Nueve: El callejón Diagon y más encuentros inesperados.

Luego de un largo trayecto, Hally y sus padres llegaron al Caldero Chorreante, un bar de fachada maltratada y oscura que escondía la entrada al callejón Diagon. En ese lugar, se encontraron con Rose, su madre y toda su familia. Tomaron una cerveza de mantequilla (a Hally le encantó la bebida) antes de irse de compras. Cuando salieron al patio, otra familia entró por la puerta al bar. Era la familia Macmillan.

—Llegamos temprano —comentó el señor Macmillan, al ver el bar semivacío.

—Al menos así aprovecharemos el día —le hizo ver la señora Macmillan.

Se perdieron de vista en el patio trasero, luego de saludar al cantinero, un hombre de cabello castaño y nariz ancha. Cinco minutos después, la familia Mao apareció por el umbral: los adultos susurraban entre sí y Ryo y su hermana sonreían por algo que la chica había comentado. Saludaron al encargado, pidieron permiso para pasar al callejón y desaparecieron. Luego de diez minutos, cuando el cantinero se decía que era curioso que estuvieran yendo tantos magos al callejón Diagon a esa hora, se puso un poco nervioso al ver en el lugar a la familia Malfoy, y no era para menos: los señores Malfoy mostraban una cara de malhumor muy evidente, Patrick tenía una mueca de fastidio y Danielle, una expresión de resignación. Y es que esa mañana Patrick había vuelto a discutir con sus padres el asunto de su escoba castigada, pero lo único que había obtenido era queellos se enfadaran con él más de lo que ya estaban.

—Buenos días, señor Malfoy —saludó el cantinero.

—Sí, sí —respondió distraídamente el señor Malfoy y sin esperar a que el hombre tras la barra dijera algo más, desapareció en dirección al patio trasero, seguido por su esposa y su hijo. Danielle, con mucho cuidado, se quedó rezagada y fue a la barra.

—Buenos días, señor —saludó —Disculpe¿no ha visto por aquí a una niña de cabello negro, ojos castaños y lentes¡Ah! Y con un arete en forma de rayo.

—Hace poco vi a una niña así —respondió el cantinero, algo sorprendido de que un miembro de la familia Malfoy fuera tan educado —Pero traía dos aretes, no uno. Vino con un montón de gente, la mayoría pelirrojos,y entraron al callejón hace ya casi media hora.

Danielle frunció el entrecejo, porque ella recordaba que HHP le había contado en sus cartas que sólo tenía un arete. Se preguntó de dónde habría sacado el otro, pero sabía que no podía descubrirlo hasta que su amiga le escribiera, sobre todo ahora que sabía que era bruja y que seguramente ya sabría su nombre real. Entonces, la voz de su padre la sacó de sus cavilaciones.

—¡Danielle¿Qué tanto estás haciendo?

—Tengo que irme —le dijo al cantinero —Gracias.

—De nada —contestó el hombre y la vio correr para reunirse con su familia —Vaya, vaya —murmuró —¿Quién hubiera dicho que en esa familia habría alguien decente?

—¿Qué tanto murmuras? —le dijo en aquel momento una voz grave y algo tenebrosa.

El encargado giró la cabeza hacia la entrada y se halló con el profesor Severus Snape, que era seguido de cerca por una niña de largo y ondulado cabello castaño peinado en una cola de caballo y que cargaba una maleta pequeña color café. Los ojos negros de la niña miraban con atención para todos lados.

—Es que... acaban de entrar los Malfoy al callejón Diagon —respondió el cantinero —¿Qué lo trae por aquí, profesor?

—Un trabajo —respondió Snape sencillamente, dirigiéndose a la entrada del callejón Diagon —Ah, por cierto, Wilson... —miró a la niña.

—Soy Sunny —dijo la niña, con disgusto —¿Cuántas veces tendré qué decírselo?

—Como sea —espetó Snape —Deje su maleta aquí. Summers la guardará.

La niña se encogió de hombros y le entregó la maleta al cantinero.

—Cuídela¿sí? —le pidió —Ahí está todo lo que tengo.

—Descuida —le dijo el cantinero.

—Ahora vámonos —ordenó Snape —Hay mucho qué hacer y no tengo todo el día.

