Cuatro: Un regalo muy especial.
Los invitados a la fiesta de cumpleaños de HHP eran pocos: sólo unos cuantos conocidos de los tíos de Rose. Llegaron los padres de Val, que eran mucho más altos que ella (si es que eso era posible, pues Val era tan alta como jugador de básquetbol). Llegó también aquel hombre de ropas desgastadas y cabello castaño claro y canoso al que casi siempre sólo llamaban profesor y que la miraba con unos ojos amables y tristes. También llegó una mujer ya mayor de cabello castaño oscuro peinado en un chongo apretado y cuyos lentes cuadrados dejaban ver unos ojos castaños y de mirada severa. También llegó una mujer que hacía reír a Rose y a la mayoría de sus primos al modificar a cada momento el color de su cabello o la forma de su nariz con una facilidad increíble. Y también aparecieron inesperadamente tres encapuchados a los cuales todos les prestaron exagerada atención por unos minutos.
–¿Sabes quiénes son? –le preguntó HHP a Rose.
–Ni idea –dijo Rose, encogiéndose de hombros.
Los tres encapuchados parecían conocer a todo el mundo. Se detenían ante cualquiera que se les pusiera enfrente y conversaban con todos, aunque apenas se podía escuchar algunas de sus voces. Cuando empezaba a oscurecer, la señora Longbottom llamó a todos a la mesa y sentó a HHP a la izquierda de una de las cabeceras, en la cual se sentó el encapuchado más alto por órdenes del señor Longbottom. A la derecha de éste, frente a HHP, tomó asiento otra de las personas encapuchadas y junto a la niña, entre ella y Rose, se sentó la tercera de aquellas personas misteriosas. Los hermanos Weasley, incluyendo a la señora Longbottom, se miraban entre sí con demasiada frecuencia y en un momento dado, uno de ellos se dirigió a Val: era aquél al que la señora Longbottom había llamado Bill en una ocasión.
–Después de cenar harás el anuncio –le susurró con discreción –¿Estás de acuerdo?
Val asintió, nerviosa por esas palabras, sabiendo lo que significaban, pero no se acobardó. Le echó un vistazo a los encapuchados y deseó que todo saliera bien.
–¿Tú eres la del cumpleaños, verdad? –preguntó el encapuchado de la cabecera, haciendo que HHP se sobresaltara. La voz que le había hablado era de hombre, grave y amable, así que no le dio tanto miedo cuando volvió a oírse –¿Te estás divirtiendo?
HHP asintió levemente, tratando de ver el rostro de su interlocutor. Pero no distinguió mas que un diminuto destello producido por el reflejo de un cristal contra la luz. Tal vez aquel hombre usaba unos anteojos.
–¿Y qué te gustaría de regalo? –indagó el hombre.
HHP lo pensó detenidamente. Nunca le habían preguntado eso, ni siquiera Val. ¿Qué le hubiera gustado recibir de regalo de cumpleaños? Lo meditó bien y al final dio con la respuesta de forma tan casual que se preguntó porqué no la había pensado antes.
–Que me dijeran cuál es mi nombre –respondió por fin con lentitud, como titubeando.
El hombre encapuchado inclinó la cabeza hacia un lado, miró a la persona que estaba sentada a su derecha y vio que ésta asentía.
–Tal vez hoy lo obtengas –dijo una voz de mujer desde el interior de la capucha de la persona que estaba sentada frente a HHP –Al fin y al cabo, se vale soñar.
HHP asintió y de pronto, pensó que esa voz de mujer ya la había escuchado antes¿pero porqué? Se volvió hacia Rose, quien veía con atención los movimientos de su tía Ginny, que empezaba a servir la comida ayudada por la madre de Belle y Frank, por tía Angelina y tía Alicia. Cuando vieron que era todo muy lento, tía Sophie y tía Penélope se pusieron de pie y comenzaron a servir también.
–A este paso, no vamos a comer sino hasta mañana –comentó Rose, impaciente –Y ya tengo mucha hambre.
–Son iguales –dijo una voz de mujer desde la capucha de la persona sentada junto a Rose –Si él te viera...
–¿Dijo algo, señora? –preguntó Rose.
La encapuchada negó con la cabeza y dirigió su vista a otro lado.
–¿Qué les pasa a estas personas? –quiso saber Rose, mirando a HHP con el entrecejo fruncido por delante de la persona encapuchada que estaba entre ellas –¿Porqué vienen con la cara cubierta, como si temieran que algo o alguien los atacara o algo por el estilo? Es como si viviéramos en una de las dos guerras.
