Diez: Henry Graham.
–No puedo creerlo –decía la señora Longbottom cuando ella, su familia y los Potter salieron de la tienda de túnicas de Madame Malkin –Ese Malfoy no ha cambiado nada.
–Y su esposa tampoco –agregó la señora Potter –¿Qué hace ahora, por cierto?
–Tiene un puesto en el Ministerio –le informó tía Angelina con una mueca –Alicia y yo nos enteramos porque tenemos conocidos en el Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia. Está allí asegurándose de que no atrapen a sus amigos mortífagos¿cuánto apuestas? –agregó, haciendo un gesto de enfado.
–Es una pesadilla –aseguró el señor Longbottom –Y Malfoy no es mejor. Está en mi departamento y no hace mas que intervenir en el trabajo de los demás.
El señor Longbottom era miembro del Departamento de Cooperación Mágica Internacional, lo que ayudó mucho cuando los Potter y la madre de Rose estaban fuera del país, buscando a Ron Weasley. De hecho, también Frank y Penny habían ayudado, sobre todo Penny. Para la chica, el poner su granito de arena en la búsqueda de la persona que culpaban de la muerte de su padre era fundamental.
–Y hablando del Ministerio –dijo el señor Potter, dirigiéndose a Penny –¿Qué novedades hay en España, Penny?
La joven sonrió débilmente y le respondió, aprovechando que los demás que no sabían del asunto estaban adelantándose con la señora Longbottom hacia la librería Flourish y Blotts para comprar los libros de texto.
–¡Tengan cuidado con los estantes! –rogó la señora Longbottom cuando estuvieron en la librería, viendo que sus sobrinos Ángel y John andaban de un lado para otro, huyendo de sus respectivas hermanas –Chicos, voy a llamar a sus madres...
Y es que los chicos les habían quitado un ejemplar de una revista muggle que estaban leyendo y que al parecer, les decían cómo hacer que los chicos las idolatraran.
–No creas toda esta basura, Frida –le dijo Ángel –No querrás tener novio¿o sí?
–Ni tú, Gina –agregó John, sonriendo.
–¡Tarados! –espetó Frida, quitándoles la revista y saliendo del sitio acompañada por Gina –Tenían que ser hombres...
–¿Sabes qué le pasa? –le preguntó John a Ángel.
El hermano de Frida se encogió de hombros.
–Y te dices su hermano gemelo... –suspiró John.
Los demás estaban ocupados buscando los libros que tenían en sus respectivas listas. Rose y Hally se ayudaban mutuamente, sobre todo cuando Hally no alanzaba una estantería y Rose tenía que bajarle un libro.
–Quisiera ser más alta –suspiró Hally, al recibir su ejemplar del libro para la materia de Herbología de manos de Rose –Así alcanzaría todo.
–No es la gran cosa –le aseguró Rose –Bueno, a veces sí, pero nada más.
Dean tomaba un libro tras otro con presteza, pues parecía saberse de memoria dónde estaba cada sección. Llevaba a Nerie de la mano y le enseñaba los diferentes temas de los libros que tenía en las manos.
–Éste es de Aritmancia –le mostró uno con números en la portada –Éste es de Runas Antiguas, éste de Cuidado de Criaturas Mágicas y éste...
Los adultos estaban en un rincón, dejando que sus respectivos hijos tomaran los libros por sí mismos. Conversaban con ánimo, aunque las mujeres estuvieron apartadas unos instantes, dejando que el señor Longbottom, tío Bill y tío Charlie charlaran con el señor Potter.
–Será estupendo –aseguró la señora Potter, sonriendo –Hace tanto que no hacemos fiestas...
–Y ésta será fantástica –estuvo de acuerdo la señora Longbottom –Lo tenemos todo listo. Por eso Belle saldrá del trabajo temprano¿verdad, Fleur?
Tía Fleur asintió.
–Y Frank dejará sus asuntos pendientes aquí un momento –confirmó.
–¿Planean algo, chicas? –preguntó el señor Potter, acercándoseles.
–Sólo la comida de esta tarde –le contestó su esposa –Nada más, Harry.
Frida volvió a entrar a la librería al poco rato, acompañada de Gina. Ambas e veían más tranquilas y de inmediato sacaron sus listas de libros y empezaron a reunir sus ejemplares. Sin que lo notaran, Ángel y John estaban tras ellas, ocultos por un estante.
–Ese par me saca de quicio –le decía Frida a su prima –La verdad es que no puedo creer que sean parientes nuestros...
–Relájate –le pidió Gina, pasándole su ejemplar del libro necesario para la clase de Adivinación –A propósito¿no sería mejor que les dijéramos porqué estás tan interesada en vengarte de Malfoy? Estoy segura de que eso nos evitaría muchos problemas.
–Al contrario, nos daría más –afirmó Frida, viendo de un lado a otro para asegurarse que no venían ni su gemelo ni John –¿Cuánto apuestas a que Ángel va a querer moler a golpes a Malfoy? Yo no quiero que lo intente, porque entonces John sí que va a tener que bajarle puntos. ¿Y te imaginas lo que podría ponerle de castigo un profesor?