Sunny alzó los ojos al cielo y siguió el profesor. Pronto estuvieron en un diminuto patio, que tenía un bote de basura en un rincón y una escoba en el otro. Frente a ellos, no había más que una pared de ladrillos llenos de hollín y tierra.

—A un lado —le dijo Snape a Sunny.

La niña obedeció y a continuación casi se queda con la boca abierta. Snape había sacado de su saco negro una varita y contando mentalmente, tocó con ella cierto ladrillo de la pared. Al instante, los ladrillos desaparecieron poco a poco del centro hacia fuera hasta dejar abierto un hueco que bien se parecía al de una puerta. Snape notó la carita asombrada y hasta cierto punto, alegre de Sunny y sonrió con sorna.

—Los muggles son tan fáciles de impresionar... —murmuró, para a continuación decir —Ande, pase. No podremos tardarnos mucho aquí. Tenemos que ir luego a otro sitio.

Sunny obedeció sin replicar. Sabía que Snape, a pesar de ser a todas luces un ogro (como lo había llamado Hally), era su mejor oportunidad para ser alguien en la vida. Así que por el momento, le convenía portarse bien.


Las compras de material escolar siempre son una odisea, seas mago o muggle. La primera parada que hicieron los Potter y sus acompañantes fue en Gringotts, el banco de los magos, y Hally se entretuvo en preguntarle a su madre sobre los duendes, el funcionamiento del banco y cómo eran las cámaras donde se guardaba el dinero.

—Tan curiosa como tú, Hermione —comentó la señora Longbottom, haciendo que Hally sonriera modestamente. Cada vez que le decían que se parecía a uno de sus padres, se alegraba mucho —Val me contó que suele leer mucho. Igual que tú.

La señora Potter sonrió con tímido orgullo.

—Tenía que ser tan lista como su madre —intervino el señor Potter, luego de cumplir con las formalidades y encaminarse a los carros de Gringotts que los llevarían hasta las cámaras —A su padre le hizo falta estudiar un poco cuando estuvo en el colegio y mira que luego se arrepentía.

Todos rieron al escuchar eso, mientras abordaban distintos carros. Cuando estaban en eso, los alcanzó Belle, quien conducía a una pareja de ancianos a un carro. Los días en que los duendes eran amos y señores absolutos de Gringotts habían pasado, y ahora unos cuantos magos y brujas de confianza que trabajaban para el banco tenían acceso a las cámaras, como era el caso de Belle. La chica los vio y les sonrió.

—Hoy salgo temprano —le dijo a su madre —Así que espérenme en el Caldero Chorreante antes de irse a comer. Frank también los verá allí.

Fueron a sus respectivas cámaras y Hally se quedó muy asombrada cuando sus padres le permitieron ver el interior de la suya. Estaba atiborrada de monedas de oro, plata y bronce que despedían un tenue brillo. La señora Potter revisó una libretita que traía, donde tenía anotados varios cálculos, y empezó a sacar monedas para guardarlas en una bolsa, pero Hally notó que su padre tenía un aspecto un tanto triste.

—¿Pasa algo? —le preguntó.

—La mayoría de lo que está aquí —explicó el señor Potter —es herencia de mis padres y de mi padrino. Seguro has de haber leído en algún libro lo que les pasó¿no?

—Sé lo que les pasó a los abuelos —respondió Hally —Pero no sé quién era tu padrino.

—Sirius Black —respondió el señor Potter, mirando con nostalgia la cámara.

¡Claro! Era ese mago que creían partidario de Voldemort, que terminó muerto enfrentando a sus supuestos colegas y que fue el primero que pudo escaparse de Azkaban, la prisión mágica, sin ayuda de nadie. Los libros no le daban buena fama y apenas lo reivindicaban cuando se supo que siempre estuvo contra Voldemort, pero si su padre tenía esa mirada triste al hablar de él, Hally supuso que no debió ser tan malo como contaban.

Salieron del banco veinte minutos después, encontrándose con la familia de Rose en pleno y preguntándose a dónde irían primero. De pronto, un hombre corpulento chocó con el señor Potter, disculpándose en el acto.

—Perdone usted, señor. No vi por dónde iba.