HHP no hizo preguntas. Conocía de sobra el tema del que hablaba Rose, pues en cuanto Val le dijo que las cosas raras que hacía eran magia y que por lo tanto, era bruja, le había pedido información sobre ese misterioso mundo que permanecía anónimo para los muggles. Val le consiguió un montón de libros y la niña los leía a escondidas, para no delatar al mundo mágico. Así supo que los magos han existido desde hace siglos, que la comunidad mágica inglesa estuvo durante mucho tiempo atenazada por la maldad de un brujo oscuro llamado Voldemort, que Harry Potter lo venció por primera vez cuando era bebé y que vivió con muggles hasta que fue hora de que ingresara a Hogwarts, que ya en el colegio se enfrentó a Voldemort una y otra vez, que lo vio resurgir cuando casi todos lo daban por muerto y que finalmente, después de algunos enfrentamientos más en los que se perdieron muchas vidas y se cometieron bastantes errores, Harry Potter finalmente eliminó a Voldemort para siempre. Luego de ese suceso, magos y brujas pedían ver a su salvador, pero éste, al cabo de unos años, desapareció sin dejar rastro. No se volvió a saber de él. Y sabía que había una señal inconfundible para reconocer a Potter: la cicatriz en su frente que Voldemort le había hecho cuando quiso matarlo siendo un bebé, en forma de rayo. Al enterarse de todo eso, HHP convirtió a Harry Potter en su héroe y pensaba que el que ella tuviera un arete con la misma forma que la cicatriz del famoso mago era un buen presagio. Tal vez, con empeño y dedicación, llegaría a ser tan buena y valiente como él.
–¿En qué piensas? –le preguntó Rose.
–En Harry Potter –respondió HHP –En que nos parecemos un poco. Ambos vivimos como huérfanos al enterarnos de que somos magos, ambos usamos anteojos y tenemos el cabello negro. ¡Ah! Y ambos tenemos cosas en forma de rayo: él su cicatriz y yo, mi arete. Me gusta pensar que mis padres tal vez lo conocieron y por eso me lo pusieron –se tocó el arete con ilusión –Tal vez hasta fueron amigos.
–Pues tía Ginny me contó que papá sí era amigo suyo –confesó Rose con algo de nostalgia –Que se llevaban muy bien y que hicieron muchas cosas juntos. Me gustaría que papá estuviera conmigo y me contara cómo era el famoso Harry Potter. ¿A ti no?
HHP se encogió de hombros. En ese momento, una humeante sopa de verduras fue finalmente puesta frente a ambas niñas, lo que distrajo a Rose por completo.
–¡Al fin! –exclamó –Estoy tan hambrienta que no me importa que sean verduras.
Todos empezaron a comer la sopa, intercalando uno que otro comentario entre bocado y bocado. Frida, Ángel, Gina y John estaban cuchicheando muy animados, teniendo entre ellos a Dean, quien parecía sólo seguirles la corriente. Nerie estaba sentada a un lado de su madre, quien conversaba de vez en cuando con la madre de Frank y Belle. Tía Angelina y tía Alicia charlaban con los gemelos pelirrojos, que al parecer eran sus esposos. El profesor platicaba con tío Bill y tío Charlie con voz seria y la bruja que cambiaba su cabello de color les contaba unas historias muy divertidas a Sam, a Allie y a Penny, mientras que la mujer mayor de lentes cuadrados intercambiaba unas palabras con Val y sus padres. Luego de la sopa, siguió un buen corte de carne para cada uno, que fue disfrutado de la misma manera amena que la sopa. Con ese ambiente siguió la cena hasta que llegó la hora de servir el postre. Los señores Longbottom sacaron unas varitas de madera, que HHP sabía que eran varitas mágicas, y con ellas hicieron que un pastel de tamaño considerable flotara hasta la mesa y se depositara suavemente en ella.
–Es hora de cantar –avisó la señora Longbottom –¡Todos juntos!
Y entonces se alzaron varias voces (un poco desafinadas, por cierto), que le cantaron a HHP una canción de cumpleaños. La niña les sonrió agradecida a todos, pero se quedó impactada cuando escuchó una voz de mujer que entonaba la canción. Definitivamente conocía esa voz: era la misma con la que había soñado la noche anterior, la que le decía que sus padres se iban, pero que iban a volver.