–Muy bien, muy bien, ya entendí –la frenó Gina –Pero piénsalo un poco, Frida¿y si se entera por alguien más?
–¿Tú no le vas a decir, verdad?
–¡Claro que no! No quiero cometer suicidio. Yo me refería a los Slytherin's.
Frida se encogió de hombros.
–Que se atrevan –retó –Entonces sabrán quién es Frida Weasley.
–Y yo te apoyaré –añadió Gina y ambas se echaron a reír.
Ángel y John se miraron interrogantes, detrás de la estantería.
–¿De qué estarían hablando? –susurró John.
–No sé –respondió Ángel con un ademán de disgusto –Pero si me llego a enterar que el miserable de Malfoy le hizo algo malo a mi hermana...
Hizo un movimiento brusco con el puño, como si golpeara a alguien en el aire.
–Y yo te apoyaré –le dijo John –Siempre y cuando lo hagamos con cuidado. No quiero tener problemas justo cuando vamos a terminar el colegio.
Ambos chicos asintieron y se prometieron descubrir el secreto de Frida.
La última parada para Rose y Hally fue en la tienda de varitas mágicas del señor Ollivander. Eso era lo que de verdad habían estado esperando, pues ambas sabían lo importante de ese instrumento mágico. Al entrar a la tienda, se quedaron quietas, ya que habían llegado cuando Danielle, Amy, Ryo, Sunny y un niño alto y delgado de enredado cabello castaño estaban con varitas en la mano, observados por un hombre mayor de cabello blanco y ojos grises, pero para su buena suerte, no había nadie más. Parecía que a todos los habían enviados solos a comprar sus varitas.
–Tenemos que comprar una última cosa –dijo el señor Potter, al ver a los presentes –Pero es una sorpresa, niñas¿porqué no entran y piden las varitas? No nos tardamos.
Los Potter y la madre de Rose se perdieron calle abajo, así que las niñas entraron y se sentaron en bancos de madera que estaban en un rincón. Hasta entonces se dieron cuenta de que sí había alguien más y era una mujer de cabello castaño, muy corto, y ojos grises. Su túnica era de un color violeta tan deslavado que se notaba que estaba muy gastada. Miraba al niño de cabello castaño con cierta mezcla de orgullo y tristeza.
–¡Ah, más clientas! –dijo el hombre de ojos grises, yendo hacia donde estaban Rose y Hally –Yo a usted la reconozco –miró a Rose –La señorita Weasley... al menos una de ellas –alzó la vista y miró al vacío –Su padre es una persona muy noble y simpática, su varita tenía pelos de cola de unicornio. Y usted –miró a Hally –debe ser la señorita Potter. No sabe cuánto gusto me da conocerla. Sus padres son muy conocidos¿sabe?
–Sí... He oído algo –respondió Hally con modestia.
–Pasen, señoritas –les pidió el hombre –Pronto las atenderé. De hecho, párense ahí, junto a la señorita Malfoy, y pronto saldrán de aquí con una magnífica varita.
Las dos obedecieron y se colocaron a la izquierda de Danielle. El hombre le hizo un gesto al niño de cabello castaño y éste, con aspecto de sentirse tonto, agitó la varita que tenía en la mano por un segundo antes de que el hombre se la quitara.
–Parece que no –murmuró el hombre y le pasó la varita a Rose –Agítela, por favor.
Rose hizo un gesto de incomprensión, pero hizo lo que se le pedía. Casi de inmediato, el hombre le quitó el objeto y se lo dio a Hally.
–Ahora usted –le pidió.
Hally imitó a Rose y movió la varita, pero enseguida el hombre se la quitó.
–Parece que los nervios de corazón de dragón combinados con caoba no son para ustedes –dijo el hombre. Poniendo frente a ellas un montón de cajas largas y estrechas.
–Señorita Malfoy –le dijo –¿Podría tomar asiento junto con las señoritas Potter y Weasley¿Y ustedes también, señoritas Macmillan y Wilson y señor Mao? Temo que no puedo atenderlos debidamente a todos juntos. Señor Graham –le dijo al niño de cabello castaño y enredado –Acérquese, por favor –indicó el lugar donde estaban todas las cajas –Usted llegó primero.
El niño asintió, así que mientras se ponía en el sitio en el que habían dicho, los demás fueron a sentarse junto a Hally y Rose. Al ver que el hombre estaba entretenido atendiendo al niño, Hally y Rose se volvieron hacia Danielle.
–Tus padres y tu hermano son una pesadilla –le dijo Rose con una sonrisa –¿Cómo es que no te pareces a ellos?
Danielle se encogió de hombros, sonriendo también.
–No tengo la más remota idea –respondió.
–Lástima que tus padres no sean amigos de los padres de Hally –dijo Ryo –Así los hubieran invitado a la comida que harán en honor del señor Potter.
–¿Tú cómo sabes eso? –quiso saber Amy.
–Antes de salir de la tienda de Madame Malkin, la señora Potter invitó a mamá –explicó Ryo con sencillez –Parece ser que ella era amiga de los Potter cuando fueron al colegio, o algo así. La que debe saber mejor es Sun Mei¿le preguntamos?