—No hay problema —respondió el señor Potter, mirando a la cara al hombre. Frunció el entrecejo, pues se le hizo conocido —Disculpe¿no lo he visto en alguna parte?

—Pues no sé... —titubeó el hombre, pero se detuvo al verle la frente. Ahí vamos otra vez pensó el señor Potter con desgano, pero se sorprendió un poco por lo que aquel hombre hizo: le empezó a hablar en voz baja para no llamar la atención —¡Harry! Me da mucho gusto verte¿no te acuerdas de mí? Soy Ernie, Ernie Macmillan, de Hufflepuff.

—¡Ernie! —saludó la señora Potter, tendiéndole una mano —Sí que es una sorpresa encontrarnos. ¡Y tú, Hannah! —añadió, saludando a la señora Macmillan —¿Cómo han estado?

—Muy bien, Hermione, gracias —respondió la señora Macmillan —Les presento a mis hijos: Ernest, que empieza sexto curso, Harold, que empieza quinto, y Amy, que entra este año.

—Qué coincidencia —intervino la madre de Rose, llevando de la mano a su hija —Mi hija Rose y Hally también entran este año.

Los Macmillan miraron a ambas niñas y les dirigieron una sonrisa indulgente.

—¿Es tu hija, Harry? —le preguntó el señor Macmillan.

El señor Potter asintió con orgullo.

—Y ella es la hija de Ron —continuó el señor Macmillan, viendo a Rose.

—Exacto —dijo la señora Luna.

—Hola a todos —saludó la señora Longbottom, sonriente —Oigan, tenemos que irnos —les dijo a los Potter y a su cuñada —Vamos a comprar los uniformes en primer lugar¿les parece? Es que Dean acaba de decirme que su túnica ya le queda muy corta. No quiero que luzca mal ahora que es prefecto.

—¿Le dieron insignia a tu hijo? —preguntó la señora Macmillan.

—Sí, Hannah, Neville y yo estamos orgullosos. ¿Saben qué? Hace mucho que no nos vemos¿porqué no comen con nosotros? Nos reuniremos en el Caldero Chorreante para ir a casa de Harry a eso de las cinco. Hoy hay fiesta en casa de los Potter.

—Si no tienen otro compromiso, claro está —se apresuró a añadir la señora Potter.

Los Macmillan dijeron que aceptaban encantados y se despidieron, diciendo que tenían mucho que comprar. Amy se fijó mucho en Rose y Hally, cosas que éstas no dejaron de notar.

—¿Qué tanto nos veía esa niña? —se preguntó Rose en voz alta.

Sin responderle a su amiga, Hally revolvió uno de sus bolsillos hasta sacar un papel. Lo vio con detenimiento y exclamó.

—¡Sabía que la había visto antes! —le pasó el papel a Rose, que en realidad era una fotografía —¡Mira, Rose! Es amiga de Danielle.

—¿De tu amiga por correspondencia muggle?

—Exacto. Mira¿no es igual esa Amy a la niña que está con Danielle en la foto?

Rose observó la foto por un minuto y tuvo que admitir que Hally tenía razón.

—Entonces, podré preguntarle si le llegó mi lechuza a Danielle —comentó Hally con emoción.

—Sí, podrás. Será interesante preguntarle también porqué todo mundo hace muecas cuando escuchan su apellido. Ni que estuviera tan feo.

No pudieron seguir hablando, pues entraron a la tienda de túnicas de Madame Malkin y como estaba lleno de gente, era difícil que una escuchara lo que la otra le decía. La mayoría de los primos de Rose ya estaban probándose túnicas nuevas, todas negras con el escudo de la casa Gryffindor. Hally miró el escudo con detenimiento.

—He leído algo de las casas de Hogwarts —le comentó a su madre —Por ejemplo, sé que son cuatro. ¿Papá y tú en qué casa estuvieron?

—En Gryffindor —respondió la señora Potter con orgullo —Y Luna estuvo en Ravenclaw¿verdad, Luna?

La madre de Rose asintió lentamente.

—¿Y papá? —quiso saber Rose.

—En Gryffindor —contestó su madre —Todos los Weasley han estado en Gryffindor, desde tus abuelos. Tus primos están allí. Aunque en realidad, a mí no importa en qué casa quedes, siempre que estés a gusto.