–Apaga las velas, HHP –le pidió la señora Longbottom –Y pide un deseo.
La chiquilla se dio cuenta de que el pastel se había acercado flotando y que ahora estaba frente a ella. Cerró los ojos un momento y al abrirlos, sopló fuertemente las flamitas de las once velas. Todas se apagaron casi de inmediato.
–Espero que hayas pedido algo bueno –le dijo Rose.
–No te preocupes –la tranquilizó HHP, sonriéndole –Lo hice.
–¿Que hiciste qué?
–Lo que oyeron. Ordené que me hicieran un pastel de cumpleaños.
Danielle no estaba teniendo una buena noche. Había regresado a su casa cuando casi oscurecía y tanto su hermano como sus padres la estaban esperando. Era mucho pedir que salieran a buscarla, porque no iban a permitir que se estropeara su ropa fina y cara al caminar por los prados y las ruinas de Wiltshire. Como pudo, se escabulló a la cocina antes de verlos y le ordenó a Corney que le preparara un pastel de chocolate pequeño, cubierto de crema batida. Cuando el elfo preguntó porqué, sólo le dijo que era para festejar su cumpleaños y eso bastó para que Corney saltara de gusto y se pusiera a cocinar de inmediato, diciendo que un pastel era poco para celebrar el cumpleaños de la joven ama. Y cuando se iba a su habitación pensando que se les podía escapar, allí estaban, en la sala: Patrick, su padre y su madre, quienes de inmediato le preguntaron dónde había estado todo el día y porqué había tardado tanto en regresar. Para no contestar directamente ninguna de las dos preguntas, dijo que acababa de ir a la cocina y que había mandado que se cocinara un pastel de cumpleaños. Sabía que eso los distraería, pero nunca se imaginó cuánto.
–Aquí no se hacen esas cosas a nuestras espaldas –sentenció el señor Malfoy, un hombre bien parecido de cabello rubio y ojos grises cuyo aspecto sólo era opacado por su perenne gesto de soberbia y superioridad –Ahora mismo voy a decirle a ese inútil de Corney que no haga nada.
–¡Papá! –explotó Danielle, sin aguantarse –¿Porqué no puedo tener un cumpleaños normal¿Porqué nunca me lo celebran¿Porqué a Pat sí le hacen fiestas y le dan regalos y pastel y...?
El señor Malfoy se acercó a su hija, se paró ante ella y la miró de tal forma, que la niña temió por un momento que fuera a pegarle. La señora Malfoy y Patrick se quedaron en su sitio, observando la escena atentamente, pero sin ninguna sensibilidad. Quedaba claro que no pensaban intervenir si el señor Malfoy perdía los estribos.
–Eso no es de tu incumbencia –dijo por fin el hombre, con una frialdad infinita –Así se hacen las cosas porque yo lo digo y se acabó¿entendiste?
Danielle tuvo ganas de decirle que no, que no se había acabado, que no podía creer que su propia familia le negara una alegría que cualquier niño merecía, que no entendía cómo era posible que sus amigos se acordaran de darle sencillos obsequios cuando sus padres y hermano no lo hacían, pero no tuvo el valor. Se limitó a asentir con la cabeza con desgano y a contener las lágrimas que estaban a punto de brotarle de los ojos.
–Ve al comedor a cenar –ordenó su padre a continuación –Ya di la orden de que se te dé lo mínimo, así que pobre de ti si me entero que comiste algo de más. Patrick, a dormir. Y Pansy, hay revisar los estados de cuenta que nos dieron en Gringotts. Creo que se equivocaron.
Los tres abandonaron la estancia. Danielle esperó hasta escuchar que se cerraban las puertas de sus dormitorios para soltar el llanto que reprimía. Simplemente no era justo que le pasara eso. Simplemente no era justo. Caminó al comedor, entró en él y tomó asiento en una silla. Unos minutos después, Corney le llevó un plato de hojuelas de maíz con leche. Nada más.
–Usted dispense a Corney, joven ama –susurró el elfo –Pero Corney quiere saber si va a querer el pastel. Ya casi está listo, sólo falta... ¿Se siente bien la señorita?
Danielle se limpió la cara con el dorso de la mano enseguida.
–Sólo tráeme una rebanada, Corney –trató de sonreír, aunque sólo consiguió que se salieran más lágrimas –Cuando me termine esto –señaló el cereal –me la comeré.
