de verdad estaba considerando la propuesta.

–Mientras no lastimemos a alguien... –murmuró Dean, después de unos segundos –Muy bien, acepto. ¿En qué les puedo ayudar?

–¿Qué mosca te picó, Dean? –se extrañó John.

–Ninguna en especial, pero es que... tengo que pedirles un favor y...

–Lo sabía –soltó Gina.

–Lo que pasa es que... deben recordar lo que me hizo el odioso de Malfoy en las vacaciones de Semana Santa¿no?

Los cuatro chicos asintieron. Se acordaban a la perfección de lo que le había hecho el idiota de Malfoy a su primo: lo había emboscado en los jardines del colegio junto con unos compañeros suyos del equipo de quidditch y le habían lanzado un montón de maleficios por la espalda. El pobre Dean se pasó las vacaciones en la enfermería, por lo que no pudo repasar bien antes de los exámenes ni entrenar quidditch y por poco no logra sacar las buenas calificaciones de las que sus padres siempre se enorgullecían ni jugar la final de quidditch.

–Quiero vengarme –confesó Dean –Pero no soy muy bueno en eso, así que...

–Si la cosa es contra Patrick Malfoy –dijo Frida, con una mueca de odio y súbitamente irritada –Te ayudaremos con gusto. Me debe una muy grande y ya es tiempo de que me la pague.

A excepción de Gina, todos miraron con el entrecejo fruncido a Frida, pues no sabían de qué estaba hablando.

–Muy bien –dijo Gina, desviando la atención de las ultimas palabras de Frida –Vamos a donde no nos oigan, chicos. Así podremos decirle los detalles a Dean y de paso, ayudarle a vengarse de Malfoy a la vez.

Todos volvieron a asentir y mientras los demás estaban en el jardín, recibiendo a los invitados, ellos subieron a uno de los dormitorios para charlar sin que los oyeran.