—Sólo no quedes en Slytherin —advirtió el señor Potter —Eso disgustaría a Ron si llega a enterarse. Recuerdo que una vez, cuando estábamos en segundo, dijo que él no se quedaría en esa casa aunque le pagaran.

—Vayan a probarse algunas túnicas, niñas —les dijo la señora Potter —Ahí hay lugar.

Señaló un par de banquitos libres, donde un par de brujas de cara amistosa les hicieron señas para que se acercaran. Les hicieron caso y se subieron a los banquitos, donde dejaron que las brujas les pusieran túnicas negras y empezaran a arreglárselas a la medida. A la izquierda de Hally se encontraba un niño de piel tostada, cabello negro y ojos castaños, de rasgos orientales. La miró y le sonrió.

—Hola —saludó —¿También Hogwarts?

Hally asintió y respondió.

—Mi amiga y yo —extendió la mano —Soy Hally y ella —señaló a su amiga —es Rose.

—Ryo —les dijo el niño, estrechándole la mano —Ryo Mao.

—¡Qué nombre tan extraño! —dejó escapar Rose.

–Eso pasa cuando tienes raíces chinas —explicó Ryo —Mi padre se llama Joseph porque su madre es mitad inglesa, pero ni mi hermana ni yo tuvimos tanta suerte. Ella se llama Sun Mei¿pueden creerlo?

—¿Entonces tú eres el hermano de Sun Mei Mao? —exclamó Rose —Mi primo John no deja de hablar de ella. Le ha estado escribiendo todo el verano, tiene a tía Alicia harta, y todo porque hay lechuzas entrando y saliendo de su casa a cada momento. A tío George ya Gina sólo les da risa.

—¿Eres prima de John Weasley? —inquirió Ryo.

Rose asintió.

—También Sun Mei habla mucho de él —confesó el niño, sonriendo —Pero cuando le pregunté si ya son novios, no me quiso decir nada. Me dirá hasta que estemos en Hogwarts.

—¡Ryo! —llamó una mujer de cabello negro y largo y ojos oscuros. También ella tenía rasgos orientales —¿Ya casi está lo tuyo?

—Sí, mamá —respondió el niño.

La señora Mao suspiró y en eso, se dio cuenta de la presencia de los Potter. Fue directo hacia ellos y saludó serenamente.

—Hola, Harry. Hola, Hermione.

Ambos voltearon y la miraron un momento. El señor Potter miró a su esposa, le sonrió a la señora Mao y le devolvió el saludo.

—Hola, Cho. ¿Qué haces aquí?

—Supongo que lo mismo que ustedes —la señora Mao se encogió de hombros —Mi hijo menor entra este año a Hogwarts y le estamos comprando sus cosas, y a mi hija mayor también, aunque ella entra a séptimo. Mira, es ella.

Señaló a una joven de cabello y ojos negros, que conversaba en ese momento con John Weasley, quien ya se había probado las túnicas que necesitaba y parecía muy emocionado por haberse hallado a Sun Mei.

—Es muy amiga de John —contó la señora Mao —Y parece que mi Ryo se lleva bien con tu hija, Harry. ¿No te parece?

Miraron a donde estaba Hally, Rose y Ryo. También estaban hablando y alegremente, al parecer. La señora Potter hizo un gesto y se acercó a su hija.

—Ya casi nos vamos, Hally —le dijo —Así que no alarguen mucho la charla con su nuevo amigo. Todavía hay mucho que comprar y además, se verán en Hogwarts¿no?

Después de eso, la señora Potter regresó al lado de su marido y siguió conversando con la señora Mao. Pocos segundos después, el señor Mao se les unió, aunque no sin antes estrechar la mano del señor Potter con cierta admiración. Ryo se fijó en aquel hombre alto de cabello negro, ojos verdes y anteojos y de pronto, notó que en su frente tenía una cicatriz en forma de rayo. Luego miró a Hally y vio sus aretes y le dijo.

—¡Yo te conozco! Eres HHP, la amiga de Danielle.

—¿Conoces a Danielle? —preguntó Hally, entusiasmada.

—¡Claro que la conozco! De hecho, es probable que nos la encontremos. A Amy y a mí nos avisó que vendría hoy con su familia a comprar sus cosas para Hogwarts.