Corney hizo una reverencia y se retiró, dejando a Danielle comer sola. La niña engulló las hojuelas con apatía al principio, pero luego se le ocurrió una idea. Para que no se enterara su padre de que había comido más de lo que él quería y para que el pastel (que había mandado hacer de su sabor favorito) no fuera un desperdicio total. Al ver que Corney le llevaba la rebanada que le había pedido, lo llamó con un ademán.
–Corney, necesito que me hagas un favor. Quiero que envuelvas el resto del pastel y que me consigas un pergamino, pluma y tinta. Y date prisa.
El elfo, un poco boquiabierto al escuchar semejante mandato, lo obedeció sin replicar. En menos de cinco minutos, lo que se tardó en comerse la rebanada de pastel, tuvo Danielle ante sí, en la mesa, un paquete envuelto en papel marrón, un trozo de pergamino, una pluma y un tintero. Escribió rápidamente un mensaje en el pergamino, lo enrolló y lo atoró en uno de los cordeles que envolvían al paquete. Luego salió del comedor y lo más silenciosa que pudo, se dirigió al patio, donde estaba un búho viejo, pero de aspecto fuerte, en una percha. Se le acercó con cautela y lo tocó con un dedo.
–Wilfred –lo llamó suavemente –Tengo un encargo para ti.
Al oír esas palabras, el búho abrió lentamente sus grandes ojos castaños y ululó débilmente. Aquel viejo búho había pertenecido a su padre durante años, pero cuando se hizo viejo y el señor Malfoy se compró otro, decidió matarlo. Danielle le preguntó si podía quedarse con él y el señor Malfoy accedió, pensando que el búho se moriría pronto. Sin embargo no fue así, pues Danielle lo cuidaba mucho, ahorrando sus domingos para comprarle cualquier cosa que necesitara. Como el nombre que tenía no le gustaba, Danielle se lo había cambiado por Wilfred y al parecer, al búho no le afectó.
–Tienes que llevar esto lo más deprisa que puedas –le indicó la niña al animal, atando el paquete a sus patas con prudencia –Si puedes, entrégalo hoy mismo¿de acuerdo? Y no regreses sin una respuesta, por favor.
El búho movió la cabeza, como diciéndole que no se inquietara, y emprendió el vuelo. Danielle lo observó hasta que se perdió de vista y soltó un suspiro al caminar de regreso a la casa. Fue a acostarse, deseando que su paquete llegara a su destino en buen estado.
–Bien¿quién falta?
En la fiesta de HHP, las cosas eran muy distintas. La niña había recibido montones de regalos y ahora no esperaba mas que Val le diera su presente. Por alguna razón su amiga, que siempre era de las primeras en querer darle su obsequio, había esperado para ser la última.
–Te dije que este año iba a darte un regalo especial –comenzó a decirle Val, luego de ponerse de pie y aclararse ruidosamente la garganta para llamar la atención de todos –Y el regalo que te tengo no es precisamente un objeto¿sabes? Es más bien algo que estoy segura que siempre has querido. Te voy a decir... te voy a decir tu nombre.
Los presentes se quedaron en absoluto silencio, y HHP más. ¿Val le iba a decir su nombre?
–Sé que debe parecerte extraño –siguió Val, nerviosa –pero es que hay una buena razón para que no te lo dijera antes. Pero a mí no me corresponde dar explicaciones, así que mejor voy al grano. Tu nombre es...
No pudo seguir hablando porque algo la distrajo. Un enorme búho empezó a volar muy bajo en el cielo, por encima de sus cabezas, hasta que acabó de descender y se posó en la mesa, frente a John. El chico miró perplejo al ave y no era el único. Gina fue la primera en hablar.
–Éste no es Ming –dijo, observando al búho detenidamente –¿Lo conoces, John?
El joven negó con la cabeza. Buscó en el paquete hasta que encontró un trozo de pergamino entre los cordeles. Lo sacó, lo desenrolló y lo leyó rápidamente. Cuando concluyó, frunció el entrecejo y volteó a ver a HHP.
–El paquete es para ti –le dijo. Abandonó su lugar y le extendió el pergamino –Mira la nota, para que me creas.
HHP tomó el pergamino y para su sorpresa, reconoció la letra. Leyó con cuidado.