–¿Quién es Sun Mei? –intervino Sunny –Lo siento, pero es que sólo conozco las cosas que Hally me contó en el orfanato.
–¿En el orfanato? –se extrañó Rose –¿Pues quién eres tú?
–Me llamo Sunny, Sunny Wilson. También recibí una carta para ir a Hogwarts, pero como soy huérfana, me pusieron de tutor a un mago. Era ese tipo de negro que me sacó a la fuerza de la tienda de ropa.
–¿Snape es tu tutor? –se sorprendió Ryo –Pues espero que sepas cuidarte. Nada más para que te des una idea, a mi hermana le quitó cinco puntos en una clase sólo porque le contestó bien una pregunta. Y no sólo eso, sino que la castigó con limpiar los baños de las chicas sin magia. Al parecer, no quería que le contestaran. Está loco.
–Te creo –dijo Danielle –Sobre todo porque a mis padres les cae muy bien.
–Mis hermanos también lo odian –recordó Amy –Es porque favorece a los Slytherin's.
–Entonces no podemos esperar indulgencia –dijo Ryo en son de broma.
Las chicas se echaron a reír.
–Disculpen –musitó una voz suave y con acento extranjero. Los niños voltearon y vieron que quien les hablaba era la mujer de la túnica desgastada color violeta –Buenas tardes, niños. Quería preguntarles si... es cierto que tú eres una Weasley –miró a Rose.
La niña la observó de arriba abajo, queriendo reconocerla, pero al no lograrlo, sólo asintió.
–Son casi iguales... –murmuró la mujer.
–¿Disculpe? –soltó Rose.
La mujer negó con la cabeza apresuradamente.
–Es que... he oído hablar de los Weasley en mi país –declaró la mujer –Soy de México¿saben? Llegué a Inglaterra hace años, con mi niño, cuando mi marido que fue inglés, fue llamado por el Ministerio –señaló al niño de cabello castaño y despeinado, que probaba en ese momento una varita de madera de sauce –Pero no me ha ido bien. No hay trabajo aquí para una bruja que apenas si habla el idioma, que no está registrada como residente en el país y que no tiene la preparación que dan aquí.
–Oiga, señora –dijo Danielle con una mirada compasiva –¿Cómo se llama usted?
–Pues yo...
–¡Al fin! –exclamó el hombre de ojos grises y todos miraron. De la varita que sostenía el niño de cabello castaño y revuelto, salían algunas chispas rojas –Esta varita es muy especial, señor Graham: madera de nogal y nervios de corazón de dragón. Treinta y dos centímetros y medio. No es común que alguien de su edad pueda manejar una varita tan dura, pero en fin... –miró a la mujer –Ya está, señora. Son veinte galeones.
La mujer revolvió en un monedero de piel descolorido, contando las monedas. Se le notó una expresión de preocupación cuando fue al mostrador a pagar.
–Me falta uno –le dijo al hombre.
–Entonces no puedo venderle la varita –aclaró el hombre, metiendo el objeto en su caja.
–Pero mi hijo necesita la varita. Lo aceptaron en Hogwarts y es lo único que le falta...
En eso, un galeón apareció en el mostrador.
–Yo no lo necesito –dijo Danielle, a la derecha de la señora –De verdad.
–Y si le hace falta otro –intervino Ryo, avanzando hacia ellas –Yo también tengo.
–Y yo –Amy se puso de pie en el acto.
–Y nosotras –Rose y Hally se pararon de un salto.
Sunny también se puso de pie.
–Yo no tengo dinero –dijo –Pero el que traigo es del ogro negro, así que podría todo dárselo con mucho gusto de no ser porque todavía no compro la varita.
La mujer los miró con ojos llorosos, pero contuvo las lágrimas. Su hijo, en cambio, no pudo hacer mas que sonreír con algo de vergüenza, en agradecimiento. El hombre les sonrió benevolentemente a todos los niños y comenzó a envolver la caja donde había depositado la varita del niño de la mujer.
–Gracias, niños –les dijo la mujer –Hijo, dales las gracias.
El niño les sonrió con más ganas que antes.
–Gracias –les dijo, en perfecto inglés y casi sin rastro de acento extranjero –Los veré en Hogwarts, supongo. A propósito, soy Henry Graham.
Los niños asintieron, se presentaron a su vez y al terminar se despidieron del niño y su madre con la mano. Madre e hijo salieron, y en cuanto estuvieron en la calle se miraron.
–¿Porqué no le dijiste nada a la niña Weasley? –le preguntó el niño a su madre en español, con acento mexicano –Creí que ibas a hacerlo.
–Todavía no –la mujer se sacudió la túnica, que tenía un poco de polvo –Primero debo cumplir con mi encargo y para eso, necesito encontrar a los señores Potter.
Ambos se cruzaron con un grupo numeroso de personas, la mayoría de ellas de cabello rojo encendido, que iban en dirección contraria a la suya. Sin darse cuenta, la señora Graham y su hijo se habían cruzado con los Weasley, los Longbottom y los que más le importaban a la señora Graham: los Potter.