—Nosotras acabamos de encontrarnos a Amy —le confió Rose —Ella y su familia iban para Gringotts. Así que tú eres el amigo de Danielle que sale en la foto.

—Y tú eres la pecosa simpática que está con HHP en la foto que recibió Danielle hace poco, en su cumpleaños. Por cierto¿Hally es tu nombre? Así te llamó esa señora que está con... ¡Hipogrifos¡Ése es Harry Potter!

Lo dijo en voz lo suficientemente alta para que lo escucharan todos los que estaban en el local. Los magos y brujas ahí reunidos miraron en todas direcciones y cuando descubrieron que lo que Ryo decía era verdad, rodearon al mago y a su esposa de inmediato para saludarlo. Los Potter recibieron esas muestras de admiración con calma y sonrisas en el rostro, aún cuando Hally alcanzó a percibir en ellos que no les gustaba ser el centro de atención. Así estuvieron unos minutos hasta que una voz potente, que arrastraba las palabras, exclamó desde la puerta.

—Hasta que te dignas a aparecerte frente a tus admiradores, Potter.

Los presentes vieron la puerta y se encontraron con que el señor Malfoy estaba de pie en el umbral, rodeado por su familia. Danielle se había quedado escondida tras su hermano, pues presentía que la escena que iba a presenciar no sería muy agradable. La familia Malfoy entró, dejando libre la puerta para que la gente siguiera circulando.

—Malfoy —susurró el señor Potter, con una mirada de rencor.

—Vaya, Potter, estuviste mucho tiempo paseándote por allí —le dijo el señor Malfoy con sarcasmo —¿Y todo para qué? Según sé, no has podido limpiar el nombre de Weasley.

Los Potter arrugaron la frente y miraron fríamente a Malfoy, pero fue la madre de Rose la que intervino.

—No te atrevas a nombrar a Ron de esa forma, Malfoy —espetó.

—Pero si aquí está Lunática Weasley —dijo la señora Malfoy, con una sonrisa un tanto malévola —¿Todavía hay alguien que compre tu patética revista? Aparte de los sangre sucia que frecuentas, claro —añadió, mirando a la señora Potter.

—¡Idiota! —intervino la señora Longbottom con voz indignada, dejando a Nerie al cuidado de su hermano mayor. El señor Longbottom estaba a su lado —Deja de decir semejantes tonterías. Hermione siempre ha sido mejor bruja que tú.

—Ginny, por favor... —rogó la señora Potter.

Todos miraban en silencio el duelo, porque eso era: una especie de duelo de palabras que no sabían cómo iba a acabar o quién lo iba a ganar.

—Ginny tiene razón —apoyó de pronto la señora Mao —Harry y Hermione siempre han sido mejores que ustedes, y lo saben. Así que mejor se callan y los dejan en paz.

La señora Potter se sorprendió bastante. La señora Mao nunca había hablado así por ella.

—Si no, tendrán que vérselas con nosotros —dijo tía Angelina, acercándose a los Potter junto con tía Alicia, tía Penélope, tía Fleur y tía Sophie.

Tío Bill y tío Charlie veían aquello de lejos, por temor a no controlarse a darle un puñetazo al señor Malfoy si lo tenían cerca. Agradecieron que sus hermanos Fred y George estuvieran ocupados en su local, pues ellos difícilmente se hubieran contenido. En eso, la familia Macmillan entró silenciosamente y miró lo que pasaba con cierto estupor. Tras ellos, entró Snape junto con Sunny, pero a diferencia de los Macmillan, Snape sonreía levemente y con cierta burla, como si todo aquello le divirtiera. Amy se separó poco a poco de sus padres y se acercó a Danielle con cautela. Le tocó un hombro por detrás y le preguntó.

—¿Qué está pasando aquí?

Danielle se apartó de su hermano y de sus padres y le contó a Amy lo que había pasado antes de que ésta llegara al local. Amy escuchó pacientemente, pero de pronto notó que a su lado, estaba una niña de cabello castaño, ondulado y largo, recogido en una cola de caballo, y que parecía oír todo lo que Danielle decía con peculiar interés. Las miró atentamente con sus ojos negros y dijo.