Estimado John Weasley:
No nos conocemos personalmente, pero el hermano de Sun Mei, Ryo, me ha hablado bien de ti y tu familia. Necesito un favor y espero que me lo puedas hacer a pesar de ser quien soy: mi apellido es Malfoy y estoy segura que has escuchado hablar de mi familia. En fin, la razón de la presente es para que me ayudes a hacerle llegar este paquete a una amiga mía, a quien sólo conozco por tres letras que hacen de su nombre: HHP. Vive en un orfanato en Londres, pero sé que no está allí ahora porque hoy es su cumpleaños. Me contó que iría a las cercanías de Ottery Saint Catchpole a celebrar su cumpleaños, y como sé que hay parientes tuyos viviendo ahí¿podrías averiguar si la conocen para que le den mi paquete? Yo no puedo hacerlo y por eso recurro a ti. Sin más por el momento y deseando no estarte causando muchas molestias, se despide cordialmente.
Danielle Malfoy.
P.D. Si no aceptas hacerme este favor, lo entenderé perfectamente y te lo agradeceré de todas formas. Puedes entonces quedártelo si quieres, es un pastel que espero te guste.
HHP se quedó helada. Le mostró la nota a Rose, quien se quedó igual que ella. Luego fue hacia donde estaba el búho, le quitó el paquete y comenzó a abrirlo, pero se detuvo al ver que el búho no se iba.
–Quizá espere respuesta –opinó Frida –Te conseguiré pergamino, pluma y tinta, no tardo.
Y poniéndose de pie, se fue corriendo al interior de la casa.
–¿De quién es la nota? –quiso saber tía Alicia, mirando a John.
–De... –el joven titubeó, pero al final lo dijo –De una tal Danielle Malfoy, mamá.
Todos pusieron caras de asombro al escuchar no el nombre, pero sí el apellido. Regresó Frida con un trozo de pergamino, una pluma y un tintero en las manos y se los dio a HHP. La muchachita escribió unas rápidas palabras, le ató al búho en una pata el pergamino y éste, luego de picotear unas migajas de pastel del plato de John, emprendió el vuelo. HHP volvió entonces a concentrarse en el paquete, sin darse cuenta de que la miraban con avidez, esperando una explicación que no podían pedir en ese momento porque Val, con una frase, les recordó el acontecimiento que había quedado interrumpido.
–HHP¿podrías mirarme un minuto? Estaba a punto de decirte algo importante.
La niña regresó a su asiento, con el paquete en las manos, y se sentó como esperando lo más importante del universo. Dejó el paquete en la mesa y miró a Val.
–Lo siento, Val –se disculpó –Me distraje. ¿Ibas a decirme qué cosa?
–Tu nombre –le recordó Val –Nombres y apellido, para ser exacta.
HHP asintió. La inesperada llegada del paquete de Danielle la había puesto en guardia para recibir cualquier sorpresa que le siguiera.
–Espera, Valery –dijo una voz de hombre, la del encapuchado sentado en una de las cabeceras –Creo que nos corresponde a nosotros darle ese regalo. Después de todo, nos lo debe a nosotros¿verdad, querida?
Miró a la mujer de capa sentada a su derecha, quien asintió. Ambos miraron a HHP, al tiempo que se bajaban las capuchas.
–Nos debes el nombre –explicó el hombre, de cabello negro y despeinado, ojos verdes y anteojos –porque fuimos nosotros quienes te lo pusimos, de la misma manera que nos debes la vida que has tenido, la cual espero que nos la perdones algún día.
–Y nos debes todo eso –continuó la mujer, morena y de cabello castaño y largo y ojos castaños también –Porque somos tus padres.
HHP no podía creer lo que escuchaba; sencillamente pensaba que era una broma. ¿Ese par de adultos eran sus padres? De pronto, vio la frente del hombre y se quedó más asombrada aún: en esa frente había una cosa que ella conocía, una cicatriz en forma de rayo. Empezó a marearse al darse cuenta de lo que esa cicatriz significaba, al atar cabos casi mecánicamente. ¡Por Dios¿Eso significaba que ella era...?
–Y tu nombre –dijo el hombre, con la voz cargada de emoción –es Hally. Hally Hermione Potter, el cual espero que sea de tu agrado.
Después de eso ya no supo más. Sin darse cuenta apenas, se desmayó allí mismo, cayendo sobre su silla y ante el estupor de los invitados. Era cierto que quería saber su nombre, pero no esperaba tal revelación. Ciertamente no la esperaba.