—Hola, soy Sunny. ¿Porqué ese rubio desabrido está molestando al señor Potter?

—Según sé, ellos se odiaban cuando estaban en el colegio —respondió Danielle —Papá dice que el señor Potter era un creído y no sé que más, pero yo no lo creo. Se ve muy amable. Y no puedo creer que mamá le haya dicho sangre sucia a la señora Potter. Hasta vergüenza me da.

—Los Potter son amables —dijo Amy —Los vimos frente a Gringotts y nos saludaron cortésmente. Mis padres los conocieron en Hogwarts. ¿Ya viste? Ahí está la madre de Ryo.

Amy señaló a la señora Mao, quien seguía mirando con frialdad al señor Malfoy. Todo el lugar se había quedado en silencio. Entonces, sin previo aviso, el señor Malfoy se dirigió al rincón donde estaba Hally, Rose y Ryo. Amy, Danielle y Sunny se percataron por primera vez de su presencia y los reconocieron de inmediato.

—Tú debes ser la hija de Weasley —le dijo el señor Malfoy a Rose —¿Qué se siente ser la hija de un fracasado?

Rose se enrojeció hasta las orejas, lo que hizo que su cabello se viera más rojo que rubio. Ryo intervino.

—No quiero ser grosero, señor, pero déjela en paz.

El señor Malfoy lo miró con desdén.

—Dile a tu hijo que no se meta en lo que no le importa, Chang —dijo la señora Malfoy, llamando a la señora Mao por el apellido pon el que la conoció en el colegio.

—Él puede hacer cualquier cosa que crea justa —respondió la señora Mao.

Patrick miraba impasible la escena y le dirigió una mirada de burla a Frida, a Ángel, a Gina y a John, quienes le correspondieron con una propia. Dean sostenía a su hermanita de la mano, pendiente de los acontecimientos.

—Y tú —siguió el señor Malfoy, mirando a Hally —no hay que ser un genio para saber quién eres. Todos los Potter parecen estar más ciegos que murciélagos.

Hally lo miró con furia, pero en ese momento alguien se puso frente a ella y gritó.

—¡Deje en paz a los Potter!

Era Sunny. Amy y Danielle no habían podido seguirla porque había caminado muy rápido y sin avisar, pero ahora estaban muy cerca de ella y de Ryo. Danielle, aunque no quería, se ocultó tras Amy para que su padre no notara que estaba ahí.

—Wilson –nombró Snape. Era la primera vez que hablaba y los que estaban en el local se le quedaron viendo —No se meta en lo que no le importa. Salgamos de aquí, no se puede comprar nada ahora. Y ustedes, Potter y Malfoy —miró a los nombrados con severidad —¿No creen que ya están muy grandecitos como para que se estén peleando de esa forma?

Ambos hombres respiraron profundamente, pero no respondieron. Snape se acercó a Sunny y la tomó del brazo.

—Vámonos —le dijo —Volveremos después.

—Si me suelta, con gusto lo sigo —dijo Sunny, forcejeando. Volteó hacia Hally y le dijo —Nos veremos pronto, HHP. Espero, porque este cascarrabias no me deja hacer nada.

—Deje de hablar y camine, Wilson —espetó Snape, soltándola.

Salió de la tienda como huracán y a Sunny no le quedó mas que seguirlo. Danielle, al escuchar eso, miró a Hally y le preguntó en un susurro.

—¿Eres HHP? —al verla, Hally asintió, pues la había reconocido —Soy Danielle, mucho gusto.

—Igualmente —respondió Hally —Ya sé mi nombre: soy Hally Hermione Potter. Pero dime simplemente Hally.

Danielle asintió.

—¿Qué estás haciendo, Danielle? —quiso saber el señor Malfoy al percatarse que su hija estaba hablando con Hally.

—Papá, yo...

—¡No quiero verte cerca de ellas! —el señor Malfoy miró con rencor infinito a Hally y a Rose —Salgamos de aquí —concluyó, tomando a su hija del brazo con brusquedad.

–¡Pero papá...! –empezó Danielle.

—Nada de peros, nos vamos. Y tú, Potter —miró al señor Potter con ira —Ya nos veremos las caras cuando no tengas quién te defienda.